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LA SINGULAR QUINTA DE RECREO ECUADOR

Salón principal de la Quinta de Recreo Ecuador, en captura del videoclip "No me falles". Fue implementado más elegante que de costumbre para dicha producción.

Un bar viejo pero sin parangón quedaba casi al frente de los Estudios KV de barrio Brasil, los mismos del desaparecido programa "Éxito" (Canal 13) en calle Catedral. Esto era entre Almirante Barroso y avenida Brasil, por donde estuvo antes un antiguo teatro, al parecer llamado Odeón. No era raro ver por entonces alguna figura de la televisión de visita en el lugar, aunque la mayoría de sus comensales de su última época eran universitarios de las varias casas de estudios que hay en ese mismo barrio.

El boliche de marras era uno de los últimos que conservaban los rasgos de las clásicas quintas de recreos, esas cuasi posadas de antaño, faltando solo un patio al aire libre -por pequeño que hubiese sido- para permanecer plenamente en esa categoría. Sin embargo, había sido cerrado su cielo abierto con planchas medianamente traslúcidas, hacia el fondo, para ampliar el recinto. Tenía también algo de fonda y peña folclórica en sus rasgos, aunque rezagada y algo extraviada en el tiempo, sobreviviendo aún en años cuando tales propuestas comerciales y recreativas ya estaban en desaparición.

El nombre oficial era Quinta de Recreo Ecuador, pues habría sido fundada por un marino ecuatoriano de apellido Estrada, según decían, quien encontró en Chile un amor y una nueva vida decidiendo quedarse. Sin embargo, todos los concurrentes lo llamaban en forma consensuada como el Bar de la Tía por su regenta, la tía Arolda, viuda del fundador. Era una vieja de modales duros y enérgicos, quien no titubeaba al tener que encarar a algún cliente odioso o cualquiera que alterara sus muy irritables nervios, incluso si era por accidente. Esta señora solía usar unas gruesas calcetas de lana sobre sus piernas casi como fetiche, las del tipo chilote, pero a veces con vestidos puestos y en días tibios. Parecía temible, pero era muy buena persona con quienes respetaran su investidura de primera dama cuando comenzó a funcionar la cantina, y luego cuando quedó como comandante todopoderosa del establecimiento.

El local había sido un antiguo teatrito del sector, con un pequeño escenario de luces y tablas sobre las cuales dormía un viejo piano vertical que había quedado en silencio hacía años, tal vez décadas. Muchos clientes se ofrecieron para tocar allí arriba en los años ochenta y noventa, pero la mayoría se debe haber quedado en la mera intención que, generalmente, no sobrevivía a la ebriedad ni a la hora de pedir permiso para ello a la cascarrabias tía.

Había también otras salas dentro de ese inmueble de un piso, más cómodas y espaciosas pero nada lujosas. Por alguna razón que nunca fue resuelta, en el salón central escaseaba en luz, deficiencia que intentaba ser combatida con ampolletas amarillentas y de baja potencia. Las mesas se extendían frente a este escenario vacuo, con patas cojas y asientos desclavados. La cocinería quedaba al lado de la entrada, tras la barra de un bar casi en ruinas pero con el encanto de lo pintoresco y lo antiguo. Este sitio era usado como una especie de comedor más íntimo y mejor iluminado naturalmente, desde los vanos que daban a la calle Catedral.

Caminando hacia el fondo, se iba por un pasillo que conducía a los baños asi siempre insalubres, mismos que algunos clientes universitarios de su último par de décadas ocupaban más bien para fumar marihuana o consumir alcoholes fuertes que metían a escondidas. Esto, más que como servicio "higiénico" ante las muecas de incomodidad de quienes iban hasta la cantina solo por cerveza y diversión. En las horas de mayor destemple, además, no era raro que los dimorfismos sexuales en los que se ordenaban estos baños se cruzaran entre sí y terminaran siendo usados indistintamente por hombres y mujeres.

Echando cuentas regresivas hasta cuando los afanes clandestinos de los años ochenta tomaban posesión de tantos boliches parecidos, la cantina de Catedral cobró una importante identidad como club del folclore y centro de actividad popular criolla: se había convertido en refugio de artistas opositores quienes se reunían en su interior para organizar presentaciones y tocatas. Lo hacían, frecuentemente, buscando eludir las restricciones imperantes. Algo de esta estética izquierdista y rebelde sobrevivió por varios años más en viejos cuadros y pósters sepias que había pegados en las paredes, aunque ya enroscados y secos como pergaminos del Mar Muerto.

Contaba la tía a sus comensales, además, que por ahí por el año 1984 o 1985 la quinta había sido la sede de unas famosas fiestas organizadas por el músico, folclorista y escritor Nano Acevedo, conocidas como la Peña o Fonda de Doña Javiera, también controvertidas en el contexto político de la época. Esto lo recordaba el propio Acevedo en “Chile no se rinde, Caramba!!!”, sacando adelante su proyecto en un clima ambiental “contaminado por la mediocridad y las ambiciones mezquinas”:

Del Antofagasta al restaurante El Mundo, frente al Caupolicán, para despedirse en la Quinta de Recreo Ecuador, de calle Catedral, los sueños se convirtieron en una realidad que potenció grandemente el espectro artístico opositor. NO íbamos a inflamarnos de cifras, nombres, ni hazañas: otros, quizá, en alguna primavera, le darán la dimensión exacta a esta iniciativa pionera, crecida en edades de verdadero riesgo para los cantores populares.

Un artículo del diario “La Nación” redactado por Juan Carlos Ramírez (“Santiago underground”, domingo 31 de diciembre de 2006), señala que estos encuentros de la Peña La Javiera se realizaron por Acevedo entre 1984 y 1988, más exactamente, tras haber emigrado hasta la quinta de Catedral desde el señalado local que existía enfrente del Teatro Caupolicán, en calle San Diego.

Capturas con escenas de la quinta, en el video del grupo Los Tres. En la secuencia (izquierda a derecha, arriba a abajo) se observan: el escenario, la sala principal, la sala secundaria (con ventana a la calle) el primer pasillo, el baño (de hombres) y el segundo pasillo.

Otra vista del famoso pero pequeño escenario de la Quinta de Recreo Ecuador, en el mismo videoclip.

Acceso a una desaparecida ex sede provisoria de la Escuela de Diseño de la U. ARCIS, vecina al recinto donde estaba la quinta. Ambos caserones ya fueron demolidos.

Tramo de la cuadra en donde estaba la Quinta de Recreo Ecuador, en calle Catedral, en el sector de las panderetas y el edificio del fondo, que allí existe en la actualidad.

Con relación a lo anterior, un artículo de José Santis Cáceres para la “Revista Electrónica DU&P. Diseño Urbano y Paisaje” (“Lugares de la vida nocturna en Santiago de Chile entre 1973-1990”, volumen V N° 16 de diciembre de 2009), explica lo siguiente sobre aquellas olvidadas peñas artísticas:

La  “Javiera”  constituyó  un  baluarte  donde  el  “Canto  Nuevo”  diseminó  la  semilla  libertaria  en  poemas,  canciones,  pinturas,  obras  de  teatro,  festivales,  maratones  culturales,  etc.  Y  que  sirvió  de  punto  de  apoyo  al  surgimiento  de  la  ACU.  “Doña  Javiera”  fue  la  primera  peña  nacida  como  respuesta  a  la  dictadura,  cuyo  propósito  era  brindar  un  espacio  a  artistas  que  habían  sobrevivido a la represión y que se mostraban contrarios a los postulados de los militares en el poder. Con pocos recursos y acechados por la mano negra de la persecución y las constantes  redadas  policiales,  el  recinto  fue  un  verdadero  semillero  de  creación  entre  1975  y  1980,  presentando  en  su  modesto  tablado  a  lo  más  granado  de  los  artistas  “disidentes”  a  los  que  naturalmente  los  circuitos  culturales  de  la  radio  y  la  televisión  les  habían cerrado las puertas.

Hoy muy pocos reconocen la enorme contribución de “Doña Javiera” a mantener intactos los cimientos del canto durante la época dictatorial. He ahí la importancia de homenajear a  esta  peña  que  fue  la  primera  entre  tantas  otras  que  derrocharon  solidaridad  en  aquel  convulsionado Santiago. La Javiera constituye un buen punto de partida a la recuperación de  la  memoria  popular,  porque  fue  un  espacio  de  sobrevivencia  y  resistencia  al  marco  dictatorial.  Espacio  donde  el  miedo  era  resignificado  por  otros  símbolos  y  valores,  de  libertad, solidaridad y comunidad.

Fue hacia fines de aquella década y, especialmente, a principios de los noventa con el retorno de la democracia, que el mismo lugar se convirtió en una extensión de los casinos universitarios para varias casas de estudios en los alrededores del Barrio Brasil y del Barrio Yungay. Aunque el local ofrecía colaciones, comidas y todo lo que un restaurante normal tiene disponible, las cervezas eran lo más solicitado en la Ecuador, a precios bastante convenientes. Aun así, algunos pillos solían entrar con sus propias botellas de cerveza o alcohol escondidas entre mochilas y ropas, alternando así la farra con las pocas que pedían dentro.

Pasadas las tres o cuatro de la tarde, la borrachera era generalizada, de la buena y de la mala. Las mesas eran ocupadas organizadamente no solo por grupos de amigos o compañeros de cursos, sino también por clasificaciones implícitas dentro del público. La proximidad de un par de sedes de la desaparecida Universidad ARCIS atraía especialmente a los alumnos de esta clase de estudios al boliche, además. Las discusiones sobre sociedad y política comenzaban de manera espontánea en las tardes, volviéndose más y más burdas y balbuceantes a medida que avanzaba la oscuridad en cada final del día.

Hacia el frente del escenario, por ejemplo, se sentó por un tiempo un puñado de anarquistas, reconocibles por sus ropas y cabelleras predominantemente largas de vario de ellos. Atrás, cerca del pasillo, se ubicó en cierta temporada un discreto grupo de jóvenes más afines a ideas de derecha, provenientes desde algún desconocido lugar de reuniones en el barrio. Del otro lado se reunían los punks, y con frecuencia aparecía un grupo de chiquillos adictos al heavy metal y otros al movimiento grunge, de moda en los diales de esos años, entre muchas otras especies nativas y exóticas de la fauna urbana. Iban varias mujeres, además, algunas muy atractivas y amistosas, que eran como las ninfas respetadas y admiradas por el público del local, siempre contando con el resguardo del resto ante cualquier clase de sobresalto.

En general, el ambiente era cordial e incluso las clasificaciones instintivas de los espacios ocupados por el público terminaban revolviéndose, después de un rato y de algunos litros. Pero… Como en toda caverna paleolítica, la pendencia tampoco faltaba, menos con un surtido semejante zoológico humano que, a veces, hacía sentir el lugar como un reguero de pólvora sobre el cual jugaban con fósforos niños traviesos.

A mayor abundamiento, la ingesta de alcohol llevó en ciertas ocasiones al envalentonamiento de los corazones y a las falsas valentías, y desde este punto crítico se deslizaba todo como en tabla rasa a la trifulca. Incluso las mujeres se metían en estas escaramuzas, hasta las más refinadas y comedidas, aunque lo corriente era separarlas y sacarlas a un lado si sonaba alarma de riña. Hubo peleas memorables dentro de esa vieja casona de un piso hacia mediados de los años noventa, en consecuencia, casi como para levantarles un monumento o una placa conmemorativa.

Cabe recordar, además, que en la Quinta de Recreo Ecuador se grabó un videoclip del grupo nacional Los Tres, con el tema "No me falles" de 1999. El local aparece allí ordenado y con una imagen mucho más pulcra que su aspecto tradicional, con la recreación de una fiesta de matrimonio en su interior, toda la decoración correspondiente y largas escenas continuas que pasean por todos sus rincones de aquel establecimiento, incluidos los baños y otras pequeñas habitaciones que eran usadas como bodegas, esas siempre cerradas al público en una situación cotidiana. La famosa regenta del club aparece entre los presentes, también, aplaudiendo desde una de las mesas vetustas que realmente tenía el salón principal y después en fugaces cameos.

Hacia el último cambio de siglo, sin embargo, y muy poco después de haber aparecido en el señalado videoclip, la Quinta de Recreo Ecuador cerró inesperadamente para nunca más abrir, dejando de brazos colgados a muchos de los que la frecuentaban. La verdad era que gran cantidad de ese público del pasado, el mismo que había buscado cobijo en la quinta durante los tiempos difíciles, ahora habían olvidado sus salas oscuras y frías, no reapareciendo más en ellas. La clientela basada únicamente en la bohemia diurna de universitarios, simplemente no saludaba a la contabilidad.

Decían los vecinos que sus dueños vendieron el terreno de manera muy veloz. El viejo caserón-teatro acabó totalmente demolido, dejando por largos meses una triste postal de destrucción para quienes alguna vez la visitaron. Gran parte del sector de la cuadra terminó totalmente transformado, de hecho: ha sido reemplazado con un restaurante chino y un edificio residencial nuevo, en donde estaba antes la famosa quinta.

Las borracheras folclóricas y universitarias quedaron huérfanas, entonces. Debieron buscar nueva casa en otros rincones del barrio, mismo que ha crecido bastante con sus propuestas para diversión y con una oferta mucho más grande y digna que en aquellos años. El Bar de la Tía duerme, así, en el sueño del recuerdo de una última generación que por allí pasó.

En el que era su lugar hoy se eleva, más o menos desde el año 2004, un edificio de modernidad típicamente sosa, de función residencial. ♣

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