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LA ROMÁNTICA GENERACIÓN DE LOS BIÓGRAFOS EN EL CLÁSICO SANTIAGO

Niños en un biógrafo, en portada de revista "El Peneca" del 1 de diciembre de 1913.

La primera proyección de cine realizada en Chile tuvo lugar en la sala de teatro de la Unión Central, de Ahumada llegando a Agustinas, en 1896. La obra exhibida fue el corto "El Mar", de los hermanos Lumière, filmado durante el año anterior y con menos de 40 segundos de duración que bastaron para dejar alucinados a los presentes con la nueva tecnología disponible a la recreación de masas.

Con aquella sencilla muestra de gran impacto para la sociedad de entonces, había comenzado en el país lo que podríamos identificar como la romántica época de los biógrafos, denominación ya en total desuso pero que se daba antaño a las primeras salas cinematográficas que conoció el público hambriento de diversiones. Los biógrafos se sitúan, por consiguiente, en los orígenes de la exhibición comercial de la cinematografía, algo así como los dirigibles en la industria y mercado del aerotransporte.

Con más precisión, debe decirse que el biógrafo era el nombre que se asignó en países como Chile y Argentina a las primitivas salas de cine, persistiendo por largo tiempo el uso del curioso término. Se refería, principalmente, a las de tipo auditorio o salón en los tiempos de las películas mudas y hasta poco después de la llegada del cine sonoro, cuando se impone el concepto del cinematógrafo moderno. Hay algunas aclaraciones interesantes respecto de este tema en el libro de la académica argentina Marta Libedinsky, titulado “Conflictos reales y escenas de ficción”.

Aquel nombre, hoy tan impropio, provenía del biograph usado en el habla inglesa de entonces, lo que explica la existencia de la conocida sala del Biograph Theater de Chicago, desde 1914. En el lunfardo argentino, además, se usaba el término “biógrafo” para referirse a algo falso, irreal o “libreteado”, como una película de cine. Según el escritor uruguayo Horacio Quiroga, además, la raíz etimológica de esta denominación sería retrato en movimiento, debido a que la tecnología proyectora de cine “reproduce la vida en acción”. Es lo que informa en la obra “Arte y lenguaje del cine”, con estudio preliminar de Carlos Dámaso Martínez.

Aviso del Teatro de Novedades en "El Mercurio" de Santiago, edición del 16 octubre 1902, con la exhibición de dos filmes cortos pioneros del cine chileno: "Una cueca en el Parque Cousiño" y "Paseo de huasos a caballo". Fuente imagen: Memoria Chilena.

Carpa del teatro-biógrafo del Parque Forestal de Santiago, en "Sucesos", octubre de 1904. Estas modalidades estaban sujetas a condiciones climáticas, por lo que eran más propias de las temporadas de bajas lluvias.

El Teatro Zig-Zag de Plaza Yungay, que también funcionaba como biógrafo. Imágenes de la revista "Zig-Zag" de enero de 1910, cuando acababa de ser inaugurada la sala. El edificio aún existe, pero en uso de comercio.

En este chiste gráfico, revista "Sucesos" explicaba en 1912 la introducción del concepto de cine para referirse al cinematógrafo, culpando a la aparición de las carpas de cine-teatro que eran, básicamente hablando, biógrafos de temporada.

Aviso para el teatro The London Biograph de Santiago, en 1913. Se ubicaba en la Alameda de las Delicias cerca de la esquina con avenida Brasil.

Reapertura del Paraíso Biógrafo del Cerro Santa Lucía, en noviembre de 1913. Imagen publicada por revista "Sucesos".

Según algunos memorialistas, el primer biógrafo comercial de Chile con funciones regulares (o al menos uno de los pioneros, según otros) fue el del Teatro Nacional de Valparaíso, en 1901. La sala estrenó equipos del sistema Demeney, modelo de ese mismo año, estando encargada a la sociedad The American Biograph, compañía de los señores Pont y Frías. Lo seguirán en la senda de innovación otros locales porteños como el Biógrafo Lumière, estrenándose en ambos, en 1903, el documental “Un paseo a Playa Ancha” de Massonnier, considerado por muchos como la película más antigua de cine hecha en Chile.

Ya cerca de las Fiestas Patrias de 1904 se instaló la carpa del pequeño teatro-biógrafo para los paseantes del Parque Forestal de Santiago. Retratado en páginas de la revista "Sucesos" de octubre, este teatrito de verano también exhibía obras de los Lumière. No fue el único de tales características, por cierto, ya que se podrían más o menos de moda alrededor del Centenario Nacional.

Cabe observar que, por entonces, se daba también aquel nombre de biógrafo a la máquina proyectora que tuviese cada teatro y para tales funciones: los aparatos más ligeros e incluso domésticos, eran llamados así también en el comercio, mientras que los más grandes, sofisticados y fijos en la sala proyectora preferían ser presentados como cinematógrafos, en muchos casos. En medio del auge por ir a funciones fílmicas, ciertas casas comerciales y compañías comenzaron a ofrecer a la a la venta ambos tipos de proyectoras, llegando así a hacerse exhibiciones regulares privadas dentro de hogares y clubes, por la facilitación del ingreso a la tecnología.

Una de aquellas firmas que conseguía y vendía máquinas biógrafos de salón era la casa Importación Anglo Americana, con sede en calle San Diego 69 y que tenía el mérito también de ser una de las primeras importadoras de bicicletas del país. Muchos valores de proyectoras eran para inversión empresarial o gusto aristocrático, sin duda, pero la acogida en el mercado de estos aparatos se notó bastante y así aparecían con frecuencia a la venta o publicitados algunos biógrafos por 2.000 pesos de la época, en promociones que publicaba en la revista "Zig-Zag" hacia 1913 y 1914.

A la sazón, habían arribado además las películas para kinetoscopios, sistema antecesor de los proyectores de películas desarrollado por ingenieros como Louis Le Prince, Thomas Edison y William K. L. Dickson. Lo mismo sucedía con el vanguardista kinemacolor, primera tecnología de captura fotográfica animada a color, diseñada y patentada por el británico George Albert Smith, la que comenzó a aparecer como novedad también en los biógrafos chilenos. Ambos sistemas eran ofrecidos por Importación Anglo Americana y otras casas comerciales parecidas.

El impacto que causaba la proyección de cine en la sociedad chilena a fines del siglo XIX. Caricatura de la revista "La Lira Chilena" en 1899, sobre las proyecciones del biógrafo Wargraph del Salón Apolo.

 Publicidad para el American Cinema en 1915.

 

Chiste político de Maxx (Manuel Guerra Urquieta) en un biógrafo. Viñeta publicada en la revista "Zig-Zag" en 1915.

El Olympia en revista "Zig-Zag" de septiembre de 1914. Fue café, restaurante y cotizado biógrafo.

Dos biógrafos populares de Santiago, en revista "Sucesos" de 1919.

Interior de un biógrafo popular que la propia revista "Sucesos" categoriza como peligroso, en 1919.

Cerca de medio centenar de salas con biógrafo funcionaban en la capital de los años diez, además siguiendo la huella dejada en el camino por el Teatro Unión Central. Se habían sumado casos como el Teatro Sucesos, en el verano de 1910, que aún siendo biógrafo ofrecía funciones de zarzuela en avenida Recoleta. Tres años después, el Olympia aparecía en calle Huérfanos ofreciéndose a la larga no solo biógrafo elegante y refinado, sino también bar, restaurante, café y sala de juegos.

Entre las salas, teatros y carpas proyectoras de mayor importancia en aquella generación, muchas de ellas con rasgos que después reconoceremos como cines de barrio, estuvieron: Alameda, American Cinema, Apolo, Argentino, Arturo Prat, Bascuñán, Bolivia, Brasil, Carmen, Chacabuco, Colón, Electra, Excélsior, Garden, Grand Guignol, Imperial, Independencia, Iris, Italia, La Rosa, London, Manuel Rodríguez, Mapocho, Marconi, O’Higgins, Odeón, Pabellones Chile, Paraíso, París, Parisiana, Portales, Principal, Purísima, Romea, San Diego, San Isidro, Santiago, Sargento Aldea, Selecta, Variedades, Victoria, Yungay y Zig-Zag. La nómina taxativa de estos biógrafos aparece, por ejemplo, en el primer número de la revista “Cinema” de Santiago, el 28 de noviembre de 1913. Sin embargo, varios de ellos ya se perfilaban al modelo de cinematógrafo, por sus características y dimensiones. 

Cundieron también las exposiciones de películas al aire libre en las noches o en sencillas carpas parecidas a las de circos. Durante las fiestas del Centenario se habían realizado varias exhibiciones de este tipo en diferentes puntos de la ciudad, además. También aparecieron los llamados teatros de verano, como iba a ser el ya mencionado Paraíso Biógrafo de la terraza del Cerro Santa Lucía, y los llamados "cines-carpas" armados dentro de grandes toldos en sitios especiales o plazas. A medio camino entre sala y cine abierto estaba, además, el Kinema San Isidro enfrente de la plaza del mismo nombre, con servicio de películas de la Casa Pathé ya pasado el Centenario y exhibiciones al día siguiente que lo hacía la empresa del Royal Theatre.

Aquel nombre genérico parece haber sido uno de los factores que llevó al público a llamar estas proyectoras como cines a secas, cuando el concepto más técnico del cinematógrafo ya se estaba instalando en el país y desplazando al del viejo biógrafo. Incluso algunas compañías de circo intercalaban sus funciones con alguna proyección de biógrafo, incluyendo peleas famosas del boxeo internacional.

En una o dos décadas, entonces, los biógrafos habían llegado a ser tan necesarios y concurridos por el público que incluso el Museo Nacional de Bellas Artes y el Café Torres de la Alameda tendrían sus propias sesiones de proyección complaciendo al público, en este último caso con películas de Charles Chaplin que se daban en las tardes, desde poco después del Centenario. Paralelamente, el nombre para identificar a la tecnología no había tardado en masificarse y, todavía hacia mediados del siglo, era frecuente que las salas de cinema siguieran siendo llamadas biógrafos, aunque especialmente entre el público de mayor edad que pudo ser testigo del despegue de estas tecnologías. No obstante, el de cinema, cinematógrafo y cine-teatro ya se había generalizado a esas alturas.

Para entonces, los sencillos y seniles biógrafos eran cuestionados por sus pocas comodidades y escasa seguridad ofrecida al público ante peligros de emergencias o incendios, sobre todo los más populares o los que ni siquiera contaban con un edificio sólido como casa. Una nota de la revista "Sucesos" lo hacía notar ya en 1913:

Es natural que la inversión del capital para construir salas adecuadas con salida amplia por los cuatro costados y escaleras externas de las galerías altere para los empresarios el negocio inmediato, pero a la larga les recompensaría por la seguridad que en ellas encontraría el público. Los espectáculos de biógrafos son dignos de ser fomentados por todos los medios posibles. Su bajo precio es el medio más adecuado para que la clase media y el pueblo se ilustre.

(...) Últimamente, se ha instalado un biógrafo en el Cerro Santa Lucía a raíz de las noticias europeas respecto de las catástrofes producidas en salas cerradas. Nada más a propósito que ese recinto, al aire libre, lleno de bellezas, comparable con las colinas de Roma y si no pecáramos de atrevidos diríamos parecido a los jardines del Casino de Monte Carlo.

 

Desde la pionera experiencia de la Unión Central, además, algunos teatros venían siendo adaptados para servir como biógrafos, en ciertos casos casi exclusivamente, como fue el caso del Cine Alhambra hacia 1915, en calle Monjitas con San Antonio. El público recibió con atención estas modificaciones y premió con su concurrencia a aquellas salas, todavía ubicadas en la transición hacia la época más moderna de los cinematógrafos. Atendiendo las demanas, además, se priorizaban en ellas también los aspectos de comodidad, seguridad y tecnología.

Con dichos cambios a la vista, más la llegada del revolucionario cine sonoro, la era de los clásicos biógrafos comenzó a precipitarse hacia la obsolescencia total, dada la exigencia de salas mejor concebidas para aquellas funciones sonoras. En tanto, las noticias internacionales habían sido incorporadas a los preámbulos de las proyecciones de películas y, con el tiempo, comenzó a perderse también la importancia de las presentaciones artísticas amenizando entre cada parte de la película. Una nueva época había comenzado para la historia cinematográfica mundial.

Uno de los primeros teatros palaciegos ofrecidos especialmente para la cinematografía, apareció en Santiago durante el año 1930: el elegante Cine Teatro Real de calle Compañía llegando a Plaza de Armas, impontente representante de una monumentalidad en las nuevas salas que comenzó a arrojar bajo tierra y como piezas  de arqueología a las anteriores salitas pintorescas del biógrafo; esas en donde las damas se abanicaban acaloradas mirando la magia de la animación y los niños permanecían en respetuoso silencio sin necesidad de tirones de orejas, hipnotizados por las novedosas imágenes con vida propia.

Hasta el propio término biógrafo, entonces, también empezó a quedar inevitablemente atrás y ajeno a la actividad, relacionado más exactamente con quienes investigan y escriben biografías. Así iba a acabar desapareciendo del uso popular, que se allanó a la obligación de llamar a tales salas como cinematógrafos, cinemas o, simplemente, cines.

Hoy, una conocida sala creada en los años ochenta en la bohemia calle José Victorino Lastarria esquina Villavicencio, rinde homenaje con su nombre a aquella generación perdida de las proyecciones mudas del pasado: cine El Biógrafo. ♣

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