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PROPAGANDA DE GUERRA Y ESPECTÁCULO PATRIÓTICO EN 1879

Portada de "El General Daza. Juguete cómico en un acto y en verso” del Pequén Allende.

Como sucedía con los titiriteros que llevaron a Don Cristóbal y otros personajes parecidos hasta los regimientos en campaña, las rutinas de las compañías teatrales y volatineras se armaban también con buenos recursos de humor y de discurso contextualizado en la Guerra del 79. Sin embargo, lo mismo ocurría lejos de los territorios de la beligerancia, en las grandes ciudades de Chile, con espectáculos cumpliendo funciones importantes para la información, la propaganda y el ánimo patriótico en medio de la situación.

Para tal propósito, con frecuencia se echaba mano a discursos en cada obra de los elencos que se presentaban en teatros de la capital y en circos llegados también al chalet y las terrazas del cerro Santa Lucía o a paseos públicos. Campeaba el uso de estereotipos étnicos o culturales, ridiculizando a los enemigos peruanos y bolivianos con los antiguos motes de cholo y cuico, respectivamente, pero de preferencia a los líderes políticos o militares de los aliados. Dicho sea de paso, cuico es el mismo apodo peyorativo que evolucionó, por alguna razón, hasta el que se da hoy a la gente de estrato social y cultural más alto en Chile. Esto, porque en algún momento parece haberse extendido para denominar a los afuerinos en general, desmintiendo de paso la creencia popular de que se referiría a un insulto dado en el mundo carcelario a los reos con más beneficios y que se formaría de la primera sílaba de dos expresiones soeces ("culiado" y "concha de su madre").

De ese modo, hubo una fuerte función propagandística con el tono propio de un estado de pasiones exacerbadas por la guerra durante aquel período. Algunas manifestaciones artísticas, de hecho, acompañaban la realización de concurridos mítines públicos en grandes plazas, en donde se arengaba a la población y se informaba del desarrollo de los acontecimientos en el norte, con participación activa de personajes como Benjamín Vicuña Mackenna, Manuel Rengifo o Carlos Walker Martínez, entre otros. De seguro, aquellas reuniones con mejores noticias eran seguidas de comparsas carnavalescas y murgas espontáneas, cuando el estado beligerante ya había prendido en el ánimo popular de los chilenos.

Las artes escénicas, entonces, no hicieron algo distinto de la política, la religión, la prensa y otras instancias de la sociedad en un estado de guerra, tal como sucedía en los países vecinos involucrados: cuadrarse y subordinarse a los intereses de la patria, intentando mantener la voluntad, fomentar la unidad del pueblo y reafirmar una condición de enemigos viles en el adversario. La información noticiosa de la guerra llegaba por todos los medios disponibles: folletos, pasquines, periódicos, oradores, mítines y volantes. Muchos medios de prensa y boletines aparecen por entonces para cubrir la gran demanda de noticias para el público, además.

Sin embargo, las presentaciones de aquella naturaleza a la sazón eran precarias y muy básicas, a pesar del impulso que estaban generando a la actividad teatral del país. Incluían con frecuencia comedias, tragedias, zarzuelas, sainetes, declamaciones y elementos de funciones circenses. Siendo el Teatro Municipal y los espacios abiertos de la ciudad de Santiago los únicos capaces de contener un montaje escénico de magnitud, además, la mayoría de las obras patrióticas se reducían a pocos actores y a escenografías mínimas, poniendo todo el énfasis en el contenido de los discursos, diálogos-monólogos y arengas.

Al estallar la Guerra del Pacífico en 1879, cundieron también las representaciones escénicas relacionadas con recreación de batallas históricas, que hasta entonces se limitaban a episodios de la Independencia, de la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana y la guerra contra la flota española. El nuevo estado beligerante, sin embargo, trajo no solo ánimos renovados para el patriotismo y las energías nacionalistas, sino también fechas inolvidables casi desde el momento mismo de iniciadas las hostilidades, especialmente en el mar, como fue la ocupación de Antofagasta, el Combate Naval de Iquique y Punta Gruesa, la captura del monitor Huáscar en Angamos y el desembarco de Pisagua, más otros de tierra como el Combate de Calama, la inmolación de Tarapacá y la Toma del Morro de Arica.

Es presumible que muchas de aquellas manifestaciones artísticas cocinadas con el fuego patriota, hayan servido también a ciertos niveles de celebración por parte de comunidades chilenas viviendo hasta hacía poco bajo dominio extranjero, especialmente los que estuvieron en la mano de las autoridades bolivianas sintiendo el peso de la represión en los peores días de irritaciones diplomáticas, como eran los residentes de Antofagasta y Mejillones. Los doctores en historia Carlos Donoso Rojas y María G. Huidobro Salazar, por ejemplo, en un trabajo publicado por la revista “Historia” (“La Patria en escena: el teatro chileno en la Guerra del Pacífico”, 2015), identifican en la prensa la realización de una concurrida obra patriótica en un improvisado teatro de Caracoles, por parte de los alumnos de un colegio del campamento minero (“El Mercurio de Valparaíso”, 6 de mayo de 1879); y después, el viaje a Valparaíso del empresario y director dramático de Antofagasta don Juan Pantoja, ya que quería montar obras que hasta ese momento no podía, por el deficiente personal con el que contaba (“El Pueblo Chileno” de Antofagasta, 15 de mayo de 1880). Pantoja había paseado por el país comedias como “La toma de Calama” y el drama “La toma de la Covadonga”. Justo Abel Rosales vio funciones de esta compañía pero en el frente de guerra, en 1880, con la obra “Otro gallo cantará” seguida de retretas de la banda de guerra.

Cabe recordar que todas las localidades nortinas mencionadas eran tierras en donde se tomó con júbilo el arribo de las fuerzas chilenas, prácticamente como salvadores, en especial después de haber sido decretado el absurdamente corto plazo perentorio de salida de los chilenos como expulsados del territorio por el presidente boliviano Hilarión Daza. La controvertida medida también había sido tomada en Perú, pero no en Chile, en donde peruanos y bolivianos pudieron continuar residiendo en plena guerra, algo que ayudó a exacerbar los ánimos y arrojos tan propios del conflicto.

Don Benjamín Vicuña Mackenna fue uno de los principales oradores de la Guerra del Pacífico.

La epopeya de Iquique y Punta Gruesa inspiró a muchos artistas populares y propagandísticos de la época, definiendo para siempre el curso que tomaría en el imaginario colectivo el desarrollo de la guerra.

La ilustración heroica también fue parte de la propaganda popular durante la guerra. Guardiamarina Ernesto Riquelme en dibujo de Luis F. Rojas para el "Álbum de la Gloria de Chile" de Vicuña Mackenna.

Otros artistas harán algo parecido desde las artes de la pluma, como corresponsales e ilustradores históricos, caso del dibujante Luis F. Rojas, posterior gráfico de la épica serie “Episodios Nacionales”. El humor ilustrado fue de importancia durante el conflicto, además, abordando incluso aspectos diplomáticos anexos como la cesión de los derechos territoriales sobre la Patagonia Oriental a Argentina, en 1881, según lo que ve Monsalves Rabanal en periódicos satíricos y de caricatura política como “El Mefistófeles” y “El Combo”.

Un hito especial de las artes al servicio patriótico se relacionó con la mencionada imagen de Daza en el teatro, personaje sumamente despreciado entre los chilenos por sus conocidos modales arrogantes, por los complejos napoleónicos que se le adjudicaban y, desde ahora, visualizado también como el provocador que llevó las cosas hasta el extremo, en los hechos detonantes de la guerra. El autor destacado en aquel episodio de furia contra el dictador altiplánico fue el escritor y dramaturgo Juan Rafael Allende, excelente redactor satírico y magnífico orador que firmaba El Pequén. No dudó en poner su obra a disposición de la propaganda patriótica en los conflictos de la época contra los países aliados y también contra Argentina, por la cuestión de la Patagonia y Magallanes.

A mayor abundamiento, no bien tuvo lugar la ruptura entre Chile y Bolivia por el desconocimiento del Tratado de 1874, El Pequén Allende corrió a escribir  su trabajo titulado “El General Daza. Juguete cómico en un acto y en verso”, que fue llevada a los escenarios con él mismo como protagonista en un papel de roto chileno, tan exaltado y explotado por los discursos en esos momentos. Fue de enorme aplauso popular y buena crítica, constituyendo la pieza más relevante del teatro patriótico de esos días, en la que Allende hacía una exaltación patriótica con el lenguaje esperable, además de un ataque a ratos frívolo pero sin discreciones contra el tirano Daza. El presidente era representado en la obra y ridiculizado por sus excesos desde el inicio, en la escena de apertura con los personajes coronel Goliat y comandante Rompelanzas dentro de un imaginario teatro de la ciudad de La Paz (el día 26 de febrero de 1879, según el libreto):

ROMP.: ¡Qué dices, Goliat amigo!

GOL.: Comandante Rompelanzas,
Digo que me preocupa
Demasiado aquella carta
Que antenoche el presidente
Recibió estando de máscara.

ROMP.: Pero, ¿no la ha abierto aún?

GOL.: No, no. Ya sabes que Daza
Cuando entre copas y chichas
Se encuentra, no piensa en nada

ROMP.: Más, no veo yo dónde
Tu preocupación nazca.

GOL.:  Nace de que los chilenos
Que pululan en la sala,
Cuando al presidente ven
Que por frente de ellos pasa,
Cuchichean en corrillo
Y le ponen una cara
Que revela compasión,
Odio, menosprecio, rabia,
Y, en fin, me dan mala espina…

En otro momento, festinando con las rimbombantes declaraciones de Daza en contra de los chilenos (palabras que se conocieron en su declaración de guerra), Allende pone en boca del personaje las siguientes líneas, mientras habla con Goliat:

DAZA: Dar es preciso a los rotos
Un merecido escarmiento.
¿Piensan mofarse de mí
Sólo porque son chilenos?

GOL: De usted, señor presidente,
Nadie se mofa, yo creo,
Sin que usted la afrenta lave
Con su vengador acero.

DAZA: Bueno está; pero es el caso
Que esos huasos del infierno
Me quieren quitar el juicio
Con sus dichos y sus hechos.

Aparece unas líneas después la infaltable figura del roto chileno en escena, que recita el siguiente manifiesto a Daza, quien lo ha increpado por su canto patrio:

Ese canto es de mi tierra;
Que es como decir, del cielo
Y lo canto cuantas veces
Yo de mi tierra me acuerdo.
A lo de roto ladrón
Yo le digo y le contesto
Que no es ladrón quien trabaja
Como trabaja el chileno,
Con la barreta en las minas,
Con la pica en el desierto,
En las salitreras hoy,
Mañana un camino abriendo
En cordilleras adonde
Las cabras jamás subieron.
¿En qué parte de esta América
No se ve el brazo de fierro
De mis buenos compatriotas,
Que por un mezquino sueldo
Trabajando echan el quilo
Desde el verano al invierno?
¿Hay artesanos aquí
O allá entre los peruleros
Que, sin eseución, no sean
U de la Uropa u chilenos?
¡Ustedes se morirían
De hambre sin mis compañeros!

La obra termina con el mismo personaje del roto respondiendo a los “¡Muera Chile!” con la siguiente divisa, tras la que cae el telón:

¡Y viva el triunfo marcial!
Que en Yungay nos dio la gloria
¡Chilenos: a la victoria!
¡Chilenos: al Litoral!

Posteriormente, el prolífero Allende siguió creando y publicando otras obras también concebidas al ardor de la guerra, como “José Romero” en 1880, “La comedia en Lima” y “La generala Buendía”, ambas de 1881, y “¡Moro viejo…!” de 1883. Todavía después de la contienda presentaba trabajos de este tenor, como “El cabo Ponce”, de 1898, aunque la más conocida de todas sus publicaciones fue “La República de Jauja”, en la que atacaba al gobierno del presidente Balmaceda.

Al mismo llamado pro-patria que respondía Allende con “El General Daza” y otras piezas teatrales, contestaron autores como Francisco de Puerta y Vera, Luis Valenzuela, Fernando Muriel Reveco o Carlos Lathrop, con sus propias obras.

Algunas representaciones en los teatros tenían por objeto también el reunir fondos para el desarrollo de la guerra, más allá de solamente inflar el pecho patriótico del público. El Club Santiago, por ejemplo, organizó conciertos en el Teatro Municipal reuniendo en una ocasión 222,55 pesos, destinados a la creación de un hospital de sangre en el frente.

Cabe observar, además, que si en la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana habían circulado también impresiones propagandísticas parecidas, más bien tibiamente por las limitaciones de las imprentas de entonces, el desarrollo técnico de las prensas permitió que una gran cantidad de estas obras corrieran ahora entre la ciudadanía durante la Guerra del Pacífico y más allá de ella inclusive, con sus respectivos reflejos en las producciones artísticas. La prolongación de las tensiones por la cuestión de Tacna y Arica, de hecho, permitiría la aparición de varios impresos en este tenor, todavía en los años veinte.

Todas aquellas manifestaciones respondían a un arquetipo social y cultural que podríamos definir como el Llamado de la Patria, convocando a sus ciudadanos de diferentes áreas en los momentos de adversidad o desafío, no sólo para que tomen las armas, sino para que participen de la búsqueda del triunfo ante el peligro desde todos los roles y servicios que les correspondan. Como el estallido mismo de la guerra había sorprendido poco involucrada a la opinión pública de los países comprometidos en ella, además, la formación de un frente emocional pro-patriótico comenzó en toda su intensidad desde el mismo momento en que llegaban las noticias de los hechos consumados en Antofagasta y Calama.

Caricaturas alusivas a la Guerra del Pacífico en el folleto satírico "El Barbero" de Santiago, edición del 18 octubre 1879. Fuente: Memoria Chilena.

Más caricaturas de la Guerra del Pacífico en "El Barbero" de Santiago del 18 octubre 1879. Fuente: Memoria Chilena.

El pañuelo de homenaje a Prat y los héroes de la Esmeralda. Parece corresponder al que puso en alerta a algunos medios conservadores y autoridades que no vieron con buenos ojos la popularización de la imagen de los caídos en Iquique. Fuente: Repositorio Digital del Archivo y Biblioteca Histórica de la Armada de Chile.

En el caso de Santiago, la labor de los medios oficiales o formales se vio apoyada por la intensa circulación de folletos y libros de producción rápida que corrieron intensamente en la población. Algunos periódicos se valían de suplementos adjuntos para cumplir con estas demandas, como era el caso de “El Ferrocarril”. En estos mismos anexos iban los emplazamientos al pueblo para derrotar al enemigo, siempre en el tono propio del Llamado de la Patria.

Los mismos medios organizaron una movilización ciudadana en el óvalo de la Alameda de las Delicias, en donde estaba entonces el Monumento de San Martín, el domingo 6 de abril de 1879, tras el Combate de Calama en donde habían caído los primeros héroes chilenos y bolivianos de la guerra, a orillas del Loa. Esta reunión fue convocada desde “El Ferrocarril” con el título “¡Noble pueblo de Santiago! ¡¡Viva Chile!! ¡¡Abajo Bolivia!!”. Cerraba con el lema: “Patriotas: ¡¡Acudid!! ¡¡Acudid!! ¡¡Acudid!!”. Varios otros ejemplos como este son estudiados en la tesis “El patriotismo chileno en la Guerra del Pacífico”, de Dominique A. Maldonado Ojeda y Fernando E. Mardones Rivera (Universidad Internacional SEK, 2013).

La leyenda negra sobre aquellos encuentros y mítines patrióticos, principalmente fundada en afirmaciones muy posteriores como "Chile and the War of the Pacific" del estadounidense William Sater, dice que después de las fiestas, presentaciones artísticas y celebraciones masivas, la muchedumbre partía en masa a las tabernas y cantinas, en donde la ebriedad terminaba de hacer lo suyo y acababan enganchados por agentes militares. Se supone que los enganchadores aprovechaban las horas de borrachera y efusión patria para hacerlos firmar un reclutamiento voluntario y así acababan con uniforme arriba del ferrocarril de camino hacia el frente de guerra para poner a prueba, en carne propia ahora, el valor que antes celebraban a otros. Incluso se dice que el mando militar destinaba parte del presupuesto al alcohol necesario para obtener nuevos enganchados al final de cada festejo patriótico, presentaciones de bandas de músicos o celebraciones tradicionales en provincias.

La creencia en aquel procedimiento de obtención del recurso humano para la guerra ha sido compartida por historiadores militares salidos del propio Ejército de Chile, como Roberto Arancibia Clavel y Carlos Méndez Notari. En "Héroes del silencio. Los veteranos de la Guerra del Pacífico", este último agrega que muchos acuartelamientos forzosos se habían hecho también "con evidentes medidas de engaño, en algunos casos con promesas de dinero y estímulos que jamás les fueron entregados", argumentando que esta situación "desmitifica el concepto del heroísmo de un importante número de movilizados". Sin embargo, y aunque sí hubo reclutamientos forzados o por vía de permutas penales, además de poder existir la práctica del enganche durante en la posterior Guerra Civil, no parece haber gran información disponible para confirmar la práctica como algo casi regular durante la Guerra del 79; es decir, con presupuestos y planificación, como se ha descrito. Puede que mucho de lo que se repite al respecto proceda más bien del folclore oral, pero no nos corresponde definir más al respecto acá.

Otras manifestaciones espontáneas del sentimiento popular de celebración y conmemoración sobrevinieron con la epopeya de la corbeta Esmeralda en Iquique, cuya gloria llenó de inspiración a editorialistas, poetas, folcloristas, cantores y reclutas voluntarios llegados en masa hasta los cuarteles, tras conocerse el épico combate naval. No bien llegó la información sobre aquel 21 de mayo, comenzó la explosión popular de admiración por la figura del capitán Arturo Prat y los héroes de la gesta, iniciándose la fabricación y venta de recuerdos y homenajes. En su obra "Arturo Prat. Un santo secular", Sater aborda también la importancia que tuvo la figura e imagen del héroe en la formación de un potente símbolo patriótico para Chile, tan necesario en esos momentos y tan persistente hasta los nuestros.

Entre los objetos resultantes de esa rauda industria, estuvieron unos pañuelos de seda con el retrato de Prat y en las puntas la imagen de la Esmeralda, vendidos en almacenes de Santiago y Valparaíso, piezas que la gente solía llevar al cuello. A diferencia de lo que intenta establecer cierto mito de pretensiones revisionistas sobre el uso de su imagen para la propaganda de guerra y “fabricar” un héroe popular (para motivar el interés ciudadano en la guerra, se supone), la presencia de estos pañuelos conmemorativos en el pueblo fue tomada por muchos como una afrenta para Prat, Serrano, Condell, Aldea y todos los protagonistas chilenos de la doble batalla naval. Esto llegó a motivar protestas como la del periódico “Los Tiempos”, cerca de la Navidad de ese año, y alguna tentativa oficial buscando prohibirlas por las mismas razones. La intención era que se tomaran medidas parecidas a las que decidiría el gobierno alemán años después, hacia 1917, con respecto a poder usar el nombre del mariscal Paul von Hinderburg en réclames de artículos comerciales, pero en el caso chileno nunca se concretaron.

También hallándose lejos de las balas y cañones, otras compañías y circos hacían sus propios aportes a la causa disponiendo sus servicios para las autoridades. Tras la caída del escurridizo monitor Huáscar en manos chilenas el 8 de octubre de 1879 en Angamos, por ejemplo, cuando la nave capturada y averiada pasó a las costas de Valparaíso camino a ser reparada, fue recibida con una tremenda fiesta organizada por la intendencia y que incluyó, entre otras cosas, desfiles, discursos, un Te Deum, fuegos artificiales y las funciones patrióticas correspondientes que la municipalidad costeó encargándolas a una compañía circense. El Parque Municipal del puerto fue escenario de un gran baile de fantasía con "iluminaciones chinescas" y actividades recreativas.

La captura de la nave peruana Pilcomayo también despertó un festival popular, cuando la cañonera llegó al puerto el 4 de diciembre. Los marinos, varios de ellos sobrevivientes de Iquique, fueron recibidos con vítores y paseados en dos carros alegóricos por la ciudad, con bandas de músicos y lluvias de flores.

Sin embargo, gran parte de la propaganda y de los esfuerzos por mantener el optimismo de la sociedad ante la situación bélica, fue de agrupaciones artísticas que espontáneamente se acoplaron al discurso imperante: volatineros, titiriteros, compañías de comedias independientes, músicos folcloristas, versistas satíricos, comparsas callejeras, poetas populares, declamadores de cantinas, oradores de ferias o mercados y tantos casos que quedaron en el olvido.

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