Publicidad para El Chinito en 1944, revista "En Viaje".
El Chino, llamado cariñosamente también El Chinito, fue un establecimiento con el mismo apodo de su propietario en avenida Diez de Julio Huamachuco. El sitio tenía rasgos de restaurante, café, cantina y hasta casa de juego, resultando especialmente atractivo a los hombres de letras, por alguna razón. En realidad llegaron a ser dos boliches: el así llamado Chino y otro que llevaban por título Los Tres Barriles, como prolongación del primero a solo pasos de él. Se ubicaban en los números 493 llegando al cruce con calle Carmen, en donde antes había existido una pensión con comedores y lavandería, y en el 498, en la esquina misma con aquella vía.
Con buenas cocineras y ambiente rotundamente beodo, las tentaciones del Chino tenían la virtud de estar disponibles hasta muy altas horas de la noche, especialmente en los años treinta y cuarenta, concentrando en ese tramo horario su más intensa actividad entre las mesas, con los muchos vividores y bohemios imposibles de enderezar que frecuentaban aquellos barrios del viejo Santiago, por el amplio y sombrío sector de Matta y San Diego, aproximadamente.
Parte de la importancia del negocio capitaneado por el Chinito provenía de la auténtica amistad que todos sus habituales mantenían con él, aunque fuera más bien un chino impostor; más chileno que un sánguche de potito. La otra razón sin duda se relacionaba con ser el primero de sus locales uno de los establecimientos que abastecían a hambrientos y sedientos en el pecaminoso vecindario alrededor de Los Callejones, en donde se concentraba un famoso cúmulo de folclóricos burdeles y cabarets de mala muerte, con la calle Ricantén (Ricaurte) como eje principal.
Como residentes y exploradores asiduos del barrio, los escritores Roberto Guerrero y Mario Ferrero fueron dos de los varios intelectuales concurrentes al establecimiento del Chino, durante su época "signada por cierta forma de bohemia ardiente y desenfadada que impulsaba la rebeldía juvenil", al decir del segundo. Es posible que también lo haya conocido el gran Pedro Sienna, considerando que era otro habitante del barrio, más hacia el sector de avenida Matta en su caso. En "Memorias de medio siglo", además, Ferrero recuerda una singular competencia que ejecutó con otros amigos hasta aquel boliche, escogido como meta:
Hicimos nuestra una frase de García Lorca: "sin una gota de locura, sería imprudente vivir". Así fue como una noche, ampliando la atmósfera del arte, corrimos una maratón en calzoncillo desde la nueva casa de Roberto, en calle Luis Beltrán, hasta "El Chino", un café restaurante situado en la esquina de Diez de Julio y Carmen.
El mismo Ferrero nos da más pistas sobre su propietario y las características del restaurante, además del origen de la asociación con tierras orientales en el personaje:
El Chino había nacido en Bulnes y su nombre era Renato Bustos. Debido a un accidente de juventud, hubo de hacerse la operación que le dejó el ojo izquierdo achinado; ni tonto no perezoso -tenía un gran sentido comercial- se hizo achinar el otro, se dejó unos bigotes largos y lacios e instaló el negocio que lo haría famoso tanto por su atención como por su decorado oriental, que lucía lámparas y grabados chinos y en el que destacaba el gran Buda de arcilla modelado por Luis Cerda Barrios, el "poeta Barata".
El Chino fue nuestro amigo desde tiempos inmemoriales. Comenzó a trabajar en un local pequeño que fue propiedad de mi padre, al que yo debía ir todos los meses a cobrar el alquiler. Cierta noche, el Chino tuvo la mala idea de ofrecerme un trago en la trastienda y desde entonces nos hicimos amigos. Yo, muchacho de pantalón corto, inquieto, aventurero; el ambiente noctámbulo del negocio, con bebedores bulliciosos, jugadores de cacho y no pocos mafiosos profesionales, me fascinó desde el primer momento.
Publicidad para El Chinito en julio de 1942, diario "La Nación".
Calle Lira en 1962. Fuente imagen: sitio web del Liceo Confederación Suiza.
Vista actual del cruce de avenida Diez de Julio con Carmen, en Google Street View. Los locales que propietaba el Chino eran el de la esquina a la derecha (en el 498) y el que alcanza a verse atrás del árbol enfrente del vehículo rojo, a la izquierda (en el 493).
Publicidad para El Chinito y Los Tres Barriles, publicada en la revista "En Viaje", año 1944.
Cabe recordar también que el primer libro de Ferrero se intituló “El café Iris y el Chino”, poemario que salió a la luz en marzo de 1948 desde la imprenta El Relámpago, también ubicada en la cercana vía Lira, y con el sello editorial Zócalo de las Brujas. Tal vez, aquel título fuera su forma de agradecer "a quien le fiaba sus líquidos consumos", para usar palabras de Marino Muñoz Lagos en "La Prensa Austral" ("'El Chino' y la bohemia", jueves 14 de julio de 2005). Y Guerrero, quien había residido en el 611 de esa misma calle Lira, con el tiempo acabó siendo propietario de El Chino, según algunas reseñas. De ser así, la vida de ambos escritores quedó anudada a la del restaurante, en cierta forma.
No estaba solo El Chino en el comercio contra fatigas y bajones de esas cuadras, sin embargo: en Diez de Julio con Santa Rosa, por ejemplo, estaba también el Café Celia, salón de té y pastelería a la que se sabe asistían algunas de las más famosas cabronas de aquellos lares, como la mítica tía Lechuguina. Y vecinos al famoso burdel de la Casa de las Siete Puertas en la misma avenida, estuvo también una oscura y brava taberna llamada la Nunca se Supo. A su vez, el conocido empresario nocturno José Padrino Aravena instaló por allá, en sus inicios, un bar llamado Milonga. Había otros boliches también por el sector de Lira, muy cotizados por los trasnochadores. Todo ese extraño mundo de remolienda y diversión se abría así en un amplio rango zonal, desde calle Camilo Henríquez hasta San Diego, más o menos, con El Chino casi en el corazón del mismo cuadrante.
Capitalizando la prosperidad, el Chino dispuso para el público también de su otro local enfrente del principal: Los Tres Barriles. Al parecer, este tuvo más rasgos de restaurante popular que el boliche anterior, aunque en algunos avisos clasificados antiguos aparece con servicios adicionales de pensión. Publicitando ambos negocios en la revista "En Viaje" durante el año 1944, aseguraba que en sus dos negocios el cliente podía disfrutar de la comida oriental, pollos al spiedo y fiambres surtidos. "¿Cree Usted conocer Santiago? Puedo asegurarle que no le conoce si no ha visitado El Chinito y Los Tres Barriles", decía el aviso en aquel año.
Recordando al Chino en su ya señalado artículo de "La Prensa Austral", Muñoz Lagos nos dirá muchos años después:
El Restaurante "El Chino" se hizo popular a muchas cuadras de su ubicación y era centro de la bohemia literaria. Hasta sus mesones atiborrados de clientes anochecidos y sedientos, llegaban narradores y poetas. Si bien El Chino tenía suerte con los negocios, andaba mal en los amores. Se casó varias veces, y en una de ellas, con una dama de Punta Arenas, en cuya ceremonia fue testigo el mismísimo Mario Ferrero, en persona.
El Chino se salvó de varios accidentes automovilísticos y uno de aviación, donde fue el único sobreviviente. Murió atropellado por una motoneta, circunstancia que no pudo contar a nadie, ni al mismo Ferrero.
Ya más cerca de nuestra época, ambos locales que fueron del Chino en Diez de Julio Huamachuco pasaron a ser ocupados por negocios de artículos relacionados con la actividad mecánica y automotriz, rubro comercial que domina desde hace años a la misma avenida. ♣
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