♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣

EL JOTE: UN ALEGRE BAR QUE SE ECHÓ AL VUELO

Antiguo cartel de El Jote, con su famoso pajarraco colgante. Fuente imagen: "El Santiago que se fue" de Oreste Plath.

La bohemia clásica de Mapocho no tenían el monopolio total del espectáculo, los bailables, las barras y la cocina popular solo en la entonces celebrada cuadra del 800 de calle Bandera, que era su eje principal: la conocida diversión del llamado “barrio chino” sí alcanzaba a tocar todo aquel entorno de cuadras y, de esta manera, una segunda arteria mapochina se vería privilegiada con aquel modus vivendi y las veladas interminables hacia los años treinta. Esta era calle San Pablo, en uno de cuyos espacios comerciales anidó alguna vez un calvo pajarraco, extraordinario y alegremente nocherniego, tentación de generaciones: El Jote.

Cabe comentar que hubo varios otros centros para la diversión y las recreaciones de trasnoche en la misma calle: desde históricos cabarets o night clubs y controvertidos cafés chinos, hasta bares y restaurantes de mejor pelo en donde cada día era una nueva fiesta. Y dentro de tal variedad hubo boliches como El Jote, que ofrecía un poco de todo aquello y, a la vez, deleites que nadie más pudo vender. Exteriormente, este establecimiento era reconocible por un vistoso pájaro colgando con el nombre del mismo en un cartel, aunque con más aspecto de cóndor o de águila con las alas abiertas, según alegaban los críticos. Por las noches, los neones del mismo se encendían, iluminando aquel título en caracteres de estilo art decó, como era la propia fachada del local.

La que fue la casa principal y de mayor tiempo en la vida de El Jote estaba ubicada en San Pablo 1066-1070, aunque en ciertas numeraciones aparecerá también como 1060 y 1074. Se lo hallaba entre un grupo de locales comerciales de las mismas líneas de diseño cerca de la esquina con Bandera y estaba casi enfrente también del Bar Central, otro histórico establecimiento de la calle y el barrio cercano al Mercado Central. Todavía existen esos inmuebles, de hecho.

El alegre pajarraco funcionó por años como bar y restaurante con algo también de cabaret y dancing. Habría sido fundado por el comerciante Carlos Arriagada, según dice Oreste Plath en “El Santiago que se fue”. Empero, si bien su espacio arquitectónico era de los años veinte, no hay plena claridad sobre cuán antiguo era El Jote: aparece dibujado un bar con el mismo nombre en una caricatura de Moustache (Julio Bozo) publicada en una edición de la revista “Zig Zag”, en el año 1912. Allí se ve al negocio en un inmueble tipo colonial y con columna esquinera, evidentemente más viejo que aquel en donde fue tan famoso en Mapocho. Durante la década siguiente, además, cuando iba a ser vendido por su antiguo dueño, El Jote ya aparecía con este nombre y en la dirección histórica de calle San Pablo, en los avisos clasificados de prensa.

Sirviendo también para grandes eventos bailables, banquetes, homenajes y presentaciones artísticas, los antiguos visitantes de El Jote entraban a una sala y un patio empedrado alrededor de una pequeña pileta, o al menos eso era lo que recordaban quienes conocieron el simpático local. Los testimonios coincidían también en que su carta de comidas solía ser de platillos tradicionales chilenos, principalmente. Como era la costumbre en el "barrio chino", se ofrecían a precios muy convenientes y al alcance de los bolsillos. Se decía, además, que eran preparados en grandes fondos y bandejas de la cocina, muchos a la vista del público.

Plath, gran informante de aquella epopeya, aseguraba que el platillo más conocido y solicitado en El Jote era el chupe de guatitas. Se servía acompañado con infaltable vino de la casa, algo que fue distintivo en las cenas del local. El 10% de propina se incluía en la cuenta y esto se advertía por anticipado al cliente, otra característica novedosa y útil por entonces. Y continúa el autor en su libro sobre el Santiago perdido:

Se reunían poetas, escritores y artistas. Algunas noches caía Pablo Neruda y era la figura central junto a Tomás Lago, el Huaso; Rubén Azócar, el Chato Azócar, Alberto Valdivia, el Cadáver Valdivia; Abelardo Bustamante, Paschin, Lalo Paschin; Alberto Rojas Jiménez, El Marinero, por su jersey a rayas y fumar pipa; Orlando Oyarzún, El Patón; Homero Arce, El Príncipe de los amigos; Diego Muñoz, Diego de la Noche; Antonio Roco del Campo, Roco del Cántaro; Raúl Fuentes Bessa, El Ratón agudo; Julio Ortiz de Zárate, el Maestro o Buonaroti; Álvaro Hinojosa, el Obispo; Federico Ricci Sánchez, El Monarca; Ricardo Gilbert Avendaño, El Loro Gilbert; Miguel González Herrera, el Choique y Rafael Hurtado, el Huaso Hurtado. Otras noches alternaban Humberto Díaz Casanueva, Luis Enrique Délano, Hernán del Solar, Ángel Cruchaga Santa María, Andrés Silva Humeres y George Sauré.

No cuesta mucho imaginar ese increíble ambiente de famosillos y la variedad de intelectuales. En el trabajo “Mapocho abajo”, Gustavo Olate y Herrera comenta que “muchos artistas conversaron sus mejores botellas” en aquel sitio. Los comedores, barras y hasta la fuente del patio fueron cómplices discretos de muchas secretas ebriedades y confesiones de aquellos ilustres, por consiguiente.

Luis Enrique Délano aportó otra curiosa historia relacionada con El Jote en sus memorias “Aprendiz de escritor”. Recordaba que, hallándose de paso por Santiago en 1925 y con muchas ganas de conocer al joven poeta Pablo Neruda, siguió un consejo de Gerardo Seguel y así partió hasta el restaurante justo durante la cena de las ocho. Para esto, debió desembolsar dos pesos cincuenta que pidió prestados a su hermana, dada su menesterosa situación en aquel momento. De esta manera encontró allá al futuro Premio Nobel, quien estaba acompañado por su inseparable comitiva de amigos y admiradores, a quienes en el mismo "barrio chino" de Mapocho habían bautizado como "La Banda de Neruda":

El Jote era un restaurante muy popular de la calle San Pablo. Cuando llegué había una larga mesa ocupada por escritores y artistas. Allí vi por primera vez a Pablo Neruda y debo haberlo observado con mucha atención y además por la gratitud que se siente por quien es capaz de proporcionarnos tantos momentos de ensueño. Era muy alto y flaco, con cabellos oscuros. Las embestidas que la frente hacía en ellos indicaba que no iban a durar mucho. Sus ojos eran oscuros y penetrantes, bajo dos cejas gruesas que se juntaban en el nacimiento de la nariz prominente. Una mirada a ratos lejana, perdida, es indudable que en la famosa fotografía que le hizo por esos días Sauré hay bastante idealización. Vestía un traje oscuro, un clásico sombrero alón y corbata negra larga y angosta. Esa noche no habló mucho. La conversación corría más bien a cargo de quienes lo rodeaban, una verdadera pléyade de poetas y artistas. Muchos ya lo imitaban y según un comentario de Alone, no sólo escribían, sino que vestían, hablaban, caminaban y vivían como Neruda.

Muchas veces me he preguntado quiénes estaban ahí esa noche. He tratado de reconstruir la mesa donde se produjo para mí el milagro de conocer no sólo a Pablo sino a la plana mayor de la joven poesía de 1925. Veamos; estaba desde luego, Tomás Lago, pálido, con ese aire un poco desdeñoso, falsamente desdeñoso, cuando uno llegaba a conocerlo bien. Esteban Gerardo Seguel, Humberto Díaz Casanueva y Rosamel del Valle, que formaban una especie de dúo poético, con dos eslabones de una misteriosa cadena de poesía. Rosamel publicaba por esos días la revista Ariel. Me acuerdo también de los hermanos Arce, Homero y Fenelón, quien fue muy amigo mío, murió joven, sin llegar a publicar un libro de vanguardia que había escrito, Tita, Juan y sus películas. Juan Florit, con sus grandes ojos claros. Otro poeta que andando los años desapareció, al menos públicamente, como tal; Moraga Bustamante. ¿Tal vez Diego Muñoz? Conocí también esa noche a George Saurés, que era un hombre muy simpático y lleno de iniciativas. Fue el creador de la fotografía artística en Chile, el introductor del cubismo, el iniciador del “vitrinismo” cuando empezó a darles un aire sofisticado a las vitrinas de la compañía de electricidad, etc. Un poeta joven, Eric Gouzi, que parece que no siguió escribiendo; el dibujante chillanejo Ricci Sánchez, Orlando Oyarzún… Y hasta ahí alcanzan mis recuerdos de esa noche memorable.

No habiendo certeza sobre cuán antiguo era El Jote. Esta caricatura de Moustache  ya muestra en una revista "Zig Zag" de 1912 a un bar con el mismo nombre, ubicado en un caserón de estilo colonial.

Manifestación en El Jote para su dueño, don Andrés Conde Guzmán, en noviembre de 1938. Imagen publicada por el diario "La Nación".

El luminoso de neones de El Jote cuando estaba encendido en las noches, en una escena del filme "Uno que ha sido marino", de 1951.

Aspecto posterior del antiguo local comercial de calle San Pablo, allí en donde se tuvo su nido El Jote.

La forma más eficaz de dar con Neruda en aquellas noches era esa, precisamente: acecharlo y encontrarlo en alguno de los varios locales Bandera o San Pablo, cuando la diversión noctámbula del Mapocho solía extenderse hasta horas de la mañana. Eran las noches de un Santiago resistía echarse a dormir, como se confirma en el resto de las memorias de Délano sobre aquel importante episodio de su vida:

Repito que Pablo no habló mucho. Después de comernos el menú de dos pesos cincuenta, incluido el vino, Neruda nos invitó a ver una película al teatro Esmeralda, en San Diego con avenida Matta, al lado de un cabaret que se llamaba El Gato Negro o algo por el estilo. Mientras iba toda la pandilla en el tranvía Matadero, que arrastraba por la calle Bandera y luego por San Diego, su espeso ruido de ferretería, me preguntaba yo de dónde iba a sacar Pablo dinero para pagar tantas entradas. Nada de eso, era amigo del administrador y a una señal de este, el portero se hizo a un lado y entramos catorce personas a la platea de una sala no muy llena. Estaban dando una de esas horrendas películas bíblicas de Cecil B. de Mille.

De acuerdo a lo que informara un artículo publicado años más tarde en la revista “En Viaje”, de la Empresa de Ferrocarriles del Estado, a propósito de esa misma actividad trasnochadora que tenía núcleo en Mapocho (“San Pablo: pasado bohemio, presente febril”, 1961), El Jote siempre fue atracción de gremios intelectuales y artísticos, haciendo perdurar este rasgo durante su principal período de existencia:

Periodistas, escritores, artistas y gente de circo concurrían asiduamente allí, comentando con abierta agilidad y picardía los números artísticos que se presentaban en su escenario y sus propios. Federico Gana pasó veinte años anunciando la novela “La palanca”, sin que apareciera jamás. Pero bastan sus hermosos cuentos campesinos para no olvidarlo.

La presencia de los mencionados artistas cirqueros puede explicarse porque el barrio también fue lugar de frecuentes presentaciones de carpas y compañías circenses, en ambas riberas. También puede haber influido en que otros negocios posteriores de esas mismas cuadras, como fue el caso del Café Santiago en calle Aillavilú, fueran después centros de reunión del mismo gremio de artistas de circos.

El Jote fue puesto a la venta por su dueño entre los años 1929 y 1931, aproximadamente. Aparecen sus avisos en la prensa, anunciando que estaba siendo vendido durante aquel período. Sin embargo, una nueva gran época de banquetes y reuniones sociales se inicia después en los treinta y hasta buena parte de los cuarenta, consumada ya la venta. El pajarraco devino ahora en una especie de boîte capitaneada por don Andrés Conde Guzmán, quien fuera para muchos el más recordado dueño del establecimiento.

Conde fue un comerciante influyente e integrante del directorio de la Asociación de Propietarios de Hoteles, Restaurants, Bares y Similares de Chile. Había realizado grandes mejorías y ampliaciones en El Jote durante el año 1938, recibiendo por ello, además, una manifestación de homenaje el lunes 7 de noviembre, extendida por sus amigos, empleados y colegas.

Con aquella nueva propuesta para el restaurante, en enero del año siguiente se realizó en El Jote un gran almuerzo organizado por los Sindicatos Metalúrgicos de Santiago; uno de los muchos banquetes y reuniones de este tipo que se harían habituales en su salón. Un año después, Conde ofrecía en él la Copa El Jote como premio de las competencias de ciclismo de la Unión Española, en lo que fuera otro atractivo de la actividad del local y sus celebraciones. Y, para octubre de 1940, los comedores se hacían pocos para la cena del Sindicato y Asociación de Tranviarios. Varios aniversarios institucionales tuvieron acogida en esas mismas mesas.

Sin embargo, siendo lugar de atracción especial para cronistas, periodistas y hombres de comunicaciones en general, sucedió una vez que el propietario del diario "Las Noticias Gráficas", el porteño Antonio Poupin, fue hostigado y detenido en El Jote por agentes de la Policía de Investigaciones y de Carabineros de Chile. Esto sucedió mientras se encontraba comiendo allí, en la noche del sábado 13 de mayo de 1944, junto a otros empleados, permaneciendo en tal calidad hasta horas de la madrugada. La acción se debía a arremetidas sucedidas durante el gobierno de Juan Antonio Ríos, por una querella de la Dirección General de Impuestos Internos hacia ciertos medios de comunicación.

Desgraciadamene, aquella intelectualidad no inmunizó a la calva ave carroñera de acabar desplumada, en los años que siguieron... El Jote de Mapocho debió bajar sus alas hacia mediados del siglo, cuando también lo hacía una gran parte de la misma generación de artistas y escritores que le dieran vuelo, así como varios otros locales de diversiones de su tiempo y barrio. El mismo local comercial fue ocupado por una seguidilla de restaurantes y fuentes de soda, partiendo por el Orleans, también llamado New Orleans en algunas guías, que todavía era popular en los sesenta aunque no logró llegar al final de la década.

Ya en el período de decadencia del barrio, otros boliches pasaron por ese mismo espacio, a veces de manera muy efímera. Entre los últimos estuvo el Refugio Peruano, conocido por sus bailes de fin de semana; el Rancho Pitrufquén, que los comerciantes vecinos identificaban como un último intento de instalar diversión criolla allí. Después vino el Imperio Restaurant, también con fiestas bailables y cierta costumbre de los clientes que fue testimoniada por Sergio Paz en su "Santiago Bizarro": celebrar la noche derramando cerveza sobre el suelo cubierto de aserrín. Tras varios años allí, cerró sus puertas y hoy existe allí una tienda con artículos de ferretería. ♣

Comentarios

♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣