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LA CASA DE CENA JACQUIN: GUISOS, CALDOS Y CAZUELAS PARA EL TRASNOCHE

 

La entonces conocida fachada del establecimiento en Eleuterio Ramírez, año 1915.

En su época, el restaurante llamado Casa de Cena Jacquin fue uno de los más populares de todo Santiago, atracción de trabajadores, universitarios e importantes intelectuales de la generación del Centenario. Aunque también eran una suerte de herencia actualizada de las viejas fondas y posadas, las llamadas casas de cena como esta solían ser visitadas por un público menos escandaloso que el de las casas de canto y las casas de huifa: generalmente, clientela joven con ataques de hambre diurna o nocturna. Y aunque muchas veces este mismo público provenía de estratos altos, no era raro que se armaran escaramuzas y pugilatos solo por la necesidad de diversión mezclada con las falsas valentías etílicas.

Sobre el caso particular de la reputada Casa de Cena Jacquin, el diario "La Nación" decía en marzo de 1917 que los escritores del Ateneo de Santiago solían cenar allí mientras "admiraban a Nietzsche y usaban grandes chambergos al estilo de los que exhibieron Magallanes Moure y Víctor Domingo Silva". En este sitio estuvieron entre otros escritores, entonces, Augusto D'Halmar, Fernando Santiván, Mariano Latorre y Samuel A. Lillo.

Tan épica casa de cena aparece mencionada en varios trabajos literarios, como consecuencia de lo anterior. Así sucede, por ejemplo, en uno de los cuentos de "Los amigos de Gómez Barbadillo" de Juan Luis Espejo, obra de 1928:

Don Pedro, para sentarse, aprovechó la luz de un anuncio luminoso: era el aviso de la Casa de Cena Jacquín, con su fachada plebeya, evocadora de amanecidas entre mujeres, ante la cazuela de crestas de gallo a lo Voronoff, de que tantas veces oyera hablar al gordo Infante.

"Famosa Casa de Cena que funcionaba hasta la amanecida", es la definición que deja al respecto el periodista de espectáculos Osvaldo Muñoz Romero, Rakatán, en "¡Buenas noches, Santiago!". Y en los "Romances de tierra baja" de Carlos Préndez Saldías, de 1936, leemos estos versos:

Un letrero saliente
y un farol con luz roja:
Casa de Cena Jacquin.
Abierto a toda hora,
Voces de la trifulca,
atipladas y roncas,
a presentarnos armas
por el zaguán desbordan,
y palabras en "ajo"
y en "uta" se arrinconan.

Ubicado entre la entonces sede de la remolienda sexual capitalina, calle Eleuterio Ramírez o el "Yozhiwara santiaguino" al decir de Jorge Coke Délano, era frecuente que los buscadores de "tamboreo y huifa" terminaran en sus comedores hacia aquellas retorcidas y agrestes horas de la madrugada, pues parecía que el restaurante nunca cerraba. "Al despuntar el día, era costumbre trasladarse a la 'Casa de Cena de Jacquin' y servirse un caldo de cabeza para componer el cuerpo", escribiría el periodista y caricaturista en sus memorias "Yo soy tú".

Es obvio: aunque sugería ser visitado en los avisos "después de oír buena ópera", el singular boliche nació de aquellas necesidades de abastecer a trasnochadores con urgencia de servirse algo en horas cuando el comercio de cocinerías está durmiendo su sueño profundo. El comerciante chileno-francés Eduardo Jacquin, hombre de impulso bohemio, amigo y ex alumno  por seis meses del boxeador nacional Heriberto Rojas además de practicante aficionado de este deporte, lo fundó con esta filosofía hacia el cambio de siglo en la entonces llamada calle Gálvez, hoy Zenteno. Allí compitió y triunfó sobre otros tradicionales locales del barrio como el Paulino, restaurante de la época romántica de Santiago que fue famoso en calle Teatinos por su oferta de pejerreyes y que parecía imbatible en esos años.

Posteriormente, disfrutando ya de la prosperidad del negocio, Jacquin trasladó su Casa de Cena hasta Eleuterio Ramírez cerca de calle San Diego. Justo comenzaba por entonces el boom de las sociedades anónimas, en 1905. Sin abandonar su instinto emprendedor, entonces, aprovechó el impulso y compró otras tres propiedades estableciendo así nuevos negocios, incluido el inmueble neoclásico de dos niveles y balconetes en el número 736 de Eleuterio Ramírez entre Santa Rosa y San Francisco, en el que iba a ser el histórico cuartel de la Casa de Cena.

Don Eduardo Jacquin, el dueño fundador. Imagen publicada en revista "Sucesos" en diciembre de 1915.

Publicidad a página completa para la Casa de Cena Jacquin, en revista "Sucesos", año 1915.

Publicidad para los dos grandes centros recreativos de Jacquin en "La Nación", a inicios de 1917: la Quinta Los Sauces y la Casa de Cena, cuando esta última ya estaba en manos de Hernández y Hnos.

Ya hacia el Primer Centenario, el establecimiento se presentaba como el más antiguo de su tipo. En la revista "El Bombero Ilustrado" de agosto de 1913, por ejemplo, un aviso publicitario del restaurante invitaba al público con el siguiente mensaje:

JACQUIN

La más antigua y acreditada Casa de Cena, única y exclusivamente para este objeto. ¿Quiere Ud. servirse buena cazuela de ave, legítimo valdiviano, mariscos y pejerreyes frescos?

VISITE A JACQUIN.

Eleuterio Ramírez 736, entre San Francisco y Santa Rosa.

Sin espacio de dudas, en ese lugar y período la Casa de Cena Jacquin se erigía como la gran opción para después de la fiesta y la remolienda, de este lado de la ciudad. Un letrero circular sobre la puerta de ingreso presentaba al conocido boliche. Llegó a hacer leyenda con sus pejerreyes, guisos de olores apetitosos, valdivianos y las insuperables cazuelas que tanto lo identificaban. Un crítico de la revista "Sucesos", firmando como Heleogabalo, decía al respecto en diciembre de 1915:

No es la casa Jacquin un suntuoso palacio, a pesar de que en su seno, o mejor dicho, en sus cenas, ha congregado siempre a los más exigentes sibaritas de nuestra sociedad elegante al lado del modesto empleado y del aporreado bohemio, en comunión que es gloria y símbolo de nuestra unidad republicana y democrática.

No es la casa Jacquin un café concert, una chez a la europea y sin embargo los jóvenes aristócratas que vuelven a Chile impregnados de París y de Costas Azules van allí y se solazan y salen satisfechos y aspiran el ambiente nacional cuya nostalgia sufrieron tantas veces entre los diluvios de luces y los raudales de la orquesta del Moulin Rouge y de Chez Maxim.

Eduardo Jacquin es chileno, hijo de padre francés y madre chilena. Tiene 38 años, veinte de los cuales ha dedicado a hacer las delicias de su público (porque en su género Jacquin también es un artista) con sus sabrosas cenas y sus cazuelas inimitables.

No se trataba de un gran salón señorial, entonces, pero sí de un sitio cómodo y atractivo. El mismo artículo destacaba el gran aseo en la cocina y la pulcritud de las cocineras, en perfecto delantal blanco como se ve en las fotografías publicitarias, trabajando siempre a la vista de la clientela. Sus comidas populares eran lo más celebrado y solicitado, además de la disponibilidad hasta horas de la mañana, permitiendo atacar bajones y cañas malas después de cada noche de fiesta frívola. Lautaro García recuerda vívidamente esos momentos en su "Novelario del 1900":

Y como si no hubiera pasado nada, el alba sorprendía a todos jurándose amistad eterna ante las últimas botellas. Cantando "Frou-Frou", la canción que hacía furor por aquel tiempo, salía la comparsa camino de Jacquin, la casa de cena de la calle Eleuterio Ramírez, donde los noctámbulos comían la tradicional cazuela de ave de la amanecida.

Parte de la fama que capitalizó la Casa de Cena fue gracias a la presencia también permanente de periodistas y representantes de las sociedades obreras, con quienes hizo mucha amistad el señor Jacquin. Estos últimos lo eligieron para muchos de sus encuentros y actividades, de hecho. El dueño era socio honorario y contribuyente de seis de ellas, además de haber sido un colaborador de la Liga Contra la Tuberculosis. El referido texto de "Sucesos" aseguraba que, como acto de generosidad, Jacquin nunca había dotado a su establecimiento de una orquesta propia, porque no quería quitarle público a los varios músicos ciegos que tocaban tradicionalmente en esos barrios durante las trasnochadas.

Jacquin era un hombre ancho, con mucha corpulencia muscular, por cierto. Eso, sumado a su relación con el boxeo, parecía ser suficiente para que nadie se pasara de listo con el patrón, de modo que aseguraba no haber tenido que usar sus talentos de peleador con ningún cliente odioso o problemático. Más aún, nunca debió llamar a fuerzas policiales o solicitar apoyo de autoridades ante alguna clase de incidente en su Casa de Cena. Esto era toda una excepción en el ambiente bohemio del viejo Santiago, aunque sucedió una vez que la ojeriza funcionaria, basándose en una interpretación incorrecta de la ley, lo multó y obligó a cerrar su negocio por cuatro días en 1915, hasta que la Intendencia de Santiago anuló la sanción y ordenó la reapertura del local.

Don Eduardo era también propietario de la gratísima Quinta Los Sauces de Cerro Navia, lugar de grandes celebraciones de todo tipo: desde las bohemias hasta las religiosas. Esta propiedad se ubicaba cerca del tradicionalmente visitado sector de El Resbalón, que fue lugar de descanso para los santiaguinos de la antigua ciudad. La quinta funcionaba también como atractivo recreativo y culinario, a juzgar de los muchos avisos publicados en medios impresos de la época, con "espléndido servicio de restaurant" y ofreciendo "ricas cazuelas, empanadas especiales y pasteles de choclos", además de "mariscos frescos, surtido de conservas y licores finos". También se presentaba como un lugar ideal para "hacer onces", entre "hermosos sauces y el lindo paseo en bote", con columpios y otros juegos para los niños.

La fotografía publicitaria mostrando a las cocineras de la Casa de Cena Jacquin, en 1915.

Izquierda: el señor Jacquin invitando a disfrutar su quinta en marzo de 1917, en donde funcionaba ya el restaurante con su apellido. Derecha: ahora enviando un mensaje para el Domingo de Ramos, en abril de 1917. Ambos avisos fueron publicados en el diario "La Nación".

Dos avisos publicitarios del establecimiento: uno en "La Nación" del 13 de febrero de 1917 (el de más arriba) y otro aparecido en la revista "Juventud" en 1919, cuando la Casa de Cena ya era de los sucesores Hernández y Hnos.

Aviso de la revista deportiva "El Ring", mediados del año 1917. Ya tiene el número 723, aunque aparece como "Joaquin".

Se recordaba también que, detrás del mesón principal de la Casa de Cena, había un enorme cuadro con una escena pastiche de "La Zamacueca" del pintor Manuel Antonio Caro. Joaquín Edwards Bello dejó escrito algo más de información sobre esa obra, en uno de sus relatos reunidos en "Crónicas del tiempo viejo":

Modelo de Caro y después discípulo fue Juan Magallanes, medio carpintero y pintor de brocha gorda. Más tarde sería pintor y copista inteligente de las obras maestras de Caro. En la Casa de Cena de Jacquin, famosa por sus cazuelas a 60 сobres, ocupaba la pared, arriba del mesón, un cuadro grande, réplica de La Cueca por Caro. El que ayuda a tamborear, inclinado sobre la tocadora es el discípulo Juan Magallanes.

Pero nada es para siempre, y las cosas comenzaron a cambiar rápidamente en los años que siguieron. Una Nueva Casa de Cena Jacquín aparecerá en la línea de inmuebles de enfrente en 1917, en el número 723 de Eleuterio Ramírez entre San Francisco y Santa Rosa. Aunque aparecía a veces en los avisos como Joaquín, la casa era administrada aún por su anterior dueño, el señor Jacquin, pero el propietario de ese momento era don Carlos Stephan.

Poco más tarde, el 2 de noviembre, don Eduardo anunciaba a través de avisos de prensa que dejaba de tener participación en ese establecimiento de la acera norte, invitando a sus clientes a visitarlo desde ahora en su célebre quinta:

Eduardo Jacquin O.

Saluda atentamente a sus amigos, relaciones comerciales y público en general, y tiene el agrado de comunicarles que con esta fecha deja de tener toda participación en la Nueva Casa de Cena Jacquin, establecida en Eleuterio Ramírez 723, acera norte.

Tendrá, mientras tanto, el mayor placer de atender a su distinguida clientela en la conocida y hermosa quinta "Los Sauces" ubicada en Cerro Navia, con trencitos a vapor cada media hora, que parte de Mapocho esquina Matucana.

Para ese mismo año, los cambios en la rueda de gobierno del local ya son evidentes, pues aparece ahora como propiedad de Hernández y Hnos., a pesar de conservar el nombre asociado a Jacquin. "El primer artículo del Código Sanitario que discute el Senado ordena terminantemente que para evitar la propagación del tracoma y el parálisis infantil, se coma las ricas cazuelas de ave de la antigua Casa de Cena Jacquin", decía en sus avisos de enero. Posterior publicidad aparecida en la revista "Juventud" de 1919 informa también que el "antiguo restaurante Jacquin", si bien conserva el título de Casa de Cena, ahora está en manos de aquellos sucesores. Mantiene también la vieja dirección del 736 y atiende órdenes de banquetes o cenas especiales.

En tanto, el señor Jacquin seguía recibiendo desde 1917 a sus clientes y visitas en el llamado Restaurante Jacquin de la Quinta Los Sauces, mencionada a veces también como la Quinta Belga en ciertas reseñas. Disponía de una laguna con agua de vertientes, botes para paseos, juegos deportivos y columpios e iluminación artificial.

El establecimiento de la quinta contaba con orquesta de cuerdas y luz eléctrica hasta las 11 de la noche. Una fotografía histórica del Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional de Chile muestra una reunión de 1924 realizada allí en homenaje a Pablo Neruda, quien aparece al are libre junto a Paschín Bustamante, Exequiel Plaza, Tomás Lago, Rosamel del Valle, Toro Gilber, Hernán del Solar, Homero Arce, Humberto Díaz Casanueva, Álvaro Hinojosa y Ángel Cruchaga, entre otros. Esa es otra historia, sin embargo, ya que se aparta de los sacros comedores y cazuelas de Eleuterio Ramírez.

Según parece, además, la Casa de Cena tomó en algún momento el nombre de El Submarino Chileno, llamado también El Submarino a secas y famoso en el barrio de Plaza Almagro. Adoptó ciertos aspectos de cabaret siendo frecuentado por el rufián apodado el Cabro Eulalio y por periodistas como Renato González, Míster Huifa, quien iba allí a bailar y escuchar los tangos. Dicho nombre para el establecimiento de calle Eleuterio Ramírez es mencionado, entre otras fuentes, en la recopilación "Obras completas" de Pedro Sienna y en "Los refunfuños de M. Le Conte" de Enrique Lafourcade (Henri de Lafourchette). No obstante, otros autores hacen diferencias entre ambos locales, como Gonzalo Vial Correa en su "Historia de Chile. 1891-1973". Esto también se aprecia también en "Crónicas políticas" de Wilfredo Mayorga, refiriéndose a la incorregible bohemia de los años veinte y treinta:

Después de la función, se cenaba por las noches y a la carta por dos pesos cincuenta. La bohemia ocurría en El Submarino, una casa de cena en calle Eleuterio Ramírez, y por esos lados también estaban el Jacquin, la Hípica y las cazuelas de la Heriberta como segunda plato de tallarines y medio litro de vino del bueno y todo eso por un peso veinte. Ese barrio de lance fue por muchos años el camino de los bohemios, que después de la trasnochada esperábamos el amanecer recitando versos junto a la laguna del Parque Forestal, frente a la entrada principal del Palacio de Bellas Artes.

Echando cuentas, la debacle de la Casa de Cena y con aquel nombre, pudo haber sido una consecuencia del alejamiento de su fundador y capitán, fallecido pocos años después. En el fundamental trabajo "Apuntes para la historia de la cocina chilena", Eugenio Pereira Salas informa al respecto: "El generoso Eduardo Jacquin, propietario bohemio de 'El Submarino Chileno', casa de cena famosa por su reponedor caldillo de gallo, murió en 1924; en su sepelio hubo un cortejo de los fieles parroquianos".

La leyenda decía que, con la desaparición de la Casa de Cena, se fueron al olvido las mejores cazuelas de ave que hayan estado alguna vez disponibles en la historia culinaria de Santiago. Y, como es de esperar, ninguna huella suya queda en calle Eleuterio Ramírez: en su lugar, ahora existe un edificio residencial. Un conocido restaurante con el mismo nombre ha existido también en calle Almirante Simpson desde 1981, en los límites de Providencia con Santiago, pero no guarda relación directa con lo que fue el establecimiento de don Eduardo Jacquin. ♣

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