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LAS PRIMERAS FIESTAS DE LA PRIMAVERA

 

Afiche de las Fiestas de la Primavera en 1917, obra del pintor Isaías Cabezón.

Señores: Esperad unos instantes
Antes de que comience la función...
Os traigo una comedia de estudiantes
Preparada detrás del telón...

(Sainete de Rafael Frontaura, premiado en las Fiestas de la Primavera y publicado en revista "Juventud" de octubre de 1918)

En cierta forma, las Fiestas de la Primavera fueron una consecuencia de las grandes celebraciones del Centenario, en una sociedad que quería seguir festejando y haciendo un hábito anual de esta clase de encuentros, cuando ya estaban en retirada los auténticos carnavales históricos tipo carnestolendas. En otra forma, también fueron la solución a un gran vacío que existía entre las posibilidades de celebración de las juventudes, al menos en la época de oro que llegó a tener tal encuentro.

Hay antecedentes desde principios de siglo, cuanto menos, bosquejando lo que se conocerá después como la Fiesta de la Primavera, con casos como desfiles y corsos de carros florales que tenían lugar frecuentemente en lugares como el Club Hípico, el Parque Forestal o la Quinta Normal, remitiéndonos solo a Santiago. Frecuentemente, además, se relacionaban con efemérides patrióticas. En su trabajo "Fiestas universitarias de antaño", Sergio Muñoz Martínez relaciona las tradiciones de aquellas fiestas universitarias como la de los goliardos de la Edad Media, seguido de las estudiantinas españolas, rastreando los primeros atisbos carnavalescos de este tipo en Chile durante el siglo XIX:

Cuando la Universidad de San Felipe debió dejar paso al Instituto Nacional en 1813, el cual fuera cerrado durante los años de la reconquista española, en donde se concentraron los estudios universitarios hasta que los empezara a impartir la Universidad de Chile, tampoco se registran tradiciones de fiestas o formación de conjuntos musicales universitarios. Llama la atención que cuando estos comienzan a formarse bajo el nombre de estudiantes, prenden con mayor entusiasmo en los sectores populares, agrupados en sociedades mutuales, cuyos integrantes no accedían a la universidad. Ni tampoco a los ateneos que los ciudadanos de mayores inquietudes culturales organizaban.

El punto de partida de la réplica de los conjuntos musicales estudiantiles españoles se pueden fijar a partir del entusiasmo que generó en el país la visita que hizo a Chile en 1884 la estudiantina madrileña Figar. Y antes de cinco años, a fines de 1888, nació en Valparaíso la Estudiantina Porteña, dirigida por el bandurrista español Manuel González, la cual realizó varias giras fuera del puerto.

Si bien es cierto que esta tradición no prendió entre los estudiantes de la Universidad de Chile, ni del Instituto Nacional y su antecesora, la Universidad de San Felipe, en cambio se arraigó entre los universitarios chilenos la preocupación por los problemas sociales y políticos camino por el cual llegaron a las fiestas universitarias, de reminiscencias carnavalescas y goliardescas.

Para el autor, la gestación de aquella conciencia comienza con los estudiantes de medicina de la Universidad de Chile, por su contacto directo con la sociedad y sus carencias. Agrega que estos estudiantes eran reconocidos por su vida bohemia y aventurera en el barrio de la Facultad de Medicina de La Chimba, por calles como Independencia, Carrión, Olivos y Maruri. Fue conocida su concurrencia habitual a boliches como el antiguo bar Quintapenas, cuando estaba en esas cuadras. Precisamente, fueron protestas y denuncias de ellos, durante una ceremonia de premiación en el Teatro Municipal, las que motivaron en la creación de la Federación de Estudiantes de Chile (FECH) el 16 de agosto de 1906, considerada una de las primeras federaciones estudiantiles del continente. Coincidentemente, ese mismo día tendría lugar el terrible terremoto de Valparaíso.

Encima de los antecedentes ligados a estudiantinas y tunas del pasado y que serían la semilla se subyace en la cultura de las celebraciones estudiantiles, se marca su inicio en el país con los eventos de 1913 y 1914: la llamada Fiesta de los Estudiantes, surgida luego de que un grupo de alumnos de la Universidad de Chile organizara un festival popular solo para procurarse instancias de alegría propia, apartándose del muy agrio ambiente político que se vivía en esos años, en el gobierno de Ramón Barros Luco.

Era aquel un período de mucha distancia entre la gente joven y las generaciones mayores, probablemente el primero tan notorio y determinante en la historia del país; momentos de grandes convulsiones partidistas, fragmentación e inestabilidad de la República Parlamentaria. Gran ruptura en la que estudiantes superiores habían sido protagonistas, por ejemplo, de irreverentes mofas contra monseñor Enrique Sibila en enero de 1914, cuando el internuncio regresó a Chile y miembros de la FECH apedrearon su carruaje, provocando -de paso- una crisis en el gabinete y escandalizadas protestas en el Congreso Nacional.

Sin embargo, la idea de celebrar el fin del invierno y el inicio de la primavera surgiría en los Congreso de Estudiantes realizados en Buenos Aires, en 1910, y en el de Lima, en 1912. Los jóvenes representantes de varias universidades habían acordado recuperar el sentido renovador y de renacer que se le daba en el mundo antiguo al período, con los actos de conmemoración correspondientes, llamándolos “Fiesta anual de los estudiantes americanos”. No obstante, la FECH se tomó un tiempo antes de adoptar la idea y quiso que los festejos no se superpusieran a las Fiestas Patrias, planificando la apertura de los mismos recién para el 23 y 24 de octubre de 1915, fusionándolos con su ya existente Fiesta de los Estudiantes. Ese año, además, se había conseguido que la apertura de la fiesta fuera un feriado para estudiantes.

Fue así como Chile conoció la primera de las Fiestas de la Primavera propiamente dicha en aquella ocasión. En ella, los estudiantes de medicina, organizadores de la msima, tuvieron una labor destacada y protagónica al presentarse con su cofradía festiva llamada Camarón con Hipo, que ya habían fundado hacía algunos años y que ahora se presentaba con números artísticos en un teatro de Independencia. La fiesta juvenil continuó con un baile en la terraza del cerro Santa Lucía, como observa Muñoz Martínez.

En la revista "Zig-Zag", Gustavo Aleman-Bolaños se refería a las actividades recientemente concluidas de 1915, aunque aún sin comprender el giro de la misma hacia las celebraciones de la primavera. Como su descripción es, básicamente, la misma posible de hacer todas de las Fiestas de la Primavera que se hicieron en Santiago por medio siglo, la reproducimos completa:

Como no se esperaban ni se imaginaban, resultaron las fiestas estudiantiles del día clásico, el 24 de octubre, consagrado por los estudiantes chilenos a celebrar la alegría de la vida.

Con efecto, pocas veces ha presenciado Santiago una animación igual a la del sábado próximo anterior, que fue un día de locuras y extravagancias y de felicidad para la muchachada universitaria y de otros ramos de estudios superiores.

Adorable edad esta en que todo se ve color de rosa, y en que a las amarguras del vivir se le pone cara sonriente. Edad de oro, como expresó el retórico, propicia para todas las expansiones, inconscientes casi -los protagonistas-, de que la juventud es un divino tesoro que se va para no volver, tal como dijo el poeta en estrofas bellamente impregnadas de amargura...

Febo alumbraba todavía en el cenit, cuando ya recorrían las calles y avenidas de la ciudad y los automóviles y los carruajes.

En eso vehículos iban los máscaras, bulliciosos y ocurrentes, agitando los cascabeles de la alegría sana y humorística. Vimos... ¿Qué vimos? Era el desfile de los personajes todos de la gran comedia humana, desde el sabio de gafas doctorales que tranquila y pontificialmente dice una barbaridad, hasta el chico limpia-botas que ofrece por betún pasta dentrífica; desde la dama elegante que gasta sedas y engaños, hasta la humilde doméstica que flirtea con el guardián de la esquina; desde... ¿a qué seguir? Era aquello, lo dejamos dicho más atrás, el símil de la vida en todos los tiempos, porque allí se veían reyes de la Edad Media, y pajes de la galante época de los Luises de Francia, y Faustos, y Nerones, al par de los modernos soldados prusianos que tan bien sabe dar como recibir la muerte, así como el petulante gomoso de monóculo... Solo que, esta vez, los actores llevaban máscaras y caretas, y no eran malos ni buenos como los modelos, sino sencillamente inocentes, bulliciosos y alegres...

Poníase el sol, con su gran máscara de oro vivo como de un arlequín sideral, cuando, en el cerro Santa Lucía -ese peñón que es el más original juguete del gigante Andes-, el entusiasmo alcanzaba su grado máximo, después de un lunch para el que Gambrinus, el viejo de cara congestionada por la cerveza, envió sus más grandes toneles. Ardía la alegría. En el proscenio, "pirueteaba un bufón".

La noche se había echado ya su gran dominó negro y la luna asomaba su enharinada faz, cuando principió el desfile casi fantástico de carrozas alegóricas, la procesión de antorchas y farolitos chinos, cuando comenzó a correr el río humano de la carnavalada. Primero, sobre la gran Alameda que, feérica a esas horas, no había sabido nunca de tales cosas. Después, por diversas calles, al compás de las músicas alegres y dando al aire las bengalas multicolores y los gritos ensordecedores. ¡Aquellas carrozas! ¿Sabéis vosotros de ironías? Pues bien, las carrozas iban dejando huellas de ironía...

Bogaba la luna en el firmamento como un gondolieri en noche veneciana, cuando comenzó el baile en la amplia terraza de la colina. Y fueron llegando las máscaras, misteriosas tras sus caretas. Ya era una gentil manola cuyos ojos centelleaban, o una reina de opulento cuello alabastrino, o una sor... Nosotros -vestidos con esa prenda tan ultrajada por algunos cuerpos, que se llama frac-, íbamos por allí, con la máscara que Dios nos ha dado...

De vez en cuando, conversábamos con nuestro buen amigo el apóstol don Pedro Pablo Álvarez, que discurría entre los grupos derramando sus originales filosofías. Y, estudiantes fracasados de la venturosa jurisprudencia, fuimos de nuevo estudiantes, y reímos y gozamos y dijimos cosas de amor a la primera mujer con quien nos encontrábamos...

Si bien la recepción primaveral se hacía a la usanza de otras fiestas de temporada en el mundo, especialmente en el hemisferio norte, en países como Chile -con estaciones tan definidas y diferenciadas entre sí- era notorio el cambio climático de su temporada de lluvias y la de flores, reflejándose también en el ambiente social, la actividad al aire libre y las vestimentas… Todos eran motivos suficientes para celebrar, extendiendo así los festejos por prácticamente toda la primavera, hasta la proximidad de los que correspondían al fin de cada año.

Los Juegos Florales, a su vez, eran tradiciones provenientes de la antigua Roma con fiestas dedicadas a la diosa Flora, llamadas Floralias. Se hacían países como Italia, Francia y España, siendo Chile uno de los primeros en imitarlos en Sudamérica, según parece. Comenzaron a ser emulados en otras ciudades del país, al igual que la idea de un festival completo para cada primavera, sus corsos, "competencias" de flores y, de alguna manera, también las fiestas universitarias de “mechones”. En casos como La Serena, incluso hubo rústicas representaciones de torneos de caballeros, antecedentes de las actuales ferias medievales.

Dado el impacto de esas nuevas celebraciones incorporadas a la realidad nacional, un pionero de la cinematografía chilena, don Salvador Giambastiani, rodó el microdocumental “La primera fiesta estudiantil de América” de 1916. Sin embargo, esto debe haber generado algunas confusiones, porque la primera Fiesta de la Primavera ya se había realizado en el año anterior, como vimos, aun cuando continuó siendo llamada popularmente y en algunos medios como Fiestas de los Estudiantes por algún tiempo más.

Aclarando todo, entonces, el año de 1916 fue en realidad el de la primera oficial y formalmente organizada por la FECH, versión en la que también comenzó a cantarse como apertura el "Himno de los Estudiantes Americanos", escrito por el poeta peruano José Gálvez y compuesto por  el chileno Enrique Soro, quien dirigió la presentación musical de la ocasión. Elegido hacía cuatro años en el un concurso al que llamó el Congreso de Estudiantes de Lima, decía aquel himno:

¡Juventud, juventud, torbellino,
soplo eterno de eterna ilusión,
fulge el sol en el largo camino
que ha nacido la nueva canción!

Sobre el viejo pasado soñemos,
y en sus ruinas hagamos jardín
y marchando al futuro cantemos
que a lo lejos resuena un clarín.

La mirada embriagada en los cielos
y aromados por una mujer;
fecundemos los vagos anhelos
y seamos mejores que ayer.

Consagremos orgullo en la herida
y sintamos la fe del dolor
y triunfemos del mal de la vida
con un frágil ensueño de amor.

Que las dulces amadas suspiren
de pasión mirarnos pasar,
que los viejos maestros admiren
al tropel que los va a superar.

Aquella versión de la fiesta en 1916, fue de varios días y en ella participó una delegación uruguaya de la Oficina de Estudiantes Americanos, además de algunos representantes de la Universidad Católica, señala Muño Martínez. La prensa de la época registra también multitudinarias actividades diurnas y nocturnas, en lugares como el siempre receptivo cerro Santa Lucía.

El baile nocturno, poco después, fue tan concurrido que no todos pudieron ingresar al Club Hípico en donde se realizaba, por lo que muchos se quedaron celebrando en bares y restaurantes durante aquellas horas, asegura el mismo investigador recién citado. El domingo siguiente hubo un paseo campestre a Lo Águila, y uno días después se repetía la velada en el Teatro La Comedia, para los que se perdieron el estreno:

El número principal fue la aparición de la mítica Tórtola Valencia representada por un estudiante de arquitectura, Guillermo González, que al ser descubierto su parecido con la bailarina española, fue obligado a disfrazarse en una caracterización tal, que impresionó a la mismísima artista, que ocasionalmente estaba de paso en Santiago. También se dio a conocer La Juventud Alegre y Confiada de Hugo Donoso, obra que había resultado premiada en el concurso organizado por la FECH para dar a conocer los jóvenes talentos. Igualmente se tuvo que organizar una repetición en el Teatro Olimpo de Viña del Mar, ya que fueron muy pocos los viñamarinos que pudieron venir a Santiago a disfrutar del evento. Estas fiestas se hicieron a beneficio del hogar de estudiantes, anhelo mayoritario entre los universitarios de provincia, iniciativa que Agustín Vigorena como presidente de la FECH impulsaba desde el año anterior con giras a provincia para recaudar fondos.

Portada de la primera edición y temporada de la revista "Juventud", de la Federación de Estudiantes de Chile, en agosto de 1911.

Estudiantes chilenos del Congreso de Lima de 1912, en revista "Sucesos" del 15 de agosto de 1912. Los banquetes de la imagen fueronofrecidos a la delegación por el cónsul de Chile don Gustavo Munizaga y la Sra. Oquendo de Subercaseaux, después del encuentro.

Imágenes de las Fiestas de los Estudiantes de 1915, en la revista "Zig-Zag". Muestran algo de la gran cantidad de disfrazados y enmascarados de la ocasión. Se destaca al personaje caracterizado de antiguo Doctor con gafas y al que interpreta la caricatura Von Pilsener, con su perro salchicha Dudelsackpfeifergeselle.

Más imágenes de revista "Zig-Zag" con las fiestas estudiantiles de octubre de 1915. Aparecen también el lunch y las murgas.

Murgas, procesiones de disfraces y desfiles en las fiestas estudiantiles de 1915, retratadas por la misma revista "Zig-Zag". Se ven algunos estudiantes del carro alegórico de "El Mercurio", en las imágenes superiores. Al centro, el apóstol Pedro Pablo Álvarez, quien fue uno de los personajes más divertidos de aquella ocasión.

Personajes disfrazados en la Fiesta de la Primavera en octubre de 1917, a la espera del Gran Baile en el Club Hípico, en revista "Pacífico Magazine".

Un muñeco gigante en el carro alegórico de payasos arlequines de las Fiestas de la Primavera, años veinte. Imagen del Archivo Zig-Zag, publicada en el sitio de fotografía histórica En Terreno.

Con la exitosa experiencia reunida durante los dos años anteriores, la mejor organización festivalera será desplegada a partir de 1917, dada la convocatoria que se hizo y la concurrencia que logró, además de los buenos patrocinios conseguidos. Se realizaba con varias etapas y manifestaciones, ajustándose al programa diseñado año a año por la FECH: elecciones de reinas (concurso introducido en el año anterior), pasacalles y desfiles, concursos de carros alegóricos, eventos artísticos, competencias deportivas, comparsas callejeras, muestras circenses, paseos a balnearios y otros eventos complementarios como los Juegos Florales organizados por artistas y escritores, premios literarios y posteriores carreras “náuticas” en el río Mapocho. También se hacían almuerzos de homenaje para las delegaciones que llegaban desde regiones u otros países, como las que preparaba la Asociación de Estudiantes Católicos.

Las llamadas Veladas Bufa fueron parte de la fiesta y solían realizarse en locales más dignos de galas, como el Teatro Municipal y el Club Hípico, hacia los días de inauguración de las fiestas y otras durante el desarrollo de la misma. Entre sus actividades, estos encuentros incluían el canto del “Himno de la Primavera” por un coro de jóvenes y la coronación de cada Reina de la Primavera, con un año de reinado hasta la próxima fiesta. Muchas de ellas eran jovencitas liceanas, lo que a veces provocó alguna controversia o reclamo por las fotografías en las que posaban. Las primeras de ellas fueron Carmen Pizarro Pinochet (1919), Erna Conrads Greve (1920) y Yolanda Ugarte Labbé (1921), todas acompañadas también de un Rey Feo elegido con criterios estéticos inversos entre la muchachada masculina. Con el tiempo se asignó también un Compañero Porro como edecán o algo así, elegido después de definida ya la reina.

Otra actividad que formó parte de los Juegos Florales de la FECH fue un concurso destinado a premiar a las jóvenes promesas de las letras poéticas nacionales, que se remontaba a las celebraciones del Centenario en Valparaíso. El primero de ellos había recaído, en diciembre de 1914, en una entonces poco conocida profesora Lucila Godoy Alcayaga, quien ya usaba entonces el pseudónimo Gabriela Mistral, con sus “Sonetos de la muerte”. Con 25 años, trabajaba como docente de gramática en una escuela de Los Andes y venía publicando algunas de sus creaciones en periódicos desde 1904. Su obra ganadora fue publicada en las revistas “Primerose” y “Zig-Zag”, al año siguiente de recibir el reconocimiento.

Posteriormente, en 1921, otro premiado en los juegos fue Neftalí Reyes, el mismísimo Pablo Neruda, firma que comenzara a usar ese mismo año, con su obra “Canción de la Fiesta”. Estudiaba en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile en esos momentos, con 17 años. Los dos Premios Nobel de Chile, entonces, fueron reconocidos en aquel certamen universitario. También concursaron en ellos sus colegas Baldomero Lillo, Carlos Pezoa Véliz, Juan Gandulfo, Vicente Huidobro, José Domingo Gómez Rojas y Mariano Latorre.

Otro concurso de enorme importancia en la Fiesta de la Primavera fue el de afiches, siendo la pieza ganadora de cada año la que pasaba a ser oficial del Día de los Estudiantes y portada de la revista “Juventud” de la FECH. En 1916 el afiche había fue escogido en un certamen sencillo, con la propuesta del artista Otto Georgi. Si bien no se volvería el principal concurso del certamen, era el primero de cada programa anual y fue relevante en el impulso en las disciplinas del diseño gráfico, destacando el trabajo de maestros como Isaías Cabezón, quien obtuvo el primer lugar de la competencia en las tres temporadas de 1917 a 1919. Sus trabajos para la fiesta, de estilo carnavalesco e impresionista influido por el modernismo europeo, constituyen otro valioso patrimonio iconográfico en la historia de las Fiestas de la Primavera en Chile.

La revista “Juventud”, en tanto, seleccionaba textos para obras teatrales que reproducía en sus páginas, correspondiendo una de ellas a don Carlos Cariola, conocido futuro empresario teatral, con el sainete titulado “El as de los ases” en 1919. Sus páginas incluían el retrato de la respectiva Reina de la Primavera de cada año, vestidas a modo de musas con flores, como alegorías de la misma estación y cierta influencia del movimiento art nouveau todavía en boga.

El espíritu bohemio que flotaba en el ambiente de la FECH asomaba entre la abundante publicidad de la revista, con muchos avisos para el famoso restaurante Santiago y su Salón de Ostras de Agustinas, el Café Glanz de Bandera con San Pablo, o el restaurante Sevilla de García y Tohá en calle Huérfanos, clásicos de la vida social santiaguina. Con la misma inspiración, algunos establecimientos comerciales se sumaban a la fiesta ofreciendo “aperitivos de honor” gratuitos para los estudiantes que llegaran disfrazados, como sucedió alguna vez con el café Olympia de clle Huérfamos, que varias veces estuvo también a cargo del gran buffet que se realizaba en el bailable del Club Hípico.

El director de “Juventud”, el entonces joven literato Roberto Meza Fuentes, elogiaba las fiestas de 1920 con versos publicados en la misma gaceta, tras lograr realizarse desde la clandestinidad de la FECH aquel festival tras la arremetida del gobierno contra los universitarios en la llamada Guerra de don Ladislao, resultante de las intrigas políticas y partidistas en torno a las elecciones presidenciales:

Los constelados pavos reales
en los mármoles señoriales
dan su oriental decoración,
con un rumor de cascabeles
danza la Fiesta, ebria de mieles
y el vino de su corazón.

Vuelva la Fiesta y caen rosas
de sus heridas temblorosas,
es su vendimia de emoción,
y como el sándalo perfuma
en la agonía que se esfuma
y es pera resurrección.

Ella es el fénix legendario
su corazón, el incensario
que hace milagros de pasión,
en cada muerte resucita
más auroral y más bendita
siempre en el labio una canción.

En “Habráse visto”, Hernán Millas recuerda que la mencionada reina de ese difícil año, Erna Conrads, era estudiante de pedagogía en matemáticas. Los agentes de seguridad habían sido advertidos de que el presidente de la federación, Santiago Labarca, iba a estar en el baile de coronación de Erna y que podía ser reconocido fácilmente por ellos porque era cojo, para ser tomado detenido por sus desacatos. Enterados de este “soplo”, sin embargo, los estudiantes acordaron llegar todos a la fiesta disfrazados y cojeando, frustrando el intento de darle caza a Labarca.

La celebración había alcanzado ya una intensidad increíble. De hecho, los enormes festejos llegaron a ser tan importantes como las Fiestas Patrias en los años veinte, aunque algunos de quienes llegaron a conocerla recordaban que su mejor época iba a ser en los treinta, a pesar de las nuevas tensiones políticas y de la crisis económica. Era frecuente, también, que las comparsas de enmascarados y disfrazados visitaran casas de niños huérfanos y hospitales en el período, buscando alegrar a los residentes o repartiendo obsequios entre ellos. Los trajes más espectaculares eran premiados, y grandes tiendas como Gath y Chaves mostraban en sus vitrinas los premios ofrecidos.

También se realizaba una gran matiné en el Club Hípico y los antiguos desfiles se hacían desde este lugar hacia la Plaza Ercilla, calle Ejército, Alameda de las Delicias, Teatinos, Moneda, Ahumada y Plaza de Armas. El mismo Club Hípico siguió siendo largo tiempo teatro del gran baile nocturno en sus terrazas y cancha, con bandas del Ejército en sus inicios y después con orquestas de ritmos populares. Cosas parecidas sucedían en el Parque Forestal, el cerro Santa Lucía y la Quinta Normal, entre varios espacios recreativos más de la ciudad.

Otro aspecto importante era la enorme actividad cultural que se desprendía desde los festejos matrices, repletando salas, gimnasios, confiterías, teatros, cafés y restaurantes en el período, con un verdadero frenesí social por participar de una u otra forma. Las casas comerciales eran las más alegres, aportando algunos de los premios de los mencionados concursos y proveyéndose de lo necesario para figurar en la fiesta. La Casa Castagneto de Alameda con San Martín, por ejemplo, anunciaba por la prensa desde inicios de octubre de 1918 haber recibido ya “un selecto surtido de disfraces de las mejores casas italianas y francesas” como la Caramba de Milán y la Ginovelli de Venecia, piezas “de terciopelo, seda, lana, algodón y de papel”.

Cada temporada comenzaba con la recepción organizada por la FECH en el Salón Central de la Universidad de Chile, con estudiantes, familiares, académicos y, poco después de iniciada la tradición, delegaciones estudiantiles provenientes desde países del vecindario sudamericano eran saludados con un homenaje. La sesión inaugural era declarada abierta por el rector o el pro-rector de la casa de estudios, cantándose el himno de la federación y comenzando un espectáculo artístico, aunque con bastante glamur docto en sus inicios. Los discursos solían girar en la exaltación de la juventud, del patriotismo y del valor de los estudiantes universitarios para el futuro todo un país.

Posteriormente, como consecuencia de las mencionadas Veladas Bufas, se formó la compañía del Circo Universitario, grupo que tomó varias veces el número inicial de las fiestas presentándose en lugares como el Pabellón Delicias, ubicado en donde está ahora la Plaza de la Ciudadanía del Palacio de la Moneda. En “El Mercurio” del martes 17 de octubre de 1922 podemos ver que, entre los miembros del circo, actuaban de bufos los entonces estudiantes Pedro J. Malbrán como Chacolito, Pepe Martínez como Pepito, y Solivelles como Dorito. El elenco tenía también números acrobáticos, trapecistas, patinaje, caballos amaestrados, murgas, ciclismo y una troupe de negros bailarines “zapateadores”, además de cantantes y músicos. Un show posterior fue llamado “Circo de Tres Pistas”, e incluía toda clase de animales de fantasía caracterizados por los propios universitarios, con trajes corpóreos.

Escenas de la fiesta estudiantil de octubre de 1917, con grupos de arlequines y carros alegóricos en las imágenes publicadas por revista "Pacífico Magazine".

Gran concurrencia de participantes en las fiestas de octubre de 1917, en revista "Pacífico Magazine", se ven disfraces de arlequines, Pierrots, manolas, damas cortesanas, señores del siglo XIX y otros personajes de fantasía.

Fiestas de la Primavera en octubre de 1918, en registros de revista "Pacífico Magazine".

Portada de la revista "Juventud" en septiembre-octubre de 1918, anunciando la Fiesta de la Primavera con el afiche de aquel año.

Un patriórico vehículo decorado con el escudo nacional y copihues, para los desfiles de la Fiesta de Primavera de octubre, hacia el año 1920. Las tres muchachas a bordo van en trajes de fantasía. Fuente imagen: Biblitoeca Nacional Digital.

Cuando las Fiestas de la Primavera y su concurso de reinas (en Santiago y regiones) eran portada en el periódico "La Nación", viernes 19 de octubre de 1928.

Nota sobre el afiche de la Fiesta de la Primera de 1949, en "La Nación" de octubre de ese año. El diseño era de Guido di Girolamo.

Actividad deportiva entre la Universidad de Chile y River Plate, en el marco de los últimos intentos por revivir el esplendor de la Fiesta de la Primavera, diario "La Nación" de octubre de 1969. Hay más de una interpretación posible sobre la identidad de la rata que aplasta el chuncho símbolo de la Universidad de Chile.

A partir de ese año, además, se incorporó al programa la llamada Tarde de la Primavera, realizada en el Parque Cousiño con varios otros espectáculos, también con disfraces y murgas seguidas de una competencia acuática en la laguna y algunos números circenses. Al mismo tiempo, se realizaban presentaciones teatrales en el Club Hípico y otras actividades parecidas. Se adicionaron pequeños campeonatos de boxeo universitario y, como en las célebres “semanas mechonas”, los concursos de balsas armadas por los propios estudiantes que se arrojaban por el torrente del Mapocho, mientras el público se agolpaba por el borde del pretil en el Parque Forestal. También se ejecutaban actividades deportivas en el cerro San Cristóbal, especialmente después de los trabajos de su paseo en los años veinte.

Para 1930, hubo un nuevo impulso a las fiestas primaverales, como consecuencia de la reestructuración de la FECH y la llegada de Julio Barrenechea a la presidencia. Esto sucedía en tiempos de incertidumbre social y política, sin embargo, con los problemas mundiales de la Gran Depresión acercándose por los calendarios y la crisis que iba a costar el mando a Carlos Ibáñez del Campo, caída en la que tuvo mucho que ver la misma federación.

Para aquel año, la prensa anunciaba el inicio de la Fiesta de Primavera con presentaciones del Circo Universitario en la Velada Bufa preparada en el Pabellón Japonés, que estaba frente a la Plaza Baquedano, en el famoso Parque Japonés correspondiente al actual Parque Balmaceda. Se presentaba a la Reina de la Primavera con marcha de coronación, en una función acompañada por números de la Orquesta Sinfónica, sainetes, coros y revistas. Por decreto del Departamento de Tránsito, ese año se estableció que los camiones que quisieran participar de los desfiles de carros alegóricos debían solicitar un permiso especial.

La más colorida y famosa de las etapas de la celebración eran los llamados Desfiles Históricos Nacionales que se hacían en la Quinta Normal y el Parque Cousiño, que terminaban de vestir a toda la ciudad de fiesta con una curiosa amalgama de participación civil y militar, plebeya y aristocrática, obreros y estudiantes, izquierdistas y conservadores, en los mismos y exactos espacios. Los premios de esta jornada eran a las mejores murgas, comparsas con coros y disfraces.

El desfile de fantasía que cerraba la fiesta era ejecutado en la Alameda de las Delicias tras partir desde el sector del barrio cívico, en donde se hizo costumbre que el Presidente de la República diera el inicio desde el balcón de La Moneda. Las comitivas que participaban con sus comparsas y carros adornados eran de estudiantes, trabajadores, organizaciones obreras, Carabineros de Chile y otras instituciones, todos compitiendo por ser lo mejor de la muestra.

En uno de los cuentos de Juan Luis Espejo para sus “Relatos del Santiago de entonces”, aparecen algunas descripciones del ambiente de la capital en medio de las Fiestas de la Primavera, con las que se encuentra un personaje al bajar al andén de la Estación Mapocho: “en las esquinas, a lo lejos, se divisaban disfrazados en comparsas de a pie o en coches descubiertos, y por todas partes se oía el resonar de pitos de cornetas y de cohetes”, comenta. Continúa después su descripción, al caer en un Corso de Flores entre murgas y cortes bajo lluvias de flores y serpentinas:

En cuatro filas paralelas, carruajes, carrozas, carros a impulsión mecánica o tracción animal, deslizábanse en sentidos contrapuestos con desesperante lentitud bajo las redes de bombillas multicolores y los grandes focos eléctricos que irradiaban, con los reflectores vueltos hacia abajo, una claridad de mediodía.

Elevábanse hasta el cielo carromatos gigantescos desbordantes de comparsas de disfrazados; montañas rusas de yeso con crestas nevadas y hondos precipicios; un Olimpo relampagueante, con todos sus dioses envueltos en blancas túnicas; un Infierno, con sus calderas y sus diablillos atizando al fuego con los tridentes;  monstruos antediluvianos, de fauces encendidas y alas membranosas; por abajo, circulando a pie, enanos, bufones, apaches, caballeros medievales en sus armaduras, pajes, senadores romanos, mandarines, negros, en una confusión de edades, razas, climas y todo en medio del estruendo de las cornetas, de los cantos y de los gritos.

Nuestro buque de flores vino fatalmente a colocarse tras un cisne gigante de papel con alas desplegadas y el largo cuello extendido hacia arriba, como un enorme signo de interrogación, terminado en una cabeza pequeña, de ojos verdes iluminados, que hacía oscilar, tocándolos, los globos del alumbrado.

Inmediatamente detrás de nosotros, ante un pórtico griego de cartón piedra, coronada de laurel sobre el trono, entre sus damas de honor vestidas de blancas túnicas, avanzaba la reina de la fiesta con su corte en un carro que parecía caminar lentamente en convoy, a impulso de nuestro buque de flores y del cisne gigante que nos precedía.

La fiesta llegó a tener gran popularidad y participación social hacia mediados del siglo y con cierta flexibilidad para elegir el período de las mismas, dejando episodios memorables como la farsa ideada por Germán Becker con un falso platillo volador estrellado en el cerro San Cristóbal en 1950, montado allí para promocionar la fiesta de la reina y engañando a la prensa. Contra todo lo pareciera esperable, sin embargo, comenzó a perder su enorme energía. Esto habría sucedido entre fines de esa década e inicios de los sesenta, cuando hacía noticia principalmente por algunas actividades específicas de sus espectáculos y aún por las elecciones de reinas, ya que se volvieron un trampolín a otros certámenes mayores de belleza.

Según algunos testimonios de quienes las conocieron, por alguna razón no fácil de precisar había ido bajando su colorido y la convocatoria del pasado, ante una ciudadanía que ya parecía cotizar otras formas de entretención, un tanto lejanas al modelo del desaparecido carnaval en estas tierras. De acuerdo a Muñoz Martínez, el perfil de la fiesta cayó tras decisiones tomadas como consecuencia del terremoto de 1960, realizándose la última de ellas en 1961, ocasión en la que fue reina de la primavera la estudiante de economía Mercedes Taborga, y el  actor Jorge Boudon su Rey Feo. La celebración se vio opacada por incidentes y enfrentamientos entre estudiantes, algunos envenenados con odios políticos desde hacía algunos años ya, además de sujetos que habían ido involucrándose en las celebraciones provocando episodios delincuenciales.

Con la decisión de la FECH, la celebración de las Semanas Universitarias vino a ser una especie de relevo para las Fiestas de la Primavera, conservando de esta lo que habían sido las Veladas Bufas, aunque con otras identidades y rasgos.  A la sazón, además, la influencia de grupos de izquierda en las mismas iría transformando bastante el cariz carnavalesco y tradicional de antaño, orientándolo a expresiones musicales y artísticas aún de contenido social pero con un sentido de activismo político y estética neofolclórica, principalmente. 

Durante el resto de la década y una parte de la siguiente las fiestas primaverales se había reducido a manifestaciones estudiantiles o encuentros deportivos específicos. Pero los intentos de la misma federación por reponer la celebración durante la segunda mitad de los años sesenta estuvieron lejos de la espectacularidad y la atención del pasado.

No parecen totalmente claras las razones de aquella mengua en su importancia, entonces, pero parece ser que últimas generaciones de estudiantes organizadores de la fiesta no siempre tuvieron la lucidez o el talento de sus predecesores para llevar adelante tal desafío. La descripción hecha por Muñoz Martínez es precisa sobre el período, pero nos resulta rauda. Quizá, a futuro, nuevos investigadores puedan dan una explicación concreta de lo sucedido, más allá de las opiniones y creencias al respecto. Cierta versión oral indica incluso que la división política y social opacó el espíritu de las fiestas y que, en consecuencia, las últimas que alcanzaron a celebrarse fueron menos luminosas para muchos de los que conocieron su mejor época, cuando las calles estaban totalmente decoradas y los desfiles transitaban por las principales avenidas de la ciudad. Otras opiniones son de la idea de que la caída en los auspicios y entusiasmos participativos fueron cerrando el círculo de las fiestas.

La tradición intentaba no desaparecer, entonces, pero convocando menos público y ánimo… La muerte final a todas aquellas nostalgias llegaría con el Golpe Militar de 1973, haciendo imposible la ilusión de volver a celebrarlas en la forma que se habían conocido durante su época luminosa, dadas las restricciones y el clima social imperante cargado además de desconfianzas y divisiones. El antes citado autor menciona un anodino intento de reposición que hubo al inicio de aquel período, llamado "Por la Alameda del 900", con resultados tan magros que quedó en el total olvido.

Aunque hubo algunas tentativas de recuperar el espíritu de la Fiesta de la Primavera (o parte de él), el entusiasmo había cambiado dramáticamente en los años transcurridos. Después del regreso la democracia, también existieron algunas intenciones por reponerla como tal o con algo parecido, algunas recientes. No pudo más que permanecer a una reducida y a veces hermética celebración universitaria: un encuentro con bandas en vivo, presentaciones artísticas y pasacalles que, a lo sumo imitan mudanzas como las de fiestas religiosas patronales del norte grande, con las tradiciones de la chaya, tinkus bolivianos y otras manifestaciones estéticas o culturales. Solo una sombra fría de lo que fueron originalmente estos coloridos festivales.

Probablemente, nunca hubo antes o después una actividad capitalina con las características de las extintas y olvidadas Fiestas de la Primavera, con sus alcances nacionales trascendiendo a Santiago, además. Las hicieron únicas e inimitables su extenuante extensión de días en cada año, la cantidad de números o eventos que eran muchas veces simultáneos, la variedad de los mismos, el despliegue de elementos artísticos y festivos que fue capaz de montar, los volúmenes de participación ciudadana que llegaban a darse cita, la cantidad de fiestas o eventos paralelos o asociados al eje principal que motivaba las celebraciones y, muy especialmente, por la masiva convocatoria que podía reunir en cada período.

Sin embargo, considerando como referencia el patético resultado en el que han terminado en nuestra época y con abrumadora frecuencia ciertas celebraciones callejeras masivas, como las realizadas en Valparaíso con diferentes nombres y excusas, quizá sea mejor -por ahora- quedarse con el ajeno recuerdo romántico de las Fiestas de la Primavera del pasado, en vez de intentar experimentar con la ilusión de lograr resucitar lo que parece fenecido.

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