Jardín de Danzas del Luna Park, en donde está ahora la Plaza Tirso de Molina de Recoleta, en “La Nación” del sábado 24 de diciembre de 1927 (día de la inauguración).
La calle Artesanos en el barrio del Mercado de La Vega, dio espacio a muchos edificios históricos que se han perdido o que están en vías de esfumarse. Entre los que llegaron a mayor vejez allí posible estuvo la Mansión Montt Montt, a espaldas de la Piscina Escolar, mientras que entre los que han ido pereciendo por muerte lenta está el ex Teatro Balmaceda; y, al lado suyo, a escasa distancia de los galpones de La Vega Chica y de la esquina con avenida La Paz, las ruinas del otrora ostentoso edificio del Hotel Luna Park, que con tres altos pisos y suntuosa belleza marcó presencia durante una larga época en aquel rincón chimbero. Este edificio era uno de los últimos vestigios de una importante época, sin embargo: fue levantado en un sector que ya era famoso por la intensidad de sus atracciones relacionadas con actividades circenses, exhibiciones hípicas y vodevil, con antecedentes a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, además de canchas y galpones usados para diversas presentaciones en las plazas de los alrededores.
El nombre del mencionado hotel proviene del que se daba entonces a toda esa plaza que se abría por calle Artesanos y, por extensión, al barrio de marras, en donde cabían desde carpas de circos hasta concentraciones políticas, coincidente con la actual Plaza Tirso de Molina y su mercado homónimo. Empero, se trataba entonces del Luna Park, curioso parque riberano conocido también como los Antiguos Jardines de Recoleta. El título, entonces, evocaba al momento de más desatada bohemia y vida recreativa adulta en el lugar, en los años locos de Santiago y cuando las llamadas "filóricas" y dancing parks desplazaban ya a las antiguas propuestas de entretención conservadora y bailables de las sociedades filarmónicas.
Coronando el ambiente festivo y popular que había echado anclas en el barrio, entonces, tuvo lugar la creación del complejo recreativo ubicado hacia avenida Santa María con Recoleta, con un gran ruedo, pabellones, kioscos y el llamado Jardín de Danzas del Luna Park. En este centro, de corta pero vertiginosa vida, hubo jornadas inolvidables de bailables, artes escénicas y festivales a fines de los años veinte, con una cartelera de funciones en volúmenes pocas veces vistos antes.
Aunque el principal topónimo del Luna Park allí en la ribera del Mapocho fue, en la práctica, de muy corta duración, dejó una marcada huella que se extendió al vecindario y a varios otros ejemplos del comercio, incluido el edificio hotelero mencionado. Es que, si bien existía desde antes del episodio que acá revisamos, después siguieron siendo llamados de esta forma los galpones abandonados para guardar tranvías de la ex Compañía del Ferrocarril Urbano, en donde está ahora La Vega Chica. A la sazón, sin embargo, no se abría aún el actual Luna Park de Buenos Aires, aunque sí había existido el viejo Stadium Luna Park del barrio en donde está ahora el famoso obelisco de la capital argentina. Podemos presumir que la denominación copiaba directamente a la del mítico parque de diversiones en Coney Island en Brooklyn, Nueva York.
El Luna Park de Mapocho fue una atrevida idea rugida por el anuncio de los trabajos de mejoramientos y aperturas en la actual avenida Santa María, dejando abierta el área verde entre esta vía y artesanos que se extendía desde La Paz y hasta Recoleta. La inversión e infraestructura y publicidad fue enorme, según todo indica. Hacia 1925 o 1926 se propuso al arquitecto Luciano Kulczewski el diseño de los pabellones y kioscos para el parque en proyecto, presentando propuestas muy parecidas a las que también diseñó para el Roof Garden del Cerro San Cristóbal, durante el mismo período de años. Bocetos con los diseños fueron publicados por Fernando Riquelme en "La arquitectura de Luciano Kulczewski".
Ya en los preparativos inaugurales del Luna Park, programados para la víspera de la Navidad de 1927, apareció como publicidad para el evento una canción con partituras -diríamos hoy que un jingle- aunque fue divulgado más bien como su himno. Correspondía al charleston “Al Luna Park”, adaptación y creación de la Orquesta Típica Argentina y la Jazz Band Los Cuyanos, repartida también en formato de folletín según entendemos. Decía esta curiosa pieza, de un cancionero bohemio ya perdido:
Búscame esta noche en el
Luna Park
que allí nos podremos encontrar,
y en las aperturas;
cuando todo quede a oscuras…
Búscame esta noche en el Luna Park.
Ven, Nenita, dice el
estudiante,
ven conmigo a pasear,
que yo a ti llevarte quiero
por el Lu, por el Luna, Luna Park.
La inauguración del parque se realizó a partir de horas de la tarde del 24 de diciembre, con una fastuosa fiesta. La fila de personas esperando entrar justo enfrente del Puente Recoleta asombró a los corresponsales. En la ocasión, se presentó al público su Jardín de Danzas y el local principal, rodeados por hermosas pérgolas, grandes árboles y palmeras, siendo definido como “el más hermoso parque de diversiones de Sud América” por la prensa siempre zalamera hacia las propuestas de diversiones novedosas.
El lugar se veía esplendoroso en aquel debut, decorado con guirnaldas, flores y listones. Afuera del ruedo de los bailables al aire libre, en las horas oscuras de la Nochebuena que comenzaba, fueron iluminados hermosamente sus jardines, celosías y prados con bujías de luz, las que debieron dar un aspecto encantador y fantasmagórico a la escena entre árboles. Su paseo tenía también una hermosa fuente de aguas de factura escultórica, que no sabemos si tenía el surtidor de la misma que hubo después en la actual plaza, al pie del monumento con obelisco central (opción que presumimos muy posible), o bien si coincide con otra fuente que estuvo junto a la feria comercial en la pérgola de las flores, estructura que se esfumó con la construcción del actual edificio del Mercado Tirso de Molina.
Impactando profundamente en el ambiente bohemio de entonces, el Luna Park se convirtió en la gran sensación santiaguina para lo poco que quedaba de aquella década de ensoñaciones inconscientes de los problemas que se vendrían después por los calendarios, compitiendo con otros centros parecidos como el Dancig Park de Parque Cousiño, hoy O’Higgins, y La Terraza del Parque Forestal.
Sus dominios como centro recreativo comenzaban con la manzana de la plaza, en la cuadra de Recoleta bajando del puente, y sus paseos con puestos de comercio llegaban hasta el borde de avenida La Paz, por el poniente. Era, pues, un gran espacio urbano dedicado enteramente a diversión y recreación, con buen restaurante y la pista de baile más grande del país en aquel momento (o al menos eso prometía), lo que hacía que el parque del Jardín de Danzas significara un enorme salto de progreso en los espectáculos que se ofrecían hasta entonces en la capital chilena.
Los primeros directores de bailes del Luna Park fueron la pareja de profesores Lowry y madame Nelly, llegados desde la exigente escena parisina, ahora contratados por la productora. Entre los artistas del debut estuvieron también Jaime Planas, Concepción Panadés y las hermanas Corlo. Además, durante los bailes se presentaba un intermedio con el llamado Hombre Mosca, artista realizando acrobacias y ejercicios de altura para asombrar al público. Los descansos entre actos principales se aprovechaban con muestras de baile ruso, segmentos de circo y otras variedades.
Ribera norte del Mapocho período 1900-1910, a la altura de la Plaza de los Artesanos (hoy Tirso de Molina), en donde estuvo el centro recreativo Luna Park ocupando el sector del área verde y con árboles, atrás del gran galpón de ventas de calzados. Se ve también el Puente de los Obeliscos o De la Paz en su primera versión metálica. Postal fotográfica de la casa Conrads.
Diseños de Kulzcewski para kioscos y pabellones del Luna Park, hacia 1926, en la obra de Fernando Riquelme "La arquitectura de Luciano Kulczewski". Reproducidos por Ernesto Harris Diez en "Luciano Kulczewski, arquitecto. Eclecticismo y procesos modernizadores en el Chile de la primera mitad del siglo XX".
Inserto publicitario con la canción del Luna Park de la plaza de calle Artesanos, en “La Nación” del 22 de diciembre de 1927, correspondiente al charleston que servía de himno al parque, próximo a ser inaugurado.
Aviso de fines de 1927 anunciando la "Semana Ajedrecista" del Luna Park, con presencia del campeón internacional Alexander Alekhine.
Aviso de prensa para una actividad del Luna Park en enero 1930, con la despedida de Chile del Circo Dunbar & Schweyer.
La concurrencia de gente en las primeras semanas fue extraordinaria, según continuó enfatizando la adulona prensa. Además, sus clientes viajaban gratis en el tranvía a aquellas primeras jornadas, comprando el boleto especial de acceso a un peso, gracias a un convenio. En solo dos días, entonces, unas 100 mil visitas (equivalentes a la quinta parte de la población en la comuna de Santiago, en esos años) ya habían pasado por el parque, tentados por las promesas de diversión y sus novedades.
En el Luna Park se realizaron también eventos de orientación deportiva y competitiva, como la "Semana Ajedrecista" con partidas simultáneas del campeón mundial de ajedrez Alexander Alekhine, de origen ruso, quien en esos días a fines de 1927 estaba de visita en el país junto a su esposa. El diario “La Nación” decía en esos momentos, celebrando el éxito alcanzado en solo unos días por la copada cartelera de actividades del parque:
Ya no hay dos opiniones sobre el “Luna Park”. Se ha consagrado como el más elegante de los sitios de reunión y como el “rendez-vous” obligado del gran mundo social, con su gran ambiente de distinción y refinamiento y la presentación fantástica, sin ponderación ninguna, del establecimiento.
Se ofrecerían a la sazón ruidosas funciones todas las noches, desde las 22 hasta las 1:30 horas de la madrugada, también con varietés y baile. Tenía espacios recreativos especiales y otros dedicados a jugos de salón y torneos de ajedrez, tal vez por la impronta dejada con la visita de Alekhine. Su ambiente era amenizado por la Orquesta Tziganos, la Orquesta Típica Argentina y después por la Orquesta de Jazz Muñoz. En lo sucesivo, los eventos eran anunciados con calugas publicitarias que aparecían en las páginas de espectáculos: ruedas de tonadas, folclore, bailes exóticos, bataclán, duetos, parodias, estilos criollos, circo, etc. La del viernes 20 de enero de 1928 daba aviso para aquel día de una “Gran Fiesta en el Jardín de Danzas”, con programa a cargo de la troupe Imperio. La entrada general seguía siendo de un peso, mientras que al jardín era de $1,9.
“La Nación” de aquel día avisaba también de la pronta realización de otro suceso en el Luna Park, programado para el domingo 22 de enero: un gran festival a beneficio de la Sociedad de Autores Teatrales Chilenos (SATCH). Agregaba la nota que “será una fiesta de despampanante alegría”, contando con la asistencia de ministro de la instrucción y que “después de la enorme función, habrá una kermesse atendida por las más encantadoras muchachas teatrales” con entrada de cinco pesos a la fiesta. Y se explayaba el articulista bajo el título “El festival del domingo en el Luna Park”:
Ayer ha quedado definitivamente preparado el programa con que la Sociedad de Autores Teatrales llevará a efecto un beneficio pro-teatro nacional, y que como hemos anunciado, se verificará en el Luna Park, la noche del Domingo.
El programa no puede ser más completo ni brillante. En él se consultan todos los números teatrales más variados, los que estarán a cargo de Esperanza Iris, Inés Berutti, Climent, Planas, Amalla del Valle, Arturo Gozálvez, Pepita Cantero, Albadalejo, De Labar, Quartucci, Móneca Tailllado, Zoralda Corbani, Mazzeo, D’Agostino, Ana Ella, Malcolm, Terrazas, Solano, Lissette Lyon, América Santis, Hermanas Vera, La Sevillanita, segundas tiples de las Compañías Berutti, Iris y Pelay y los autores Rogel Retes y Alejandro Flores.
La orquesta Davagnino, recién llegada a la capital, procedente de New York, ejecutará los números más escogidos de su repertorio.
Poco después, en febrero, debutó en el lugar el pequeño y delgado atleta mexicano The Great Blunder, apodado “el rival de los faquires” por ofrecer un curioso y novedoso espectáculo de fuerza y resistencia sin usar trucos o ilusionismos, soportando varias botellas de vidrio reventadas en su cabeza y el paso sobre su cuerpo de una góndola cargada de pasajeros, entre otras proezas que variaban en cada función. Más tarde, hubo también festivales a beneficio como el de la Unión Ibero-Americana para el hogar de niños, y otro para el Sindicato de Carpinteros. La empresa también realizó un baile de fantasía cediendo parte de sus ganancias a la Sociedad Protectora de la Infancia, en el marco de las Fiestas de la Primavera.
En tanto, alrededor del parque de eventos se desplegaba una gran cantidad de locales, cafés, pastelerías, abarrotes, bodegas, jugueterías y fuentes de soda. Esto, sumado al comercio informal y los vendedores de bocadillos, debió representar un ajetreo sorprendente de almas. El propio complejo incluía algunos kioscos de ventas aunque, en febrero de 1928, se vieron envueltos en una polémica policial cuando funcionarios del recientemente fundado cuerpo de Carabineros de Chile, siguiendo órdenes del Juzgado del Crimen, llegaron allá verificando denuncias contra varios concesionarios que disponían de tales espacios para realizar juegos prohibidos como loterías, ganchos o argollas, muchas veces timando a ingenuos clientes ilusionados con los premios, según se informó.
A pesar del impasse, el centro de eventos no se vio comprometido y anunciaba para mediados del mes siguiente las presentaciones del Quinteto Park. El grupo artístico y de varieté estuvo compuesto por músicos y coreógrafos como Alonso Cavajal, Lissete Lyon y el cantante de tangos Julio García.
Fueron famosas en su pista, además, las presentaciones de Lucho Almarza, bolerista radicado en Brasil, quien tocó con una orquesta integrada por los músicos Pablo Ramírez, Jorge Martínez en el saxo y Chichibi en el violín, según recuerda el insigne Osvaldo Rakatán Muñoz en “¡Buenas noches, Santiago…!”. El periodista de espectáculos recalcaba el origen exclusivo y de orientación aristocrática que buscaba el centro Luna Park y que mantuvo en sus orígenes, sin duda.
La prensa de época, por su lado, confirma también que el establecimiento llegó a tener un equipo artístico propio: la Troupe Luna Park, misma que en las Fiestas Patrias de 1928 presentaba un espectáculo al que se sumaban Fanny Bulnes, los Huasos de Pichidegua y los Hermanos Velásquez, todos en la arena artística del parque.
Tras un cambio de administración del centro de diversiones, el Luna Park comenzó a ofrecer bailes y variedades de sábado y domingo, a partir de enero de 1929. Las funciones tenían lugar en tarde y noche. Había también sesiones gratuitas de baile social a cargo del profesor Lagos, y para terminar el día se hacía un festival llamado “Noche de Cabarets”, con repartición de obsequios. Ese año, el Circo Dockry del tony Perico, popular y querido payaso que daba el nombre al show, contrató a la familia Pacheco y ofreció también el sainete humorístico “La feria de Sevilla” en el lugar.
Para el sábado 30 de marzo, en el Jardín de Danzas del Luna Park fue despedido el maestro de baile y coreógrafo Alfredo Lagos, quien presentaba regularmente allí su compañía de bataclán. Ahora partía a Perú en una gira de baile de salón, música y canciones criollas. El festival que rindieron para él incluyó un show de variedades con las hermanas Lusitanas, Las Violetas, Stella Maris, The Goldenberg Sisters, Gloria Amor, Olguita Pradenas, las hermanas Backer, los Huasos Sureños, los Huasos de Doñihue, el Trío Internacional de Bataclán, Esther Martínez, la Orquesta de Rialto y la Orquesta Típica Argentina.
Superado ampliamente ya el período en rodaje, el Luna Park, con sus pistas de dancing y elegante restaurante, continuó convocando a su público aunque, por el hecho de que buena parte de su infraestructura estaba a cielo abierto, como era el caso de sus jardines, las temporadas más completas de convocatoria debieron ser en primavera y verano, es de suponer.
Los circos continuaron llegando al parque. En febrero de 1930 y tras exitosas presentaciones de las compañías circenses Dunbar y Schweyer y luego la Berlín, el tony volverá hasta el Luna Park con el Circo Tony Perico, de la Empresa Hinostrosa. En aquellos días, además, las señoritas del Pabellón Rioplatense se presentaban recibiendo clases de bailes camperos y artes escénicas circenses como inducción al quehacer artístico.
Sin embargo,
ese mismo año y tras toda la vorágine de presentaciones, fiestas y shows, el
Jardín de Danza del Luna Park terminó su vida súbitamente ante el asombro de sus leales. La crisis económica ya había comenzado a sentirse en esos momentos, y el barrio ya estaba notoriamente degradado haciéndolo poco apropiado a propuestas con aspiración de alta sociedad. Algunos conflictos con los vecinos habrían abonado a los problemas que enfrentó en negocio.
Un nuevo centro de diversiones llamado El 43 llegó a ocupar al ex Jardín de Danzas, a partir de septiembre de ese año 1930. Este club estaba dedicado -como función principal- a los eventos pugilísticos que antes se realizaban en el cercano Hippodrome Circo, iniciando actividades con el Campeonato Nacional de Aficionados.
Aunque no se visualizan bien todas las razones por las que salió de allí el Luna Park tan súbitamente, es claro que el parque continuó siendo llamado largo tiempo con ese nombre, como también se verifica en la prensa. De hecho, continuaron presentándose circos todavía en los años treinta, identificando el lugar siempre como el Luna Park.
Fiesta en el Jardín de Danzas del Luna Park, con la Troupe Imperio, anunciada en enero de 1928 en aviso de prensa.
Anuncio de actividades a beneficio de la Sociedad de Autores Teatrales de Chile (SATCH) en el Luna Park, durante el verano de 1928. Imagen publicada en el diario "La Nación".
Un precario kiosco "hechizo" en el entonces decadente Luna Park, cuando se anunciaron las medidas de mejoramiento del sector en febrero de 1941, aunque tendrían que pasar algunos años para poder concretarse. El edificio de fondo parece ser el ex Hotel Luna Park. Imagen publicada en el diario "La Nación".
Conjunto escultórico y fuente de aguas de la Plaza Tirso de Molina en 1953, ocupando el antiguo sitio que fue del Jardín de Danzas del Luna Park. Fuente imagen: álbum Flickr de "Santiago Nostálgico".
Hotel Luna Park, con el luminoso de Aluminio El Mono en su azotea. Se llamaba así por estar ubicado enfrente del parque homónimo y fue lo último que recordaba su nombre allí en el barrio, antes de cerrar y quedar en ruinas. Detalle de una imagen de J. Alsina tomada en 1968, mostrando el edificio.
Es claro que hubo una caída del barrio por entonces, algo reflejado en la aparición de un explosivo comercio irregular y la prostitución callejera. También surgieron ventas de cachureos por esas cuadras, como la Feria de los Artesanos: instalada en esos empobrecidos años treinta, se situó en los orígenes del después llamado Mercado Persa tipo bric-à-brac de Santiago, más tarde cambiado a la ribera sur en la actual Plaza Jerusalén, varios de cuyos anticuarios hoy están en el ex galpón tranviario de Balmaceda con Brasil.
Quizá por aquel ocaso del barrio, espectáculos, bailables y compañías circenses como la del tony Perico se mudaron por un tiempo hasta un sector cercano, en Independencia con General Prieto. Con el nombre de Circo del Luna Park, entonces, realizarán allí funciones en el Teatro Carmelo de Praga, que estaba a espaldas del neogótico templo del Niño Jesús de Praga, en donde ahora hay un grupo residencial. No fue lo mismo que cuando estaba en los relucientes jardines de Recoleta, sin embargo, y los malos efectos del cambio de escenario se sentirían.
Dada la sólida fama del sector de la encrucijada de Artesanos y La Paz, no extraña que el mencionado edificio hotelero también llamado Luna Park haya reservado y continuado con una parte propia de la actividad del espectáculo popular. Su brillante estilo neoclásico y de elegante influencia francesa en la dirección 871, albergó no solo los servicios de hospedaje en sus pisos más altos: también fue otro centro comercial en los locales exteriores de su zócalo, con algún restaurante atractivo en otra época. Interiormente, tenía también un conjunto residencial al estilo de un ordenado y pulcro cité, con un pequeño pero grato patio que fue famoso por sus fiestas, antaño... Todo en el mismo edificio, que se erguía señorialmente enfrente del Puente de los Obeliscos.
El comentarista deportivo Renato González, el célebre Mister Huifa, dejó un extenso memorial sobre las peleas pugilísticas que hubo en el vecino Hippodrome Circo, llenando el barrio del Luna Park de una extraordinaria turbulencia de variada entretención y gentío acudiendo a las noches de inolvidables contiendas, además de arena de frecuentes exhibiciones artísticas con el inevitable saborcillo de lo popular que resultaba alternativo al más señorial Jardín de Danzas. Este ambiente llegó a su apogeo local cuando el Hippodrome Circo fue transformado en el Teatro Balmaceda, la sala símbolo del barrio Luna Park en los años treinta.
Hacia la década del cuarenta, sin embargo, el panorama del barrio ya había terminado de decaer y el nombre del Luna Park había dejado de ser sinónimo de un enclave de glamur en un gran barrio pobre... La Corte de los Milagros, llamaban despectivamente algunos a la plaza y a todo este sector saturado de chiquillas, gañanes, cafetines, kioscos "hechizos" y sujetos pendencieros frecuentemente armados. Ya en el verano de 1940 la prensa anunciaba algunos planes para resolver este problema, en medios como "La Nación" del miércoles 28 de febrero:
El Luna Park está convertido en barrio chino o campamento de gitanos. La Alcaldía hará desaparecer los chiribitiles y tolderías que afean ese lugar; aumentará las pérgolas de cemento; desalojará los "talleres" que allí han sentado sus reales; y dará aspecto atrayente a este sitio, que es uno de los más concurridos de Santiago.
Habiendo perdido así sus noches de plata y causando repelús en las decencias ciudadanas, aquel nombre pasó a ser un título infame que causaba temor y hasta repudio, asociado al oscuro ambiente que servía de refugio y fomento a la delincuencia, vagancia, prostitución y decadencia en todas sus formas. “Luna Park es el conjunto de construcciones más antiestético e insalubre”, reclamaba el periódico gremial de los veguinos, “El Fortín Mapocho”, todavía en 1947.
De esa forma, todo el sector que había pertenecido al Luna Park conservando aquel apodo, se degradó hasta convertirse en terreno de ferias invadido por un infernal paisaje de indigentes, rucos y delincuentes. Haciendo hipérbole de la mala fama del lugar, Daniel de la Vega transcribe la siguiente descripción horrorosa sobre el cariz que llegó a tener este oscuro reducto urbano, citada en “Ayer y hoy. Antología de escritos”:
Ustedes escribieron un párrafo sobre los jardines de Recoleta, y no dijeron nada de aquel Luna Park, que después de varios años de vida lánguida y artificial, desapareció entre los aplausos de todos los vecinos. En este terreno cerrado, algunas noches se bailó, funcionó una ruleta y se vendieron algunas naranjas y unas botellas de gaseosa. Siempre había en sus puertas unos grupos de atorrantes, y los vecinos de Recoleta, cuando se recogían tarde, ya no les temían a los ladrones que pudieran esconderse en los puentes, sino al misterioso silencio, a la densa sombra del Luna Park, de donde podía salir un batallón de bandidos. Los vecinos de Recoleta, al pasar por esas rejas, apresuraban el paso, y buscaban con sus ojos las lejanías de la calle, viendo modo de escapar e irse a arrojar a los brazos de un carabinero. El Luna Park fue cruel. Se vengó de su fracaso con ferocidad. Cada uno de sus árboles, después de las dos de la madrugada, tomaba aspecto de bandido.
Sin embargo, radicales medidas municipales tomadas entre 1947 y 1948 por el alcalde José Santos Salas, desplazaron las viejas ferias de cachureos de los artesanos y trajeron a las floristas que habían sido desalojadas de las pérgolas de la Alameda junto a la Iglesia de San Francisco. Así, fue aliviándose aquel ambiente tórrido que había tomado posesión del abandonado Luna Park, con disposiciones que eran aplaudidas por “El Fortín Mapocho”:
De acuerdo al plan de embellecimiento de nuestra capital, aprobado por la Municipalidad de Santiago, todos los comerciantes que están instalados en el sector denominado Luna Park, deberán abandonarlo definitivamente dentro de unas semanas más. Este recinto, cuya presentación daba un feo aspecto a la ciudad, será destinado para el estacionamiento de autos y microbuses que actualmente ocupan la ribera opuesta del Mapocho.
De la misma manera, los dos galpones del barrio que habían sido antes los corrales y talleres de la antigua empresa de tranvías pasaron a albergar al Mercado de la Vega Chica, que hasta hoy lo ocupa. Como el recuerdo no se desvanecía, sin embargo, muchos lo llamaron Mercado Luna Park por algunos años de sus inicios. Algo parecido sucedía con el Puente Los Carros, así llamado por haber pertenecido al tránsito de los tranvías que iban a esos galpones, pero que en el período revisado fue llamado también Puente del Luna Park.
Para entonces, sin embargo, nada había ya de las fiestas de antaño, ni del showbiz o de los conciertos al aire libre. En su lugar, solo permanecía el recuerdo vago entre algunos de los comerciantes de La Vega y las cocinerías cercanas, al menos entre los más antiguos, quienes continuaron trabajando en el sector. Los nocherniegos y vividores ya habían encontrado otros refugios: el Teatro Princesa, el Recoleta Cinema, el Teatro Capitol, el Circo Teatro Independencia y el propio Teatro Balmaceda del barrio de marras… Del Jardín de Bailes, entonces, nadie se acordaba.
Volviendo al desaparecido Hotel Luna Park, justo enfrente, cuando este fue convertido el edificio en un abrigo de las clases populares, muchos de los más queridos comerciantes y personajes chimberos estuvieron vinculados al mismo, curiosamente, algunos de ellos floristas que llegan al barrio hacia esos años y que vivieron en sus piezas o en el cité central del mismo. Entre los que se recuerdan, pasó por ahí la inolvidable María Chirigua Ubeda, vendedora de flores que llegó a ser todo un símbolo de la Pérgola Santa María, y su colega pergolero Claudio Soto, quien tenía clarísimos y lúcidos recuerdos del mismo lugar, ese en donde conoció a la mujer que acabaría volviéndose su amada esposa por más de medio siglo.
Tiempo después, en los años sesenta, se levantó sobre la azotea del edificio Luna Park un emblema imperecedero que llegó a eclipsar en importancia al propio palacio chimbero: el enorme panel de neones de “Aluminio El Mono”, visión inolvidable para quienes alcanzaron a conocerla cuando seguía activa todavía hasta los años ochenta. El famoso y recordado simio de colores servirá para que muchos puedan identificar cuál era el edificio de marras, pues intentar reconocerlo ahora -y a partir de sus tristes restos- es una tarea tan penosa como difícil.
Pero, como la miseria busca y ama a la compañía, tras haber sido “barridos” de allí gran parte del comercio ilegal de antaño y de la siempre presente delincuencia del sector, de todos modos la decadencia no perdonó al ex hotel y hubo al menos dos incendios en el edificio. Uno de ellos, combinado con parte de los daños dejados por el terremoto de 1985 y lo vetusto de sus estructuras por envejecimiento natural, obligaron a demolerlo hasta la mitad de su hermosa arquitectura de ayer, viéndose ahora recortado, mutilado con crueldad y ensañamiento, dejando apenas algunas balaustras como recuerdo de sus señoriales balcones.
Del antes magnífico y festivo edificio, de su mono danzante en la azotea y de la interminable sonajera bohemia que hubo casi enfrente de su magnífica fachada, no queda ya ni la pena por la ausencia. Solo suena la cuenta regresiva, hacia la hora de la extinción total de lo último que recuerde allí a los años locos del Luna Park. ♣
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