♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣

EL TROCADERO MUSIC-HALL Y LA EXPOSICIÓN DE HUMORISTAS E INDEPENDIENTES

Fachada y acceso principal del Tocadero Music-Hall, en imagen publicada por el libro "Chile en Sevilla", de los expositores de la feria internacional de 1929.

Quizá por la fuerte influencia afrancesada en el espectáculo de los años locos chilenos, el concepto del music-hall inglés no fue bien conocido hasta que una nueva casa de diversión adulta llegó a instalarse en pleno centro de Santiago a fines de los años veinte. Curiosamente, sin embargo, su nombre evocaría al mismo París de las ensoñaciones artísticas.

Entendido como un espacio concebido para programas artísticos con números de canto popular, música, comedia, drama y baile, el music-hall había tenido especial desarrollo en Europa en la segunda mitad del siglo XIX, pasando desde los primeros bares -en los que se gestó- hasta grandes salas hechas especialmente para acoger estas manifestaciones escénicas al estilo de los musicales en vivo. Era, de alguna manera, la línea inversa a la de los teatros que ponían las fichas de su apuesta en el cinematógrafo o los espectáculos de corte más popular, no obstante que pudo haber una convivencia de ambos géneros en algunas salas.

El espectáculo del music-hall fue especialmente famoso en la Gran Guerra, pues se lo utilizó como recurso de propaganda política y para teatro patriótico por parte del Reino Unido. Llegó a ser tan popular entre las tropas que hizo célebres algunas canciones compuestas para tales funciones, como “It’s a long way to Tipperary” Jack Judge y Harry Williams (1912) y “Keep the home fires burning” de Ivor Novello (1914). Pasaron de ser cantadas por soldados en las trincheras a civiles en bares y clubes, desde donde saltaron al mundo difundiendo esa suerte de vodevil británico que era el music-hall. Quedaron asociados, sin embargo, a ofertas de diversión más cultas y menos profanas que otras, con una legítima valoración del aspecto artístico involucrado a la par de la diversión, de modo que se trataba de una propuesta con algo de sobriedad y ajena a las profusiones menos nobles de las cantinas o coliseos populares.

El establecimiento tal vez pionero -y concebido especialmente para tal espectáculo en Chile- fue el club Trocadero, un restaurante y cabaret abierto al público el 6 de julio de 1928. Se encontraba en Merced casi llegando a San Antonio, enfrente del Teatro Santiago (ubicado este último en donde está ahora la Galería Plaza de Armas o Caracol Merced), siendo posible algún grado de intercambio de clientela entre ambos sitios, sin duda. Su inauguración era anunciada por entonces en la prensa, como sucedía con el diario "La Nación":

Se finalizan los preparativos para la inauguración del nuevo centro de reuniones sociales, ubicado en Merced frente al Teatro Santiago.

La fecha del acto inaugural se ha fijado para el viernes próximo, y a este se ha invitado a las autoridades, a los miembros del Cuerpo Diplomático, del Congreso, del periodismo y de la sociedad.

Un nutrido programa artístico y musical se tiene preparado para solemnizar esta fiesta, que promete revestir proporciones.

Curiosamente, el centro social instaló su edificio de diversión para vivos justo por donde antes había estado el servicio para muertos de don Juan Forlivesi, una conocida pompa fúnebre de esos años y que había llegado allí hacia 1914, aproximadamente. Previamente, existió por allí también el Café Tupinamba y la Confitería La Europea, ambas con dirección en Merced 830 durante el Centenario Nacional. 

Aunque existe una gran cantidad de experiencias previas que permiten bosquejar la presencia de modelos semejantes al género de marras en Santiago, el Trocadero parece cumplir con todo lo necesario para ser el primero en presentarse, con total arrogancia y ostentación, como un espacio de music-hall propiamente dicho.

Creado por la firma comercial Juan Lagarde y Cía, sentó sus guirnaldas en un pomposo palacete art decó ya desaparecido de esa cuadra. Sin ser de demasiada altura, su hermoso portal de entrada tenía una cornisa tipo tejaroz, atravesada por dos pilastras a modo de columnas de fantasía, rematadas en lo alto por jarrones ornamentales escultóricos. Su nombre se leía sobre aquel alero, con otro de los primeros carteles de neón que debe haber tenido Santiago. La puerta de acceso era de forja, con sus propias influencias victorianas y art nouveau; en una imagen sobre ella en que se veían dos figuras femeninas de influencia clásica, casi greca, dentro de una luneta de rectitudes también en estilo art decó. A ambos lados de ese acceso se extendían las vidrieras del local.

Interiormente, el Trocadero contaba con un gran salón y una sección de mesas formando un hemiciclo. Se promocionaba asegurando que había sido concebido cumpliendo con las mayores exigencias de esos años para los establecimientos de sus características y por eso dominaba un gran lujo dentro del mismo, tanto en la perfección decorativa como por la arquitectónica, no dejando dudas de que su aspiración era la de atraer a un público distinguido, interesado en los espectáculos teatrales y musicales. También se aseguraba por entonces que, fuera de ser el legítimo primer music-hall de Chile, alcanzó a erigirse como el principal y mejor espacio para ofrecer esta clase de espectáculos, paso realmente revolucionario en la escena de esos años a pesar de los riesgos comerciales que tomó su creador.

Cumpliendo con tales aspiraciones el señor Lagarde, quien según todo indica conocía bastante bien este tipo de espectáculos, destinó una inversión de gran volumen no solo en el espacio físico del establecimiento y casino: también la hizo para los aspectos relacionados con el nivel de las funciones que iban ser ofrecidas allí.

Por aquel motivo y sabiéndose pionero en este tipo de negocios, Lagarde procuró armar y llevar una orquesta formada con los mejores músicos que pudo encontrar, logrando gran fama en esos días y volviéndose otro de los varios hechizos instantáneos del local, a tono con la elegancia que se buscaba reflejar en cada detalle. Esta misma exigencia había con los actores y las compañías de teatro que se presentaban y, como el nivel debía ser de lo más encumbrado posible, incluso se trajeron artistas que ya habían hecho carrera en los music-halls de Estados Unidos  y Europa, como un seguro de buena calidad. También tenía algunos artistas propios de la casa, como el llamado Dueto Trocadero.

Súmese a todo lo anterior la prestigiosa cocina italiana de la que hacía ostentación el local. Sus finas mesas eran atendidas por muchachos muy jóvenes, niños en algunos casos, como se deduce de algunos avisos de prensa ofreciendo trabajo. Su comedor fue usado en cenas de homenaje y de despedidas, además.

En una ciudad como Santiago, en donde el carácter popular se apoderaba rápidamente de todas las propuestas comerciales de diversión, especialmente cuando se trataba de entretenimiento nocturno o en la llamada “hora de los teatros”, el Trocadero vino a servir como una alternativa docta y grata para el público más refinado o, cuanto menos, al más exigente en lo relativo a espectáculos y condiciones en las cuales ser espectador de tales entretenimientos.

Cabe añadir que, al momento de ser fundado el nuevo centro recreativo y cabaret “blanco”, la capital prácticamente no tenía un lugar con tales características o que se le pudiese acercar siquiera, salvo uno que otro salón de té o restaurante de categoría pero en donde la prioridad no era la parte artística, como sí sucedía acá. Esto, porque otros clubes contemporáneos al Trocadero preferían mantenerse en el espectáculo de variedades, como el Chanteclair, Le Moulin Rouge (en San Antonio cerca de Merced, desplazado después por el Hotel Sao Paulo) o el Chat Noir, este último abierto también en 1928 y destruido dos años después en un sospechoso incendio.

Hacia inicios de diciembre de 1928, debutó en el flamante Trocadero la compañía coreográfica Troupe Volga. En la prensa se señala que sus funciones resultaron un éxito rotundo. Para febrero del año siguiente, entra a su cartelera un equipo de artistas que incluía a Los Porteños, estilistas argentinos; los Browns, bailarines modernos; las Goldenberg Sisters, bailarinas y tonadilleras; Teófilo Viñas, bailarín de charleston; y un elenco de bailarinas de varietés. Se presentaron en un programa rotativo que empezaba a las 23 horas y concluía a las tres de la madrugada.

Y, para el sábado 30 de marzo de 1929, el turno de debutar en el lugar fue de las jóvenes y encantadoras bailarinas húngaras Lía y Mía Belle, en momentos cuando ya hacían fama en escenarios internacionales. Lía era bailarina clásica, mientras que su hermana Mía fue cantante o canzonetista, como se presentaba entonces.

Obras del anterior Salón de los Rechazados realizado en Chile, en imagen de revista "Zig-Zag" del 9 de diciembre de 1911. Se observan trabajos de Pedro Lira, Pedro Prado y Benito Rebolledo.

El anterior edificio de la funeraria que ocupaba el lugar que después fue del Trocadero, en publicidad de la revista "Zig-Zag" de 1914.

Publicidad para el Café Tupinamba y la Confitería La Europea en la revista "Teatro i Letras" de diciembre de 1910.

Noticia con el anuncio sobre la realización de la Exposición de Humoristas e Independientes, en "La Nación" del 28 de agosto de 1928.

Postal fotográfica de J. M. Sepúlveda con el edificio del Teatro Santiago, antes de rehacer dicho inmueble. Era un referente para encontrar al Trocadero justo enfrente y, de seguro, intercambiando parte del público entre ambos establecimientos. Fuente imagen: colecciones de Pedro Encina, Flickr Santiago Nostálgico.

En “El Santiago que se fue”, Oreste Plath comenta un episodio del Trocadero que involucró al periodista y poeta Luis Cerda Barrios, el Negro, y al artista Raúl Figueroa, ilustrador que firmaba como Chao, quienes vivían muy cerca entre sí y habían sido amigos cercanos, con vidas bastante compartidas:

Siguieron juntos. En 1929, la dirección de la Escuela de Bellas Artes rechazó una serie de cuadros de jóvenes pintores que deseaban exponer en el salón oficial y ahí empezó la guerra. Una noche, mientras bebía una botella de vino audaz e hilarante, Luis Cerda Barrios le propuso a Chao, dibujante de Las Últimas Noticias, de hacer una exposición de artistas independientes como un tremendo bofetón a los retrógrados del Salón de Bellas Artes.

Chao buscó el local y Cerda Barrios se encargó de sacar de la Escuela los cuadros que los tenían arrumbados, y en una carretela los trasladó al Music Hall El Trocadero, que estaba frente al teatro Santiago. Así se inició la exposición que se llamó de “Humoristas e Independientes”. Había sido ayudante del escultor Virginio Arias y amigo de ese otro escultor, José Carocca Laflor, oriundo de Vallenar (así en días cuando se buscaba en los bolsillos y se daba cuenta que nada tenía, recurría a hacer unas reproducciones en yeso de músicos célebres las que vendía en casas de música).

Corrigiendo la fecha informada por Plath y quizá también enderezando a Benjamín Morgado (de quien parece proceder la errata, en "Poetas de mi tiempo"), el llamado salón de “Humoristas e Independientes” fue convocado en agosto de 1928, con un comunicado público de los organizadores que explicaba la elección del lugar de la siguiente manera:

Hemos elegido El Trocadero, por ser un sitio céntrico, concurrido por lo más selecto de nuestra sociedad, que acude a él, después de dejar las lágrimas y las tristezas en el desván de los recuerdos.

Y hay un precedente que nos autoriza: París, el cerebro del mundo, la suprema madre de las sonrisas, hizo su primera exposición de humoristas y las sigue haciendo en la Rotonde, un cabaret en que fluye la alegría como de tajo abierto.

Como este salón será de humoristas y pintores, nos hacemos el deber de invitar a todos los artistas. No hay jurado de admisión: es el público el que juzga; es una oportunidad para todos, y deben concurrir, en especial, los que no tienen tiempo de exponer, los que trabajan en las empresas periodísticas y que dan vida a la palpitación espontánea del arte, a la exigencia del público que no deja pulir los trabajos y que les exige imperativamente y los reclama en embrión.

Siendo quizá el evento cultural más importante que haya tenido el local en su corta existencia, la Exposición de Humoristas e Independientes se inauguró a las 16 horas del miércoles 5 de septiembre siguiente. Era una suerte de nuevo "Salón de los Rechazados" en versión chilena, que ya había tenido ejemplos criollos como una exposición del mismo en diciembre de 1911 en el Salón Libre de "El Diario Ilustrado", con obras de maestros como Pedro Lira, Pedro Prado y Benito Rebolledo.

La nueva exposición de "rechazados" tuvo asistencia de numeroso público y autoridades en la apertura, como el ministro de hacienda don Pablo Ramírez, llegando a hacer pequeño el salón del establecimiento. Su realización se enmarcaba, además, en el impulso del llamado movimiento runrunista nacional creado en esos años, vanguardia artística que abarcó aspectos de estética, literatura y diseño.

Entre otros expositores además de Chao y Cerda Barrios, estuvieron Enrique Santander Pereyra, Alberto Toro Andrade, Rafael Alberto Sotomayor, Marroquín Palacios, Ignacio del Pedregal, Víctor Bianchi (Victorino), Rafael Alberto López, Galvarino Lee (Bonsoir), Enrique López, Carlos Bonomo, Juan Gálvez, Estrada Gómez, José Miguel Cruz, Raúl Bergues, Armando Hernández, Alfredo Santana, Luis Cerda, Héctor Pinochet, J. González (Pelerín), Carlos Espejo, Camilo Mori Serrano, Pedro Celedón, Roberto Echenique, Ventura Galván, Gabriela Rivadeneira, Teresa Ponce, María Valencia, Elena Krause, María Aranís, Dora Puelma de Fuenzalida, Inés Puyó, Ana Sieveking, Teresa León, Ana Cortés, María Cobián y Elisa Iribarren de Krauss. Una de las obras que más llamó la atención fue la de Jorge Délano (Coke), titulada “Fiambres y verduras”, en la que formaba con esas vituallas varios personajes conocidos, algo parecido a lo que hizo en su época el italiano Arcimboldo. La parte escénica de la muestra, en tanto, estuvo a cargo de artistas como Dorita Lloret, Paquita Rodoreña, Olga Donoso, las hermanas Corio, Jaime Planas, Pepe Rojas, Meru Mateos y De Brigantti, entre varios más.

El día viernes 7 siguiente hubo un gran baile de 19 a 20:30 horas, con un grupo musical de jazz "especialmente contratado por los runrúnicos", aseguraba la prensa, mientras que la exposición siguió abierta desde las 11 de la mañana hasta el horario de cierre del Trocadero. Y, para el domingo 9, los humoristas ejecutaron un "programa bufo" a partir de las 16:30 horas y hasta la noche, como informaba "La Nación" describiendo un espectáculo casi dadaísta:

La troupe del perro "runrunista" se presentará en la media luna del salón, seguido de su papá, su mamá, la bella Calamar y el Pisquito chico. En medio de costalazos, tarascones, coletos y chirlos, los artistas nombrados regocijarán a la concurrencia menuda.

Otro número de interés será el de las bataclanas traídas por Nóbile de Polo, y llegadas a Chile en tubos de amoníaco.

Los jazz-bands ejecutarán música runrunesca y los dibujantes harán caricaturas a los niños y a las mamás.

En suma, será una tarde de colosales proporciones.

Los bailes diarios continuaron en el salón de 11 a 12.30 horas y de 18 a 20 horas. Mientras esto sucedía, varios de los ilustradores presentes tomaban apuntes gráficos a las parejas más destacadas u originales, regando después aquellas ilustraciones a las muchachas jóvenes más entusiastas. Mientras tanto, seguían recibiéndose postulaciones para la exitosa muestra.

Tras el éxito de la exposición, la buena racha del music-hall continuó en el mes siguiente cuando se presentaban en él las cautivantes bailarinas españolas Nuri y Faraónica, además de las hermanas Lucas. La presencia de tantas artistas femeninas, sensuales y jóvenes, revela tal vez que el perfil masculino era principal en el público.

En “Politics and urban growth in Santiago, Chile. 1891-1941” de Richard J. Walter, se dedican algunas líneas al club casi como recomendación, al describir la capital chilena de los años treinta tomando por referencia las expresiones que vertió la revista “Zig-Zag” para el Trocadero, en aquellos buenos días:

Al igual que en Buenos Aires y en otros lugares, los cabarets de estilo europeo comenzaron a aparecer en Santiago en estos años. Zig-Zag estaba particularmente entusiasmada con “El Trocadero”, que, como su homónimo parisino, ofrecía buena comida y música. Una diferencia de las cantinas y bares de la ciudad, la revista observa que “‘El Trocadero’ ha estado, desde el día de su apertura, marcado por la asistencia de la clase más selecta de nuestra sociedad, que disfruta reuniéndose en este cabaret agradable y lujoso, atraído por la buena música y por la atmósfera de distinción que se puede encontrar en esa elegante sala”. Establecimientos como este, señalaba el artículo, ofrecen la posibilidad de animar considerablemente la vida nocturna de la capital, que muchos consideraban aún subdesarrollada y provincial, al ofrecer un entorno elegante y sofisticado para el entretenimiento de clase alta y sano. Si eso era lo que la mayoría de los santiaguinos, o la mayoría de los visitantes extranjeros, buscaban en lo referido a vida nocturna, era otra cuestión.

Confirmando aquellas opiniones, en febrero de 1930 se habían presentado en el club las compañías de la Troupe Victoria y el Trío Buenos Aires; luego, en marzo, tocaba escenario a Fanny Bulnes, Marianella-Thony, la Rainbow Jazz, Margot La Cubana, Betty Lupetti, Yoya Martínez y Rosita Veran.

En una velada del viernes 4 al sábado 5 de abril de ese año, aprovechando la inauguración de nuevos servicios de restaurante en la medianoche, el Trocadero ofreció también una cena de homenaje a cerca de 50 artistas de Santiago, asistiendo al encuentro vedettes y coreógrafos de la Compañía de Revistas Ra-Ta-Plán, los actores, directores y empresarios de la Compañía Argentina Duckse, además de periodistas procedentes de diferentes diarios y revistas, más otras personalidades ligadas al ambiente artístico. Todos fueron agasajados por los encargados del restaurante, dejando una muy buena impresión que se trasladó a las páginas de los periódicos.

El día 15 de ese mismo mes, el local anunciaba en la prensa “Nuevos  estrenos  por Las  Lusitanas,  Violeta  Imperio  y  la  Jazz”, agregando que la cena era “desde las 10”. Y para el 30, informaba con grandes expectativas de una fusión artística entre los music-halls del Trocadero y Le Moulin Rouge, que le permitiría ofrecer los espectáculos europeos que pasearan por Buenos Aires, encargándose a don César Sánchez, de la Compañía Arozamena, la tarea de reclutar diez “girls” del cabaret bonaerense Tabaris, para traerlas a Santiago.

Al mismo tiempo, el Trocadero daba aviso de la pronta puesta en marcha de espectáculos cinematográficos que irían de 18 a 20:30 horas y de 22 a 23:30 horas. Al menos desde agosto, aparece también entre los cines que proyectan los boletines informativos de “La Nación”, junto a los biógrafos del Olympia y del Club de Señoras. “Entrada gratis para los habitués”, avisaba al presentar sus nuevas atracciones teatrales en cartelera, a principios de julio.

Pero, bajo la apariencia de que el negocio iba viento en popa, ya se estaban sintiendo los efectos mundiales que siguieron a la Caída de la Bolsa de Nueva York. A pesar de las aspiraciones y repetidos grandes anuncios, el Trocadero de todos modos debió enfrentar la situación echando mano a expresiones más populares de espectáculos, para dar la cara a los años de la Gran Depresión y sus consecuencias. Para el mes de agosto de 1930 ya había caído en el frecuente vicio de ofrecer con insistencia funciones de películas en vermut y noche en estreno, combinadas con los números teatrales y de jazz-band… Era la señal inequívoca de varios clubes e incluso ciertos teatros, de que estaban en problemas de concurrencia y utilidades.

Dada la situación, el club Trocadero terminaría siendo de corta duración. No sobrevivió a la caída del music-hall que iba a ser masiva, de hecho, pues se asume que con la Segunda Guerra Mundial, la popularización del teatro de musicales y el advenimiento de la televisión se iría liquidando después al género a nivel mundial, entrando en decadencia y debiendo incorporar variedades a sus espectáculos, como orquestas y bailarinas nudistas.

En el caso de aquella casa pionera del music-hall en Chile, sin embargo, su ocaso llegó de forma anticipada: el club comenzó a cojear ese mismo año de 1930, en el período cuando ya ofrecía solo “películas seleccionadas”.

Sin más posibilidades de mantener su hermosa casa de Merced, el Trocadero la cerró y se fusionó con el club Le Moulin Rouge, intentando enfrentar en vano la crisis económica de entonces. Un posterior gran proyecto de los edificios de la Caja de Empleados Públicos y Periodistas darían forma a la encrucijada de esta calle con San Antonio, años después. Había desaparecido también el Teatro Santiago y lo que quedara del Trocadero, cruzando la calle. Todo acabó transformado en aquel cruce de vías, realmente.

La vida del establecimiento fue breve pero, al dejar una huella inicial del espectáculo de music-hall, pudo haber sentado un acto fundacional para las futuras pruebas y errores en el camino de las candilejas nacionales, con su temeraria propuesta que, desgraciadamente, no se vio favorecida por el contexto histórico del convulsionado mundo de entonces. Más aun, todo el show de revistas desarrollado en los años treinta y que dará inicio a la época de gloria de las noches de plata santiaguinas, ofrecería influencias precisamente del music-hall británico de taberna y teatro, por lo que experiencias como la del Trocadero fueron visionarias y adelantadas en la realidad nacional, de alguna manera. ♣

Comentarios

♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣