Gañanes en una cantina. Ilustración publicada por la revista "Pacífico Magazine" en 1917.
Fue un gran escándalo lo sucedido aquel lunes 13 de abril de 1903... Y es que por entonces se estaba, pues, en la época en que los crímenes sangrientos de Santiago seguían siendo noticia para el asombro y no otra de las posibilidades normalizadas en cada salida de casa, como sucede en nuestros peligrosos días.
Los cuarteles de la guardia pública fueron alertados casi de inmediato de la tragedia, hacia horas de la noche: un sangriento y brutal crimen acababa de suceder con varios testigos en calle San Pablo al poniente, hacia el sector entre Maturana y avenida Ricardo Cumming. Seguramente, los agentes ya sabían a qué lugar correspondía, por su nada santo ni tranquilo currículum en los más bien pocos años que llevaba instalada allí, sobre la acera norte: la sombría cantina El Lorito.
Borrachines, obreros trasnochadores y hombres de eterno mal vivir llegaban en rebaños hasta aquella taberna de ahora demostrada mala muerte, esperando ganar alguna apuesta con cacho, dominó o naipes; quizá también recoger alguna chiquilla "haciendo mesa" o solamente apagar los sentidos con chicha, vino, cerveza de barril, licores y cuanta cosa podía ofrecer su pequeña bodega con algo de vieja pulpería. De seguro, a cada paso de la singular clientela las monedas cascabeleaban con la hoja de muchos cuchillos escondidos entre fajas y ropas de rotos y gañanes allí presentes, aunque la intención de muchos de ellos no fuese la pendencia, sino priorizar la diversión que cerraba aquel "San Lunes", siguiendo la pésima costumbre de antaño de faltar a los deberes laborales prolongando la alegría del domingo hasta el día siguiente.
El Lorito se encontraba al lado de un par de callejones llamados pasajes Delfina y Mercedes, que a la sazón tenían algunos tonos de cités y algo también de conventillos. Estaban hacia el sector de los deslindes de los barrios Yungay y Brasil, en vecindarios que quería ser apacibles con la presencia de escuelas y recintos religiosos, pero que ya comenzaba a soportar la llegada de esta clase más profana de comercio popular y sus vicios relacionados, como la ebriedad callejera y la prostitución. Era del todo predecible, entonces, que el local de San Pablo se convirtiera en sitio de reunión de borrachos y ociosos al por mayor.
Es probable que el nombre de El Lorito no se relacionada solo con el ave de marras, además, sino también con una medida que se usaba antaño para los pedidos de vino y de chicha, equivalente a la jarra de un litro. En una sociedad fuertemente influida por la vida campesina y, por lo tanto, con etimologías y alusiones a animales de ganadería, aquella medida era denominada pato o lorito, según observaron autores como Oreste Plath ("Geografía gastronómica de Chile. Artículos reunidos 1943-1994").
Sus características eran propias de los establecimientos de más bajo tenor social provenientes del siglo XIX, muchos de ellos manteniendo incluso rasgos heredados de cantinas rurales, pero ahora en medio del ambiente urbano de ciudades como Santiago y otras, ya comenzado el siglo XX. Sus cubiles solían ser espaciosos pero vetustos caserones con fábrica de adobe o quincha cuanto mucho, en donde los rasgos folclóricos provenientes de las viejas chinganas, fondas, quintas de recreo y posadas se combinaban con lo más temido y despreciable de la sociedad, incluidos cuchilleros y maleantes de todos los matices.
La violencia criminal retratada por el maestro dibujante Luis F. Rojas en "La Lira Chilena" de 1900... Ya entonces se reclamaba que el homicidio andaba "A la orden del día" en nuestra sociedad.
Ilustración de la revista "La Lira Chilena" en abril de 1903, recreando la escena del asesinato ocurrido en calle San Pablo, entre los clientes del bar El Lorito.
Una antigua cantina de la época, ya clausurada. Imagen publicada por la revista "Zig-Zag" de 1914.
Tenía ya su muy mala fama consolidada El Lorito cuando, en horas de la tarde de aquel Lunes de Pascua, habían llegado a reunirse en sus mesas inmundas un grupo de clientes habituales del boliche, entre los que estaban Carlos Miranda Sepúlveda, Miguel Luis Lara, Juan José Guiñe y Javier Castillo Miranda, todos de origen modesto y sedientos de la embriagadora chicha del local... El detalle de lo que sucedió a continuación, lo reporta "La Lira Chilena" del siguiente domingo de abril de 1903:
Habían consumido algunos dobles de chicha y el vapor del licor había hecho posesión de sus cabezas, convirtiéndolos en semi-borrachos.
En tal estado, poco duró la tranquilidad de los presentes; primero la conversación acalorada, después la disputa y en seguida los dichos picantes hicieron que el buen estado de las cosas se convirtiera en una ardiente reyerta.
Desde los primeros momentos la lucha se concretó a tres los de la taberna, quienes quisieron definir, como buenos valientes, la punta del puñal, quién tenía la razón de lo que se discutía.
Efectivamente, rodeados por unos cuantos individuos beodos, inconscientes de lo que pasaba a causa del mismo licor, salieron a cancha Miguel Luis Lara, Carlos Miranda Sepúlveda y Javier Castillo Miranda, desafiados a darse unos cortes probar la fuerza y agilidad de los brazos.
Siguiendo la vieja costumbre de los rotos en estas justas,
los contrincantes salieron a la calle, enredaron sus ponchos y mantas en la
siniestra y empuñaron los puñales en la diestra, iniciando la escena de caza. Era Lara contra Miranda y
Castillo, en desigual lucha. El público los rodeó y, también cumpliendo con el
protocolo, comenzaron a azuzarlos para que la lid se encarnizara desde el
principio, cuales apostadores de una pelea de gallos o, en el mejor de los casos,
de ese deporte llamado boxeo que recién comenzaba a ponerse de moda en esos años.
Por más que Lara logró esquivar los brazos armados de ambos hombres ante el asombro y los gritos de la muchedumbre sedienta de sangre, tras quedar trabado con Castillo en un cruce de armas, Miranda le asestó una certera puñalada en el pecho alcanzando su corazón. Fue el fin de la pelea: enfrente de la entrada a El Lorito, Lara quedaba boqueando sus últimos respiros y encharcándose sobre su propia sangre.
La noticia de lo que fue llamado "el crimen de la calle San Pablo" corrió como luz de relámpago entre los santiaguinos y así llegó a los medios, reprochando la mismísima existencia de un antro de tales características en la ciudad. "Hoy, como ayer, y como siempre, el alcohol ha sido el principal y único causante del nuevo crimen que ha venido a llamar otra vez la atención del público y que ha sido el comentario del día, del barrio y de aquella calle", aseguraba la misma revista "La Lira Chilena" en su página editorial. Una ilustración de Luis F. Rojas acompañaba a la denuncia, recreando la dramática escena final de Lara siendo ultimado por Miranda.
No sabemos si el crimen de 1903 habrá liquidado las proyecciones de vida de El Lorito, pero nada se vuelve a saber de la cantina en los tiempos posteriores. Tal vez nunca pudo salir de la oscuridad, si es que acaso tuvo algo más de existencia tras aquel brutal incidente.
Por supuesto, ya no existe la vieja y destartalada casucha que sirvió de jaula a este malvado loro de pirata. Un comercio mucho más benigno se acoge en los zócalos de los actuales edificios, actualmente. De hecho, ni siquiera existe ya el vecino callejón Mercedes, reconvertido en un grato y florido pasaje residencial llamado Central, aunque perdura unos pasos más al poniente, en paralelo, la pequeña calle Delfina, delimitando el costado de la Plaza Panamá ubicada más al norte.
De esa forma, merced al progreso, la evolución social y los cambios urbanos, del oscuro boliche El Lorito con su pan remojado en mucho vino y sangre, no quedó ni una pluma. ♣
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