"La madeja se enreda" al Presidente José Manuel Balmaceda, anticipando la ruptura total entre el Ejecutivo y el Congreso, que llevó a la Guerra Civil de 1891. Caricatura atribuida a Juan Rafael Allende (El Pequén). Fuente imagen: Exposición "Un país de tontos graves".
El tono agresivo que las licencias de la guerra habían permitido a varios pasquines satíricos y -a veces- al propio actuar político, entre 1879 y 1884, perduró más allá de los calores bélicos, apuntando sus dardos ahora hacia o desde los últimos gobiernos liberales. El cerco de la tolerancia a las publicaciones de este tono ya se había corrido bastante y en materias diplomáticas, además, la hostilidad entre los países se prolongaría con los reclamos peruanos, bolivianos y argentinos de la post-guerra, dando nuevos materiales y renovados contenidos a la sátira.
Sirva de ejemplo un caso en particular sobre el clima entonces imperante: la ocasión en que el foyer del Teatro Municipal de Santiago y su plaza llegaron a ser campos de confrontaciones políticas insólitas, pues los escrutinios de las parlamentarias de 1882 se realizaron allí y los oficialistas llegaron a sabotearlos enviando 300 matones y hasta cuchilleros, en complicidad con la policía según se dijo entonces. Así, perturbaron la presencia de los conservadores en las mesas y desconocieron el triunfo de los partidarios de Carlos Walker Martínez, el enemigo “natural” del presidente Domingo Santa María.
En el área editorial, la tendencia pendenciera llega a su expresión gráfica más insólita, quizá, con una edición de “El Times” del 13 de enero de 1886. El caso es descrito por Jorge E. Monsalves Rabanal en su tesis “Breve historia de la narrativa gráfica chilena”: aparecía retratado en la tapa del impreso el director de “El Padre Cobos”, Juan Rafael Allende, con características de perro y esclavo negro besando las nalgas al presidente Santa María, quien está de espalda y con su pantalón abajo.
Sucedía que, a la sazón, a pesar de todos los esfuerzos La Moneda no lograba retener en el oficialismo a grupos liberales sueltos, conocidos como los luminarias o disidentes, quienes rompieron con el gobierno enfurecidos por lo que interpretaron como comportamientos dictatoriales y despóticos. José Victorino Lastarria, en uno de los contados aciertos de su vida política, también pasó a este enconado bando disidente y no tardó en figurar entre sus líderes. Al escenario adverso, además, se sumó la ruptura gubernamental con gran parte del radicalismo y la profundización de las distancias con el bando conservador, acentuando sospechas y miedos de otro inminente fraude electoral en las elecciones parlamentarias de 1885.
Así se incubaba y engendraba el ambiente de agresividad que llegó también a los folletos satíricos con mayor o menor énfasis, algunos de ellos de factura muy rústica como "El Ají" de Hipólito Olivares Mesa y "El Culebrón", este último producido en un taller al inicio de la calle del Cequión en La Chimba (actual Antonia López de Bello), y otros con más formato de pasquín periódico como "El Fígaro" y el "Pedro Urdemales".
Algunas de las publicaciones fueron de corta duración en ese álgido impulso, aunque de gran influencia en sectores de la opinión pública. Una de ellas, el “Diógenes” (“Diójenes”, en la ortografía de la época), circuló entre 1884 y 1885 con ilustraciones de Salvador Smith, hijo don Antonio Smith Irisarri, quien fue el primer caricaturista de “El Correo Literario”, una de las revistas pioneras del mismo género. El “Diógenes” cumplía también con la novedad de extender el humor a costa de la dignidad de los políticos, pero pasando por niveles de fuerte y seria crítica social.
Era inevitable, entonces, que el clima confrontacional que imperaba en la política partidista llegara también a aquellas páginas de sátira, y que el retumbo predispusiese a las pasiones para interpretar como ataque cualquier recurso de sarcasmo o de burla sobre los honores de los principales hombres públicos. Se desató, así, una escala interminable de insultos en progresión, llevados adelante por el encarnizamiento editorial.
Para empeorar las cosas, al realizarse las elecciones los peores miedos sobre una nueva intervención de los siguientes comicios se vieron confirmados: solo cinco parlamentarios conservadores obtuvieron escaños, mientras que todo el resto del Congreso era de filiación liberal. El gobierno había llegado al desparpajo de retirar cajas de papeletas con sufragios, enviando garroteros armados de porras y macanas, que desataron varias escaramuzas contra los denunciantes durante la jornada. 12 muertos y 165 heridos fue el saldo del día.
Se contaba que la filtración de un telegrama de José Manuel Balmaceda alentando una de las descritas intervenciones, fue lo que llevó a su renuncia al Ministerio de Interior, ese año. Sin embargo, careciendo de más candidatos, los liberales y los pocos radicales que quedaron en el gobierno decidieron apostar todo al mismo Balmaceda para las venideras presidenciales. Los radicales disidentes y los liberales sueltos, en cambio, estudiaban proponer a José Francisco Vergara, mientras que los nacionales ya se definían por Francisco Aldunate pero sin poder levantar un nombre único, optando por reclutarse también del lado de Balmaceda. Los esfuerzos de los escasos opositores en la Cámara por impedir la continuidad del gobierno fueron inútiles, imponiéndose así la mayoría liberal.
"¿Cuál será el mejor ladrón?", caricatura publicada en "El Padre Padilla" en 1889.
Caricatura "A diestro y siniestro", en donde se ve al títere Don Cristóbal armado con su cachiporra y todo un teatro de muñecos con caras de políticos de la época, en el primer ejemplar del periódico satírico llamado también "Don Cristóbal", 1890.
"Le han meado la cazoleta", otra imagen de la revista "Don Cristóbal" de 1890, dirigida y redactada por Rafael Allende (El Pequén).
La Masacre de Lo Cañas, según un grabado popular en la Colección Amunátegui. Imagen publicada en "Balmaceda en la poesía popular: 1886-1896" de Micaela Navarrete.
Presidente José Manuel Balmaceda (1840-1891).
Es probable que Balmaceda no haya sido el favorito de Santa María como su sucesor, pero las circunstancias históricas obligaron a ceder y a depositar en él la continuidad oficialista. Su triunfo en las elecciones fue facilitado también por la renuncia de Vergara a su candidatura. Había comenzado, entonces, el gobierno que iba a convertirse en el ocaso de la República Liberal y a sepultar el dominio del partido de esta tendencia en la política chilena.
La sociedad chilena, contagiada por esa alta temperatura política, no lo veía aún, pero negros nubarrones se aproximaban desde el horizonte...
Hernán Ramírez Necochea, en su consultada pero bastante discutida obra “Balmaceda y la Contrarrevolución de 1891”, describe el limbo en el que iba a quedar Balmaceda sin lograr zafarse del constante fuego propinado desde todos sus flancos, al mismo tiempo que realizaba grandes esfuerzos por el desarrollo material y social del país. Su visión del mandatario es especialmente expiatoria:
La actuación política de Balmaceda demuestra que él fue un convencido liberal; así quedó en evidencia mientras fue parlamentario, Ministro de Estado y Presidente de la República; de alta significación fue, en relación con esto, el papel que desempeñó al impulsar y defender las leyes civiles dictadas cuando fue Ministro de Interior de la Administración Santa María.
Es cierto que llegó a la Primera Magistratura a través de la intervención electoral. Pero, ¿no fue este el medio por el cual llegaron a sus cargos todos los presidentes de Chile durante el siglo pasado? Y no sólo los presidentes, sino también la casi totalidad de los diputados y senadores. La norma política y las prácticas vigentes hicieron que este fuera el camino regular para ocupar las magistraturas electivas. Este hecho no amengua, por tanto, la condición de político sinceramente liberal que poseyó Balmaceda.
De esa manera, Balmaceda debió resistir ataques cruentos de los impresos opositores. Las máquinas de imprenta estaban calientes desde el momento en que se puso la banda tricolor, siendo vilipendiado incluso desde medios de corte obrero o popular, como sucedió en algunas ocasiones con la “Lira Popular”, y por un curioso panfleto titulado “El Opositor”, cuya producción y distribución le costaría ser detenido al entonces muy joven Luis Emilio Recabarren, futuro fundador del Partido Comunista de Chile.
Para Jorge Montealegre en su “Prehistorieta de Chile”, la situación solo reflejaba la creciente intolerancia que iba apoderándose de la política y la sociedad, misma que iba a pavimentar los ánimos hacia la infausta guerra. De hecho, todas las tertulias y encuentros sociales de aquellos años se habían convertido en un seminario constante de discusiones y propuestas para seguir complicando al gobierno o a la oposición, voluntad que se reflejaba en varias publicaciones populares. No obstante, también es verdad que no todos los folletistas descargaron sus desprecios contra Balmaceda: en 1887, estuvo también en kioscos y calles “El Jil Blas”, en el que participaban Pedro Balmaceda, hijo del presidente, y el célebre ilustrador Luis F. Rojas. Duró algunos meses a la venta. Otros impresos tendrán vidas igualmente breves en aquellos años.
Llegó un momento en que ya no había indicios de piedad en esos medios, no solo para con el gobierno, pues todos eran “anti” algo, tendencia que se venía arrastrando desde hacía tiempo: anti-Iglesia, anti-liberales, anti-conservadores, etc. Observa Montealegre que los ataques a la fe y al obispo Joaquín Larraín Gandarillas llegaron a tanto que el sacerdote hizo un llamado público prohibiendo a sus fieles leer esta clase de publicaciones, aunque con escasos resultados. Y las medidas que, por su parte, intentaría Balmaceda para contener el desatado fenómeno, solo parecen haber recrudecido las pasiones agresoras.
En tanto, por más que se esforzó en reunir los elementos fracturados del liberalismo y concentrar la oposición en los conservadores, los propósitos del mandatario fracasaron estrepitosamente dando más argumentos para esgrimir en su contra. Como muchos liberales fueron rompiendo con el gobierno, sus leales se agruparon en un nuevo núcleo: el genuino balmacedismo. Muchos amigos personales suyos formaron parte del colectivo, más parecido a una cofradía política, participando incluso de cargos ministeriales y secretariales llenados con ellos en los últimos meses antes de verse ya completamente acorralados por la confrontación. También intentaron compensar las fuerzas gobiernistas en la guerrilla de folletos impresos, pero con magros frutos. Y si bien este grupo nació en el esquema de los movimientos y partidos con apellidos o patronímicos (es decir, concentrados en torno a una figura o personaje, más que a una estructura ideológica propiamente tal), unos años después se convertiría en el Partido Liberal Democrático.
La debilidad y deriva en el armazón mismo del gobierno abonaron más todavía a la virulencia y dieron mejores posibilidades a la inclemente sátira, con la aparición de nuevas revistas y panfletos torpedeando su gestión, mientras que otros seguían fundándose para tratar de responder a los mismos ataques pero, nuevamente, logrando estériles resultados en la animosidad imperante, irreversible a esas alturas.
Uno de los más populares impresos circulantes era el periódico ilustrado “La República de Jauja”, así llamado por una obra tragicómica que había sido prohibida en 1889. Monsalves Rabanal recalca que este medio apareció uniendo elementos del humor gráfico, la poesía satírica y el teatro, y en él alcanzó a participar el ya veterano Benito Basterrica, uno de los pioneros del género de la caricatura política en Chile. Se destacaba ya el creador del mismo medio, Rafael Allende, El Pequén, autor de la prohibida obra teatral que prestaba su nombre. Allende fue, de hecho, uno de los más prolíficos productores de textos, caricaturas e impresos en este período, muy probablemente el principal.
Para el año siguiente, León Camareno inicia “El Santiago Cómico”, en donde un dibujante que firma Tila publicaba una novedosa historieta con continuidad en cada número, sobre las desventuras de tres pobres artistas: un músico, un poeta y un pintor. Desde abril circula también “Don Cristóbal”, así llamado por el famoso títere del siglo XIX, con redacción e ilustraciones de Allende y Rojas. Su temática principal e inevitable fue sobre los graves conflictos entre los poderes ejecutivo y legislativo.
Habría resultado imposible para el gobierno avanzar o, quizá, mantenerse en el mando siquiera con la mayoría opositora legislativa. Con intervención y todo, sin embargo, las fracciones quedaron bastante equilibradas respecto a lo que algunos estiman como sus proporciones reales. En nada contribuyó a la paz la hora de elegir sucesor, al aproximarse ya las presidenciales: Balmaceda tenía por favorito a su ministro Salvador Sanfuentes, solo con el sectario y reducido apoyo de los liberales gobiernistas, pues el resto de los partidos lo rechazaron al unísono aumentando la distancia con el gobierno.
Formada así una monolítica oposición en el Congreso por liberales opositores y conservadores, unidos en su interés de hacer caer al régimen, los parlamentarios echaron mano a un recurrido recurso de la política sucia: sabotear financieramente al gobierno, al no autorizar el cobro de contribuciones. En respuesta y sin consultar al Legislativo, Balmaceda ordenó que rigieran para ese período los mismos montos de la Ley de Presupuestos del año anterior.
"¡También ellos!", caricatura anticlerical del periódico "Pedro Urdemales", en 1891.
Caricatura del artista y maestro Alfredo Valenzuela Puelma, mostrando el saqueo de Concepción del 29 de agosto de 1891, durante la Guerra Civil. Legado testamentario Germán Vergara Donoso.
La supuesta imagen del cuerpo de José Manuel Balmaceda después de su suicidio, según fotografías que circularon posteriormente en medios impresos. Se supone que lo mostraría tal cual estaba antes de ser envuelto en mortajas y enviado al Cementerio General.
Es bien sabido lo que sucede a continuación: la ruptura instantánea, seguida de la desautorización del Congreso que acaba apartado por el gobierno, el que rige desde ese momento como dictadura. Waldo Silva y Ramón Barros Luco, presidentes del Senado y de la Cámara de Diputados respectivamente, dan inicio a la asonada de 1891 en el Norte Grande, con el apoyo de la Armada y la dirección del capitán Jorge Montt Álvarez, formando la junta revolucionaria. Ya derrocado en los hechos y refugiado en la legación argentina (gracias a su amistad y cercanía con el embajador José Evaristo Uriburu), Balmaceda permaneció allí hasta el día en que terminaba formalmente su período, suicidándose de un tiro en la sien el 19 de septiembre y dejando redactado su dramático “Testamento Político”, tal vez uno de los más claros, elocuentes y visionarios testimonios de la historia del pensamiento político en Chile.
Los pasquines y gacetas, por supuesto, tenían sus posiciones claras al comenzar la infausta revolución y mantuvieron sus hilos de crítica y denuncia que movían la pluma en la caricatura y sátira política, en plena guerra y aun después. La “Lira Popular”, por ejemplo, se refirió largo tiempo a la masacre de congresistas en Lo Cañas, el 17 de agosto de 1891. El sentimiento de desazón, en cambio, se representaba bien en medios como “El Correo Literario”, verificándose después en una imagen hecha por el maestro Valenzuela Puelma sobre el saqueo de Concepción del 29 de agosto. Allí vertía culpas al clero, con una triste alegoría de muerte y pillaje.
Entre los impresos de caricatura política del bando victorioso, celebró “El Fígaro” de Camareno y el misterioso Tila; y el “Santiago Cómico”, desde el cual los mismos creadores apoyaron al flamante gobierno de Montt, iniciando la República Parlamentaria. Informa Montealegre que, más tarde, Tila cambió al relato policial, dejando la sátira política aunque sin abandonar su característico humor negro.
Los que habían apostado al bando balmacedista, en cambio, como “El Recluta” fundado por Allende, pagarían cara esta lealtad: fue destruida la imprenta y salvó milagrosamente de ser fusilado gracias la presión social, aunque debiendo salir al exilio tras este roce con la muerte. Irónicamente, Allende había sido uno de los grandes opositores editoriales de Balmaceda, hasta el estallido de la guerra, cambiando al bando contrario a los congresistas. Varias otras propiedades de los balmacedistas no pudieron salvarse de la ira colérica, vengativa y saqueadora que sobrevino a la caída del gobierno.
Hubo publicaciones del período inmediatamente posterior a la guerra, como “El Látigo” y “El Rastrillo”, pero marcaron la excepción por su corte conservador y clerical. Allende, en tanto, regresó a Chile y fundó con Rojas otro intento: el “Poncio Pilatos”, que con “La Ley” se sumó a la frecuencia anticlerical. Ya en 1895, aparece “La Revista Cómica” que circuló hasta 1899 a cargo de Rojas, armado de su propia imprenta. Destacó su formato novedoso y profesional de humor gráfico, superando a la mayoría de las publicaciones anteriores y adoptando los primeros modelos de humor picaresco vistos en impresos chilenos. Su personaje símbolo era un pierrot.
Y entre aquellos últimos periodiquitos satíricos y de caricatura del siglo XIX aparece “El General Pililo” (“Jeneral”, en la ortografía de época) en el período de elecciones de 1896, de corta duración. Otro “General Pililo” es lanzado en 1902, pero sin relación lineal con aquel. “El Payaso” sale de imprentas en 1897, impreso a color; “El Búcaro Santiaguino” lo hace en el año siguiente, dirigido por Luis Enrique Gutiérrez; y en 1899 es turno “La Revista de Santiago” ilustrada por Emilio Dupré, quien firmaba Del Prado.
Como la agresividad persistía en contra de la Iglesia en las prensas, en 1894 había tenido lugar un nuevo llamado a detener la ola de publicaciones anticlericales, ahora por parte del arzobispo Mariano Casanova. En lugar de los resultados que esperaba, se acrecentaron los ataques: Allende, en una astuta jugada, cambió el nombre del “Poncio Pilatos” al de “Don Mariano Casanova”, burlándose de la autoridad eclesiástica mientras duró su publicación, hasta el verano de 1896.
A esas alturas, gran parte de la lucha entre folletos ya no era solo por temas ideológicos o políticos, sino también por la competencia de mercado mantenida entre sí. La profesionalización del medio impreso y la recuperación del sentido común tras los funerales de Balmaceda (que estaban pendientes desde su muerte), apaciguaron bastante la mordacidad temeraria de los caricaturistas y el sarcasmo de los poetas, aunque no su sentido de burla. Sin embargo, el comportamiento siempre irresponsable y conflictivo de las clases políticas, más las nuevas tensiones diplomáticas que vendrían después con países vecinos, dieron inagotable material y posibilidades para la ironía y el ataque propinado desde esas páginas. Así, la sátira del siglo XX persistiría con otros actores y otros medios, alcanzando su edad de oro tiempo después con revistas como “Topaze”.
Como sucedió en las crisis anteriores de la Independencia y el advenimiento del régimen portaliano, y del siglo siguiente como la caída de la República Parlamentaria y la ruptura institucional de inicios del setenta, las publicaciones violentas y agresivas sirven a la historia como un eficiente termómetro ambiental, verificador de ánimos. Algo así como el "barómetro" que presentaba años más tarde el profesor Topaze.
Quedará para el debate de los historiadores que se lleguen a interesar, sin embargo, juzgar si la agresividad de la sátira editorial de fines del siglo XIX fue solo una manifestación más de los odios que se desencadenaron en la Guerra Civil, o si acaso era parte del propio combustible de sustrato que precipitó tan graves y trágicos hechos... Además de cuánto puedan parecerse a nuestra época, cuando hacemos exactamente lo mismo pero con recursos como videos virales y memes. ♣
Comentarios
Publicar un comentario