Bomberos desfilando frente al local de "El Negro Bueno" en 1956, por calle Vicuña Mackenna. La calle lateral corresponde a la actual Lía Aguirre.
El sábado 14 y domingo 15 de enero de 2012, se realizó en el llamado "Centro Cultural" del restaurante y quinta de recreo El Negro Bueno, en la comuna de La Florida, una presentación teatral inspirada en la historia del popular boliche y con una característica adicional de denuncia: era inminente desalojo del establecimiento, por demandas urbanísticas y de transporte público que habían sido priorizadas por las autoridades. El viejo refugio de muros amarillos, con dos pisos y lleno de antiguas fotografías resumiendo toda la historia de la comuna floridana, estaba en evidente peligro de desaparecer.
La historia de El Negro Bueno comenzó con otro nombre, en 1932, cuando los hermanos Gino y Luis Verdugo fundaron un restaurante con algo de cantina que pasaría después a manos de don Luis Brito, y más tarde a Eulogio Bravo. Este lo puso en venta hacia 1953, siendo adquirido al tiempo por el comerciante Miguel Carrasco, quien fue propietario también de una bodega de licores y vinos. Casado con Fredesvinda del Carmen Alfaro, o doña Minda para los amigos, el Guatón Carrasco acababa de trasladarse hasta una tranquila parcela de aquella comuna, cuando casi todo allí aún era campo, convirtiéndose en uno de los personajes más populares y recordados de La Florida.
El 15 de marzo de 1956, la pareja reinaugura como su negocio familiar y quinta al restaurante, en el mismo lugar de avenida Vicuña Mackenna 1799 con Lía Aguirre, en el cruce de Américo Vespucio. Esto era bastante cerca de la Parroquia de San Vicente de Paul y al lado de la desaparecida plaza-rotonda del paradero 14.
Como don Miguel era moreno y se le reconocía generoso y desprendido, el boliche adoptó como nombre su propio apodo: Quinta de Recreo El Negro Bueno, asumiendo características de cantina popular y picada notoriamente influida aún por el ambiente casi campesino y rural que permanecía vivo por entonces en gran parte de los contornos santiaguinos y que determinó el rasgo de muchos de otros restaurantes históricos que hubo en esta comuna en particular, como El Rojas Magallanes, El Estribo o la Quinta de Recreo El Quetal, conocida también como la Fonda del Licho, vecina al sector de La Loma.
El establecimiento del Negro recordaba algo sobre su historia en esa ciudad dormitorio de Santiago, suburbio que fue siendo absorbido rápidamente con la implementación del ferrocarril, cuya estación quedaba muy cerca aportando clientela, y luego las grandes avenidas. Decía su sitio web corporativo: “Eran los tiempos en los que el retén tenía cinco funcionarios, dos a caballos y dos a pie, más un supervisor y los únicos medios de transportes eran un bus, que pasaba un par de veces al día, y el trencito de la Papelera que iba a San José de Maipo”.
Muchos de los clientes que pasaban hasta la quinta eran viajeros que iban hacia Puente Alto, Pirque, el Cajón del Maipo o las estancias y haciendas que había por el interior del territorio floridano. No era tan raro ver caballos amarrados afuera de la cantina, en aquellos años, reemplazados después por bicicletas.
Imágenes familiares entre las fotografías del local. Recuerdos del Negro Bueno.
Más imágenes familiares dentro de la cantina (con el famoso Negro Miguel, al centro).
Ilustración del local, como lucía en sus años recién inaugurado. Imagen que era exhibida dentro del propio restaurante y quinta de recreo.
Local de El Negro Bueno, poco antes de la remodelación casi total de aquella esquina.
Sala principal de El Negro Bueno, hacia el año 2010.
Su mejor época del establecimiento iba a comenzar entre fines de los cincuenta e inicios de los sesenta. La oferta de su cocinería era por entonces, principalmente, de platillos criollos y sándwiches tradicionales, acompañados de chicha, pipeño en garrafas, vino. La cerveza llegó después y, ya en sus últimas décadas, también los infalibles terremotos. Las cazuelas siempre fueron lo más célebre en este local, sin embargo, aunque por una módica suma también había quienes saludan con los tenedores sus arrollados, perniles con papas, tallarines con salsa, lomitos, guatitas con arroz, costillares, mechadas, empanadas y chuletas fritas.
La larga historia del restaurante y la de toda su comuna estaba retratada en las mencionadas imágenes de época colgadas adentro, especialmente en el “Centro Cultural” del segundo piso, salón al que se accedía por una estrecha galería con escalera que desafiaba a los más mareados. Estos altos eran un centro de eventos: varias despedidas, bautizos, matrimonios, fiestas y graduaciones se festejaron en ese ático, además de encuentros de cueca, teatro y recitales.
Los dueños también lucían orgullosos los recortes de diarios en donde habían sido mencionados varias veces ya, enmarcados en muros y repisas de botellas, atrás y arriba del mostrador. Su caja registradora era otra pieza de museo, no muy distinta de reliquias del mismo estilo que se conservan en famosos boliches de Mapocho como La Piojera y El Touring. Afuera, los vidrios llevaban indicaciones escritas sobre la oferta del día.
Al carecer de
estacionamientos, muchos clientes de El Negro Bueno optaban por ir en bicicletas siguiendo la vieja usanza, en otro notable
desafío a la ebriedad. Por esta razón, junto a la entrada había unas rejas de jardín
que usan como destartalado dispositivo para estacionarlas y encadenarlas con
tranquilidad mientras se celebraba. Había quienes ni siquiera tomaban esta precaución.
Siempre fueron hombres de pueblo y trabajo los que, en su mayoría, llegaban hasta el local: algunos vecinos de las populares villas del entorno y otros del propio ambiente medianamente bravo que aún sobrevive en algunos rincones del paradero 14 y adyacentes. Entre naipes, dados y dominós, las mejillas rojas y los tambaleos abundaban, pero las reglas de la señora Minda eran claras: tal como hacía el Negro, nunca le gustaron los curados “jugosos” y los sacaban discretamente del recinto cuando se ponían pesados, así que intentaba hacer imperar un ambiente más bien calmo dentro de la quinta de recreo
Comparando fotografías antiguas con el aspecto que ofrecía después aquel inmueble, se advierte que había perdido un poco la forma redondeada que contorneó a la aguda punta de la cuadra, además de aparecer locales menores en sus bajos, como una botillería también llamada también El Negro Bueno y un expendio de comida rápida, sándwiches y completos, ideal para “bajones” de hambre. Pero también había una prolongación y extensión del local sobre esta esquina, especialmente hacia el lado de Lía Aguirre, que no existía en sus inicios.
Siempre había actividad detrás de la barra...
Salón de eventos o "Centro Cultural", en el segundo piso.
Presentación de obra de teatro en famoso segundo piso de la quinta.
La querida y recordada doña Fredesvinda y su hija detrás de la barra, hacia el año 2012.
Así eran los "terremotos" en El Negro Bueno,
El Negro Bueno siguió siendo atendido por los Carrasco Alfaro por el resto de vida que le quedó a la quinta. Para las quincenas de marzo, además, comenzaron a realizar allí una gran fiesta popular y folclórica. Muchas visitas de ilustres, famosillos y aspirantes a tales, habían escogido mesas cojas allí en El Negro Bueno, no solo los que tenían residencia en aquellos barrios al sur del Gran Santiago.
El entorno del boliche
experimentó cambios dramáticos en nombre del progreso y el desarrollo desde los
años sesenta, para bien o para mal según el caso. Esto fue convirtiendo
al bar y restaurante en un enclave, o acaso en un oasis histórico, sobreviviendo
a los tiempos y a las mutaciones cada vez más agresivas de este lado de la
ciudad. Sería esto mismo lo que iba a decidir sobre sus posibilidades de permanencia en la historia de la ciudad, lamentablemente.
Por desgracia, don Miguel abandonaría este mundo de manera súbita, hacia mediados de los años ochenta, producto de un paro cardíaco. La tragedia que dolió hasta lo profundo de sus leales comensales, pasando el local desde entonces a la administración de doña Minda. La atenta dama ya era, a la sazón, otro de los vecinos más queridos de toda la comunidad floridana. Sus hijas ayudaban en estas labores, dirigiendo a los demás empleados que entraban y salían por la cocina y detrás de la barra.
Eran tiempos de progreso y vértigo, por lo que el descrito
remolino de cambios y desarrollos urbanos nunca se detuvo. Sin embargo, la caja
de Pandora quedó abierta ya en nuestra época, cuando se priorizó la necesidad de
reducir las incomodidades que el deficiente sistema de transporte colectivo
Transantiago provocó la necesidad de abrir corredores de buses y modificar
las vías que ya existían. Era la simiente del proyecto de corredores que hoy existe en ese sector de Vicuña Mackenna y cuyos resultados tampoco han estado exentos de críticas.
Por aquella razón, lo dueños de El Negro Bueno comenzaron
a ser advertidos de una inminente expropiación y demolición del local, para
ensanchar las calles y seguir adaptando la ciudad a un problema, en lugar de
darle solución. Hubo varias propuestas y negociaciones tratando de salvar el
lugar; se pensó incluso en trasladarlo completamente hasta la vecina casa
familiar, atrás de la quinta, mientras la noticia causaba escozor entre los
adictos y amantes de la cantina. Fue entonces, además, cuando el músico Víctor Cáceres escribió una canción
en ritmo de foxtrot dedicada al boliche, presentando una adaptación
teatral-musical a cargo de Raúl Oyarce Quezada y un elenco de adultos mayores y
actores del taller de la Caja de Compensación La Araucana Tiempo Pleno. La obra
fue presentada allí en varias ocasiones, entre noviembre de 2011 y enero de
2012, a cargo del Colectivo Teatral Dulce Ocio. Poco después, fue pintado un gran mural histórico y patrimonial en toda la fachada del establecimiento, para darle un valor agregado que resaltara su importancia cultural.
Agotados todos los recursos posibles para poder detener la decisión de pasar por la picota a El Negro Bueno e interviniendo ya algunas autoridades esperanzadas en que no desapareciera, se logró el acuerdo de no eliminar por completo el local, pero sí se perdería gran parte de su vértice y del "Centro Cultural" del segundo piso, inutilizándolo como salón de eventos.
Así, con su espacio reducido, con sus órdenes interiores redistribuidos a la fuerza, fue remodelado por completo y se abrigó la esperanza de su pronto regreso…
Pero toda aquella angustia había sido agobiante para doña Minda, en la espera. Su salud se deterioró mucho e incluso comenzó a tener problemas para recordar palabras, mientras conversaba con sus clientes, claramente afectada por la amenaza y la incertidumbre. Falleció el 11 de octubre de 2014, a los 85 años, dejando destruidos los ánimos de la familia por continuar el negocio que, así, acabó su larga historia en La Florida víctima de las malas decisiones en la planificación pública y de los padecimientos cada vez peores que afectan al urbanismo nacional.
El Negro Bueno nunca llegó a reabrir sus puertas, entonces, pasando a la larga nómina de pérdidas patrimoniales de La Florida que, en ese mismo período, incluyeron la histórica Casona Alemana Rojas Magallanes, la mencionada fonda de El Quetal, el Monumento de la Cruz de lo Cañas (golpeada por el terremoto de 2010), las viejas alamedas de calle Enrique Olivares (para “despejar” el Estadio Bicentenario) y casi también al bosque El Panul.
Del mismo modo, el Negro Bueno era quizá la última quinta histórica que quedaba en La Florida después del cierre y desaparición de otros boliches tradicionales como su vecino el cabaret Garota's de Vicuña Mackenna, cuyo grueso dueño solía llegar en un elegante Chevrolet Montecarlo; o el cercano bar La Chinita, ubicado justo enfrente, en un espacio ya desaparecido; lo propio con El Sorpazo o el mismo Quetal, entre tantos más. Por esto, su partida puso un grueso y muy visible punto final a la historia de una generación perdida de picadas que habían sido características en la cada vez menos reconocible comuna floridana, y así su renovado y modernizado local quedó esperando un retorno que no llegó a ser tal. ♣
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