Imágenes del frontis del Teatro O'Higgins publicadas en el diario "La Tercera" del lunes 13 de octubre de 1997, cuando ya estaba afectado por la pobreza y el olvido.
Durante la primera mitad de los años veinte, las candilejas chilenas todavía debían lidiar con el pauperismo de la realidad nacional, en cuanto a lo que podía ofrecer la industria y la infraestructura para espectáculos de entonces. Nuevos proyectos aparecían al respecto, buscando poder abrirse paso hacia la que iba a ser su época más lustrosa en las presentaciones artísticas, con mejores recintos y recursos para el público.
A la sazón, las revistas de variedades empezaban a ser cada vez más conocidas por los concurrentes de los teatros. Además, si bien faltaban unos años todavía para la exhibición de la primera película sonora en Chile, los viejos biógrafos de esta edad romántica de la proyección del cine iban a ser desplazados por salas espaciosas y visiblemente más cómodas, en donde gran cantidad de público podía reunirse de cara a los estrenos de la pantalla plateada, siguiendo el cada vez más extendido hábito recreativo y familiar de las primeras décadas del siglo.
Fue así como, hacia mediados de 1924, en el entonces más glamoroso que hoy barrio comercial de calle San Pablo con Ricardo Cumming se inauguró un nuevo cine-teatro para la capital: el O’Higgins, pequeño gran castillo cargado de aspiraciones señoriales y orientado al público más acomodado de los espectáculos de este tipo; aquél con clase, como se diría sin ornamentos.
Con una gran entrada neoclásica y dos rostros grutescos alegóricos de la dramaturgia (tragedia y comedia), quizá el único elemento decorativo relevante al exterior del mismo, el Teatro O’Higgins guardaría bastante semejanza con otro hito de las casas para las artes escénicas en Santiago, como es el caso del Teatro Esmeralda de San Diego llegando a avenida Matta, el que había sido inaugurado solo dos años antes y por los mismos dueños, correspondiendo al primero de su tipo en la ciudad. Propietaba al O’Higgins una sociedad que capitaneaba el empresario Aurelio Valenzuela Basterrica, quien llevaba un tiempo ya en el negocio de las salas de espectáculos tras haber inaugurado el Teatro Septiembre en Alameda de las Delicias esquina Lira, en 1914. A Valenzuela Basterrica también pertenecieron los cines-teatros Brasil, Chacabuco y Carrera, entre otros.
Ubicado más precisamente en San Pablo 2281, en el ahora popular vecindario de
Mapocho “para abajo” y en los deslindes de los barrios Yungay y Brasil, el lugar
parece evocar a antiguos y trágicos escenarios descritos por la pluma de
Nicomedes Guzmán. Tenía, sin embargo, el elegante concepto de teatro-cine-palacio, con aforo de
2.500 espectadores, y su construcción demandó una inversión cercana al millón de
pesos; algo muy próximo a ser una fortuna en aquellos años. En su zócalo había
varios locales de comercio: desde fuentes de soda hasta tiendas de victrolas, pero destacaba especialmente el Café y Pastelería O'Higgins en los años treinta, de la firma Secall y Biskupovic, después Biskupovic y Cía. en la década siguiente.
Su escenario fue arena para el debut de prestigiosas compañías de la época, además de algunas de las primeras grandes experiencias del cine nacional. También hizo fama como uno de los primeros teatros de Santiago en ofrecer conciertos de jazz, según lo que se recordaba de él entre antiguos vecinos. Ciertos testimonios relativos a su época inicial agregaban que uno de los filmes chilenos trascendentales, “El Húsar de la Muerte” del inolvidable Pedro Sienna, habría sido proyectado en el O’Higgins al año siguiente de su inauguración.
Don Aurelio Valenzuela Basterrica, dueño del Teatro O'Higgins.
Aviso del Teatro O'Higgins en 1936, en el diario "La Nación", sección de espectáculos.
La entonces concurrida Pastelería O'Higgins, lugar de reunión de los asistentes al mismo teatro, en publicidad de diciembre de 1938. Era lugar de reunión previa y posterior a las funciones, con buenas ofertas de helados, tortas y cola de mono.
El O'Higgins, compartiendo aviso con el Caupolicán y el Politeama en la prensa, diciembre de 1940.
Vista del Teatro O'Higgins hacia el período del Bicentenario Nacional, hacia 2010.
Con mayor certeza se sabe que el teatro fue la pista de despegue de muchos artistas nacionales después bien consagrados, como la folclorista Margot Loyola, cuyo estreno artístico ante el público tuvo lugar precisamente aquí cuando era solo una adolescente, según lo que consignan algunas reseñas biográficas, entre ellas la del periodista y melómano David Ponce en catálogo de Música Chilena:
Vivía en el barrio de Cumming cuando cursó el sexto año de preparatoria en la Escuela 21 de la misma calle y se presentó por primera vez en un teatro, el O’Higgins, de Cumming con San Pablo. Cantaba canciones en boga como “La bella condesita”, “Fumando espero” o “Nelly” y no tenía más de trece años.
Lucho Rojas Gallardo, por su parte, comenzó a presentar allí la obra con festival artístico “Tristán Machuca” a partir del 13 de enero de 1926, según anunciaba ese mismo día la prensa augurando un show a teatro lleno. El show ya había tenido buena acogida en otras salas de la capital. Ese mismo año, además, se anunciaban algunos estrenos con la advertencia de ser “impropios para menores”.
Empero, los primeros problemas para la sala comenzaron bastante temprano, con una disputa judicial y acusaciones de estafa entre la sociedad teatral de Aurelio Valenzuela B. y Cía. y el empresario Juan Pla Argenso. El pleito fue ganado por la compañía propietaria, pero tras una gran cantidad de descalificaciones vertidas entre las partes a través de la prensa e insertos, a fines de ese año e inicios de 1927.
A
pesar de todo, el teatro no decayó en importancia y siguió siendo de enorme
atracción de virtud creciente. Hasta organizaba un festival propio en sus aniversarios, durante el
mes de junio. En marzo de 1928, por ejemplo, se presentaba el entonces aplaudido humorista musical Delfy, en cuyo show se intercalaban películas de Buster Keaton. Cuando concluyó su temporada a mediados de aquel mes, Delfy emigró al Teatro Esmeralda de la Alameda.
El domingo 10 de marzo de 1929, entre las diez horas y el mediodía, también fue sede de una gran reunión del Instituto Nacional de Cooperación Obrera, que incluyó una conferencia y varias alocuciones, con una fiesta amenizada por la orquesta del maestro Roberto Retes, incluyendo tango y shimmy en los intermedios, con participación del comediante Humberto Barahona y el Conjunto Nicanor de Sotta, entre otros. Y unos meses después, en la mañana del domingo 23 de junio, se realizó la conferencia “La salud sin botica ni cirugía” de la Sociedad Naturista de Chile, con Demetrio Salas y Manuel Lezaeta Acharán como ponentes.
En marzo de 1930, los directores teatrales Rogel Retes y Vicente Jarque presentaron su Compañía de Comedias en el O'Higgins, con la obra humorística "Qué hombre tan simpático" de Carlos Arniches, que contenía varias rutinas pícaras y jocosas. Los actores del elenco eran Sylvia Villalaz, Carmen Moreno, Rosina Ruiz, Andrea Duclós, Pola Torres, Amanda Anunziata, María Morris, Sofía Prado, Alberto Ego Aguirre, José Landaeta, Gabriel Maturana, Raúl Daniel, Ramón Oropesa, Emilio Lira, Enrique Machado, Carlos Moraga y Jorge Fritis, además de los propios Retes y Jarque.
Muchas actividades de beneficencia y relacionadas con instituciones educativas tuvieron acogida en la sala en aquellos años. Tal fue el caso de la función a beneficio de la Escuela Superior de Niñas N° 39 en agosto de 1934, organizada por apoderados de las alumnas y vecinos del barrio, en donde se exhibió durante la mañana el filme "Alma del barrio", cuya recaudación iba para las labores de servicio social que realizaba aquella casa educacional. Hacia fines de año, también se realizó en el lugar una función de cine y presentaciones artísticas para concluir el ciclo cultural de la Federación de Empleados de Chile, con participación del orfeón de la Fuerza Aérea de Chile entre los números, además de efectuarse un festival de la Sociedad Protectora del Trabajo "Marcial Martínez Prieto".
A partir del viernes 7 de agosto de 1936, en horario de vermut y noche, empezó allí el festival de inauguración de la Empresa Chilena Cóndor de Enrique Venturino, con todo el elenco humorístico y bataclánico que se presentaba en su Teatro Balmaceda de calle Artesanos. La firma tomó la dirección general de espectáculos del O’Higgins y así hizo debutar en él la revista “Melodías de Mapocho” de ese año, con 18 bailarinas, 12 maestros de orquesta, cómicos, actores y comediantes como Teresa Molina, Pilar Serra, Orlando Castillo, Eugenio Retes, Romilio Romo y Pepe Harold, más el tenor Arturo Golzálvez, los estilistas hermanos Contreras de Colombia, el “negrito zapateador” Sam Brown, la cantante Teresa Puente y el conjunto típico Raza Gaucha, del folclorista Ubaldo Romero con sus músicos guitarristas, y el tanguero Aldo Bernaschina. La jornada incluyó la proyección del filme musical “Magnolia”, recientemente rodado, con la estrella Irene Dunne por protagonista.
Ese mismo año, el miércoles 4 de noviembre, tuvo su única presentación en el teatro la Compañía Folklórica Porteña del Chilote Campos, show que ofreció cuecas, músicos huasos y el sainete de estilo campero “Bajo las parras de Curacaví”. Posteriormente, en febrero de 1938, fue lugar de la breve pero enérgica temporada de la Compañía Argentina de Revistas, con la tanguera Sussy Derky, la bailarina inglesa Alice Alam, la humorista Luisa Grany y las vedettes María Esther Gamas y Serafina Fernández.
Para el año siguiente, en el miércoles 1 de febrero la Federación Cultural Obrera realizó en la sala un programa de beneficio con proyección de película y la obra teatral de contenido social “Injusticia de la ley”. También a principios de año el barrio norte de Santiago había tenido por sede al O'Higgins para la gran proclamación de principios políticos del falangista Bernardo Leighton. Ya en mayo, tenía lugar una gran reunión organizada por el Consejo Directivo de la Unión de Profesores, pronunciándose sobre la política educacional del momento y con los oradores Carlos Morales y Róbinson Saavedra. Ese mismo mes actuó la Compañía de Espectáculos Fantásticos Chinos, del mago e ilusionista Fu-Man-Chú, quien era en un realidad británico haciéndose pasar por maestro oriental (David Tobias Bamberg).
La actividad en el O’Higgins no cesa y las películas son precedidas por cortos informativos sobre el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial durante esos años, noticias ante las que unos aplauden y otros pifian según el bando de sus simpatías. El martes 6 de agosto de 1940, comienza también un festival a beneficio de la cantante radial Aída Salas, en la que participaron artistas y conductores de varias radioemisoras. Y, para el viernes 30, habrá otra gran velada a teatro lleno, ahora de la Sociedad Igualdad, que contó con una aplaudida disertación de don Samuel Flores Fernández, números artísticos y la obra central “Entre gallos y medianoche” de Carlos Cariola. En diciembre llega al escenario el oscuro espectáculo de ciencias ocultas del Príncipe Hindú Karma y el mentalista "egipcio" profesor Bernard.
Tiempo después, los reyes del flamenco español, Trini Morén
y Niño de Utrera, llegaban al O'Higgins en presentaciones de tarde y noche, en
mayo de 1944, tras un exitoso debut con dos funciones en el Teatro Nacional.
Esta calidad para recibir números internacionales vuelve a ser verificada dos años después,
cuando se presenta allí el exitoso dúo argentino de cómicos Dick y Bondi,
compuesto por Bernardo Zalman Ber Dvorkin, de origen ruso, y el porteño Pepe
Biondi, en agosto de 1946, ambos provenientes del mundo circense antes de saltar a las candilejas.
Sin embargo, cuando fue cambiando la estructura social del barrio San Pablo (la misma para la que se suponía concebido el teatro, en cierta medida), ganando terreno el carácter obrero y cada vez más popular, el O’Higgins enfrentaría nuevos desafíos que se notaron, sobre todo, con la emigración en masa de las familias más acomodadas de los barrios adyacentes hacia el sector oriente de la ciudad, en los orígenes urbanos del barrio alto. Fue un proceso que se consumó hacia mediados de siglo, más o menos, y en el que influyeron factores tan variados como cuestiones de agitación política en las calles más céntricas hasta el traslado de instituciones y escuelas a otros sectores de un Santiago que ya crecía hacia el oriente.
Parte del teatro popular y las presentaciones picarescas decayó ante la embestida del cine sonoro, por lo que el servicio del fiel O’Higgins pasaría a ser, principalmente, para el público seguidor de la nueva cinema. Tales ajustes de marquesinas dejarían rezagadas a muchas de las primeras propuestas de teatro y revista del período, además. Por esto, varios conocieron al teatro simplemente como Cine O’Higgins, desconociendo o ignorando sus inicios de dinámicas tablas y artes escénicas, como uno de los mejores recintos de Santiago para tales disciplinas.
En aquella segunda etapa de existencia, parte de la tradición del vecindario que lo proveía del público sería la de asistir a los rotativos de la sala, especialmente los fines de semana: padres con hijos, parejas de enamorados o grupos de rapaces que podían pagar la entrada a la hora de las proyecciones sin censura, con alguna complicidad adulta. El día más cotizado siguió siendo por largo tiempo el domingo, debido a sus extensas jornadas a las que iban las familias completas. Decían que algunos ociosos se quedaban a ver varias veces la misma película en un día, sin abandonar la sala hasta que cesaba la proyección hacia la medianoche.
Ocasionalmente, sin embargo, el teatro volvía a ser arrendado para fiestas, bailes y presentaciones especiales, incluyendo concursos de danza de parejas y orquestas en vivo de rock & roll, chachachá o jazz. Los vecinos participaban de estas propuestas con entusiasmo, pues la sala seguía siendo parte importante de sus vidas, una suerte de prolongación común de sus propios hogares, y así la percibían en esos años.
Empero, concluida ya su época más redituable, el O’Higgins fue quedando reducido a un corriente cine de entradas baratas y de jornadas inconstantes. La importancia y magnetismo que tuvo en sus mejores tiempos no impidió que comenzara a verse, después, cada vez más desocupado y raspando en la agonía, muy subutilizado y acumulando deterioro.
De la forma más parecida a la muerte natural, entonces, el Teatro O’Higgins fue cerrando sus puertas y cayó en el más completo olvido. El abandono fue interrumpido por algunos nuevos arriendos de su local como sala de reuniones, fiestas o pequeños encuentros, pero hacia principios de los años noventa su actividad ya era prácticamente nula, salvo por una agrupación pentecostal que llegó allí permaneciendo por largo tiempo en sus dependencias, con actos religiosos y algunos recitales de música cristiana. Aunque esta comunidad, con sus propios esfuerzos, fue recuperando parte del mismo edificio amenazado por la ruina, el terremoto de febrero de 2010 hizo ciertos daños al mismo, empeorando su ya vetusto aspecto. A pesar de todo, logró mantenerse en pie y ser restaurado.
El uso de la sala como centro de reuniones religiosas (que, de alguna forma, logran convivir con el pasado más pícaro que pudo haber tenido, por cierto) persistió y la mantuvo en actividad, no acumulando más deterioros graves en contraste con la mera e inocua atención de muchos interesados en que el edificio sobreviva, pero a veces sin aportar más que con opiniones, diagnósticos o reclamos al respecto.
Parte de las dependencias exteriores del zócalo que rodea el teatro, en tanto, las que antes se llenaban con un concurrido café y restaurante del teatro (justo en el espacio de la esquina) y otros locales de comercio, fueron emigrando por factores más bien ambientales, pues el sector ha pasado por períodos de franca declinación comercial. Fueron ocupadas después por tapicerías automotrices, talleres de mueblerías y ferreterías de construcción; en tiempos más recientes, también por una pollería peruana y un restaurante llamado el Toro Barroso.
El Ministerio de Vivienda y Urbanismo reconoció al Teatro O'Higgins como Inmueble de Conservación Histórica. La experiencia ha demostrado que esta reluciente medalla no da grandes garantías ni asistencias a la tediosa tarea de conservar un edificio de valor patrimonial, en este caso bajo propiedad de una firma inmobiliaria, pero es de esperar que se trate de un efectivo y positivo paso para tan sincero propósito. ♣
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