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ALGUNOS BOLICHES VEGUINOS DE LOS AÑOS CUARENTA Y CINCUENTA

Publicidad del popular restaurante veguino el Rancho Chico, en un periódico “Fortín Mapocho” de los años sesenta.

Más allá de los principales centros de recreación que se conocieron en el ecosistema del Mercado de La Vega de Santiago, en la ribera norte del río Mapocho, como fueron el Luna Park y el Teatro Balmaceda, de lado de la ciudad hubo importantes centros de reunión y de actividad relacionada con el mundo obrero, los gañanes y los trabajadores, siempre repletos de actividad desde muy temprano cada día.

Uno de los negocios más antiguos de los que se tiene reporte allí fue El Galpón de la Vega, restaurante de principios del siglo XX vecino o al interior del mercado, por donde estaban sus primeras cocinerías, es de suponer. Es mencionado por Hernán Eyzaguirre Lyon en "Sabor y saber de la cocina chilena” tras estudiar un menú impreso guardado en el Museo Histórico Nacional: se observa en él una ilustración que lo presentaba como un local rústico y de aire campestre, con una estructura de galpón o toldo muy grande. Sin embargo, tenía menú de lujo: “Paté foite, corbine, filet de boeuf, dinde roti, asperges et artichauts, fuits, fromages, glases, café, liqueurs et cigares”… Residuos del viejo afrancesamiento culinario nacional.

Los establecimientos del barrio, mucho más modestos que en aquel caso, parecen llegar a su expresión máxima de energías e importancia hacia los cuarenta y cincuenta. Empero, esto significó que comenzaran a ser perseguidos por la legislación, en una curiosa vuelta atrás por parte de las autoridades contra aquellos sitios cuyos prestigio y ambiente fueron, quizá, de lo menos glamorosos disponibles en el Santiago de esos años.

En efecto, la actividad de restaurantes y bares de La Chimba fue acosada por las potestades públicas en su secular interés por bajar las tasas de criminalidad o violencia, acrecentada por el influjo del alcohol. El problema era muy visible en aquel barrio eminentemente trabajador, perpetuando el mismo estigma que pesó sobre los hombros de todo aquel popular territorio chimbero desde tiempos coloniales, mucho antes de la creación de su mercado. A pesar de ello, varios boliches obreros eran visitados también por jóvenes estudiantes, como sucedía con los alumnos de derecho que alojaban en el  Pensionado Universitario Belisario Torres que estaba en Lastra con La Paz, pleno barrio veguino.

En aquel aspecto, especialmente nociva para estos comerciantes fue la Ley de Zona Seca declarada “por un plazo de un año, el barrio que circunda la Feria Municipal de Santiago” durante el gobierno del presidente Gabriel González Videla, y que decía precisando los límites de la restricción (“Diario Oficial”, 3 de junio de 1948):

Norte, calle Dávila Baeza, desde la Avenida La Paz hasta la Avenida Recoleta; Sur, ribera Norte del río Mapocho, desde la Avenida La Paz hasta la Avenida Recoleta; Este, Avenida Recoleta, desde la calle Dávila Baeza hasta la ribera Norte del río Mapocho, y Oeste, Avenida La Paz, desde la calle Dávila Baeza hasta la ribera Norte del río Mapocho.

Guillermo Izquierdo Araya, asesor de la oficina jurídica de los hoteleros y gran defensor del gremio, además de dirigente nacionalista y futuro senador, fue uno de los primeros en alzar la voz contra las quiméricas medidas que pretendían combatir el vicio alcohólico castigando al comercio legal establecido en el hábitat preciso de los veguinos. La Asociación Chilena de Hoteles, Restaurants, Bares y Similares tomó la bandera de lucha publicando revistas para darse tribuna y advirtiendo a las autoridades de los pésimos efectos que tendría tan peregrina idea. En efecto, y tal como lo advirtieron, en la práctica las restricciones de esa década no llegaron a más que grandes perjuicios para el decaído rubro de los restaurantes y la hotelería, quedado demostrada su ineficacia ni bien se las ponía en marcha.

Ilustración de las instalaciones del antiguo restaurante Galpón de la Vega, en un menú del mismo local publicado en "Sabor y saber de la cocina chilena”, de H. Eyzaguirre Lyon. Debió ser uno de los primeros centros recreativos de su tipo en aquellos barrios.

Otro posible antecedente: la Gran Bodega de Chichas Finas de Quilicura, en lo que ahora es el sector de calle Antonia López de Bello (ex calle Andrés Bello, antigua calle del Cequión) enfrente de La Vega Central. Aquel espacio corresponde hoy a una gran local de venta de confites y golosinas. Imagen y nota publicada en revista "Zig-Zag" en el verano de 1911.

Imagen publicitaria del bar restaurante El Derby, en Independencia con Eyzaguirre, antes de ser rebautizado La Montaña. Imagen: gentileza de Marcelo López Baldomá.

Imagen impresa de la elegante barra de El Derby, con el señor Ramón Calcina detrás de la misma. Imagen: gentileza de Marcelo López Baldomá.

Chiquillas "de mala vida" o "patines" (como se les llamaba en la jerga) reunidas en las puertas de uno de los varios cafetines y bares de la calle Artesanos, junto a La Vega, en 1948. Varias cantinas modestas de la bohemia obrera de entonces sirvieron de cuasi lupanares clandestinos y atrajeron a la prostitución del barrio chimbero, pero otros como La Montaña o el Cachás mantenían mucho mejores características como boîtes y salones bailables.

Accesos del conjunto Teatro Capitol, donde se observa el cartel del cine-teatro Capitol y el del Café Continental. Imagen publicada por la revista “En Viaje” de 1961.

Caótico comercio informal en la calle Andrés Bello, hoy Antonia López de Bello, enfrente de La Vega Central, ya en los sesenta. El "Fortín Mapocho" denunciaba insistentemente la presencia de esta clase de comercio como un daño al establecido. Estas cuadras estaban atestadas de cantinas, cabarets y festivas pensiones, de las que aún quedan algunos casos atávicos en pie.

Muy poco, casi nada en realidad, se ha escrito o recordado a aquellos boliches que tanto resistieron, ni de su período enseñoreando el barrio veguino y chimbero de Santiago. Un factor de desconocimiento general deriva del que, al igual que sucediera a las chinganas y posadas de épocas anteriores, fueron depósitos de estigmas sociales e intentos de persecuciones como los descritos.

Entre los negocios antiguos de aquella selva, cabe señalar también al Restaurant del Huaso, a veces llamado Cantina el Huaso, local existente desde los años veinte a cuarenta al fondo de una especie de conventillo, enfrente de la entrada principal de La Vega Central, en donde se vendían colas de mono y chichas de Curacaví. Por allí pasaron intelectuales como Alberto Rojas Jiménez y sus amigos, de hecho. Su propietario habría sido el comerciante Augusto Olivares.

Cerca de aquel estaba el restaurante El Pacífico, de don Samson Berlagosky, que reabrió sus puertas en 1949 en calle Salas 246, como anunciaba su publicidad en el periódico “Fortín Mapocho” del 3 de marzo de ese año. Y en el mismo grupo de locales, hoy ocupados por comerciales de productos agrícolas estuvo El Cachás de La Vega, sucursal del famoso restaurante del mismo nombre, en Salas 228. Ubicado exactamente al lado del gran mercado, este sector del barrio era de un intenso y constante trajín de trabajadores, cantantes de cuecas y chicas patines (prostitutas), de modo que no cuesta mucho imaginar el ambiente que gobernaba en los desaparecidos locales.

Ya a mediados del siglo, el 217 de avenida La Paz era del bar y restaurante El Tráfico, en un local hoy ocupado por una comercial de frutas. Fue uno de los varios que han hecho historia en esta vía, de hecho. Años después, probablemente hacia fines de la década siguiente, llegó a la misma calle el hoy llamado Rincón de la Mamita, restaurante familiar de veguinos y trabajadores del 480 de la avenida, pero que originalmente fue fundado casi enfrente por una cocinera de origen italiano que fue apodada Mamita Eliana por sus clientes, abuela de los actuales encargados.

También existió un Cachás en avenida Independencia 367, local concurrido por folcloristas y con todo un ambiente porteño tomando control de sus salas. Más tarde, su espacio fue ocupado por una tienda de cortinas y accesorios, como tantas más que existen en el barrio. En la misma avenida estaban el Bar Capitol, en Independencia 232, y Café-Bar Continental, en el número 216, ambos en el zócalo del conjunto residencial Capitol, famoso alguna vez por su cine-teatro dentro de su cité de estilo plateresco y neocolonial. El Restaurant Argentino, en tanto, se encontraba enfrente de calle Pinto en donde estaba antes el Hipódromo de la Cañadilla, antes de mudarse a avenida Brasil.

Cerca de allí debió encontrarse el restaurante y centro de encuentros El Cunaco, también en el sector de Independencia-La Vega, que fue propiedad de don José Rodríguez P., otro destacado miembro y dirigente del gremio. También se podía ir a El Palermo, bar y restaurante del número 323 de Independencia, “preferido de los deportistas del Fortín Mapocho” (el equipo de fútbol de los veguinos) según su publicidad en el periódico veguino, en agosto de 1947, siendo atendido por su dueño don Humberto Toro. El inmueble comercial en donde existía, que ya ha desaparecido, había pertenecido en los años treinta al salón de té, cafetería y fábrica confitera Antigua Andrés Bello, conocida por su venta de picarones y sopaipillas en esa misma dirección de Independencia llegando a Lastra, "especiales para estómagos delicados" según decía en sus avisos.

Caso especial era el centro de Independencia 473 con Echeverría, conocido como La Montaña, en donde estará después el Instituto Comercial. Fue fundado sobre otro conocido establecimiento de la época: el bar y restaurante El Derby de don Ramón Calcina. Cuando este negocio pasó a ser La Montaña, su dueño don Juan Baldomá también era dirigente y representante del gremio. Restaurante, boîte y hostería, mucho más refinado que la mayoría de los casos anteriores, era el más antiguo de su tipo en el sector.

Osvaldo Muñoz Romero, periodista de espectáculos que firmaba como el inolvidable Rakatán, contextualiza algo más sobre aquel incomparable hito de la diversión chimbera en su "¡Buenas noches, Santiago!":

La Avenida Independencia (La Cañadilla de los tiempos de la colonia) ha tenido también muchos locales donde se cultivó la más auténtica bohemia. Entre muchos, recordamos la Quinta “Gardel”, el “Lucerna", cerca de la Plaza Chacabuco; y “La Montaña”, que es el más antiguo de todos.

Tiene una leyenda muy ambiciosa. Ella asegura que la vieja casona donde funciona, fue construida -nada menos- que por el arquitecto español Joaquín Toesca, o sea, el mismo que levantó el Palacio de La Moneda.

Como restaurant y lugar de esparcimiento, fue fundada en el año 1902 por Juan Baldomar quien le imprimió desde un principio, un tinte de jerarquía y refinamiento. Se hizo famoso por su ambiente y su buena comida y a ella llegaban conspicuas figuras del ambiente artístico.

Allí se presentó la artista argentina y cantante Libertad Lamarque, hacia los años cuarenta. Doña Julia Matamala Toledo, quien tomó después el negocio, informó a Muñoz que don Juan comentaba siempre sobre el incidente sucedido en ese período a la esplendorosa pero aún poco conocida diva, al saltar desde la altura de su habitación en San Antonio con Monjitas tras descubrir una supuesta infidelidad de su pareja con una corista de la compañía.

Posteriormente, en los cincuenta, hacía presentaciones allí la “sensación del ritmo tropical” Ketty Galán, el tenor hispano-mexicano Manuel Pineda (animador y maitre), la cancionista melódica Sonia del Valle y la cantante-bailarina española Esperanza del Carmen. Los bailables de amanecida iban con las orquestas de jazz de Mike Florenz y Alejo Araya, con la voz del cantante peruano Jael Bejarano; y con las bandas tropicales de Los Caribeños y Los Reyes del Ritmo. En su publicidad, La Montaña ofrecía hacia mediados de la década “los mejores menús de la cocina criolla e internacional y famoso navegado caliente La Montaña”.

El Rancho Chico de Independencia, en tanto, tuvo su apogeo a fines de los cuarenta y principios de los cincuenta asegurando tener los mejores arrollados como especialidad de la casa y deliciosas chichas de Villa Alegre a buenos precios, en calle Lastra 1109 llegando a Independencia, propietado por don Enrique Ahumada y después por doña Julia Matamala. Nada queda ya del lugar que ocupaba.

Publicidad para la Hostería La Montaña hacia mediados de los años cincuenta.

El bullente quehacer en el mercado de La Vega Central, retratado en fotografía de la revista "En Viaje" de marzo de 1959. En el Patio Principal del mercado también había algunos bares y pensiones, en el pasado.

El Bar Colina existía en las primeras cuadras de Independencia desde los años veinte, cuanto menos. A la izquierda: en detalle de una imagen del Archivo Chilectra, año 1928, se observa el nombre en un cartel vertical con su nombre, antes de llegar al templo del Carmen Bajo; a la derecha, el mismo bar y café ya en sus últimos años de vida.

Fachada del clásico local El Chancho Viñatero en Recoleta, hacia sus últimas décadas.

El viejo restaurante y fuente de soda Andrés Bello, en la esquina de la primera cuadra de Antonia López de Bello con el pasaje Diego Almeyda. Este otro clásico local veguino debía su nombre al mismo que anteriormente tuvo aquella calle.

Grupo de edificios comerciales de calle Salas vista hacia el sur, a un costado de La Vega Central llegando a calle Antonia López de Bello. En el de fachada azul y dos pisos, número 228, estuvo El Cachás de la Vega, mientras que en el primero de fachada verde, 246 (a la derecha del encuadre), estuvo El Pacífico. Imagen tomada de Google Street View.

Volviendo al barrio central de mercado, había también un  Rancho Chico en plena Vega Central, ocupando el puesto 580 y como propiedad de don Ricardo Rusiñol, legándolo después  a doña Rebeca P. e hijos. Se presentaba como salón de refrescos, pero fue más bien una fuente de soda. Don Ricardo era tan popular que se conocía al local como Don Richard, nombre que sería oficializado por su familia para el mismo, tras fallecer él. Y de entre los más famosos bares y restaurantes allí estuvo Los Veguinos, muy popular desde los cuarenta y propiedad de don Manuel Diéguez Atela, otro joven y avezado comerciante que defendió con especial ahínco a su gremio de dueños de restaurantes frente a severas medidas como las descritas.

Dentro de los laberintos de ferias y puestos estaba el Café Rodríguez, en el 128 y 129 de La Vega, uno de los más populares y publicitados en esos mismos años y también atendido por sus dueños. Era “un lugar de confraternidad de comerciantes, empleados y obreros de este gran emporio comercial”, según su publicidad en “El Fortín Mapocho”. En tanto, el Café Colo Colo fue inaugurado a fines de 1947 en una de las casas-puestos del mismo mercado, enfrente de la Cancha de Remates de La Vega, propietado por don Humberto Silva.

Otros boliches estaban alrededor del actual Mercado de La Vega Chica, lugar ocupado por comerciantes y cocinerías justo en aquellos años, estableciéndose así en los viejos galpones que antes usara el servicio de tranvías. La pensión y cafetería La Charito, por ejemplo, estaba en Salas 115, muy cerca del Teatro Balmaceda y era atendida por sus propios dueños en los cuarenta, en un viejo inmueble con altos que aún existe. El café y fábrica de helados El Patito, en tanto, estaba en el 631 de Andrés Bello, hoy Antonia López de Bello, esquina con calle Nueva Rengifo, a un costado del mercado. Ofrecía a cargadores y puesteros sus desayunos desde muy temprano, a las cinco de la madrugada. Y muy cerca, en los altos de Nueva Rengifo 225 estaba el restaurante Parrilladas Argentinas, quizá uno de los primeros en ofrecer por acá estas asadurías con tan intrépido gentilicio, fundado en 1950 por Cancho Rojas, en un lugar ocupado muchos años después (a partir de 1997, calculamos) por la Hospedería El Alero. La Gloria, en tanto, era un bar y restaurante de Gandarillas 172, ocupando en los cincuenta el zócalo de un inmueble ya demolido.

Los testimonios de gente relacionada con estas manzanas obreras hablaban de otro boliche del sector cercano a calle Rengifo y en donde se asaban chanchitos lechones a la vista de los hambrientos clientes. Podría corresponder a uno que el escritor Enrique Lafourcade alcanzó a mencionar con tal característica en “La cocina erótica del conde Lafourchette”: Lo Rengifo, el que acabó cerrando cerca del cambio de siglo y tras muchos años de servicio. Varios otros testimonios eran ambiguos y poco precisos sobre nombres y ubicaciones de establecimientos, pero confirman la cantidad de locales de tipo bares, restaurantes, tabernas y hasta boîtes, cabarets y clubes que llegó a tener el barrio en aquellos bullentes tiempos.

Aunque varios de los antiguos locales chimberos perecieron víctimas de restricciones como las revisadas o de los cambios inevitables en el comportamiento del barrio, hubo notables excepciones. Así, para poder conocer el ambiente y la oferta rotundamente popular y obrera que dominó aquellos sitios viviendo la experiencia de pipeños, chichas, empanadas y huevos duros, los milagros sobrevivieron en Nueva Rengifo 205 con la cantina y restaurante La Granja de don Lucho; más al norte, en el 381, el Lamilla, conocido por sus perniles y ambiente folclórico; en Gandarillas 130 reluce aún El Quinto Patio, famoso por sus colas de mono con receta propia de los años cincuenta; y en Artesanos 835 permaneció en pie El Rupanco, favorito de las pergoleras. El viejo restaurante y fuente de soda Andrés Bello, en tanto, todavía recibía público en la esquina de Antonia López de Bello con Diego Almeyda.

Hubo otros queridos boliches del sector veguino, pero que perdieron la batalla de los años en tiempos recientes. Fue el caso de la picada de El Chancho Viñatero, en avenida Recoleta 116, cerrando en el año 2014 por razones que los residentes y ex clientes todavía discuten. Lo propio ocurrió con el Café Colina de Independencia 213: se ve un restaurante y bar del mismo nombre ya en fotografías de los años veinte de la avenida, aunque en una posición un poco más al sur que su último local, cerca de la esquina de calle Artesanos. El benemérito boliche también terminó bajando sus cortinas en nuestra época.

Más que patrimonio de la memoria del barrio, entonces, los antiguos locales de los trabajadores chimberos, cercanos a la ribera del Mapocho y al Mercado de La Vega forman parte de recuerdos para toda la historia de toda la ciudad a pesar de que, en la mayoría de los casos, rara vez aparezcan en las nóminas de las antiguas casas de acogida que tuvo la clásica bohemia, la recreación y la diversión santiaguinas. ♣

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