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¿POR QUÉ LOS SANTIAGUINOS DEJARON EL MATE POR EL TÉ?

Dos mujeres junto a un mesón de cocina, en la serie de acuarelas "De Santiago a Mendoza", atribuida a Alphonse Giast, período de la Independencia. La mujer de la izquierda bebe mate mientras trabaja. Fuente imagen: "Catálogo perspectivas viajeras", del Archivo Central Andrés Bello.

Para no inducir a engaños: la pregunta usada por título tal vez no quedará totalmente respondida en este texto... Resulta compleja de resolver en solo un artículo y con el material disponible, pues son varios los factores que parecen influir en el curioso cambio de infusiones que hizo la sociedad centrina chilena al desplazar el mate por el té, entre los que se encuentran condiciones que resultaron favorables al acceso y el valor del producto, por ejemplo. Otros tienen relación hasta con geografía y climatología, contrastando con cómo ha permanecido arraigado en regiones especialmente frías o lluviosas.

La popularidad del té en ciertas concentraciones urbanas de Chile casi se enfrenta con el uso de la yerba mate en otras. El vigente reinado de esta última, sin embargo, se aprecia con solo viajar hacia el sur del país o bien saltando la cordillera andina hasta el territorio argentino. No ha faltado el ingenuo creyendo que todo se reduce a una influencia trasandina sobre aquellas tierras, además. Incluso hay una convivencia bastante cómoda del té con el mate en situaciones distintas del día, como sucede con frecuencia en Chiloé, la Patagonia occidental y otras regiones: como acompañamiento de meriendas u onces el primero, y como bebida energética o para compartir en reuniones el segundo.

Es muy probable que la yerba mate haya comenzado a ser saboreada en Chile durante los tiempos de la Conquista: se cree que pudo ser traída por el gobernador Alonso de Sotomayor en 1583, comenta Miguel Franco en "El Mate en la Historia de Chile", artículo publicado por la Fundación Identidad y Futuro. Para el siglo siguiente, ya habría sido la bebida más popular de los criollos.

Viajeros como Amédée Frézier, Samuel Haigh o John Byron tuvieron ocasión de ver el mucho consumo que se hacía del mate ya en los siglos XVIII y XIX, incluyendo a los mismos santiaguinos que después darían la espalda al producto, curiosamente. ¿Qué sucedió entonces, como para que el té destronara con tanta facilidad, eficacia y aprecio a la yerba mate, pudiendo ser recuperado entre los santiaguinos materos en décadas más bien recientes?

Según algunas creencias, la caída del consumo de mate se debió a los problemas que enfrentaron los chilenos con los impuestos decretados por las autoridades coloniales. Hay notas ciertas en esto, como ciertos tributos que se hicieron especialmente fuertes cuando comenzó a decaer el esplendor del virreinato peruano y se encaminó a perder el redituable monopolio de las flotas: en efecto, se hicieron necesarios los gravámenes a las colonias pobres no tanto para el beneficio directo de la Península, como reza el mito, sino para mantener la magnificencia del poder colonial en la propia América hispana. Tales agobios de la sociedad chilena bajo la severa necesidad de recaudación constante, en este caso estaban orientados también a mantener el lustre de las sedes del poder y llegaron a afectar hasta al tabaco, hacia los días de Fernando VI.

Sin embargo, y como todo en la vida, no se puede imputar la totalidad de los cargos a una sola situación como la descrita, pues la entrada triunfal del té en la sociedad parece consumarse de manera posterior.

Partamos recordando que productos como el tabaco estaban estancados y sometido al monopolio estatal desde 1753, normado después por las “Ordenanzas que hace observar el Director General del Real Estanco del Tabaco en estos reinos, y provincias del Perú, y Chile”, de 1759. Estas medidas y otras por el estilo sembraron más razones en las colonias americanas para ir en búsqueda de un acercamiento comercial con países como el Reino Unido y la resultante lucha por la Independencia, a la larga.

Para el caso de la yerba mate y como ocurría también con el chocolate y otros productos, había mantenido algo de artículo de lujo hacia mediados del siglo XVII, a pesar de su popularidad: se vendía en los almacenes a unos ocho pesos la libra y, por lo general, era traído desde Paraguay, origen que da nombre científico a la planta, de hecho: Ilex paraguariensis. Sin embargo, en su artículo titulado "Chile en el macrocircuito de la yerba mate. Auge y caída de un producto típico del Cono Sur americano", publicado en la "Revista Iberoamericana de Viticultura, Agroindustria y Ruralidad", José Gabriel Jeffs Munizaga explica que, siendo Valparaíso un puerto relevante en la salida de las partidas de yerba mate y aún teniendo efectos de alzas y caídas durante el siglo XVIII, para inicios de la siguiente centuria ya había un suministro abundante del producto en Santiago, a pesar de no ser un mercado especialmente grande como sí eran, por ejemplo, los poblados mineros de Potosí, en el Alto Perú. Mucho del tráfico se hacía por las rutas cordilleranas en esos años, aunque decayó al desarrollarse el transporte naviero que abarató los costos.

La generalización del consumo de mate en Chile se había consumado durante aquel período, cuando los precios ya eran más generosos para con el bolsillo de las clases populares. A pesar de algunos prejuicios y hasta persecuciones de las autoridades hispánicas a la explotación o consumo de la yerba  en la región subcontinental, los jesuitas habían fomentado mucho la producción y el comercio de la misma, consiguiendo que fuera autorizada. Ayudaron a expandirla por las diferentes gobernaciones al punto de que llegó a ser llamada yerba de los jesuitas, hasta su expulsión de los reinos en 1767.

De esa manera, varios personajes públicos de Santiago destacaron a la sazón como tremendos consumidores del mate, caso del canónigo Valentín Albornoz Ladrón de Guevara pasada la mitad del siglo XVIII, en su casa llamada del Correo Viejo de calle Santo Domingo con Teatinos. Hacia 1740, además, el viajero Byron había observado la situación del consumo de mate entre los chilenos y dio después algunas descripciones sobre la situación del mercado de la yerba en aquel momento, en sus memorias sobre aventuras y penurias en estas tierras:

Cuentan con el que llaman buque anual de Lima, porque nunca esperan más de uno al año, aunque ha habido veces que han llegado dos buques, y otras ocasiones han trascurrido dos o tres años sin que arribe ninguno.

Cuando esto sucede, sufren mucha escasez, porque el buque les trae bayetas, paños, lienzos, sobreros, cintas, tabaco, azúcar, aguardiente y vino, aunque este viene en su mayor parte destinado al consumo de las iglesias; también es un artículo muy necesario la yerba-mate, yerba del Paraguay que se usa en toda América del Sur, en lugar del té. La mayor parte del cargamento del buque viene consignado a los jesuitas, que tienen más indios empleados en su servicio que todos los demás habitantes juntos, monopolizando por consiguiente casi todo el comercio.

Avanzando en sus impresiones y refiriéndose después al valor social que tenía ya entonces la yerba mate entre los chilenos, el mismo abuelo de Lord Byron escribiría:

Las señoras gustan mucho de tener a sus esclavas mulatas tan bien vestidas como ellas mismas, bajo todos los aspectos, menos en las joyas, en lo cual se dejan llevar a las mayores extravagancias. Hay la costumbre de tomar dos veces al día el té del Paraguay, que, como ya he dicho, llaman mate: lo traen en una gran salvilla de plata, de la cual se levantan cuatro pies destinados a recibir una tacita hecha de un calabazo guarnecido de plata. Comienzan por echar la yerba en el calabazo, le agregan la azúcar que quieren y un poco de jugo de naranja; en seguida, le echan agua caliente, y lo beben por medio de una bombilla, que consiste en un largo tubo de plata, a cuyo extremo hay un colador redondo, que impide que se pase la yerba. Y se tiene por una muestra de cortesía que la señora chupe primero unas dos o tres veces la bombilla y que en seguida se la sirva sin limpiarla al convidado.

Mujeres españolas tomando mate en Indias Occidentales, en imagen publicada en la obra "Relation du voyage de la mer du sud aux côtes du Chily et du Perou", de A. Frezier, 1713.

Tertulia y reunión de mate, publicada por P. Schmidtmeyer en su "Travels into Chile over the Andes in the years 1820 and 1821".

Caballero tomando té, en la serie "De Santiago a Mendoza", atribuida a A. Giast. Se observa que, sobre la mesa atrás y aunque él bebe té en taza, hay también un mate con bombilla servido. Fuente imagen: "Catálogo perspectivas viajeras", del Archivo Central Andrés Bello.

Frascos con infusiones populares varias. La grande del centro es de yerba-mate.

Así estaban las cosas cuando aparece uno de los más grandes e impopulares impuestos en Chile recaídos sobre la yerba y el azúcar, en 1767 y casi al mismo tiempo en que partían los jesuitas: consistente en un peso por zurrón de mate, se estableció para financiar necesidades internas relacionadas con la mantención del tajamar del río Mapocho y la construcción del Puente de Cal y Canto sobre el mismo. Molestos con esta carga que convertía al producto casi en un lujo otra vez, hacia 1779 los santiaguinos decidieron combatirla cuando ya estaba siendo terminado el puente, y contrataron para tales efectos al abogado Miguel de la Huerta, esperando dejar sin efecto la exigencia de contribución. 

El mate ya era por entonces otra de las mercancías de mayor necesidad en los hogares, como señala Eugenio Pereira Salas en sus “Apuntes para la historia de la cocina chilena”. Por esta misma razón, don Benjamín Vicuña Mackenna sentenciaba en su libro sobre la historia de la capital: “Los santiaguinos consentían en ahogarse con tal de tomar mate a poco precio”. Se bebía al menos un par de veces al día en cada hogar, y era consumido incluso entre los niños, curiosamente.

Tras años de pleitos, una disposición de Carlos IV revocó el impuesto a a la yerba mate el 7 de diciembre de 1790. Sin embargo, por la tardanza de las comunicaciones y los desplazamientos en la época, la noticia con la derogación llegó a Santiago recién el 12 de abril de 1791, cuando el dinero reunido por tal concepto ya era suficiente para que el gobernador Ambrosio O’Higgins pudiera financiar con ellos los trabajos de construcción de los últimos tajamares coloniales del Mapocho, encargándolos al arquitecto italiano Joaquín Toesca, el mismo del Palacio de la Moneda.

Durante todo el largo tiempo en que estuvieron vigentes aquellas y otras cargas impositivas, sin duda el hábito de consumir mate pudo haber perdido terreno en las clases populares, al verse convertida en una cuasi ostentación, o al menos eso es lo que se cree. Pero esto no basta para explicarse por completo el cambio de infusión en los hogares capitalinos y también muchos de los porteños. De hecho, Haigh lo confirma como un hábito aún bien instalado en las costumbres de los santiaguinos durante su viaje al país en pleno período de la Independencia:

Su manera de vivir dista mucho del lujo; sus platos corrientes son sopas y ollas. El pan es excelente en Santiago, pues el trigo chileno es considerado uno de los mejores.

En la mañana se toma mate y chocolate; como a eso de las dos se almuerza y en seguida se duerme una siesta hasta las cuatro.

En la tarde toman mate y después se sirve la comida.

Posteriormente, en otra parte de sus memorias de viajero, Haigh indica la forma en que seguía dándose una reunión de mate en un hogar, siguiendo el protocolo que también confirman otros cronistas del período:

La dueña de casa hace el mate, después de chuparse la mitad, y ofrece el resto; debe sorber inmediatamente la bombilla caliente, o tubo (aunque haya pasado en ese rato por los labios de todos los asistentes), si no quiere ser mal mirado o insultado.

En mi precipitación para manifestar mi complacencia por sus costumbres, me quemé la boca más de una vez, con gran diversión de los circunstantes.

Lo concreto es que el consumo de la yerba mate permaneció como rito estable entre las familias chilenas durante los años de Independencia y la organización republicana. Por esto, la británica María Graham dirá en su famoso diario que, en las residencias de la aristocracia de la Patria Nueva, podía ser encontrado habitualmente. Cuenta algo al respecto y deja otro registro sobre lo antigua que era ya la costumbre de algunos por endulzarlo, además de compartir con escasos escrúpulos una misma bombilla:

Al lado observo un jarrón con flores muy hermosas dos utensilios de plata de formas muy bonitas, que tomo al principio por accesorios religiosos, después por tinteros y que finalmente descubro que uno es el cenicero en que las jóvenes queman pastillas olorosas para perfumar sus pañuelos y sus mantos y el otro es la taza que sirve para contener la infusión de yerba del Paraguay, que llaman mate comúnmente, y que todo el mundo bebe o más bien chupa aquí. La yerba tiene el aspecto de hojas secas de sen; se pone una corta cantidad en la tacita, con un poco de azúcar, y a veces con una cascarita de limón, se le echa el agua hirviendo, y al instante se chupa por medio de un tubo de unas seis pulgadas de largo. Este es el gran lujo de los chilenos, tanto hombres como mujeres. Lo primero en la mañana, es un mate; lo primero, después de la siesta de la tarde, es también un mate. Todavía no lo he probado, y me halaga muy poco la idea de usar el mismo tubo de que se ha servido una docena de personas.

Insistiendo en aquel mismo punto sobre la higiene en el uso compartido del mate, algo que parece incomodar a los viajeros muy particularmente (incluso en nuestros días), María escribe después en la misma obra:

Fui a hacerle una visita a la esposa de mi arrendador, que me tenía muy convidada a ir a tomar mate con ella; pero, hasta hoy me lo impedía el temor de tener que usar la bombilla, o tubo que sirve para chupar el mate y que pasa por boca de toda la concurrencia. Me resolví, sin embargo, a desechar esta preocupación y así dispuesta me dirigí esa tarde a su casa.

(…) Pasáronsele a la que iba a preparar el mate los útiles necesarios, y ella después de cebar la taza con los ingredientes acostumbrados, vertió sobre ellos el agua hirviendo, se llevó la bombilla a los labios y después de chupar el mate me lo pasó a mí; pasó largo rato antes de que pudiese atreverme a probar el hirviente brebaje, que si bien más áspero que el té, es muy agradable. En cuando concluí mi taza, rellenáronla al instante y se la pasaron a otra persona, y de esta manera siguió hasta que todos se hubieron servido: dos tazas con sus bombillas circularon entre toda la concurrencia. Poco después del mate, se nos sirvieron bizcochos azucarados, y por último un trago de agua fresca, con lo cual concluyó la visita.

Cabe hacer notar que el círculo íntimo que se arma alrededor del mate y que describe la escritora, aún puede observarse en comunidades rurales, clanes indígenas, grupos de amigos o campesinos e incluso en los ambientes carcelarios. Por esto no extraña que compartir la bombilla aún sea algo aceptable, muchas veces. Antaño, además, existía la acusación de que el rito del mate servía para chismear y “pelar” (hablar negativamente de alguien, a sus espaldas) entre las abuelitas, vecinas cahuineras o viejas solteronas, aludiendo al mismo clima de intimidad y complicidades que se articulan en torno al calabacín o porongo con la bebida caliente.

Piezas de cerámica perfumada de las monjas claras, siglo XIX: un mate, una teterita y una ollita. Imagen de 1960, publicada en Memoria Chilena.

Trabajadoras del campo en la Zona Central, fabricando mates de calabacines. Imagen publicada en el diario "La Nación" del 19 de marzo de 1942.

Mate de plata, en el Museo de Artes Decorativas. Aunque algunos de los modelos más finos también eran confeccionados con calabacines, siempre resultaban más artísticos y ornamentales que los mates populares, siendo ocupados por la aristocracia del pasado.

Modelo popular de mate hecho con calabacín y bombilla metálica, aún abundante en la artesanía popular y tradicional chilena. Básicamente, ha sido el mismo modelo usado siempre por el pueblo. Y aunque corresponde a una pieza más simple que las aristocráticas, igualmente ofrecen algunos detalles ornamentales con pretensiones de elegancia.

Sin embargo, algo estaba cambiando ya con respecto al acceso del bajo pueblo al producto, retrocediendo varios peldaños de desarrollo que había alcanzado el comercio. Hacia 1820-1821, entonces, Peter Schmidtmeyer, quien confunde la planta de coca con la yerba mate en su "Viaje a Chile a través de Los Andes", aporta sin embargo información bastante aclaratoria sobre el tema de la transición hacia el gusto por el té en el uso popular chileno:

La yerba coca o coa, cuya infusión se bebe mucho en gran parte de la América del Sur que se le suele llamar té, se cultiva en el Paraguay. Algunas variedades espurias o inferiores se producen en Brasil y en otros lugares; pero se dice que la hierba real o mejor solo se cultiva cerca de Villarrica, siendo contigua a la montañas de Maracayú, parte oriental de la provincia, en bosques bajos de difícil y peligroso acceso. El árbol que da la hoja es una especie de encina, de un tamaño y apariencia algo similar a un naranjo o un pequeño peral. Considerables cantidades de estas hojas, recién secadas y toscamente pulverizadas, se consumen, o más bien se consumían en Buenos Aires y en las provincias vecinas: en Chile, Perú y otras partes; pero las dificultades para conseguirlas y exportarlas, incluso en el mismo Paraguay, son tan grandes que la hierba se vende ahora a unos siete chelines la libra en Chile; y como no se puede producir una infusión sabrosa sin usar mucho más de lo que se requiere para hacer un buen té de China, las clases más pobres casi se ven privadas de un disfrute que, particularmente entre las mujeres, se extiende también al placer social. Beber un mate o una matecita, que deriva su nombre de la vasija de donde se saca la infusión llamándose así cuando está llena, forma una especie de merienda y tertulia, cuando termina la siesta de la tarde (...). Después del uso del té, el sabor de esta yerba del Paraguay es al principio un poco insípido, pero pronto mejora con el hábito de tomarlo, y al fin se vuelve agradable. No tiende en lo más mínimo a alterar los nervios. Una pequeña cantidad de té de China mezclado con él nos pareció una mejoría; y durante las excursiones en Chile, cuando el aire cortante de ese país por la noche hace que levantarse muy temprano sea un esfuerzo escalofriante, una taza tibia de esta infusión resultaba particularmente agradable: más lo era si se le añadía algo de leche de vaca o de cabra, un lujo rara vez conseguido. Una vez tuvo lugar una importación considerable de hierba de coca desde el río Plata a Inglaterra, ante lo cual los comerciantes de té se alarmaron y los que habían comenzado a beber de la primera se asustaron y abandonaron su uso, al enterarse de que era insalubre. El té de China es ahora consumido por las clases trabajadoras en Inglaterra, en mayor abundancia que antes: en muchos hogares se bebe tres veces al día y ha reemplazado el uso de cerveza o agua pura en la comida del mediodía.

Si la situación descrita ya era poco favorable para facilitar el consumo de mate en Chile, esta empeoró poco después, cuando el dictador paraguayo José Gaspar Rodríguez de Francia decretó que las exportaciones del producto se podían hacer solo por el puerto de Itapúa, en 1826. Dice el investigador y escritor uruguayo Javier Ricca en "El Mate", que Brasil y Argentina solo eran capaces abastecer una parte de la región, por lo que fue la duplicación del precio de la yerba en el mercado chileno lo que llevó al gobierno a poner trabas a las importaciones.

A pesar de lo anterior, el sabio francés Claudio Gay testimonió después su presencia en el país y, años más tarde, aparecen incluso algunas tentativas de impuestos a la yerba importada desde Brasil, que seguía siendo de inferior calidad comparada con la paraguaya. Además, la artesanía tradicional del período continuaba fabricando tiestos y pocillos para la infusión de la yerba mate, como los calabacines, bombillas decoradas y tazas cerámicas espacies que aún se fabrican en varias zonas del país, mientras que la aristocracia prefería las finas y artísticas piezas de platería. Una veintena de ejemplares de estos últimos hermosos mates antiguos pueden observarse en el Museo de las Artes Decorativas de Recoleta.

Por lo anterior, parte importante de las maravillosas cerámicas perfumadas que elaboraban las monjas claras en sus claustros de Santiago, ubicados en donde hoy está ahora la Biblioteca Nacional, incluía varios modelos de mates que solían ser vendidos en el mismo convento y en las ferias navideñas de la Alameda de las Delicias. A estas hermosas piezas se refería Diego Portales en una carta de 1835 dirigida desde la hacienda de su provisorio retiro a su amigo Antonio Garfias:

Por Dios le pido que me mande dos matecitos dorados de las monjas, de aquellos olorocitos: con el campo y la soledad me he entregado al vicio, y no hay modo que al tiempo de tomar mate, no me acuerde del gusto con que lo tomo en dichos matecitos. Encargue que vengan bien olorosos, para que les dure el olor bastante tiempo, y mientras les dure este, les dura también el buen gusto; junto con los matecitos, mándeme media docena de bombillas de caña, que sean muy buenas y bonitas.

Sin embargo, si bien la costumbre del mate hogareño se mantuvo en Santiago durante todo ese primer siglo independiente de Chile, de alguna forma iba a ser el té la bebida que se ganaría las mesas hasta destronar a la yerba que, a pesar de todo, no aceptó irse ni ceder un paso en otros territorios del país. Se supone, así, que la popularidad del té en la sociedad chilena pudo deberse a la acomodación de los hábitos de consumo ante esta infusión por sobre el ya oneroso mate, además de la preferencia que ya se marcaba en la europeizada clase aristocrática nacional… Sabia elección, en caso de ser real la historia, pero también tiene sus claroscuros.

Alguna influencia especial debe subyacer en el cambio de hábito en la Zona Central del país, es de sospechar: una de las más probables es la de los ingleses, con su hora del té en Valparaíso, Santiago y después en territorio nortino. Debe haber facilitado las cosas el arribo de ciudadanos británicos tras la Independencia, entonces. Súmense a ello las operaciones de la Compañía Británica de las Indias Orientales en Valparaíso, multimillonaria firma que mantuvo el monopolio comercial con la India y cuyo té desplazaría incluso al de origen chino. Además, el té siempre fue de preparación más sencilla y rápida.

Por otro lado, la descripción que vimos hecha por María Graham hace pensar que la competencia del mate pudo haber sido perdida más bien con el café que con el té en la sociedad moderna, al menos en el horario matinal. De alguna manera y también como había sucedido antes con el mate, el consumo chileno del té se combinó con la tradición española de la merienda: comida liviana entre desayuno y almuerzo, o bien como reemplazando al propio desayuno un poco más tarde de la hora acostumbrada. La escritora también había notado algo particular con respecto a este punto:

En Chile acostumbran tomar alto tarde el desayuno, que consiste a veces en caldo, o carne y vino, pero todos toman mate o chocolate junto a la cama. Doña Ana María, sabiendo cuán diferentes son las costumbres inglesas, envió a mi aposento té, pan y mantequilla, para De Roos y yo.

No habiendo confirmación de té en las mañanas criollas por aquellos años, en consecuencia, sí puede ser que el producto haya tenido tanto las preferencias populares como las aristocráticas a causa de una supuesta ventaja comercial frente al encarecido mate. Sin embargo, el té había sido por largo tiempo un producto de lujo, más caro de lo que pudo ser la yerba mate. Es lo que señala, por ejemplo, Rodrigo Lara Serrano en “La Patria insospechada” y a propósito de la misma cita que hemos hecho de la escritora inglesa: "El té era en esos días una irrazonable excentricidad de gente rica, frente a la oferta del mate y el chocolate, mucho más baratos y abundantes".

Pero Jeffs Munizaga agrega que hubo después grandes campañas publicitarias en la prensa y el comercio fomentando la importación del té y otros productos bien recibidos en las clases altas, al mismo tiempo que se percibían como una amenaza a aquel mismo mercado los primeros intentos paraguayos por introducir partidas de yerba mate en Londres, París y Berlín a partir de 1864, durante el gobierno de Francisco Solano López. Esta yerba era llevada a Europa, además, con la desventaja de no contar con publicidad, campañas, promociones ni estrategias comerciales.

Así llegó el momento en que el té, definitivamente, era un producto más fácil de adquirir que la yerba mate. Se sabe que incluso hubo intentos por suplir la falta del mismo en Chile reemplazándolo con las hojas del arbusto llamado huillipatagua o "yerba-mate indígena" que crecía en Quillota, Colchagua, Talca y Concepción, ya que tenía un sabor y olor parecidos. Este proyecto fue presentado hacia 1865, avalado por la Sociedad de Farmacia y por el futuro intendente Vicuña Mackenna, pero no prosperó en el gusto de la población.

Finalmente, la preferencia de la sociedad santiaguina por el té hasta hacerlo costumbre propia, especialmente en la hora de once, también tuvo algo de elección entre los propios gustos populares, por influencias culturales como era la mencionada vertiente británica en el país. Esto, por supuesto, sin negar los problemas de acceso al producto que observaron y describieron autores como Schmidtmeyer, quizá el hecho detonante del súbito y drástico cambio en el consumo que, a pesar de todo, nunca llegó a ser total, permaneciendo el mate -de un modo u otro- en la sociedad central.

De esa forma, el tiempo rezagó a la yerba mate ante su competencia en los anaqueles y despensas de Santiago, pero nunca dejó de ser consumido en aquellos ambientes tradicionales como el campo, casas de abuelas y en el territorio sureño, patagónico o magallánico. De hecho, Chile sigue siendo uno de los principales importadores de yerba argentina, actual gran proveedora del producto, con un positivo redescubrimiento y regreso en la popularidad del mercado santiaguino durante las últimas décadas. O, más bien, con una plausible reconciliación entre el mate y los santiaguinos, después de aquellos desencuentros.

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