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EL PRIMER TEATRO POLITEAMA DE LA CAPITAL

Postal fotográfica de J. M. Sepúlveda con el edificio que había pertenecido al Teatro Politeama, ya convertido en el Teatro Santiago, a inicios del siglo XX. Fuente imagen: colecciones de Pedro Encina, Flickr Santiago Nostálgico.

Hemos hablado ya en este sitio sobre el más recordado y popular Teatro Politeama de la capital chilena, el que se ubicaba atrás del Portal Edwards en los barrios adyacentes a la Estación Central de la Alameda. Sin embargo, se hace preciso dar un paso en reversa hacia los ejemplos del clásico y romántico episodio de las candilejas y de los espectáculos del viejo Santiago, representados en el primer Teatro Politeama que tuvo la ciudad... Tal vez por sus antecedentes, deberíamos decir, ya que trazan el inicio del camino a un fenómeno posterior correspondiente a la edad dorada de las luces de teatros capitalinos.

El antiguo Politeama se ofrece como un muy buen punto de observación de aquellos inicios, en la sinuosa línea de tiempo que tomará vigor ya en el siguiente siglo. Es la partida del sendero señalado por barridos y destellos de la bohemia de antaño y las propuestas artísticas más modernas que cobraban cuerpo a la sazón.

Se hallaba en calle Merced 77, dirección corregida después al 847 casi enfrente de la Casa Colorada y muy cerca de la Plaza de Armas. Esto era en la manzana de los también desaparecidos edificios del Portal Mac Clure y la Galería San Carlos, maravillas arquitectónicas de su época, en la actualidad reemplazadas por el Portal Bulnes y la calle Phillips, aproximadamente. De hecho, inmueble del teatro era el que daba forma al costado oriente en el acceso de la galería y sus techos de cristales.

Construido en el período 1887-1889, el teatro de don León Bruc (o Bruck) fue uno de los primeros intentos locales por establecer el modelo de café chantant o concert, como lo han definido algunos autores, por lo que siempre estuvo vinculado a los amantes de las tardes y las noches en platea numerada, e incluso de la bohemia diurna. Bruc había sido allí del anterior Hotel Central de Merced con San Antonio, y el bar-restaurante del mismo era conocido con su nombre, antes de cerrar y ser reemplazado en tal servicio por el Café de la Bolsa.

El Politeama destacó especialmente por sus presentaciones de zarzuela, sainetes y música popular española, géneros de gran interés y atractivo para el gusto del pueblo de aquellos años. Era, de alguna manera, la contraparte social del elegante y refinado Teatro Municipal, hasta donde acudían las clases altas o más circunspectas, contraste que también fue advertido por la prensa de la época. También fue precursor de los audaces números de revistas y bataclán, que llegaron a su apogeo en la centuria siguiente.

Siendo así restaurante y teatro, el Politeama viejo pudo constituirse como uno de los centros recreativos y de reunión de espectáculos más antiguos de su tipo en la historia de Santiago, porque si bien la actividad y los recintos teatrales se remontan a los últimos años de la Colonia, esta sala abrió terreno a una característica bohemia y social diferente a la de aquella más clásica y seria. A pesar de sus escándalos, también mantuvo su distancia de las opciones que la plebe tuvo en otros casos, juzgadas como más controvertidas y oscuras, partiendo por las famosas chinganas de Santiago, las casas de remolienda y las llamadas filarmónicas, las varias posadas folclóricas de la población Ovalle en La Cañadilla o bien en las quintas y cobertizos de la calle de Las Ramadas.

Julio Vicuña Cifuentes informaba que el Politeama había sido construido en el terreno de un viejo edificio anterior en aquel sector de Merced casi llegando a San Antonio. Se sabe también que el propietario del terreno habría sido un señor Cruz Leyton, de acuerdo a lo que indica Alfonso M. Escudero. Era la misma sala que pasó a ser, tiempo después, el Teatro Santiago, aquel que antes se ubicaba en la alegre calle Dieciocho y que también fue restaurante, al menos en sus inicios.

Manuel Abascal Brunet y Eugenio Pereira Salas, en su libro sobre la zarzuela del maestro Pepe Vila, también describen a aquel Politeama viejo como “marcado de rojo, con un tanto olor a azufre”, anotando que en sus primeros tiempos era “de señoras solas”. Y, confirmando sus factores más novedosos que respondían al contexto de tiempo, agregan -haciendo un esbozo sociológico- que el estreno del teatro “coincidió con esa emancipación de la juventud santiaguina, todavía contrahecha en el zapato chino de las costumbres coloniales”. En este clima, Vila llegó a ser la principal estrella de su cartelera.

Ubicación de la Plaza de Armas y del Teatro Politeama/Santiago, en el "Plano Comercial de Santiago" elaborado por Jenaro Barbosa, año 1908.

Imagen de calle Merced con Estado, de la Casa Díaz & Spencer tomada hacia 1885-1890 desde el antiguo Portal Fernández Concha. Se observa el Portal Mc Clure de la Plaza de Armas con los techados de vidrio de la Galería San Carlos y, atrás a la izquierda, la imponente figura del Palacio Urmeneta. Atrás, al oriente, la Iglesia de la Merced. En donde termina la línea de techos al inicio de la Galería San Carlos estaba el Teatro Politeama.

Aviso de la obra "La Fiebre del Fonógrafo" del popular actor Pepe Vila, satirizando sobre la moda de estos aparatos en 1905. Vila fue la estrella principal del Teatro Politeama y luego del Santiago, en el mismo lugar. Imagen publicada en la revista "Zig-Zag".

Fachada y pasaje del segundo Teatro Politeama, a espaldas del Portal Edwards.

Sobre las características más definitivas del teatro, dijo con más detalles Ernesto Latorre en una revista “En Viaje” (“Antiguos teatros de Santiago”, 1950):

A la derecha, entrando, estaba el foyer o sala de espera; a la izquierda, la cantina y el comedor del restaurante; en el centro, el teatro, y en el segundo piso, un salón para banquetes, con vista a la calle. Este teatro inauguró las llamadas piezas por “tandas” en un acto, dándose generalmente tres por noche, a elección del público. Cada tanda costaba 60 centavos.

Bernardo Subercaseaux, en un texto suyo incluido en el trabajo “La época de Balmaceda”, destacaba algunos aspectos relativos a la gran importancia del Politeama tanto para los eventos de espectáculos como para las necesidades del generales público. Autores como Juan Pablo González Rodríguez y Claudio Rolle, en tanto, agregan en “Historia social de la música popular en Chile” que se le conoció por entonces como la “catedral del género chico”, en alusión a las piezas populares de zarzuelas chicas españolas, que gozaban de gran celebridad y aplausos en los estratos menos acomodados de la sociedad chilena.

Sucedió también que, desde 1889, realizaba presentaciones en Chile la compañía de los empresarios de espectáculos Eugenio Astol y Luis Crespo, con obras teatrales y de zarzuela que atraían espectadores hasta otras salas nacionales, como el Teatro Odeón. Se trasladaron entonces hasta el flamante Politeama, en donde iniciarían magníficas temporadas. Fueron ellos quienes pusieron en práctica el sistema español de “teatro por hora” que se había usado para salvar al rubro en Valparaíso, encantando a una enorme cantidad diaria de público y con grata recaudación, si se sumaban todas las funciones. Llegaron a realizar cuatro tandas por noche, alcanzando un éxito total con ellas entre los capitalinos hechizados por aquel escenario.

También debutaron en el Politeama otras obras de gran impacto y categoría histórica en esos días, como la titulada “En busca de Pepa”, la primera zarzuela nacional según se ha dicho, obra de un acto escrita por Adolfo Urzúa Rosas con música del maestro Enrique Manfredi. Había sido presentada no mucho tiempo después de la inauguración oficial, según parece. Los números con bailarinas fueron otra de sus características.

La popularidad e importancia del teatro era tal en aquel momento que, durante los duros días de la Guerra Civil y cuando el gobierno del presidente José Manuel Balmaceda -ya en ascuas- había prohibido abrir todas las salas y restaurantes de noche, se extendió una excepción para el Politeama en Santiago, permitiéndole dar espectáculos a partir del 17 de mayo de 1891, pero con la estricta orden de que no podían pasar de las 11:30 de la noche, hora en que debía estar ya cerrado, mientras que su cantina lo estaría al entrar su última tanda.

Solo cuando pasó la aciaga guerra el teatro pudo regresar a sus plenas actividades regulares, aunque no consiguió dejar atrás los escándalos que rondaban sus salones de forma un tanto frecuente; o más de lo que sugería tolerar el recato. Dice Armando de Ramón, por ejemplo, que el 30 de septiembre de 1895 los distinguidos señores Macario Ossa Vicuña y Jorge Walker, totalmente borrachos y acompañados de dos prostitutas, provocaron un tremendo alboroto en uno de los palcos y a la vista de todos. Tanto fue el escándalo y la batahola que la compañía teatral debió suspender el final de la obra que presentaba sobre el escenario en aquel momento, para desazón y protesta del público. Al menos, el episodio dejó constancia de que la aristocracia sí había comenzado a acudir hasta el modesto Politeama.

Ya a fines del siglo XIX el teatro seguía siendo, prácticamente, el único de su tipo importante de Santiago fuera del Municipal, por pequeño e incómodo que pareciera, pues aún no existían los teatros de barrio en la ciudad. Refiriéndose a sus características y relevancia en la escena en aquel momento, Samuel A. Lillo describe la actividad del mismo en “El espejo del pasado”:

Generalmente se daban por noche tres piezas de un acto, con el nombre de tandas y la entrada a platea costaba 60 centavos cada una. Había también en los costados, debajo de los palcos, unas sillas que valían 30 o 40 centavos.

La última tanda, que a veces salía cerca de las 12, era la preferida de los viejos verdes que entonces abundaban como ahora y que se sentaban en primera fila para mirar de cerca las piernas de las actrices.

Tras esta corta pero intensa vida allí, tan próximo al corazón de la ciudad, el antiguo Teatro Politeama concluyó sus funciones muy poco antes del cambio de siglo. El recinto de marras habría pasado a llamarse Teatro Olimpia y, poco después, Teatro Santiago. Este fue, de todos modos, un digno sucesor: un teatro igual de popular, que sobrevivió con atractivos similares a los del Politeama en su cartelera, como zarzuelas, sainetes y las memorables presentaciones de Vila. Sin embargo, debió cargar con algunos aspectos negativos en la cotización social que heredó del Politeama, ya que muchos lo consideraron un teatro picante y lesivo a la moral.

Años después, el edificio fue reemplazado por otro de estilos más modernos y conservando un espacio especial para volver a recibir al Teatro Santiago, que inició allí esta otra vida también como cine. Tras desaparecer, el lugar fue convertido en el caracol comercial Galería Plaza de Armas, con numeración en Merced 839. En el edificio vecino hacia el lado de calle San Antonio, además, hoy está la Galería Comercial Santiago, que recuerda con su nombre al último teatro nombrado.

Un nuevo Politeama había aparecido con otro edificio en la señalada cuadra atrás del Portal Edwards, en tanto. Este pudo disfrutar de una más popular y trascendente época de actividad artística y de candilejas, aunque continuando con el mismo estilo escénico y los géneros que había acogido el anterior Politeama de calle Merced.

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