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LA LINTERNA MÁGICA DE MANUEL DE SALAS

Grabado europeo mostrando las entonces famosas y aterradoras fantasmagorías logradas con aparatos llamados linternas mágicas y fantasmascopios. Se resalta la reacción de pánico que producían en el público. La lámina representa las presentaciones del físico belga Étienne-Gaspard Robert, gran impulsor de estos espectáculos y de la tecnología de las fantasmagorías, en la Cour del Capucines, en 1797.

Con el proceso activado en 1810 y con la Primera Junta Nacional de Gobierno constituida en el desaparecido Palacio del Real Tribunal del Consulado, la naciente Patria Vieja se vería enfrentada a ciertas necesidades y políticas específicas para complacer el deseo de bienestar ciudadano, cargado de muchos ánimos por celebrar también el enérgico momento que iba a vivir Chile a partir de entonces.

Pero, en aquellos días, lo que podría identificarse como la recreación popular seguía siendo casi la misma oferta de los tiempos coloniales tardíos: chinganas, quintas de recreo, casas de juego, teatro de corral, volatines, etc. De entre la pléyade de posibilidades habidas y por haber, las autoridades se inclinaban a favor o en contra de unas u otras, dependiendo de la marea y hasta del requerimiento de involucrar a los sectores más apáticos en el descrito proceso político.

Un dato interesante sobre este controvertido período y sobre los medios empleados por la propaganda de entonces ha sido abordado con miradas más frescas en publicaciones como la del historiador del humor Jorge Montealegre Iturra, en la revista “Patrimonio Cultural” (“Primeros dibujos animados”, 2002) y luego en su libro “Prehistorieta de Chile”; y también por Vivienne Barry en “Animación. La magia en movimiento”.

El caso de nuestro interés se refiere a la existencia de una antigua forma de pseudo-animación de dibujos de caricatura política titulada “La Linterna Mágica”, de la que hoy existe muy poca información disponible, salvo por la que ofrecen las señaladas fuentes.

La exhibición referida fue denominada con ese nombre por el mismo artefacto que se emplearía para la muestra pública de dibujos satíricos: una linterna mágica. Llamado también fantascopio, correspondía a una cámara oscura con proyector que ampliaba con su fuente de luz, contra una superficie, las láminas que se calzaban en un soporte en el camino del mismo haz. Ilustraciones sencillas de siluetas o lineales podían ser admiradas por los presentes, las que después se fueron sofisticando y adquiriendo más posibilidad de detalle o bien combinaciones de dos o más linternas mágicas, creando algo que parecía una verdadera brujería visual en la época.

No habiendo claridad sobre quién inventó el ingenioso aparato y creyéndose que podría estar relacionado con el teólogo y filósofo inglés del siglo XIII Roger Bacon, aparecerá mencionado por primera vez en un manuscrito de Christiaan Huygens en 1659, y después en la obra del sabio jesuita Athanasius Kircher titulada “Ars magna lucis et umbrae” (“Gran arte de luces y sombras”), en su segunda edición de 1671. Kircher, quien fue también uno de los propietarios del célebre y enigmático Manuscrito Voynich, habría utilizado el aparato para aterrar a los fieles mostrando placas con escenas del infierno. Algunos han atribuido erróneamente a él la invención de la linterna mágica, por lo mismo. También se sabe que pudo estar relacionada esta creación con la antigua tradición de las sombras chinescas y, ciertamente, con los avances en los estudios de la óptica y los lentes.

El siglo XVIII fue de gran popularidad para el ingenioso y primitivo ancestro del proyector de cine, convirtiéndose en una entretención de ferias en Europa y en un espectáculo ofrecido por el llamado hombre de la linterna o linternista, quien iba paseando su aparato maravilloso en una carreta por diferentes pueblos, haciendo que la gente quedara encantada al ofrecer sus funciones en cuartos oscurecidos o bien en reuniones abiertas durante las noches. Francia era, posiblemente, el país en donde más sesiones y festivales de linternas mágicas se realizaban, además de desarrollar la tecnología del aparato y de las placas ilustradas que se metían en el mismo, por lo que la actividad de los linternistas siguió siendo una tremenda atracción.

Una escena de la controvertida obra-espectáculo "La Nonne Sanglante", lograda con linterna mágica en el Theatre de la porte S. Martin en Francia, en abril de 1835. Original en la Biblioteca Nacional de Francia.

Fantasmagoría en un grabado francés del siglo XIX, obra de Moureau representando al parecer un espectáculo del físico y óptico belga Robertson (Étienne-Gaspard Robert).

Niño junto a una linterna mágica, ya a principios del siglo XX, en fotografía encontrada en Puerto Montt y donada por Angharad Gutman Sariego a la Biblioteca Pública Regional N° 48 de la ciudad. Publicada en sitio Memorias del Siglo XX.

Llamados también maquinistas, mismo apodo con el que alguna vez fueron motejados los titiriteros, la pantalla para proyecciones de los linternistas podía estar enfrente de la máquina y con el público sentado a ambos lados o por debajo del haz de la misma; o, lo que era más frecuente en ciertos espectáculos, ser traslúcida para que vieran las imágenes hacia audiencia, mientras que la proyectora y su operador permanecían escondidos detrás del mismo panel. En ambos casos, el resultado técnico era muy parecido al de los cinematógrafos, por dejar al público de cara limpia y despejada hacia las sorprendentes imágenes.

Se cree que la tecnología estaba ya en España hacia fines de la XVII centuria, pues aparece aludida en el poema “Sueño”, escrito en Sevilla por la religiosa mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, en 1692, según se observa en fuentes como “Los ecos de una lámpara maravillosa” de Francisco Javier Frutos Esteban:

Así, la linterna mágica, pintadas
representa fingidas
en la blanca pared varias figuras
de la sombra no menos ayudadas
que de la luz: qué trémulos reflejos
los competentes lejos
guardando de la docta perspectiva
en sus ciertas mesuras
de varias experiencias probadas,
la sombra fugitiva;
que en el mismo
esplendor se desvanece,
cuerpo finge formado
de todas dimensiones adornado
cuando a un ser superficie no merece.

No cuesta suponer el porqué algunos espectadores pensaron, por entonces, que aquella era una tecnología casi sobrenatural, ni las razones por las que Sor Juana asocia esta maravilla a los límites de la percepción real y la del sueño.

Dada aquella fama y popularidad, entonces, es probable que la linterna mágica llegara a ser conocida también en el Chile de tiempos coloniales, siendo heredada la tecnología a los primeros años del proceso de Independencia. Ya en los días en que actuaba la compañía de Nicolás Brito y María Josefa Morales en el teatro de Oláez y Gacitúa de la Plaza de las Ramadas, a inicios del siglo XIX, fue llevado hasta aquel escenario el artista José Cortés, conocido como El Romano y quien se presentaba además como maquinista operador de las linternas mágicas y otros aparatos por el estilo, como observa Sergio Herskovits Álvarez en su investigación sobre la historia de los títeres en Chile.

Empero, la linterna mágica siempre se tomó como una tecnología más del agrado popular, no tanto así por las clases altas que tendían a considerarla de mal gusto, según lo que enfatiza Carmen Luz Maturana en un artículo suyo para la revista “Aisthesis” (“La comedia de magia y los efectos visuales de la era pre-cinematográfica en el siglo XIX en Chile”, 2009):

Una vez lograda en Chile la Independencia de la Corona española, se registra una serie de elementos visuales en la escena, vinculados al género teatral de las Comedias de Magia y los números de varietés. Estos espectáculos, que contenían trucos escénicos mágicos y macabros, fueron vilipendiados en general por la élite pero contaron con el aprecio y gusto del público. En Chile, este género tuvo entusiastas espectadores. Principalmente, se mostraban transformaciones escénicas por medio de linternas mágicas, las que eran utilizadas también para proyecciones de fantasmagorías, es decir, la representación ante el público de espectros y fantasmas por medio de la ilusión óptica. En nuestro país una presentación de este tipo incluso llegó a generar un escándalo “por subversión”.

Y aunque la posible exhibición de una linterna mágica en la Patria Vieja tendría más relación con la semblanza de la historieta que con la de animación de dibujos, sí constituiría un antecedente asombroso de ella. La curiosa presentación de marras tuvo lugar en 1811, en el contexto del inicio de actividades del Primer Congreso Nacional. Así la describe Montealegre:

En ella se inspiró la sátira política que circuló durante la patria vieja: el dibujo de marras representaba la proyección de unas caricaturas desde el haz de luz de una linterna mágica, en una curiosa intuición de “dibujo cinematográfico”. Los caricaturizados son diputados de ese Parlamento, acompañados con cuartetas satíricas.

Un fantascopio o linterna mágica de fines del siglo XVIII, en grabado de 1799 con el aparato patentado por Robertson. Imagen publicada por Paul Burns en "Pre Cinema History".

Don Manuel de Salas, en la famosa lámina publicada por Desmadryl con su retrato.

Portada de "La Linterna del Diablo", otro pasquín satírico del siglo XIX cuyo nombre también aludía al espectáculo y la tecnología de las fantasmagorías. Fuente imagen: Memoria Chilena.

Tan sorprendente como la tecnología, fue también la identidad del ilustre autor de aquella exhibición pública y los pasquines homónimos de sátira editorial, como señala el humorólogo:

La linterna mágica se distribuyó como un volante original. Sin imprenta que entonces pudiera reproducirlas, estas piezas eran copiadas a mano y se hacían tantos ejemplares según destinatarios tuvieran. El dibujo estaba firmado con el pseudónimo José Líquido Transparente. Entonces se mantuvo en el anonimato, pero -tras polémicas e intercambios de documentos- se pudo establecer que el autor fue nada menos que el admirable Manuel de Salas. Baste, para dimensionar su importancia, recordar su iniciativa de libertad de vientres, que declaró libres a los hijos de los esclavos, o que fue el primer bibliotecario y protector de la Biblioteca Nacional. Para nuestros efectos, no podemos olvidar que, además de fundar la Academia San Luis donde se inició la enseñanza del dibujo, él mismo dibujaba. Y se dibujaba: en La linterna mágica, él es el diputado por Itata… Autocaricaturizado, para despistar.

El folleto fundado por Salas fue otra de las primeras publicaciones de sátira política en el país, en su caso especialmente dirigida a ridiculizar a Juan Martínez de Rozas a quien representaba, por ejemplo, en una caricatura con poncho, zuecos y un cuerno en la mano, acompañado de los siguientes versos que parecen aludir a su autoexilio en el sur tras el escándalo del navío Scorpion:

Afuera todo cabrón,
y porque no me persigan
ni más necesidades digan
me mudo a Concepción.

Es posible suponer que copias de esas mismas caricaturas hayan sido las que se proyectaron en la linterna mágica de Salas, entonces. Se sabe también que otros satirizados fueron los diputados Mateo Vergara, fray Manuel Chaparro, Joaquín Echeverría y el presbítero Marcos Gallo. Y cuando Salas se ridiculizó a sí mismo allí, lo hizo mostrándose con anteojos, la linterna, la gaceta y un calepín, diciendo al lector:

Estudien esta gaceta
si quieren Constitución
que viene Napoleón
nos meterá en su bragueta.

En “La sátira política en Chile”, Ricardo Donoso aporta más información sobre el pasquín satírico de “La Linterna Mágica” y su exacto contexto histórico, durante el despertar de las sátiras gráficas y editoriales chilenas:

De todos esos primeros ensayos satíricos, dejó persistente memoria entre los contemporáneos uno intitulado La Linterna Mágica, que ha constituido un verdadero misterio para los escritores nacionales, y un feliz acaso ha permitido salvar recientemente para la posteridad. Circuló con ocasión de la reunión del Congreso inaugurado el 4 de julio de 1811, y sobre él escribía el acucioso Talavera: “El día 14, en vista de los muchos pasquines que salían contra los de la fracción del Cabildo, unos con el nombre de Linterna Mágica, o Titilimundi, otros en forma de diálogo, todos ellos los más denigrativos contra los mismos que forman el Congreso, se trató en él sobre poner remedio a estos expurgatorios de las opiniones personales".

Fue la obra de don Manuel de Salas, que se complacía en cultivar ese género de la sátira intencionada y mordaz, no exenta de ática agudeza, en la que hacía un retrato de cuantos tuvieron asiento en aquella asamblea deliberante, en la que desfilaban tanto los partidarios de las mutaciones políticas como los que se aferraban al sector retrógado.

Cabe indicar, también, que un precursor de la Independencia como era el capitán y bibliófilo José Antonio Rojas, había gastado parte de su fortuna en traer no solo libros franceses de la Ilustración y que serían inspiradores para la emancipación americana, sino también una gran cantidad de objetos tecnológicos enviados desde Cádiz hasta Valparaíso. Según los inventarios, la carga incluía una linterna mágica, microscopios y lentes ópticos. ¿Sería la misma linterna supuestamente ocupada por Salas? Por su parte, Hernán Rodríguez Villegas se pregunta en su “Historia de la fotografía” si acaso habrá llegado allí también la primera cámara traída a Chile, iniciando al país en las tecnologías de óptica y artes fotográficas antes de lo que oficialmente se da por hecho (hacia la década del 1840).

Con la irrupción de los hermanos Carrera en septiembre de 1811 y luego timoneando la marcha del proyecto republicano, mucho del sentir ciudadano encontraba aún formas de drenarse y verterse públicamente a través de otras instancias lúdicas, como el teatro cómico, las funciones de títeres, las coplas satíricas, las décimas, las canciones populares, etc., todas procedentes de la baraja colonial de posibilidades. Pero desde ahora eran, también, formas concretas de transmisión de ideas políticas o de protesta, desde el realismo y el antirrealismo, hasta las críticas a las autoridades políticas, sus presas favoritas.

Sin embargo, no hay muchos datos más sobre el misterioso aparato que se habría usado como linterna mágica en la señalada intervención de 1811. Ha de haber sido, sin duda, uno de los más llamativos avances en los espectáculos públicos de esos años, aunque la caída de la Patria Vieja y el advenimiento de la Reconquista, tras el desastre de Rancagua en 1814, también relegó al olvido la curiosa experiencia del visionario y creativo Salas.

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