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LAS ÚLTIMAS CORRERÍAS DE UN VIEJO GENERAL POR LOS MERCADOS DE MAPOCHO

Un famoso retrato fotográfico del general Manuel Baquedano con su caballo Diamante. Fuente imagen: Memoria Chilena.

Como sucede en tantos casos de las biografías nacionales, el relato heroico del general Manuel Baquedano González ha eclipsado mucho a la historia del hombre que ostentaba al ilustre nombre, quedando en el olvido algunos aspectos más humanos de su aventurera vida, incluidos los de su sentido personal de diversión y recreación en populares territorios de Mapocho.

Tras el regreso de los vencedores de la Campaña de Lima en 1881, los asistentes del Mercado Central y sus rotos de los barrios de Mapocho y La Chimba contaron con tan ilustre personaje entre sus visitantes habituales en aquellos barrios; aquel héroe de la Guerra del Pacífico que vivió el retiro de su vertiginosa existencia, precisamente, entre mariscales, pescados fritos y puestos de hortalizas coloreando enormes canastas "cunas" y cajones de tablas.

El general Manuel Baquedano fue, para muchos, el símbolo de la convivencia civil con el mundo militar: un hombre de enorme rectitud personal, pero con aspectos bastante desconocidos sobre su vida, fuera de las críticas de sus adversarios, quienes le reprocharon siempre algunas de sus decisiones o políticas de guerra, como la de seguir esquemas casi románticos de enfrentamiento clásico tomando los riesgos de atacar “de frente”.

Hombre de tamaño discutido, de contextura gruesa y se dice que con un leve tartamudeo, su juramentado sentido castrense lo mantuvo alejado de fiestas y chinganas más ruidosas que quedaban por los barrios de los mercados, al menos las con menor refinamiento y crédito a la comodidad. Sin embargo, no estuvo fuera de ese ambiente general: algún extraño hilo íntimo le exigía mantenerse siempre cerca de esos ambientes de trabajadores, con los mismos personajes que había tenido bajo sus órdenes en el teatro de la guerra… Y qué mejor lugar para departir con ellos que en las mismas ferias y mercados en donde trabajaban.

No bien concluyeron los festejos de recepción con arcos triunfales para los veteranos en 1881, sin embargo, Baquedano había presentado su expediente de renuncia, decidido a poner fin a su actividad en los cuarteles. El Congreso Nacional le concedió el título de Generalísimo del Ejército en mérito a sus obras, de todos modos, ofreciéndole el cargo de Consejero de Estado. Se sintió tentado también a aceptar una propuesta de ser candidato presidencial pero, modesto de carácter y tras meditarlo (advirtiéndose también ajeno al conflicto entre las fuerzas vinculadas a Vicuña Mackenna y a Santa María, este último vencedor), decidió renunciar a la proclamación en junio de 1881, recordando que la suya era una condición de soldado, distinta a las cuestiones políticas y peleas de partidos.

Parece que algo había hecho “clic” en la mentalidad del general durante sus años en el mando de la guerra, antes de intentar retirarse a la tranquilidad del campo. A pesar de su popularidad y a diferencia de otros uniformados que no tuvieron problemas en relacionarse con las demandas de la política después de la guerra, como el almirante Juan José Latorre, Baquedano quedó atrás en el interés por la deliberación las luchas encarnizadas entre partidos.

Arco triunfal de los Obreros de Santiago, al paso de Baquedano y los veteranos en la Alameda de las Delicias, en 1881, levantado como tributo al Ejército y la Marina. Fuente imagen: Fotografía Patrimonial de Chile.

Postal fotográfica coloreada de Mapocho, de Adolfo Conrads, hacia el Centenario o poco después. Publicada en Biblioteca Nacional Digital.

Mercado Central de Santiago hacia 1880-1900, esquina de Mapocho con Puente, en postal de época. Se observan sus antiguas cúpulas y el frente que tenía el edificio en su cara norte.

Locales antiguos tipo bares y cantinas que se extendían al oriente del Mercado Central, por la primitiva calle Mapocho. Imagen publicada en la revista “Sucesos”.

Manuel Baquedano, ya más maduro, junto al ex intendente Benjamín Vicuña Mackenna y un niño. Imagen entre los archivos fotográficos del Museo Nacional Vicuña Mackenna.

Como había llegado a una relación profunda en los desiertos con los rotos, comenzó a visitar sus reinos muy temprano cada mañana, con una sagrada asistencia al Mercado Central, el centro de la actividad comercial del Santiago de aquellos años y que, a pesar de haber sido fundado con algunas pretensiones elitistas, no tardó en caer poseso del señalado ambiente popular.

Allí era recibido cada día por los trabajadores, varios de ellos posibles veteranos, según asegura el folclore oral. Haciendo pausa en su carácter quizá más bien adusto, aparecía como un verdadero monarca, cuando ataba su caballo en las puertas de las marisquerías y cocinerías del barrio. Hermelo Arabena describe tan pintoresca escena en un artículo del “Memorial del Ejército de Chile” (“Baquedano, exponente de la raza”, 1966):

Uno de sus paseos favoritos en Santiago era el de tomar desayuno, muy de mañana, en el Mercado Central, confundido con la turbamulta de artesanos, vendedores y comadritas, quienes se quedaban extasiados ante esa noble y popular figura, más bien alta que baja, de levita entre azul y negra, con amplios faldones y solapas vueltas, que ostentaba patriarcalmente en sus pantalones las características franjas verdes de los “Cazadores a Caballo” y tocaba sus sienes bondadosas con la gorra, orlada de los clásicos laureles del generalato.

Según Juan Stock, en un texto publicado en ese mismo medio del Estado Mayor General del Ejército (“General Manuel Baquedano”, 1977), la costumbre de Baquedano por visitar el mercado se remontaba a su época de previa residencia por diez años en Santiago, cuando aún estaba en servicio activo dentro del Ejército y antes de la guerra. Derivaba del haber conservado siempre “sus hábitos de campesino madrugador”, hallándose cómodo entre esta comunidad de personas “que se sentía orgullosa de la visita de quien mandaba tan lúcida y gallarda gente como la suya”.

Agregaba el autor que el general también “era un asiduo visitante del solitario Santa Lucía, en cuya vecindad tenía su hogar un civil amigo”, haciendo allí paseos casi diarios, en los que “ascendía precisamente hasta el quiosco o más propiamente hasta el cañón de las 12, que era una especie de súbdito suyo, en su calidad de Comandante General de Armas de la Plaza”. Además, Baquedano residió cerca del mismo cerro, así que aquellas andanzas eran en su propio barrio.

Arabena completa el cuadro folclórico en que se desenvolvía diariamente Baquedano, visitando todos aquellos refugios acompañado de su asistente y camarada de armas en los días de guerra, el sargento Ortega del Cazadores a Caballo, e insertándose en el medio sin perjuicios:

Hay todavía “veguinos” y vendedores de nuestro Mercado que recuerdan sus frecuentes andanzas en torno de las menestras, las guindas y las “buenasmozas”...

Vestía la infalible levita abotonada, sobre cuyas presillas de General en Jefe brillaban las tres estrellas refulgentes de la victoria.

Su fiel escudero, también uniformado, lo seguía solícito entre los mesones y las alegres pirámides de frutas, que semiocultaban, cual improvisadas cortinas, los sabrosos apartados en que hervían los jarros con chichas o con “canela” o el confortable caldo de cabeza.

Amo y asistente eran la obligada decoración de aquellos pasillos, afiebrados de actividad, sacudidos de ofertas y regateos, repletos de damas y chicos, que saludaban a los visitantes, llenos de afectuosa admiración, contemplando, con cierta malicia no exenta de acucioso interés, el bien provisto canastón de verdura y de carne conducido por el asistente, en el que picaban la curiosidad de algunos los ajíes y las criadillas, que medio asomaban entre los rollizos tomates.

¿Quién no sabía, por poco avisado que fuese, que el General acostumbraba festejarse de cuando en cuando, ya donde “misiá Meche” o en casa de alguna chiquilla de mazurca y mistela?

Sin asomo de dudas, vaya que este viejo “Cazador” sabía ¡cazar con maestría! Y en vísperas de cualquier aventura, para rendir la fortificación, enviaba -como a Salvo en Arica- a su cumplido parlamentario Ortega con su recadito muy corto y con un canasto muy largo…

¡Verdura y ternura de un soldado madrugador, que supo ganar en todas las líneas las peleas más formidables de la vida, menos aquella que nunca será posible vencer…!

Parte del barrio bohemio en Mapocho, hacia 1920: el Mercado Central, con su intenso comercio, y al fondo la Estación Mapocho con toda la actividad hotelera y recreativa derivada. Imagen publicada por sitio Fotografía Patrimonial.

Ilustración de las instalaciones del antiguo restaurante Galpón de la Vega, en un menú del mismo local publicado en "Sabor y saber de la cocina chilena”, de H. Eyzaguirre Lyon. Debió ser uno de los primeros centros recreativos de su tipo en aquellos barrios.

Gran Bodega de Chichas Finas de Quilicura, en lo que ahora es el sector de calle Antonia López de Bello (ex calle Andrés Bello, antigua calle del Cequión) enfrente de La Vega Central. Aquel espacio corresponde hoy a una gran local de venta de confites y golosinas. Publicado en revista "Zig-Zag" en el verano de 1911.

El retirado monumento del general Baquedano en la ex Plaza Italia, en dos imágenes: una hacia 1928 y otra en 2008, aproximadamente.

Puede que el héroe de guerra, de esa manera, haya creído que llegaba al pacífico fin de su gesta personal, acompañado en sus correrías por su antiguo y leal ordenanza, compartiendo así sus años finales con amigos trabajadores, pidiendo cada mañana un trozo de carne con huevos revueltos, mariscos frescos u otros platos populares… Pero la verdad resultó ser otra, pues la vida aún le deparaba enormes pruebas de compromiso con la historia.

Tras haber regresado de un viaje de un año y medio como comisionado en Europa, la infeliz Guerra Civil de 1891 lo obliga a salir del retiro, mientras contempla a su patria destrozándose desde adentro. Aunque lo habían querido reclutar en las primeras tentativas de complot, según parece, mantuvo la neutralidad y recibió así el mando supremo del propio José Manuel Balmaceda en un Santiago oscuro, en brasas, vuelto un territorio hostil de pillaje, saqueo y venganza.

Por el fin de la demencia fratricida, Balmaceda cede el mando poco después de dos días a Jorge Montt y la Escuadra, buscando evitar más derramamiento de sangre. Nada podía hacerse ya por Chile, salvo aceptar su destino.

Baquedano se retira otra vez, tras ese amargo pasaje de la historia, muriendo al mediodía del 30 de noviembre de 1897. Como tantos otros personajes históricos nacionales, pasó una última vez por el barrio de esas poco conocidas aventuras, pero ahora en la cabeza de su propio cortejo al Cementerio General. Lo despedía una multitud tras pasar por las calles Moneda, Morandé, Huérfanos, Ahumada, la Plaza de Armas y la Catedral en donde se realizó el responso. Desde allí, enfilaron para cruzar el río rumbo el camposanto. En el camino, todas las residencias tenían la inconfundible señal de duelo de la bandera nacional a media asta.

Desde entonces, se ha elogiado muchas veces el recuerdo del general con palabras que llegan a rozar la poesía e idealización, con sus propias leyendas y creencias populares sobre el general. Francisco A. Encina, a pesar de criticar sus tácticas y métodos, es quien hace una de las mejores alabanzas en más breves términos: “Pocos símbolos han sido más felices. Baquedano encarnó admirablemente el contenido del pueblo chileno: su hombría serena, reacia a las fanfarronadas, su franqueza, su rectitud, su sensatez y hasta sus limitaciones”.

La estatua ecuestre que homenajeaba a Baquedano en la plaza con su nombre, en los deslindes de la Alameda con Providencia, fue inaugurada con gran ceremonial el 18 de septiembre de 1928, durante el gobierno de Ibáñez del Campo en la hasta entonces llamada Plaza Italia. Fue parte del programa que incluyó el Te Deum de Fiestas Patrias, la recepción del cuerpo diplomático y el banquete en el Palacio de la Moneda en la noche, además de una gala en el Teatro Municipal con la ópera “Adriana Lecouvreur” de Francesco Cilea y Arturo Colautti. La tumba de un soldado desconocido del 79 hallado en Tacna, fue agregada a sus pies en 1931. La presencia de este monumento es la principal razón por la que se hizo tradición popular ir a este punto preciso de la ciudad, en masa si es posible, para celebrar grandes victorias patrióticas, deportivas, electorales o de cualquiera otra naturaleza que aliente el orgullo colectivo de la muchedumbre. Por esto mismo, también se volvió escenario para hacer reclamos, proclamas y exigencias ciudadanas ante las clases dirigentes que siempre parecen estar al debe. Sería esto mismo lo que acabaría con su permanencia en el lugar, paradójicamente.

La gallarda obra de Virginio Arias mostraba a Baquedano en su caballo Diamante, el mismo de sus aventuras en la guerra. Y, según una leyenda urbana también ya olvidada, pudo haber sido emplazado allí porque se hallaba cerca de los barrios y rutas por donde paseaba cada mañana... Eran sus diarias correrías que partían con desayunos entre moluscos encebollados, caldillos picantes y bebidas de canela, guachacay o tazas de chocolate disfrutadas con las buenas amigas de su soltería.

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