
Aviso del restaurante Peñafiel en el diario "La Nación", en octubre de 1918.
Por el final de calle Chiloé 2036 casi esquina Arauco, llegando a Franklin y cerca de donde está el actual acceso lateral al Mercado Matadero, existió durante largo tiempo toda una leyenda de la historia culinaria santiaguina: el Peñafiel, popular restaurante que después tomaría el nombre Las 3 B, aludiendo a la apelación popular "bueno, bonito y barato". Más parecido a una quinta de recreo, el Peñafiel también fue centro de entretenciones con juegos criollos y, según parece, alguna vez tuvo un área o negocio de venta de carne con aquel mismo último nombre.
Es preciso remontarnos a los tiempos en que el Matadero de calle Franklin surtió de carne fresca a la mayoría de los principales establecimientos culinarios de Santiago, durante la segunda mitad del siglo XIX y por tres cuartos del siglo XX. Cada mañana salía desde allí un tranvía especial llamado tren rojo con los animales sacrificados listos para despostar y abastecer así a carnicerías, mercados y, por supuesto, los restaurantes de la capital. Sin embargo, para quienes preferían o residían en el propio barrio del Matadero, vecindario ya viejo hacia 1910, no era necesario alejaste mucho para consumir todas aquellas enjundias tradicionales de la comida criolla y campesina, ya que el apreciado Peñafiel siempre tendría a la carta las bondades de la carne fresca a precios muy convenientes y con la fama de ofrecer algunas de las mejores recetas disponibles en el país.
El negocio había sido fundado allí hacia el año 1875 por el comerciante Antuco Peñafiel, quien aparece señalado en algunas reseñas también como Antonio Peñafiel. Es mencionado, entre otros, por Alberto Romero en "La mala estrella de Perucho González". Manuel Guzmán Maturana también los describe a él y su negocio en "Don Pancho Garuya", tras referirse al barrio bravo del mismo matadero en la ruta hacia el restaurante ubicado "en la calle de Chiloé frente al Matadero", según sus algo ambiguas coordenadas. En "Recuerdos de viaje de Buenos Aires a Chile", en tanto, Carlos María Urien recordaba en 1915 que el establecimiento era llamado también El Matadero, como el gran complejo de los matarifes que tenía por vecino.
Volviendo a Guzmán Maturana, vemos que este describe al Peñafiel como un recinto con un gran patio techado de totora y piso rústico de tablones, muy saturado de mesas para la clientela, al punto de que dificultaba el tránsito entre ellas. Había un mostrador en el ala derecha y en la izquierda estaban "los departamentos reservados, que no tienen mucho de tales, porque las divisiones de tablas, sin techo, establecen una indiscreta comunidad". Al fondo había una gradería que a veces se usaba como fonda para la remolienda y reñidero de gallos, además "de estrado para las payaduras y cantos a lo humano y lo divino". También contaba con una cancha de palitroques, una de bolos, una de rayuela y hasta una vara de topeaduras, vestigio del pasado semi-rural de aquel lugar de Santiago. Y continúa el autor:
Todo lo que se sirve aquí es de primera calidad, como que los comestibles llegan directamente del Matadero. El gordo Peñafiel no economiza medios para atraer y tener complacida a la clientela. Sería inferirle una ofensa personal poner el duda la pureza de la chicha, la añejez de los vinos, la fortaleza del aguardiente o del coñac (...) En realidad, la chicha que nos sirven en el mesón está de mascarla, y nos repetimos el trago.
En poco tiempo de existencia, el singular y pintoresco establecimiento ya había llegado a ser el más cotizado de todo Santiago. Fue objeto de homenajes y alabanzas casi en forma unánime, a pesar de que el barrio del Matadero Municipal continuó siendo famoso por su bravura concentrando una gran cantidad de cantinas obreras, espacios para el folclore urbano y algunos lupanares que fueron frecuentados entre los antiguos trabajadores del mismo lugar. Pudo tratarse, de hecho, del lugar más importante dentro de la variada e intensa vida social dentro de aquel vecindario industrial y comercial.
En otro aspecto relacionado con lo anterior, el prestigio y el aprecio que la sociedad santiaguina de entonces profesaba por don Antuco era tal, dentro y fuera de aquellos reinos de matarifes y cuadrinos, que su restaurante atraía también a importantes personalidades con los aromas y sabores de parrilladas que hoy horrorizaría a vegetarianos y veganos, pero que por entonces eran uno de los elementos más rotundamente folclóricos y populares posibles de encontrar en la ciudad. El propio Guzmán Maturana destacaba especialmente del Peñafiel virtudes gastronómicas tales como "la sustancia de los caldos", la "ternura de las malayas" y "el adobo de los costillares de cordero y de los lomitos de chancho", además del "tamaño de las criadillas" que se servían en el local.
Quedaron muchos testimonios para el registro memorial de la famosa quinta. En su "Sabor y saber de la cocina chilena", por ejemplo, Hernán Eyzaguirre Lyon aporta algo más sobre la relevancia que tenía el dueño de este sitio en tiempos cuando ya cobraban prestigio propio los restaurantes del Mercado Central de Santiago:
Con el omnipotente caldo de cabeza, el más solicitado para este efecto, le hicieron competencia a Antuco Peñafiel, quien en aquella época reinaba en el Barrio Matadero y se hizo además famoso con sus malotillas y chunchules, pues se cuenta que nadie las preparaba mejor.
 
El antiguo portal de acceso del Matadero, hacia el 1900, en el "Álbum de Santiago y vistas de Chile" de Jorge Walton, 1915.

Escenas del Matadero de Santiago en 1906, publicadas en la revista "Zig-Zag". Son retratados comerciantes y matarifes del recinto.

Los entonces recién estrenados carros del tranvía especial del Matadero conocido como el "tren rojo", que abastecía de carne fresca lugares como el Mercado Central y sus cocinerías. Imagen publicada por la revista "Sucesos" de octubre de 1914.

El flamante pabellón principal del Matadero, diseñado por el arquitecto arquitecto Hermógenes del Canto, en el "Álbum de Santiago y vistas de Chile" de Jorge Walton, 1915.

Otra vista del gran pabellón que aún existe, enfrente del patio principal (hoy, estacionamientos). Imagen publicada por la revista "Pacífico Magazine" en 1917.

Publicidad para el Peñafiel en "La Nación", a mediados de febrero de 1917 y cuando aún estaba en Chiloé 2026. Declaraba tener 42 años de existencia, a la sazón. 

Cuerpos de ganado vacuno colgados en los pabellones, ya puestos en actividad. Fuente imagen: revista "Pacífico Magazine", año 1917.

Pabellón administrativo del ingreso, en donde estaban los portones del Matadero. Aún existe y es conocido como el Edificio Portón del Faro. Imagen publicada por la revista "Pacífico Magazine" en 1917.
Por su parte, el infatigable y exhaustivo investigador Eugenio Pereira Salas informará lo que sigue sobre el mismo establecimiento, en sus "Apuntes para la historia de la cocina chilena":
Pero, sin duda, fue don Antuco Peñafiel del barrio Matadero, el afortunado dueño de Las Tres B, el rey del arrollado, la malotilla, para buen "causeo", la plateada con porotos picantes o los caldos de cabeza, local que se confundía con una abigarrada concurrencia, los "duros del farteo de la carne", matanceros, o los pijes que venían en coche de posta desde el Centro a saborear estas especialidades criollas.
Con el tiempo, el restaurante Peñafiel comenzó a hacer ostentación de su antigüedad y experiencia como otro de lo enganches populares. De esta manera, comenzó a tomar el nombre Antiguo Restaurant Peñafiel, título que tenía oficialmente y en su publicidad hacia los años del Centenario Nacional. Eran los años cuando comenzaron a construirse las vecinas poblaciones Huemul y Matadero en aquellos lares, además, aportando una gran nueva masa de habitantes a todos aquellos barrios.
Nuevos edificios fueron levantados también en el recinto del Matadero durante aquel período,encargadas al arquitecto Hermógenes del Canto. De esta manera, a inicios de 1914 se inauguró el nuevo Matadero Modelo por el lado de Arturo Prat, entre Franklin y Placer, con presencia del presidente de la República más una comitiva de ministros y otras autoridades. Luciendo ya el Matadero aquel nuevo y ampliado aspecto, entonces, vendrá también la época en que el negocio de don Antuco quizá haya sido visitado por las hermanas Violeta e Hilda Parra, durante sus correrías por aquel barrio cantando canciones por monedas entre los innumerables boliches del sector.
Parte de la variedad que ofrecía el barrio, en cuanto a sus muchas opciones de buena comida, bebida o diversión, puede deberse al poder de compra que, en general, tenían los matarifes y otros trabajadores del Matadero, pues parece que eran bien remunerados. Eyzaguirre Lyon agrega así que, en aquellas décadas, el restaurante Peñafiel, aun manteniendo su reputación y vigencia, ya debía competir con propuestas nuevas en esas mismas manzanas:
Entre los mejores lugares para servirse comida chilena seguía siendo el más notorio Las 3 B de Antuco Peñafiel, en el Matadero; pero por ese entonces había abierto sus puertas el Huaso Adán, en Mapocho, cuyo dueño, de apellido Adán, atendía a su clientela con atuendos de huaso.
Se hará preciso explicar el porqué aparece el Peñafiel como Las Tres B en aquella cita y en muchas otras, de hecho, pero antes partamos observando que, para octubre de 1918, el Antiguo Peñafiel seguía en su mismo lugar histórico de calle Chiloé y publicaba un aviso en el diario "La Nación" en donde invitaba a los lectores a probar sus siempre abundantes platos:
Establecido 43 años en propio local; único en el ramo por la especialidad de sus caldos y exquisita comida, donde se comen las sabrosas malayas al estandarte, las deliciosas criallidas al canapé, el famoso caldo de sustancia con media cabeza de cordero y el verdadero valdiviano a la chilena, con charqui de primera, especialidad de la casa.
Se recibe órdenes para banquetes. Salones especiales para familias.
En ese año, pues, el Peñafiel ya competía con otros cotizados establecimientos del barrio como el restaurante Casino Matadero del comerciante de origen italiano Leonardo Papapietro, quien fue también dueño del Venecia de Bandera con San Pablo, un lugar famoso entre los intelectuales y poetas de la generación de Pablo Neruda, incluyéndolo a él mismo. El Casino Matadero tenía sus cuarteles en calle Franklin 1000-1004, hacia la esquina con Arturo Prat en donde está ahora el Paseo Franklin, restaurante con salones reservados, orquesta, salones de billar, canchas de rayuela y bocha. En la misma calle estuvo Las Tortolitas, famoso por sus porotos granados, y el Chépica, en Chiloé con Franklin. Años más tarde, llegaba a Chiloé 1950 el restaurante del Club Radical conocido como Donde Alfredo, también apreciado ya hacia mediados del siglo y competencia de otros más cercanos al Matadero.
Como no era algo menor compararse con el decano culinario de los maestros, muchos lo hicieron o lo intentaron con el referente del Peñafiel. El propio Eyzaguirre Lyon dice que don Fidel Sepúlveda, patrón del restaurante Los Hermanos que existió en un hotel del mismo nombre hasta incendiarse en tiempos la Guerra Civil de 1891, en donde se ubicó después el pasaje Unión Central (actual Bombero Adolfo Ossa, entre Ahumada y Bandera), "era en el centro de la capital lo que Antuco Peñafiel en el barrio Matadero". Así pues, la casa de don Antuco siguió siendo siendo por décadas un tremendo e importante referente en el comercio recreativo y gastronómico de la ciudad, al punto de que, cuando el dancing comedor Torre Eiffel debutó en calle Rosas 1023, su publicidad de 1934 prometía: "Cocina chilena e internacional de 1.ª, similar al antiguo Peñafiel". De hecho, ofrecía al público una fuente para glotones llamada la Bandeja Peñafiel.
Sin embargo, parece que las identidades del Antiguo Peñafiel y Las 3 B, este último ya señalado por entonces en la dirección en Franklin 841 de frente al Matadero, habrían separado caminos en algún momento, y de ahí las dificultades para precisar la identidad de cada uno en forma independiente. Es lo que se entiende, por ejemplo, si seguimos estrictamente al dedo lo que se desprende de comentarios como los formulados por Joaquín Edwards Bello en “La Nación” del jueves 11 de mayo de 1939, al decir que si “un joven hereda y se dedica a la mala vida, aficionándose a remoler en las Tres B, donde Peñafiel y el Huaso Adán, no implica ningún desastre para la economía nacional”.

El Peñafiel, llamado ya Las 3 B y estrenando cocinas a gas. Aviso del diario "La Nación" de junio de 1925.

Reapertura del restaurante Las 3 B, bajo el mando de doña Juanita Quinteros. Aviso del diario "La Nación" en julio de 1926.

El restaurante y casa de cena Valencia, que llegó a ocupar el ex local del Peñafiel en Chiloé 2026. Publicidad en la prensa, septiembre de 1928.

Vista actual de la calle Chiloé hacia Franklin, con las instalaciones del Mercado del Matadero al fondo, en el sector por donde estuvo antes el Peñafiel.

El antiguo acceso al actual Mercado Matadero y sus galpones, por el lado de calle Arturo Prat.

Edificio en donde estaba el antiguo Portón del Faro, en Arturo Prat con Biobío.

Pabellones adjuntos al gran patio, en la actualidad usados por puertos comerciales.

El pabellón principal de 1914 en nuestros días, frente al gran patio convertido en estacionamientos.

Vista del mismo pabellón desde enfrente, en la plazoleta circular del gran patio con estacionamientos.
El negocio de Las 3 B, ya diferenciado del antiguo Peñafiel, había estrenado cocina a gas en junio de 1925 dejando atrás la época de fogones, hornos de barro y hornillas de campo. En otras épocas tenía su sección de asadurías en el patio, llenando de sabrosos olores la cuadra. Para la ocasión de la puesta en marcha de sus nuevos hornos, el sábado 20 de aquel mes ofrecía los siguientes platos: caldos de criadillas, de gallina y de pavo con chuchoca; malaya y chunchules asados; perdices, tórtolas, "gran surtido de mariscos", costillar de cerdo con puré, porotos, "niñitos envueltos de chancho", lengua nogada, pollo al champiñón, fan de vainilla, frutas, té y café. Había también un obsequio especial para los clientes: "una botella de exquisito vino Zavala", la misma viña después llamada Tarapacá.
Sin embargo, cuando ya estaba capitaneado por doña Juanita Quinteros B., otro personaje de aquella época olvidada en el barrio Matadero, Las 3 B debió cerrar operaciones durante un breve tiempo, posiblemente por alguna clase de modificaciones en el lugar. Lo seguro es que reabrió recibiendo a su clientela en julio de 1926. La familia de la dueña mantenía su residencia en la misma dirección de la quinta, además.
Las Tres B supo conservar la misma calidad y perfección de la cocina que heredó del Peñafiel. El poeta Pablo de Rokha lo elogiaría más tarde, en su "Rotología del Poroto", otra vez seducido por los sabores y aromas criollos:
Con chunchules son los carajos de buenazos, pues deben comerse como espantosamente
por Matadero adentro, en las antiguas cocinerías cuadrinas, o en "Las 3 B", por ejemplo, a la ribera fluvial-forestal de las damajuanas que son estatuas a las tinajas, con las más bonitas "niñas de la vida" o señoras medio putonas, aliados al caldillo de criadillas, a la molleja carrilana y maliciosa, al guiso de tronco, acomodador de las glándulas de los ancianos desaforados y la juventud remoledora...
Por la misma época, sin embargo, la antigua casa con patios en la dirección de Chiloé 2026 había pasado a ser un nuevo restaurante y casa de cena: el Valencia. Se trataba de un local con salones de banquetes, orquestas típicas y que permanecía abierto hasta las 4 horas de la madrugada. En su publicidad de 1928 se presentaba también como el "antiguo Peñafiel", estableciendo así alguna forma de continuidad con el antiguo y para entonces ya desaparecido negocio original de don Antuco.
Coincide la época con algunos algunos cambios importantes en el ecosistema urbano y comercial del Matadero, en parte también por los efectos de la Gran Depresión Mundial desde inicios de los años treinta. Muchos músicos cuequeros que daban vida y color a aquel ambiente comenzaron a morir, además, comenzando la extinción de la época más folclórica del mismo barrio.
En tanto, la ciudad había seguido creciendo e iba absorbiendo el paisaje del valle mucho más allá de los territorios de los matarifes y sus "picadas". La época del antiguo tren urbano y los tranvías que llegaban hasta allá iba en retirada, además, y mucho del antiguo Matadero se había seguido convirtiéndose en un gran mercado popular con aspecto de feria, originando espacios vecinos como el Persa Biobío. Como se sabe, el Matadero acabaría cerrado en los años setenta tras la construcción del más moderno e implementado en Lo Valledor, en donde está actual Mercado Mayorista del mismo nombre.
Aunque parece que su nombre fue retomado por otros boliches, nada quedaba para entonces del original y antiguo Peñafiel o Las 3 B. Este último había desaparecido cerca del siglo XX, calculamos, tras haber sido timoneado por un posible hijo de doña Juanita (B. Menores Quintero). El espacio que ocupaba aún en la señalada dirección de calle Franklin salió a remate judicial en abril de 1945, con un avalúo fiscal de $119.500. Acaso llegaba con esto a su fin, o al menos al cierre de su mejores tiempos, con toda aquella semblanza más clásica y tradicional del viejo Matadero Municipal de Franklin.
Un nuevo boliche llamado Las Tres B apareció en la comuna de Renca: aunque fue refugio de cuequeros por largo tiempo más, desconocemos bien hasta qué punto esté en continuidad con el antiguo local de los matarifes, pues el original abrió algún par de sucursales en otros lugares y con su nombre, según parece. En cambio, el primer lugar que le perteneció al establecimiento Peñafiel en calle Chiloé 2026 hoy está despejado y abierto: es un estacionamiento con pequeños inmuebles laterales, en donde habitan los cuidadores. ♣
 
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