Humberto Guzmán (ganador por retiro de aquel encuentro) y Kid Langford en el Hippodrome Circo, en portada de revista "Los Sports" del 27 de febrero de 1925. Fuente: MemoriaChilena.
El sector riberano en La Chimba de Santiago, en el lado norte del actual barrio Mapocho, fue conocido en el pasado por concentrar actividades recreativas de gran convocatoria popular, como funciones hípicas, deportivas, circenses y espectáculos en general. Y un espacio particularmente interesante para la historia del boxeo nacional estuvo justo al lado, en la calle Artesanos llegando a avenida La Paz, aunque se hace preciso contextualizar su aparición.
Las funciones ecuestres para recreación popular se realizaban desde la Colonia, pero no fue sino hasta 1827 que hace su primera visita la compañía inglesa Circo Ecuestre de Nathaniel Bogardus. Regresaron en 1840, esta vez con muchos más animales que solo caballos. Posteriormente, un hipódromo con arena de espectáculos fue fundado en 1873 cerca de la entrada de La Cañadilla, actual calle Independencia. Estuvo relacionado también con los orígenes de la actividad circense en Chile y con los primeros volatines que expusieron bestias exóticas en el país, como anota Carlos Lavín en su libro sobre La Chimba. Cerró en los albores de la Guerra del Pacífico, acabando demolido y reemplazado después por residencias y talleres que se instalaron en parte de los terrenos de la ex quinta.
También estuvo en el barrio un célebre Teatro Circo Nacional en el otro sector ribereño, instalado provisoriamente en donde después se levantó la Estación Mapocho. Todavía existía en 1893 el cercano el Circo Inglés, y luego el Circo Ecuestre Bravo, que hacia 1904 tenía su carpa en Bandera con Mapocho. Y enfrente del Puente de los Carros, por donde hoy está el Mercado Tirso de Molina, en 1909, tenía sus instalaciones el Circo Echiburú. También se sabe de un teatro popular y centro de eventos en calle Salas llegando a Artesanos, inicios del siglo, antecedente del mismo lugar que aquí veremos. Incluso se pretendió construir allí un gran edificio del Teatro Nacional hacia el Centenario, en el cuadrante que corresponde ahora al Mercado Tirso de Molina.
Sucedió así que, también hacia 1910, las varias carpas de circos y las canchas ecuestres del lugar estaban sirviendo también para exhibiciones de boxeo inglés, con un cuadrilátero al centro y galerías dispuestas alrededor, al típico estilo de anfiteatro deportivo. Todo el barrio del Mercado de la Vega había ido adquiriendo esta característica, de hecho, con auditorios de pista central que por entonces ya eran llamados circos, corrientemente, tuviesen o no espectáculos cirqueros derivados del antiguo volatín. Dos clubes de puño y pantaloncillo estuvieron tempranamente también en aquella orilla del Mapocho, además: el Strong Man y el Very Strong Man, que comenzaron a concentrar en este sector gran parte del quehacer pugilístico barrial. Desde ahí, entonces, el boxeo fluiría hacia otros teatros y centros de espectáculos que también ofrecían jornadas y veladas de peleas en la ciudad.
Concluido el preámbulo, entonces, podemos explicarnos el porqué de la aparición en Artesanos 725 (corregida después al 845) entre La Paz y Salas, de un célebre y casi mítico centro de eventos con nombre de simultánea evocación hípica y circense: el Hippodrome Circo, también llamado Hipódromo Circo y Circo Hipódromo. Y aunque fue usado paralelamente como teatro, centro de espectáculos y cinematógrafo, el deporte del boxeo se hizo su definitiva gran credencial ante la historia urbana y social de Santiago.
El singular primer coliseo pugilístico techado y cerrado de la ciudad estaba justo enfrente de la Plaza de los Artesanos, espacio actualmente ocupado por el Mercado del Tirso de Molina y la plaza del mismo nombre. En alguna época, además, este sector del mercado y la plaza fue un famoso conjunto recreativo abierto: el Luna Park, sede de varios otros circos y de un centro de diversiones con el mismo nombre.
El popularísimo y concurrido Hippodrome Circo pertenecía, inicialmente, a la sociedad de rentas de la Cooperativa Vitalicia, fundada en 1907 y que estuvo también en los orígenes de la Radio Cooperativa. Fue un impulso enorme y principal cuartel para la actividad pugilística en Santiago con noches inolvidables de matchs, emoción, aplausos, apuestas y pifias. Además, su espacio permaneció como centro de eventos artísticos y populares, en especial los relacionados con el propio ambiente del barrio, sus trabajadores y residentes.
El
cuadrilátero del Hippodrome llegó a ser de fama internacional, visitado por los gladiadores que pertenecían a las generaciones precursoras del
pugilismo nacional pero incluyendo a muchísimos exponentes extranjeros, además
los productores y los cazadores de talentos, volviéndose así el recinto
boxístico más concurrido de su época y las justas se realizaban allí
principalmente los sábados, mientras que los viernes eran de las peleas de
aficionados y a precios populares. El griterío del público era imparable en aquellas noches olvidadas de Santiago.
Postal fotográfica coloreada de Mapocho, de Adolfo Conrads, cerca del Centenario Nacional. El Hipódromo Circo se ubicaba hacia la izquierda, cerca de donde se distinguen los dos largos galpones gemelos de la Compañía de Ferrocarriles (hoy ocupados por el Mercado de la Vega Chica) en calle Artesanos. El complejo deportivo estaba en la cuadra vecina del mismo barrio.
Filiberto Mery y Orlando Sánchez, listos para un match de 1923 en el Hippodrome, con el
referee Juan Livingstone al centro, padre del deportista y comentarista deportivo Sergio Livingstone y figura de gran importancia también en los orígenes del fútbol chileno.
Retrato de los pugilistas Floridor Pino y Benito Vergara, antes de una pelea entre ambos en el Hippodrome Circo, año 1925.
Izquierda: Willie Murray en 1929, posando antes de la velada en la que se enfrentó con Johnston González en el Hipódromo Circo. Derecha: el peruano Alberto Icochea en el Hippodrome, listo para enfrentar también en 1929 a José Concha, a quien derrotó en aquella velada.
Pelea entre Benito Vergara y Floridor Pino en el Hippodrome Circo, anunciada por la revista deportiva "Los Sports" de julio de 1925.
El célebre comentarista deportivo Renato González Moraga, o Mister Huifa para la posteridad, fue un imperdible asistente de aquellas memorables peleas en los reinos veguinos, recordando con emoción sobre las mismas:
…allí el arte de la defensa propia sentó sus reales y fue el amo por muchos años. Las noches del sábado eran tradicionales y la gente estaba ya tan acostumbrada a ello, que muchos aficionados llegaban al local sin conocer siguiera el programa. En el momento de tomar las entradas le preguntaban al boletero: “Oiga, ¿y quiénes pelean esta noche?”. Era una cita de honor para los seguidores del boxeo esa de las noches del sábado. Y conste que había peleas hasta el domingo por la mañana. En esas reuniones “de misa” la entrada se pagaba con envoltorios de cierta marca de caramelos. También en esas reuniones eran muy populares los llamados battle-royal, en los que subían al ring, con las manos enguantadas, unos diez o doce chiquillos que repartían trompadas para todos lados y así iban, uno a uno, quedando fuera de combate. Estos battle-royal solían hacerse con los ojos vendados y eso entretenía aún más a los espectadores.
Lo cierto es que el Hippodrome Circo fue el primer hogar verdadero que tuvo el boxeo en Chile y allí se realizaron, ya en los años 10, los encuentros más importantes de esa época.
Por supuesto, por razones de justicia histórica debemos ubicarnos cronológicamente en los orígenes del boxeo profesional chileno para comprender la importancia del club, cuando comenzaban a aparecer los primeros rings y gimnasios que intentaban derrotar la precariedad material con la que se había iniciado la actividad en el siglo anterior. Muchos factores influyeron positivamente en esto.
También es importante considerar que el empresario Felipe Zúñiga instaló, a la sazón, una fábrica de guantes de boxeo en el sector de Recoleta, en calle Domínica, más un espacioso gimnasio con varios adelantos en maquinarias e implementos para los boxeadores chilenos, facilitando el perfeccionamiento deportivo.
Había sucedido, además, que desde aproximadamente 1910 estaba en cuasi prohibición el boxeo en Buenos Aires y solo podía practicarse en forma reservada e incluso clandestina, en ciertos casos. Esto significó que los campeonatos argentinos muchas veces resultaran caóticos, con peleadores fantasmas, “paquetes” y sin respetarse siquiera los pesos de los contrincantes ni los ajustes a las categorías, además de los problemas que representaba para el negocio la dificultad de convocar público. Por esta razón, Santiago se había convertido accidentalmente en una ciudad apetecida en toda América del Sur para practicar el deporte, luego que muchos pugilistas platenses y del resto del continente viajaran para pelear a la capital chilena convirtiéndola en “La Meca del boxeo”, al decir de Mister Huifa, con el Hippodrome Circo a la cabeza de los principales espacios disponibles:
Abelardo Hevia, Víctor Contreras, dos wélters aguerridos, boxeadores fuertes y resistentes, con mucho de lo típico del peleador chileno, fueron grandes animadores de esos años en que el pugilismo criollo se encumbraba en Sudamérica; y cuando el boxeo se abrió paso en Buenos Aires, allá fueron ellos y entusiasmaron, más que por su técnica, por su bravura indomable. Los boxeadores chilenos cobraron fama de valientes en aquellos años, pero se ignoraba allá que en Chile comenzaba a aflorar el pugilismo científico, la habilidad que es capaz de superar la fuerza bruta y que comenzó a tener su confirmación en los años venideros. Por lo demás, el deporte se iba organizando, la Federación controlaba sus actividades, especialmente en Santiago y Valparaíso, ya que era más difícil establecer su dominio en las provincias. Por otra parte, ya al final de los años 10 empezó a florecer con mucha fuerza el boxeo amateur en los diversos “centros de box” que fueron naciendo en gran cantidad en todos los barrios de la capital.
La Federación Chilena de Boxeo a la que refiere el periodista, fue fundada por escritura del 1° de mayo de 1915, como consecuencia del creciente interés en la actividad. Y luego, en 1916, llegó hasta Santiago para dar cátedra de pelea en vivo el campeón uruguayo medio pesado Ángel Angelito Rodríguez, en otro notable avance del gremio. Al mismo tiempo, muchos extranjeros se reclutaban en el moderno gimnasio del señor Zúñiga, para entrenar en alto nivel.
El Hippodrome no estaba solo en el barrio riberano: otros famosos centros de la actividad en el sector fueron el ring del Raab Recoleta y el Teatro Circo Independencia. Sin embargo, el coliseo de calle Artesanos tuvo un rasgo único de identificación con las clases trabajadoras de los mercados y los fanáticos a ultranza del boxeo, por lo que podemos imaginar su ruidoso ambiente en las galerías, de seguro sin ausencias de alcohol, humo de cigarrillos, envites y apostadores. Fue memorable en él, por ejemplo, una pelea del sábado 14 de junio de 1919 entre los pesos pesados Andrés Balsa y el estadounidense Calvin Respress, con don Guillermo Matte como árbitro. También se contaba que entre los próceres del Hippodrome estuvo el porteño Juan Budinich, quizá el más importante de estos pioneros hasta la migración del gremio al Teatro Caupolicán y el Estadio Chile. Con otro precursor de la disciplina del cuadrilátero en Chile como era Joe Daly, había fundado en 1902 un boxing club en Merced con Mac-Iver, que reclutó una gran cantidad de alumnos, principalmente de clases acomodadas.
Coincidió que, en 1921, casi encima de la organización del campeonato sudamericano a celebrarse acá, la división chilena de boxeo se fracturó en dos entidades enfrentadas por sus intereses y mezquindades: por un lado, la Asociación de Centros de Box, y por otro, la Federación de Box de Chile. Esta última se mantuvo bastante cercana al Hippodrome Circo y a sus actividades, realizando allí las jornadas de prueba y reclutamiento amateur. Sin embargo, como ambos grupos actuaban por separado, tanto la Federación como la Asociación fueron con sus propios peleadores a un campeonato brasileño al poco tiempo, debiendo coordinar salomónicamente la cantidad respectiva de miembros de los equipos para evitar que los pugilatos terminaran siendo entre los propios chilenos de la organización.
En 1923 se midieron en el anfiteatro de Artesanos los púgiles Juan Beiza y Manuel Sánchez, quienes habían saltado a la fama precisamente en los rústicos primeros cuadriláteros de Mapocho. Sánchez, en efecto, debutó peleando allí hacia 1914 y, según recordaba, “gané cinco pesos y me robaron las zapatillas”. Partió después a Europa con el campeón Heriberto Rojas, otra estrella conocida en el Hippodrome, pero sus perspectivas se vieron truncadas de inmediato al encontrarse en una Francia totalmente sumida en la guerra.
También pelearon en aquellas noches inolvidables para los protagonistas del Hippodrome los púgiles Dionisio Araya y Nicanor Flores; Filiberto Fili Mery y Orlando Sánchez; el temido campeón nacional Víctor Contreras, contra el no menos reverenciado Mario Beiza; Humberto Plané y Antonio Salas; Manuel Contreras y Luis Gómez; Willie Murray (norteamericano de origen y chileno por opción) y Wenceslao Duque Rodríguez. Todos estos encuentros ya eran organizados, a la sazón, por la firma concesionaria del empresario Ángel Tagini, quizá el primer productor local realmente importante del rubro boxeril y quien estuvo ofreciendo galas de ganchos, guardias y fintas hasta el final de esta casa chimbera de peleas.
Árbitros regulares de los encuentros fueron, entre muchos otros, el mencionado señor Matte y sus colegas De la Barrera, Anguita y O. Rodríguez. También estuvo Juan Livingstone como referee, padre del popular arquero y comentarista deportivo Sergio Livingstone Pohlhammer. Corresponsales como el mismo Mister Huifa no se perdían los asaltos, ni productores como Alfredo Ratinoff o Jack Martínez, siendo este último el que trajo a Chile al aterrador panameño el Negro Gunboat Smith para medirse con el campeón chileno Humberto Saavedra, en otra jornada memorable de combos en el Hippodrome.
Tampoco estaban ajenos a aquellas noches los folcloristas, tradicionalmente adictos al barrio bohemio y pecaminoso de los mercados, como el entonces muy joven Mario Catalán Portilla y el popular poeta Lázaro Salgado, ambos vinculados al ambiente de La Vega Central. El maestro Nano Núñez, por su lado, cantaba con Los Chileneros la nostálgica cueca “Los campeones”, cuya letra fue transcrita para la memoria futura por el periodista Julio Fernando San Martín. La canción recordaba esos años de verdadera epifanía en el antiguo centro del barrio Luna Park, de los que don Nano fue testigo privilegiado:
El viejo Hipódromo Circo,
era el punto de atracción,
cuna de grandes campeones,
paladines del mentón.
Dentro de las doce cuerdas,
los de batalla,
don Firpito, El Tomeri;
Carlos Uzabeaga.
Carlos Uzabega, ay sí,
de mechas tiesas.
era Santiago, mosca
Juanito Beiza.
Sin cachitos, ni dados,
lindos knot out
Sobrevivieron pocas descripciones del aspecto que tenía el Hippodrome, sin embargo, y las fotografías que quedaron en revistas deportivas son, por lo general, interiores de encuadre cerrado. Se hablaba antaño de una sala-galpón con gradería cubierta y escenario central en donde estaba el cuadrilátero, accediéndose a él por entre unas mamparas. Se lo definía como un local amplio en “Los Sports” de los años veinte; y en otra ocasión como de “amplias aposentadurías”. A un costado o atrás de este espacio, había un patio o bien una cancha o salón deportivo menor hacia el lado de calle Salas, no sabemos si techada o descubierta, aunque también se ocupaba parte de ella en los eventos que se desplegaban en él. Incluyeron presentaciones de orquestas en vivo, fiestas, banquetes y celebraciones, además de exhibiciones de artistas, comediantes y acróbatas durante los días de semana.
Podemos colegir, entonces, que el recinto era rústico y algo básico en muchos aspectos generales, pero los chimberos, veguinos, folcloristas y fanáticos del boxeo realmente adoraban este lugar, muy consistente y grato para los estándares de aquellos años. Cierta leyenda urbana decía incluso que, hallándose de visita en Chile en octubre y noviembre de 1917, el cantante Carlos Gardel visitó el Hippodrome y se animó a entonar allí algunas canciones ante el público.
Rueda de peleas amateurs anunciada en las revistas deportivas de la época, años veinte.
Teatro Balmaceda hacia 1960, ocupando el remodelado lugar que había
pertenecido al Hippodrome Circo. Imagen del archivo fotográfico del Museo
Histórico Nacional.
Aspecto que ofrecía el vetusto edificio de la sala teatral hasta hace algunos años. Hoy su estado es de mayor deterioro.
Otro recuerdo de mejores tiempos: el peruano K. O. Brisset en su camarín, antes de enfrentar y perder ante el vasco Argote en 1930, en el Hippodrome Circo.
Cabe recordar, por otro lado, que el barrio era particularmente bravo en esos
días, solo para valientes y héroes en ciertos horarios, pues el ambiente de
gañanes, prostitutas y tipejos belicosos muchas veces hizo correr sangre por los
adoquines y soleras. A pesar de esto, el Hippodrome convocaba a las muchedumbres
en las horas nocturnas, tan suyas por más de dos décadas. Famosas resultarían
sus peleas de los años veinte entre Benito Vergara y Floridor Pino, y la de
Humberto Plané con Armando Vagas; luego Plané y Abelardo Bulldog Hevia;
Humberto Guzmán y Juan Salazar; Víctor Contreras y Esteban Gallardo; el cubano
Kid Charol y el chileno Pablo Muñoz. Poco después, el mismo Negro
Charol se mediría allí con Murray. También se volvió la sede de los Campeonatos Escolares de Boxing, que arrojó al circuito nuevas y exitosas estrellas del deporte.
La empresa de Ratinoff, por su parte, organizó en el coliseo un gran match entre Respress y Smith, en 1925. También había ocasión en la agenda para encuentros de beneficencia, como sucedió con un evento organizado para ayudar a un estimado manager y masajista del gremio llamado Antonio del Valle, ese mismo año. Y hubo exhibiciones de otros deportes de contacto, como la del joven fisicoculturista y campeón de lucha grecorromana el palestino Abdul Ruhman, con su par José Tallman, disciplina que también convocaba público en esos años.
Mister Huifa recordaba dos reuniones de 1927 celebradas allí entre chilenos y argentinos, consagrando a cinco campeones: en mosca, Domingo Osorio, hermano de Guillermo Osorio, otro grande de la época; Edelberto Olivencia en gallo, José Sandoval en pluma, Benedicto Tapia en mediano y José Concha en medio pesado.
En el gimnasio y oficinas del teatro, la Federación seleccionaba aficionados postulantes a la academia, organizando con ellos las eliminatorias con campeonatos de novicios. Mientras, el Club de los Ferroviarios disputaba sus olimpiadas en este mismo ring, al igual que los participantes del Campeonato Militar del Ejército. A principios del año siguiente, la revista “Los Sports” afirmaba gozosa:
El año que ya ha terminado, ha sido muy interesante en lo que se relaciona con espectáculos de boxeo. En Santiago, el ring del Circo Hippodrome, se convirtió en el escenario obligado de todos los sábados y donde debutantes, aspirantes y campeones disputaron los mejores matches.
Otros gladiadores sobresalientes de aquella arena fueron el guerrero negro William Murray, el golpeador Carlos Uzaveaga, los porteños Enrique Muñoz, José Yévenes y Felipe Carretero; el chillanejo Luis Vicentini (el Escultor de Mentones, maestro del K.O. con la derecha), Pedro Keller, Orlando Quinteros, Juan Rojas, Willie Delaney, el campeón de livianos Erasmo Martínez (“al que nunca se le reconoció su auténtica calidad”, según Mister Huifa), el hijo de españoles Diego Garrido, el magnánimo Manuel Celis, Plutarco Muñoz, Manuel Merino, el joven campeón sudamericano de aficionados Antonio Fernandito Fernández (quien arrebataría el título a Martínez), Rafael Java, Luis Briseño, Mario Valdés, Kerry Díaz, Fernando Valdenegro, Luis Garrido, José Barrera, José Firpito Sáez, Eliécer Ortega, Tránsito Villarroel, Jacobo Riffo, Johnston González, el osornino Carlos Hernández; los nortinos Norberto Tapia, Quintín Romero (minero, llevado a Europa por Federico Vergara), el incomparable iquiqueño Estanislao Tani Loayza y otros relacionados con escuelas tarapaqueñas; Alberto Downey (el Carpentier Chileno y ex ciclista destacado), Félix Mutinelli, Gilberto Balagué, Luis J. Zúñiga, Manuel Abarca, José Concha, Lorenzo Coll y Daniel Basáez; los argentinos Sebastián Balle, Venerando Gómez (quien hizo torpes despliegues de arrogancia e ingratitud con Chile, tratando de disculparse inútilmente después con sus anfitriones), Jacobo Stern, Carlos Herrera y Goliardo Purcaro; el cubano Eladio Herrera, el vasco Abel Argote y el letón John Bernhardt; los peruanos Alberto Icochea, K.O. Brisset y Dinamita Jackson; el alemán Seppel Pirltz y el italiano Bianchinni, traído también por la compañía Ratinoff. Caso especial fue Luis Ángel Firpo, querido peleador argentino y futuro campeón mundial medio pesado, cuyo nombre hasta se dio a unos guantes de boxeo vendidos por don José Dalgalarrando en su tienda de Independencia 344.
Mientras solo la noche sabatina del Hippodrome seguía siendo de boxeo a fines de
los años veinte, en matiné, vermut y veladas los programas diarios eran cómicos,
de aventuras, circo aéreo, encuentros a beneficio, proyecciones de documentales
y clásicos del cine mudo con estrellas de los años locos como Monte Blue, Anita
Stewart, Janet Gaynor, John Barrymore y Dolores y Helene Costello. En octubre de 1929, por ejemplo, tenían lugar en aquellas noches sabatinas las ruedas del Campeonato Nacional de Aficionados, con exponentes como José Turra, Celso Chahuán, José Sandoval, Juan Concha, Elías Peña, Luis Marínez, José Ríos, Alejandro Gálvez y otros jóvenes exponentes de distintas partes del país, distribuidos en categorías pluma, liviano, medio-liviano, medio, y pesado.
Pero como nada es para siempre, la muerte del Hippodrome Circo sobrevino con agonía. Se advierte cómo va perdiéndose de las publicaciones deportivas, que exaltaban solo lo mal que se veían ya sus espectáculos de peleas, con frecuencia ante una cantidad regular o escasa de público hacia 1930 y 1931. De hecho, una vez atrapado en esta espiral de la declinación, cierto corresponsal deportivo llegó a comentar que “en el momento de producirse el golpe, estaba entretenido en contar las evoluciones que daba un ventilador que está instalado cerca del ring”. Poco después, la columna del crítico de boxeo en “Los Sport” reclamaba también por la baja calidad de una pelea en el anfiteatro: “Durante los diez rounds no pelearon más de dos o tres, y el resto del tiempo lo perdieron lastimosamente lanzando golpes sin precisión y danzando con un paso de trote que por momentos desesperaba”.
No había duda, entonces: las calidades de las atracciones de ayer en el Hippodrome Circo, se iban arrastradas con el viento del tiempo.
Ya cerrado su círculo de vida, el espacio (o lo que quedaba de él) en calle Artesanos, fue adquirido y reconvertido por el empresario Enrique Venturino, futuro creador de la liga de lucha Cachacascán y del Circo de las Águilas Humanas. Remodeló el viejo centro y estableció en él su flamante Teatro Reina Victoria, luego llamado Teatro Balmaceda, iniciando otra gran etapa de la historia del espectáculo de las compañías de revistas y vodevil en Chile en los años treinta.
Para 1934, además, el boxeo santiaguino había encontrado otros lugares de acogida, como en San Pablo con Manuel Rodríguez: el célebre México Boxing Club, que ocupó sede primero en un inmueble de San Pablo y luego en donde está hasta ahora. Los veguinos siguieron siendo fervorosos devotos del pugilismo con peleas en el Balmaceda, en circos e incluso en los propios patios del mercado y los galpones cercanos. Estos comerciantes fundaron un club propio en 1950: el Fortín Mapocho Boxing Club, cuya pelea inaugural fue entre el local Humberto Marín y el visitante Juan Fuentes del Club Chorrillos, ganando limpiamente el combatiente veguino.
En tanto, se intentó trasladar la actividad del Hippodrome Circo en un nuevo club llamado El 43, en el espacio que antes perteneció al centro de eventos del Luna Park, ubicado en la plaza de enfrente. No fue lo mismo, y el negocio fracasó rápidamente… Desvanecido con todos esos nombres ilustres, títulos y galardones de toda una época, su recuerdo pasó a ser otra leyenda en la historia de Santiago y del boxeo nacional. ♣
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