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AGUDIEZ Y DON PÁNFILO: EL MAESTRO VENTRÍLOCUO

 

Agudiez y "Don Pánfilo", en fotografía de Alfredo Molina La Hitte tomada entre 1929 y 1935 (Fuente imagen: Exposición DIBAM en Metro Santa Lucía, agosto-septiembre 2011).

El arte titiritero reconoce al menos tres principales formas en que tiene lugar su representación: las marionetas movidas por cuerdas, los muñecos manipulados directamente a mano y los grandes disfraces tipo botargas o corpóreos para interpretar al personaje. Hay otras variedades, como figuras de sombras chinescas, títeres de guantes, de dedos, de varilla o javaneses, mecánicos y hasta algunos robóticos; pero los más relacionados con espectáculos suelen ser los mencionados.

En la categoría de técnica manual, están los muñecos de ventriloquía, los más relacionados con el mundo de las tablas recreativas y shows de humor general. Los cultores de este bello y antiguo oficio, colmado de leyendas, realizan la vocalización de sus muñecos con una disimulada voz que, en el pasado, se creía proveniente de sus estómagos. De ahí el nombre de ventrílocuos: del latín ventrilocuus, “hablador por el vientre”. Generan, así, diálogos divertidos con el personaje para entretención del público, llegando hacerse difícil no hablar de dupla o dúo para referirse a lo que es, en realidad, un artista y su instrumento inanimado.

Los escenarios chilenos han tenido excelentes ventrílocuos, como fue Tato Cifuentes y Tatín, o el maestro argentino Wilde con el muñeco Paquito. Sin embargo, en el país ya se conocía el oficio del ventrílocuo desde cerca del Centenario Nacional cuanto menos, cuando hizo furor en los teatros Eugenio Balder, casado con la comediante Rosita Montecinos. Famosos habían sido también los impresionantes muñecos a tamaño real del ventrílocuo español Francisco Paco Sanz, de visita en Chile y actuando en el Teatro Santiago hacia julio de 1913, artista inconfundible por sus grandes bigotes y considerado en algún momento como el mejor de los suyos en el mundo. Después, el público se asombraba con el ventrílocuo R. Richiardi y sus títeres en el Teatro de la Comedia de Santiago, presentándose en 1916 con la tonadillera española María Blasco. Ese mismo año, estuvo en Chile su colega Jorge Bell, integrante de una compañía norteamericana con su apellido.

Varios estupendos cultores de volatín, teatro adulto o diversión infantil mantuvieron el oficio en espectáculos posteriores, en muchos casos influidos por aquellos artistas extranjeros que llegaban con propuestas muy novedosas, como fue el caso del también español Memper y su divertido robot Don Chispas, el ventrílocuo norteamericano Bob Bromley con sus muñecos de cuerdas, o Radhini y su marioneta Pancho Candela, todos ellos ya en los cincuenta. Otros fueron más tradicionales y apegados al lado más artístico del oficio, aunque pasando también por candilejas, circos y teatro de variedades. Ya en tiempos del Bim Bam Bum se presentaba en estas revistas la artista internacional Rossy Barón y sus Muñecos Mágicos, a fines de la misma década. Y aunque muchos creen que la ventriloquia ya está en definitiva retirada en el país, generaciones más jóvenes fueron capaces de ofrecer espectáculos como el de la actriz Claudia Candia y su muñeca Albertina, además de ciertos titiriteros “a mano” que lograron saltar desde el espectáculo de calle a los medios masivos.

Uno de los más clásicos ventrílocuos que se contabilizan entre los pioneros exponentes de su arte en el espectáculo nacional, fue el artista español Justo Agudiez, a veces señalado también como Emilio Agudiez, aunque él prefería ser anunciado solo por su apellido. Nacido con el propio siglo XX al que llenó de risas y giras, parece ser el principal impulsor de la ventriloquia "moderna" en espectáculos de Chile y Argentina, además de influir en la estética de esta clase de muestras, incluyendo hasta el aspecto físico y el sistema mecánico de las marionetas que se usan por este lado del mundo, ya que era miembro de una familia fabricante de estos muñecos y con gran prestigio en la Península. El famoso Tatín había sido fabricado en aquellos talleres, según recordaba Cifuentes.

Cuenta Osvaldo Sosa Cordero en “Historia de las varietés en Buenos Aires” que, hacia 1915 y con sólo 14 años, Agudiez ya manejaba con gran destreza cerca de 17 diferentes muñecos, destacando el que sería, a la larga, su prolongación física, su dualidad o alter ego: Don Pánfilo. Había sido confeccionado por él y representaba a un estilizado, narigón y jocoso caballero, cuyo aspecto sofisticado no le impedía presentar dificultades para comprender o ponerse de acuerdo con su titiritero en largos diálogos humorísticos aplaudidos en Europa y Sudamérica.

Don Pánfilo, posando como si pegara un cartel anunciando la presentación de su dueño, Agudiez, hacia 1930. Fotografía de Alfredo Molina La Hitte. Fuente imagen: Biblioteca Nacional Digital de Chile.

Imagen de la misma sesión de Molina La Hitte, probablemente hacia 1935. En la actualidad, figura entre los archivos fotográficos del Museo Histórico Nacional.

Otra fotografía de Alfredo Molina La Hitte, publicada alguna vez en la revista de cine y espectáculos "Ecran". Fuente imagen: Biblioteca Nacional Digital de Chile.

Agudiez con su muñeco y la actriz Venturita López Piris, actuando en radio CD-69 de Temuco y posando junto a los propietarios Daniel y Simón de Mayo. Imagen publicada por revista "Radiomanía" de junio de 1944. Tomada de "Catálogo la radio en el Bicentenario de Chile", de la Biblioteca Nacional de Chile.

Fuera de su destreza como artesano fabricante de muñecos (que también lo hizo muy solicitado entre otros colegas) Agudiez llegó a ser, quizá, el más famoso ventrílocuo y titiritero hispano que probó suerte en el Nuevo Mundo, cuando muchos compatriotas suyos llegaban con compañías y teatros hasta tierras sudamericanas. Siendo aún joven, tanta era su popularidad que el tema “Marioneta” de Armando Tagini y Juan José Guihandut, famoso tango del posterior repertorio de Carlos Gardel estrenado en 1928, lo citaba en una parte de su letra:


¡Arriba, doña Rosa!
¡Don Pánfilo, ligero!
Y aquel titiritero
de voz aguardentosa
nos daba la función

Agudiez y Don Pánfilo tenían algo de personajes antológicos. Habían hecho sus principales presentaciones regulares en Sudamérica a inicios de los años veinte y, no bien comenzaron, inmediatamente quedó reclutado este show para temporadas completas de espectáculos, revistas y clubes de Chile, por la calidad, novedad, cantidad de voces e inagotables repertorios que ofrecía. Pasó también por la radio y llegó a tener una popularidad extraordinaria en el país, engañando a muchos con su talento para hacer hablar fuerte y claro a su muñeco sin mover los labios, además de dotarlo de singulares movimientos que parecían propios.

A pesar de que estos espectáculos no eran nuevos para el público chileno, la irrupción de Agudiez cambió la percepción y alcance del oficio, dándole una extraordinaria inyección de vitalidad y novedad con sus presentaciones. Según Retes en “El último mutis”, fue el “más querido y familiar de todos” los ventrílocuos establecidos en el país, y agregaríamos que el más influyente. Sus presentaciones prolongaron en los años treinta y cuarenta en locales recreativos, siendo solicitado siempre en Europa y el resto de Sudamérica en su copadísima agenda de actuaciones y giras. En Chile conoció también a la actriz y cantante local Venturita López Piris, de quien se enamoró, desposándola y formando familia.

Con Don Pánfilo, Agudiez solía desarrollar enormes y divertidísimos libretos abundantes en intercambios de chistes, haciendo cantar al muñeco temas tomados de espectáculos populares y óperas famosas, en tono de parodia, cambiándoles la letra o el sentido. Hombre y muñeco fueron retratados también en imágenes por la lente experta del gran fotógrafo de la bohemia chilena, Alfredo Molina La Hitte, en donde puede apreciarse ese rasgo de vida autónoma que parecía tener la marioneta, casi al estilo del perturbador muñeco Gabo, personaje que sabrán identificar los seguidores la serie animada “Los Simpson”.

La “dupla” solía iniciar su presentación con un sonoro “¡Hola!, ¿qué tal?”, muletilla propia de ciertas funciones populares y que se volvió parte del lenguaje coloquial chileno, perdurando incluso en personajes muy posteriores como el dúo humorístico Melón y Melame (Gigi Martin y Mauricio Flores), fingiéndose también un ventrílocuo con su muñeco. Enrique Horacio Puccia recuerda en “El Buenos Aires de Angel G. Villoldo” la que pudo ser su canción más conocida, en donde decía con picardía:

Porque soy un infeliz
tengo un grano en la nariz.
Como soy muy regordete
tengo un grano en el...
Ayayay, tralalalá

Entre varios otros centros de recreación a cuyo escenario subió, Agudiez se presentaba en el salón de té de la casa Gath & Chaves de Estado con Huérfanos, en donde lo vio el escritor Armando Uribe en sus tiempos escolares, yendo allá con su madre todos los miércoles a las 16:30 horas, cuando empezaban los espectáculos para chicos. Según comentara el Premio Nacional de Literatura en sus “Memorias para Cecilia”, la maestría del español era tal que realmente parecía que el muñeco se movía por su cuenta, haciendo percibirlo como otra persona diferente de Agudiez, así que no exageran los demás testimonios en el mismo sentido.

Agudiez y Don Pánfilo anunciados en el Patio Andaluz, en aviso de "Las Últimas Noticias", año 1940.

Presentación de Agudiez y Don Pánfilo, probablemente en el Sótano de la Quintrala o bien en El Pollo Dorado, por donde está actualmente la Plaza de las Agustinas en Santiago. Fuente imagen: Flickr de Pedro Encina "Santiago Nostálgico".

El ventrílocuo y su muñeco en el Violín Gitano, año 1952, en imagen de la revista "Ecran".

A fines de 1939, tras una exitosa estadía en Santiago, Agudiez había retornado con las Hermanas Celindas a Buenos Aires, iniciando lo que iba a ser su más extraordinario período profesional pues, al comenzar los cuarenta, sorprendía la intensidad de la agenda del ventrílocuo, viviendo entre viajes, hoteles y escenarios. Durante el año 1942, por ejemplo, se presentaba en la entonces célebre Hostería del Laurel, en calle Central 42, hoy Phillips, ubicada en los bajos a espaldas del Portal Bulnes (en donde ahora existe un estacionamiento). Compartía cartelera allí con Diana Alvarado, el recitador Gaucho Ochoa, la trágica cantante hispano-argentina Choly Mur, el Trío Moreno, el Trío Beroa y el Trío Gallucci.

Sin embargo, tras haber estado viviendo en Chile y hallándose aún en uno de sus mejores momentos profesionales, ese mismo año Agudiez se había mudado a la mucho más rentable, concurrida y luminosa capital argentina, después de varias buenas presentaciones allá que auguraron un nuevo mejor paso en su carrera. Fue despedido junto a Venturita con un homenaje de sus colegas chilenos en el Teatro Santa Lucía, el 19 de octubre de ese año. Volvería varias veces más a hacer funciones en Chile, sin embargo.

Hernán Castellano Girón, por su parte, recuerda en “El huevo de Dios y otras historias” que, ya hacia 1945, Agudiez se presentaba con el muñeco también en el café y club Lucerna de Ahumada. Se trataba de otro clásico local de la bohemia diurna y nocturna, cuya sede se incendió pocos años después en donde ahora existe una multitienda ocupando el zócalo de un edificio posterior. También hizo aplaudidas presentaciones en El Pollo Dorado de Estado con Agustinas, El Patio Andaluz enfrente de la Plaza de Armas y El Goyescas de Huérfanos con Estado, como muchos otros artistas internacionales llegados en esas décadas.

En su patria, en tanto, Agudiez realizó otras inolvidables actuaciones y apareció regularmente en un conocido programa llamado “Cabalgata fin de semana” transmitido todos los sábados. Actuó allí durante algunas temporadas. También se presentaba en Brasil en los años cincuenta, en donde la publicidad de Don Pánfilo lo anunciaba al público como “el muñeco que tiene alma”. Allí alternaba en los escenarios con artistas como Paola Silvi y el Trío Nago, en 1952.

Adaptando astutamente a Don Pánfilo con el carácter porteño en el país platense, Agudiez también parece ser el primer ventrílocuo en haberse presentado en televisión argentina con su muñeco. Y si bien hubo varios impresionantes shows de ventrílocuos en Buenos Aires desde el siglo XIX, como el ilusionista alemán Karl Hermann, el impacto provocado por el español fue un cambio sustancial.

A la sazón, Agudiez y otros importantes cultores del oficio, como el ya mencionado Paco Sanz (fallecido en 1939) y el argentino Emilio Dilmer (con los muñecos Venancio y Gregorio), iban abriendo camino a los que serían los consagradísimos exponentes del género a nivel local, como Ricardo Gamero, más conocido como Mister Chasman y su marioneta Chirolita, de tremenda popularidad entre los sesenta y parte de los ochenta. Otros veteranos ventrílocuos de la escena argentina, como Rodolfo Aredes con su muñeco Pepito, o Luis Nichols Lionakis y su compañero Picaflor, también reconocieron a Agudiez como uno de los grandes impulsores de este género artístico en suelo platense y en toda la región sudamericana.

Agudiez seguía yendo y volviendo a Chile y todavía se presentaba en El Pollo Dorado pasado ya el medio siglo, residiendo en el país por largas temporadas hasta que retornó de manera más estable. Con Venturita, además, trabajó varias veces en diferentes radioemisoras de Santiago y regiones, conservando siempre el humor y la vigencia que caracterizaron la calidad de sus presentaciones. Trabajó establemente hasta los años setenta, siempre con el mismo muñeco de sombrero, y nunca perdió sus vínculos personales y familiares con Chile, Argentina y su querida España.

Cuenta cierta leyenda que Emilio Agudiez, ya anciano, pidió personalmente ser sepultado con su muñeco y compañero de toda una vida, Don Pánfilo, y que así se le habría concedido este deseo post mortem. ♣

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