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LUIS CONTRERAS: LA CRÓNICA DEL "BURRO" EN LAS GALERÍAS DEL BOXEO NACIONAL

 

Imagen del "Burro" publicada por Francisco Mouat en "Chilenos de Raza".

Eran ya los conflictivos años setenta, y habían regresado tiempos venturosos del boxeo olímpico chileno, según parecía. El Teatro Caupolicán y luego el Estadio Chile ofrecían encuentros todas las semanas: Canal 13, a la sazón de la Universidad Católica, transmitiría "Noches de Boxeo" y la estación de Televisión Nacional de Chile hacía lo propio con "Boxeo Mundial". El martes era el día de las peleas de gala.

El medio era oscuro, sin duda: las apuestas, los resultados arreglados y las tretas más extrañas se daban a veces en esas salas rodeadas por el exaltado público y la densa marea de los humos de cigarrillos. Pero también llegaron allí los grandes estrellas del pugilismo nacional: Martín Vargas, Motorcito Miranda, Héctor Velásquez o Benedicto Villablanca. Parte de la actividad sería financiada también por el próspero empresario cubano-español Ricardo Liaño, considerado alguna vez un magnate del deporte y del espectáculo nacional (fama real o inventada), quien terminó sus tristes días pobre y olvidado en una modesta pieza de barrio Mapocho, misma en donde murió solitariamente.

Allí en los encuentros de uno y otro coliseo, en cada asalto un ruidoso asistente destacaba desde la década anterior por su voz de trueno y su ametralladora de chistes o tallas ingeniosas arrojadas como granadas en el momento más oportuno desde la galería, gestadas en solo segundos. La verdad es que era conocido desde hacía tiempo en el ambiente, pero la televisión comenzaría a sacar su popularidad más allá de aquellas tribunas y plateas entre sombras, hasta convertirlo en una verdadera leyenda de su época.

El Burro, apodaban al misterioso sujeto que ha comenzado a cosechar especial fama en los medios desde los años sesenta, según decían, convertido ahora en todo un personaje que ameniza las jornadas de peleas, aunque las transmisiones de la pantalla chica solo captan sus inconfundibles gritos, pues el privilegio de verlo y reconocerlo es de los asistentes a estos encuentros. Parecía que siempre hubiese estado en aquel ecosistema, y algunos decían ubicarlo desde los míticos años del boxeo en territorio chimbero, junto al río Mapocho. Ahora, las transmisiones en vivo de las peleas se vuelven un potente impulso publicitario para la popularidad del arcano sujeto, por supuesto.

Las risas explotan en cada uno de los chistes de este típico roto chileno contemporáneo. Nunca se le oyó una talla fome o repetida innecesariamente, jamás. Por momentos, hasta desviaba la atención del respetable, que se llenaba de carcajadas. Y es que el Burro era magistralmente diestro: metía sus creativas cuñas en momentos precisos de silencio o de monotonía de la pelea, por lo que era también un animador extraordinario y, afortunadamente para el negocio, un asistente asiduo e infaltable en cada pelea. Su presencia era sagrada allí, entonces, vociferando desde su asiento y usando sus manos como megáfono, siempre escondido en algún lugar dentro de esa oscuridad cómplice alrededor del cuadrilátero, entre siluetas irreconocibles.

Había otros gritadores de chistes improvisados en esos años, pero el Burro era diferente: inconfundible para los asistentes regulares, a pesar de su bajo tamaño cercano al metro cincuenta, siempre con sus chaquetas de color gris o celeste, tenía el don más creativo de todos. Decían que había aprendido a explotar este vozarrón en su difícil infancia, vendiendo frutas y verduras en ferias y mercados hacia 1930. Los vendedores hacían apuestas en dinero, cazuelas y chuicos de vino por entonces, haciendo cantar a los chiquillos del mercado. El pequeño Burrito siempre ganaba, reuniendo lo suficiente para comprarse un carretón y un caballo.

Ya en los estadios y coliseos, sus satíricos ataques iban dirigidos principalmente a los peleadores "paquetes", al árbitro, al jurado y hasta a los anunciadores. Al primer síntoma de carcajadas, la gente se volteaba intentando identificarlo entre las sombras, mientras la risa cundía como el fuego entre agujas secas de pino. “¿Qué dijo?”, “¿Qué gritó ahora?”, preguntaban desesperados al aire ahumado y a sus ángeles quienes se hallaban más distantes del núcleo de risotadas, deseosos de no perderse la talla.

Las salidas del “Burro” serían su sello distintivo, único. Ya en los ochenta, periodistas y relatores deportivos como Julito Martínez o Sergio Silva no solo celebraban sus bromas (a veces subidas de tono, aunque las menos), sino que además, y como los locutores tenían mejor audio allá en las salas de los encuentros, a veces explicaban fugazmente el contenido de algunas de ellas al público televisivo que no contaba con la posibilidad de escuchar bien al infaltable sujeto.

Algunas de sus famosas y oportunísimas intervenciones en aquellas jornadas boxísticas aún son recordadas por quienes pudieron escucharlas en vivo:

  • Un boxeador tendía a colgarse del otro o "engancharse", obligando al árbitro a separarlos constantemente. En una de esas veces, el Burro ruge ofuscado al que se enredaba en su rival: "¡Pa' la otra llévatelo pa' tu casa, huevón oh!".

  • Cuando había poca pelea y pocos golpes en el ring, gritaba con sorna: "¡Traigan un balde para recoger la sangre!".

  • Cuenta Francisco Mouat que, tiempo después del golpe militar de 1973 y cuando recién se reanudaban las peleas, el Burro habría cometido el desatino de gritarle a un boxeador: "¡Soi más huevón que milico sin auto!". Según el autor, la osadía casi le significa irse detenido cuando uniformados fueron directamente a la oficina del gerente Enrique Venturino en el Caupolicán buscando al irreverente Burro. Solo la intervención de su amigo Freddy Rivera habría logrado poner paños fríos y convencerlos de dejarle en libertad, pero con la estricta advertencia de no repetir ese tipo de tallas, exigencia que el asustado comediante de la galería habría respetado severamente, desde ahí en adelante.

  • En una ocasión en que el animador televisivo Mario Kreutzberger, Don Francisco, asistió a una pelea en el teatro, el Burro presente allí lo palanqueó durante toda la jornada con tallas como: "¡Oiga don Francis, saque la cabeza que no me deja ver la pelea!". Otra versión cuenta que gritó: "¡Don Francisco, corra la cabeza, que hay como dos mil personas que está tapando!". El mito decía que el animador mandó a un par de matones, después, a hacer pagar las ofensas al temerario humorista informal.

  • Otros gordos también eran objeto de sus chistes crueles. En ocasiones en que entraba un tipo obeso al público en los años de restricciones de salida en las noches, le lanzaba pesadeces como: "A este lo pilló el toque de queda en la cocina".

  • Mentessana, columnista editorial, recordó en una ocasión en su espacio de “El Mercurio” que un boxeador muy hirsuto y de hombros velludos entró al cuadrilátero. Incapaz de perder la oportunidad, el Burro gritó esta vez: "¡Oye, te pusiste los sobacos al revés!".

  • Cuando la pelea se ponía fome y los boxeadores se "estudiaban" demasiado rato con poca acción, el incorregible personaje sacaba una carta especial de su inagotable repertorio y gritaba: "¿Cómo no llegaron a la Universidad si estudian tanto?".

Lejos de molestar con sus interminables irreverencias, el “Burro” era un personaje sumamente querido por la familia boxeril: deportistas, público, periodistas y empresarios lo conocían y estimaban. De hecho, en una ocasión recibió un premio especial concedido por la Federación Nacional de Boxeo, y gracias a su fama de amenizador llegó a asistir gratuitamente a estos encuentros, invitado por los propios organizadores. Según se decía entonces, Venturino llegó a cobrar más caro al público que se sentara en las butacas cercanas a las suyas, ya que la entretención estaba garantizada.

Pero, ¿quién era el Burro en realidad? Pocos saben de dónde provenía y cómo se llamaba en el hombre con esa voz potente y avasallante, su "rebuzno": Luis Domingo Contreras Reyes, un notable artista folclórico, cuequero de garganta huracanada, instrumentista y hombre de fuerte ligazón con la cultura popular chilena, habitante de la población La Legua de San Joaquín, en donde tenía un pequeño taller de reparaciones de muebles y artefactos eléctricos.

Conocido seguidor del club deportivo Colo-Colo, además, Contreras decían que era de origen iquiqueño, aunque había quienes le adjudicaban otro origen. Con 51 años de vida y siendo asiduo asistente al espectáculo pugilístico, su fama se empezó a hacer especialmente importante hacia 1976-1977, como mencionada consecuencia de la televisión y de algunas de las primeras publicaciones de prensa que se refirieron con más detalle a él, como la revista "Hoy".

También apodado el Cacerola por su enorme apetito y el Alcuza por su verbosidad y capacidades de entretener con la palabra "de mesa en mesa", Luchito era un bufón por antonomasia: alegre, divertidísimo y capaz de inventar una buena salida en solo fracciones de segundo al contemplar una situación que lo inspirara. Era de esos tipos con "cara de chiste", como se dice en la jerga.

Antigua imagen de pugilistas en revistas deportivas nacionales (Floridor Pino y Benito Vergara, antes de su pelea en el Hippodrome Circo, 1925).

Don Enrique Venturino Soto, célebre dueño del coliseo pugilístico del Teatro Caupolicán.

Frontis del Teatro Caupolicán, en 1961. Imagen de los archivos fotográficos del propio coliseo de calle San Diego.

Imágenes del Burro Contreras en el diario "La Nación", entrevistado a inicios de julio de 1969.

Entrevistado en el diario "La Nación" del martes 1 de julio de 1969, contaba incluso que el más importante cómico nacional de aquellos años lo había estado usando de "inspiración":

Iba a Caupolicán y notaba que siempre había un caballero esperándome en la botelería. Si yo compraba galería, él compraba galería. Si compraba "fiteatro", él también compraba "fiteatro". Y adentro se instalaba cerquita mío, ¡como pa' ponerme saltón!... ¿Y a este qué bicho le picó? -me preguntaba. ¡Paralabra que el tipo me tenía "cachúo"!

Un día le pregunté a un amigo: -Oye, Desiderio. ¿Quién es el futre ese que me sigue pa'toas partes?

-¡Que no sabís jetón, que ese es Manolo González! -me contestó el Desiderio. Después nos hicimos amigos con don Manolo y él me contó que me seguía desde hacía tiempo para aprovechar mis tallas en sus funciones... ¡Pa' que vea que soy importante!...

Aunque hubo imitadores e impostores cuando comenzó a sonar más y más su nombre alrededor de los cuadriláteros, ninguno fue como el Burro, con su improvisada ametralladora humorística:

  • Si la pelea bajaba la intensidad y se "desinflaba", el versátil asistente gritaba ahora en cada enredo de los pugilistas: "¡Mejor pónganles música pa' que se saquen a bailar!".

  • Una vez se rió de la obesidad de Ricardo Liaño, gritándole desde la galería apenas llegó al coliseo: "¡Oye Liaño! ¿Venís de la marcha del hambre?".

  • Y en otra oportunidad en la que el mismo empresario español llegó ostentando todas sus medallas y condecoraciones otorgadas por el Consejo Mundial de Boxeo, puestas sobre su magnitud, el Burro gritó: "¡Liaño!, ¿Venís de incógnito?".

  • Cuando un peleador no tiraba golpes y parecía débil, le recomendó con su estruendosa voz: "¡Pégale ahora, que estai a favor del viento!".

  • Una pareja de carabineros entra al estadio y comienza a caminar entre las galerías, mientras se desarrolla la justa. El Burro tampoco desprecia su oportunidad y les grita fingiendo gravedad: "¡Carabineros, carabineros! ¡Hay dos gallos peleando allá, abajo!".

  • Cuando terminaba una velada particularmente mala en golpes y con escasos esfuerzos desplegados por los peleadores, el Burro reclamaba levantándose de su asiento: "¿Y la pelea? ¿Dónde van a devolver la plata de la entrada?".

  • Un animado espectador se pasó toda la pelea gritoneando furioso instrucciones a los boxeadores. Entonces, el Burro les recomendó, en un instante: "¡Ya pues! ¡Háganle caso al caballero!".

  • Otra pelea lenta, poco ágil, lánguida y el Burro reclamando: "¿Y a qué hora empieza la pelea de verdad?".

  • Cuando el boxeador nacional Víctor Nilo se mandó un condoro por su afición al trago, el Burro hizo suya la oportunidad y le gritó en una pelea: "¡Víctor, pégale con la garrafa, pégale con la garrafa!". Se cuenta que Nilo escuchó el chiste y debió contener un ataque de risa, siendo aprovechada la ocasión por su contendor para golpearlo en el torso. Al ver la escena, el Burro gritó: "¿Viste? Ahora sonaste: te rompieron el envase".

Contreras tuvo participaciones también en el respetado grupo cuequero Los Chinganeros, donde compartió con grandes cultores del folclore como Rafael Rafucho Andrade y Carlos Pollito Navarro. Fue en este ambiente donde se había ganado muy tempranamente en su vida el apodo animalista, como es corriente entre los cultores de la cueca, en su caso por aquella voz de rozne que lo acompañó toda la vida. Otros dicen, sin embargo, que ya tenía el apodo cuando niño, en su época de verdulero y gritando sus ofertas.

Tampoco fue casual su doble pasión por el pugilismo y la cueca, pues muchos músicos populares del medio folclórico urbano fueron reconocidos admiradores, practicantes y concurrentes de este género deportivo, como los hermanos Godoy Hernández, el maestro González Marabolí y el fenomenal “chilenero” Nano Núñez.

El Burro fue amigo de varios otros personajes famosos del público de los combates y de la bohemia que sobrevivía en esos años, además. En el Teatro Caupolicán y en el Estadio Chile se sentaba casi siempre junto a sus compañeros de aventuras Tito Astorga y el Cafiche Palavecino, quien nada hacía por ocultar la razón de tan directo apodo, según comenta también Mouat, ya que asistía enjoyado y con varias de sus mujeres como compañía. Con frecuencia, estos dos acompañantes ayudaban al Burro a formular sus tallas in situ, de acuerdo a la situación que se le ofreciera.

Luchito también tuvo una gran amistad con el periodista boxeril Miguel Merello, a quien dijo una vez, mofándose de su propia pobreza, que había tenido que "cocer la olla chica dentro de la olla grande" para tener algo que comer, según recordaba el cronista tiempo después. A decir verdad, nadie podía despreciarlo o ser indiferente siquiera a su simpatía, razón por la que nunca llegaba ni se retiraba solo en aquellas memorables correrías de las glorias del boxeo.

Liaño fue otro de sus fieles amigos, aunque el Burro no perdiera ocasión de seguir agarrándolo para la chacota. A pesar de ello, el empresario y productor le habría pagado por algún tiempo al humorista natural una modesta suma de 5.000 pesos semanales, para facilitar su asistencia a los asaltos pugilísticos y servir como alentador de buen ambiente, sin que los permanentes problemas económicos en los que vivía se lo dificultaran. Así, Contreras podía desplegar con serena tranquilidad su interminable batería de bromas, sabiéndose autorizado:

  • A un boxeador que subió al ring con unos pantaloncillos exageradamente grandes y anchos, no le demostró piedad: "¿Te tomaron la medida de los pantalones en un columpio?".

  • Un boxeador llegó a pelear con un albornoz o bata con capucha que usan al llegar al ring, perfecta e inmaculadamente blanca. Entonces, el Burro vocifera: "¿Venís a pelear o a hacer la primera comunión?".

  • En otra pelea monótona y sin golpes, exclamaba sarcásticamente, simulando un estado de consternación: "Señor juez, ¡por favor, pare esta masacre!".

  • Al parecer, el dicho "¡Tenís más rollos que botella de Fanta!" (aludiendo al antiguo envase de cristal y con diseño de anillos de la gaseosa), fue creación suya, arrojándola desde el público a un fofo boxeador notoriamente pasado de kilos.

  • En el grave período alrededor de las fricciones bélicas entre Argentina y Reino Unido por la disputa de las islas Falkland o Malvinas, cuando se realizaba un asalto con un pugilista argentino, de un momento a otro el Burro comenzó a gritar desde la galería con un tono grave y alterado, imitando la histórica cabalgata nocturna de Paul Revere: "¡Vienen los ingleses, vienen los ingleses!".

  • En cierta ocasión, un boxeador se lesionó la oreja con los golpes de su contrincante, pero continuó batiéndoselas por varios rounds con la mano enguantada tapando su oído. Entonces, el Burro comenzó a gritarle: "¡Oye, pégale con el teléfono!".

  • En otra oportunidad, un mal peleador cayó al piso del ring, no sabemos si por golpes o por un tropiezo, y el sarcástico personaje del público le sugirió: "Mejor quédate en el suelo, o te van a seguir pegando".

Pero, hacia la mitad de los años ochenta, el boxeo chileno había comenzado a caer por la pendiente jabonosa que le llevaría al final de sus mejores épocas. Mucho influyeron en esta debacle las carencias financieras y de derrumbe estructural las campañas internacionales contra este deporte, frecuentemente basadas en moralismos y tremendismos que jamás se aplicaron contra otras disciplinas deportivas bastante más peligrosas directa o indirectamente, pero que resultaban más lucrativas.

Se dice también que otra cuota debe haberla hecho la caída y después retiro casi forzado de Martín Vargas, que en muchos aspectos sostenía con su propia imagen gran parte de la popularidad o de las esperanzas del boxeo de aquellos años. El resto, sin duda pudo haber sido abonado por los claroscuros con los que siempre convivió la actividad pugilística, desgraciadamente, aunque duela a muchos el tener que admitirlo en nuestros días. En la fórmula trágica habrá influido el alejamiento de Venturino y la posterior quiebra del Teatro Caupolicán con su provisorio cierre.

Coincidentemente, don Luis Contreras falleció en esa misma época, en un patriótico 18 de septiembre de 1987. Su partida fue inesperada, en la pobreza, casi olvidado, rodeado solo de sus seres más queridos y cercanos, cuando falló su alegre y dicharachero corazón. Su funeral también fue muy modesto, triste, con pocos concurrentes que lo acompañaron a una pobre fosa en tierra en el cementerio sepultado con una bandera chilena envolviendo su ataúd, dignidad que se había ganado meritoriamente.

La noticia de su deceso fue anunciada en los segmentos deportivos de los programas periodísticos, causando dolor entre los nostálgicos de esas viejas peleas en blanco y negro, aquellas de cuando todo parecía hablar de un brillante futuro esperando al gremio, falsamente. Al informarse de su fallecimiento, muchos pudieron conocer por primera vez el misterioso rostro detrás de esos gritos interminables y graciosos, al aparecer su fotografía fugazmente en televisión.

Nunca habrá otro como el irremplazable y célebre personaje del Burro, entonces; y probablemente, ni siquiera vuelva a haber una arena de justas espectaculares como aquellas del Caupolicán, para darle la oportunidad a un nuevo comediante espontáneo que imite al maestro o que solo aspire a hacerlo. ♣

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