Rosa Araneda viva y muerta, en grabados populares de finales del siglo XIX. Fuente "Aunque no soy literaria: Rosa Araneda en la poesía popular del siglo XIX" de Micaela Navarrete A., en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
Desde los prejuicios y modelos sociales de la actualidad, se podría creer que la intelectualidad nacional del siglo XIX, incluida la popular, permaneció distante de todos los centros recreativos antes concentrados en barrios de la calle de Las Ramadas, en el Campo de Marte de La Pampilla o en El Arenal de La Cañadilla. La intuición engañosa sugiere que quienes lograban plasmar sus obras en publicaciones, hubiesen preferido vivir apartados de esos nidos de borrachines con almas sin miedo a los excesos y, con frecuencia, diestras en el uso del corvo o de la daga.
La verdad fue, sin embargo, que hubo notables puntos de contacto entre los dos mundos, principalmente en los últimos “salones” populares: con su seducción profunda llamaban a una activa intelectualidad plebeya, la que siempre permaneció vinculada a estas guaridas, o al menos mientras los mismos refugios pudieron existir en la ciudad y sobrevivir en el tiempo tanto como fue posible. De este modo, en el Chile situado entre las dos grandes guerras, la del Pacífico y la Civil, ya existe el antecedente de un intenso quehacer cultural ligado a la vida bohemia. Los “puetas” llegaban a declamar arengas o rendir loas hasta chinganas y fondas como las de la Población Ovalle, en Independencia, destacando la quinta de El Arenal como escenario, de la que hemos hablado ya en otro artículo.
Aquel fue el caso de la rimadora y versista popular Rosa Araneda Orella, mítica mujer joven y bella, cultora del folclore y del periodismo sarcástico, oriunda de los campos de San Vicente de Tagua Tagua. Durante el último tercio del siglo XIX hizo su vida por distintos rincones de los barrios nocherniegos y aventureros de Santiago, impregnándose del ambiente que reinaba en sectores como La Chimba, la calle San Pablo, la calle de Zañartu (hoy Aillavilú) y el Mercado Central. Eran las mismas cuadras por donde iba vendiendo sus trabajos de “versera”.
Rosa fue mencionada y valorada por estudiosos como Rodolfo Lenz y Juan Uribe-Echevarría, pero ha sido el trabajo de la investigadora Micaela Navarrete en nuestros tiempos, su principal biógrafa, el que rescatado más detalles de la historia del personaje, su hábitat y toda su época. Lo propio ha hecho Maximiliano Salinas sobre su circuito de fiesta y chingana, en obras como “Canto a lo divino y religión popular en Chile hacia 1900” y “¡Vamos remoliendo mi alma!”.
La paradoja del caso es que una mujer como Rosa Araneda, con grandes méritos según parece, se haya vuelto un personaje con interés para el rescate de memorias de la creación popular ya en nuestra época y después de un larguísimo olvido que, como era inevitable, dejó grandes vacíos para la reconstrucción más acabada de su semblanza personal y de su legado.
Hay muchas dudas e incluso controversias sobre la vida de Rosa. Se cree que la recitadora habría nacido hacia 1850, aproximadamente, ya que rondaba los cuarenta años cuando tuvo lugar la Guerra Civil de 1891. Al igual que muchos vates populares de su generación, dedicó encendidos versos a los héroes patrios y sus epopeyas. También los dedicó a lo divino, con varias canciones devotas dedicadas al Niño Dios, a la Virgen de Andacollo y a otras inspiraciones profundamente relacionadas con el folclore religioso popular y rural. Esto último revela un poco de sus convicciones más íntimas, por supuesto. Del mismo modo, gran parte de los contenidos de su obra evocaban a localidades o a temas campesinos por lo que es de suponer que, en algún período de su vida, estuvo muy familiarizada con ellos.
Se sabe que Rosa pudo haber sido madre de un hijo y que estuvo casada con el poeta Pancho Pino. Fue simpatizante o militante del Partido Demócrata desde que fue creado, en 1887, conglomerado que promovía una suerte de laborismo pro-socialista con ideas liberales, parecido al radicalismo, y había nacido para defender intereses de trabajadores independientes, obreros, comerciantes y artesanos. De hecho, muchos otros versistas y artistas folclóricos se sintieron hechizados por aquel grupo político y sus discursos, ubicado entre los antecedentes inmediatos de lo que será la izquierda chilena del siglo XX. Araneda hasta le dedicó los “Versos del Partido Democrático”, algo advertido también por la investigadora Navarrete. Los partidarios de esta colectividad realizaron protestas callejeras al año siguiente de su fundación, pero solo consiguieron entrar al Congreso Nacional unos cinco años después, con el diputado Ángel Guarello por Valparaíso.
Ilustración de una cantina en la “Lira Popular”. Tomada de “La Lira Popular. Poesía popular impresa del siglo XIX” (Colección de Alamiro de Ávila), Editorial Universitaria / Dibam, 1999.
Detalle de imagen publicada en "La Lira Popular. Poesía popular impresa del siglo XIX", Colección Alamiro de Ávila, selección y prólogo de Micaela Navarrete.
Portada de "El cantor de los cantores" con poesías de Rosa Araneda, publicado por la Imprenta Cervantes.
Como muchos otros colegas “puetas”, Rosa era buena recogiendo el guante en los desafíos o ataques, respondiendo siempre a través de versos en los frecuentes duelos con los vates del pueblo. Estos enfrentamientos, muy temperamentales pero artísticos, también eran corrientes en cantinas y fondas de los barrios obreros de Santiago. Sin embargo, no existe un sitio exacto a considerar como su residencia, pues Navarrete encontró varias direcciones: Andes 11-A, San Pablo 132-A, calle Sama 16-G y 73-A (actual General Mackenna), y la calle Zañartu números 23, 18 y 9 (ahora Aillavilú). Sí se puede dar por hecho, cuanto menos, que los viejos vecindarios de trabajadores y ferias en las orillas del Mapocho fueron los suyos.
En otro aspecto, a través de versos producidos por la propia autora y que figuran en la obra titulada “El canto de los cantores”, Rosa definía de la siguiente manera la orientación de su oficio hacia la última década del siglo XIX:
A lectoras y lectores,
les advierto con placer,
que vuelve aquí a aparecer
el cantor de los cantores
El cantor de los cantores,
al pulsar el instrumento
Les da la paz y el contento
del gozo de los amores
El cantor de los cantores
al escribir sus estrofas
no hace de nadie mofa,
ni aun critica los errores.
El cantor de los cantores,
con su ciencia, aunque no buena,
le quita al triste la pena
y ratos de sinsabores
El cantor de los cantores,
con sus voces de dulzuras,
cantará las aventuras
y los lances de amadores.
El cantor de los cantores,
con arrogancia y esfuerzos,
sale elogiando versos
a poetas y rimadores.
Rosa también fue siempre una vibrante patriota, pues no reservó lisonjas para rendirlas a la figura del capitán Arturo Prat y a la gesta del 21 de mayo de 1879 en Iquique. Entre varios poemas que dedicó al héroe y a su épica naval e histórica, se pueden encontrar los siguientes versos:
¡Viva Prat, el muy
valiente!
Aquel heroico campeón,
rindió la vida peleando
por defender la Nación.
¡Viva el Veintiuno de Mayo!
A la Esmeralda en Iquique,
el Huáscar la plantó a pique
en aquel primer ensayo.
Embistieron como el rayo,
aunque no eran competente
crióse por todo el oriente
son de renombre en la historia,
y yo digo de memoria;
¡viva Prat, el muy valiente!
Se sabe que la “pueta” también trabajó en algunos periódicos satíricos como la famosa “Lira Popular”, desde donde tomará posiciones ante la aciaga Guerra Civil de 1891. De hecho, todo indica que Rosa debe haber estado entre los escritores más importantes de ese célebre medio, que se vendía como impresos sueltos que llegaron a ser de masiva circulación en Santiago y regiones. Ella participó en la mejor época que experimentó el mismo, además: durante la última década del siglo XIX, cuando la “Lira Popular” era parte de la llamada literatura de cordel (por la forma en que se ofrecían estos impresos al público), figurando también entre los antecedentes del cómic, la crónica satírica y la caricatura política en Chile.
Rosa destacó como una de las poquísimas mujeres involucradas en aquel oficio, en el que estaban principalmente varones como El Pequén Rafael Allende, Juan Bautista Peralta, Daniel Meneses, Nicasio García, Juan Ramón González, Justo Pastor Robles o Bernardino Guajardo, entre otros.
Desde la tribuna que le permitía la “Lira Popular”, Rosa asume una mirada complaciente y simpatizante con la caída del presidente José Manuel Balmaceda, como muchos lo hicieron entonces al calor de los ánimos imperantes e inconscientes de que después virarían en seco con el arrepentimiento. Ya lo había criticado bastante siendo gobierno, por lo demás. Empero, en menos de un año y viendo el curso que había tomado la flamante República Parlamentaria, se volverá una radical crítica y opositora del gobierno revolucionario, intentando retroceder sobre lo que habían sido sus propios pasos anteriores en el verso popular:
Al fin los opositores
nos están matando a pausa
porque sin hallarnos causa
nos urgen estos señores.
Tratan estos invasores
al pueblo con gran rigor
cuál de ellos es más opresor
digo escribiendo y pensando
hoy cómo se están portando
Balmaceda era mejor.
Con el tiempo, Rosa no solo era ya una declarada adversaria de Jorge Montt, sino una fervorosa defensora y reivindicadora del recuerdo balmacedista, además de incorporar en su discurso ciertos tenores antioligárquicos, anticonservadores y anticlericales. Por entonces, escribía también para “El Ají”, folleto en donde colaboraban “puetas”, periodistas satíricos y cantores a lo humano y lo divino.
La entrada de la Cañadilla o avenida Independencia, vista hacia 1880-1890. A la derecha, el templo del Monasterio del Carmen de San Rafael (congregación dueña de los terrenos de El Arenal), hoy Monumento Histórico Nacional. A la izquierda, línea de residencias bajas y manzanas en los últimos años de existencia de la Población Ovalle.
Mercado Central de Santiago hacia 1880-1900, esquina de Mapocho con Puente, en postal de época. Se observan sus antiguas cúpulas y el frente que tenía el edificio en su cara norte.
Ribera norte del Mapocho período 1900-1910, a la altura de la Plaza de los Artesanos (hoy Tirso de Molina) y del Puente de los Obeliscos o De la Paz en su primera versión metálica. Postal fotográfica de la casa Conrads.
En tanto, además de constituir un estudio ideal para componer o recitar sus rimas y venderlas en las puertas del comercio, los barrios de ambas orillas riberanas parecen haber sido el jardín de amores en donde Rosa había formado pareja con su mencionado colega Daniel Meneses, de quien existen algunas teorías y suposiciones interesantes sobre el verdadero grado que hubo de tener como influencia, inspiración o acaso creativo en la obra conocida de ella. Sí puede deducirse que él fue su gran compañero de vida y con quien compartió espacio en sus últimas residencias en el sector. Los sentimientos románticos que inspiraba esta relación se reflejaron en algunos versos también recopilados por la infatigable Navarrete:
El mirarte es mi recreo,
te lo confieso en verdad,
que siento felicidad
cada ocasión que te veo.
Abrazarte es mi deseo
cuando estás bien elegante,
pero al hallarme distante
se aumenta mi desventura;
las glorias de tu hermosura
me han privado de que cante.
Las últimas obras publicadas en vida por la versista, como “Poesías populares” y “El cantor de los cantores”, salieron de la Imprenta Cervantes de calle Bandera, en 1893. Aún se observa en ellos la influencia religiosa, con algunas piezas del canto a lo divino.
Pero poco que quedaba de existencia ya la autora; a la “poeta cronista”, como se autodenominaba…
Rosa Araneda habría fallecido hacia el año 1894, según calculan los autores e investigadores de su trabajo. Su dolido y amado compañero escribió por entonces estos versos de despedida, aunque existe la tibia posibilidad de que hayan sido en su recuerdo y como un homenaje, no se sabe cuánto tiempo después de su muerte:
Al fin, el cuatro señor
de junio ella expiró
y su alma al cielo voló
con sacrificios mayores.
Fíjense bien mis lectores
en los versos que hago yo.
Ya la Rosita murió,
solo su nombre ha quedado
en muchas mentes grabado
por la fama que tomó.
Rosa, de ese modo, no alcanzó a sobrepasar el siglo al que pertenecía, ni a la época que se correspondían con sus rimas y sus elocuentes declamaciones, dejando particular testimonio de uno de los períodos más complicados de la historia nacional y también su propio mito, con todas las dudas e incertidumbres que persisten. En forma póstuma, además, la misma Imprenta Cervantes sacó a la luz más obras con su nombre, republicando “El cantor de los cantores” en 1895, como parte de una colección de poesías populares de aquella generación. La fecunda mujer quedaba solidificada, entonces, en los fundamentos del macizo plinto histórico de las diversiones populares chilenas, aunque con sus propias leyendas, dudas y nebulosas.
Lector, si quieres saber
La ciencia de la Rosita,
Dirás al dar la chauchita:
¡Buena cosa de mujer!
De alguna manera, su partida coincidió con el inicio de un nuevo momento para la existencia de la vida bohemia y las artes escénicas de Santiago, de las que su tiempo había sido el de gestación.
Cimentado un recuerdo sobre su legado y el de tantos otros artistas perdidos en la historia de la ciudad, entonces, ya venía aproximándose por los calendarios otra romántica bella época para las noches capitalinas, que dejarían atrás los años de apogeo para el oficio de los antiguos “puetas” intercambiando entre la lírica y la jarra de chicha, actividad que hoy tanto llama la atención de los investigadores encargados del valioso redescubrimiento. ♣
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