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LA "MALDICIÓN" DEL POPE JULIO EN EL TEATRO LÍRICO

Fachada y acceso al Teatro Lírico de calle Moneda, en 1905. Imagen publicada por la revista "Sucesos".

El Teatro Lírico se encontraba en la entonces calle adoquinada de Moneda, en un sector vecino a aquel donde estará después el Pasaje Príncipe de Gales. Ocupó un antiguo inmueble construido para ser originalmente una panadería y cuya fachada descansaba sobre sillería, encima de la estrecha vereda sur de esos años. Por la cuadra aquella aún sobreviven algunas gastadas soleras de piedra de esa época, según se cuenta.

Llamado ostentosamente Alcázar Lírico en sus inicios, abrió sus puertas de manera rauda y provisoria el 1 de enero de 1871,  en la mencionada vía entre las calles del Peumo y de la Ceniza, hoy correspondientes a Hermanos Amunátegui y San Martín, respectivamente. Fue inaugurado justo mientras el Teatro Municipal era reparado tras el funesto incendio de diciembre del año anterior. Lo hizo con una presentación de fascinantes efectos logrados con proyecciones, aparatos eléctricos y linternas mágicas llamado "espectros impalpables" del ilusionista francés Peyres de Lajournade, quien venía de realizar presentaciones en Argentina y Perú según observa Carmen Luz Maturana en su artículo "La comedia de magia y los efectos visuales de la era pre-cinematográfica en el siglo XIX en Chile" (revista "Aisthesis", 2009).

Posteriormente, cuando se terminó de construir y adaptar el recinto para recibir unas 1.700 personas, fue formalmente inaugurado con un estreno el 9 de febrero de ese mismo año, iniciado una exitosa serie de presentaciones de compañías de zarzuelas, partiendo por la de Rafael Villalonga. Esto adelantaba todo sobre el rasgo popular que tuvieron sus espectáculos y, según Samuel Claro Valdés en "Oyendo a Chile", el Lírico siempre hacía aquellas funciones de zarzuela casi repleto, en un mismo período cuando el recién reparado Teatro Municipal apenas lograba atraer 40 a 60 personas en sus martes de ópera.

Por el año 1873, también inició temporada allí el barítono aragonés José Jarques con su esposa la soprano santanderina Isidora Segura, consolidando la presencia del género de la "zarzuela grande" en esta sala y la del Teatro de Variedades en calle Huérfanos, además de las presentaciones que ejecutaron en regiones. Este gusto por tales propuestas artísticas seguía avanzado notoriamente en el paladar cultural de la población capitalina, prolongándose por varios años. La opereta francesa también se volvía otra de las tentaciones para el numeroso público del teatro de calle Moneda.

Sin embargo, Julio Vicuña Cifuentes señala en un texto reproducido en su obra póstuma "Prosas de otros días" que, más o menos al aproximarse el cambio de siglo, la actividad del Teatro Lírico había descendido notoriamente: "Raras veces había allí funciones, y las más de ellas, de compañías efímeras de aficionados". Agrega que era ya un "teatro infeliz, víctima de nuestra étnica, se fue menoscabando poco a poco". Sin duda, el brillo luminoso del Lírico se había extinto a esas alturas, pero fue por un muy desgraciado incidente de inicios de la siguiente centuria que su mal destino quedó irremediablemente echado...

El año de 1905 fue particularmente complejo para la relación de los chilenos y la tranquilidad de las autoridades, en pleno gobierno de Germán Riesco. Por un lado, los movimientos sindicales y anarquistas iban levantando nuevas y más enérgicas demandas, llegando a padecer violentas reacciones como las sucedidas durante la huelga portuaria de Valparaíso, dos años antes. El mando supremo prácticamente se pasó entre crisis de gabinete y lidiando con conflictos intestinos, además de la falta de herramientas presidenciales que el régimen parlamentario provocaba. Por otro lado, el nudo tradicional del Estado con la Iglesia ya comenzaba a dar señales claras de fracturas que se arrastraban desde el gobierno de Domingo Santa María, cuando se llegaron a romper las relaciones con la Santa Sede. El aura de santidad intocable de la clerecía se había derrumbado y así, por ejemplo, a principios de aquel año vino a tener lugar un mayúsculo escándalo tras denunciarse actos homosexuales entre los Hermanos de las Escuelas Cristianas y sus alumnos del Colegio San Jacinto. Al calor de la polémica, los grupos anticlericales consiguieron la clausura de los establecimientos educacionales de la hermandad, algo que llegó a provocar una nueva crisis ministerial y un gran impacto en la feligresía.

En aquel ambiente político y social propio de un polvorín, vino a levantarse velozmente la figura de un curioso sacerdote, poeta y agitador de masas con el carisma que ya quisieran los hipnotizadores de cobras: el presbítero Juan José Julio y Elizalde, más conocido en su momento como el Pope Julio.

El misionero parece ser todo un enigma encerrado dentro de un misterio, aura arcana que es alentada por lo poco que se ha conservado de su recuerdo. Mientras que para autores como el también sacerdote Alfonso Escudero la cualidad del Pope Julio no tenía más respaldo filosófico o doctrinario que la de ser un mero apóstata, para algunos investigadores contemporáneos como Cristián Vidal Barría él comulgaba con la conversión profunda al positivismo. Había en su persona una fuerte influencia del papa León XIII y la encíclica "Rerum Novarum", expresada en su obsesión con la imagen del Cristo pobre y su desprecio al influjo aristocrático sobre las formas que adoptaba el ejercicio de la fe. Con algo del mito de la conspiración masónica e illuminati en él, algo también de Calvino, un poco de Comte, más lo que se vería después con Gramsci, y posiblemente atisbos de proto-teologista de la liberación, el episodio histórico de este personaje fue tratado en "Crónica política del siglo XX" de Fernando Pinto Lagarrigue, e inspiró después la interesante novela "Carne y jacintos" del escritor Antonio Gil. Su caso también ha sido mencionado por Raúl Silva Castro, Mario Cánepa Guzmán, Fidel Araneda Bravo, Leopoldo Castedo y Gonzalo Vial, entre otros.

Hombre de rasgos duros y mirada adusta, "sus facciones, su mirada, su ser, revelan con toda claridad al hombre dado a la crápula y a la vida de lupanar", diría con asco de él la "Revista Católica", en una ocasión. Julio había nacido en Copiapó en 27 de junio de 1863, de acuerdo a lo que informa la revista "Sucesos" del 24 de marzo de 1905. Era hijo del distinguido industrial llamado Bartolomé Julio, un ex explorador y cateador de los desiertos durante la fiebre minera atacameña. Su madre fue doña Dominga Elizalde, proveniente de una de las familias más antiguas y reputadas de la región. El muchacho había tomado los hábitos pero se orientó especialmente hacia el ejercicio de la educación, siendo nombrado director de la Escuela Bruno Zavala Fredes de Copiapó, en 1882.

Sin embargo, durante el año siguiente Julio se traslado hasta la ciudad de Iquique recientemente incorporada a Chile, trabajando en otra escuela y publicando entre tanto un libro de poesías llamado "Ruinas". Aunque solía producir poemas que incluso fueron incluidos por Armando Donoso en "Parnaso chileno", su talento ha sido cuestionado a veces: según Araneda Bravo, "no pasa de ser un versificador".

Retrato fotográfico del polémico Pope Julio en revista "Sucesos" del 24 de marzo de 1905.

Conferencia del sacerdote renegado en la Quinta Normal, ya en el mes de abril de 1905. Imágenes publicadas por revista "Sucesos".

Caricatura humorística de la revista "Zig-Zag" en 1905, involucrando al Pope Julio en un chiste.

Caricatura de Von Pilsener en revista "Zig-Zag" de mayo de 1907, otra vez satirizando con la figura de Julio.

Poco después, en 1885, el joven Juan José asume como secretario de la gobernación de Antofagasta. Vivirá la Guerra Civil de 1891 siendo capellán de la división del ejército balmacedista en Coquimbo por lo que, al conocerse la definitiva derrota de las fuerzas gobiernistas, debió huir con lo puesto hacia Perú. Pasaron más de cinco años antes de que pudiese retornar a territorio chileno, asumiendo como párroco en la localidad de Carrizal, y luego retirándose de la diócesis del Obispado de La Serena para comenzar con lo que "Sucesos" definía como "un sacerdocio errante", desde Iquique hasta Santiago.

Establecido en la calle Gálvez de la capital, hoy Zenteno, y sin dejar de predicar, Julio continuó escribiendo poemas y ejerciendo como pedagogo. Se lo reconocía como un hombre de extraño encanto, orador extraordinario y capaz de convocar a las masas donde quiera que se presentara. Ocasionalmente, escribía también para algunos medios de prensa aunque, curiosamente, no parece asomar allí algún espíritu coqueteando con perfumes ácratas y antinacionales: salvo que se trate de un alcance de nombres, en el periódico "El Pacífico" editado en una Tacna aún bajo bandera chilena, apareció vertiendo algunas expresiones favorables a la chilenización de Arica en 1902. Por sus anteriores servicios docentes en los territorios incorporados durante la Guerra del Pacífico, además, quizá no sea descabellado pensar que puedo haber sido otro agente circunstancial de aquel proceso.

Algo comienza a cambiar en ese convulsionado año 1905, sin embargo. Julio lleva ya el apodo de Pope, según Gil y otros conocedores de su caso inspirado en Pope Gapón, líder de las clases obreras de Rusia. Precisamente a principios de año, las prédicas y arengas del ortodoxo Gueorgui Gapón habían desatado movimientos populares duramente reprimidos en San Petersburgo el 22 de enero (calendario gregoriano). Julio y sus seguidores creyeron ver analogías entre ambos personajes, aunque se sabe que Gapón era más bien conservador y leal a su casa eclesiástica, al punto de exigir que los miembros de la Asamblea de Obreros Industriales Rusos fueran de religión ortodoxa, además de haber pedido la excomunión del Zar tras aquella tragedia del Domingo Sangriento de enero.

El discurso de Julio ahora era, a ratos, velada o manifiestamente incendiario; antirreligioso e irreverente, llamado a desobedecer los dogmas de la propia Iglesia Católica sumida en los escándalos políticos y de sodomía. Iglesia a la que pertenecía aún su sotana, además. La acusaba de traicionar a Cristo, por la imagen inocua que había llegado a producir de él alejándolo de la realidad revolucionaria que veía en el Mesías. Decían sus adversarios conservadores que parecía "endemoniado" cuando daba tales discursos, profiriendo lo que se consideró blasfemias y herejías. Para muchos, pues, era la encarnación del demonio o un Judas Iscariote de cuerpo completo, insulto que le proferían con frecuencia los hostiles hacia su prédica.

Dirigiéndose especialmente a familias de trabajadores y centrales obreras, entonces, Julio hablaba desde la ubicación mental de un sacerdote totalmente renegado, detractor y en reinos de apostasía a juicio de sus muchos enemigos, así que no teme ser catalogado de calumniador o virulento: realmente está en una cruzada, llegando a revelar las infidencias y los secretos oscuros del sacerdocio chileno y atacando rudamente al gobierno, de paso. También imprimía modestos folletos y volantes con sus mensaje, pagados con frecuencia por colectas de sus pobres seguidores.

Horrorizado con el contenido de las prédicas que Julio extendía a sus seguidores y -según decían algunos entonces- por rivalidades de larga data con la jefatura de la Iglesia de Chile, el arzobispo de Santiago, monseñor Mariano Casanova, ordenó la suspensión "a divinis" de sus funciones sacerdotales en febrero de ese mismo año. Tiempo después, Carlos Prendez Saldías recordaba aquella condena entre sus "Romances de tierra baja":

Está el Pope excomulgado
por los cánones dicen
que cuando habla se le asoma
Lucifer en las narices.

No todos tomaban tan en serio a Julio, sin embargo: algunos caricaturistas hacían sorna con él en tiras cómicas como las de revista "Zig-Zag", durante ese mismo período. En una ocasión, apareció en sus páginas siendo confundido con una mujer por los jefes de la guardia pública, por cómo lucían sus prendas visto de espalda. Dos años después, aparece con Von Pilsener en la misma revista, siendo escogido por aquel personaje humorístico "para el ramo de Culto" en el gabinete del presidente Pedro Montt.

Pero Pope Julio no estaba conforme con el alcance de su mensaje y quería dar un golpe comunicacional notable en Santiago; algo que confirmara su liderazgo y credibilidad, seguro de la gran cantidad de personas que ya atendían su portentosa oratoria. En consecuencia, con sus asistentes decidió buscar un teatro para reunir numeroso público en un evento masivo, anunciando la próxima gran presentación del Pope para el 18 de marzo de 1905. La invitación respectiva fue publicada en el periódico "El Ferrocarril" del día anterior:

Tengo la honra de invitar a esta Conferencia a todas las clases sociales y en especial a los hijos del pueblo. Respetando las ideas de todos, y más que ninguna la del Culto Oficial de la República, haré revelaciones sensacionales que por primera vez serán oídas y las cuales producirán en los oyentes un saludable asombro, porque tendrán la fuerza que encierra la verdad.

Juan José Julio.

La sala escogida para el gran discurso del Pope: el espacioso pero para entonces vetusto y apolillado Teatro Lírico de calle Moneda... Una decisión precipitada, que terminaría siendo lamento de varias familias y la indignación de una gran parte de los santiaguinos.

La expectación del evento fue proporcional a las pasiones que generaba su discurso, a favor y en contra según fuere el caso. Despreciado por católicos y conservadores, Julio continuaba resuelto a insistir como nunca antes con sus ataques y fundamentos contra la Iglesia, sin temores ni sumisiones a la alta jerarquía clerical. Con este ánimo desafiante llegó al Teatro Lírico aquel sábado de finales del verano. Aplauso cerrado y ovación de sus seguidores marcaron el momento en que apareció en el escenario, en donde comenzó otra vez con su retórica imparable, cautivadora y controversial, ante la satisfacción de los concurrentes.

Entonces sucedió lo impensable, mientras Julio hablaba con elocuencia en el momento más intenso de aquella conferencia... Comenzó a crujir la estructura un sector de las galerías del costado derecho del teatro y, de súbito, se derrumbó llevándose vidas y dejando un desparramo de heridos entre los asambleístas. Desesperados y temiendo que el edificio completo se desplomara, algunos corrieron hacia las puertas bloqueándolas en la confusión y atropellando a los que tropezaban. La gritadera de espanto y el caos de la estampida duraron varios angustiantes minutos.

Voluntarios del Cuerpo de Bomberos de Santiago llegaron casi de inmediato al Teatro Lírico, comenzando a realizar los rescates y confirmar a los primeros casos de fallecidos. Se llegó a hablar de 12 muertos y 200 heridos, poco después. Palos, balaustras, maderos y cuerpos habían caído pesadamente desde los corrales laterales, aplastando a varios de los sentados en la platea, y todo el teatro quedó inclinado con el enorme golpe que puso súbito fin a la reunión

Entre los cuatro muertos hallados en aquel momento estaba Juan de Dios Pezoa, padre de una numerosa familia; y una mujer joven llamada María del Tránsito Caballero. Un señor llamado Arturo Harbin, examinador primero del Tribunal de Cuentas, fue rescatado gravemente herido pero falleció al día siguiente, sumándose a los perecidos. Los principales heridos fueron cerca de 20, atendidos en el Hospital San Juan de Dios, varios de ellos tipógrafos de diferentes imprentas pues parece que este gremio tenía especial simpatía por la palabra de Julio.

La noticia corrió por la ciudad y saltó a la prensa, como era de esperar. Aunque la cantidad de heridos confirmados había bajado y no resultó ser tanta como se creía al principio, la ciudadanía quedó conmocionada. Pudo precisarse que todo partía y terminaba en el fantasma de las negligencias humanas: una columna había cedido al excesivo peso de la gente acumulada en los altos y cayó estrepitosamente con sus dos niveles de balcones, quebrando también parte de los muros de madera del interior de la sala. La sonajera de vigas y tablas, sin embargo, había permitido que muchos advirtieran a tiempo lo que sucedía y alcanzaran a escapar, evitando morir entre los escombros.

El derrumbe del Teatro Lírico sucedió, además, solo unos meses después del que echó a tierra también al edificio en construcción que iba a ser la nueva sede de las tiendas Casa Pra, en calle Huérfanos, en octubre de 1904, algo que enlutó a toda la ciudad con la cantidad de obreros fallecidos y puso la mirada de sospechas en la flexibilidad de las medidas adoptadas por la Municipalidad de Santiago. Nuevamente, la administración municipal era señalada como responsable por haber autorizado el ingreso de semejante cantidad de personas "como a un teatro en un local que apenas sí presentaba comodidades para salón de baile", reclamaba la revista "Sucesos" a los pocos días, el 24 de marzo.

Para los ofendidos católicos, en cambio, lo sucedido estaba muy claro: aquello era un castigo divino; castigo tanto para Julio, como para sus seguidores y hasta para el propio teatro mancillado con su sacrílega obra. La prensa conservadora no dejó pasar la oportunidad de culparlo, por consiguiente. Incluso el agustino Escudero sostendría esta explicación del accidente en tiempos  muy posteriores, en sus estudios sobre la historia del teatro en Chile.

El Pope Julio y la tragedia del Teatro Lírico serían unidades que jamás podrían separarse, a partir de ese momento. De esta manera, la señalada revista "Sucesos" que publicó una breve nota biográfica sobre él, culminaba su exposición echando mano al mismo anatema:

Por último, el Sr. Elizalde tiene la gran página de haber sido el causal directo de la catástrofe del Teatro Lírico.

¡Cuánto puede la palabra de un orador!

¡Hasta los edificios se conmueven!

Aunque indiferente ante sus adversarios, Julio jamás pudo desligarse de la oportunista acusación de haber sido causa real o sobrenatural de lo ocurrido, que continuó siendo difundida entre quienes querían verlo más como una especie de Rasputín que un Gapón. Desde aquella impresión, la idea de una "maldición" del Pope chileno pasó a ser otra creencia popular en la supersticiosa sociedad de entonces.

La trágica escena del Teatro Lírico, en la revista "Sucesos" del 24 de marzo de 1905.

Aspecto de las galerías de balcón derrumbadas, en la misma revista "Sucesos".

Otra imagen del derrumbe del teatro, publicada en "Sucesos" del 31 de marzo siguiente.

"Sucesos" informó algo también sobre las víctimas: arriba, la fallecida María del Tránsito Caballero y su funeral; abajo: la numerosa familia de don Juan de Dios Pezoa.

Los enfrentamientos del Viernes Santo de 1905, cuando los seguidores del Pope Julio atacaron a la procesión. Imagen publicada por la revista "Sucesos".

Lejos de amedrentarse con el desastre o con los dedos que insistían en señalarlo, la rebeldía Julio redobló sus bríos y discursos. Hasta parece haber aumentado su rabiosa audacia contra la Iglesia, algo que además del castigo al ejercicio sacerdotal le costó no haber sido distinguido con el título prelaticio por parte de la Santa Sede.

Julio supo capitalizar el aumento de atención y el renombre que le diera el accidente. Así, el llamado Nuevo Lutero y Apóstol de la Humanidad reapareció aunque tomando la precaución de no hacerlo aún bajo techo: primero en el Cerro Santa Lucía, a los pocos días, reunión que terminó en grandes desórdenes e incidentes cuando su desfile pasó enfrente de la imprenta del diario "El Chileno" y el Palacio Arzobispal. Luego fue a la Quinta Normal, rodeado de miles de concurrentes en dos reuniones. En la segunda de ellas, del domingo 2 de abril, fue agasajado con aplausos, loas y todo tipo de atenciones. Sin detenerse, para mayo ya estaba en la avenida Brasil de Valparaíso, dando otra conferencia titulada "Dios y Patria", al aire libre y bajo la intensa lluvia, partiendo después a La Serena.

Aquel año 1905 siguió siendo de enorme agitación obrera, activismo anarquista y tensiones sociales que podían acabar en el enfrentamiento encarnizado. El 21 de abril, por ejemplo, había culminado con un ataque de los seguidores del propio Pope Julio a la procesión religiosa del Santo Sepulcro en el Viernes Santo y un Pandemónium total en la Alameda de las Delicias, debiendo intervenir la policía con cargas contra los revoltosos. Esto ocurrió luego de una nueva conferencia suya, dada en el mercado de Mapocho, otra vez con enorme concurrencia y comerciantes vendiendo retratos del Pope a cinco centavos. En "Chile: vida y muerte de la República Parlamentaria", Castedo explica cómo se dieron aquellos hechos:

Terminada la reunión, los enfervorecidos asistentes acompañaron en masa al Pope Julio a su domicilio de la calle Gálvez. Un orador improvisado arengó a multitudes rezagadas en la Alameda, que se lanzaron, sin saberse por qué, sobre las andas de la procesión. Intervino la policía sin contemplaciones. Hubo sablazos y pedradas. "En el curso de esta lucha se produjeron numerosas escenas bochornosas para la policía -relata El Mercurio-, que han merecido la máxima condenación de todos los que pidieron presenciarlas. Una de estas escenas fue la prisión de un niño de catorce años, que fue llevado a planazos durante seis u ocho cuadras, entre dos filas de soldados que lo golpearon inhumanamente. Esta escena fue presenciada por el señor Intendente de la Provincia, quien la calificó textualmente de brutal".

Pero la violencia política callejera y las respuestas represivas llegaron a su cúspide ese año con las famosas Huelgas de la Carne en octubre, cuando volvería a correr sangre en Chile mientras la ciudad perdía prácticamente la mitad de sus monumentos y ornamentación pública,  además, destruida por los alzados contra los abusivos impuestos a la adquisición de productos cárneos importados.

Julio, en tanto, continuó con su discurso insubordinado, siempre con presencia asegurada de leales aunque en diferente número, según cada ocasión. La ejecución del original Pope Gapón en Rusia sucedida justo por entonces, no lo persuadió de alejarse de las provocaciones ni a dejar de exponerse. Para mediados de 1907 estaba discurseando en Temuco, pero con su prestigio afectado ya por los repetidos desórdenes y destrucción que el público más radical de su oratoria solía cometer, habiendo sucedido algo parecido en La Serena y Copiapó. La revista "Zig-Zag" del 9 de junio de ese año, comentaba al respecto:

Parece, sin embargo, que esta vez el Pope no ha encontrado un local menos expuesto a la intemperie que la plaza pública, pues en la fotografía que acompañamos lo muestra en aquel poco abrigado sitio y en un día nebuloso y amenazador.

La adhesión de los habitantes de la próspera ciudad de Temuco que prefieren más la labor de sus aserraderos que oír la prédica de las nuevas doctrinas, parece que no ha sido tan poderosa para obligarlos a hacerle la graciosa cesión de uno de los grandes galpones que les sirven para defender sus maderas contra las frecuentes lluvias del invierno.

No obstante, el Pope no se ha sentido desorientado con esta falta de generosidad y ha emprendido su tarea de propaganda.

En cuanto al Teatro Lírico, la anciana e incapacitada sala nunca pudo recuperarse después de la calamidad. "Desde que se afirmó su decadencia, este edificio lo ha sido todo menos teatro: Imprenta Nacional, bodega de frutos del país, cochería, establo de vacas lecheras, y últimamente, tinglado, o, mejor garage, para que entiendan todos", escribía Vicuña Cifuentes poco antes de su muerte.

La construcción del recinto residencial del Pasaje Príncipe de Gales cambió drásticamente la fisonomía de aquel viejo vecindario y el perímetro que perteneció al infortunado teatro había sido ocupado por las dependencias del Instituto Comercial Femenino, informa Escudero, con la dirección actualizada a Moneda 1470. En los años sesenta y ya habiendo dejado este otro edificio, se cursó la autorización para que el Fisco pudiera venderlo y así pasó a manos privadas. Hacia nuestros días, esa propiedad fue convertida en un recinto de estacionamientos.

Y, a todo esto, ¿qué sucedió después con el polémico Pope Julio? Aunque todavía seguía en cierta actividad en 1920, principalmente en el norte del país, parece que su último cuarto de vida terminó siendo tan poco decoroso como el del teatro; o al menos no como hubiesen querido los innumerables seguidores que tuvo en el mejor momento de su actividad pública y que lo veían como un santo heroico.

Habiendo retrocedido por completo su protagonismo y popularidad, Julio expiró su último aliento sumido en un gran olvido en 1934, atormentado y lamentándose del daño que había provocado a la fe católica y tal vez incapaz de celebrar ya la definitiva separación del Estado con la Iglesia en la Constitución Política de 1925. Cuenta Vidal Barría en un ilustrador artículo suyo de la revista "Acta Literaria" de Concepción ("El 'Pope Julio' y el positivismo") que, al poco tiempo de morir, comenzó a circular un impreso llamado "Últimos momentos de D. Juan José Elizalde", retratando aquel último período de su existencia. Sintiendo la muerte cerca, pues, el ex Pope se había arrepentido de renegar contra el catolicismo, rogando perdón de la autoridad eclesiástica y de Dios mismo. Fue un "mártir de las asechanzas del mundo y víctima del dolor", anotaría después el poeta Leonardo Eliz, mientras su colega Prendez Saldías versaba: "Y murió con óleos santos / y entre coros de latines".

Poco antes de partir, Julio había firmado ante notario una retractación formal, esperando redimirse. Los testigos de sus últimos días lo verían proclamando aquel arrepentimiento total en su propio lecho de muerte, temiendo quizá a castigos divinos y por deudas culposas ciertas o ficticias, como aquellas echadas sobre su lomo por lo sucedido tantos años antes en la tragedia del Teatro Lírico. ♣

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