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JOSÉ ARAVENA: EL HONOR Y EL ESTIGMA DE SER LLAMADO EL PADRINO

Pasaba la época de las noches de plata de Santiago y comenzó a acabarse también la pléyade de personajes que la sostuvieron... Murió, así, el Negro Humberto Tobar, alguna vez amo y señor del Zeppelin y de los Tap Room. Murió el Cóndor Enrique Venturino, exdueño del Teatro Caupolicán y creador del Circo de las Águilas Humanas… Murieron también los hermanos Retes, Pepe Harold, don Carlos Cariola, Romilio Romo.... Todos. Se extinguía con ellos la generación fundadora de la bohemia moderna chilena; el sostén de la diversión bajo las candilejas del siglo XX. Y con ellos se marchaba, también, la mejor época de las revistas y espectáculos clásicos de Chile.

Compañía humorísticas como las de Mino Valdés y de Daniel Vilches se esforzaron por mantener el espectáculo basado shows como el Picaresque y Humoresque, llevando también algunas rutinas a la televisión abierta. Comediantes como Coco Legrand, Ernesto Belloni y otros provenientes de una generación siguiente, lograrían mantener como opción el café-concert para que sirviese de refugio al espectáculo humorístico, recuperando algo de terreno después de levantarse las duras restricciones a la vida nocturna en los ochenta. Ciertos locales como la Taberna Capri de calle San Antonio, recibían aún a artistas como Mario Huaso González y al humorista Platón Humor, ambos acosados por la tragedia: el primero, por el accidente que lo dejó en silla de ruedas y casi le cuesta la vida, y el segundo, consumido por el vicio que lo llevaría a la tumba.

Sin embargo, se estaba ya en los estertores de lo que había sido la época de leche y miel para el espectáculo bohemio nacional; en los días de agonía para las que habían sido noches interminables, afectadas ahora por factores ambientales, restricciones y cambios de comportamiento del público… Y, sin embargo, la figura de un último gran empresario del rubro se volvería parte de esa misma transición, desde la luz al ocaso.

Contra lo que pudiese creerse, esta historia se ha repetido infinidad de veces con diferentes ejemplos, en un ciclo continuo de retorno y recurrencia.

Como se sabe, el antiguo Teatro Caupolicán de calle San Diego 850 vivió un período crepuscular en los ochenta, pasando a ser el Teatro Monumental tras haberlo adquirido el club deportivo Colo Colo. Tras la crisis institucional que obligó a la sociedad deportiva a desprenderse de este histórico edificio, reapareció en la escena un antiguo amigo de su antiguo dueño el señor Venturino: el empresario del espectáculo nocturno José Felimón Aravena Rojas, quien lo compró en 2004 como un homenaje al fallecido, salvándolo de la eventual demolición y reponiendo el nombre que tenía en 1939, cuando el Cóndor se hizo cargo de él.

Aravena conocía bien el barrio San Diego, además: en su época de brillos más destellantes (los suyos y los de esa calle) había instalado algunos centros de recreación cercanos al teatro, como la cantina La Milonga, la fuente de soda Mundo, el bar La Pérgola, y restaurantes como El Sol y El Lucifer (después llamado Los Braseros de Lucifer), ambos con cariz de boîte y cabaret. Fue, de hecho, uno de los empresarios que configuraron el aspecto de la entretención que llegó a caracterizar este barrio en sus tiempos de esplendor, y del que aún quedan algunos ejemplos resistiendo al cambio.

El “rescate” de la sala de San Diego costó al veterano Aravena $185 millones, consumando con ello su última gran adquisición, ya que la sombra de la muerte lo venía acechando desde hacía tiempo, alcanzándole al fin poco tiempo después de su oneroso homenaje a la memoria de Venturino. Fue un legado final para la memoria de la clásica bohemia santiaguina, de cierta forma.

Los tributos que Aravena rindió a la recreación chilena fueron inmensos, acaso inconmensurables, el último de ellos cuando arrojó aquel salvavidas al Caupolicán. Pero el estigma y el escarnio muchas veces han preferido seguir dando vueltas a los episodios más oscuros de su existencia, desde ese falso sentido inquisitivo tan propio de cuáquero moralista que yace enquistado en parte de nuestro carácter nacional. Escaso favor le hace a Aravena, además, el haber sido recordado con el nada esplendoroso apodo de Padrino, en alusión al famoso capo mafioso de la novela de Mario Puzo y la película homónima. Título que, según se ha dicho, habría sido popularizado en forma jocosa el periodista Rodolfo Gambetti hacia los setenta, aunque que por alguna razón el empresario aceptó casi con orgullo, haciéndolo suyo y perpetuando con ello alguna fracción de su anatema. Antes de aquel, había sido llamado también el Príncipe.

Pocos saben, sin embargo, quién era el hombre detrás de aquel apodo, con todas sus luces y sombras. Se le prefiere recordar por sus famosos y a veces controvertidos centros de recreación. Y admitamos que es difícil separar esa semblanza de la historia de clubes suyos, como el Night & Day, el Mon Bijou de la Plaza de Armas, Le Telephone de calle Moneda, el Place Pigalle en los desaparecidos subterráneos Bajos York de Ahumada y tantos otros lugares merecedores de un libro y legendario propios.

Antes de amasar su fortuna con esa clase de boliches, sin embargo, Aravena había sido un muchacho muy pobre oriundo de Cauquenes, nacido en una humilde familia de campesinos. Tras llegar a Santiago buscando mejores proyecciones de vida, se hizo cargador del Mercado de La Vega y vendedor de quesos, siendo todavía muy joven, cerca de los 18. Se había embarcado en la aventura de venir a la capital con dos de sus amigos adolescentes, intentando ganarse el sustento en estos quehaceres, aunque inicialmente vendiendo en el mercado 20 pavos de corral que trajeron desde el sur; sin embargo, en aquella ocasión fue objeto de una estafa, debiendo comenzar todo otra vez y desde cero.

Aquellos complicados inicios del empresario estuvieron ligados también a un ambiente bravo y “choro” en el que debió imponerse como fuera posible, campeando con un carácter fuerte y decidido que compensaba su bajo tamaño y su aspecto de gordito simpático que no siempre pudo haberle sido favorable en tales circunstancias.

Tiempo después de trabajar en La Vega tomó un empleo en un restaurante de calle Loreto con Bellavista, propiedad de unos comerciantes alemanes. Dice un homenaje póstumo que se le rindió en el Senado de la República que allí el futuro Padrino ejerció como ayudante de garzón, dando un primer paso importante hacia el mundo de la oferta de entretención al público. No tardó mucho tiempo en abordar aquel ambiente con el propósito de empezar un proyecto de emprendimiento propio y debutar como empresario de las diversiones, al instalar en el barrio obrero del sector Franklin, con sus ahorros, un local de expendios.

En ese primer negocio establecido de Aravena, cronológica situado casi en la prehistoria de su futuro imperio de diversiones, la comida de los parroquianos era gratuita pero debían pagar solo las cantidades de vino que consumían. Sin embargo, a estas libaciones aplicaba discretamente una cuota de agua, con la excusa de que "no se emborracharan tanto", aunque la verdad es que esa malvada práctica contraria a toda moralina vinícola y realmente escandalizadora para los borrachines, era bastante común en aquellos años. Se hacía para hacer cundir el producto, antes de que el pueblo chileno refinara su cultura con relación a nuestro producto estrella y carta de presentación en los mercados internacionales.

Al crecer su caudal, Aravena instaló otro negocio pero siempre buscando lugares populares donde colocarlos. Esta vez eligió un sitio hacia esquina de la avenida 10 de Julio con San Francisco, con el local conocido como El Milonga, que atendía las 24 horas del día cerca de donde estuvieron cabarets y famosos prostíbulos como la llamada Casa de las Siete Puertas y el pintoresco pero polémico vecindario de Los Callejones, todo un símbolo de la remolienda clásica.

El regreso de Aravena a los barrios de Mapocho se produce tras la experiencia de El Milonga, cuando intenta participar de la sociedad del famosísimo cabaret Zeppelin, que en su mejor tiempo propietó el Negro Tobar, verdadero señor de las noches de Santiago. Sin embargo, esta aventura en el “barrio chino” de Bandera no prosperó ni dejó rumbos definidos en su vida; por el contrario, parece ser que le significó una mala experiencia para el empresario. No sería impedimento para regresar a las proximidades del mismo barrio bohemio en tiempos posteriores, tan diferente por entonces a como luce hoy.

Tiempo después, entonces, Aravena se hará propietario del night club Tabaris, cabaret que intentó ser glamoroso y elegante en el mismo "barrio chino” de Mapocho, en el ex local de Las Torpederas de calle Bandera. Fue la competencia del Zeppelin, de hecho.

José Aravena Rojas, el famoso Padrino chileno.

La boîte Lucifer de calle San Diego con Cóndor, en publicidad del diario "La Tercera", a fines del año 1972. Fuente imagen: Twitter de Alberto Sironvalle.

Boite, bar y restaurante La Sirena hacia 1972, al inicio de avenida Irarrázaval. Fuente imagen: Fotografía Patrimonial de Chile.

Teatro Hollywood, en donde Aravena instaló la discoteca del mismo nombre en Ñuñoa. Fuente imagen: Twitter Ñuñoa Patrimonial.

El Casino Las Vegas de calle Rosas, actual Teatro Teletón. Fuente imagen: Plataforma Urbana.

El Padrino Aravena, año 1984, en el diario "La Segunda".

 

Raffaella Carrá en el Casino Las Vegas, "La Tercera de la Hora", año 1979.

Por entonces, Aravena era apodado aún Chico Pepe entre sus innumerables amigos y colegas. Ya había comenzado a hacerse un nombre importante en el ambiente, sin embargo, aunque no todo fue para él un vergel de buenos frutos en el período: si tras el golpe de 1973 no tuvo problemas con el poder a causa de tendencias o credos políticos, sí sintió las dificultades de las restricciones sobre la vida nocturna. Acostumbrado al esfuerzo y la inventiva, sin embargo, logró sortear las dificultades y continuar con nuevos proyectos.

A sus incursiones en el mundo del espectáculo y de los shows nocturnos que marcaron su estilo, se sumaba la experiencia de haber viajado a París a mediados del siglo, en donde se regó de la cultura bohemia francesa trayendo a Chile parte de las costumbres que allá se practicaban, como la de colocar una botella de licor en la mesa de sus clientes. Si bien en Francia el protocolo era hacerlo con champagne, estilo Moulin Rouge o Lido, dicen que Aravena lo “chilenizó” con una botella de pisco y cuatro vasos con bebida cola (para la clásica piscola) haciéndolo popular especialmente en su siguiente local para llamado La Sirena, de Irarrázaval con avenida Vicuña Mackenna. Según parece, con esto se habría gestado la famosa figura de la llamada linterna con cuatro pilas que, con el tiempo, vino a sustituir en todas las casitas de huifa modernas, night clubs y cabarets a la tradicional “ponchera” que provenía de los viejos lupanares criollos.

La Sirena fue, además, uno de los lugares de gestación y fomento para la segunda etapa del movimiento musical de la Nueva Ola chilena, con artistas que realizaban dobletes intercambiando con jornadas de bailables, tangos, tropicales y espectáculos de todo tipo, andanzas también perecidas en gran parte del ambiente bohemio durante las noches de toque de queda, durante los años de severidad militar.

Devenido en productor artístico y empresario de varias áreas, además, Aravena organizó la presentación de muchos artistas de renombre internacional en Chile como Libertad Lamarque, Los Charchaleros, Raffaella Carra, Raphael y Celia Cruz, solo por mencionar algunos. También fundó otros locales de rubros tan distintos como el sauna Baños de Miraflores y los abarrotes populares de la Despensa del Pueblo.

A pesar del cierre de La Sirena, en 1978 el empresario dio curso a su ambicioso sueño de construir un nuevo local totalmente especial y único en Chile: el Teatro Casino Las Vegas. El nombre del mismo reflejaba la identidad que quiso imprimir en él, con gran audacia para los tiempos que se vivían, como un salón propio de la Ciudad del Juego en Nevada con casino, sala de baile, auditorio para presentaciones, orquestas en vivo, máquinas de juego, etc. Una maravilla impensada en aquel momento, salvo para el poder creativo de Aravena.

Era, además, la época en que hacía furor la música disco popularizada por músicos y grupos como los Bee-Gees en la banda sonora del filme “Fiebre de sábado por la noche”, con la novedad de los pasos de baile del personaje Tony Manero, encarnado por John Travolta. Poniendo a prueba su buen ojo y mejor olfato para capitalizar, entonces, Aravena se propuso consagrar parte del proyecto del Casino Las Vegas a la función de las discotecas de baile, al estilo moderno que conocemos ahora, pero que en aquellos años casi no había en Chile, pues regían más bien los dancings o salones de baile de modelo tradicional. El casino también fue el escenario al que trajo a varias estrellas internacionales, veraderas novedades para la sociedad chilena de entonces.

Cabe advertir que fue con esa misma filosofía que Aravena tomó, hacia mayo de 1979, el Teatro Hollywood de avenida Irarrázaval altura del 2900 en la esquina con José Luis Araneda, edificio en donde está ahora las tiendas Fashion's Park de Ñuñoa. Con medio millón de dólares de inversión abrió allí la discotheque más moderna y lujosa de América Latina, según la definían en los ochenta, con cinco pistas que, lamentablemente, acabaron destruidas en gran parte después por un aparente atentado incendiario, aunque una investigación también consideró la posible responsabilidad de los administradores.

El flamante Casino Las Vegas, en tanto, con su auditorio y el proyecto de un edificio de siete pisos de entretención ahí en la misma esquina de calle Rosas con San Martín, había sido inaugurado el 14 de abril de 1978 con una increíble fiesta. Este hito había representado para Aravena su consolidación total en la diversión capitalina, pero demasiado confiado es sus desbordadas expectativas. El apodo Padrino, que hasta entonces sonaba tímidamente en los medios de prensa, comenzó a volverse cada vez más suyo hasta desplazar su nombre de pila.

Revelando su lado filantrópico menos explorado, además, el 8 de diciembre de ese mismo año dispuso el teatro del casino para la realización de la Teletón, evento de beneficencia que encontró casa estable en este sitio desde ahí en adelante. También continuó realizando allí las presentaciones de varios de los artistas internacionales que traía en su rol de productor y se montaron en la sala famosos espectáculos musicales al estilo Broadway, como “El Diluvio que Viene”, “Amor sin Barreras”, “El Violinista en el Tejado” y “El Hombre de la Mancha”, entre otros.

Antonio Vodanovic animó desde ese mismo escenario los destapados programas de televisión “Sabor Latino”, que dieron un pequeño reimpulso a la actividad de las vedettes cuando ya se desvanecía el género revisteril; y Raúl Matas condujo desde aquel escenario su clásico “Vamos a ver”, en donde recibió visitas de la talla de Chuck Berry, la cantante Grace Jones (con su recordada ingesta de plantas de la decoración del estudio) y el fornido actor Lou Ferrigno cuando interpretaba al famoso monstruo verde Hulk, de la serie televisiva “El hombre increíble”. También pasaron por allí Village People, Gloria Gaynor y el grupo Bonnie M, por mencionar solo a algunos.

Pero el Padrino, al poco tiempo, estaba viendo con desesperante frustración cómo se venía abajo su adorada fantasía. Si bien el Casino Las Vegas logró sortear con astucia y éxito las dificultades generadas por las restricciones nocturnas, se dijo entonces que los efectos de la crisis económica de 1982 había dado un golpe formidable al rubro y al mismo negocio negocio. Paradójicamente, durante el año anterioe el Casino Las Vegas había tenido una de sus mejores y más prósperas temporadas, o al menos eso decía su dueño. Instituciones como la Universidad de Chile, que había llegado a acuerdos para realizar allí las temporadas de la Orquesta Sinfónica y del Ballet Nacional, acusaban directamente a Aravena por lo sucedido, al conocerse la quiebra definitiva en 1984.

El resultado de toda aquella debacle fue terrible: el complejo del Casino Las Vegas fue cerrado y se lo puso después en remate. La ilusión de tener el centro de eventos, entretenciones y espectáculos más modernos del país, no había resistido más que unos pocos años.

El grupo folclórico Los Cuatro Hermanos Silva y otros invitados en la parcela de don José Aravena (quien aparece mirando a la cámara), septiembre de 1969. Imagen publicada en el diario "La Nación".

Aviso del cabaret Mon Bojou hacia fines de los setenta. Fuente imagen: sitio de Tito Fernández (El Temucano).

Publicidad para el Mon Bijou en los años ochenta, en el diario "La Tercera".

Inmueble de calle Bandera en donde Aravena mantuvo funcionando al night club Tabaris.

Fuente de soda y restaurante Mundo, de calle San Diego, año 1981. Fuente imagen: Museo Amparo (de la Colección Fondation Cartier pour l’art contemporain, París).

La fachada del Teatro Caupolicán en la actualidad, propiedad de la familia Aravena.

Vista actual del club Passapoga, en la Plaza Prat Echaurren de Providencia.

 

Hiriéndose al rozar la espada de la justicia por acusaciones como la de evasión de impuestos, Aravena fue detenido en el Anexo Capuchinos de la calle del mismo nombre con San Pablo. Muchos de sus amigos siguieron leales a él, pero otros comenzaron a darle la espalda en aquel momento. Entre los fieles estuvo el recordado periodista y bohemio congénito Alberto Gato Gamboa, pese a sus grandes diferencias políticas. En este mal paso, además, el Padrino conoció al futuro diputado Alejandro Hales quien, por entonces, estaba detenido en el mismo recinto por las consabidas cuestiones políticas de aquellos años. Hales recordaría esto tiempo después, entrevistado por el diario “La Segunda” (artículo “Con ustedes… José Ignacio Aravena, el nuevo ‘$eñor de la noche’”, 2008):

De los cinco lugares donde me tuvieron preso e incomunicado en la dictadura, en un momento pasé por Capuchinos y ahí conocí a José Aravena. Cuando llegué, saliendo de la tortura y la incomunicación, él me recibió, sin conocerme (…); llegué muerto de hambre. Él se estaba comiendo un plato de leche nevada y me lo dio. Eso para mí era oro. Cuando salí, me reuní con él para agradecerle infinitamente su gesto.

Cuenta la leyenda que Aravena, al momento de ver amenazada la sede de su imperio en el Casino Las Vegas, era tan temido y respetado por su calidad de gobernador del espectáculo nacional, que nadie se atrevió a asistir al primer llamado de remate para el exedificio y teatro de sus sueños en calle Rosas. Al final, de todos modos sería comprado ese mismo año de 1986 por la Sociedad Pro-Ayuda al Niño Lisiado, aunque siendo rebautizanda la sala como el Teatro Teletón, nombre que mantiene hasta nuestros días.

La pérdida del Casino Las Vegas y el paso por la cárcel relegaron a Aravena a un período de oscuridad, atrapándolo en su leyenda negra de vínculos con negocios de poca reputación y convirtiéndolo en el muñeco vudú de muchos de los que aborrecían el ambiente pecaminoso y licencioso que imperaba en esta clase de centros de recreación. El empresario se refugió en negocios menores como el Mon Bijou, allí en el ex local del desaparecido Patio Andaluz de calle Estado casi en la esquina de Monjitas, en los subterráneos de la Galería Bulnes.

Posteriormente y recuperando temeridad, dio marcha al famoso club Passapoga de Providencia, quizá el local que más satisfacciones diera a la etapa final de su vida, aun cuando sus críticos no cejaron en seguir demonizándolo por el ambiente de aguas negras en que siempre se movieron -por antonomasia, diríamos- los negocios del espectáculo y la vida nocturna, más todavía si estos se revolvían con la ponzoña política.

Nadie diría que Aravena fue un ángel de blancas túnicas y alas de plumas impecables, pues el intento sería hacer casi una sátira. Ciertamente, habrá tenido más de un paso reprochado en un ambiente de trabajo que, desde sus arranques, ha ido siempre de la mano de otras actividades poco relucientes, incluso del tráfico de droga y la prostitución. Sin embargo, el propio empresario solía decir en las entrevistas algo muy cierto: él cargaba con las culpas y el ludibrio de todo un gremio; de toda una tradición nocturna en Chile, solo por ser el Padrino y el más famoso y envidiado pez gordo sobreviviente de ese mismo estanque.

No exageraba con sus reclamos: siempre rondó la creencia de que, en otra curiosa paradoja que pone al descubierto el triste doble estándar que a estas alturas ya parece metastásico en la cultura nacional, muchos de los periodistas, comentaristas y hasta políticos que festinaron con su mala fama enrostrándosela cada vez que pudieron, habían sido asiduos visitantes de varios de los mismos locales de recreación VIP que pertenecieron a las inversiones de Aravena.

Así pues, no todos agradecieron al Padrino cuando rescató de la demolición inminente al histórico Teatro Caupolicán, ni por haberlo restaurado cuando parecía que el tiempo se encargaría de hacer su parte en la destrucción del histórico lugar. Por el contrario, algunos necios escasos en cultura pero talentosos en imaginación malsana, hicieron correr nuevos rumores malignos alrededor de la adquisición del teatro, incapaces de aceptar que ya no pertenecía a la misma sociedad del club deportivo que no fue capaz de poder conservarlo. Probablemente, también influyó en ello el infaltable veneno de las leyendas urbanas.

Todos los rumores sobre su maldad vernácula, su supuesta arrogancia altanera, su dudoso rol familiar y pretendidos tratos vejatorios que daba a sus trabajadores, se vinieron abajo precisamente en los días en que se reinauguraba el Caupolicán y la ciudad recuperaba este sitio de incomparable valor patrimonial. Aravena, ya viéndose sobrepasado por las dolencias que lo llevarían a la muerte, concita la atención de todos quienes fueron los suyos: es visitado en su lecho de enfermo por su numerosa familia, amigos, exempleados y sus leales en general. Detrás del empresario al que algunos creían tan siniestro y detrás de título desafortunado del Padrino, había un hombre muy querido y respetado, con sus blancos y sus negros a cuestas.

En enero de 2005 comienza a decaer otra vez, siendo hospitalizado de urgencia en la Clínica Alemana por una severa neumopatía. Su salud quedó comprometida con altos y bajos desde entonces, agravada por otros males. Nunca pareció recuperarse del todo. A mediados de enero de 2008, contando ya 84 años de vida y tantos de ellos consagrados a sus actividades de la entretención diurna y nocturna, ese viejo corazón finalmente le falló. Su última pasada por los barrios de noches bohemias en donde forjó parte de su historia la hizo a la cabeza del cortejo que llevó sus restos desde la Iglesia San Francisco de Sales, hacia el descanso final en el Cementerio General de Recoleta en la capilla familiar ubicada en el Patio Alborada, por el centro de la necrópolis.

Un sentido homenaje fue leído tiempo después en el Congreso Nacional de Valparaíso por el entonces senador Nelson Ávila, documento disponible en el boletín del “Diario de sesiones del Senado” (“Homenaje en memoria del empresario artístico José Aravena Rojas”, Legislatura 356ª, Sesión 16ª, miércoles 30 de abril de 2008). De este completo y detallado texto hemos tomado muchos de los datos biográficos acá reproducidos.

El desdén con la memoria de Aravena es muy evidente en algunos casos, a pesar de que sus huellas quedaron impresas por toda la ciudad. Así, en una extraña adulación para el orgullo de quien importó la Teletón a Chile, el entonces alcalde de Santiago don Joaquín Lavín bautizó, en 2002, el tramo de calle Rosas entre San Martín y Manuel Rodríguez junto al Teatro Teletón, como Mario Kreutzberger, dejando una anomalía evidente pues Rosas recupera su nombre al otro lado de la autopista. José Aravena, en cambio, recibió al morir un sencillo homenaje en su Cauquenes natal pero con la también desacertada decisión de rebautizar con su nombre, en impugnadas circunstancias, una calle que ya estaba dedicada al general Bulnes, justo en donde está el terminal de buses. Como era de esperar, los vecinos no pararon de reclamar exasperadamente, emplazando a la Municipalidad a quitarle su título para devolverlo al anterior.

El Padrino, aquel emperador de las últimas noches con luces de colores en el viejo Santiago, quizá tendrá que seguir lidiando con adversarios decididos y atentos a no dejarlo en paz ni muerto, según parece. ♣

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