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LA ACTIVIDAD DEL VOLATÍN: LOS FUNDADORES DEL ESPECTÁCULO CIRCENSE EN CHILE

Volante promocional del Circo de la Libertad, anunciando sus funciones de gimnasia y equitación en calle Dieciocho de Santiago, para el domingo 2 de octubre de 1864. Avisos antiguos en las colecciones de la Biblioteca Nacional.

El estudio “Años de circo: historia de la actividad circense en Chile”, de Pilar Ducci, debe ser el más acabado y completo libro sobre la materia que le da título. Además, se complementa perfectamente con otras investigaciones y aportes de profesionales de figuras relacionadas con este mismo colorido mundo, con sus propios esfuerzos enfocados al rescate de la entretenida y apasionante historia circense nacional.

Si se suma a lo anterior la inauguración del Museo del Circo Chileno, creado por iniciativa del investigador y actor profesional Héctor Valencia Rocco, confirmamos claramente que se está hoy en un proceso de necesaria recuperación patrimonial de la historia del circo en el país, otra de las más importantes actividades artísticas que han combinado en equilibrios perfectos los elementos de la diversión popular, el folclore y el espectáculo artístico, dejando una impronta profunda en la cultura chilena.

No resulta fácil completar una semblanza del arte circense nacional, sin embargo, dadas las correlaciones que siempre tuvo con otras actividades de espectáculos de diferentes formatos y propuestas, como la equitación, el malabarismo, los títeres, la magia, el teatro popular, los animales amaestrados o las comparsas de artistas aficionados. Es un poco de cada una de ellas y, a la vez, todas ellas tienen un poco de él.

Tomando los riesgos, entonces, puede establecerse que los orígenes del circo chileno propiamente dicho, podrían estar remontados a las llamadas casas de volatín: es decir, populares teatros y corrales con funciones de acrobacias y centros de recreación de este tipo que fueron muy populares durante la primera mitad del siglo XIX, pero con antecedentes anteriores en la Colonia.

Todo indica que el género circense también estuvo relacionado en sus orígenes con la tradición de las chinganas y las quintas, desde esos mismos tiempos coloniales. Además de las clásicas e infaltables jarras de chicha y la comida al sonar de las melodías folclóricas, las casas de volatín se caracterizaron por la presencia de artistas en vivo ofreciendo funciones de acróbatas, títeres, malabaristas, sainetes y los primeros payasos que se vieron en nuestra sociedad, provenientes de las artes del teatro de la Colonia tardía, pues hacia fines del siglo XVIII se los conocía también con el nombre de graciosos en las compañías. Los saltimbanquis, maromeros y demás artistas que bailaban o hacían piruetas en la cuerda, eran parte de los números que también realizaron presentaciones características en este tipo de funciones. Aparecieron después las compañías propias de volatineros, juglares y maromeros, ofreciendo completos y variados shows para la entretención popular, simientes de los actuales circos de pista y carpa.

También existe, como antecedente concreto, el caso representado por las funciones de teatro y espectáculos de coliseo en el teatro de Las Ramadas, que se ubicó alguna vez en lo que ahora es el sector de la plaza de la calle Esmeralda en Santiago. La creación del mismo teatro se debió al artista y empresario volatinero argentino Joaquín Oláez y Gacitúa, hacia los primeros años del siglo XIX, quien solía presentarse antes en otras funciones como las que se realizaban en la Plaza de Armas y que, en síntesis, también formaron parte de la misma base de la actividad del circo y las artes escénicas recreativas.

A mayor abundamiento, el aventurero Oláez y Gacitúa hizo construir el viejo recinto de la llamada casa de comedias o de diversión pública en Las Ramadas, en un sitio adyacente a la mencionada plaza y cerca del Basural de Santo Domingo, junto al río Mapocho y su paseo del tajamar. Se sabe que el empresario se asoció en un momento al comerciante Judas Tadeo Morales para conseguir un préstamo de 2.000 pesos, con interés al uno y medio anual, con objeto de adquirir la madera necesaria en estas obras.

Izquierda: Circo de Equitación Bogardus avisando de sus presentaciones "por la primera vez tendrá el honor de presentarse la niña Teresita Menial delante de este público". Fue el primer circo extranjero en llegar a Chile, en 1827 y desde Inglaterra. Derecha: "Gran función extraordinaria de oso, monos y de la compañía de acróbatas chilenos", hacia la primera mitad del siglo XIX, en la transición de las compañías de volatín a las más profesionales de circos. Imágenes de las colecciones de la Biblioteca Nacional.

Reconstrucción del coliseo teatral de Oláez y Gacitúa en la calle Las Ramadas, de 1801-1802, hecha por Alberto Texidó en 2011 basándose en las descripciones de Eugenio Pereira Salas.

 

Circo Olímpico y Ecuestre anunciando función en afiche para el jueves 5 de diciembre de 1850. Fuente imagen: Memoria Chilena.

Sin embargo, casi desde la inauguración misma del corral de presentaciones, el negocio del volatinero argentino se volvería un infierno de líos judiciales y una rotativa de intentos de nuevas sociedades que, tras largo tiempo a la deriva, terminaron por obligarlo a dejar el teatro y asumir la ruina en la que había quedado. A pesar de todo, su legado histórico para el rubro fue importante, fundamentalmente por su ubicación pionera.

Desde lo escrito por Eugenio Pereira Salas, en tanto, se desprende que la introducción del volatín en Santiago había sido mérito de la empresa de espectáculos del señor José Rubio, quien tenía una de las primeras compañías de teatro independiente venidas Chile, y de su sucesor el asentista Andrés Manuel Villarroel, hacia 1802, gracias a quienes “el arte gimnástico quedó en adelante incluido como apéndice en los contratos del arrendamiento teatral”, para uno o dos días conseguidos por el respectivo empresario en cada temporada

En aquel año, los tres días de volatín se hicieron en la plaza de toros del mencionado Basural de Santo Domingo, con una recaudación de 150 pesos menos los 36 de gastos en música, los que a la sazón eran un rédito más o menos importante. Las familias más copetudas incluso contrataban funciones privadas de volatín, para fiestas o aniversarios en sus residencias.

Por aquellas razones, Oláez y Gacitúa había creído encontrar campo fértil también para las temporadas de 1802 a 1808, iniciadas con presentaciones en el patio de la Casa de la Moneda Vieja, en calle Huérfanos, a beneficio de los niños abandonados, antes de instalarse en la plaza de Las Ramadas con su rústico teatro propio. A pesar de que su compañía teatral tenía por galán al actor Nicolás Brito y como actriz principal a María Josefa Morales, ambos considerados de enorme atractivo estético y profesional, de todos modos este negocio se volvió su calamidad, a la larga.

El administrador del mismo teatro de Las Ramadas, José Morgado, arrendó el lugar a artistas argentinos como José Cortés, conocido como el Romano y con vasta experiencia en el Teatro del Sol de Buenos Aires; y al también avezado hombre de escenarios don José de Barquero. Es notable que estos contratos establecieran que, por seis semanas, las funciones se realizarían por los contratantes y sus payasos, permitiéndose pantomimas y baile. La administración se haría cargo de poner los empleados, la iluminación y la música.

Sin embargo, aquella casa de comedias ya había caído en el descrito espiral de inestabilidades y de rupturas de sociedades. Finalmente, le fue quitado el teatro a Oláez y Gacitúa por acumulación de deudas, pasando a ser ofrecido a remate e intervenido, sin que pudiese sobrevivir al período colonial.

Las posibilidades de recuperar su actividad en plenitud se acabaron con el advenimiento de las convulsiones de la Independencia y así, en 1818, un nuevo escenario llegó a aquella plaza de la mano de don Domingo Arteaga, primer teatro de la época republicana, aunque con más aspiraciones de espacio dramático que de la casa de volatín, propiamente dicha. De hecho, es probable que las duras medidas de los Bandos de Buen Gobierno de 1823 hayan afectado también a la primitiva actividad circense, ya que atropellaron prácticamente todas las formas de diversión popular que estaban disponibles en la sociedad de entonces.

Como dato curioso del mismo período, cabe señalar que el fundador de la más conocida estirpe familiar de políticos en Chile, don Pietro Alessandri, había llegado al país hacia la segunda quincena de abril de 1821 con su compañía de títeres y teatro circense. El italiano se quedó a vivir en el país dedicándose a actividades relacionadas con la marina mercante, con el antiguo Teatro Victoria de Valparaíso y también fue designado cónsul del Reino de Cerdeña en la ciudad puerto, según indican autores como Germán Gamonal en “Jorge Alessandri. El hombre. El político”. El famoso clan que instauró en la heráldica nacional con su esposa Carmen Varas Baquedano, dejaría en la historia dos de los más conocidos presidentes de la República en el siglo XX. Empero, dice la leyenda que a Arturo Alessandri Palma le enrostraron varias veces ser descendiente de un titiritero, cosa que no le caía muy en gracia, por supuesto.

Otra importantísima raíz del actual circo chileno se encuentra en las funciones de fantasías y domaduras ecuestres, también populares en aquellos años. Concentraban el formato de sus shows en propuestas de espectáculos familiares con caballos, números acrobáticos y pruebas de destreza o de buen entrenamiento. Muchas compañías de este tipo se instalaron en los barrios de Mapocho y La Chimba, costumbre que se prolongó largo tiempo y que todavía se practicaba a inicios del siglo XX.

A mayor abundamiento, en Santiago hubo célebres circos en el sector de las bajadas del Puente de Cal y Canto, especialmente hacia la altura de la antigua plaza de los mercados y cerca del espacio que ocupará la Estación Mapocho. Valparaíso fue otro de los principales destinos de estas compañías, destacando algunas visitas famosas. Entre los precursores internacionales estuvo el afamado Circo Ecuestre o de Equitación, recordado como el Circo Bogardus, primero de su tipo y de origen extranjero en presentarse ante público chileno en 1827. Ofrecía el modelo de espectáculo inglés iniciado por el militar Phillip Astley en el siglo XVIII, base del circo moderno occidental.

El mago Herr Alexander se presenta en el Teatro de la República de Santiago, domingo 31 de agosto de 1851. De las colecciones de la Biblioteca Nacional. Muchas expresiones artísticas propias del circo y del teatro recreativo, encontraron acogida también en recintos de artes doctas.

La antigua calle de Las Ramadas, actual Esmeralda, con vista de la Posada del Corregidor y la plaza. El dibujo aparece en una publicación de revista "Pacífico Magazine" que reproduce una conferencia de Sady Zañartu de 1919.

Chonchón, anafre y roldanas. Los circos antiguos, por carecer de iluminación interior, permitían entrar gratis a la gente que traía chonchones, pues ayudaban a darle luz al recinto y eran colocados alrededor de la pista. Era común que los artistas  antiguos del circo portaran anafres como el de la imagen para cocinar tras bambalinas su comida. Las roldanas de madera eran utilizadas para levantar las carpas de los circos. Piezas presentes en la exposición "Años de Circo" de la Biblioteca Nacional, gracias a la gentileza de Pedro Pontigo.

La señalada compañía de teatro ecuestre montaba una estructura de madera alrededor de un picadero circular para caballos, al estilo en que lo hacían ya otros equipos artísticos por el mundo y dejando esto como característica también en los circos chilenos que siguieron a su época. Con sus grandes presentaciones, entonces, se volvió de inmediato una influencia para los espectáculos recreativos del país.

El mismo Circo Ecuestre regresó a Chile en el período 1840-1841, de la mano de Nathaniel Bogardus, su líder y estrella. Ya no solo traía caballos, sino también monos, camellos y hasta un enorme elefante que causó sensación en el público de entonces, con escasas posibilidades de conocer estas bestias en otras instancias. Los animales venían acompañados de los respectivos domadores, y eran por sí solos atracciones con suficiente energía propia como lo sería un parque zoológico.

Las temporadas del elenco inglés fueron exitosas y memorables, y Bogardus resolvió quedarse en el país hasta su muerte. Todas sus muestras tuvieron gran influencia sobre el estilo y la estética usada por las compañías de volatineros y maromeros, en consecuencia, cundiendo nuevos equipos artísticos con presentaciones propias por el país durante aquel siglo, elaborando funciones cada vez más grandes y más complejas conforme iba pasando el tiempo. A los grupos de artistas, además, se fueron sumando los trapecistas o aerovolantes, magos y gimnastas, incluso funciones de boxeo y de lucha romana, en muchos casos posteriores. La pista o arena de cada circo era, así, un desfile interminable de entretenidos números de variedades, para todos los gustos.

Había comenzado a configurarse y definirse, de esa manera, lo que después reconoceremos como un auténtico y definitivo circo popular en el país, adoptando con el tiempo otras influencias europeas y norteamericanas.

Además del volatín y del espectáculo ecuestre, otro posible factor de influencia que no ha sido tan considerado como elemento de la historia circense en Chile puede ser el de las comparsas carnavalescas que hacían presentaciones y pasacalles por Santiago y otras ciudades en aquellos años, cuyas características ofrecen paralelismos con la cromática cultura volatinera y de la comedia popular de fantasía. Como ilustración de esto, existe una descripción detallada procedente del período, desde las memorias del oficial inglés Longeville Vowel:

En la fiesta de Corpus Christi tiene lugar en todas las ciudades de Chile una procesión de aspecto mucho más alegre y, al parecer, de muy remoto origen. La forma una clase de individuos llamados catimbados, que se ven con trajes como de una máscara fantástica. Algunos de ellos representan indios en su traje antiguo. Otros se visten a imitación de los catalanes, con calzones blancos ajustados y medias de seda; camisas blancas, finas, con magnas muy anchas, cubiertas con colgajos de cintas, y sombreros altos, de cartón, también adornados con profusión de cintas, collares y pedazos de espejos. Estos van de casa en casa y a todos los paseos, acompañados de músicos, y ejecutan una graciosa y complicada danza, llevando en las manos espadas relucientes. Van encabezados por uno que representa a su alcalde, que lleva un centro como empuñadura de oro como insignia de su oficio. Les acompaña una especie de bufón, disfrazado como demonio, con cuernos y cola. Se le apoda matagallinas, y va con una larga fusta abriendo sitio para los bailarines, sin consideración a la muchedumbre, la que, sin embargo, está obligada a tomar sus azotes sin ofenderse. Los catimbados son todos jóvenes criollos buenos mozos y van con sus caras pintadas de rojo y llevando en las manos pañuelos blancos perfumados.

Con respecto a la dispersión de las disciplinas circenses y sus carteleras de funciones, Valparaíso también destaca como una ciudad especialmente interesante para la presentación de estos espectáculos durante el siglo XIX, prácticamente en la centuria completa. Muchos aspectos definidos como propios del circo criollo, de hecho, se fraguaron allá en el puerto gracias a las revisadas influencias.

Al mismo tiempo, hasta Valparaíso llegaron varias compañías con toda clase de artistas participando en el cierre de temporadas de teatro u ópera, con espectáculos que muchas veces concluían con grandes exhibiciones pirotécnicas, desfiles y números similares a los de una pista circense moderna. Por esta y varias otras razones, la ciudad tuvo por largo tiempo la llamada calle del Circo, nombre que recibió por la cantidad de presentaciones que se hacían en un espacio junto a la Plaza de la Victoria y partiendo por el propio circo de Bogardus, vía que hoy corresponde a calle Edwards.

Puede decirse con certeza, entonces, que las bases del espectáculo cirquero chileno, adoptando ya sus aspectos folclóricos y logrando incorporar en él líneas de influencia internacional con otras de raíces criollas, estaban perfectamente presentes y activas en las primeras décadas de la República. No obstante, aún quedaban muchos años para continuar el desarrollo y la profesionalización de las mismas tradiciones en el país. ♣

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