♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣

CUANDO LA SALA DEL ÁNGEL TUVO ALAS Y AUREOLAS: ANITA GONZÁLEZ Y LA "RADIOTANDA"

Las famosas lámparas con soportes de niños angelicales, en lo que fue la fachada del teatro Sala del Ángel.

La Sala del Ángel, llamada también Teatro del Ángel y ubicada en la galería del mismo nombre de San Antonio con Huérfanos, fue uno de los cines favoritos para cierto rango de la generación ochentera, más o menos en la adolescencia y por la edad universitaria tan cargada de pretensiones intelectuales. No era tan cursi como muchos percibían al Cine Arte Normadie, en donde está ahora el Centro Arte Alameda; empero, tampoco era tan profano y mucho menos algo sórdido, como acabaron varias salas al declinar la época de los grandes cinematógrafos, caso del cine Capri, cuyo edificio de una sola ventana aún existe en calle Monjitas.

A veces, se exhibían en el encantador lugar de aquel barrio llamado alguna vez el Broadway Santiaguino, películas que ya habían salido recientemente de la cartelera, para la comodidad de quienes no querían perderse entre los asientos de una sala grande y repleta, como sucedió con "La Sociedad de los Poetas Muertos" de Peter Weir, por ahí por 1990. Tardes y noches eran del teatro, con mayor perfume intelectual y bajo dirección de maestros como Juan Radrigán.

La Sala del Ángel siempre fue un cine-teatro pequeño, pero dotado de cierto encanto, muy elegante y sofisticado. Tenía capacidad para unas 180 personas sentadas cómodas y que varias veces repletaron el espacio, especialmente durante los estrenos teatrales con actores de renombre. Fue fundado sobre lo que había sido una sala anterior y remontada a los primeros años del mismo edificio: el entonces llamado Teatro Maru, nombre que tenía originalmente también la galería comercial, y después Teatro San Antonio, del que se cuenta hizo allí conciertos Víctor Jara en sus inicios.

Las carteleras de la sala angelical estaban entre las obras de las primeras y más grandes compañías dramáticas nacionales, también las de agrupaciones más cercanas aún a sus debuts y, por supuesto, en las proyecciones de películas, aunque con un carácter más próximo al de cine-arte, aunque sin el ya aludido cliché ni la artificialidad que muchas veces rondaba a otras salas más grandes o las asociadas al ambiente universitario.

Por fuera del local original, con fachada revestida de largas maderas verticales, dos figuras infantiles sostienen hasta hoy las lámparas custodias de su único acceso al público. Son dos personajillos metálicos parecidos a los que fabricaban antaño las industrias de metalurgia artística de París. La boletería estaba a un costado de ese acceso en un espacio que todavía puede reconocerse y que mantuvo por largo tiempo su aspecto de cajero antiguo, como de terminal ferroviaria. Se descendía por el lado de ella, y otra figura de un ángel estaba al interior, amparando sobre un arco la entrada del público a la sala oscura y sus butacas distribuidas en dos secciones, atrás y adelante.

La pequeña platea estaba suficientemente aislada del bullicio exterior como para un tranquilo par de horas de recreación allí. Las cortinas se desplegaban en una baja tarima y, tras ella, la pantalla de fondo, panel de plata para las proyecciones de cine. Los camerinos se encontraban en cuartos aledaños, y a veces el público llegaba hasta ellos o por el pasillo lateral, deseoso de conocer o entrevistar a los actores al final de cada presentación. Había que tener santos en la corte para semejante privilegio, en algún momento.

Como la Sala del Ángel disfrutaría también de una ubicación privilegiada en el centro comercial, entre cuadras con varios otros centros artísticos del desaparecido Broadway Santiaguino, no era necesario caminar tanto más allá de la salida para comerse algún bocadillo dulce o tomarse algún café antes o después de cada función en el encantador sitio. Dentro de la propia galería, de hecho, había uno o dos locales en donde echarle al buche alguna cosa rápida pero amena, cerca de la famosa Peluquería Tello que estaba ubicada hacia el vértice de la misma, misma donde solían llevar a los niños desde 1949 para el anual rito del corte de pelo de regreso a clases, símbolo del final de verano y de las vacaciones.

Ahora bien, si el afán de búsqueda era la cerveza, convenía partir desde el cine hasta los alrededores y los pasajes de Estado, calle por entonces aún con tránsito vehicular, en donde uno podía hacer un pedido más amistoso en los varios y buenos restaurantes económicos que allí se hallan hasta hoy, en especial los más próximos al Teatro Municipal. La sofisticación culinaria, en tanto, se halla desde 1959 cruzando calle San Antonio, en el restaurante Le Due Torri; y las onces familiares desde 1953 en el café Paula de la esquina con Agustinas, que era favorito de muchos artistas y músicos. No había cómo aburrirse en esas manzanas, por lo tanto.

Tras una buena época en los cincuenta, por razones que no nos parecen del todo claras el Teatro Maru comenzó a caer en dificultades financieras y fue ofrecido en arriendo para cinematógrafo, a partir de 1959. Su dueño, don Miguel Frank, tuvo dificultades para conseguir interesados pero logró un contrato por cinco años para que se hicieran allí proyecciones de películas. En esta mala racha debió dejar la sala Petit Rex de Huérfanos 735, además, hacia 1961.

Entre otras sesiones de rotativos que se daban por entonces en el Maru estuvieron las jornadas con comedias clásicas de Laurel y Hardy, Harold Lloyd, Charlie Chaplin y El Brendel. Fue el período en que cambiaría de nombre a Teatro San Antonio, justamente. Cuando cesó el contrato de arriendo en 1965, sin embargo, el querido teatrito de la galería se encontraba en franca decadencia.

Una joven Anita González en imagen publicada por el diario "Las Noticias de Última Hora" de noviembre de 1946.

Ana González, la Desideria, en fotografía de Alfredo Molina La Hitte hacia los años cincuenta, durante los jóvenes tiempos de la actriz.

Exhibiciones de comedia clásica en el cine del Teatro Maru, a inicios de 1960.

Compañía de los comediantes Lucho Córdova y Olvido Leguía en la sala, cuando aún se llamaba Teatro Maru. Imagen publicada en "La Nación" del sábado 27 de septiembre de 1969. 

"Testimonio de la muerte de Sabina", de Juan Radrigán, con Ana González y Arnaldo Berríos marzo de 1979, en el escenario de la Sala del Ángel.

El teatro de la Sala del Ángel nace como tal poco después, cuando se convierte en la sede de las presentaciones de la Compañía del Ángel, hacia 1971. Este grupo de actores estaba conformado por pesos pesados del rubro: Ana Desideria González, Luz Maria Lute Sotomayor, Bélgica Castro, Dionisio Echeverría, Alejandro Sieveking y Luis Barahona, todos personajes de inmensa trascendencia en las artes escénicas nacionales. Teatro del Ángel era llamado entonces, en la galería que aún llevaba el nombre de Maru. Los integrantes de la compañía formaron esta sociedad para adquirir la sala de la galería comercial ese año, y parece haber sido la primera gran incursión empresarial de Anita, además, actividad que mantuvo paralelamente a su exitoso oficio de actriz y comediante hasta que la salud se lo permitió y la llamó al temido retiro.

Empero, el mismísimo día del levantamiento militar en 1973 sorprendió literalmente "de golpe" a Anita justo en viaje de regreso a Chile, en un avión despegado desde Alemania. Retorna así al país en convulsionados y difíciles momentos, con todas las carteleras artísticas prácticamente suspendidas y pocas expectativas de mejorar en el corto plazo. La sala del aún llamado Pasaje Comercial Maru se había intentado mantener en funciones aunque concluyendo las presentaciones muy temprano cada tarde, ritmo que era imposible para cualquier deseo extender la actividad artística en condiciones de normalidad.

Como muchos otros actores comprometidos con el derrocado régimen, además, la mitad de los integrantes de la sociedad y del elenco estable del Teatro del Ángel se marcharía del país, sacando pasajes urgentes a Costa Rica y otros destinos. De esta manera, Anita se une a Luz María para comprar el resto de la sociedad del angelical teatro y mantenerlo vigente en esos años, evitando su inminente ocaso. Habían quedado prácticamente solas en este esfuerzo, dadas las circunstancias.

En octubre de 1974, la sala también fue el lugar de estreno de la obra "Y al principio existía la vida" de la compañía de teatro El Aleph, fundada por los hermanos Marieta y Óscar Cuervo Castro, este último director del grupo. Este evento tuvo connotaciones trágicas, sin embargo, porque poco después figurarían como detenidos desaparecidos la madre de los hermanos Castro y alguien muy cercano a la propia compañía, Juan MacLeod, apresados por su controvertida militancia en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), además de obligarse la disolución de la misma por el contenido político de sus obras al que se resistían a renunciar en momentos de fuerte irritación, represión y confrontación.

Esta sala fue, además, uno de los lugares en donde hizo parte de su período debut el fallecido director de teatro Andrés Pérez, con la obra "Las del otro lado del río", que se estrenó con el grupo Teatro de los Comediantes bajo la dirección de Roberto Navarrete y la actuación de la propia Anita González, con María Cánepa y Juan Cuevas, por ahí por 1977. El Teatro de los Comediantes había sido fundado por el destacado actor Tito Noguera, estrenando obras en esas tablas desde los inicios de la Sala del Ángel, como "La maratón", "Home" y "Las señoras de los jueves". Pérez también realizaría otras obras breves y muy veloces en los cercanos paseos de Santiago Centro pocos años después, evitando la fuerza pública.

Los Comediantes volvieron a hacer parte de su historia en aquella sala en marzo de 1979, con el estreno de la obra "Testimonio de la muerte de Sabina", de Radrigán. Actuaban allí Anita y su amigo Arnaldo Berríos. Con su personaje la Desideria, además, la actriz de radio y teatro participó en el espectáculo del “Bim Bam Bum” del Teatro Ópera, también ubicado en ese tramo de calle Huérfanos dentro del Broadway Santiaguino, a la vez que estrechaba cada vez más su proximidad con la televisión. En este medio de comunicación permanecería por largos años más, trabajando como comediante o haciendo papeles de teleseries, especialmente en la estación de la Universidad Católica de Chile.

En los años ochenta, quizá la más activa década de la Sala del Ángel, su escenario alternaba entre las presentaciones de teatro y las referidas proyecciones de cinematógrafo, siempre con orientación más bien cultural. Además de la prensa corriente, sus calugas publicitarias y las notas anunciando obras aparecían en revistas de oposición como "Apsi", "Occidente" y "Análisis”. En el mismo período alcanzó a conocer algunas presentaciones de tendencias diversas, más de variedad y música, pero siempre en el contexto de las artes escénicas.

Anita González preparó todo para que las transmisiones de su programa radial de humor “Radiotanda”, de la Radio Minería, se hiciera desde la misma sala a su mando y con público real. Allí, interpretando a su inagotable personaje de la Desideria, se presentaba al micrófono con otras figuras de la locución y las artes como Ricardo Montenegro, Williams Rebolledo, Sergio Silva Acuña, Patricio Villanueva y Casiano Peláez.

A mayor abundamiento, “Radiotanda” había sido transmitida por primera vez desde la Radio Cooperativa Vitalicia de calle Bandera, a mediados de 1949, siguiendo la línea de otros programas humorísticos de radioteatro como “Intimidad de la familia Vallejo” creado por Gustavo Campaña, después llamado “La familia chilena”, el alguna vez famoso “Hogar dulce hogar” y después “La Bandita de Firulete” del humorista Jorge Romero en Radio Portales. En el caso de “Radiotanda”, este había nacido después que Anita se negara a leer unas líneas ridiculizando al poeta Pablo Neruda en un libreto de Campaña, provocándose un altercado entre la actriz y el guionista, tras el cual ella renunció y se retiró del estudio radial. Justo cuando iba saliendo enojada, Anita se encontró con Ricardo Montenegro, conocido libretista de una radio de la competencia, informándole de lo sucedido: al instante, la actriz estaba con trabajo otra vez y Montenegro la llevó así hasta radio Cooperativa, en donde comenzaron pusieron en marcha el programa “Radiotanda” con la Desideria acompañada por locutores como Adolfo Yankelevic y un entonces joven Sergio Silva.

Participó también una banda musical que ponía sonidos incidentales de cada obra, dianas y presentaciones musicales, llamado Los Orates Sereniedes. Famosa fue su cortina musical de presentación, que usó hasta sus últimas transmisiones, con la voz de la propia Desideria González y coros del resto del elenco más el público:

Viene Radiotanda… Sí, señor
Ay, viene la audición… Y el buen humor
Ay, todo el que lo escucha… Sí, señor
Ay, ríe a carcajadas… Jo, jo, jo….
Ja, ja, ja, ja, jaaa, jaaaaa….

El programa era transmitido en vivo y el público participaba con instrucciones silenciosas dadas por carteles que mostraba un asistente, con las órdenes “silencio”, “risas” o “aplausos”. A la Desideria se sumaron otros personajes como don Casiano Peláez y Peláez, interpretado por el propio Montenegro y bautizado así por Silva, quien tenía un singular vecino con ese mismo nombre y que lo inspiró; otro fue Amadeito, Rudesindo el Huaso y una vieja llamada Silvia Cabello Crespo, los tres creados e interpretados por Silva.

Cerca de dos décadas de éxito y popularidad cosechó el radioteatro de “Radiotanda”, hasta la muerte de Montenegro, quien dejó huérfano al elenco decidiendo poner fin al mismo en los años sesenta, como se lee en la obra biográfica titulada: “Testimonios. Ana González, primera actriz”. Fue una decisión extraña, ya que el programa seguía contando con audiencia y auspiciadores interesados, según se ha dicho.

Pasó el tiempo y los ex integrantes del elenco llegaron a ser grandes consagrados de las comunicaciones, especialmente en el caso de Anita González y Sergio Silva, este último con un período residiendo en Europa. A fines de los años setenta, entonces, Ricardo Montenegro hijo se presentó ante el joven actor Patricio Villanueva que trabajaba en esos momentos en la organización de la primera Teletón, reuniéndose con el equipo regularmente en una oficina de calle Lastarria. Hasta allá llegó Montenegro proponiéndole traer de vuelta el programa creado por su padre. Tras insistir a Villanueva y lograr convencerlo, enviaron una nota describiendo la idea al director de Radio Minería, en Tobalaba con Providencia, don Hernaní Banda. Este aceptó de inmediato, reclutando rápidamente a Anita en el proyecto e invitando también a Silva, quien justo se encontraba de visita en Chile sin expectativas de quedarse. Villanueva quedará incluido en el elenco y Montenegro se haría cargo de los libretos.

Anuncio de obra en el Teatro del Ángel hacia fines de septiembre de 1973, a sólo días de haber ocurrido el golpe militar.

El elenco de "Radiotanda" en los años ochenta. De izquierda a derecha: Sergio Silva, Ricardo Montenegro (hijo), Williams Rebolledo, Anita González, Hernaní Banda, Esperanza Silva, Patricio Villanueva y Sergio Matus. Imagen publicada en el libro "Testimonios. Ana González, primera actriz".

Publicidad para el programa "Radiotanda" de Radio Minería, en los años ochenta, transmitido desde la Sala del Ángel. De izquierda a derecha se observan en la imagen: Patricio Villanueva, Anita González, Williams Rebolledo y Sergio Silva. Fuente: blog de Benjita.

Histórica imagen del célebre Juan Radrigán, mientras habla por el teléfono de la boletería de la Sala del Ángel, parado por fuera de su entrada en la galería, en los días del estreno en Chile de su obra "La Contienda Humana" por la compañía El Telón. Fuente imagen: revista "Ercilla" de noviembre 1988 / Memoria Chilena.

La Sala del Ángel pasado ya el cambio de siglo, en su deslucido servicio como cine para adultos. A pesar de su triste caída, el aspecto conservaba el mismo que fue histórico en la fachada, con su tablado de duela mural y las figuras de ángeles con lámparas.

Vista hacia las escaleras que bajan a la sala y lámparas de la galería.

Acceso de la Galería del Ángel, por calle Huérfanos, durante la misma época en que era solamente un cine para adultos.

Interior del teatro antes de la última gran remodelación del espacio, cuando quedaba solo algo general de lo que habían sido su platea y butacas. Anuncio digital para la presentación del cuarteto Martín Pescador con un repertorio de su entonces reciente disco “Bitácora”, en 2018. Fuente imagen: portal Parlante.

Aspecto actual de la renovada sala teatral, ahora llamada Espacio del Ángel.

Anita dispuso del arriendo de la Sala del Ángel para comenzar aquella segunda vida de “Radiotanda”, nuevamente con público en vivo y con actores leyendo sus libretos en el escenario. Sin embargo, esta vez el programa se transmitiría en diferido, grabado en el lugar los martes y los jueves. Las transmisiones se  hacían después del noticiario de las 19 horas, justo cuando concluían los comentarios deportivos de Julio Martínez. Solo en el primer día estuvieron presentes los músicos en vivo, ya que después se usaron sonidos y melodías pregrabadas. En encargado del control técnico del programa era ahora Sergio Indio Matus.

Muchos temores debieron sortearse en aquellos primeros momentos, pues Minería era una radio de derecha y había ciertas dudas de los demás actores que participarían del nuevo ciclo. A pesar de tales tensiones y cambios, el regreso de “Radiotanda” fue notable y realmente resucitó al programa, volviendo a concitar atención del público en sus radioreceptores hogareños.

Sin embargo, los problemas no tardaron en comenzar cuando los actores más veteranos notaron que Montenegro se apoyaba demasiado en libretos antiguos de su padre, reciclando rutinas y poniendo poca creatividad de su parte en los nuevos, salvo por pequeñas y fugaces actualizaciones. Incluso traía de vuelta a personajes como don Casiano Peláez y Peláez que interpretaba su padre, pero sin haber ahora un actor acorde a esa estupenda actuación radial. El personaje cojeó hasta que incorporaron para el rol a Williams Rebolledo, un inquieto reportero del programa “El Correo de Minería”, en una sección de móviles llamada “Pájaros Azules”.

Rebolledo era un diestro imitador, bueno para los chistes y de personalidad alegre. Hacía un tiempo había manifestado querer que se le diera la oportunidad de cantar en el programa, algo a lo que no accedió Villanueva. Persistente y porfiado, Rebolledo logró que el portero del teatro en esos años, don Mario Reveco, convenciera a Silva de la voz que podía lograr imitar, similar a la del personaje don Casiano del fallecido Montenegro. Se le dio una oportunidad, entonces, y así quedó incorporado al elenco de “Radiotanda”, haciendo su aporte al equipo. La estupenda imitación del artista sorprendió incluso a Anita, quien no estaba enterada de su participación con el personaje aquella tarde, llegando a sentirse emocionada al final de aquella función al poder recordar tan vívidamente a su fallecido colega.

Otro problema que se presentó para “Radiotanda” fue la limitada audiencia que lograba conquistar después del interés pasajero que despertó su retorno, dada la misma debilidad de los libretos y el recurso humorístico que usaban con fórmulas que se remontaban a hacía 30 años. Banda intentó revertir la situación haciendo que Rebolledo regalara al público presente en la sala pequeños obsequios, generalmente productos para uso doméstico.

De esa manera, Rebolledo acabó siendo un importante repunte para “Radiotanda” y un protagonista en el elenco del radioteatro, permitiéndole recobrar energía y popularidad, además de competir con el cada vez más poderoso monstruo devorador de publicidad y audiencias que era la televisión. Esto se reflejó también en la cantidad de personas que llegaban a la Sala del Ángel peleándose una butaca, muchas veces. Eran incontables quienes, de rutina o de visita en el centro de Santiago, aprovechaban para ir a ver las grabaciones de las 13:30 horas, justo en el rato de la colación: oficinistas, comerciantes, secretarias, funcionarios, empleados, etc.

“Radiotanda” creció en 1982 con la incorporación de la joven y atractiva Esperanza Silva Soura, hija de Sergio Silva, la que por entonces daba sus primeros pasos en la actuación y acababa de llegar a Chile. Incluso se comenzó a llevar el programa afuera de la capital, recorriendo casi todas las regiones del país con presentaciones especiales en gimnasios, auditorios o teatros, incluso algunas para conscriptos en un cuartel militar de Concepción, pues el deseo de ver en vivo a Anita superaba incluso las ardientes diferencias políticas y la conocida filiación ideológica de la actriz quien, a su vez, tuvo la deferencia de no hacer distinción de público a la hora de ofrecer lo que más disfrutaba: provocar risas.

Por todas las descritas razones, era frecuente encontrar en la Sala del Ángel a intelectuales, algunos escritores, actores de teatro o televisión y, especialmente, a estudiantes universitarios, que desde sus butacas plegables aplaudían las obras más sobresalientes y recientes de la cinematografía más seria. Las proporciones de la sala le daban algo de intimidad y de comodidad casi familiar, pero aun así fue arena óptima para importantes presentaciones teatrales como "La remolienda" de Sieveking en 1981 y después una temporada completa iniciada en el verano de 1985, con obras del argentino Roberto Cossa.

La dinámica de “Radiotanda” con sus dos grabaciones a la semana, en tanto, consumía muchas energías. Los libretos se producían uno tras otro y llegaban a la sala a veces solo una hora antes de comenzar la función, siendo velozmente estudiados por los actores, en ocasiones mientras almorzaban juntos en camerinos o en algún local cercano como los descritos, arreglando o mejorando los textos. La camaradería llegaba a tanto en aquel grupo que, en una Navidad, Anita y Sergio compraron una bicicleta para la hija del Indio Matus, quien estaba afligido por no poder pagar tal regalo que la niña había pedido ese año. Había sido puestos al tanto por Rebolledo sobre las penurias por las que pasaba el destacado controlador.

Sin embargo, los libretos de Montenegro hijo habían comenzado a decaer otra vez, tal vez agotado ya en sus capacidades de creación y afectando mucho el ánimo de Anita al no encontrar forma ni tiempo necesarios para mejorarlos. Tal vez enterado de estos problemas, el productor Gonzalo Beltrán ofreció al elenco llevar “Radiotanda” hasta la televisión, ya a mediados de los  ochenta, cuando proyectaba la creación de un programa de formato radial pero en pantalla llamado “Estudio 26”, idea que estuvo solo un año al aire antes de admitirla fracasada.

Pocos años después, llegó a la sala angelical el estreno en Chile de otra célebre obra de Radrigán titulada "La contienda humana", en octubre de 1988 al final de una gira por Europa, por la Compañía El Telón bajo la dirección de Juan Edmundo González. Fue un año dinámico, por cierto: el mismo del histórico plebiscito que mantuvo dividida a la sociedad chilena entre el "Sí" y el "No". Poco antes, la sala se había repletado con las presentaciones del área teatral y artística de "Chile crea"; y ese mismo año se estrenó allí y en el Teatro El Biógrafo el documental "Cien niños esperando un tren" de Ignacio Agüero, que por su controvertido enfoque social y crítico habría causado inquietud y alguna suspicacia en el régimen, según se contaba entonces, aunque sin mayores sobresaltos.

La funesta situación médica que alejó a Sergio Silva de la vida pública en ese período y provocó después su muerte, fue el principio del fin para “Radiotanda”. Su ausencia trató de ser llenada invitando a varios otros artistas consagrados del humor o de las tablas, como Guillermo Bruce, Jorge Franco, Tenyson Ferrada, Coco Legrand y Armando Naverrete, más conocido como Mandolino. El alejamiento de Villanueva y los cada vez menos convincentes libretos terminaron de sepultar “Radiotanda” y así salió para siempre de la Sala del Ángel y las transmisiones radiales en 1989.

Pero el creciente mal que llevó a la tumba a Anita González, sumada a la caída generalizada de las viejas salas de cine de Santiago, fueron confabulando acumulativamente en el paso de los años y, en algún punto, cerrarían un capítulo en el libro del destino de la Sala del Ángel. Así, mientras muchos personajes ligados al mundo de las artes nacionales continuaban festejando el regreso de la democracia y anunciaban una nueva era para sus oficios, la Sala del Ángel perdía su batalla contra el tiempo en los primeros años de la década del noventa. Cerró hacia mediados de la misma, ya olvidada por su público, por sus actores y por los propios hombres que escribieron en ella parte de sus biografías.

El local reabriría al tiempo después, pero ahora convertido en su antítesis: un cine pornográfico, aparentemente el primero que se especializó ya dentro de la legalidad en esta clase de películas para adultos en Chile. Su sala interior fue remodelada y reacondicionada, desapareciendo algunos elementos más antiguos del mismo lugar. Locatarios, vecinos y administradores del edificio de esta esquina céntrica, guardaron por largo tiempo una nostalgia casi depresiva sobre la sala. Recordaban con claridad los nombres de sus empleados, de sus inicios, de sus anécdotas, como si fuese parte de sus propias vidas.

Al menos, doña Anita, pese a haber vivido sus últimos días cerca de allí en calle Miraflores, a causa de su invalidante enfermedad mental y de su posterior fallecimiento en febrero de 2008 jamás llegó a enterarse del triste destino que había tenido aquel querido teatro, por el que tanto se esforzó y ofrendó esfuerzos en su vida.

Sin embargo, al acabarse el lúgubre cine para adultos más cerca de nuestra época, se desplegó un posterior intento por resucitar a la sala con su nombre y espíritu originales. Fue reinaugurada en abril de 2015 con la obra "Tres tristes tigres" de Sieveking, aunque esto no bastó: a pesar del sincero esfuerzo de quienes tomaron el riesgo, volvió a su lánguido estado de parcial uso, pasando cerrada por largos períodos y después puesta en venta. El nombre del pasaje comercial, Galería del Ángel, y los dos serafines mudos sosteniendo las bolas luminosas de la entrada al ex cine-teatro, volverían a ser único que recordaba a la vista el glorioso y melancólico pasado de tan histórica sala, durante esos días de incertidumbre

Una nueva embestida de los particulares ha intervenido y mejorado la sala entre 2018 y 2019, dando nueva actividad, más positivas proyecciones de existencia y, posiblemente, con el necesario soplo de vitalidad que requiere este lugar para no caer marchito. Llamada ahora Espacio del Ángel, el lugar fue actualizado en su diseño interior con una gran remodelación e incorporación lumínica vanguardista, quedando muy atrás el aspecto clásico de la salita con butacas. Durante estos trabajos que incluyeron extender la fachada, cubrirla de porcelanato negro y modernizarla pero manteniendo sus característicos ángeles, curiosamente reapareció por el sector de la misma una inscripción con el primer nombre de este espacio, que había permanecido oculto tras los paneles: Teatro San Antonio.

Tal vez sea aquel simbólico redescubrimiento, una señal de esperanza para que la apreciada sala siga viva y en actividades constantes. ♣

Comentarios

♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣