Fachada del cine Minerva en los noventa, cuando ya había cerrado y funcionaba en él la Librería y Juguetería Díaz, por el sector de las dependencias exteriores. También se conservaba el marco de la antigua marquesina luminosa. Imagen publicada por el diario "La Tercera".
Barrio Yungay, Quinta Normal y sus alrededores tuvieron varias de las viejas salas identificadas como típicos cines de barrio, entre sus muchas atracciones para los residentes y visitantes. Destacaron en las nóminas el Teatro O'Higgins, el Teatro Novedades, el famoso Colón, el pequeño Zig-Zag, el Electra y el antiguo Cine Patricio Lynch, todos ya cerrados o convertidos en otros recintos con funciones muy distintas a aquellas para las que fueron creados.
En la misma proliferación post-Primer Centenario de estos cines y escenarios por los vecindarios antiguos de la ciudad, nacieron cerca de Matucana algunas salas de proporciones no muy holgadas pero igualmente cómodas para la comunidad de habitantes de barrios como Yungay, Balmaceda, Brasil o incluso la Población el Polígono. Una de ellas, el Cine-Teatro Minerva, aparece en la década del veinte llegando a ser especialmente importante. Resistió hasta los años ochenta estoicamente en su sitio, en San Pablo con Chacabuco, por donde pasaba también la línea del tranvía en sus años de gloria.
Peleando desde cerca al mismo público del Teatro Colón, el Minerva estaba un poco más abajo de la cuadra entre Chacabuco y Matucana, más específicamente en la actual dirección de San Pablo 3230. Desde que se inauguró fue el lugar favorito de parejas y familias tras pasear durante la tarde por la Quinta Normal o los alrededores de la Plaza Portales, a escasos metros de la célebre panadería y pastelería San Camilo. Además quedaba próximo al bar El Frontón, que fuera famoso entre la bohemia de los sesenta y principios del setenta, mencionado en algunas obras literarias o artísticas y usado como locación del filme "Tres tristes tigres" de Raúl Ruiz, en 1968. En su “Historia del cine chileno”, Mario Godoy Quezada señala también que la antigua sede de Chile Films quedaba al lado de este cine.
Hasta hace algunas décadas, los residentes más antiguos del barrio recordaban la inauguración del teatro y la relevancia inmediata que logró, tal como se verifica con su aparición en las guías de antaño. Una primera entrada de público estaba a la vuelta en esos inicios, por Chacabuco 780. También comenzó a operar simultáneamente como teatro y cinematógrafo, volviéndose una sala de interés popular especialmente desde los treinta, no sólo para los habitantes de esas cuadras. Sus proyecciones incluían filmes de cowboys, que gozaban de gran atención en aquellos años.
La fachada del Minerva era un tanto sencilla y sin la espectacularidad de otras salas, sin embargo. Lamentablemente, todo su viejo aspecto está hoy escondido tras feos latones que intentaron “modernizar” el edificio para acomodarlo a otros servicios. El acceso del lado de San Pablo estaba señalado por dos filas de ventanales y escaparates con ángulos curvos hacia el pasillo interior del recinto, en cuyos vidrios y mamparas se colocaban todos los afiches de las películas en exhibición y las que vendrían.
Fueron famosas en él las presentaciones de orquestas bailables y grandes festivales, además. También había tenido lugar allí la despedida de temporada de la hermosa y joven artista del charleston y del black bottom chilena Suzette Drelieux, en horas de vermut y noche del 25 de febrero de 1928, cuando el aún joven teatro ofrecía programas cómicos veraniegos y proyecciones de películas mudas de Tarzán. Bailarina y cantante, Suzette dejó varios amores rotos durante aquella racha según decían, presentándose también en salas como el Teatro Providencia. A diferencia de la internacional Josephine Baker, que los chilenos podrían conocer en vivo sólo al año siguiente, Suzette no llegaba al desnudo y lucía hermosos vestidos en el escenario, con un espectáculo apto para toda la familia.
Aviso de las funciones del Minerva hacia fines de febrero de 1928, en la prensa impresa.
El entonces presidente electo Pedro Aguirre Cerda fue invitado a un homenaje para su persona en el Teatro Minerva, extendido por las autoridades de Quinta Normal. Nota publicada en el diario "La Nación" del viernes 18 de noviembre de 1938.
En marzo siguiente, además, había causado sensación en su escenario la troupe de Los Negros Cubanos, enérgicos artistas que introdujeron alguna parte del estilo tropical que después quedará asociado a los festejos musicales y dancings. Los artistas llegaron allí y al Teatro Avenida a despedirse del público al final de su exitosa temporada de presentaciones en Santiago, ese mismo mes de 1928. Este carácter popular iba definiendo al teatrito de barrio en sus propuestas al público, pero sin descuidar sus funciones de cinematógrafo.
Por aquella época comenzaron a realizarse en el Minerva los estrenos del noticiario “Actualidad de La Nación”, bajo edición de Andes Films. Junto a los teatros Yungay y Electra, esta era la sala para la proyección de tales filmes documentales cortos que incluían aspectos noticiosos de la realidad chilena, como campeonatos deportivos, visitas a lugares apartados del país y algunos pequeños informativos ancestros de los actuales reportajes científicos o históricos. Tuvieron especial importancia para la información de masas durante los años de la Segunda Guerra Mundial y equivalían a algo parecido a los muy posteriores minidocumentales de “El Mundo al Instante”, famoso noticiero alemán que se proyectaba como preámbulo a las películas en los años ochenta.
Las películas del monstruo del Dr. Frankenstein que actuaba a partir de los treinta el cadavérico Boris Karloff, llegaron también al Minerva causando pánico en algunos de los concurrentes y hasta supuestas huidas de público desde cine, en plena proyección. La curiosidad era tal que algunos niños se las arreglaron para entrar a la función, a pesar de que no era recomendable para chiquillos miedosos.
La actividad política tampoco se restaba de la sala, en tanto, y así Pedro Aguirre Cerda recibió un festival de homenaje organizado por las autoridades de la Quinta Normal, realizado en el teatro el día martes 22 de noviembre de 1938, como parte de sus actividades al regresar a Santiago tras unos días de descanso celebrando su estrecha victoria sobre el oficialismo en las elecciones presidenciales de hacía un mes. Varios otros eventos de orientación política se vieron en el mismo sitio.
Ya hacia 1949, en su plenitud, se publicitaba a la cinema en un denominado grupo de “Cines Unidos”, con sede en calle Moneda: además del Minerva, incluía a las salas Lux de Huérfanos, el Franklin de San Diego, el República del barrio homónimo, el Rialto de Pedro de Valdivia y el Ñuñoa del sector Irarrázaval.
Como sucedía con varios de los cinematógrafos más conocidos de los barrios obreros santiaguinos, durante la semana el Minerva ofrecía a sus concurrentes una función popular en la que pasaban hasta cuatro películas, aunque lo normal eran tres diarias. De cuando en cuando, actores aficionados o en vías de profesionalizarse presentaban alguna obra allí, o celebraban la culminación de ciertos festivales. Ya en los sesenta y con una cartelera muy parecida a la del cercano Colón, el Minerva aparecía en los diarios ofreciendo rotativos de 13 horas de alguna misma película que ya no era tan novedosa, salvo para el público que lo frecuentaba. Iba quedando atrás la buena época en que podía dar dos, tres y hasta cuatro películas diarias.
El teatro devenido casi a tiempo completo en cine, ostentó también una conocida leyenda urbana: el encargado de la proyección era un empleado con una notoria cojera, por la que todos le conocían como el Cojo. Sucedía así que, cuando la cinta de la película se trababa en la máquina, se cortaba o había alguna demora en el cambio manual de rollo (problemas frecuentes en los cines de esos años), el público se ponía instantáneamente a pifiar y a gritar llamando “al cojo”, que podía estar distraído o, según el mito, dormido mientras se producía el imprevisto; incluso borracho, con un traguito que se preparaba con el mismo alcohol que tenía en su salita proyectora.
Un reportaje de “La Tercera” en los años noventa (“Santiago poniente fue La Meca del cine popular”, 1997) respalda la versión de que el público comenzaba a gritar y a golpear el suelo con sus tacos en el Minerva cuando se cortaba la cinta, pues las películas eran viejas y llegaban en mal estado. El pobre lisiado intentaba reponerla tan pronto como la situación y sus limitaciones se lo permitían. Desde entonces, la expresión cojo se usó en Chile para denominar la función de los encargados de la operar y montar los rollos de los cines y biógrafos. Así, cada vez que vuelve a atacar el gremlin o pixie de la cineteca en la proyección, el público comenzaba a alegar gritando “¡Ya poh, cojo!” o “¡Suelta la botella, cojo!”, para llamar la atención de los administradores y reponer la película.
El descrito cuento es interesante, pero la verdad es que existen otros cines de Santiago y regiones en donde se ha contado la misma historia, aunque con menor reiteración que en el caso del Minerva. Además, otros países de habla hispana también se atribuyen para sí la misma anécdota del cojo, con similares resultados en la tradición popular. Quizá resulte interesante alguna investigación más acabada para precisar el origen de la leyenda, si acaso eso fuera posible a estas alturas.
Muchos futuros hombres públicos, artistas e intelectuales
frecuentaron al Minerva y al café-restaurante que funcionaba en sus
dependencias, por el lado de San Pablo. Alejandro Jodorowsky, por ejemplo, se
escapaba de clases para ir al cine, descubriendo allí la pasión que convertiría
en vocación con el tiempo, según confesaba al diario “La Época” del 22 de marzo
de 1991.
Así se veía hacia 2010 la fachada del ex Teatro Minerva.
Otra vista del acceso principal del teatro hacia 2010, conservando parte de las rejas plegables e, interiormente, lo que habían sido sus boleterías.
Luis Sánchez Latorre, por su parte, recordaba en “El Mercurio” (“Novedades en Vitrina”, 2000), el ambiente que había en torno al famoso cine y su cuadra de San Pablo:
Casi enfrente de la librería El Gallo, el cine Minerva se encargaba de completar nuestra educación -la mía y la de amigos como Luis Rodríguez Celis- con inmersiones lustrales en los baños secretos del Mar Rojo. En ese local, el cine Minerva, Luis Rodríguez robusteció seriamente su conocimiento del inglés mediante el recurso de hacer abstracción de las traducciones escritas. Deduzco la edad del actor Ricardo Montalbán sólo por las ocasiones que vimos entonces el filme Fiesta Brava, donde acompañaba a la sirena Esther Williams, novia misteriosa del poeta Eduardo Molina Ventura, según confesión trémula y privada de este a Volodia Teitelboim.
Sánchez Latorre, el gran Filebo y Premio Nacional de Periodismo 1985, sabía bien de qué hablaba: fue parte de ese mismo público que concurría a la sala y a los locales comerciales de la cuadra, describiéndolos con particular nostalgia.
Se contaba en el barrio también que, en años cuarenta, habrían actuado en la sala los cuatro hermanos Parra, como parte de un espectáculo de variedades. Las artes de contenido más social e izquierdista se afianzarían en los cincuenta, sin embargo: por alguna razón ligada quizá al vecindario en que se encontraba, se hacía especialmente interesante para quienes se involucrarían en luchas políticas y discursos proletarios, algo que se prolongó hasta los sesenta.
Todo habría comenzado a acabarse con la ruptura total de 1973, sin embargo, principio de una larga agonía para el cansado cine. Al respecto, existe un dramático poema del vate Horacio Eloy que recuerda algo de lo sucedido en torno al mismo teatro y en aquel período. Titulado “Cine Minerva” y publicado en su “Rituálica de despedida”, ha sido declamado varias veces por su propio autor, y que dice al final de sus versos libres dedicados a la pareja formada por Francisca y Pablo, asiduos visitantes de la sala, como una penosa revelación de cierre:
y las ciencias,
San Pablo, apóstol y santo,
Chacabuco, batalla,
campo de concentración.
todos los sábados,
Pablo también,
miradas furtivas cabalgaban
de uno a otro,
miradas cómplices,
ese asunto
de ojos y pelvis.
él, con su abuela, en Cueto.
él en el Instituto Nacional.
él, a Jack Kerouac.
a la vuelta del hospital San Juan de Dios.
Ella se había roto una pierna,
él se había partido la cabeza.
él, en el Patio 29.
Malos años siguieron para el Cine Minerva, entonces: su popularidad se marchitó hasta pasar al olvido casi total, convirtiéndose solo en un armazón de nostalgias y recuerdos de los vecinos o de quienes tuvieron la oportunidad de conocer sus butacas. Cuando cerró definitivamente, sus dependencias fueron ocupadas por distintos negocios que ninguna relación guardaban con el pasado del recinto: en los noventa fue una bodega de géneros, y la parte exterior continuó siendo ocupada por la pintoresca Librería Díaz, típica paquetería y juguetería de barrio ya desaparecida. Algunos residentes más jóvenes del sector ya ni siquiera saben bien en qué lugar estaba la sala.
Mientras se escriben estas líneas, la fachada está muy deslucida y parcialmente cubierta con las mencionadas planchas metálicas: un incendio ocurrido en la madrugada del miércoles 26 de mayo de 2021, lo dejó en mal estado a pesar de haber sido sofocado por voluntarios de la Sexta Compañía. La marquesina se perdió y su entrada cristales y rejas plegables fue reemplazada por cortinas de rollo. En el pasillo que correspondía al acceso funcionó largo tiempo un centro de pagos y de carga de tarjetas, en tanto que tiendas menores ocuparon los espacios laterales del mismo edificio hasta antes del siniestro… Hombres y dioses olvidaron a Minerva, sin duda. ♣
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