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JUAN MANUEL RODRÍGUEZ, O UNA INCORREGIBLE Y MORTAL PASIÓN BOHEMIA

Buen sol ¿a dónde te has ido?
Lagrimea mi ventana
porque tu ausencia es olvido...
¿la visitarás mañana?...

Lo suyo fue algo fugaz: nacer, crear y morir, pero en los dominios de la bohemia desatada de principios del siglo XX. Por eso es que su vida fue corta; no tan breve como la de un Héctor Barreto, pero sí injusta e igualmente tronchada... Aunque fue envidiablemente intensa, también: de esas con las aventuras inagotables tipo Arthur Gordom Pym de tierra, o acaso un Cuatro Remos en versión humana. Y trágico como sus colegas y contemporáneos Carlos Pezoa Véliz, Roberto Alarcón Lobos, Pedro Antonio González o el peruano José Santos Chocano.

Nacido en Valparaíso un 12 de septiembre de 1884, la dinámica existencia del olvidado Juan Manuel Rodríguez R. transcurrió entre el puerto y la capital, descubriendo desde muy temprano sus talentos como hombre de letras. Así, el muchacho poeta y perturbado que era en esos años caería poseso de un espíritu bohemio incontenible, convirtiendo los espacios de diversión y trasnoche en todo lo que requería su pasión por la escritura y el dibujo: inspiración, mesas, críticas, halagos, colaboraciones, etc. En sus "Confesiones imperdonables", Daniel de la Vega lo describe también como "el bohemio más entusiasta" de su generación, quien andaba buscando siempre una "vida desordenada, se empeñaba en andar sin dinero, coleccionaba deudas para burlarse de los acreedores, se acostaba al amanecer".

Enterado en aquel ambiente de que el periodista y escritor Marcial Cabrera Guerra, quien firmaba Guerrete, creaba en Santiago un audaz experimento llamado "Pluma y Lápiz", no vaciló en ir a reclutarse en el cuerpo editorial de aquella revista cargada de sátira, crítica social, contenido cultural y ciertas delicadezas artísticas y gráficas. Otros jóvenes escritores habían caído en la misma tentación de participar en aquel medio publicado entre 1900 y 1904, desfilando por sus páginas nombres como los de Santiago Pulgar, Marcos A. Puelma, Víctor Domingo Silva, Jorge González, Ricardo Fernández, Pedro Emilio Gil, Alberto Cabrero, Ernesto Guzmán y Guzmán, Manuel Magallanes Moure, Osvaldo Palominos, Matilde Brandau, Ricardo Prieto, César Muñoz Llosa, Jorge Prieto Lastarria y el propio Pezoa Véliz, entre muchos otros. Varios de ellos también eran adictos a la bohemia de la nueva centuria, además.

Ya entonces, en el todavía adolescente afloraba su exquisito sentido narrativo, gráfico y poético, como promesa de varios talentos. De prolífica pluma, entonces, también comenzó a escribir en la revista porteña "Sucesos", importante medio nacional en el que trabajó hasta 1913. Y en medio de aquellas actividades, publicó un poemario titulado "Páginas sentimentales" en 1909, que recibió buenas críticas y acogida del público, siendo su primer contacto con la senda de la popularidad.

En la palabra escrita, incluso en la prosa, se observaba la inclinación poética de Rodríguez fluyendo desde obras como el cuento breve "El Pilluelo", que publica en la mencionada revista en su edición del 8 de junio de 1902. Decía en parte de aquel texto de párrafos breves, que redactó residiendo aún en Valparaíso y también influido por los contenidos de su vida nocherniega del puerto:

Amanecía.

Soplaba un vientecillo helado. Los mecheros de gas parecían tiritar de frío.

El pilluelo, acababa de abandonar las tabernas.

Al doblar la primera esquina se encontró con Lilí.

La detuvo brutalmente. Venía con sus cabellos deliciosamente desordenados, muy pálida y ojerosa.

Poco después, remataba en la misma revista y de la siguiente manera su oscuro relato titulado "El triunfo" sobre la relación enfermiza de un artista y su obra, adelantándose un poco también a algunos detalles de la vanguardia del creacionismo:

Avanzó con pasos trémulos y vacilantes.

En un rapto de locura, de verdadero entusiasmo artístico, la estrechó convulso y delirante entre sus brazos y estampó sobre su fría boca un ósculo de fuego, salvaje, que quedó vibrando en los ámbitos del taller.

La estatua osciló sobre su frágil pedestal, se inclinó bamboleándose hacia un lado y arrastró violentamente en su espantosa caída al artista que con la vista extraviada, la estrechaba frenético, murmurando con su voz estentórea, ardientes súplica de fuego................................................................

Los tibios rayos de sol reverberaban con visos relampagueantes de púrpura gloriosa, sobre aquella mesa informe de fragmentos palpitantes de cráneos, que humeaban.

Y la estatua le contemplaba sonriendo, con la eterna sonrisa triunfal de sus labios marmóreos, teñidos de sangre.

Recién integrado a "Sucesos", en la edición del 5 de octubre de 1906 había publicado un hermoso poema intitulado "Remember", que transcribimos parcialmente pero con las estrofas suficientes para admirar a plenitud la capacidad lírica de un muchacho que recién alzaban la mayoría de edad y quien, sin ser perfecto en su obra, ya podía deslumbrar al crítico:

Noche de invierno!... El cierzo siberiano
trae a mi cuarto líticos raudales
en la música de un triste piano
que llora una romanza en los cristales!

Y las notas se van!... En la distancia
mueren todas en sus quejas débilmente,
solo queda flotando una fragancia,
como si fuera una alma, en el ambiente.

Es la misma canción de amargos años,
como el llanto de un pájaro sin nido,
habla del amor, ternura y desengaños,
de cosas que se mueren... que se han ido!

Es la misma canción!... Sus risas rotas
van desgranando un canto cristalino;
algo de extraño tienen esas notas
en sus sollozos líricos de trino!

Cuando escucho esa queja de ternura
se disipa en mi espíritu la calma,
vierte el dolor su cáliz de amargura
sobre el girón sangriento de mi alma!

Posteriormente, en la edición de la misma revista del 29 de noviembre, dejó publicado allí un poema llamado "Sursum", en donde versa muy en su estilo, nuevamente:

Lanza el reptil oculto su veneno,
en la charca sin fin en que resbalas
para pasar sin mancha sobre el cieno
despliega el abanico de tus alas!

¡No tiembles!... desprecia el desaliento,
desecha ese pesar que te consume,
troncha la flor, la ráfaga de viento,
pero se impregna toda de perfume!

Sobre el cristal de tu conciencia bella,
arrojan la calumnia de todo en vano,
cuando florece en el azul la estrella
se refleja más pura en el pantano!

No tiembles ante el roce de la escoria,
deja que el vulgo su furor desate;
para sentir el beso de la gloria
hay que templar el alma en el combate!

Y no temas la sangre de tu herida,
lucha serena con tu amarga suerte;
¡es combate tan breve el de la vida,
es un sueño tan largo el de la muerte!

Rodríguez también fundó en aquel período la revista llamada "Monos y monadas", título que aludía a un dicho popular de aquellos años. Esto sucedió casi encima del Centenario Nacional, y en la misma revista alcanzó a trabajar también otro trágico personaje de las noches olvidadas: el joven caricaturista Luis Alfonso Mery, quien firmaba como Osnofla, además de varios otros próceres del editorialismo y la caricatura nacionales.

Juan Manuel Rodríguez en sus tiempos de juventud, y una edición del libro con las "Aventuras de Eusebio Olmos", en donde popularizó su pseudónimo Juan del Campo.

Retrato de Rodríguez, ya más maduro, en uno de los homenajes póstumos que recibió.

Ilustraciones de Coke Délano publicadas en revista "Sucesos". De izquierda a derecha: interpretación que hizo el dibujante del personaje Usebio Olmos, homenajeando a su ya fallecido creador; un retrato con el demacrado y decaído aspecto de Rodríguez hacia el final de su vida; finalmente, una caricatura del mismo escritor.

Usó entonces el nombre de Juan del Campo, pseudónimo que lo terminó de hacer conocido y que hasta generó algunas confusiones con la identidad real del escritor. Con ese mismo mote, entonces, hizo debutar allí a su pintoresco personaje Usebio Olmos, el que después conseguiría un soporte literario propio con sus aventuras en el mundo rural. Rodríguez demostró una tremenda capacidad para observar y plasmar las conductas del pueblo campesino a través de aquella divertida figura que combinaba elementos del huaso y el roto chilenos, además de dejar plasmado el hecho de que su experiencia en el mundo de la recreación y las diversiones no se limitaba solo al ambiente urbano. Varios personajes humorísticos representando a pícaros campesinos chilenos que interpretaron años después comediantes como Gilberto Guzmán, Pepe Tapia o Fernando Alarcón, tenían cierta influencia del estereotipo que dejó sentado originalmente Usebio Olmos.

Tras ser publicadas en Santiago justo hacia su última década de existencia, las "Aventuras de Usebio Olmos" se volvieron un éxito de ventas y un libro de enorme popularidad para los estándares de la época. Mariano Latorre diría que en él "hay un material inagotable de asuntos rurales que, desgraciadamente, J. M. Rodríguez (Juan del Campo) no aprovechó sino en los relatos Panul y El Incendio y en las escenas de su comedia campesina 'La silla vacía'". Hubo incluso intentos de imitarlo, pero no prosperaron.

En sus memorias, De la Vega recuerda también algunos episodios de aquella vidorra indómita del escritor y poeta, trayendo de vuelta una de sus divertidas anécdotas:

Su vida revuelta lo ponía con dolorosa frecuencia en duros aprietos económicos. Pero él no acobardaba. Cuando la miseria arreciaba, Rodríguez se encerraba en su casa, se echaba a la cama y enviaba su ropa a una casa de préstamos. Inmediatamente mandaba a la sección Vida Social de todos los periódicos un párrafo redactado por él mismo. El párrafo decía así:

El distinguido escritor señor don Juan Manuel Rodríguez se encuentra bravísimamente enfermo a causa de un ataque que sufrido en la tarde de ayer. Lo atienden los más distinguidos facultativos de esta ciudad.

En cuanto aparecía este párrafo, todos sus amigos iban a visitar al poeta moribundo. Le encontraban en la cama, lamentándose, abatido.

-¿Qué te pasa?

-Estoy muy mal, muy mal... Un ataque violentísimo.

-¡Un ataque? Pero ¿de qué padeces?

-No sé... Es algo espantoso.

-Pero el médico habrá dicho algo.

-Nada.

-¿Y no dejé una receta?

Los amigos pedían una receta que podría indicarles la dolencia del poeta.

-Indudablemente ha dejado una receta -le decían.

-Sí. Aquí está.

Y Rodríguez les entregaba la boleta de la casa de préstamos.

Los amigos le celebraban la ocurrencia y se encargaban de restituirle la ropa.

Esta broma la repitió numerosas veces. Un día que a los diarios llegó el mismo párrafo anunciando la enfermedad del poeta, los redactores de la sección Vida Social, que ya estaban en el secreto del juego, lo publicaron, pero modificado en la siguiente forma:

El distinguido escritor señor don Juan Manuel Rodríguez se encuentra gravísimamente enfermo a causa de un ataque que sufrido en la tarde de ayer. La familia suplica a sus relaciones que se abstengan de visitar al poeta, pues los médicos le han recomendado la más absoluta tranquilidad.

Al día siguiente, cuando Rodríguez leyó este párrafo, enloqueció de furor. Le habían hecho fracasar su golpe estratégico. Pero él era hombre de ingenio. Trémulo de indignación pidió papel y tinta y, en la cama, con un gesto soberbio, redactó el aviso de su defunción:

Ha fallecido nuestro idolatrado esposo y hermano, Juan Manuel Rodríguez. Sus restos serán conducidos al Cementerio de Playa Ancha, hoy jueves 14, a las 4 P. M . El cortejo fúnebre partirá de su casa habitación, calle Jaime 68. LA FAMILIA.

La estupefacción en los círculos periodísticos de Valparaíso fue enorme. Todos los escritores, profundamente arrepentidos, se lanzaron a la casa del poeta. Lo encontraron en pie, alegre, con un aspecto saludable, correctamente vestido y afeitado. Les recibió con toda amabilidad.

Yo me he encargado -les dijo- de la ropa.

En 1910 y 1911, el retozón Rodríguez obtuvo dos premios en los Juegos Florales de Valparaíso. Y, para 1912, estrenó en el Teatro Victoria de Valparaíso el monólogo basado en Usebio Olmos y que llevaba este mismo nombre. Vino luego la comedia sentimental de dos actos "La silla vacía" mencionada por Latorre y escrita en el mismo lenguaje popular de sus relatos, la que para Alfonso Escudero fue, con el mencionado libro, aquello que lo hizo "un día merecidamente famoso". Y si bien Antonio Acevedo Hernández la juzgó como "mediocre", es un hecho que la obra teatral duró largo tiempo en cartelera. Rodríguez también fue autor de las comedias tituladas "La reja", de un acto, y "Los frágiles", de tres actos. Iba a dejar una obra inédita, además, llamada "Fatalismo criollo".

Sin embargo, reafirmando el sino trágico que rodearía la vida del autor, casi al mismo tiempo en que preparaba el estreno de "La silla vacía", su agónica esposa expiraba un último aliento ante su presencia, consumida por una despiadada enfermedad. Había formado familia recientemente con ella, en el mismo puerto. Y la peor ironía de todo es que, mientras la obra era estrenada con aplauso general y felicitaciones del público, su autor iba silenciosa y solitariamente por el cementerio, siguiendo la carroza con los restos de su amada compañera.

Como ha sucedido tantas veces en las semblanzas de intelectuales, aquella horrible depresión terminó combinada con la maldición de la vida bohemia y, según ciertas versiones, su final fue decidido por la tuberculosis, o acaso "víctima de la misma enfermedad que ultimó a Rubén Darío", como diría después una publicación. Así se desencadenarían los hechos que vinieron a echar la suerte del final de su vida, en los pocos años venideros y tras pasear su menuda figura por tugurios, debilitándose, aumentando su creciente calvicie y siempre con sus bigotes acerados en puntas, tipo francés.

Ilustración hecha por el propio Rodríguez de la casita rural en la que se había refugiado a pasar sus padecimientos en Las Condes. Imagen publicada por la revista "Sucesos".

El poeta, escritor y dibujante, siendo velado en su lecho de muerte. Imagen publicada por revista "Sucesos".

Ilustraciones hechas por Coke y Chao con el rostro sereno del recién fallecido Rodríguez.

Escritores colegas y amigos despidiendo para siempre a Juan Manuel Rodríguez en sus funerales. Imagen publicada por la revista "Sucesos".

Sumido en el dolor ahora disfrazado por las correrías nocturnas, amante de los vicios de la vid y paseó su ser por aquellas barras y mesas porteñas o las capitalinas, cuando bajaba del tren en la recientemente inaugurada Estación Mapocho. A pesar de todo, intentaba seguir abrazando la alegría, por pedestre que fuera, casi como un niño huérfano travieso. Mas, solo podía endulzar falsamente las amarguras en una vida beoda desatada, hasta perder la suya propia.

Rodríguez se había venido a vivir definitivamente a Santiago, poco después de que lo hiciera también su colega escritor Jorge Gustavo Silva. Dice De la Vega que el carácter del porteño había cambiado mucho para entonces, pues "ya no hacía bromas" y se dedicaba a trabajar de manera muy humilde. No era la madurez, sino los efectos de un alma golpeada, quizá mutilada.

Haciendo ahora que sus antiguas  bromas de antaño se volvieran reales, fue a refugiarse enfermo y decaído en una casa de la entonces localidad periférica de Las Condes, de la que dejó también un dibujo. La última y dramática poesía que alcanzó a escribir, "Mi agonía", dejaba testimonio de aquellos duros momentos:

La sombra me envuelve, y en mi lecho de enfermo
estoy solo e inmóvil, como en un ataúd:
los ruidos nocturnos me asustan... no duermo...
y siento en el alma extraña inquietud.

Hundido en el silencio, los ojos muy abiertos,
contemplo de la noche fatídica visión;
parece que de lejos los ojos de los muertos
invitan a los míos que baje a su prisión.

Fastidia el fuerte olor a medicina,
el tic tac del reloj remeda un corazón,
y en la soledad nos tienta la morfina
prendiendo fantasías a la imaginación.

La muerte a veces llega con sus manos heladas,
me aprieta la garganta para hacerme toser;
ya he visto sus huellas en mis carnes gastadas
por la tisis que mina lentamente mi ser.

Llega silenciosa, me ausculta y se marcha,
la espero... con ansia secreta la veo llegar;
va dejando en el suelo pisadas de escarcha
y en el aire caldeado un aliento polar.

Mi vida corre como un río, se va lentamente
y aún no he terminado de escribir mi canción;
yo la siento escaparse y en mi delirio ardiente
quisiera ferrarla a mi corazón.

El castigado pequeño cuerpo de Rodríguez no pudo resistir más los tormentos, rindiéndose al destino en Santiago, el 5 de marzo de 1917. La tragedia final de una vida trágica en un hombre trágico, quedaba consumada.

Varios periodistas y colegas escritores asistieron a sus penosas exequias. Los artistas gráficos Jorge Délano y Raúl Figueroa, quienes firmaban como Coke y Chao respectivamente, hicieron retratos rápidos post-mortem del infortunado escritor tendido en su lecho de muerte, ambos con sentidas dedicatorias, los que después fueron publicados en la prensa. Coke también había alcanzado a hacer unos dramáticos retratos y caricaturas de Rodríguez, cuando ya estaba prácticamente consumido por su deterioro.

La misma revista "Sucesos" en donde trabajó tanto tiempo, dedicaría al fatídico poeta bohemio un sentido homenaje dando aviso de su prematura partida:

Ha caído en la contienda un nuevo soldado de las letras... A Juan Manuel Rodríguez, como a Roberto Alarcón Lobos, lo ha sorprendido la muerte con el alma al brazo: puede decirse que soltaron la pluma solo en el momento de emprender el largo viaje.

Al escritor en Juan Manuel Rodríguez, hay que considerarlo bajo dos aspectos que parecen contradictorios: como poeta sentimental y como escritor humorístico.

Que había en él un verdadero poeta, lo están demostrando sus numerosos versos que publicó en las revistas, especialmente en SUCESOS. Sus primeras armas en las letras fueron en el terreno de la poesía.

(...) Pero es una larga composición poética que tituló "La guitarrra", en donde se muestra con mayor relieve el espíritu sentimental y la honda amargura de Juan Manuel Rodríguez. Sin duda que fueron estos sus mejores versos.

Le faltó tiempo a Rodríguez para haber dejado más conocimiento de su legado y para relucir como poeta de la misma manera que lo hizo como escritor de relatos populares. Tampoco alcanzó a dejar suficiente impronta dramatúrgica de la época para aparecer en las reseñas con nombres como Rafael Maluenda, Rafael Frontaura, Carlos Cariola o Aurelio Díaz Meza, entre otros iniciadores del teatro moderno. La propia revista "Sucesos" decía que "la personalidad de Rodríguez no descolló como poeta", pues en su tiempo había otros mejores como Pezoa y Silva, pero en su género narrativo "no pudo ser siquiera igualado", dada su entretenida prosa y orientación a las descripciones de la gente del pueblo "sin recaer en lo chabacano ni tocar en lo grosero". Y agregaba también la editorial:

Y ocurrió con esto de las "Aventuras de Usebio Olmos" un paso curioso: si Juan Manuel Rodríguez hizo famosas las principales frases usadas por el roto y especialmente las que usan los pescadores, fleteros y lancheros de Valparaíso, dio también carta de naturaleza a frases y chistes inventados por él. De modo que si él tomaba del pueblo los motivos para sus artículos, suministraba al lenguaje popular nuevas expresiones, para reemplazar a las ya demasiado gastadas. Esto explica también en parte, que a pesar de haber prolongado tanto las aventuras de su héroe, de manera que podría llenarse con ellos varios tomos, no llegara a aburrir a sus lectores. Daba la ilusión de ser siempre nuevo, aunque se repetía.

A pesar de aquello, su trascendente amor las horas noctámbulas y esos mismos venenos que apresuraron su camino hacia la tumba, quedaron retratados para la eternidad y de cuerpo entero en bellos poemas como "Noche blanca":

Está desierto el jardín
y la noche encantadora,
y en la brisa embriagadora
hay fragancias de jazmín.

En el silencio un violín
bajo el arco canta y llora
a la luna soñadora
una balada del Rhin.

Con la música despierta
en mi cerebro sombrío
lleno de un trágico albor,
el recuerdo de esa muerta
que vi flotando en el río
como si fuera una flor.

Como despedida póstuma, un artículo del también escritor Julio Molina Núñez reproducido en la gaceta "Selva lírica" y republicado en nuestra época en la "Revista Chilena", sentenciaba sobre el homenajeado: "Es un bohemio recalcitrante, sin enmienda, sin Dios ni ley. Su espíritu debe flotar en las páginas inolvidables de Mürger". ♣

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