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EL NEGRO CARLOS Y UN REINADO DE BURDELES EN CALLE MAIPÚ

 

Casas-burdeles de calle Maipú llegando a la Alameda, en enero de 1908, en revista "Sucesos". La casa en donde se ven las personas corresponde a la de un siniestro crimen que habría cometido el dueño del mismo lenocinio.

Por cerca de 60 años o más, la calle Maipú de Santiago tuvo otra de las más importantes concentraciones de prostíbulos capitalinos que se recuerdan. Algunas trabajadoras residentes estaban inscritas en los registros sanitarios municipales, pero otras operaban en forma totalmente clandestina, incluso siendo menores de edad y con la complicidad de sus patronas explotadoras, como lo revelaron varios escándalos. Este reinado se levantaba, además, en medio de barrios de rotos obreros y bravos, tan cercanos a la central ferroviaria, allí donde los pañuelos de la cueca de guapos se mezclaban con los golletes usados como navajas, encerando con sangre duelas y adoquines en muchas ocasiones.

Desde tiempos muy tempranos, todas esas calles y cités adyacentes a la terminal y por los callejones paralelos a avenida Matucana solían ser reconocidos por su fuerte efusión de actividades nocturnas, con sitios bullentes de fiesta, cantinas fétidas, casitas de tolerancia, cafés chinos y otros refugios del amor furtivo o remunerado, aunque quizá no llegaran a tener la magnitud y concentración vista en otros barrios legendarios dentro del oficio, como el de Los Callejones de Ricantén entre las vías 10 de Julio y Argomedo.

A pesar de lo anterior, prostíbulos de calles como Maipú, con sus viejos caserones y fachadas abruptas dando geometría a las cuadras, parecen haber sido especialmente abundantes y solicitados en este lado de la capital. De hecho, hay una gran cantidad de menciones literarias y periodísticas de ellos más o menos hasta los años sesenta o setenta, cuando la época romántica de las casitas de huifa y remolienda adulta comenzó a precipitarse en pendiente, en una caída que jamás se detuvo y que la mantuvo en agonía por casi tres oscuras décadas más.

La fama de remolienda sexual estaba depositada sobre Maipú desde fines del siglo XIX cuanto menos, probablemente tras la incorporación de nuevas villas obreras al entorno del ya folclórico ambiente de la Estación Central. Es a inicios de la siguiente centuria cuando ya parece consagrada a estas diversiones, sin embargo. Mucha bulla provocó, por ejemplo, un caso policial en enero de 1908, en uno de aquellos lupanares de Maipú, en el número 6: una de las muchachas asiladas allí denunció a su propio jefe dueño del lenocinio, por haber dado muerte a un soldado y enterrar el cuerpo bajo una escalera, en un pasadizo oscuro de la residencia. Grande fue la sorpresa del juez sumariante, señor Cruz Cañas, al llegar con el personal y constatar durante las excavaciones buscando al cadáver que había también toda una trama de delitos dentro de aquel sitio cercano a la Alameda: corrupción de menores, secuestros, robos, estafas, etc. La prensa llamó al caso "Los crímenes misteriosos de calle Maipú".

Joaquín Edwards Bello describía al detalle el ambiente de esos antiguos burdeles rodeando a la Estación Central de Ferrocarriles, en su conocido libro "El Roto", mismo donde habla holgadamente de un mítico burdel llamado "La Gloria". En el siguiente párrafo, sin embargo, hace un bosquejo de lo que podía verse en la calle Maipú, hacia la época del Centenario Nacional:

Mujeres de vida airada rondan por las esquinas al caer la tarde; temerosas, embozadas en sus mantos de color indeciso, evitando el encuentro con policías... Son miserables busconas, desgraciadas del último grado, que se hacen acompañar por obreros astrosos al burdel chino de la calle Maipú al otro lado de la Alameda.

El de Maipú 6 parece haber continuado siendo por largo tiempo una mancebía. En agosto de 1928, aparecía la dirección en los avisos clasificados de prensa: "Necesito hombre viejón. Atender billares. Maipú 6". Era quizá el más inmediato de todos los lupanares de calle, lidiando con su pasado siniestro. Esto es por el costado poniente de la cuadra y muy cerca de la esquina, entre un grupo de residencias que fueron muy solicitadas en el mismo rubro casi en la esquina misma con la Alameda de las Delicias, enfrente a la concurrida Plaza Argentina desde donde salían a todo Santiago los tranvías. El boliche fue uno de los más populares de Maipú ya hacia mediados de siglo, además.

Sin embargo, a diferencia de la mayoría de estos negocios que eran regentados por corpulentas y vividas cabronas como la famosa tía Carlina, quien tuvo casitas también en esta calle en sus inicios en el rubro, el de Maipú 6 pertenecía ya a un capo machote de la cáfila del hampa y los barrios bajos conocido como el Negro Carlos: un legendario rufián de aires galantes, temido y respetado, quien hizo leyenda en la historia criminal de la ciudad y que, según se sugería de él en ciertas notas de prensa, paseó sus actividades por todos los demás rubros que estuvieron vinculados a la prostitución: explotación de mujeres, extorsión, tráfico de drogas, etc.

El juez sumariante en el patio de la casa de los crímenes denunciados en calle Maipú, en 1908, mientras interroga a una de las mujeres del burdel. Imagen publicada por la revista "Sucesos".

Otras imágenes de las investigaciones realizadas a inicios de 1908 en la residencia de calle Maipú, publicadas por "Sucesos".

Así quedó el "salón de honor" de la casita de remolienda después de la redada, en imagen publicada por la revista "Corre Vuela" de esa misma temporada.

"Flores de fango del jardín de la calle Maipú", decía al pie de la imagen la revista "Corre Vuela", mostrando a las muchachas residentes del burdel, reunidas afuera durante la redada.

El Negro se llamaba en realidad Carlos Clodomiro Arias. Gozaba de gran reputación en el mundo delictual, parece que en muchos casos realmente por respeto y afecto más que solo por temor o sumisión. Hacía buenas migas con su amigo y compañero de correrías Lorenzo Varas Varas, alias el Cabro Carmelo, quien también era propietario y regente de otro de los innumerables burdeles de calle Maipú, de modo que eran vecinos de barrio y colegas en la misma clase de empresas. Este último incluso podría ser quien aparece mencionado en alguna cueca brava titulada "Echándole el pelo", grabada por el célebre folclorista Pedro Leal: "Con el cabro Carmelo /me voy echándole el pelo". Puede presumirse de su popularidad en el bajo mundo de esos años, entonces, ya que ambos colegas solían andar juntos de vacaciones o en sus visitas a los muchos clubes que teñían de luces ácidas las noches del Santiago de esos años.

Existen algunas referencias sobre uno de esos burdeles vecinos al de Maipú 6 (¿o sería el mismo?) y al entonces famoso Restaurante Colo-Colo, en el libro "Historiando el barrio" de Joel Guerrero. Dicho restaurante y club existía justo en esta esquina de Maipú con la Alameda y en él se bailaba tango, rock, rancheras y otros estilos, siendo un lugar peligroso en el que muchos se sentían amedrentados por el clima ambiental, según testimonios de la época. El burdel inmediatamente vecino a esta taberna era uno de color café y verde, que se distinguía porque tenía adentro, por la entrada, un Cristo de lata de color rojo.

El hombre de medios y espectáculos Jorge Orellana Mora también recordaba uno de aquellos lupanares de la calle en sus correrías jóvenes con colegas y amigos por el clásico Santiago nocturno... Era la antigua casita de remolienda de la mítica tía Carlina, según anota en "Una mirada hacia atrás":

Otro local estaba en la calle Maipú 50 B, regentado por doña Carlina, local que nosotros llamábamos La Boite Caroline. Ahí llegaba el público pasadas las 4 de la mañana y los parroquianos permanecían bebiendo o bailando con putas viejas hasta que el sol se acercaba a su cenit. La orquesta era un pianista y un batería, que era el único homosexual de la casa. Remarco este hecho porque cuando la boite Caroline se trasladó a la calle Vivaceta, hubo un cambio notable: el personal del salón estaba compuesto solo por travestis.

Cerca de allí, en Esperanza con Romero, instaló su feudo otro histórico establecimiento de folclore, comida típica y barricas de vino: El Huaso Carlos (nada que ver con el Negro homónimo), "picada" y chichería que se mantuvo hasta la muerte de su querido último dueño a inicios de 2018, don Carlos Cárdenas, nieto del "huaso" sureño fundador y con grandes recuerdos sobre la época de remolienda de la vecina calle que acá atendemos.

De esa forma, las primeras cuadras de Maipú y sus alrededores solían encontrarse siempre atestadas de prostitutas, clientes y borrachines por aquellas décadas, especialmente en la noche pero a veces también en horas diurnas. Las esquinas con Alameda eran las más famosas, por la presencia de ellas junto al Colo-Colo y otros establecimientos cercanos. Muy cerca estaba también el Cine Teatro Alameda, por cuya cuadra había tal concentración de mariposas nocturnas que, según anotó Luis Rivano en "El Apuntamiento", no dejaban circular normalmente a la gente por esa calzada. El cine y sus balcones eran vecinos a un burdel que tuvo la mencionada tía Carlina allí, en ese lado de la cuadra, aunque otros testimonios orales señalaban que había sido en realidad de la igualmente célebre Lechuguina.

Con su ubicación en la entrada de calle Maipú, entonces, todas esas primeras casitas de huifa en la ruta roja, como la del Negro, tenían una posición privilegiada para la prosperidad del negocio, captando público masculino desde las estaciones de trenes, tranvías y trolebuses, o desde el intenso comercio popular de los alrededores e incluso desde los restaurantes y salas de espectáculos como el mencionado Teatro Alameda y el Cine Alessandri, ubicado este último solo unos pasos más al oriente y en donde existe desde 1993 la disco Blondie.

Pero todo tiene un final, y el de los burdeles de la populosa calle Maipú sobrevendría tras la sangrienta muerte del Negro Carlos, no se sabe si por coincidencia o consecuencia.

Como muchos otros capos de la noche, el Negro solía ir a veranear al balneario de Cartagena, hasta donde había partido en leal compañía del inseparable Cabro Carmelo. Aquel era un verano extraño, sin embargo: había muchos incendios forestales por todo el país, se desplazaba todo por una fuerte agitación política agravada por grandes tensiones diplomáticas y un grupo de astrólogos hasta había profetizado el fin del mundo para esos mismos días...

El mal augurio no se cumplió para la humanidad, pero el mundo de todos modos sí se acabó para el Negro: precisamente allí, en el paseo costanero, lo estaba esperando la guadaña de la parca una de esas noches de febrero de 1962, a las cinco de la mañana, tras haber estado en un cabaret y restaurante muy conocido allí por entonces y casi de seguro pasados de copas o con algo más adentro, es presumible. Entonces, ambos guapos santiaguinos cometieron el error de piropear frente a la Playa Chica a una mujer de 22 años llamada Fresia Valenzuela Torres, quien registraba domicilio muy cerca en calle Casanova y acababa de cumplir una condena por hurto, de modo que sabía manejarse en las demandas del hampa. La mujer estaba acompañada de tres celosos gañanes: Fernando Bonelli Bonelli, de 34 años, carpintero también recién salido de la cárcel; Máximo Fernando Olmos, garzón de 38 años; y Ramón Valenzuela Torres, de 16 años, hermano de la joven y sin empleo conocido. Los cuatro venían de otro cabaret de la Playa Chica, luego de bailar y beber toda la noche.

Según constató después la policía, los tres sujetos reaccionaron con inusitada violencia a los piropos de los dos imprudentes, cerca de la entrada sur del paseo de las terrazas del rompeolas hacia el callejón Los Suspiros y sus mal iluminadas escaleras, mismas que el ingenio popular motejó por años como el "Pasaje Los Meones" y hasta escribió ese nombre con pintura en la subida, como respuesta a la mala costumbre de algunos sujetos de ir a orinar en él durante las noches de fiestas. Quizá influyó en la reyerta, también, la clásica y tradicional rivalidad entre los hampones y delincuentes de Santiago con los residentes en las ciudades del litoral central. El caso es que se arrojaron brutalmente sobre el Negro Carlos y el Cabro Carmelo con puñales y barras de fierro, propinándole a ambos borrachos una espectacular y sangrienta paliza.

Así publicó el diario "La Tercera de la Hora" la noticia del asesinato del temido Negro Carlos, en una riña callejera de Cartagena, año 1962.

El llamado "mall de los pobres" de Alameda con Maipú (Paseo Comercial Alameda-Maipú), inaugurado en 1997, se construyó sobre lo que eran terrenos ocupados por algunos de los últimos lupanares de estilo antiguo en la famosa calle.

Imagen de la entrada de la calle Zuazagoitía con Maipú en 1997, antes de la apertura del centro comercial que existe en el lado de la Alameda y ocupando los terrenos que antes pertenecían al burdel y las casas vecinas. Fotografía publicada por el diario "La Tercera".

Sector de calle Maipú (vista hacia la Alameda, primera cuadra) donde estaba el antiguo burdel del Negro Carlos. El lupanar se hallaba más o menos en donde se observan los vehículos estacionados. El edificio que ocupa todo el sector pertenece al Paseo Comercial Alameda Maipú.

Incapaces de dar frente a la agresión, el Negro cayó herido de muerte, con la cabeza rota y hemorrágica, mientras que el Cabro recibió estocadas y golpes que lo dejaron en estado grave. Solo la intervención oportuna y casi providencial de un sargento y dos carabineros que aparecieron de súbito bajando por Los Suspiros pudo detener la gresca y poner tras las rejas a los involucrados.

Los dos guapos heridos y humillados fueron llevados de urgencia al Hospital de San Antonio, pero el Negro Carlos fue declarado muerto cuando todavía estaba en la ambulancia. Para bien y para mal (aunque parece que más para lo primero, según lo que sugiere la prensa) la ciudad de Santiago perdía así a otro de sus míticos rufianes; uno de esa misma fauna humana que Armando Méndez Carrasco describiera con tanto acierto en "Chicago Chico".

Se especuló en la prensa que, tras el asesinato del Carlos Arias, se habría desatado toda una guerra sucia en el mundo del crimen y las mafias de barrios de chulos como el de calle Maipú, pues el ataque no sería perdonado por el estricto código de venganzas y territorialismo del mundo delictual. Ese mismo verano, además, había sido herido de gravedad otro conocido hampón apodado el Rucio Bonito (no el de un famoso crimen del Mercado Modelo Juan Antonio Ríos de Santiago, sino uno posterior) en un intento por darle muerte, de modo que el bajo ambiente de la ciudad estaba explosivamente desatado.

El burdel siguió en servicio, pero las cosas ya no eran las mismas sin su imperativo y disciplinario rector. En la madrugada del 27 de junio de 1968, hizo noticia otra vez cuando dos de sus jóvenes chicas residentes se cruzaron a puñaladas: Ana María Elorrieta Ibarra, de 21 años, y Magdalena Barrera Molina, de 18 años, ambas pasadas de copas. Esta última estaba bailando y riendo con un cliente amigo de Ana María, por lo que sus celos exigieron venganza y la mayor de ambas fue a desafiarla para ir a enfrentarse con armas blancas. La encargada del lupanar las mandó a la calle para evitar escándalos. Craso error: la pelea empeoró y, para desgracia de la desafiante, la joven Magdalena manejaba menor el puñal. Su contrincante terminó tendida sobre el pavimento, mientras que la triunfadora fue puesta a disposición del Cuarto Juzgado del Crimen.

Para empeorar el destino de los lupanares del barrio, hacia las 23.30 horas del miércoles 18 de octubre de 1972 se desató un gran incendio en la huifa de Maipú 20, cuyo regente era Carlos Espinoza Salas de 26 años, teniendo por residentes a Patricio Suárez Meneses, de 21 años, María Rojas Rojas, de 24 años, y Rosa Oyarce Oyarce, de 22 años. El inmueble era propiedad de Antonio Gurrucha Gurrucha, domiciliado en una desaparecida residencia de Erasmo Escala 2874, en donde hoy existe un recinto industrial con galpones.

Las llamas se expandieron con inusitada violencia alcanzando no sólo al famoso refugio del número 6, sino también a los del 8, 10, 12 y 16 en la misma cuadra. Para entonces, el de Maipú 6 era regentado por Mario Venegas Vargas y habitado por Flor Figueroa Figueroa, de 28 años, y María Reyes Reyes, de 33 años. La chismosa prensa de entonces reveló también los nombres de las residentes de los otros inmuebles dañados: en el 8, regentaba Luis Gutiérrez Canales y vivían Miriam Ramos Ramos, de 26 años, Ximena Paredes Carrasco, de 25 años, Laura Oyarzún, de 24 años, Sonia Leyton Ramos, de 14 años, María Muñoz Muñoz, de 22 años, y una tal Eliana, de la que no se supo mucho más. En el 16, en tanto, el prostíbulo era dirigido por doña Ana Torres Salazar, de 50 años, teniendo por asilados a Luis González Rivas, de 25 años, Marta Varas Cubillos, de 24 años, Rosamel Soto Rubilán, de 26 años, María Duarte Moya, de 29 años, y Graciela Ramírez Varas, una menor de cuatro años.

El alicaído y lesionado burdel de Maipú 6, nunca pudo hallar un nuevo regente con la estampa y temeridad de su fallecido ex dueño, cambiando de propietarios y desapareciendo tiempo después, según entendemos ya olvidado y superado por el semblante de la nueva ciudad de Santiago. Como muchos otros lupanares de la urbe, además, su cuartel fue echado abajo sin piedad: la totalidad de ese tramo de la cuadra en el que se encontraba fue demolido, desapareciendo todo posible nuevo nido para las mujeres que alguna vez pasearon por allí ofreciéndose al mejor postor, o acaso al primero en aparecer, sin selectividad. 

En los años noventa, todo ese cuadrante despejado en el barrio fue dispuesto para la Cooperativa de Servicios Centro Comercial Alameda Maipú Limitada, y es ocupado hasta ahora por el Paseo Comercial Alameda-Maipú, con accesos por el número 3001 de la Alameda Bernardo O'Higgins, justo en la esquina con Maipú. 726 millones de pesos costó la obra, financiada entre la Corporación para el Desarrollo de Santiago y los propios comerciantes, quienes sortearon los puestos. Fue inaugurado a fines de noviembre de 1997 y en un período cuando la Municipalidad de Santiago creaba los llamados "malls de los pobres", pues había sido abierto hacía poco también el de la segunda cuadra de calle San Diego, en la esquina de Alonso de Ovalle.

A la sazón, nuevas formas de prostitución habían llegado a calle Maipú, incluso más hostiles y menos folclóricas que las de épocas revisadas. Parte de la intención del entonces alcalde Jaime Ravinet había sido cambiarle ese semblante a la vía, o al menos a aquellas cuadras iniciales y en gran medida lo consiguió, pues solo quedaron desde entonces algunas prostitutas pululando solitarias y una concentración de guaridas suyas casi exclusivamente en la corta calle Ignacio Zuazagoitía que une Maipú con Chacabuco en la primera manzana, como se lee en una nota del diario "La Tercera" del 5 de noviembre de ese año, de Constanza Díaz Raffo.

Muchos de aquellos refugios vetustos y agónicos de la prostitución que atendían de día y de noche hacia su época final, acabaron demolidos, como era inevitable, reemplazados por nuevos proyectos inmobiliarios, galpones y estacionamientos en algunos casos. Sin embargo, nunca pudo expulsarse por completo a la actividad sexual del barrio, ahora fomentada también desde una fuerte presencia del elemento inmigrante en aquellas cuadras. Mas, ninguna de las clásicas casitas de remolienda sexual que hubo allí ha sobrevivido hasta nuestras época.

...Y del célebre burdel de Maipú 6 con su temido propietario el Negro, por supuesto, ya no queda ni una sola huella a la vista.

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