♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣

EL TEATRO UNIÓN CENTRAL Y LA PRIMERA PROYECCIÓN DE CINE

Aviso para el Teatro Unión Central en el diario "La Nación", marzo de 1917.

Al Teatro Unión Central se lo recuerda, principalmente, por haber sido realizada en su sala la primera exhibición de cinematógrafo en Chile y -casi como consecuencia de lo mismo- por resistir siendo uno de los últimos salones de biógrafo que continuaron proyectando el clásico cine mudo y de formato blanco y negro en Santiago, aunque con otro nombre ya. Su pasada presencia es recordada con una placa del Instituto de Conmemoración Histórica en el lugar que ocupó alguna vez, empotrada en uno de los muros de la actual calle peatonal Bombero Adolfo Ossa desde 1996, con patrocinio de la Municipalidad de Santiago y los Exhibidores y Cineastas de Chile.

La vieja sala era parte de las dependencias que habían pertenecido a la llamada Colectividad Civil Unión Central, sociedad que nació para operar como una suerte de área de financiamiento de la Unión Católica, o más exactamente como su brazo con rol comercial, creado tras algunos problemas monetarios que había experimentado aquella agrupación y con objeto de dar salida a dichas situaciones. Entre sus fundadores estuvieron José Clemente Fabres, Abdón Cifuentes, Cosme Campillo y Enrique Tocornal.

A mayor abundamiento, se trataba de una organización de fuerte carácter conservador y ligada fundamentalmente a la intelectualidad católica, cuya sede ocupó un amplio sector en la manzana de calle Ahumada y Agustinas, llegando hasta Bandera. La Unión Central y sus instalaciones fueron, de hecho, el origen de la Universidad Católica de Chile, tras ser creada la casa de estudios por monseñor Mariano Casanova como reacción de su sector a las rupturas y enfrentamientos entre los gobiernos liberales y la Santa Sede, el 21 de junio de 1888. Las dependencias de la Unión Central comenzaron a ser usadas por la misma universidad al año siguiente, a partir del 1 de abril, de modo que estaría allí la simiente de la connotada casa de estudios. Uno de sus espacios allí fue, justamente, el de su salón de encuentros institucionales, el futuro teatro y cinema.

El complejo de la colectividad abarcaba gran parte del lugar que había pertenecido antes al convento viejo de las monjas agustinas, mientras que la señalada sala teatral en el mismo quedó ubicada hacia el centro de la manzana. Era una sala de aspecto inicialmente muy sencillo, aunque no muy diferente de los demás teatros que existían a la sazón en Santiago. En la esquina de Ahumada con Agustinas, en tanto, se estableció la sede del Banco Santiago, con un magnífico edificio de balaustras, torreón de vértice y cúpula. Ocupaba el espacio en donde estuvo antes la iglesia de las monjas, y la Unión Central tuvo allí también una cancha de ladrillo para prácticas deportivas o sociales, entre 1888 y 1891, usada principalmente para tenis por el Círculo Deportivo de la misma sociedad. Esta dirección y parte del terreno pasarían a ser utilizados por una ferretería, más tarde.

Por el lado específico de Ahumada, hacia la mitad de la cuadra, la propiedad ocupaba el número 37 de la serie antigua, correspondiente al 162-166 en la posterior numeración corregida. Se accedía por allí a la sala que, por algunos años, había sido también el salón de actos de la flamante Universidad Católica, antes de emigrar desde este sitio. Aquel espacio estaba rodeado de locales comerciales importantes: hacia 1887, por ejemplo, figuraba en el mismo sector de su edificio el célebre Bazar Alemán de don Carlos Krauss, que hacia el Centenario estaba en un suntuoso edificio ya desaparecido, junto a la Plaza de Armas. La juguetería de este bazar, con el tiempo, se volvió la más importante de su época y una de las principales en la historia comercial del país.

Sin embargo, el 4 de junio de 1891 un incendio destruyó parte de la misma cuadra de Ahumada llegando a Agustinas, provocando estragos en las dependencias de la Unión Central y propagando sus llamas por la manzana en solo media hora, saltando incluso hasta el otro lado de la calle. De acuerdo a lo que señala Ismael Valdés Vergara en “El cuerpo de bomberos de Santiago, 1863-1900”, fue el peor incendio de la capital en esos años, tanto así que el calor del fuego vaporizaba el agua de las mangueras con las que se intentaba extinguirlo. Sin más que hacer por las dependencias de la Unión Central, entonces, los bomberos prefirieron salvar los edificios adyacentes o vecinos e impedir el avance del infierno, logrando apagarlo tras un durísimo día casi completo de esfuerzos, el que se extendió hasta el siguiente con la tarea de ahogar las brasas de entre los escombros y evitar los rebrotes.

Parte del desastre de la Unión Central se habría debido, además, a las restricciones de tocar las campanas de alarmas en el contexto de la Guerra Civil que se vivía en esos días, lo que impidió la oportuna llegada de los voluntarios para apagar las llamas iniciadas en horas de la madrugada.

Tras la destrucción casi total de sus cuarteles, entonces, el edificio de la sala y las otras dependencias debieron ser reconstruidos con un gran nuevo proyecto. Mientras esto sucedía, la Universidad Católica emigró provisoriamente desde los siniestrados altos hasta la residencia de una señora Echeverría, por el lado de Bandera. Se debía restablecer, después de reconstruir el lugar por el lado de calle Agustinas hacia la mitad de la cuadra, siempre en el segundo piso del edificio de la sociedad. Sin embargo, tan incómodas resultaron para la institución aquellas dependencias que el Arzobispado de Santiago tomó la decisión de iniciar otro gran proyecto arquitectónico: el de la actual casa de estudios en la Alameda de las Delicias, iniciado en 1894 aunque tendrían que pasar varios años antes de que la institución universitaria pudiese emigrar hasta su nuevo y definitivo edificio.

El recuperado salón universitario de la Unión Central y el pasaje comercial en el que estaba ahora, en tanto, parecen haber sido obras del arquitecto francés Eugène Joannon Crozier, integrado al proyecto de un edificio de cuatro pisos y abundantes locales comerciales en el zócalo, entre ellos la famosa Relojería Suiza justo a un lado de la entrada al pasaje que llevaba a dicha sala.

Anuncio con la exhibición de los funerales del presidente Pedro Montt en el Teatro Unión Central, en "El Diario Ilustrado" del 27 de agosto de 1910. Fuente imagen: Biblioteca Nacional Digital.

Fachada del pasaje comercial y el Teatro Unión Central, en los años veinte. Fuente imagen: colecciones de Pedro Encina, Flickr "Santiago Nostálgico".

Aviso del Teatro Unión Central en 1913, en revistas de cine de la época.

Distribuciones de palcos y plateas en el Teatro Unión Central. Fuente imagen: colecciones de Pedro Encina, Flickr "Santiago Nostálgico".

Fachada del ex Teatro Unión Central, ya siendo el Teatro Principal en los años treinta. Fuente imagen. Fuente imagen: colecciones de Pedro Encina, Flickr "Santiago Nostálgico".

De esa forma, el renovado salón de actos universitarios fue reinaugurado como teatro comercial el 2 de mayo de 1895, de acuerdo a autores como Alfonso M. Escudero. Con gran capacidad de público, el nombre del mismo sería desde aquel momento Teatro Unión Central que, al decir de Jorge Coke Délano, era “absurdo para un teatro, pero había que aprovechar las iniciales U.C. que decoraban el recinto en que funcionó el Salón de Actos de la Universidad Católica”… Y así quedó, entonces.

Fue en aquel período de renacer cuando tendrá lugar el hecho histórico sucedido el 25 de agosto de 1896, con la exhibición del filme breve “El Mar” de los hermanos Lumière, a partir del cual esta sala comenzó a ofrecer rotativos cortos, inscribiéndose en la historia como el primer cinematógrafo de Chile. Por algún tiempo fue, también, el más importante de todos los disponibles que había en la capital, junto a otras salas de cine como el American Cinema y el propio Teatro Municipal, que se destinó por algunos períodos en tales servicios.

La histórica proyección había sido organizada por don Francisco de Paula, un empresario que parecía especialmente interesado por estas tecnologías de animación fílmica. Ya antes él había mostrado a la sociedad santiaguina, en una exhibición del 18 de febrero de 1895, el novedoso y sorprendente kinetoscopio: aparato con un sistema de rodillos interiores en donde corría una cinta sinfín con un visor-proyector, basado a su vez en la tecnología de relojería. Inventado en los talleres creativos de Thomas A. Edison y perfeccionado por el francés Louis Le Prince, era utilizado en fiestas y carnavales, siendo un artefacto precursor de los mismos que llevarían a las proyectoras fílmicas.

También sorprenderá no solo la velocidad con la que llegó el cine al país gracias a aquel hito, apenas un año después de la primera exhibición en Francia de “La salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon Monplaisir” (13 de febrero de 1895), sino también la rápida producción en el año siguiente del documental “Una cueca en Cavancha” de Luis Oddó Osorio, estrenado en el salón de la Filarmónica de Iquique el 20 de mayo de 1897. Comenzaba, de ese modo y con aquellas hazañas, la historia del cine chileno.

Valparaíso ya tenía algunos biógrafos propios a inicios del siglo siguiente. Empero, pasó un poco antes que el Teatro Unión Central pudiera iniciar de manera estable y continua sus funciones diarias con las novedades del cine, saliendo así de la etapa experimental y pudiendo enfrentar el Centenario más constituido como sala cinematográfica. Los filmes chilenos más antiguos de los que aún se conservan imágenes provienen del puerto, curiosa y precisamente: los cortos documentales "Ejercicio General del Cuerpo de Bomberos", grabado por un director anónimo en la Plaza Sotomayor en 1902, y “Un paseo a Playa Ancha” de Massonnier, rodado durante el año siguiente.  

A su vez, y cuando ya existían otros biógrafos estables o provisorios para los santiaguinos, el Unión Central se había vuelto un sitio importante para la proyección de otros de los primeros experimentos fílmicos nacionales, generalmente correspondientes a registros de acontecimientos específicos. Uno de ellos fue un documental con las carreras de caballos celebradas el 20 de septiembre de 1909 en el Club Hípico, que fue  proyectado en la sala al iniciar octubre siguiente.

En agosto de 1910 y, según parece, hasta febrero del año siguiente, el Unión Central exhibió a platea llena el documental “Las solemnes honras fúnebres en honor del Excelentísimo Presidente Montt”, dividido en dos partes y con gran atención del público concurrente. Esta obra fue rodada por quien fuera uno de los dueños del Teatro Politeama ubicado a espaldas del Portal Edwards, don Julio Chenevey, hombre de varios talentos.

Por insólita coincidencia, después de la muerte de Montt sobrevino la del vicepresidente y mandatario provisorio Elías Fernández Albano, en septiembre de 1910, prácticamente empezando ya las Fiestas del Centenario. Esto dio origen a otro registro funerario que sería exhibido después en el Unión Central: "Los funerales del Excmo. señor Fernández Albano", aunque no hay noticias concretas sobre quiénes fueron sus productores y director. Ese mismo mes se exhibió en la sala un registro del Gran Paperchase que se había realizado recientemente en Quillota, a fines de agosto, también desconociéndose quién fue su director, además del filme "Manuel Rodríguez" de Adolfo Urzúa, considerado la primera película argumental producida en el país.

Poco después, el escenario del Unión Central recibía la visita al país del pianista y compositor germano Albert Friedenthal. Así se refería a este magno evento la revista "Pluma i Lápiz" del 11 de agosto de 1911:

El Santiago devotamente lírico ha tenido por segunda vez la fortuna de escucharlo y de hacerle la justicia del aplauso, dado con el fervor de las ovaciones respetuosas cercanas a la veneración. Los técnicos han tenido para quedar pasmados con los recursos maravillosos de este artista, con su vastísimo repertorio, con los verdaderos milagros de su ejecución sorprendente, con esta enorme magia del pianista en los conciertos de la Unión Central.

Con aquellas funciones, entonces, el cinematógrafo del Unión Central regresaba a sus exhibiciones estables de obras de la Compañía Ítalo-Chilena, con la que había alcanzado un nuevo y conveniente acuerdo según se informó entonces. Eran los tiempos en que la cabina de operadores de todo cinematógrafo resultaba todavía un lugar peligroso, especialmente ante las posibilidades del fuego, al tiempo que los innovadores experimentaban también con diferentes formas de dar más realismo a la proyección ante la falta de sonido propio en las cintas. Se sabe que, en los mismos años, incluso hubo procedimientos usados más tarde en el radioteatro, como el de imitar los ruidos ausentes de la película desde atrás del telón por parte de un operario (gritos, disparos, vientos, silbidos, etc.), como se hacía en ciertas obras de teatro, aunque con resultados irrisorios. Pero el desarrollo de la tecnología anticipaba ya el advenimiento de lo que sería después el definitivo cine sonoro, mismo que dejaría al Unión Central y sus exhibiciones mudas como reliquias para románticos y nostálgicos, unos años después.

Por lo anterior, en 1913 el teatro se allanó a ofrecer algunas funciones sonoras a partir de noviembre: según consigna la revista “Cinema” de Santiago del 5 de diciembre, concluyó por entonces una serie de audiciones valiéndose de kinetófono, tecnología salida unos años antes también desde las industrias de Edison, como creación compartida con William Kennedy Dickson. Tenía la particularidad de sincronizar la imagen con el sonido, la primera en kinetoscopio y la segunda en el fonógrafo, aunque todavía no se ajustaba al modelo técnico de la película de cine sonoro propiamente dicha, que sería conocida más tarde.

La cartelera del teatro, además de películas, ofrecía mientras tanto las infaltables zarzuelas, sainetes y otras expresiones de teatro popular, aunque con el toque sobrio y correcto que el conservadurismo de los dueños de casa exigía. Al respecto, Coke Délano asegura que se trataba de un teatro caracterizado por ser jaibón; es decir, lo que hoy llamaríamos cuico, para público de alto nivel. También era lugar de concurrencia para colectivos como la colonia italiana en Santiago, que a veces acudía en masa a ver estrenos como el filme "La Victoria (Toma de Gorizia)" en marzo de 1917.

En los inmediatos del teatro también estuvo la oficina de la agencia Prensa Latina, además de las firmas que ocupaban los locales del centro comercial del edificio y sus pasillos. Y cuenta María José Cifuentes en su “Historia social de la danza en Chile” que, por entonces, se realizaron importantes visitas de compañías europeas al mismo recinto teatral, quienes ofrecieron funciones también en el Teatro Victoria de Valparaíso. Entre ellas estuvieron la de Monsieur Poncot, las Compañías Roussets, el Coreográfico Corby y el equipo de Montinnetti-Ravel, que causaron gran interés y satisfacción en la élite del país.

Ya en 1915, el Unión Central fue lugar de exhibición del filme “Santiago antiguo”, de Manuel Domínguez, otro evento importante en la historia local del séptimo arte. Sus presentaciones artísticas se alternaban con esas proyecciones de películas, como se ve. Eran años, además, en que el teatro formaba parte de las celebraciones del Día de los Estudiantes y las Fiestas de la Primavera.

Cuadra de la Unión Central con ubicación de sus espacios, incluido el teatro, y las propiedades adyacentes. Detalle del "Plano Catastral de la Ciudad de Santiago" de Alcides Aray Santos, año 1915.

Teatro Unión Central, en un aviso de la prensa cinematográfica de 1918.

Ahumada con Bombero Ossa, ex calle Unión Central, en 1992. Es el lugar en donde estaba el Teatro Unión Central.

Placa conmemorativa para el Teatro Unión Central y la primera proyección cinematográfica realizada en su sala.

En mayo de 1918, el Unión Central y el Alhambra fueron los teatros elegidos para el estreno del filme "Todo por la patria" de Luis F. de Retana, distribuido por la Casa Hans Frey. El éxito fue tal que quedó gente de pie y otros afuera de las salas. Este filme, considerado la cuarta cinta producida por la cinematografía nacional, se basa en la Guerra del Pacífico como argumento y muchos la anunciaron entonces como el primer trabajo de este tipo en el país.

Ese mismo año, la artista Camila Bari Vélez, esposa del escritor Sady Zañartu, ofreció en el Unión Central su primer concierto de música y danzas chilenas con la dirección de Darío Risopatrón Barros. La pianista Rosita Renard, por su parte, hizo su debut en Santiago en la misma sala, en mayo de 1920. Las entradas a su presentación se vendieron en la tienda musical de don Carlos Friedemann, en Ahumada 113-117, cuya empresa estaba a cargo de la propaganda del concierto. Posteriormente, para mayo de 1924, se anunciaba un “Gran Concierto en Re mayor para piano y orquesta”, del compositor chileno Enrique Soro Barriga, ejecutado por Armando Palacios y con la dirección de su autor. Y en septiembre siguiente se presentaba la Compañía de Comedias Rafael Arcos.

El teatro de Ahumada siguió siendo uno de los mejores de Santiago y de los favoritos de la aristocracia por algunos años más, continuando su valiosa labor de divulgación y fomento al aprecio al cinematógrafo mundial y la cinematografía nacional.

En la fachada del edificio neoclásico de la Unión Central se podía ver un gran cartel en forma de T, con el nombre de la sala. Empero, también fue este el período en que tuvo cambios de dirección y pasó a llamarse el conjunto como Pasaje y Teatro Principal, hacia 1929, administrado por la empresa Sanfuente Hermanos y ofreciendo todavía espectáculos de zarzuela y género “chico”. El biógrafo se mantuvo con proyecciones como “El médico de señoras”, del que se advertía era “para mayores de 15 años y no recomendable para señoritas”, en junio del año siguiente. También daba espectáculos de bataclán negro a inicios de aquel año, dirigido por Lucrecia Torralva y causando sensación en la sociedad de entonces, con artistas como las chilenas Olga Cáceres y Elena O’Connell.

En “Rosita Renard, pianista chilena”, Samuel Claro Valdés informa de otras presentaciones de la artista en el mismo teatro, en donde ya se había presentado en abril de 1935, describiendo otra curiosa característica del lugar:

Los próximos dos recitales los ofreció también en el Teatro Principal, el 3 y 24 de mayo. En esa época, el Teatro Principal, que quedaba en calle Ahumada 162, era uno de los últimos establecimientos donde se podía asistir a funciones de cine mudo, y anunciaba, con orgullo, que era el “templo del cine mudo, el único cine que mantiene el prestigio del arte del silencio”. Hay que recordar que la desaparición del cine mundo y su reemplazo por el cine sonoro, produjo una grave crisis de desempleo entre los numerosos músicos que tocaban en vivo, la música incidental para las películas.

Como todos los teatros, además, el Principal también recibió a fuerzas políticas que lo ocuparon para proclamas y reuniones. Ese mismo año de 1935, por ejemplo, fue sede de la Primera Convención de la Juventud Conservadora, precursora de la Falange Nacional y, a partir de esta, del Partido Demócrata Cristiano. Cinco hombres jóvenes -aún no bien conocidos y recién formando experiencia- presidían el histórico encuentro: Eduardo Frei Montalva, Radomiro Tomic, Bernardo Leighton y Alejandro Silva Bascuñán y Manuel Garretón Walker.

El arribo de las compañías internacionales y mejores teatros durante los años veinte y treinta, había ido oscureciendo a salas que apostaron principalmente al biógrafo clásico como el ex Unión Central. Tras la venta y demolición de los edificios que habían pertenecido al teatro en la cuadra, ya hacia el medio siglo se terminaron de construir nuevas moles y hasta dependencias con subterráneos, como los alguna vez célebres Bajos York. La función del viejo cinematógrafo fue reemplazado por el entonces flamante Cine York, con su época de oro entre los setenta y comienzos de los ochenta. Todo el espacio intermedio entre los nuevos edificios, en el eje norte-sur desde Moneda hasta Agustinas, quedó conectado por el Pasaje Presidente Aníbal Pinto.

En donde había estado el teatro y su galería comercial, en tanto, se abrió la callejuela desde Ahumada hasta la calle Bandera, que mantuvo el nombre de calle Unión Central o Central a secas, evocando a la antigua institución que allí existió. Otro cine se ubicó hacia el extremo poniente de esta, haciendo esquina con Bandera: el Metro.  Uno de los flancos del pasaje lo inicia el Edificio Unión Central.

Años después, aquel pasaje peatonal fue rebautizado Bombero Ossa como homenaje al mártir de la Primera Compañía de Bomberos de Santiago, Adolfo Ossa de la Fuente, cumplido el centenario de su sacrificio ocurrido en acto de servicio del 3 de septiembre de 1876, cuando fue aplastado por un murallón durante un incendio de calle San Diego.

A pesar del cambio de nombre del callejón peatonal, quedaron algunos vestigios del topónimo en el mismo pasaje: el señalado edificio que da forma a su acceso por el costado sur lleva aún su nombre y antigua dirección, correspondiente a Unión Central 1010. Y más adentro, por el costado opuesto en el 1047, permanecía la Reparadora de Calzado Central, un pintoresco negocito y taller manteniendo la antigua tradición de los zapateros remendones.

Comentarios

♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣