"...en esa época, el 'corvo' era una prolongación de la mano: se 'jugaba' a la pulgada de sangre. De la hombría del minero nadie puede dudar, pues todos saben que los mineros del Regimiento Atacama fueron los mejores soldados de la Guerra del Pacífico: peleaban con sus corvos".
(Antonio Acevedo Hernández)
Entre los curiosos juegos que fueron practicados por mineros de los campamentos de la plata en Atacama y por soldados chilenos durante la Guerra del Pacífico, hubo varios bastante violentos que ejercitaban como verdaderos deportes, intentando templarse y divertirse en ratos de ocio pero pagados con moretones y narices rotas, como eran los enfrentamientos a golpes o puñetazos. Uno de ellos, sin embargo, destacaría por su sangrienta rudeza: la pulgada de sangre o, más flexiblemente llamada, la pulgá de sangre. Fue una práctica que impresionó a varios visitantes extranjeros que pudieron testimoniarlo, de hecho.
Los mineros nortinos resultaban ser diestros y bastante adictos a las justas de amigos y “sin picarse”, desde donde parece provenir la pulgada de sangre, precisamente. En términos generales, consistía en combates a puñal o corvo pero dejando solo una pulgada de su punta afuera de la mano o de una envoltura de cuero o de trapos, evitando así heridas mortales, aunque no el dolor ni las heridas. Puede que haya nacido, entonces, de alguna clase de aprendizaje en la esgrima de cuchillos criollos, volviéndose así un extraño deporte. Por lo general, se peleaba hasta la "primera sangre" (el que era herido primero), o en las formas más descarnadas hasta que uno bajara la guardia. No sabemos si esta tradición marcial tendrá alguna relación con el espolón de una pulgada que a veces se ataba a las patas de los gallos en la rueda de peleas, antaño, para incrementar y hacer más evidente el triunfo de uno sobre otro, pero tiene ciertas analogías.
En su memoria presentada en 1866 a la Universidad de Chile, con el título "Bosquejo histórico de la poesía chilena", el miembro de la Facultad de Medicina, don Adolfo Valderrama, se refiere a aquella curiosa pero sangrienta práctica que también confirma como de origen minero:
El pallador no es entre nosotros el minero, ni el roto de nuestras ciudades; es el roto agricultor, es el huaso de nuestros campos, y no podía ser de otro modo; no se pasa la vida impunemente a pie de nuestras majestuosas cordilleras. El minero que vive en el interior de las minas, y que contempla las riquezas que él no puede poseer, agría su carácter, se hace rencilloso y es en general atrevido y luchador; se ejercita en el manejo del puñal, y es él quien ha inventado ese espectáculo bárbaro, esa lucha horrorosa que se llama la pulgada de sangre. En ocasiones, el padre contempla con las manos metidas en la faja los rápidos movimientos de su hijo, que hace relumbrar el cuchillo en su manos teniéndolo tomado siempre a una pulgada de distancia de su punta, y se enfada si ve que el joven no es bastante diestro y se deja picar por su adversario; más de una vez entonces el viejo minero, lejos de tomar la defensa de su hijo, saca el puñal y le da una lección en presencia del círculo de compañeros que los mira entusiasmado. En vano el muchacho huye y trata de esquivar el golpe; el viejo lo persigue y lo pica ligeramente con la punta del puñal para estimular su ardor, irritándolo. Unas cuantas lecciones bastan; el hijo no volverá a avergonzar a su padre. ¿Cómo es posible encontrar poetas entre esa gente?
En nota a pie de página, el mismo autor agregaba que los mineros nortinos solían reunirse a jugar la pulgada de sangre formando un círculo para "una diversión en la que se luce la destreza de los luchadores". En muchas ocasiones, los contendores dándose aquellas cuasi puñaladas eran en realidad amigos. Además, era frecuente que la justa la hicieran con el torso desnudo, para dejar en más evidencia ante los presentes cualquier clase de "marca" del opositor. No cuesta suponer que las apuestas también pudieron estar involucradas en estas peleas de gallos humanos.
Al respecto, Oreste Plath dice algo muy interesante en su artículo "La epopeya del 'roto' chileno", que aparece en la selección "Autorretrato de Chile" de Nicomedes Guzmán:
Todo esto fue amasando irremisiblemente en el pueblo chileno un potencial bélico, cuyo espíritu se nota en la lucha a “corvo” pactada a muerte; en la pelea a la chilena, a chaqueta quitada y manos escupidas; en la “gracia” llamada “la pulgada de sangre”; en la canción, especialmente en la paya (los payadores chilenos eran belicosos, provocadores y agresivos); en las fiestas criollas, deportivo-sociales, las que se distinguen por su carácter de lucha; y hasta los juegos populares de los niños, son juegos de fuerza y habilidad, en los que se exaltan todas las energías vitales.
Duelo a corvos, en ilustración de la revista "Sucesos", año 1917.
Gañán pampino con puñal, en ilustración de revista "Sucesos", año 1917.
Soldados chilenos de la Guerra del Pacífico con corvos al cinto: a la izquierda, el subteniente José L. Herrera Gandarillas poco después de la recuperación del territorio de Antofagasta; a la derecha, un soldado del Regimiento 4° de Línea posando ante la cámara.
En su ensayo titulado "Heroísmos y Alegrías arrancados del Folklore", Plath informa también lo siguiente, intentando explorar la psicología de semejantes jugadores:
Y los rotos pampinos que luchaban a puñal atados por los pies con su faja que no los dejaba distanciados más de un metro a uno de otro -peleas en las que aparecía la cuchilla que "separaba el alma del cuerpo"- ¿No es un duelo de domadores, una lucha de cóndores? Y el juego de la “pulgada de sangre” que consistía en enterrarse en la carne de las nalgas una pulgada de una hoja de cortaplumas.
¿Ayer no los apreciábamos cuando atentaban contra su vida colocándose un tiro de dinamita en la boca, o cuando se apretaban de uno en uno los dedos de las manos en los topes de los carros de ferrocarril, en las salitreras, para cobrar una pequeña indemnización, como accidentado del trabajo?
La conclusión del autor sobre a relación del juego con el mundo minero es compartida, a la pasada, por Alfonso Calderón en trabajos como sus "Memorias de memoria". Los principales responsables de haber llevado a la guerra de los desiertos tales prácticas han sido señalados, por consiguiente, como los hombres del célebre y aguerrido Regimiento Atacama, el mismo que fuera creado como batallón cívico de los mineros de Copiapó y alrededores.
En sus ilustrativas memorias y crónicas de "Las cuatro campañas de la Guerra del Pacífico", el veterano Francisco Machuca recordaba algo respecto de la crudeza de los enfrentamientos y ataques con cuchillo corvo:
La pelea de hombre a hombre, requiere corazón; se lanza el golpe al estómago; clavada la punta, se gira la muñeca; la hoja se pone horizontal, se recoge el brazo en palanca, y se tira con fuerza.
De esta manera, los asaltantes vaciaron los estómagos de los sacos de arena en los atrincheramientos de Arica; y sirvieron de puntos de apoyo para el asalto del Morro y del fuerte Ciudadela.
No cuesta suponer, por lo tanto, que toda aquella mecánica sangrienta del cuchillo corvo u otros modelos de armas blancas haya sido reducida de considerable manera con la exposición de solo una pulgada fuera de una funda en los ejercicios, simiente de las contiendas de la pulgada de sangre. Debe enfatizarse, entonces, que el objetivo no era la muerte del contrincante aunque las armas sí fueran tan útiles para terminar con vidas ajenas. La condición era siempre la misma: dejar solo aquella punta de la hoja afuera, cubriendo el resto para que no penetrara la carne del adversario.
Pero no termina allí esta épica: parece ser que algunos veteranos del 79, ya familiarizados con tal práctica, trajeron a Santiago y otras regiones el amedrentador juego, así como expandieron también la fama del corvo en la capital si es que no se conocían ya desde antes en la sociedad central del país. Se han reportado después algunas formas de duelo bastante parecidas, de hecho, practicadas más bien en la comunidad penal o en el ambiente delincuencial o los bajos fondos. No sabríamos precisar si eran origen o consecuencia de la pulgada de sangre luego de haber alcanzado su apogeo en los tiempos de la fiebre minera nortina y la Guerra del Pacífico, aunque tenderíamos a creer más en lo segundo.
Como hizo también Plath en su ensayo breve "El Corvo", Calderón agregaba en "Cayó una estrella" que a los jugadores podían ser amarrados para la pelea a corvos, manteniendo los pies juntos para evitar que se separaran y asegurar una lucha con un resultado rotundo y más evidente. El profesor y viajero germano Otto Bürger había descrito aquella extraña tradición en "Acht lehr-und wanderjahre in Chile", ya en 1923.
Entre los gañanes más violentos del Santiago de antaño fue normal, por ejemplo, que las discusiones de bares y posadas terminaran "saliendo a cancha", con los adversarios armados y rodeados por la chusma entusiasmada y animándolos, a veces en la calle misma, para que pelearan provocándose solo puntadas o cortes ligeros con sus puñales. Así como las peleas a puños tradicional e instintivamente suelen terminar con el primer brote de sangre o con el aturdimiento de uno de los contrincantes, en lo ideal las peleas a puñal "limpias" cesaban con el primer herido o imposibilitado de seguir dando lucha. Es decir, era una forma más de "duelo de primera sangre", como se les llamaba. Empero, en la ebriedad y con los odios desatados muchas veces se les pasó la mano y, así, lo que debía ser una contienda con heridas y "marcadas" a lo sumo, acabó en bullados crímenes de la época.
Mineros chilenos de siglo XIX, en ilustración publicada en el Atlas del naturalista Claudio Gay. Fuente imagen: Memoria Chilena.
Corvos originales de la Guerra del Pacífico. Colección de Marcelo Villalba Solanas, Museo de la Guerra del Pacífico "Domingo de Toro Herrera".
Simulación de pelea a cuchillos en calles rurales, en la sección de "Escenas Populares" de la revista "Sucesos", año 1906: "El afilado corvo sale a relucir y los combatientes serenos, impasibles, se espían los movimientos para aprovechar un ataque en falso o bien aprovechar algún descuido que le permita sentar su superioridad".
Escena de la obra "Chañarcillo" de Acevedo Hernández, la que recrea un duelo de la pulgada de sangre, cuando fue exhibida en el Teatro Municipal de Santiago por el Teatro Experimenta. Imagen de la nota publicada en el diario "La Nación" del 18 de junio de 1953.
Ejercicios de esgrima carcelaria o "haciendo sombra" en un penal de San Antonio, en capturas tomadas de un video transmitido por Chilevisión. Puede haber en esto alguna remota influencia del juego de la pulgada de sangre.
Y si bien la tradición podría relacionarse con otras igualmente antiguas, como cierta clase de "justas" entre indígenas reportadas en algunas crónicas y algunas folclóricas formas de esgrimas criollas (muy populares en la cultura gaucha argentina y la de antiguos ganaderos campesinos y patagones, por ejemplo), la relación especialmente minera de la pulgada de sangre fue distintiva en la misma, más allá de su expansión por otras regiones.
Fue por aquella razón, además, que Antonio Acevedo Hernández incluyó al sangriento juego en su obra teatral "Chañarcillo", estrenada en 1936. En efecto, en su argumento ambientado en 1842, aparece representado un duelo de pulgada de sangre, mismo que da nombre a la primera parte de la misma obra, y dice al respecto el personaje Pedro El Suave antes de desafiar y derrotar en una fonda atacameña a otro sujeto motejado como El Cerro Alto:
El corvo, el cuchillo, Carmen, no es extraño al minero, como no lo es la uña maestra al puma... El corvo es la continuación del brazo, es... cómo lo diría... es lo que refuerza la palabra, que así es como una escritura... Aquí los niños quieren tanto al corvo y desprecian tanto el dolor, que juegan a la pulgá de sangre, que es un jueguecito que, como toos saben, consiste en pelear con un cuchillo al que se le ha dejao libre solo una pulgá de fierro pa que acaricie la carne. Pero estamos tristes, Don Patricio, un trago pa toos.
Una de las presentaciones más exitosas en Santiago de tan elogiada obra fue en el Teatro Municipal, en junio de 1953. Ejecutada por la Compañía del Teatro Experimental, actuaron en aquella ocasión figuras históricas de las tablas nacionales como Roberto Parada, Bélgica Castro, Domingo Tessier, Agustín Siré, Fanny Fischer y Claudia Paz, entre otros.
En su obra "Croquis chilenos (Crónicas y relatos)" de 1931,
el mismo Acevedo Hernández ya se había referido a los
contrabandistas de alcohol llamados pisqueros (así llamados por traficar
piscos de Huasco, Elqui y Ovalle) a quienes define como "los últimos vástagos de
los que 'jugaban' a la 'Pulgada de Sangre' o acechaban a los viajeros en la
Cuesta Dormida...". El autor también mencionó el juego en "Los cantores populares
chilenos", de 1933. Es claro que tenía plena convicción de la relación del jueguito con la vida minera.
Sin embargo, en la capital chilena llegaron a instalarse algunas prácticas que parecen derivadas de la pulgada de sangre. En el peor de los casos, estarían solo emparentadas con ella o con otras formas de duelo a espada y florete que también pudieron verse en Europa (como el mensur germano, por ejemplo), en las que tampoco se procuraba la muerte de alguno de los retadores como principal objetivo. Los paralelismos con la pulgada de sangre son bastante evidentes, en ciertos casos. Una de ellas era la de los llamados puntazos del mundo del hampa, correspondientes a golpes de castigo o advertencia solo con la punta del arma blanca, generalmente en muslos, hombros o brazos. Otras parecidas son las "marcas" de advertencia con cicatrices en cejas o mejillas, muy populares en el ciertos ambientes bajo y en la "cana" o medios carcelarios.
Sin embargo, quizá lo más parecido a aquel juego sea la esgrima carcelaria de sables o espadas artesanales ("estoques") que aún existe en los patios de varios recintos penales, en donde la regla es que “gana” el que solo corta o "marca" al contrincante, hiriéndolo superficialmente a lo sumo y sin darle muerte, al menos en la norma implícita general. Los entrenamientos de este combate son llamados "hacer sombra" en la jerga, además. Cuesta mucho, entonces, no asociar la semejanza básica entre estas formas de duelo y las que correspondían a la vieja pulgada de sangre, aunque las armas utilizadas en ambos casos sean de diferente estilo y factura. Alguna clase de relación debe existir entre ambas, por general que esta resulte.
Cabe cerrar, sin embargo, advirtiendo que el fair play de las peleas carcelarias que las haría parecidas a la pulgada de sangre solo puede permanecer activo, por supuesto, mientras no tengan lugar las peleas a muerte con la misma clase de herramientas artesanales, ocasiones en que esos instrumentos se emplean ya sin las normas ni límites implícitos de la antigua esgrima de duelos. ♣
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