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EL ESCÁNDALO DE LAS FANTASMAGORÍAS DE 1824

 

Función de fantasmagorías en un grabado francés del siglo XIX, obra de Moureau representando al parecer un espectáculo del físico y óptico belga Robertson (Étienne-Gaspard Robert).

A pesar de todos los avances reales y aparentes de la sociedad durante la Patria Nueva, herramientas de espectáculos al estilo linterna mágica y otras de presentaciones en sombra, como eran conocidas también algunas muestras de este tipo de tecnologías primitivas de proyección de imágenes, siguieron causando controversia en esos años por tratarse de un eficiente recurso tecnológico de divulgación y de propaganda, ya empleado con anterioridad para tales propósitos por personajes como don Manuel de Salas.

En su “Historia General de Chile”, Diego Barros Arana se refirió a un acontecimiento sucedido durante el gobierno de Ramón Freire, en 1824, en nota a pie de página y sintetizando el caso. En la sesión del Senado del 7 de abril, don Juan Egaña había denunciado y fustigado la presentación en el teatro de Santiago, hacía dos días, de una obra que ofendía la moral nacional y presentaba una moción de censura y castigo para quien fuera responsable de tal montaje “escandaloso”, encargándole al gobierno el deber de tomar las medidas correspondientes:

El supremo director contestaba al senado el 10 de abril que desde la primera noche que se presentó ese espectáculo, había tomado medidas para que no se repitiese en adelante, reconviniendo al efecto severamente al empresario del teatro. El espectáculo de que se trataba, denominado fantasmagorías en los documentos de la época, consistía simplemente en la exhibición por medio de la linterna mágica, de copias y bosquejos de cuadros célebres de grandes maestros, que por la circunstancia de tener hombres y mujeres con vestidos insuficientes para cubrir todos sus cuerpos, había producido el escándalo de los pretendidos guardianes de la moralidad nacional.

Para precisar, el “escandaloso” espectáculo de fantasmagorías hecho con linterna mágica y otros aparatos de ilusiones visuales, había sido ofrecido por el experto mecánico y titiritero Félix Tiola, los días 4 y 5 de abril. Mostró al público más de 20 cuadros con pasajes relevantes al pueblo chileno, pero acabaría siendo uno de ellos la principal causa de la polémica.

La investigadora Carmen Luz Maturana, en su pesquisa sobre la comedia de magia y los efectos visuales de aquel siglo, y Sergio Herskovits, en su obra sobre los titiriteros en Chile, repasan algunos datos interesantes sobre el relojero italiano responsable de la exhibición y su permanencia en Chile. De acuerdo a lo que está disponible, Tiola había comenzado a hacer presentaciones en Argentina, al menos en lo que era suelo americano. Realizaba shows de fantasmagorías en el Coliseo Provincias de Buenos Aires, en 1820, siendo posible también que se presentara con una compañía de actores en “El Diablo predicador”, obra que formaba parte de las comedias de magia y en la que un personaje, fray Antolín, flotaba en un momento de la misma sobre el público, truco que se lograba con un muñeco. Fueron veinte funciones de fantasmagoría y de “teatro mecánico” las que Tiola presentó en el Plata, emigrando después a tierra chilena.

De acuerdo a lo que informa Maturana, el maestro de las fantasmagorías había llegado a Santiago durante el año siguiente. Sin embargo, por alguna razón su compañía no hizo actuaciones en el país. Según Herskovits, podría ser porque el equipo artístico paró sus actividades y acabó disuelto al enterarse de que la obra de fray Antolín ya había sido presentada poco antes por otra compañía, una nacional, prefiriendo no repetirla.

Para el 22 de septiembre de 1821, Tiola había hecho publicar el siguiente aviso de presentación, que Maturana recoge desde la “Gaceta Ministerial de Chile” (“Colección de antiguos periódicos chilenos”, publicada por Guillermo Feliú):

Félix Tiola, profesor de física divertida, tiene el honor de anunciar a este respetable público, que habiendo trabajado en Europa en las mejores fábricas de París, y de Ginebra en el arte mecánico de relojería, ofrece a este público sus servicios de componer toda clase de relojes, sean de escape como de música, y cajas de música, y todo lo que pertenece al arte mecánico, trabaja en la calle de la Merced cerca de la plaza, en la tienda de D. Juan Avello.

Nota: Si en esta capital hubiese algunos aficionados que quisiesen aprender las pruebas que contiene el gabinete de física de este, se ofrece a enseñarlos y construir las máquinas necesarias para ella, a un precio cómodo para todo aficionado.

Diestro en su oficio, entonces, volverá después a las obras escénicas y con sus equipos para montar ilusiones visuales con las que toca el escándalo aquel día de abril de 1824. Maturana, sin embargo, concluye que las polémicas proyecciones de Tiola, de acuerdo a lo que encuentra en “El Avisador Chileno” del 10 abril tras la función, habrían generado la batahola política por razones muy diferentes a las que explicara Barros Arana: de las 24 imágenes que mostraba la exhibición del italiano, hubo una en donde el público pudo observar “a la Diosa Cagliopo (sic) sentada sobre un sepulcro adornado de jazmines y mirtos y elevado sobre un túmulo de enlutados tambores”… Ahí estuvo la chispa que hizo estallar la discordia.

Entrando en detalles, la figura divina, probablemente correspondiente a la musa Calíope (por corrupción llamada a veces Cagliope), escribía sobre una cripta lo que era la causa basal de todo el griterío: “Hoy Manuel Rodríguez salvó a la Patria”. Esta escena emocionó a los presentes y se tradujo en grandes aplausos espontáneos de quienes aún sentían la garganta apretada tras el infame asesinato del guerrillero en Tiltil, en mayo de 1818.

Así se refería “El Avisador Chileno” sobre el incidente, también sin poder ocultar sus emociones y simpatías por la situación, describiendo las reacciones detonadas entre los presentes en la sala:

Las vivas, y aclamaciones de los espectadores a las cenizas de este héroe, fueron ilimitadas. Se pidió su repetición para contemplar con lágrimas en los ojos una memoria tan grata y execrar a sus verdugos, renovándose en sus corazones el augusto monumento que supo erigirle la gratitud por los servicios que prestó en aquellos días a la Nación precipitada al borde de un eminente peligro. Días memorables en que los laureles conseguidos en el campo de honor, se matizaron con la sangre de Rodríguez vertida alevosamente sobre la tierra que acababa de libertar, y cuyos grandes hechos de heroísmo no pudieron mirar sus asesinos sin la emulación propia de almas que no reconocieron jamás el camino de la virtud, por donde condujo a sus conciudadanos a vencer a los fieros opresores de su patria.

Grabado europeo mostrando las entonces famosas y aterradoras fantasmagorías logradas con aparatos llamados linternas mágicas y fantasmascopios. Se resalta la reacción de pánico que producían en el público. La lámina representa las presentaciones del físico belga Étienne-Gaspard Robert, gran impulsor de estos espectáculos y de la tecnología de las fantasmagorías, en la Cour del Capucines, en 1797.

Un fantascopio o linterna mágica de fines del siglo XVIII, en grabado de 1799 con el aparato patentado por Robertson. Imagen publicada por Paul Burns en "Pre Cinema History".

Una escena de la controvertida obra-espectáculo "La Nonne Sanglante", lograda con linterna mágica en el Theatre de la porte S. Martin en Francia, en abril de 1835. Original en la Biblioteca Nacional de Francia.

El héroe Manuel Rodríguez, mismo homenajeado en la polémica exhibición de fantasmagorías con linterna mágica de 1824.

En otro trabajo de Maturana, publicado en la gaceta “Comunicación y medios” (“Acercamiento a cuatro creaciones relativas a Manuel Rodríguez desde la crítica periodística de la época del cine mudo y de la era pre-cinematográfica”, 2012), agrega la investigadora con relación a la misma nota de prensa que ya parecía una arenga desatada de sus cadenas, aprovechando el contenido de las fantasmagorías de Tiola:

Como se puede apreciar en la reproducción, la descripción del cuadro visual no aporta elementos críticos a la materialidad de la presentación, más bien la describe someramente. El interés del texto no es el espectáculo como tal, pero sí se asume una posición explícita, emotiva y valorativa, respecto del personaje histórico y la batalla de Maipú, donde Manuel Rodríguez estuvo al mando del regimiento de caballería Los Húsares de la Muerte. Se percibe una alusión explícita a su asesinato, cuya sexta conmemoración, el 26 de mayo, se cumpliría algún tiempo después de la presentación.

Era previsible, entonces, que los parcos señores del Congreso y del gobierno no dejarían pasar semejante afrenta a la salud y santidad lautarina. Tras la vocinglería histérica de Egaña y su círculo encendiendo las balizas de las autoridades, en la sesión del 7 de abril de 1824, el Senado determinó lo siguiente:

Se acuerda oficiar al Gobierno noticiándole los escándalos de los espectáculos dados el 4 y el 5 en el teatro público, y encargándole que haga castigar al autor, y que tome medidas para evitar la repetición. (Anexo núm. 359. V. sesiones del 3 de noviembre de 1820, del 8 de marzo de 1821 y del 12 de abril de 1824).

ACTA: El señor senador Egaña hizo presente al Senado que, en las noches 4 y 5 del corriente, se habían presentado en el teatro público espectáculos que ofendían la moral nacional, y que siendo una de las principales atribuciones del Senado conservarla y fomentarla, alejando con serias medidas cuanto pueda corromperla, hacía formal moción para que se oficiase al Gobierno, encargándole ordene a las autoridades competentes hagan las más serias investigaciones para conocer el autor de aquellos, y que se castigue como corresponde a la gravedad del delito, encargándoles igualmente tomen medidas precautivas para evitar en lo sucesivo escándalos de esta clase. Fue aprobada la moción.

Solo un par de días después, don Fernando Errázuriz, director interino de gobierno, respondió anunciando que el mando supremo tomaría las medidas convenientes e impediría que espectáculos como aquel se repitieran.

La polémica suscitada y las drásticas medidas anunciadas significarían el fin de las exhibiciones con tales contenidos en Chile durante aquellos años, provocando el regreso del empresario a Argentina, aunque apareciendo de vuelta ocasionalmente, en otras actividades de diversión popular en tiempos que siguieron

En la “Historia del teatro argentino en Buenos Aires”, Osvaldo Pellettieri menciona las presentaciones de Tiola ya de vuelta allá, realizando funciones de ilusionismo con juegos de espejos y proyecciones de imágenes, en 1826. Estas presentaciones correspondían a la obra “Víctor o el  hijo  del  subterráneo”, que montó el 4 de septiembre de aquel año. Recibió algunas críticas, sin embargo, de parte de quienes creían que las imágenes de los retratados proyectados no eran tan parecidas a los originales.

Dado también a la organización de volatines y espectáculos populares, sin embargo, Tiola no cortó del todo sus vínculos con el país del Pacífico. El mismo año de 1824, por ejemplo, cuando se realizaron dos funciones para las fiestas republicanas y patrióticas, había cerrado los actos con la presentación de otros 24 cuadros en oscuro, valiéndose de sus aparatos de proyecciones. De seguro, esta vez no fueron imágenes dignas de discordias.

Un tiempo después, en las celebraciones del 12 de febrero del año siguiente a propósito del aniversario de la Batalla de Chacabuco, Tiola quedó encargado también de hacer los fuegos artificiales que se lanzaron en la celebración y de los arcos triunfales con sus “pirámides” u obeliscos de la Alameda de las Delicias, por los que transitaron los desfiles y pasacalles. Por estos trabajos recibió 900 pesos pagados por la policía de Santiago, según un registro citado por Paulina Peralta en “¡Chile tiene fiesta!”.

A pesar las varias ingratitudes que experimentara en su aventura por Sudamérica, la simpatía del italiano por los procesos libertadores y sus protagonistas no cesaría, siendo esta pasión política lo que iba a costarle la vida en tierras platenses, desgraciadamente.

Años después de las señaladas hazañas tecnológicas en los teatros de Santiago y Buenos Aires, a fines de noviembre de 1839, reaparecerá Félix Tiola ahora como aliado, camarada y amigo del coronel Antonio Somellera, siendo apresado por distribuir ejemplares del periódico panfletario llamado “El Grito Argentino”, un pasquín opositor a la dictadura de Juan Manuel de Rosas, con mucha sátira y dibujos de caricatura en sus páginas... El maestro fue fusilado el primer día de diciembre, pagando con mucha más gravedad que en Chile esos mismos compromisos que siempre mantuvo por el pensamiento libre y con los que se involucrara hasta el último de sus días.

Hubo innumerables otras técnicas de efectos visuales que se desarrollaron y usaron en aquellos años o en los que siguieron, para presentar espectáculos impresionantes al público. Varios de ellos fueron traídos y enseñados por otros empresarios extranjeros, resultando de enorme admiración en la sociedad chilena del siglo XIX. Y, a pesar de las precauciones, el arte del ilusionismo en los teatros nunca dejó de causar polémica y discusiones públicas, continuando esta tendencia todavía en la siguiente centuria y permitiendo la apertura o adaptación de varias salas a la misma clase de mágicos espectáculos.

El caso de Tiola, sin embargo, consiguió ser uno de los más grandes y memorables en cuanto a las controversias y las reacciones políticas destempladas que fuera capaz de provocar con alguna función de aquellas, desde un escenario y en una sociedad que mantuvo, por largo tiempo más, muchos de los resabios restrictivos y moralistas implícitos de antaño.

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