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LAS PENAS DE WILDE Y LAS ALEGRÍAS DE PAQUITO

Wilde y Paquito en sus buenos tiempos. Fuente imagen: Sitio FB de Angel Wilde.

Por los mismos años cuando el afamado ventrílocuo español Agudiez y su muñeco Don Pánfilo vivían una época de oro en Chile y otros escenarios de la región continental, el día 15 de octubre de 1933 nacía en la capital argentina Ángel Torres, más conocido en su momento como Wilde. Aunque fue hábil en muchas disciplinas, desde temprano orientaría su vida hacia el humor, el canto de tangos y las marionetas, adoptando aquel pseudónimo que prometía una gran carrera en la entretención y el humor, pero que torpes caprichos humanos y el inevitable cambio de gustos del público terminarían trucando con crueldad.

Ex estudiante de la Universidad Nacional de La Plata y amante del fútbol, la historia de cómo llegó Torres a la ventriloquia es bastante azarosa, sin embargo: en 1957 iba caminando por la Estación Carlos Pellegrini del ferrocarril subterráneo de Buenos Aires, distraído en la rabia y ensimismado tras un pleito de abogados. En un descuido derivado de este estado mental, resbaló y se accidentó dañándose seriamente la espalda, por lo que debería permanecer enyesado nueve largos meses una vez que salió de los cuidados médicos. Durante este período de recuperación y tratando de superar las dificultades para dormir, entonces, comenzó a practicar yoga y a realizar ejercicios de respiración emitiendo sonidos al exhalar sin mover los labios, descubriendo de esta manera que tenía virtudes de ventrílocuo.

Ensayando y desarrollando su recién aprendido talento, Torres decidió comenzar a probar animando y poniendo voz a un muñeco de cartón endurecido y madera que compró al hermano de un luchador llamado Caballero Rojo, de los célebres "Titanes del Ring" de Buenos Aires, según contó el mismo artista años después al periodista Sebastián Foncea del diario "La Cuarta" ("Wilde vs. Tato Cifuentes", domingo 26 de agosto de 2012). Este muñeco, al que bautizó Paquito, tenía casi la misma edad de Torres: había sido construido en 1932, aunque originalmente era la representación de un anciano llamado Don Paco, al que adaptó y modificó dándole el aspecto juvenil y encantador de ojos saltones y cejas en alto. De ahí el nuevo nombre, además.

A pesar del entusiasmo con el que comenzó su carrera de escenarios en aquella década, su primera presentación en vivo con Paquito no fue tan buena, de acuerdo a lo que también confesaba en las entrevistas: estaba tan nervioso que se quedó casi mudo ante el público. En este mal debut no le salía la voz del personaje que tanto había estudiado, por lo que debió esforzarse más de lo que esperaba en superar el pánico escénico redoblando esfuerzos y, así, por fin comenzar una prometedora vocación de ventrílocuo, tomando el mote de Wilde y Paquito en las carteleras artísticas.

En los años sesenta, ya presentándose exitosamente en escenarios y clubes porteños, el empresario de espectáculos y futuro gran amigo suyo, don Ernesto Sottolichio, el mismo genio detrás de los shows del Teatro Picaresque con la compañía chilena del mismo nombre, conoció las divertidas rutinas de Wilde durante uno de sus viajes a Argentina y se sintió tentado con llevarlo a Santiago. El astuto instinto cazador de estrellas, entonces, no resistió acercarse al ventrílocuo para preguntar si tenía algún interés en ir a Chile para trabajar con su exitosa compañía. Tentado con estas nuevas perspectivas el artista aceptó y comenzó su de este modo su carrera por el lado del Pacífico en 1969, sin saber aún que esto le significaría quedarse a vivir para siempre en Chile.

La agenda laboral de Wilde fue creciendo rápidamente y así llegó a populares establecimientos como El Bodegón de calle Moneda cerca del palacio presidencial, pasando también por varios otros clubes y boîtes de aquellos años. En un curioso intercambio cultural del rubro, entonces, en los mismos tiempos cuando el chileno Tato Cifuentes ofrecía espectáculos de ventriloquía en Argentina, un artista argentino más joven como Wilde comenzaba a hacer lo propio en Chile, logrando gran acogida del público y enredándose también con los espectáculos nocturnos, no sólo funciones para niños. Era parte del cruce de profesionales de los escenarios entre ambos países gracias al medio de los clubes de revistas y sus espectáculos en vivo.

La fama continuó aumentando y así Wilde y Paquito fueron todo un fenómeno en el tierra chilena. Es probable que no haya existido un artista de ventriloquía con más acogida y aplauso en los teatros y boîtes de la época, marcando una huella tan importante como novedosa en la escena nacional y haciéndolo tomar la decisión de quedarse residiendo de manera definitiva en el país. Sus muy variadas rutinas combinaban humor, chistes, improvisación, declaraciones enamoradizas de Paquito y diálogos de graciosa tensión con su dueño, pero intercalando también canciones, especialmente tangos. Con esta estrategia daba un sabroso y saludable carácter muy platense a sus libretos sin entrar a reñir con las exigencias del humor local, algo que el público siempre celebró.

Torres pasó por varios otros espectáculos del género revisteril y las compañías de humor de la mejor época del vodevil, la radio y el teatro de variedades, siendo reconocido como una estrella de gran talento y popularidad en aquella generación de público. El mismo reconocería, alguna vez, que las chicas eran una tentación constante en esas giras con las que recorrió Chile completo en seis ocasiones gracias a su éxito, desde Arica a Punta Arenas. Sin embargo, a pesar de las aventuras y de las muchas posibilidades a su alcance, un tiempo después acabaría enamorándose de la joven Carmen Luna, con quien contrajo matrimonio y formó una bella familia de dos hijos: Carmen Verónica y Tomás, este último heredero del gusto por los escenarios del padre, ya que incursionó en prestidigitación e ilusionismo.

A pesar de encontrarse en un medio donde prevalecía el humor pícaro y de frivolidad, Wilde y Paquito ofrecían por entonces un espectáculo de comedia esencialmente blanca y familiar, lo que abrió para él las puertas hasta mayor público fuera del género y en la televisión abierta. Por esta razón, llegó a ser muy querido también por los niños, diríamos que casi en la misma medida que Tato Cifuentes y Tatín lo eran en su patria platense natal en esos mismos momentos y después, a su regreso, también en Chile. En 1976 lo encontramos trabajando también en las onces infantiles del restaurante Waldorf en calle Ahumada, realizadas los domingos desde las 16 horas y con presencia de otros artistas como los trucos humorísticos del mago Romario y sus payasos Calcetín y Comparsita. Ladinamente, además, Wilde aseguraba ante el público ser el único ventrílocuo del mundo "que cantaba a dos voces", cuando en realidad las intercambiaba con la del muñeco. De hecho, en una ocasión a fines de los setenta se dijo en un medio que la pareja artística cantaba "a dúo", cosa que él siempre celebró como hazaña. Incluso grabó un álbum llamado "Muñequito", en cuya portada aparecen titiritero y marioneta cantando en el estudio.

Sin embargo, a pesar del probado carisma de Wilde y del encanto que inspiraba Paquito, la ignorancia que alojaba en el medio de espectáculos y las burdas supersticiones a las que incluso en nuestros días se da crédito adelante y atrás de bambalinas, iban a darle una malvada y miserable estocada. Al menos es lo que él sintió hasta el final de sus días, asegurando cargar el trauma de algo que lesionó la brillante carrera del artista argentino en Chile en uno de los casos más controversiales de la historia de las candilejas y de la televisión en el país, al que se ha echado encima una tonelada de paladas con tierra de olvido, además.

Lo que aparentemente había comenzado como un chiste o burla de productores y colegas que encontraban "algo" temible y siniestro al muñeco, quizá por su semblante pero también por la destreza casi mágica de Wilde para hacerlo "hablar", habría ido escalando en forma ridícula hasta volverse un miedo irracional hacia Paquito dentro de aquel ambiente. Al poco tiempo, entonces, se aseguraba ya en televisión, radio y teatros que la marioneta y su dueño "traían mala suerte". No faltaron periodistas inescrupulosos, personajes exageradamente reverentes a los mandamases de los medios y algunos sensacionalistas de camerinos quienes hicieron su parte en aquella tropelía contra el artista y su marioneta, según parece.

A mayor abundamiento, se hace preciso recordar que eran aquellos años quizá los más necios del ecosistema de los espectáculos nacionales, en los que ni siquiera se podían decir palabras como "culebra", que sustituían por "bicha", al punto de haber cambiado el título de un conocido programa infantil de títeres en la estación de la Universidad Católica de Valparaíso de fines de los sesenta, "El Sapo y la Culebra", por un absurdo "La Bicha y Sapolín" en una versión animada posterior para el mismo canal televisivo. Tampoco se podía desear suerte a quien subía a un escenario, pues se pensaba atraería desgracias al estilo de la maldición teatral de "Macbeth", y de ahí sobreviven hasta hoy, ya como residuos, cábalas inofensivas o tradiciones inocentes al estilo de la expresión "mierda, mierda" entre la gente del espectáculo, sustituyendo el gesto tabú de antaño.

Wilde y Paquito, en imagen publicada por el diario "La Cuarta".

Wilde y Paquito en el programa "Talento Chileno", de Chilevisión, año 2015. Fue su última aparición en la televisión abierta.

Una presentación particular de Wilde y Paquito hacia 2016, probablemente una de las últimas de su vida. Fuente imagen: Sitio FB de Angel Wilde.

Wilde y Paquito en el programa "De pe a pa", conducido por Pedro Carcuro. Primera Temporada, 1996, TVN. Wilde cuenta aquí sobre la tragedia personal que significó su leyenda negra y manipula también a Paquito como en sus buenos tiempos siendo ventrílocuo.

Wilde y Paquito, de ese modo, se convertían en nombres identificados como yetas o gafes, blanco de acusaciones hoy sonrojarían por su nivel de credulidad ante el pensamiento mágico... Y es que ignorancia y poder han sido, tradicionalmente, una combinación nefasta. De hecho, algo muy parecido había sucedido ya con otros cultores del oficio como el norteamericano Edgar Bergen y su muñeco Charlie McCarthy, famosísimos en los años treinta, alrededor de los cuales se soltó toda clase de oscuros mitos hollywoodenses: que era manipulado tan magistralmente a través de magia negra, que el personaje tenía vida o alma propia y hasta que se trataba del cadáver de un niño convertido en títere. Era cosa de tiempo para que se copiaran tales tendencias por estas latitudes.

Torres siempre proclamó tener claro desde dónde se expandió el malévolo rumor en su contra, que fue sacándolo de los escenarios y marginándolo bajo la premisa delirante de "traer mala suerte" con su muñeco: el animador Mario Kreutzberger, Don Francisco, y su entonces amigo el humorista Armando Navarrete, con el recordado personaje Mandolino. De acuerdo a sus denuncias esto sucedió en abril de 1976 (o 1979, según ciertas fuentes) cuando fue definido como tal durante una presentación en el teatro Gran Palace de calle Huérfanos, en donde ambos artistas hacían una parodia de Wilde y Paquito como parte del show. "Ahora haremos por última vez a Wilde y Paquito, el yetazo del año", habrían dicho ante el respetable en aquella ocasión, noticia que llegó a la prensa y se expandió desde allí con velocidad.

Decía el ventrílocuo que el episodio sucedió justo cuando se encontraba en un receso y recuperándose de un preinfarto sucedido el primer día de ese mismo mes, grave situación de salud que lo afectó cuando se encontraba trabajando con el cantante Buddy Richard en el hotel El Araucano de Concepción. Esto lo obligó a volver hasta Santiago, en donde se enteraría de lo sucedido al ser calificado públicamente como "yetazo". Bastó tan anodino mal chiste, entonces, para que su nombre se vetara y fuera alejado abruptamente de toda posibilidad de volver a presentarse no sólo en estelares como "Sábados Gigantes" de Don Francisco, sino también en otros programas parecidos y hasta en las compañías de espectáculos. En los hechos, aseguraba que estaba cancelado, casi prohibido.

Tal como aconteció en su momento a otros artistas como el humorista Bigote Arrocet (Edmundo Arrocet von Lohse), el cantante y compositor Wildo (Wilfredo Labarca Rolla) y a su colega la gran Palmenia Pizarro (quien debió irse a México largo tiempo, escapando de la misma infamia supersticiosa), la carrera de Wilde se vería gravemente dañada por el oscurantismo ambiental quedando cada vez más apartado de los escenarios y desapareciendo de las pantallas. Como no ha sido extraño en ese mismo medio, además, quienes eran amigos y amigotes se fueron apartando a partir del incidente, dándole la espalda sin explicaciones. Para peor, esto sucedía justo cuando los espectáculos revisteriles y bohemios ya caían con estrépito en tan difíciles años para la entretención popular, cesando actividad los principales teatros y compañías. Muchos artistas habían buscado continuidad profesional en la televisión, por aquellas razones, pero para el ventrílocuo esta posibilidad acabó extinguiéndose.

Su molestia con lo sucedido y sus constantes acusaciones -fundadas o no- contra quien se consideraba ya entonces una vaca sagrada de los medios de comunicación, Don Francisco, lo hundieron más en el olvido y la marginación pues se le pagó con enorme deslealtad gremial. Debe repetirse que esto ocurría justo en momentos cuando colapsaban los clásicos teatros y compañías artísticas que antes daban agenda a esta clase de números, por lo que el daño era irreversible. La sucia leyenda negra y absurda seguía corriendo, en tanto, volviéndose indetenible. Algunos locutores y amigos incluso sugirieron a Wilde moderar y terminar con sus denuncias todavía hasta algunos años después, pero la bronca del argentino nunca se enfrió, limitándose en ocasiones -cuanto mucho- sólo a referirse ambiguamente a "el gordo" como el culpable de truncar sus grandes proyecciones.

En su deambular a la deriva profesional se le cerraron todas las puertas de compañías y las posibilidades de telonear a otros artistas: simplemente, no querían trabajar con él en los equipos. Por esta razón, Wilde debió comenzar a hacer giras de forma independiente por Chile, siendo muchas veces víctima de abusos de locatarios y organizadores de eventos que se aprovecharon de su menesterosa y desfavorable situación, según él protestaba después. Llegó a presentarse como payaso de circo con maquillaje y todo, como reconocía a Pedro Carcuro entrevistado -por su propia petición a los productores- en el programa de TVN "De pe a pa", años más tarde (primera temporada, 1996), confesando también que tuvo una relación afectuosa con el ambiente circense después de su desagradable impasse de los setenta. A pesar de estos esfuerzos y de ser alguien de fe, en unos años ya había perdido todo: sus dos residencias, dos automóviles, una camioneta y hasta habría pensado en quitarse la vida en los momentos de mayor desesperación, siendo su amada esposa el principal sostén económico del hogar.

Mientras hombre y muñeco esperaban una esquiva y cada vez más lejana redención, los espectáculos de ventrílocuos quedaban en el pasado de los números artísticos que podían llegar a medios y salas masivas. Luchando contra la marea, Wilde se dedicó a algunas presentaciones esporádicas con Paquito desde allí en adelante, además de seguir con su genética pasión por el canto de tango. Su maestría era tal que, en 1989, su compatriota el entonces subcomisario Miguel Lembo lo vio en vivo en vivo y quedó enamorado del oficio, entregándose a la actividad como miembro fundador del Círculo de Ventrílocuos Argentinos (CIVEAR). Posteriormente, Wilde encontraría roles laborales para una empresa de seguridad, usando también sus conocimientos de marketing y relaciones públicas para mantenerse ocupado.

El artista consiguió un papel en el programa "El cuento del tío" de Carlos Pinto, en el capítulo "El mapa" transmitido en marzo de 2005: allí compartió cámara con los actores Erto Pantoja, John Knuckey, Francisca García-Huidobro y Patricia Ibarra. Sin embargo, ese mismo año aparecerá representado en el segundo capítulo de la animación nacional "Diego & Glot" de Canal 13, en donde se alude a la mencionada entrevista en "De pe a pa" y a su fama de yeta, todo en un tono burlón y ridiculizándolo. Esta serie infantil era de la productora Cubo Negro, dirigida por Claudio Kreutzberger quien es, coincidentemente, sobrino de Don Francisco. A diferencia de otros célebres personajes televisivos de entonces que fueron parte de "Sábados Gigantes", como el propio Mandolino o el coanimador y locutor José Pizarro (Pepe Yeruba), quienes fallecieron después habiendo hecho las paces con Kreutzberger, Wilde jamás tuvo alguna clase de acercamiento con él. De hecho, ni siquiera hubo alguna diplomacia entre ambos durante todo lo que le quedó de vida al ventrílocuo.

Wilde esperó y esperó en vano, durante muchos años, a que fuese recordado como lo merecía su largo currículum, para ser llevado a shows nocturnos y televisivos como los de antaño, sin que su teléfono sonara: el daño ya era definitivo, a esas alturas. La televisión estaba cambiando más rápido de lo que él podía advertir, además, y la presentación de un muñeco en las rodillas de su manipulador prácticamente eran cosa de museos artísticos, a esas alturas. Por otro lado, durante ese mismo período de progresivo olvido figuras como la de Tato Cifuentes y su muñeco Tatín acabaron superándolo en popularidad y convirtiéndose en emblemas de la misma disciplina del ventrílocuo, al menos mientras las marionetas aún encantaban a los niños y podían sacar risas a adultos.

A pesar de todo el descrito desdén y de la inestabilidad con la que aparecía esporádicamente en cámaras, en abril de 2015, a los 81 años, Wilde hizo una última presentación televisiva con más características de homenaje junto a su inseparable muñeco en el programa "Talento Chileno" de Chilevisión. Fue una sorpresa para muchas generaciones nuevas conocer la existencia de aquel gentleman argentino de refinados modales, pulcra presencia, voz gardeliana y toda una historia de éxito que hubo tras de sí. Se lo vio claramente emocionado con aquella pequeña oportunidad de regresar a la pantalla chica, además, llegando a las lágrimas.

Wilde siguió cantando tangos mientras vivía su retiro, por cierto. Nunca dejó de ser un legítimo artista porteño de ley, en otras palabras. Realizaba algunas presentaciones particulares o familiares sólo por amor al arte, según cuentan también en hogares de ancianos o centros vecinales, y grabó algunas canciones para un proyecto titulado "Los tangos de mi vida". En tanto, Paquito volvía a salir del baúl en cada reunión hogareña, como es de suponer. Jamás hubo forma de hacerle cambiar la impresión a su dueño, aferrado a ella como si fuese la tabla del náufrago, de que el derrumbe de su carrera se debió a leyenda negra sobre atraer mala suerte y que esta calumnia fue creada por el más importante y trascendente de los animadores chilenos.

Pocos sabían entre las generaciones más nuevas de la leyenda viviente radicada en Chile, al verlo con su boina en las calles de la ciudad, antes de abandonar este mundo el 9 de abril de este año 2018. Prácticamente, ningún medio de comunicación tuvo la dignidad de avisar de su fallecimiento y reparar, aunque fuese en parte, la inexcusable injusticia de la que se sintió objeto hace tanto tiempo uno de los ventrílocuos más diestros, apreciados y populares que estuvo en la escena nacional. ♣

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