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LA PRÁCTICA DEL JUEGO DE LA CHUECA EN SANTIAGO Y UN RESURGIMIENTO EN EL CENTENARIO

Una partida navideña de chueca en la ciudad de Santiago, en páginas de la revista "Sucesos" del 30 de diciembre de 1909.

Podría creerse que el juego de la chueca o palín estuvo arraigado principalmente entre las comunidades indígenas sureñas que lo crearan y practicaban durante tiempos coloniales. La verdad, sin embargo, es que este pasatiempo que a veces llegaba a tener jornadas interminables, fue sumamente popular en el mundo criollo y se practicó en Santiago desde el siglo XVII hasta el XX. Incluso atraía a una gran cantidad de público, aficionados a la práctica, comerciantes y los infaltables apostadores. En su última etapa de popularidad estuvo arraigado principalmente entre estudiantes y era practicado en el parque de la Quinta Normal.

Entendido como una especie de hockey primitivo y parecido a otros juegos americanos como el lacrosse de algunas tribus pieles rojas, la chueca había sido testimoniada tempranamente en Chile por el cronista Jerónimo de Vivar, en 1558. Solían enfrentarse grupos de participantes ligeramente vestidos y armados de palos o bastones de forma arqueada; unos 15 a 20 sujetos por equipo en los encuentros más ordenados y menos caóticos, aunque con el tiempo se fue definiendo en ocho contra ocho. En una cancha corrían tras una bola buscando golpearla con aquella herramienta de madera, para echarla fuera del extremo en el campo de juego. Originalmente, la pelota podía estar hecha de cortezas compactadas, madera u otro material.

Era tal la cantidad de público que podía convocar el anuncio de un partido de chueca, que no se exagera al decir que pudo equivaler al mismo fenómeno de pasiones colectivas que hoy ostenta el fútbol. Además, muchos milicianos y soldados españoles habrían ido incorporando a su vida habitual algunas costumbres indígenas que conocieron en los complicados y hostiles territorios de Arauco, difundiéndolas por el resto del país como consecuencia del intercambio que se daba en las avanzadas, en los fuertes y en las cárceles. Se ha dicho que la chueca fue una de aquellas adopciones.

Pudo haber facilitado aquella asimilación la semejanza de la chueca con otros deportes que eran conocidos en España, además de algunas leves adaptaciones que se hicieron al juego en la sociedad criolla. El jesuita Alonso de Ovalle, por ejemplo, en su "Histórica Relación del Reino de Chile" de 1646 pone acento en advertir que no se trataba del mismo juego hispano, a pesar de ciertos parecidos. No obstante, historiadores como Diego Barros Arana ponían en duda tal originalidad, proponiendo que en realidad fue una adopción indígena del juego que ya traían los castellanos, además de que el nombre "chueca" era conocido allá desde antes de los viajes de Cristóbal Colón. Dice en nota a pie de página, el autor de "Historia General de Chile":

Algunos cronistas colocan entre los entre los juegos predilectos de los indios uno que llamaban uño. En medio de un campo llano y despejado, y de una extensión de doscientos a trescientos metros, ponían una gran bola de madera. Los jugadores, divididos en dos bandos, estaban armados de garrotes de punta retorcida a manera de maza, y con ellos golpeaban la bola empujándola cada cual hacia el lado donde querían arrastrarla. Pero este juego es simplemente la chueca, muy usado entre los labradores de los campos de Castilla, e introducido en Chile por los conquistadores españoles. Los indios chilenos tomaron pasión por él y lo jugaban en medio de un gran bullicio y con la concurrencia de mucha gente.

A pesar de aquella expansión popular en la práctica de la chueca, por mucho tiempo fue considerada en las ciudades algo de mal gusto y corruptor, principalmente por aspectos como las inevitables apuestas, las riñas violentas que podían desatarse, los excesos con la bebida y la desnudez parcial de los jugadores, observada incluso en algunas mujeres que se incorporaron al deporte. La descripción que hace del mismo Diego de Rosales en su “Historia general del Reino de Chile, Flandes Indiano”, aporta algo más sobre aquellos vicios:

Solo diré por ahora cómo después de este juego se sientan a beber su chicha y tienen una gran borrachera, y de que de estos juegos de chueca suelen salir concertados los alzamientos, porque para ellos se convocan de toda la tierra y de noche se hablan y conciertan para rebelarse. Y así los gobernadores suelen prohibir este juego y estas juntas por los daños que de ellas se han experimentado. Para estar más ligeros para correr juegan a este juego desnudos, con solo una pampanilla o un paño que cubre la indecencia. Y aunque no tan desnudas, suelen jugar las mujeres a este juego, a que concurren todos por verlas jugar y correr.

Por otro lado, si bien no se tenía como algo necesario las agresiones durante el juego, la energía, fuerza y velocidad que se desplegaba durante el mismo solía terminar también en frecuentes heridas, esguinces, contusiones y fracturas.

Así las cosas, el capitán general Martín de Mujica proclamó un bando restringiendo la práctica de la chueca por solicitud de la Real Audiencia, el 6 de noviembre de 1647. Como era de esperar, quedó solo en letra muerta y, tiempo después, el obispo Bernardo Carrasco y Saavedra debió emitir otras prohibiciones hacia 1686-1688, ya que indígenas y criollos seguían resistiendo las medidas restrictivas, practicándolo impunemente en sectores de Santiago como el Llano de Portales, Las Lomas u otros terrenos del valle famosos también por sus competencias ecuestres. El sacerdote había quedado espantado al ver cómo lo jugaban clandestina los rotos y aun las mujeres de estratos populares, muchas veces a torso descubierto.

Nuevamente, sin embargo, el deporte no pudo ser erradicado de la capital: por el contrario, se refugió en centros de vida social y paseos campestres como el sector de El Resbalón, en las orillas del río Mapocho enfrente de los cerros de Renca. Allí se convirtió en otro de los atractivos del bucólico y encantador lugar que los santiaguinos de entonces tenían por balneario.

En 1733, hubo un gran encuentro de chueca en el terreno de la Ollería de Santiago, actual sector de calle Portugal a la sazón perteneciente a la actividad industrial de los jesuitas. Lamentablemente, el partido terminó en una descomunal reyerta, tan violenta que hasta se reportó la presencia de niños atacándose a cuchilladas entre sí. El organizador del encuentro, don Agustín Álvarez, acabó detenido y procesado por la justicia, dando ocasión a los enemigos de aquella práctica para volver a desplegar las condenas y acusaciones contra el mismo pasatiempo.

A pesar de la majadería de las autoridades por tratar de acabar con la chueca, los resultados demostraban una y otra vez que este propósito parecía imposible. De esta manera, volvería a aparecer en la nómina de prohibiciones en 1782, otra vez sin conseguir alejar a la población de tales entretenciones.

Indígenas jugando chueca o palín. Grabado del florentino Antonio Tempesta para la “Histórica Relación del Reyno de Chile” de Alonso de Ovalle, publicado en Roma en 1646. El palín fue adoptado y muy practicado también entre criollos y mestizos de la colonia santiaguina.

El juego de la chueca en lámina publicada por Claudio Gay en su "Atlas de la historia física y política de Chile", año 1854. Fuente imagen: Memoria Chilena.

El juego de la chueca ya más cerca de nuestros tiempos, entre mapuches araucanos. Esta hermosa imagen estaba en un local comercial de Temuco.

Equipo de jugadores del INBA en su cancha de la Quinta Normal, en imagen publicada por la revista "Zig-Zag" del 21 de agosto de 1909, con la primera partida "oficial" de chueca en Santiago.   

Víctor Gregorio Amunátegui describió el juego en un artículo titulado "Una partida de chueca (escenas araucanas)", publicado en 1848 en la "Revista de Santiago":

¿Qué es la chueca que no conocemos, sino por las pálidas imitaciones que de ella nos dan algunos muchachos sucios y harapientos de nuestros campos? He aquí como la describe un escritor español. "El juego más usado de los chilenos, es el que llaman de la chueca. Esta es una bola mayor que la pelota, tras la cual andan doscientos, trescientos o cuatrocientos indios, que por adelantar su partido, hacen las mayores demostraciones de su agilidad y destreza. Se dividen en dos bandos, con igual número de competidores, que se ayudan unos a otros, repartidos en diversos sitios, impeliendo con unos largos palos la bola hasta el término señalado, con impedimento del contrario, que se esfuerza con grande emulación y porfía por botarla al término contrapuesto. Al concurrir dos a una, allí es el correr tras ella como gamos: este para adelantarla con otro golpe hacia su raya y aquel para enderezarla a la de su banda, disputándose con tal ardor la victoria, que suele estar dudosa hasta el fin de la tarde, y a veces no se declara por ninguna de las partes, y se reserva la conclusión para otro día, por ganar los premios que se proponen a los vencedores. Es juego muy divertido, a que concurre muchedumbre de gente; pero suele costar caro a los competidores, porque errando el uno el golpe dirigido a la bola, suele descargar o en la pierna, o en otra parte del cuerpo del contrario, y abrirles grandes heridas bien que las curan en breve, aplicando sus yerbas y simples de prodigiosa eficacia, a que debe ayudar su buena complexión, porque de ordinario sanan más breve y felizmente que los españoles de sus enfermedades".

No es una diversión bajo ciertos aspectos fría, como los combates de toros en la España o las corridas de los caballos en la Inglaterra, en que el espectador no se interesa, sino por las emociones sangrientas que siente despertarse en su alma o por el sobresalto en que el pone el oro que va a ganar o perder; aquí cada individuo toma parte en la acción, y su ganancia o pérdida le importa a una victoria o una derrota particular; así es que se encuentra agitado con las delicias del triunfo o los dolores de la desesperación. En medio de costumbres enteramente guerreras, las diversiones deben participar de este carácter, por eso cada pasatiempo es una batalla y por eso el salvaje las ama con delirio. El araucano no tiene más pasiones que la lanza y la chueca, fieles queridas que lo acompañan hasta la tumba, pues se hace enterrar con ellas, y que piensa encontrar aun más allá. Si el musulmán se figura el cielo un harem de atmósfera tibia y perfumada, habitado por voluptuosas mujeres, encantadores huríes, el indio abriga la creencia de encontrar en la eternidad llanuras sin límites, en las que montado en rápidos corceles, correrá en pos de sus sangrientos malones y jugará chueca hasta sentirse desfallecido.

Por la importancia de este juego no es tan limitada que solo sirva para el placer del salvaje en este mundo y para encantarlo, al fin del largo viaje, en el otro: es además el oráculo que consulta en todas las circunstancias de difícil resolución, como la que se presentaban sobre la vida o muerte de Maran. Hacía mucho tiempo que no había ocurrido ninguna cuestión tan importante; así que el país entero estaba en conflagración, por lo que se trató de decidirla con la mayor solemnidad. El lugar escogido era un espacio rodeado a todos lados por montañas, donde había trepado buscando un aire más puro, los piñones, que ocupaban de este modo un trono digno de los reyes de la floresta araucana. El sitio estaba bien elegido: era un inmenso palenque, un campo cerrado, a que habrían tenido envidia los paladines de la edad media. He hablado de la edad media, no sin designio, porque la chueca se asemeja en efecto a un torneo, a un juicio de Dios, por cuyo medio el araucano pretende conocer la voluntad del pillán, el que muge en el fondo de los volcanes, y no se presenta al indio sino entre relámpagos y fuego.

En su "Psicología del pueblo araucano" de 1908, Tomás Guevara informaba que la chueca estaba prohibida de ejecutar en las noches entre las creencias indígenas, porque a esas horas solamente la practican los brujos llamados calcus.  Agrega que los ancestros fallecidos podían aparecerse en sueños a los jugadores augurando un triunfo de chueca en una próxima partida.

Durante el período del Centenario Nacional hubo un renovado interés por la chueca, apareciendo clubes organizados y tenues esbozos de reglamentaciones modernas. Civiles y militares participaban de esta nueva tendencia, destacando los equipos de jugadores de estudiantes. En el Internado Nacional Barros Arana (INBA) se fundaron dos equipos en 1909, con actividades que eran cubiertas por revistas como "Zig-Zag" y "Sucesos".

Interesado en apoyar el ejemplo dado por aquella pequeña liga, un señor de apellido Stegmaier, quien era padre de uno de los alumnos chuequeros del INBA, les había enviado como obsequio desde Osorno un set de materiales y manuales para la práctica del mismo deporte, confeccionados especialmente para ellos por un residente de origen mapuche conocedor de las mismas disciplinas. Ironía aquella: la institución con los apellidos del mismo historiador que restaba importancia originaria a la chueca, ayudaba a difundirlo y normalizarlo en la capital.

Por entonces, ambos teams del INBA iban a entrenar todos los domingos y desde muy temprano en una cancha improvisada en la explanada y avenida del Palacio de la Exposición de la Quinta Normal de Agricultura, actual sede del Museo Nacional de Historia Natural. Allí realizaron la primera partida formal de chueca contemporánea en Santiago hacia la quincena de agosto de 1909, gracias al apoyo técnico recibido desde Osorno. En esos mismos meses, además, se fundaron en Valparaíso los clubes Colo-Colo y Chillán, que se enfrentaron en partidos y fomentaron también este deporte entre la juventud. Era obvio que el juego estaba regresando y saliendo de su área geográfica de origen.

La actividad continuaría recuperando terreno en la capital por esos mismos días, con nuevas reuniones en la Quinta Normal. Los alumnos del INBA habían hechoallí otras exhibiciones de chueca entre fines de aquel año y principios de 1910, bajo dirección del profesor de gimnasia Leonardo Matus, para los marinos japoneses del buque Taisei Maru que estaban de visita en la capital chilena y que eran conducidos por una delegación en la que estaban Enrique Cousiño, Máximo Jeria y Arturo Fernández Vial. La primera partida de la temporada había durado más de media hora y resultó ganador el equipo llamado Lautaro, procediendo a obsequiarse después la pelota y algunos palos a los visitantes nipones.

Ese mismo año y como parte de las celebraciones del Centenario Nacional, fue organizada una Gran Revista de Gimnasia del Centenario en el período de las fiestas de septiembre y que incluyó a una gran cantidad de colegios de Santiago, iniciativa en la que tuvo mucho que ver el Club Gimnástico Alemán. En las canchas del Club Hípico, con presencia de 5.000 niños y ante las delegaciones extranjeras, se realizó una exhibición de chueca a cargo de los alumnos del mencionado Internado Nacional y otros de la Escuela de Artes y Oficios.

Es muy probable que el resurgir de la chueca en la Zona Central del país haya favorecido o facilitado la penetración que tuvo también el hockey europeo en la sociedad chilena de entonces, dadas sus semejanzas evidentes y justo cuando este deporte estaba muy de moda en las canchas de Londres. Las primeras partidas se hicieron precisamente en esos años, como una del Hipódromo de Viña del Mar hacia fines de junio de 1909. Como en la chueca, las mujeres pudieron ser protagonistas desde el principio de la práctica del hockey en los equipos mixtos, y las revistas de la época no dejaban de comparar la similitud del deporte inglés con su análogo araucano.

Uno de los encuentros de chueca en la Quinta Normal de Agricultura, año 1910. Nota de la revista "Zig-Zag".

Miembros de los clubes de chueca Colo-Colo y Chillán, en la revista "Zig-Zag", año 1910.

Notas de la revista "Sucesos" del 1 y 8 de julio de 1909, sobre la realización de los primeros encuentros de hockey, en Viña del Mar, comparando  este deporte inglés con el de la chueca.

Posteriormente, Eulogio Robles Rodríguez aportaba algunos detalles de lo que testimonió sobre los preparativos de un juego de chueca en aquellos años y de las motivaciones persistentes de las apuestas, en sus "Costumbres y creencias araucanas" de 1914:

Como a las dos y media de la tarde se desarrollaron los preliminares de la partida.

Los dos contendores principales, los jefes del juego, se dirigieron al sitio en que debería tener lugar.

El palenque estaba marcado por dos zanjas, ya muy antiguas, que corrían paralelamente en una longitud de más de una cuadra hasta tocar las sementeras de trigo de que hemos hecho mención. Entre ambas líneas se podían medir unos treinta metros.

Oímos a más de un perito tachar de demasiado angosta la cancha.

En el centro de ella se colocaron los jefes de los bandos que deberían medirse: se dieron la mano, hablaron algo entre ellos, se tocaron los sombreros y se entregaron mutuamente unas monedas.

Eran ceremonias para "amarrar" la apuesta, esto es, para hacer irrevocable el desafío.

Supimos que el cambio de monedas se habían pasado recíprocamente la cantidad que ellos aportaban.

Por lo visto, los jugadores tienen confianza mutua, y no han menester en depositar el valor de la apuesta en un tercero, encargado de entregarla al que resulte triunfante.

Los jugadores procedían a desprenderse de sus calzados, sombreros y demás prendas, entonces, inspeccionándose también sus bastones encorvados, llamados huiños o palines antes de iniciar la partida. La pelota o pali era depositada al centro en una pequeña hendidura del suelo, los equipos se ordenaban a cada lado y se daba inicio al juego, momento en que los cabecillas de cada grupo saltaban a tratar de sacar la pelota desde aquel hoyo en la que estaba encastrada. Y agrega el mismo autor:

Zanjas paralelas limitan el espacio en que las pelotas deben girar.

Cada vez que la pelota sale de ese espacio en el sentido de la latitud o toca las zanjas, se produce una quemada y hay que comenzar de nuevo.

La pelota debe salir fuera en el sentido de la longitud, y siempre que esto acontece el partido que lo ha conseguido lleva una raya.

Los contendores se dividen la cancha, y si ella, por ejemplo, está orientada de norte a sur, un bando trata de llevar rectamente la pelota al norte y el otro de llevarla al sur.

Se juega comúnmente a cuatro rayas.

El público hacía sus apuestas mientras tanto, al mismo tiempo que se bebía chicha o vino y se comían los muchos bocadillos a la venta por parte de pulperos y comerciantes de canastos. Robles Rodríguez también describe ese ambiente ya mestizo y abundante en vino y frituras, que se daba en su tiempo entre los asistentes unas partidas de chuecas en la localidad de Padre Las Casas:

A la sombra de ramas, algunas industriosas mujeres, con los brazos casi enteramente descubiertos, por lo subido de las mangas, preparaban en enormes bateas la masa para elaborar empanadas y sopaipillas que tendrían espléndida salida.

Muchas indias, ya aleccionadas con el ejemplo de las chilenas, y vestidas como ellas, se entregaban también a idénticos menesteres: vertían agua en artesas llenas de harina y formaban la pasta que debería rellenarse y freírse, mientras que otras de sus paisanas, sentadas en las carretas, a las cuales servían de barandillas ramas de gran follaje, miraban tranquilamente las diversas etapas de la operación.

Unos mapuches de apellido González, ya muy españolizados, habían improvisado una cantina debajo de regular sombra y formaron de tablas horizontales sostenidas por estacas clavadas en el suelo, rústica y larga mesa a la cual se sentaron muchos a beber vino y cerveza y a "platicar la amistá", como decía un rotito amigo y aparcero de los indios. Los que no cupieron en la mesa siguieron en sus caballos acompañando a los otros en las libaciones y en la charla.

La presencia de la chueca en Santiago siguió siendo activa durante la primera mitad del siglo XX. En los años veinte, por ejemplo, la dirección general de boy-scouts en Santiago tenía una división de juegos aborígenes con la chueca como principal de ellos, formando equipos y escuelas para sus miembros. Además, cuando el presidente Carlos Ibáñez del Campo fue de visita a Temuco en el cincuentenario de la fundación de la ciudad, las comunidades mapuches lo recibieron con una gran fiesta en febrero de 1931, la que incluyó un verdadero campeonato entre equipos de chueca. Tiempo después, el domingo 13 de septiembre de 1936, hubo otra gran partida del juego en el Parque Cousiño de Santiago, actual Parque O'Higgins, realizada por brigadas de boy-scouts y sus guías durante la concentración que abrió el programa de celebraciones de Fiestas Patrias en la institución.

Sin embargo, los tiempos ya habían cambiado: el auge de los deportes de masas como el fútbol, y otros de emociones intensas como el boxeo, incluso el británico y señorial polo, iban superando la atención que quedaba en Santiago para la vieja práctica de la chueca, que además nunca pudo profesionalizarse en el medio recreativo, a diferencia del hockey que contaba con el respaldo de la colonia británica. Desde entonces, en muchos casos se ha revivido la chueca, pero por motivaciones de recreación histórica o cultural más por tradición y folclore.

A pesar de todo, juegos como la chueca y otros parecidos de origen indígena aún se practican en algunos círculos y territorios. Incluso en Argentina hay algunos encuentros escolares, mientras que los indígenas de la Araucanía lo asumen hoy como una práctica de "resistencia cultural", haciendo del bastón del palín incluso un símbolo de lucha y uno de los principales ejemplos de su artesanía en madera. ♣

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