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UN TEATRO PIONERO EN LA RECONQUISTA, EN MERCED CON MOSQUETO

 

Retrato de don Francisco Casimiro Marcó del Pont, en las colecciones del Museo Histórico Nacional. Fundador del teatro de Merced con Mosqueto durante la Reconquista.

Hubo un lugar en particular, ubicado en las entonces llamadas calle de la Merced con la del Mosqueto, que habría acogido a un teatro en teoría mucho más espacioso y cómodo que los previos intentos de abrir coliseos escénicos, aquellos a cielo abierto. Por sus características, para muchos corresponde a la auténtica sala teatral más antigua de la historia de Chile y no a los viejos corrales de comedias; el primer recinto de su tipo en el país.

Aquel teatro había sido habilitado en lo que fue, previamente, una residencia particular de la misma esquina poniente, en el lugar que después ocuparía la casa número 43, más tarde actualizado a Merced 509 y que en nuestros días se puede reconocer por estar dominada por un simple inmueble con locales comerciales en su zócalo. Y aunque se lo asocia especialmente a la actividad en el período de la Reconquista, algunas reseñas dan a entender que las primeras presentaciones en él eran las mismas que se remontaban a los tiempos de la gobernación del presidente Luis Muñoz de Guzmán (1802-1808) o antes, siendo reinaugurado con grandes comodidades para el público por la compañía de Nicolás Brito. En tal caso, habría alcanzado a ser contemporáneo al teatro de la cercana calle de Las Ramadas, del empresario volatinero argentino Oláez y Gacitúa.

Mario Cánepa Guzmán se refiere así al lugar en la “Historia del teatro chileno”, pero relacionando su historia con el anterior de Las Ramadas, recién mencionado:

Este teatro de Merced con Mosqueto, funcionaba bajo la empresa de Joaquín Olaes y Gacitúa, que en Buenos Aires había sido acróbata, pero aquí no pudo volar muy alto porque en su labor se vio envuelto en una serie de líos judiciales con sucesivos socios que entusiasmó para mantener un teatro estable, pero que los malos negocios lo llevaron a no cumplir con los compromisos contraídos con ellos. Incluso, para tentar suerte, realizó una gira por Concepción, Talca y Curicó, donde permaneció año y medio (1806-1807).

Similar información hallamos en la “Histórica relación del teatro chileno”, de Benjamín Morgado:

Desde comienzos de 1800 funcionaba otro teatro en la calle Merced esquina de Mosqueto. Era una sala pequeña, con una hilera de 18 palcos en el primer piso. Como en el teatro de Las Ramadas, en este se prohibía también la venta de bebidas y se le solicitaba a la concurrencia que mantuviera el decoro y la formalidad. Se prohibía que las mujeres fueran tapadas y el uso de disfraz o mascarillas en los hombres.

Una compañía formada con aficionados y algunos profesionales llegados de Buenos Aires, funcionó hasta la Navidad de 1816. Las representaciones se hacían cada diez o quince días y el repertorio era una mezcla de toda clase de obras: “El desdén”, de Moreto, “Marco Antonio y Cleopatra”, de Shakespeare, se confundían con los sainetes “Los locos de marca mayor”, “El abate albañil”, “El maestro de escuela” y otros.

Aun si Oláez y Gacitúa hubiese tenido esta relación con el teatro de Merced o la correspondencia es solo de continuidad con el que tuvo el mismo empresario en Las Ramadas, extraña que ciertas opiniones confundan ambos establecimientos de la misma manera que este es relacionado erróneamente con el posterior de Domingo Arteaga, inaugurado en la misma calle santiaguina pero ya en los tiempos del gobierno de don Bernardo O’Higgins, en plena Independencia.

Cánepa Guzmán, sin embargo, distingue perfectamente entre sí a los teatros que exitieron en tiempos coloniales tardíos en el denominado Basural de Santo Domingo (actual sector del Mercado Central), en Las Ramadas y en calle Merced. De sus estudios se desprende que este último también funcionaba desde los años coloniales finales, antes del despertar de la ola emancipadora. Indica además que, tras la exitosa temporada de presentaciones arregladas por Juan Egaña en el teatro antiguo de la Plaza de las Ramadas en 1804, el gobierno se mostró deseoso de fomentar la actividad y contrató a la brevedad una compañía francesa que andaba de paso por Santiago, para que se presentara ahora en Merced con Mosqueto, precisamente. Lo mismo aparecía consignado por José Toribio Medina en su “Historia de la literatura colonial de Chile”.

Agrega Cánepa Guzmán, sin embargo, que aquel conjunto teatral galo no debe haber sido muy bueno, porque un anónimo poeta satírico de entonces se burló así de la compañía:

Traían estos postizos
cómicos de estilo nuevo
arroba y media de sebo
entre pingajos de rizos.
de forma que para visos,
de esta femenil matraca,
hace tan extraña saca,
que apuran el matadero,
los rebaños de carnero
y las infundias de vaca.

Sin embargo, se ha adjudicado al gobierno de don Francisco Casimiro Marcó del Pont, ya en los tiempos de la Reconquista, el mérito de adaptar y disponer del teatro de calle Merced como un edificio con auténticas características de sala de comedias. Sería, de esta manera, el primer recinto chileno con rasgos concretos de teatro moderno, propiamente tales: con platea bajo techo y cerrado, lejos de los patios abiertos, los corrales y canchas con escenario que habían servido a la cartelera de las obras hasta aquel momento, para la diversión más culta.

Tratándose de uno de los hitos históricos más importantes del espectáculo teatral en Chile, entonces, se hace necesaria esta detención un poco más extendida en torno al mismo hito.

Acaso continuando con una obra que habría iniciado Mariano Osorio según deducen autores como René León Echaíz y Manuel Acuña Peña, o bien llegando solo a cortar cintas inaugurales, el ostentoso último gobernador español de Chile entregaría a la ciudad aquel primer espacio con características rotundas de sala teatral. Quizá se trate también los antecedentes más remotos en el perfil cultural ofrecido por el actual Barrio Bellas Artes del cerro Santa Lucía. Marcó de Pont también abolió los impuestos que pesaban sobre la actividad, evidentemente buscando fomentarla.

El palacio del Real Tribunal del Consulado, en donde tuvo lugar la reunión y formación de la Primera Junta Nacional de Gobierno, el 18 de septiembre de 1810. Imagen de la Biblioteca Nacional Digital.

Costado oriente de la Plaza de Armas de Santiago, hacia el sector de las actuales 21 de Mayo y Monjitas, a mediados del siglo XIX.

Ilustración de un viejo corral de comedias, formatos previos a las salas o cámaras teatrales modernas  cerradas. Fuente imagen: lclcarmen, blog de lengua y literatura.

Sector de calle Merced con Mosqueto en el "Plano de la ciudad de Santiago capital de la República Chilena", del francés Juan Herbage, 1841. El teatro de Marcó del Pont es un antecedente de las actividades artísticas que identifican actualmente a aquel barrio entre el cerro Santa Lucía y el Palacio de Bellas Artes.

Como es conocido, Marcó del Pont era un reconocido gran admirador del teatro, además de alimentar un desagrado mutuo con los gustos plebeyos, llegando a prohibir el carnaval y las carnestolendas en general, en 1816. De las palabras de Cánepa Guzmán, se colige que el mismo teatro abierto que existía a inicios del siglo XIX debió ser el que se reacondicionó y mejoró justo cuando asumía la última autoridad colonial, dejándolo convertido en sala dramática y absorbiendo la actividad que se había realizado antes en el teatro de Las Ramadas y otros espacios menores:

Don Casimiro Marcó, que pasó a nuestra historia por las chanzas de que lo hizo objeto Manuel Rodríguez y por las crueldades de San Bruno y el sargento Villalobos, también fue un entusiasta del teatro. Como primera providencia mandó techar el Coliseo de Merced con Mosqueto y así se pudo, por primera vez, realizar temporadas en invierno y verano.

Con esa notable particularidad, entonces, había sido reinaugurado el 24 de diciembre de 1815 con la Compañía de Comedias de Brito y Morales, a partir de las 8:30 de la noche, como anunciaba la “Gaceta del Gobierno de Chile”, conocida también como “Gaceta del Rey”, del 21 de ese mes:

El domingo 24 del corriente, se abre el coliseo provisional de esta capital, en que se presentará la famosa comedia titulada El Sitio de Calahorra o la constancia española. Su primer galán Nicolás Brito y la primera dama Josefa Morales, que con tanta justicia han merecido siempre los aplausos de todas las personas de buen gusto, es de esperar hayan perfeccionado las gracias con que los dotó la naturaleza, y que den a los espectadores una noche digna de la ilustración de nuestro siglo.

La música será la más apta y mejor que pueda proporcionarse.

Y se cerrará la función con el gracioso sainete titulado El Chasco de las Caravanas.

Vemos que la "Gaceta" no lo presenta como un teatro definitivo, sin embargo, lo que puede acusar la persistencia de algunas incomodidades no resueltas para la actividad en el lugar que se había escogido como local teatral. Por su lado, observa Miguel Luis Amunátegui algo interesante en su "Los orígenes del teatro en Chile": el hecho de que ese aviso hable de Brito y Morales como personas ya conocidas en el público, sugiere a todas luces que se habían presentado con frecuencia antes en otras obras en Santiago. Sospecha que podrían coincidir con las que figuraban en un documento manuscrito que fue propiedad de don Luis Montt, todas ellas ofrecidas con motivo de la coronación de Carlos IV.

Más tarde, a partir de la segunda función, se presentó “El Emperador Alberto I y la Adelina”, de Antonio Valladares de Sotomayor, y el sainete “Los locos de mayor marca”, el 14 de enero de 1816. Llegaron a aquel teatro más obras como “La virtud triunfante de la más negra traición”, que el 2 de febrero se presentó con el anterior sainete. Para el Viernes Santo, 12 de abril de ese mismo año, la “Gaceta del Rey” informaba ahora que la compañía cómica había sido autorizada a presentarse el Domingo de Pascua, decisión quizá un tanto audaz para la época.

También se ofreció allá la tragedia “Marco Antonio y Cleopatra” de Francisco Leiva, la comedia de figurón “La criada más sagaz” y el sainete “El abate y el albañil”, por la propia primera dama Josefa y a beneficio suyo. Después, vinieron la comedia de Moreto y Cavana titulada “El desdén, con el desdén” y el sainete “El maestro de escuela”.

Marcó del Pont, en tanto, había pedido un muy decorado y suntuoso palco propio en el teatro. Por decreto del 12 de julio siguiente también autorizó una fonda dentro del recinto a petición de la compañía, específicamente en el patio principal. Dicho establecimiento se abrió para los fumadores, principalmente, quedando habilitado al público el domingo 14 siguiente. Debe recordarse que era una época en que había aún muchas restricciones a la diversión popular, además, aunque abriéndose estas pequeñas ventanas de aire fresco entre las ofertas de espectáculos más doctos.

Poco antes, la “Gaceta del rey” del día 5 había llamado a todos los señores que habían tomado las lunetas en el mismo teatro para que fueran, al día siguiente desde las diez de la mañana, a entregar las llaves y pagar las deudas entre quienes no querían seguir usándolas. Los que las desearan, debían pagar por adelantado.

A pesar de su compromiso con el teatro, Marcó del Pont no se libró de una experiencia muy desagradable allí, fuera de los feos rumores que corrían sobre su exceso de admiración por la actriz Pepa Morales. Sucedió una vez que, mientras un actor comenzó a ser pifiado por el público, un muchacho imprudente aulló con desprecio y entusiasmado con el griterío: “¡Que le lleven a Santa Lucía!”. Se refería a las fortalezas del cerro, en donde el mismo gobernador enviaba a trabajos forzados a los patriotas hechos prisioneros, castigo que fue simiente de leyendas oscuras sobre ese lado del peñón, en épocas posteriores. Considerando aquella alusión una ofensa hacia su persona, entonces, el gobernante hizo apresar al irreverente joven en el teatro y así resultó siendo él quien terminaría en las obras del cerro, castigado durante seis meses.

Don Casimiro era implacable haciendo cumplir tal castigo. La misma sanción y en el mismo cerro habría tenido poco después un imprentero de la "Gaceta del Rey", según se cuenta, cuando en la edición del 17 de enero de 1817 el periódico que debía referirse al "inmoral Rodríguez", refiriéndose al guerrillero patriota don Manuel, apareció con la errata (o acaso deliberada alteración) "inmortal Rodríguez", cosa que enfureció al gobernador. Pero el infeliz trabajador tendría un golpe de suerte: alcanzó a pagar apenas una fracción de la cadena, ya que sería liberado después del triunfo de Chacabuco, en menos de un mes.

En agradecimiento a todas las consideraciones y generosidades de Marcó del Pont, la compañía de comedias del mismo teatro dedicó a su persona, el 4 de octubre en su cumpleaños 51, la obra “El valiente justiciero y rico-hombre de Alcalá”. Solo diez días después, en el aniversario de Fernando VII, se realizaron varias otras fiestas en las que también tuvieron protagonismo la compañía y la sala de teatro.

Ninguno de los partícipes de aquellos hechos históricos de las artes escénicas nacionales sabía, en aquel momento, que transitaban ya por los últimos meses que quedaban al dominio español en el país, pues la odiosidad de Marcó del Pont, sus políticas represivas y su falta de talentos como estadista, sumadas al desprecio popular por los talaveras y los funcionarios reales, no tardaron en alimentar los sentimientos revolucionarios que prepararon el ánimo general para recibir la definitiva ola de la Independencia.

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