Fachada del Teatro Cariola y A. Flores., en calle San Diego. Imagen publicada en 2013 por el diario "La Segunda".
El conocido Teatro Cariola de calle San Diego 246, en realidad es doble: está la sala principal, con el apellido de su fundador, y una en sus bajos llamada Alejandro Flores, en recuerdo del gran actor nacional. Sin embargo, ninguna de las dos tenía aquellos títulos en sus inicios: eran los teatros SATCH y Talía, respectivamente. El cómo se llegaron a sus actuales nombres, es una historia que atraviesa toda la vida del mismo edificio teatral.
La idea de crear teatro fue del insigne empresario de espectáculos Carlos Cariola Villagrán quien, siendo muy joven, había participado como impulsor y testigo de la fundación de la Sociedad de Autores Teatrales de Chile, SATCH, el 26 de julio de 1915, creada en una reunión realizada en la Biblioteca Nacional. Su vida siempre continuó vinculada a esta entidad, cuyo objetivo era “velar por los derechos autorales de los dramaturgos chilenos y promover la actividad creadora en el campo de la dramaturgia nacional”, según declara hasta hoy el organismo, obteniendo su personalidad jurídica el 22 de noviembre del mismo año en que fuera constituida.
Hombre de leyes, astuto y emprendedor, formado en cierta filiación política conservadora y con parte de su vocación volcada al periodismo, además de muy realista y visionario en sus diagnósticos, Cariola reunió gran experiencia como actor y luego dramaturgo. Advirtió a tiempo que era necesario disponer para el gremio de un espacio propio y seguro, destinado a potenciar la actividad de las tablas y facilitar la labor tanto de creadores jóvenes como de consagrados, en momentos en que la popularidad de los filmes sonoros crecía e iba haciendo más interesante al público la sala del cinematógrafo que la del teatro tradicional o de las presentaciones escénicas en general.
A conclusiones similares habían llegado otros personajes del ambiente relacionados de un modo u otro con la Sociedad, como era el caso de Alejandro Flores, con vasto currículo en esas mismas aguas artísticas, observando y lidiando con los problemas que enfrentaba de manera permanente la actividad. A la sazón, además, muchas compañías teatrales y artísticas del país intentaban resolver estas carencias recurriendo a las carpas, a la usanza del circo clásico, pero lo cierto es que nada sustituiría la comodidad, el orden y la utilidad de una sala propia y estable.
La revista “En Viaje” recordaba unos años después (“El teatro chileno en las salas de la SATCH, 1958), sobre esta dura gesta en la historia del teatro chileno:
Los empresarios particulares de salas de espectáculos resistieron durante mucho tiempo el plan de los autores y artistas nacionales para una mayor representación de comedias, operetas, dramas y otras producciones del teatro vivo, a base de argumentos de la vida chilena. Esta resistencia era decididamente contraria a las conveniencias de la cultura del país y las justas aspiraciones de los elencos. Pero los empresarios invocaban en su defensa un hecho que no cabía desconocerles: el de que el público no siempre estaba dispuesto a estimularlos con su concurrencia. En cambio, el cine...
Esta atmósfera sobrecargada de obstáculos hizo que muchos escritores guardaran sus papeles entre los cuales solían estar piezas valiosas. No había en dónde estrenar siquiera un entremés, y de ahí devino como consecuencia lógica la iniciativa de la Sociedad de Autores Teatrales de Chile para obtener un edificio adecuado a las necesidades del teatro en persona.
Cariola, entonces, tomó la iniciativa y dio marcha al proyecto a partir de 1943, empresa en la que recibió ayuda de otros destacados integrantes del medio artístico como René Hurtado Borne, Lautaro García, Carlos Barella, Gustavo Campaña y Rogel Retes.
Noche inaugural del Teatro SATCH, viernes 19 de marzo de 1954, en imagen publicada por "La Nación" del día siguiente. Aparecen en la imagen (ocupando el palco presidencial) el ministro de educación Edurado Barrios, el ministro de hacienda Guillermo del Pedregal, el edecán militar presidencial Santiago Polanco y el director de informaciones del Estado Manuel Eduardo Hübner, acompañados por Carlos Cariola, Gustavo Campaña y sus esposas.
Aspecto original que tenía el Teatro Satch/Talía en 1954. Se anuncia a Lucho Córdoba entre las estrellas de la ocasión. Imagen publicada por Pedro Encina en sus colecciones de Flickr "Santiago Nostálgico".
Aviso en los diarios de la época, anunciando una de las primeras obras presentadas en la Sala SATCH.
Otra de las primeras obras presentadas en el teatro de la SATCH, en agosto de 1954. Se destaca otra vez a Alejandro Flores como primer actor del elenco.
Ballet en la Sala Satch, en aviso de "La Nación" de enero de 1956.
"Esopo el esclavo" en el Teatro Talía, hoy Alejandro Flores, en aviso de noviembre de 1956.
Exterior del teatro y su entrada. Las cortinas cerradas en los extremos del zócalo eran los antiguos accesos al gran balcón de la platea y a los palcos.
El edificio en su contexto dentro de la cuadra. Se observa el gran letrero del desaparecido Teatro Roma a su lado (izquierda de la foto), ocupado actualmente por el bar Las Tejas.
Las desaparecidas imágenes pintadas por Malachowski en los muros de la sala principal.
Aquella fue “una campaña febril para erigir un teatro propio, quizás una de las aventuras más delirantes de la institucionalidad privada”, según la define Juan Andrés Piña en su “Historia del teatro en Chile”. Su apreciación es correcta: el esfuerzo se tradujo en una cruzada con enormes dificultades en la que, por momentos, realmente parecía una quimera inalcanzable, debiendo enfrentar varias veces la posibilidad de ver frustradas sus intenciones al iniciar cada etapa o logar un avance siquiera superando una anterior, para comenzar a sortear otra de inmediato.
La SATCH atesora hasta hoy documentos confirmando que, el 21 de abril de 1945, se compraron los terrenos de calle San Diego correspondientes por entonces a los números 244-248, entre las calles Tarapacá y Eleuterio Ramírez. Era el lugar reservado para el futuro teatro: 23 metros de frente por 62 metros de fondo, que correspondían a antiguas residencias de una manzana más lejana a la Alameda y, por lo mismo, de menor valor que las de ubicación más céntrica (hasta diez veces menos), debiendo hacerse un desembolso de $1.300.000 por ellas. Ya demolidos los inmuebles que lo ocupaban, se empezó a construir el edificio en 1948.
El teatro imaginado por Cariola debía tener 700 puestos en plateas,
200 en palcos y 5.100 en galerías, además de las salas especiales, oficinas para
autores, bodega, foyer, camarines y espacios intermedios. Fue proyectado con
cinco pisos, aunque originalmente debían ser seis. Sería un cómodo teatro con la
sala de la SATCH en su nivel de superficie de acuerdo al diseño que se habría
encargado al arquitecto Héctor Davanzo Angulo, el mismo del Teatro Italia y
otros recintos parecidos surgidos desde su tablero. Los pisos más altos iban a
ser destinados a rentas, además, aunque una parte de todas estas aspiraciones
debieron ser moderadas y reducidas, sufriendo modificaciones el proyecto durante
todo ese período de inicio de las obras."Picotón va, picotón viene, traía el Cóndor en sus garras hasta la calle San Diego, sacos de cemento, butacas, y fue construido el nido del Teatro Nacional", escribiría después Magdalena Petit en "La Nación".
Los dineros, en tanto fueron obtenidos por colectas privadas: colaboraron todos los interesados “desde cuarenta centavos que hicieron obreros de la estación Mapocho, hasta de veinte mil pesos, como lo hizo la Caja Nacional de Ahorros”, según informaba Cariola en 1947. Así, lo requerido se siguió reuniendo casi centavo a centavo, debiendo recurrir a préstamos y donaciones de la Caja Nacional de Ahorros (fusionada poco después en el flamante Banco del Estado, en 1953) y a líneas de financiamiento estatal que, por desgraciada coincidencia, justo en esos años comenzaron a verse amenazadas por causas ajenas al proyecto. Otros apoyos provinieron de la Municipalidad de Santiago.
Fue notable también la participación ciudadana y de privados en el proyecto. Rafael de la Presa Casanueva, en “Venida y aporte de los españoles a Chile independiente”, destaca los aportes de hispanos residentes en el país. Por su lado, Mario Cánepa Guzmán habla en “Gente de teatro” del desarrollo de aquellas tareas: “En pie el armazón se inició la campaña de las butacas, que se adquirían en homenaje a los seres queridos, a los pueblos, a las ciudades. En cada una de ellas se colocó una placa. Fue una emocionante campaña nacional”. Los palcos fueron nombrados como gesto de gratitud para los principales donantes de la campaña: Gabriel González Videla, Colectividad Israelita y Elías Readi Yarur.
El inmueble ya terminado disponía su frontis hacia San Diego, con influencia modernista ya en el post art decó, más bien funcional, contando algunas adiciones posteriores para mejorar el aspecto de su fachada. Además de los espacios para rentas tenía por entonces sus niveles de oficinas para la SATCH, que se mudó desde su anterior sede en calle Miraflores. Originalmente, contaba con un pintoresco ascensor, reliquia que en nuestra época está inservible.
$210.000.000 costó, en total, la obra que dio cumplimiento al sueño de Cariola y la Sociedad, con calle San Diego ya consolidada como una dinámica y cinética vía de carteles luminosos, neones zumbones y juegos de luces anunciando sus atractivos cinematográficos, culinarios y nocturnos. Exactamente a su lado del edificio, por ejemplo, se instalaría por la misma época el Teatro Roma.
Retrato de don Carlos Cariola, en la Sala de los Presidentes de la SATCH.
Retrato de Alejandro Flores en la bajada al teatro que lleva su nombre, en los bajos del Teatro Cariola (ex SATCH).
Hall del acceso hacia el Teatro Cariola. Al costado, se observan las escaleras que conducen a las oficinas y pisos superiores del edificio.
La vieja boletería del Teatro Cariola, en el acceso al hall.
Acceso y escalas descendentes al Teatro Alejandro Flores, ex Talía.
La también antigua boletería del Teatro Alejandro Flores.
Pasillo central de acceso a la sala principal del Teatro Cariola, pasando las puertas y mamparas del hall.
Presentación de Devo en el Teatro Cariola, año 2014. Aún sirve a ciertos eventos de buena concurrencia.
Salón de los Presidentes de la SATCH, junto al acceso a la sala principal.
Sala del Teatro Cariola, vista general.
El primer nivel interior del edificio y su sótano absorbieron mucha de la actividad que había estado concentrada en dependencias del Teatro Municipal. Sin embargo, fueron produciéndose otros cambios y remodelaciones con el tiempo: se redujo el tamaño del vestíbulo y el foyer con lámpara colgante en donde está la boletería, para disponer de locales laterales entre la entrada principal y las de platea. Estos son ocupados, exteriormente, por establecimientos comerciales en régimen de alquiler. Las cortinas metálicas siempre cerradas en los extremos de ese primer nivel exterior eran las subidas hacia la platea del balcón.
Cánepa Guzmán y la prensa de esos días confirman que el Teatro SATCH fue inaugurado solemnemente en la noche del viernes 19 de marzo de 1954, aunque dos días antes, el 17 de marzo a las 18 horas, el edificio abierto con una ceremonia en la que el cadenal José María Caro lo bendijo con presencia de autoridades de gobierno, diplomáticos y representantes de la Sociedad. Monseñor Caro asistió acompañado por el nuncio apostólico, Sebastián Baggio.
En la velada de inauguración oficial del viernes se presentó la obra “¡Qué vergüenza para la familia!”, escrita por el propio Cariola y actuada por el destacadísimo Flores, ya coronándose en ese entonces como verdadera leyenda entre los hombres de teatro, pues había comenzado en la actuación profesional cuarenta años antes gracias a algunas experiencias con Aurelio Díaz Meza y luego en una compañía compuesta por los empresarios Cariola y Frontaura, precisamente.
Asistieron a aquel encuentro ministros de Estado, los miembros de la Sociedad, del
gremio artístico en general y el mismo público popular que frecuentaba las
atracciones del barrio. Retes, en “El último mutis”, recuerda que estuvieron también algunos parlamentarios, la alcaldesa de Santiago doña María
Teresa del Canto Molina, el edecán del Presidente de la República Ibáñez del
Campo, el director de informaciones del Estado don Manuel Eduardo Hübner, además
de diplomáticos, periodistas e integrantes del medio teatral. En la ocasión, la
Orquesta Sinfónica de Chile se presentó dirigida por la lúcida batuta de Juan
Matteuci. En las imágenes publicadas por la prensa se ve que varias de aquellas autoridades ocuparon el palco presidencial, junto a Cariola y Campaña.
Hay algunos datos interesantes sobre las primeras jornadas del teatro, también con conciertos y cine en la sala. Muchos los encontraremos en la extraordinaria obra del periodista Osvaldo Rakatán Muñoz dedicada a la bohemia del Santiago romántico y bohemio de esos años. Comedia, opereta, zarzuela, drama, música, revista y varios otros géneros encontraron acogida en el Teatro SATCH, además de presentaciones especiales, homenajes y eventos particulares.
Poco después de su inauguración, en abril, se presentaba en su escenario la gran bailarina española Carmen Amaya, cerrando una exitosa temporada en Chile. Y para septiembre el teatro era lugar de un multitudinario homenaje para los cuatro hermanos Retes (Rogel, Eugenio, Roberto y Rodolfo) por parte de la Sociedad, en reconocimiento a sus 50 años de trabajo artístico en Chile. Rogel Retes siguió siendo un personaje importante en el lugar mientras su propia vida se lo permitió, logrando en esos años algunos aportes fiscales para asegurar el funcionamiento, gracias a su tesón y el de otros miembros empeñosos del directorio como Amadeo González, a la sazón director de la Sociedad.
En 1955, la compañía de Frontaura presentó allí la obra “La cigüeña también espera”. Por aquel entonces, también fue sitio óptimo para la beneficencia dentro del gremio, organizándose una velada para el músico y director musical Armando Bonansco, famoso en los cuarenta por interpretar canciones argentinas en la Orquesta Típica de Franco, pero quien fallecería en 1956 hallándose en una triste situación, debiendo ser socorrido económicamente por sus colegas con aquel festival en el teatro de la SATCH, cuando ya se hallaba hospitalizado y luego de que un periódico hasta lo diera por muerto, antes de su defunción real.
En abril de 1957, la Compañía de Enrique Guitart presentó en el lugar “La Tierra del Fuego se apaga” del escritor Francisco Coloane. Para el año siguiente, otras 23 obras se agendaron en el escenario, algo que habría resultado imposible para la Sociedad de no haber contado con una sala permanente y propia como esta. Unos pocos años después, en la sala mayor se presentaban también algunas propuestas novedosas como la Compañía de Cuentos Infantiles de Patricia Morgan, en 1960.
Cabe comentar que la sala principal del teatro tenía hermosos murales de Raoul Malachowski, pintor polaco-sueco nacido en Finlandia. Estas obras deleitaban y distraían al público antes de que abriera sus cortinas en la jornada. Nieto del escritor sueco Viktor Rydberg, el artista vino a vivir a Chile tras sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial, y al parecer lo hizo siguiendo el consejo de un capellán polaco que ya residía acá. Desde su arribo, comenzó a realizar obras murales en célebres edificios de la época, como el Hotel Carrera y el Hotel Miramar, además de otros trabajos para escenografías de obras de teatro, introduciéndose así en ese ambiente y siendo encargado de las obras pictóricas dentro de la sala de San Diego. Correspondían a personajes caracterizados en los muros como actores de obras clásicas y paisajes urbanos alusivos a escenas, los que ya no existen.
La segunda sala del edificio, en tanto, fue llamada Teatro Talía y alguna vez identificada como “el sótano” o “el subterráneo”. Era un espacio que, originalmente, iba a ser solo la bodega principal del recinto, pero que después se decidió habilitar también para presentaciones menores por una inteligente solicitud del dramaturgo y periodista Julio Asmussen Urrutia. El nuevo espacio fue destinado especialmente a los estrenos de obras de socios de la SATCH, y pudo ser correctamente inaugurado en el subterráneo poco después que la sala principal, señala Cánepa Guzmán. Esto sucedió en el mes de mayo de 1954, con la presentación de la obra “Elisa” de Fernando Cuadra, por el Grupo Arlequín.
Posteriormente, se presentó en el Talía el grupo teatral de Fernando Josseau con la obra “El prestamista”; y, en 1956, la comedia “Los geniales Sonderling” de Robert Merle, dirigida por Domingo Tessier con escenografía de Héctor del Campo. Otras compañías que lo usaron por entonces fueron la de Benjamín Morgado, la de Jorge Quevedo, El Cabildo, el Teatro Experimental y el Teatro de la Universidad Técnica del Estado, según datos aportados por Piña. Y, en febrero de 1958, es escenario del grupo de actores independiente Los Feriantes, como parte del Festival de Verano. Durante el año siguiente, la Sociedad reestrenó en esta salita la obra “El jefe de familia” de Alberto Blest Gana.
En 1961, la Compañía de Teatro Ictus presentó en el Teatro Talía las obras nacionales “El cepillo de dientes” y “Un hombre llamado Isla” de Jorge Díaz, bajo dirección de Claudio di Girolamo. El recordado actor y hombre de medios, Jaime Celedón, comentó en sus “Memorias que olvidé en alguna parte” que en aquellas presentaciones de la compañía los muros del pequeño teatro se encontraban en tan mal estado que debieron cubrirlos con hojas de periódicos, a modo de papel mural, propuesta que causó gran curiosidad entre los asistentes y, lo más importante, funcionó. Su opinión sobre el aspecto de la sala en aquel momento no era buena, como podrá adivinarse: la describe como “apestosa” y “en pésimo estado”.
A pesar de su modesto tamaño, en el Talía se estrenaron otras célebres obras como “Tres tristes tigres”, de Alejandro Sieveking. Tiempo después, tiene lugar en el mismo espacio la presentación de “Hechos consumados” de Juan Radrigán ya en 1982, según se recordaba en “Memoria para un nuevo siglo”, trabajo de varios autores editado por Myriam Olguín.
A la sala secundaria o del “sótano” se desciende hasta hoy por una estrecha escalera, antecedida por una reja plegable y su propia boletería que todavía está en su acceso, por el costado del mismo hall interior del edificio, aunque su conexión interna con el sector posterior de la sala principal ya no está abierta.
Vista general de la sala del Teatro Cariola. Se observa su parqué original, aunque las butacas habían sido retiradas provisoriamente en esta imagen, por la realización de un evento.
Vista desde el sector al borde del escenario. Don José Luis Gómez en 2017, Presidente de la SATCH, entre las sillas dispuestas en la sala. Arriba, al fondo, se observa la platea.
Escenario, telones y sistemas lumínicos del Cariola.
El escenario del Cariola visto con la luz tenue de las presentaciones.
Sector de los palcos del costado izquierdo de la sala principal del Teatro Cariola.
La sala del Teatro Alejandro Flores, ex Talía, en el subterráneo del edificio.
Fondo de la ex sala Talía, con iconografía del mundo clásico.
Vista de la sala Alejandro Flores desde el escenario, con sus luces encendidas.
Sector del escenario y el espacio lateral con el piano de la sala Alejandro Flores.
El viejo piano de la Sala Alejandro Flores y la cerrada conexión con el nivel superior.
El nombre de Teatro Cariola le fue dado al conjunto y su sala principal después de la muerte del fundador, ocurrida el 20 de agosto 1960. Fue decisión del Directorio de la SATCH para rendirle un homenaje perpetuo. Curiosamente, Carlos Cariola fallece el mismo día en que lo hizo también Víctor Domingo Silva, su amigo periodista de teatro. Fue velado en el foyer, en una salita abierta adyacente al acceso a la sala principal.
Un posterior presidente de la SATCH, don José Luis Gómez San Martín, convirtió la salita señalada en el Salón de los Presidentes (diciembre de 2006), con retratos de todos quienes presidieron la Sociedad desde su creación en 1915. Un gran cuadro central de Cariola está en el muro de este estudio con cómodos sillones, correspondiente a una donación. Allí se ven, también, las honorables nóminas de donantes de la construcción del teatro y los palcos-plateas.
El otro personaje que dejó su huella y nombre en el teatro fue el mencionado actor Alejandro Flores. El Cariola había sido importante en su carrera: además de participar en las obras inaugurales, presentó allí la temporada de “Raza de bronce” y, posteriormente, “El baile”. Por desgracia, de esta última obra se recuerda que contó con solo tres cuartos de la capacidad del teatro con público, revelando un problema de convocatoria que fue volviéndose constante en los años que siguieron en la sala, a pesar de las nobles aspiraciones de su creador.
Tras fallecer el destacadísimo actor el 6 de enero de 1962 y ser velado en el mismo recinto teatral, la sala Talía fue rebautizada en su recuerdo como Teatro Alejandro Flores. Muchos distraídos, sin embargo, desconocen hasta hoy la existencia de este segundo teatro allí adentro, curiosamente.
Tristemente, con el correr de los años el doble teatro siguió siendo utilizado menos de lo que se hubiese esperado, en parte porque sus proporciones de público y espacios habían sido pensados en la buena vieja época del teatro y las convocatorias de antaño, según concluye Piña. En otras palabras, se lo construyó cuando la concurrencia a esta clase de salas aún era masiva, sin prever que iría a la baja. Súmese a esto la gran cantidad de teatros y cines que seguían apareciendo en el sector céntrico de la ciudad. Incluso hubo figuras como el actor Luis Alarcón, considerando al Cariola como “el más grande fiasco” y que “no es teatro, sino un antiteatro”, pues lo que evaluaron como de mala acústica y con errores en su diseño, de acuerdo a una cita suya reproducida también en el trabajo de Piña.
A pesar de todo, muchos encuentros, premiaciones y homenajes se siguieron realizando en el Teatro Cariola por miembros de la comunidad profesional de las tablas y la misma Sociedad propietaria.
La terrible debacle de la vida nocturna y el espectáculo, con su corolario en las décadas del setenta y ochenta, afectarían enormemente al teatro. Empero, la inclinación política de la Sociedad lo volvió lugar de reuniones y encuentros relacionados con los opositores en esos mismos días. Es la época en que el Cariola comienza a ser escenario de sus primeros encuentros de música más rockera y pop, por lo demás, aunque no todo resultó siempre como se hubiese esperado, con algunos escándalos y escaramuzas de por medio.
Serenamente, entonces, el Cariola debió soportar todo ese período con la sombra de amenaza sobre sus viejas butacas y tablas, fuera con base real o solo desde chismes. El disponerlo a arriendos lo salvó, en muchos aspectos, pero también provocó problemas irreversibles para el edificio y sus salas. Además, en 1989 el Cariola volvió a ser importante para el contexto político, cuando los artistas chilenos lo eligieron como lugar para proclamar su adhesión a la candidatura del futuro presidente Patricio Aylwin Azócar.
Hoy, el Teatro Cariola sigue siendo lugar de actividades artísticas importantes, incluyendo espectáculos de calidad internacional. Autor, cantante y protagonista de zarzuelas ofrecidas en el mismo escenario, cabe destacar los avances conseguidos en los últimos años por Gómez San Martín y que han asegurado una categoría de valoración formal del teatro, además. Conserva mucho del aspecto general e histórico del recinto, incluyendo las maderas de los parqués originales en el piso, pero sufrió intervenciones imprudentes en otros períodos, especialmente por el arriendo del espacio durante la primera década del retorno de la democracia: en algún momento, se taparon con tablados y paneles los palcos laterales del escenario, con el pretexto de mejorar la acústica, habiendo sido recuperados y reabiertos después. También fueron destruidos los frescos de Malachowski en los muros, durante este trayecto de tiempo. El espacio bajo el escenario, que antes era ocupado por la orquesta de músicos, hoy está bloqueado. 1.179 butacas existen allí, aunque la capacidad de público aumenta cuando son retiradas para abrir el espacio “cancha” durante las presentaciones de espectáculos.
El Teatro Alejandro Flores, por su lado conserva sus butacas originales: 145 puestos en total, además de mantener la decoración y un piano en un espacio lateral, junto a la puerta ahora condenada que conectaba con los interiores del Cariola, arriba. Sus sencillos camerinos están muy deteriorados, sin embargo, no habiendo sido posible para la SATCH conseguir apoyo financiero para salvar tan históricos espacios, alguna vez ocupados por importantes figuras de las candilejas nacionales y extranjeras que pasaron por la sala, muchas veces en sus inicios.
En diciembre de 2012, gracias a la iniciativa e insistencia del propio Gómez San Martín, el Teatro Cariola fue declarado Monumento Histórico Nacional, con apoyo del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, el Sindicato de Actores de Chile y, desde el lado académico, las Facultades de Artes de la Universidad de Chile y de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Dice el acta correspondiente:
Este inmueble posee una singularidad en relación a otros teatros construidos en la mitad del siglo XX. Este presenta una tipología de teatro de gran escala, esto se ve reflejado en el foso para orquesta y los camarines de amplias dimensiones, junto a la sala de teatro menor en el subterráneo. Construido en momentos de auge de los teatros de cámara o teatros de bolsillos, de menor tamaño y capacidad.
Dentro del teatro se pueden encontrar patrimonio histórico mueble, como la biblioteca, que contienen más de mil guiones originales cuya creación data desde 1915.
Además de servir como sede de la presidencia, la secretaría general y el departamento general de la SATCH, en el edificio del doble teatro funcionan oficinas para la institución. En sus inicios, por ejemplo, el profesor Jack impartía clases de bailes de salón, charleston, zapateo americano, fantasía y clásico en el cuarto piso, de 17 a 21 horas. También acogió escuelas de teatro entre las que enseñaron figuras como Fernando Josseau Etérovic y Américo Vargas. El artista de origen húngaro Charles Zsédenyi, fundador del Ballet Experimental, extendió sus propias clases de actuación allí. Posteriormente, llegó la Escuela de Española de Danzas de Rosita Lagos, activa hasta nuestra época.
Historias de fantasmas también circulan en el personal del Teatro Cariola, adicionalmente, sobre supuestos hechos inexplicables de luces que se apagan y prenden solas o de una mujer espectral que pasearía por sus pasillos, salas y butacas. Nada de esto creen su principal administrador, sin embargo.
Es de esperar que pronto se aleje de manera definitiva e irrevocable la siempre majadera e inclemente niebla del ocaso en el Teatro Cariola, espacio testimonial de una importante época en las artes escénicas de la historia de la diversión y el espectáculo en Santiago. ♣
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