Detalle del "Plano de la Ciudad de Santiago de Chile" de Litografía Brand, en 1878, con eje norte-sur invertido. El centro de espectáculos del Hipódromo de la Cañadilla está indicado como "Circo", nuevamente.
El primitivo Hipódromo de La Cañadilla (actual avenida Independencia) se ubicaba en los terrenos de la quinta que perteneció antes al acomodado señor Lorenzo José Villalón, conocido vecino fallecido en 1827. Por sucesiones, heredaría esta propiedad su nieto Ramón Núñez Villalón, el mismo chiquillo que es mencionado por J. Abel Rosales y que, en tiempos de la Patria Vieja y la Reconquista, lideraba a los niños chimberos en las peleas a pedradas que eran ejecutadas a la sombra del Puente de Cal y Canto
Llamado también Circo Hipódromo, Gran Teatro Circo o Circo de La Cañadilla, fue inaugurado en septiembre de 1873 en la calle Independencia casi esquina de lo que será calle Dávila, a espadas del Convento del Carmen Bajo y enfrente de calle Pinto, “a donde venían las principales Compañías Acrobáticas y Ecuestres, que visitaban en aquellos años las capitales sudamericanas”, dice el folleto “Teatro Municipal” (1923), del Museo y Archivo de esta institución.
Aquellos eran terrenos abiertos, parcialmente urbanizados y en los que no costó trazar una pista para muestras o competiciones con la infraestructura adicional correspondiente a un teatro o arena de espectáculos y hasta una cómoda cantina para los muchos concurrentes, siempre atraídos por los circos o las grandes celebraciones que se realizaron en el lugar.
En su libro sobre La Chimba (1887), Rosales se refiere al antiguo espacio y su importancia para el mundillo cirquero, que parece haberle dado más actividad aún que aquella relacionada con los equinos:
Habiendo heredado la propiedad de la quinta de la Cañadilla el señor Núñez Villalón mencionado, construyó el teatro Hipódromo en unión con el célebre prestidigitador Francisco Peires de Lajourdane en 1873. La muerte repentina de este dejó en ruinas la compañía y a medio camino el teatro; pero su propietario lo terminó, alcanzando a funcionar en él diversas compañías de acróbatas, entre ellas las de Chiarini, que fue el primero que exhibió en la Cañadilla leones y tigres de África y sus hermosas y esquivas cebras. Respecto de animales, agregaré que los primeros elefantes que pasearon por la calle nombrada fueron los del circo de Cooper y Bayle (no respondo a la ortografía de estos nombres) establecido en 1878 o 79 en la calle del Chirimoyo, hoy Moneda, al pie del Santa Lucía. Los elefantes pasearon un órgano a vapor por toda la ciudad, cuya extraña música resonaba por muchas cuadras del tránsito.
La importancia del lugar quedó demostrada con la realización de grandes reuniones de apoyo a las candidaturas presidenciales de 1876. El periódico satírico “El Padre Cobos” del 19 de febrero de ese año, menciona a la pasada alguna característica del recinto en sus críticas y en ese mismo contexto:
Como si escribiera para los japoneses o los cochinchinos, dice don Benjamín en el Ferrocarril del martes que al Circo Trait y a despedirse de su futura Excelencia asistieron cinco mil ciudadanos. ¡Canarios! Que miente el hombre!
El hipódromo de la Cañadilla, dos veces más espacioso que el de la calle Dieciocho, apenas si puede dar cabida a tres mil personas, ¿y pudo haber el domingo dentro del recinto de este último una concurrencia de cinco mil electores!
Y en una nota complementaria refiriéndose al mismo teatro, dice Rosales sobre las grandes fiestas de máscaras que allí se realizaron y que fueron otra de sus características más distinguidas:
En el Hipódromo se han celebrado los primeros y únicos bailes de máscaras habidos en la Cañadilla, que al fin fueron prohibidos por los desórdenes a que daban lugar. En uno de ellos, un chusco escribió con carbón en las paredes del restaurant o cantina del establecimiento, la siguiente poesía, que es un curioso juego de la palabra máscara:
Está bien el baile!... Cáscaras
- ¿Hay allí buen humor? –Haile
Y hermosas llenan el baile
Las máscaras.
Pero, si bien lo reparas
Y bajas al restaurant,
Las máscaras te saldrán
Más caras
Y si allí risueño estás
Sepultando otros pesares
Perdices y otros manjares
Máscaras.
Luego en seguida estático verás
Que entre pollas hermosas y divinas,
Si comes y si bailas y amotinas
Las máscaras más caras mascarás
Esta misma poesía creo haberla visto publicada después en un diario de esta capital.
Con buen respaldo financiero para su vida y sus proyectos, Núñez Villalón también intentó impulsar la creación del Departamento del Mapocho que abarcara todo el territorio entre el río y Renca, pero muchas resistencias y oposiciones evitaron que pudiese concretarse.
Fotografía de La Cañadilla c. 1863, de Rafael Castro y Ordóñez en el marco de la comisión científica española enviada al Pacífico.
Las antiguas cuadras de la Cañadilla de la Independencia en el "Plano de Santiago" de Ernesto Ansart, de 1875. El teatro-hipódromo está señalado como "Circo", adyacente a calle Dávila. El eje norte-sur del plano está invertido.
Detalle del "Plano Comercial de Santiago" de Jenaro Barbosa, en 1908, mostrando la ubicación exacta del siguiente teatro-hipódromo que existió en La Cañadilla o avenida Independencia, también llegando a Dávila. El primero, sin embargo, ya había desaparecido a esas alturas.
El teatro que vino a reemplazar con sus servicios al antiguo Circo Hipódromo, en la misma cuadra: el Gran Teatro Circo Independencia. Aviso publicado en 1913.
Por alguna razón, y a pesar de haber sido uno de los primeros lugares en donde llegaron compañías con bestias exóticas según señala Carlos Lavín, su buen recinto de espectáculos comenzó a cojear hasta hacerse insostenible y tener que cesar actividades. Como indicaba también Rosales, doña Francisca Ossandón de Mac Clure compró el Hipódromo de La Cañadilla poco después a Núñez Villalón:
Volviendo al Hipódromo, el señor Núñez Villalón se vio envuelto en fracasos y quiebras sin fin, hasta serle rematada la propiedad por sus acreedores. Hoy la posee la señora doña Francisca Ossandón de Mac Clure, quien ha hecho destruir el antiguo teatro, y en su lugar ha levantado elegantes y cómodas viviendas que hermosean una parte del barrio y producirán seguras entradas.
Empero, la situación fue bastante más compleja que como suena en aquellas líneas: cuando ella lo compró, el espacio estaba siendo arrendado como cuartel militar por un contrato entre el dueño anterior y la Intendencia de Santiago, por un período de diez meses abonando un canon de 200 pesos mensuales. Los militares habían procedido a ocuparlo a mediados del año 1880, en plena Guerra del Pacífico, permaneciendo en estas funciones para varios cuerpos del Ejército hasta que lo desocuparon en el año siguiente.
Cómo sería la desagradable sorpresa de la señora Francisca cuando llegó a inspeccionar su propiedad recién deshabitada y encontró el Hipódromo de La Cañadilla totalmente destruido, en un estado de deterioro deplorable: sin puertas ni ventanas, con las escaleras desmanteladas, entablados desaparecidos, pintura arrasada, lleno de basura, papeles, vidrios quebrados, etc. Sin obtener respuesta del Gobierno Supremo, inició un proceso judicial a través de su abogado Benjamín Luco, ganando la disputa en la Corte Suprema en abril de 1885, cuya sentencia “declara que el fisco está obligado a indemnizar a la señora Ossandón de Mac Clure los daños expresados”, salvo por algunos que se consideró excepcionales, llamando a un peritaje experto para precisar los montos.
Aunque doña Francisca recibió las reparaciones, pero el Hipódromo de La Cañadilla nunca pudo ser repuesto en sus tradicionales funciones como teatro y circo. Hubo alguna actividad final antes de su cierre, de acuerdo a lo que señala el historiador Daniel Palma Alvarado en artículo de la “Revista de Historia Social y de las Mentalidades” (“Las andanzas de Juan Rafael Allende por la ciudad de los ‘palacios maromeros’ y las cazuelas deleitosas”, 2009), al menos en lo referido a sus servicios como restaurante y bar:
Otra picada era el más popular Restaurant Lurin en Cañadilla 85, actual avenida Independencia, que sobresalía por sus “cazuelas, pejerreyes y toda clase de fiambres” a diez centavos el plato. Una copa de licor, de ponche en leche o en agua, costaba quince centavos. Desde fines de mayo de 1886, el Lurin tomó a su cargo la cantina del Hipódromo de la Cañadilla y ofrecía “toda clase de licores de la mejor calidad”, cobrando 20 cts. por copa y 30 por la botella de cerveza.
Al poco tiempo, sin embargo, convencida de que el recinto
no tenía salvación, la dueña ordenó demolerlo y sentó sobre él un proyecto
residencial. Ya estaban en plena construcción hacia 1887, cuando Rosales se
refiere al lugar.
Curiosamente, también sería en La Cañadilla de
Independencia, más al interior y deslindando también sobre Vivaceta, que los
barrios de La Chimba tendrían su primer gran recinto hípico, aunque esto
sucedería sólo a inicios del siglo XX, con el Hipódromo Chile. Además, quedó como recuerdo en el barrio el nombre de una cantina llamada Bar Hipódromo Argentino, en Independencia frente a calle Pinto, negocio que después se mudó a avenida Brasil.
Hubo también otro Teatro Circo Independencia muy cerca de donde estuvo el anterior, en épocas posteriores, famoso por sus proyecciones de cine y sus jornadas de peleas. Sin embargo, fuera del nombre, no hubo continuidad directa entre el antiguo Hipódromo o Circo de La Cañadilla y el alguna vez famoso coliseo, como tampoco existió un nexo real con el mítico teatro de calle Artesanos llamado el Hippodrome Circo o Circo Hipódromo. ♣
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