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EL NEGRO BUENO DE LA ALAMEDA DE LAS DELICIAS

 

Publicidad de Ramis Clar para sus establecimientos La Isleña y El Negro Bueno, en el diario "La Nación" del 17 de febrero de 1927. Retrata bastante bien el ambiente familiar y refinado con el que había nacido el negocio.

En los tiempos en que aún existía en la Alameda de las Delicias la recordada Pérgola de las Flores enfrente de la Iglesia de San Francisco, caminando más hacia el poniente había un salón de té y confitería situado casi de cara a la Universidad de Chile, en la cuadra entre Bandera y Ahumada. Llegó a ser famoso por la calidad de su pastelería a cargo de maestros como Ricardo Zangrande, con amplia experiencia en Europa incluso entre familias de la nobleza, además de la heladería y los alegres encuentros acogidos en sus mesas. Inaugurado hacia el período del Centenario, o antes según algunos memorialistas, se llamaba El Negro Bueno y parece comenzar su mayor bonanza en los años treinta, en plena explosión santiaguina de las diversiones nocturnas.

El establecimiento, señalado primero en la dirección de Alameda 1043 y después en el 1033-1035, estaba en el zócalo de un conjunto inmobiliario construido en el antiguo terreno de las monjas agustinas, al borde de la avenida. Correspondía a un amplio edificio hotelero y comercial de principios de siglo que fue propiedad de la misma orden religiosa, formando todo el costado de la manzana en forma continua hasta que se abrió la calle Nueva York y se demolió el ala poniente del mismo. El conjunto neoclásico, de vanos con jambras, dinteles y arcos escarzanos, rematado en frontones y cornisas decorativas, tenía tres pisos: para comercio el primero, residencial y hotelería los altos, funcionando por varios años allí el Bidart Hotel. En algún momento de su historia, se agregó un cuarto piso estilo mansarda francesa al edificio, ya hacia su última época de existencia.

Entre los locales del primer nivel, además de El Negro Bueno hubo sastrerías, zapaterías, mercerías, una casa llamada La Dalia y la histórica droguería Botica del Indio justo en la esquina con Ahumada, permaneciendo en este lugar varios años, incluso después de que se construyó allí el actual Edificio La Cañada. Hacia el otro extremo, en cambio, cerca de calle Nueva York existió también un café llamado La Perla, en los bajos del hotel.

El propietario de El Negro Bueno era don Miguel Ramis Clar Mascaró, comerciante de origen catalán y quien fuera también dueño de la Pastelería Parisiense Ramis Clar de Valparaíso, en calle Condell, y de La Isleña en Alameda 835, igualmente célebre en Santiago. Después se hizo patrón de la pastelería y café Olympia, en calle Huérfanos. Todos estos locales solían tener una intensa participación en los festivales juveniles y las Fiestas de la Primavera, es de suponer que por su céntrica ubicación y su proximidad a la Universidad, algo que lo hacía lugar atractivo a los estudiantes. Textos publicitarios de los aquellos eventos que duraban allí hasta las cuatro de la mañana, prometían un “ambiente de refinada corrección, donde podrá toda la juventud estudiosa y público en general encontrar un admirable servicio de té, café, chocolate y con sus exquisitos helados, estos ya muy famosos en la capital”.

Sin embargo, y como sucedía con muchos empresarios de la diversión en aquellos años, del otro lado de la medalla Ramis Clar fue muy criticado en algunos círculos sindicales, llegando a ser calificado de “siniestro” y acusado de “explotación inhumana” en revistas del gremio hotelero y de restaurantes. Al parecer, el genio catalán tenía un carácter fuerte y no muy dócil.

Alameda de las Delicias con Ahumada, hacia el 1900. El Negro Bueno se ubicó en los bajos de este edificio de rentas, propiedad originalmente de las monjas agustinas.

Aviso publicitario de El Negro Bueno y La Isleña en medios impresos, septiembre de 1921.

Uno de los varios avisos que publicaba en la prensa el dueño de La Isleña y El Negro Bueno, recordando el onomástico (San Luis) para que fuera celebrado en sus establecimientos. Publicado en la prensa en junio de 1929.

Aviso navideño de 1930 del Negro Bueno, junto al Olimpia y La Isleña. Como lo señala su publicidad, sus panes de pascua tuvieron gran demanda y prestigio en aquellos años.

El Negro Bueno y La Isleña, tan cercanos entre sí, así como otros centros de reunión entre los que estuvo Il Bosco, enseñorearon por largo tiempo con sus luces ese costado norte de la Alameda. atrayendo a su bohemia diurna y nocturna, atendidos por mozos correctamente uniformados. Desde los años veinte, además, era frecuente que un pequeño aviso de prensa recordara a los lectores cuál era el onomástico cercano recomendando ir a La Isleña o El Negro Bueno a celebrar el santo al respectivo amigo. Sin embargo, también hubo de agraz en esta relación: a inicios de los años treinta las empresas de Clar fueron injusta y tendenciosamente vinculadas al caso criminal de envenenamientos de Pham Van Loc, el llamado Asesino Amarillo, particularmente los pasteles borrachitos de la casa.

Comenta Oreste Plath, en "El Santiago que se fue", que aquellos refugios pasaban llenos hasta bien avanzada la noche, cerrando puertas o bajando cortinas ya de amanecida, por lo que círculos tradicionalmente nocherniegos fueron adictos a esas cuadras, como periodistas, artistas e intelectuales:

En la Alameda de las Delicias, casi enfrente de la casa central de la Universidad de Chile, se encontraba la pastelería y salón de té, El Negro Bueno. De día y de noche se veía gente engolosinándose con su pastelería. Recuerdo que me parecían exquisitos, tal vez hoy, mi imaginación desmesura. Lo cierto que asistíamos infundiéndole un espíritu de fiesta a nuestras visitas.

En “Los cafés literarios en Chile”, por su lado, Manuel Peña Muñoz describe de la siguiente manera a aquel inolvidable minidistrito de locales recreativos:

Otros cafés fueron La Isleña y El Negro Bueno, ambos en la Alameda de las Delicias, con hermosos decorados, mesas de hierro con cubierta de mármol y fina pastelería. Aquí se reunían poetas y escritores... ¡a contarse unos a otros las novelas que acababan de leer!

Al salón de té El Negro Bueno van a “tomar onces” los protagonistas de la novela Diario de un emigrante del escritor español Miguel Delibes ambientada en Santiago a mediados de los años 50 y protagonizada por españoles que intentan adaptarse sin éxito a la idiosincrasia nacional. Este salón de té era famoso por sus pasteles. Cuando alguien llegaba de visita a una casa con una bandeja, siempre decía, para subrayar la calidad: “Son de El Negro Bueno”.

Además de lo ya descrito, el Negro Bueno contaba con un cómodo salón, vitrinas pasteleras y orquestas amenizando el ambiente durante las tardes y las noches. Fue reverenciado también por el periodista deportivo Renato González, quien fuera maestro de grandes comentaristas como Julio Martínez y otros de sus cercanos. En “Las memorias de Mister Huifa”, recuerda sobre sus memorables jornadas de feliz insomnio en la confitería:

El Negro Bueno, de la Alameda, cerca del suntuoso Club de La Unión, refugio de palogruesos, era de otro tipo. Yo diría que más jai que los de San Pablo y Bandera. En él nos pegábamos unas trasnochadas solemnes de pura conversación. Una noche Juan Emilio Pacull, que era un charlador estupendo, nos contó enterita la novela Servidumbre Humana, que acababa de leer. Tenía una memoria de elefante Juan Emilio, y su charla nunca aburría. Pero ya lo sabíamos: encontrarnos con él era para irnos a casa pasadas las seis de la mañana.

No solo estos destacados periodistas eran el tipo de clientela de El Negro Bueno, pues iban también los personajes ligados a las artes más doctas como los fundadores del Teatro Experimental, entre ellos Rubén Sotoconil, Jorge Lillo y Agustín Siré, este último muy joven y quien, hasta 1941, había trabajado como empleado en el mismo café atendiendo la caja. También asistieron músicos, escritores y artistas como Eduardo Maturana, Andrés Sabella, Manolo Segalá, Alejandro Jodorowsky, Jorge Edwards y el profesor de música Agustín Cullell. Otras figuras que lo visitaron a menudo provenían del mundo político, como el dirigente de derecha y ex ministro Sergio Onofre Jarpa, según sus “Confesiones políticas”.

El propietario de El Negro Bueno siempre promocionó su establecimiento junto a otros en sus manos, recomendándolos para celebrar ciertos días del calendario santoral en ellos. Este aviso fue publicado en "La Nación", en junio de 1931.

Ramis Clar publicitando sus productos lácteos a la venta en La Isleña y El Negro Bueno, año 1936.

El Negro Bueno entre los negocios de Ramis Clar, en "La Nación", agosto de 1943.

El Negro Bueno en el diorama de Zerreitug, del Metro Universidad de Chile (aunque en una ubicación ficticia: cerca de San Antonio y enfrente de las desaparecidas pérgolas).

Y, además de los clientes terrenales, El Negro Bueno estaba abierto a recibir visitas exóticas, desde el Más Allá: el supuesto fantasma de don Andrés Bello que, según se comentaba en esa época, salía a penar hasta el club cuando se aburría de hacerlo en la Universidad de Chile, del otro lado de la Alameda. “Se bajaba de su asiento de piedra” para ir al café, decía Plath.

Además de sus reputados helados, sus excelentes lácteos y sus paneras grandes como canastos dispuestas al público, decían que el establecimiento tenía disponible en los días calurosos de la estación estival algunas de las cervezas más heladas del mercado, pues era también fuente de soda. Era frecuente ver funcionarios, empleados o trabajadores sentados alrededor de los vasos empañados en las mesas. Durante la Navidad, los panes de pascua del local eran vendidos uno a la cola de otro, pues se los indicaba como de los mejores de Chile. En los meses fríos, en cambio, el deleite era el café con leche acompañado de los pastelillos con crema chantilly, moka o manjar blanco, además de otros bocadillos deleitosos de la confitería.

Empero, desde mediados de siglo y con los cambios fundamentales que comenzó a experimentar el comercio nacional y también el comportamiento de los clientes, El Negro Bueno empezaría a perder sus capacidades de competir y resistir, acabando después con el cierre definitivo de sus puertas ante el dolor de los artistas, periodistas y poetas que lo habían hecho su casa. Plath se limita a señalar que desapareció de Santiago debido a “razones comerciales”.

Hubo muchas remodelaciones y demoliciones completas en el sector, durante el resto del siglo XX. El viejo edificio que lo acogía y que ya había perdido una parte al abrirse la calle Nueva York y construir el Club de la Unión, terminó de ser destruido otras dos etapas: para levantar el Edificio La Cañada en su lado oriente hacia inicios de los cincuenta, en la esquina con Ahumada, mientras que su último segmento central sobrevivió un tiempo más en donde está ahora la Torre Corporativa Banco Bice, dando forma a la esquina oriente con Nueva York desde el año 1995. Nada queda, entonces, del inmueble original en cuyo zócalo había florecido y dado suculentos frutos El Negro Bueno.

Al parecer, desde su cierre hubo algunos locales que han intentado tomar el hombre de aquel sitio desaparecido de la Alameda, homenajeándolo en incluso regiones de Chile, pero con algunos boliches o ramadas de corta duración. Otros, son coincidencias de nombre y sin relación entre sí.

El original negocio de El Negro Bueno de la Alameda de las Delicias también recibe, desde 1987, un pequeño cumplido en forma de evocación histórica, en el hermoso diorama elaborado por el artista Zerreitug (Rodolfo Gutiérrez Schwerter) para las vitrinas de la Estación del Metro Universidad de Chile, en donde un local aparece con su nombre como parte de una recreación de principios del siglo XX del sector en donde está la Iglesia de San Francisco, aunque con mucha imaginación adicional por parte del talentoso autor. ♣

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