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¡SANTIAGO TIENE CLUB HÍPICO!

Parte de las desaparecidas tribunas y pabellones del Club Hípico de Santiago, hacia inicios del siglo XX.

El contexto de la vida chilena siempre se valió de los caballos, desde tiempos coloniales; o más bien desde sus orígenes en la propia Conquista. Por esta razón, fueron frecuentes las competencias y carreras equinas en ámbitos cotidianos, al punto de que la mayor parte de la población podía jactarse de ser buen jinete. Sin embargo, la creación del Club Hípico de Santiago vino a ser un salto sustantivo en la profesionalización de las actividades de la cabalgadura deportiva, pasada ya la media centuria del siglo XIX. Esto dejaría atrás las actividades más tradicionales de carreras en la sociedad criolla.

Muchos otros hitos relacionados con el mundo de la caballería y la hípica habían tenido lugar durante aquel siglo, por lo demás, incluidas las visitas de algunos de los primeros circos ecuestres en el país, con exhibiciones nunca antes vistas entre los locales. Sin embargo, si bien los antecedentes se remontaban a los indicados tiempos fundacionales de Santiago, gran parte del quehacer de la misma parecía estar condenada a prácticas de mucha informalidad, o bien sujetas a contextos de espectáculos diferentes a los de naturaleza especialmente deportiva, como eran los relacionados con el mencionado rubro artístico o circense.

Valiosas síntesis con la historia del club de marras pueden encontrarse en fuentes como “El Turf en Chile” de Luis E. Soto, “Club Hípico de Santiago” de María Teresa Serrano y Alfonso Calderón, y “El espectáculo de la hípica en Chile” de Javier Badal Mella. Un preámbulo con la situación previa de la actividad, en tanto, podemos tomarlo desde Francisco A. Encina en su clásico trabajo "Historia de Chile":

Las carreras a la chilena; o sea, las concertadas entre los propietarios de dos caballos, que corrían cuadra y media o dos cuadras, continuaron siendo, durante la primera mitad del siglo XIX, lo mismo que durante la Colonia, la diversión favorita del pueblo chileno. Sólo en 1864 la colonia británica de Valparaíso organizó por primera vez carreras a la inglesa, que se llevaron a efecto el jueves 8 de septiembre de ese año, en un hipódromo improvisado en el llano de la Placilla, a tres leguas de Valparaíso, con concurrencia de dos mil personas, que se transportaron en ochenta carruajes de todos tipos y más de 1.500 caballos de montar. Se corrieron dos carreras de caballos y una a pie. El caballo vencedor de la milla cubrió los 1.608 kilómetros en 1 minuto 58 segundos.

El mismo año de 1864 se organizó una sociedad, que el uso denominó, algo impropiamente, Valparaíso Sporting Meeting, y que subsistió hasta 1882, fecha de la fundación del Valparaíso Sporting Club. Poco antes, la cancha de Viña del Mar había sustituido a la de Placilla.

Desde 1865 empezaron a llegar de Australia caballos que correspondían al tipo hunter, muy cargado de fina sangre de carrera, y algunos pura sangre traídos desde Inglaterra.

Tres años más tarde, Enrique Cood y Carlos de Monery organizaron en Santiago la Sociedad Hípica que duró hasta 1871. La pista para las carreras a la inglesa se improvisó en el parque Cousiño, en la parte en que están hoy día los jardines, el panorama de la batalla de Maipú y la laguna. Tenía forma de un “8” y su recorrido era de 875 metros. Las primeras carreras tuvieron lugar el 20 de septiembre de 1867, con asistencia de Vicente Izquierdo, y se repitieron el día 22, “después del volantín, palo ensebado y otros juegos que habrá en el Campo de Marte y durante los cuales tocará una banda de música”.

La historia relativa al Club Hípico, como indica el autor, inicia en 1867 con la fundación de la Sociedad Hípica por un grupo de jóvenes de clases acomodadas, conocedores del turf o carreras con apuestas y de las llamadas carreras a la inglesa. El propósito de la Sociedad era fomentar el deporte de los caballos y la crianza equina para el mismo fin, realizando esas primeras competencias y exhibiciones en el Campo de Marte de La Pampilla, en donde estará el futuro Parque Cousiño, presencia que sería -a la larga- una de las razones para escoger ese mismo barrio para instalar en él la pista y los edificios del club. Sus estatutos hoy sonarían bastante elitistas, sin embargo, autorizando a competir sólo a caballeros, pero con ejemplares nacidos en criaderos de Sudamérica y no importados.

Para el debut en el terreno del parque se construyó un tablado de socios, galerías de madera de álamo para el público y un sencillo kiosco. También se demarcó la respectiva pista sin palizadas y con una cuerda señalando el recorrido que debían hacer los competidores. Siendo las primeras carreras a la inglesa de la Sociedad y de la historia del deporte en Santiago, causaron gran atención e interés asistiendo también autoridades e importantes hombres públicos, como el ministro de interior Álvaro Covarrubias y el intendente de Santiago don Vicente Izquierdo, convirtiendo este encuentro y los sucesivos en eventos sociales.

La carrera inaugural de dos vueltas a la pista comenzó a las 4 de la tarde, y compitieron los caballos Telégrafo, Relámpago, Timón, Duende, Gladiador y Chispa, destacando este último con el premio mayor. El lugar fue decorado para la ocasión y en cada poste dispuesto en el hipódromo colgaban gallardetes con los colores nacionales, recordando que se estaba todavía en la temporada de Fiestas Patrias. Un anfiteatro levantado al lado de la pista era ocupado por los miembros de la sociedad y sus invitados ilustres.

El hacía no mucho tiempo inaugurado Club Hípico o Hipódromo de Santiago, en el plano de la capital hecho por el ingeniero Ernesto Ansart en 1875. El eje Norte-Sur de este plano está invertido.

Registro de las carreras en el Club Hípico en Fiestas Patrias, septiembre de 1903. Fuente imágenes: revista "Sucesos".

El Club Hípico en postal de la casa C. Brandt, fechada en 1907. Fuente imagen: Biblioteca Nacional Digital.

Tribunas de primera y tribunas populares, en la concurridísima jornada del 20 de septiembre de 1907. Imágenes publicadas por la revista "Sucesos".

Coincidiendo con el plan de construcción del parque de acuerdo a la propuesta de don Luis Cousiño, la Sociedad Hípica hizo sus presentaciones allí hasta el mes de octubre de 1871, cuando pierde la concesión del Campo de Marte. Su última carrera fue realizada en un llano del sector Chuchunco, al poniente de la ciudad y en donde están ahora los barrios de la Estación Central de Ferrocarriles, en un rústico hipódromo que había sido habilitado por la calle San Francisco de Borja. Empero, tras este encuentro la sociedad cesó actividades y cayó en la inacción.

Sin embargo, producto del entusiasmo despertado por aquella iniciativa y sus actividades, desde el 17 de octubre de 1869 se venían realizando reuniones para dar cuerpo a una nueva sociedad: el Club Hípico de Santiago, fundado por una propuesta del futuro héroe de la Guerra del Pacífico y miembro de una influyente familia de la época, don Domingo de Toro Herrera, disponiendo de la residencia de sus padres para realizar estas juntas. Y en una mala decisión, los restos náufragos de la Sociedad Hípica que habían inspirado esta cruzada en la capital, se resistieron a fusionar su agónico organismo con el floreciente club, desapareciendo al poco tiempo por falta de fuerza y de actividad.

En las reuniones siguientes del nuevo grupo, fue designado el primer directorio: quedó compuesto por Francisco Baeza, Nicolás Barros Luco, Domingo de Toro Herrera, Victorino Garrido Falcon, Rafael Echeverría, José Luis Larraín, José Agustín de Salas, Lisímaco Jara-Quemada y Emilio Larraín Urriola, con cargos de propietarios y suplentes. Su primera sesión directiva tuvo lugar el 1 de noviembre, siendo elegido Baeza como presidente y Toro Herrera como secretario. Quedará en el misterio histórico el porqué don Domingo, quien había tenido un papel tan protagónico en la propia creación del club, no tomó la caña de mando del mismo dentro del directorio y se conformó con un cargo secundario. La mesa directiva también eligió a don Luis Cousiño como presidente honorario, en homenaje a su apoyo a la misma actividad.

De esa forma, sesenta firmantes dieron inicio a la constitución de la sociedad por escritura pública. Los estatutos fueron redactados por los señores Baeza y Cousiño asistidos por Carlos  de  Monery  y  Pedro  Soulés, pero basados en normativas inglesas y francesas del rubro. Firmados en noviembre de 1869, fueron aprobados el 8 de mayo de 1870, y en ellos sociedad se proponía fomentar el mejoramiento de las razas caballares corredoras del país, importando potros fina sangre de carrera. Había, también, un interés por afianzar la identidad racial equina netamente chilena, algo que ha sido investigado en nuestra época por Marcelo Villalba, director del Museo de la Guerra del Pacífico que lleva el nombre de don Domingo de Toro Herrera, justamente.

El lugar escogido para establecer la pista del flamante club estaba en el camino de Cintura Sur con callejón de Padura, actuales Blanco Encalada y Club Hípico, respectivamente, a pasos del parque del Campo de Marte o Cousiño. Para tal objetivo, la sociedad adquirió las propiedades formadas por una chacra en calle Padura y otro terreno en el mismo callejón, ambas en 1870, trámites que pudieron realizarse no sin algunas dificultades.

De la gran cuadra que ocupa hasta ahora el club, sólo la mitad norte pudo ser habilitada entonces, quedando pendiente la del sector sur. Llamado inicialmente Hipódromo de Santiago, fue obra del arquitecto Lucien Hénault la implementación de su parte central correspondiente al sector pista, mientras que el primer edificio de la elegante tribuna y la administración salió de los tableros de Roberto Trait, abarcando 53 metros de frente principalmente fabricados en madera, metal y vidrieras. El perímetro del nuevo lugar fue cerrado con las cadenas que se habían usado antes en el Campo de Marte, donadas por el Ministerio de Guerra y Marina. Los trabajos fueron entregados el 1 de septiembre de 1870.

Así, pudo tener lugar el primer programa el 20 de septiembre a fines del gobierno de J. J. Pérez, con tres carreras sin apuestas formales y una copa de oro obsequiada por Cousiño. Fue una gran inauguración y un tremendo evento para la historia de la ciudad, que dio mucho de qué hablar. Las entradas a tribuna eran de un peso; a caballo, de 50 centavos, de pie, a diez centavos, y por carruajes de dos a cuatro ruedas se cobraban dos y cuatro pesos, respectivamente. La primera carrera, de media milla, fue de caballos y yeguas nacidas en Sudamérica, con ocho ejemplares y premios de 200 y 100 pesos a los primeros dos lugares. La segunda fue similar, pero de una milla. La tercera, finalmente, era de hijos de Fanfarrón, de media milla, con copa de oro, medalla de oro y de plata para los primeros tres lugares. La estrella de la jornada fue Flaneur, de Marcial Recart, que venció en la corrida principal de la media milla.

Dicho sea de paso, se sabe que Fanfarrón representó un gran impulso para la crianza y producción del caballo de traza genética inglesa dentro del país. Este ejemplar fue ganador de cinco de las 28 carreras que disputó en Inglaterra y había sido adquirido por Cousiño en 1865, dejando mucha descendencia, como todo campeón. Encina observa también que, entre ese año y 1880, se importaron otros 43 caballos y yeguas de competición, convirtiendo las carreras a la inglesa en la principal diversión chilena de lo que quedaba del siglo XIX y del primer tercio del siguiente. Desde este momento, la actividad del Club Hípico se desarrolló con gran atención del público y la prensa, circulando cantidades de dinero en las apuestas y asignándose comisarios y jueces que estaban sagradamente en cada jornada, para velar por el cumplimiento estricto de los estatutos.

El recinto del club continuó creciendo y los premios se volvían mejores, a pesar de los limitados recursos. Fueron distribuidos en dos temporadas: una de otoño (abril-mayo), varias veces postergada por el estado de la pista tras las lluvias; y otra de primavera, la de mayor convocatoria y entusiasmo, con carreras de jinetes no ganadores, Copa Inglis, Babies Plate, Premio Fanny Grey, carrera De Remate, Premio Nobilily, Premio de Honor, Trial Stakes, Premio Bonjour, Premio Lady Washington, carrera De Venta, Premio Velocidad, Jinetes Caballeros, Premio Alhaja, Premio Hippia, Handicap de Venta, carrera El Consuelo, etc.

El registro de caballos se inició en 1875, viniendo después el calendario de carreras incorporado entre las muchas modificaciones y actualizaciones a las que fue sometido el estatuto. Al mismo tiempo, la experiencia comenzó a anexar la importancia de las estadísticas, surgiendo así los apostadores expertos, aunque con frecuencia fuera de las regulaciones.

Ese año, además, fueron ampliados los pabellones de tribunas y graderías del público, ubicadas hacia el sector norponiente del gran cuadrante ocupado en el plano urbano por el espacioso recinto. Nuevas ampliaciones del complejo tendrán lugar en 1885, las principales de ellas con la incorporación de las tribunas económicas o de segunda clase, todo con enorme sentido estético y elegancia. Socios y concurrentes de primera clase seguían llegando en trajes dignos de una fiesta de gala, con gran garbo los varones y enormes vestidos las damas. Esto daba un indicio de lo asociado que aún estaba el club con las clases altas, a pesar de la enorme popularidad que ya despertaba en el público general con sus temporadas. En 1889, además, se aumentó la pista a una milla de largo, gracias a la adquisición de terrenos vecinos.

Sin embargo, como ocurrió a tantos otros edificios históricos del Santiago de entonces, un feroz incendio destruyó casi complemente las tribunas en la noche del 11 de noviembre de 1892, privando a la ciudad de una de las obras arquitectónicas más hermosas que podía ostentar. Sus dos pisos, balcones, torreón y su estilo suizo monumental quedaron arruinados, dejando a la alta sociedad sin su más querido centro de reunión social de esos días. En los años posteriores, mantuvieron habilitados espacios provisorios al público, mientras se esperaba reconstruir sus pabellones.

En 1895, la sociedad del Club Hípico de Santiago dispuso que sólo pudieran competir caballos que figuraran en el registro oficial y, dos años después, se implementaron las apuestas mutuas en el sistema, con cinco boleterías de venta, primero a las de dos pesos y después a las de diez, ya con otras tres ventanillas disponibles. Las apuestas, de ese modo, eran la segunda parte de la emoción del espectáculo acompañando a la que sucedía en la pista, aunque poco recibía el Club Hípico por este concepto.

Para peor, el club perdió en aquel período a su director Arturo Cousiño, muy apreciado por los socios, y pasaba también por difíciles momentos que eran informados en la edición de “El Sport Ilustrado” del 31 de agosto de 1902, al criticar sus carreras de obstáculos:

Hoy el Club Hípico atraviesa por angustiosa situación económica, motivada por la suspensión de los remates y que se prolongará hasta que la apuesta mutua se aclimate, por decirlo así, y que tome el desarrollo que el Club tuvo en vista para apoyar la ley en actual vigencia, los esfuerzos de la institución deben concretarse a presentar a los criadores, propietarios y público, programas interesantes y carreras abundantes de anotaciones, de modo que las inscripciones proporcionen una buena parte del premio y el número y calidad de los caballos que tomen parte en la carrera den ocasión a que el público tome verdadero interés por ella, interés que se traducirá en un mayor movimiento en las boleterías de venta y apuestas mutuas y contribuya la comisión de esta venta a completar el premio del ganador.

¿Cumplen las carreras de saltos con estos requisitos indispensables en la época actual?

Fuera de toda duda y sin temor de contradicciones se puede contestar redondamente: No.

Estamos acostumbrados a ver lotes de cuatro a cinco competidores y a veces reducida la carrera a un simple match entre un especialista y un corista de la peor calidad; ¿qué interés puede tener una prueba semejante? Ninguno, porque el público no encuentra aliciente alguno para jugar ni poco ni mucho dinero en carreras tan inciertas y en que tan comunes son los accidentes, que a veces revisten hasta cierta gravedad, que a muchos hace murmurar de las carreras como de un espectáculo poco culto y semi-sangriento; no somos tan rigurosos, pero fuerza es reconocer que es por lo demás desagradable ver rodar caballo y jockey, de lo que a veces queda este herido o es arrastrado por el animal un buen trecho sin que sea dado auxiliarlo de manera alguna…

Empero, la propia caída de los recursos en la actividad había llevado promulgar una ley de apuestas mutuas, ese mismo año. Este recurso iba a poner fin a la situación que afectaba al club, permitiéndole obtener ganancias de las apuestas y, en consecuencia, poder mejorar los premios e incentivar más aún la crianza y la competencia caballar. La ley referida autorizaba a estos efectos a los hipódromos que hubiesen sido creados para mejoramientos de razas equinas y que tuvieran la personería jurídica correspondiente, como era el caso del club, con el visto bueno de la presidencia de la República.

Comparación de las dos pistas de los hipódromos de Santiago: el clásico Club Hípico y en entonces recién construido Hipódromo Chile, en revista "La Lira Chilena" de 1906.

El mismo Club Hípico en el plano de Santiago del cartógrafo Nicanor Boloña, confeccionado en 1911 y con el aspecto que tenía el recinto en las fiestas del Centenario Nacional, celebradas durante el año anterior.

Vista general de la pista del Club Hípico en postal de J. M. Sepúlveda V. entre los años 1912 y 1922. Fuente imagen: Biblioteca Nacional Digital (colección fotográfica de Carlos Cornejo).

Antigua entrada lateral del Club Hípico, secundaria a la principal por Blanco Encalada. El caballo de la imagen era una obra de metalurgia artística francesa que antes estaba en el paseo del cerro Santa Lucía y que hoy se encuentra extraviada.

El nuevo edificio con graderías del Club Hípico en los treinta, las mismas instalaciones monumentales de la actualidad, en fotografía de la Imprenta Turismo. Fuente imagen: Biblioteca Nacional Digital.

Club Hípico de Santiago, carrera El Ensayo en su versión de 1948, en la "Guía del Veraneante" de la Empresa de los Ferrocarriles del Estado. Fuente imagen: Memoria Chilena.

Las medidas recuperaron la energía de la hípica y la devolvieron hasta un buen tránsito. La inyección permitiría, además, mejorar la infraestructura e instalaciones. Así, la misma revista deportiva citada, ahora en su edición del 5 de octubre, decía refiriéndose a las pasadas carreras del 20 de septiembre, hechas con presencia de una delegación argentina recibida con honores y banquetes en el club:

A medida que se acercaba la hora fijada para la primera prueba del programa el elegante stand del Club Hípico de Santiago se hacía estrecho para dar cabida a un público selecto y distinguido que se había dado cita para concurrir a una de las fiestas hípicas de más importancia de nuestros hipódromos, no tanto por el valor mismo de las pruebas como por el hecho de tener lugar en uno de los días de las festividades patrias.

Es sin lugar a duda, que de todas las fiestas o exhibiciones públicas a las cuales han concurrido nuestros distinguidos huéspedes durante su permanencia en Santiago ninguna como las carreras del 20 en la que nuestra sociedad hizo gala de lujo, elegancia y buen gusto.

Cabe añadir que, para entonces, “El Sport Ilustrado” se había convertido en el órgano oficial de la hípica chilena, representando editorialmente al Club Hípico, el Valparaíso Sporting Club, el Club Hípico de Concepción, el Club de Sport de Tarapacá y el Club Hípico de Talca. Faltaban pocos años para que se sumara al grupo el Hipódromo Chile, en avenida Independencia.

Durante el año siguiente, la sociedad adquirió un sitio y grupos de casas de la avenida Campo de Marte, que adicionó al terreno del club. Posteriormente, en 1906, se incorporó el sector de El Espino, edificando un año después los establos, corrales y otras dependencias para los caballos por el lado de avenida Club Hípico. Eran nueve corrales con diez pesebreras, ampliadas con el tiempo. Después, en 1910, se funda la clínica veterinaria del club por el británico William J. Moody. Dos años más tarde, el recinto absorbe otro terreno de la avenida Club Hípico.

Ya en 1908, en tanto, la pista principal había quedado definida en un trazado exterior de 30 metros de ancho y más de 2.000 de extensión, 545 de los cuales eran de recta; se adicionó la pista interior de unos 1.820 metros y 20 de ancho; también se incorporará una de arena, de poco más de 1.950 metros de largo y 15 de ancho, destinada labores ajenas a las competencias.

De esa forma, el club estaba en plenitud para el período del Centenario Nacional, no sólo las carreras de caballos: también con elevaciones de globos de aire caliente y vuelos de algunos de los primeros aviones que se vieron en Santiago, además de varias ferias, circos, banquetes de homenajes y exposiciones caballares. Fue inevitable que quedara incorporado a algunas de las muchas actividades oficiales de celebración realizadas en las fastuosas Fiestas Patrias de 1910, por consiguiente.

Mientras habían estado habilitadas las tribunas provisorias, las de primera clase se mantuvieron al norte, en tanto las de segunda estaban un poco más al sur, ambas de frente a la pista. Al interior se veía el camino del paseo, ya entonces con alguna decoración artística, y más arriba el picadero. Los accesos del público eran por las avenidas Club Hípico y Blanco Encalada, esta última de cara a la avenida España que había sido inaugurada en 1905. El límite sur del complejo estaba en la calle Antofagasta.

La reconstrucción de tribunas, terrazas, la enorme marquesina volada sobre las graderías de socios y el edificio principal comenzó en 1917, con el espectacular diseño ecléctico de Josué Smith Solar, fusionando neogótico, neoclásico y Tudor. El arquitecto residía cerca de esos mismos barrios, además, y se inspiró en el antiguo Hipódromo de Longchamp, en Francia. Los trabajos, ejecutados por la casa constructora de Guillermo Franke utilizando el entonces novedoso hormigón armado, se extendieron hasta 1922, resultando así uno de los centros hípicos más elegantes del mundo en aquel momento. 78 hectáreas reunía el club para el año 1923, año de su reinauguración, con gran fiesta realizada el 7 de abril.

Las proporciones del edificio de tres cuerpos y seis niveles, sus audaces formas de ingeniería y arquitectura, su decoración general, sus diseños con zócalo, columnas y bóvedas, los jardines de Guillermo Renner, estatuas, pérgolas, bajorrelieves, pasillos y senderos exteriores, fueron un deleite visual que convirtió al recinto en lugar de paseos. Destacan en el complejo el pabellón del Paddock, el club de tenis y la piscina diseñados también por Smith Solar con su hijo, José Smith Miller; las pesebreras del mismo arquitecto que pertenecieron al señor Cousiño y que este dejó al preparador Augusto Breve, al morir; las pesebreras del lado de la esquina nororiente, obras del arquitecto Ricardo Larraín Bravo, etc. También fueron incorporados casas-clubes, estanques-lagunas y el murallón de ladrillos con reja perimetral.

El Club Hípico continuó creciendo con la adquisición e incorporación del Lote 3 de chacra El Mirador y parte del Mirador del Gallo (hasta calle diagonal del Mirador, más al sur) a la Junta de Beneficencia de Santiago, ambos a partir de 1929. Aunque se trata de una época posterior a la atendida acá, cabe indicar que la pista fue ampliada entonces y, así, el límite sur del mismo complejo quedó en calle Rondizzoni como se observa actualmente, paralelo al del Parque Cousiño.

Por ley del año siguiente, además, se había autorizado la declaración de utilidad pública y expropiación de los inmuebles comprendidos entre el deslinde de la avenida Club Hípico al oriente, la prolongación de la avenida Rondizzoni (hacia el poniente) por el sur y la diagonal del Mirador al poniente. Esto facilitó la holgura de terrenos hasta convertirse en la enorme manzana de hoy, rodeado de macizos murallones.

El principal evento anual del club es la carrera El Ensayo, iniciada en 1873, sentando con ello toda una tradición en la historia hípica nacional. De hecho, es la carrera más antigua del país y se dice que sería la segunda de América, después del Belmont Stakes de Nueva York. Otros conocidos certámenes realizados en su pista son el Clásico Club Hípico, el Clásico Institucional, el Clásico Arturo Lyon Peña, el Clásico Alberto Vial Infante y el Nacional Ricardo Lyon.

El domingo era el día más recreativo e intenso para el público del Club Hípico. También fue el favorito de los expertos en carreras o apuestas. De hecho, trascendían a todas las instancias de la vida social santiaguina, corriendo los rumores de un “dato” para la jornada y las recomendaciones de los más versados, como recordaba Daniel de la Vega, citado en el libro de Serrano y Calderón:

Los domingos por la tarde, para poder andar con decencia por el centro, era indispensable poseer algunos conocimientos hípicos. Si usted no los posee, se pone en ridículo, no puede charlar con nadie, parece un monstruo caído de una constelación. Los demás días de la semana usted puede hablar de negocios, de enfermedades, de política y de la inflación. El domingo debe hablar de carreras únicamente. Si los futbolistas se lo permiten.

Entre las muchas figuras distinguidas e internacionales que visitaron el ostentoso club que es, quizá, el último exponente histórico y monumental de su tipo en Chile, estuvieron Teodoro Roosevelt, Fernando de Baviera, el Príncipe Humberto de Saboya y la Reina Isabel II con el Príncipe Felipe de Edimburgo, con recepciones que incluyeron grandes buffets, celebraciones y orquestas en vivo en el lugar, en muchos casos.

Debe observarse, sin embargo, que el Club Hípico de Santiago siempre ha seguido sirviendo a actividades artísticas y sociales, más allá de las carreras de caballos que le dan vida y justificación. Todavía en nuestra época, el enorme complejo acoge grandes recitales y fiestas de concurrencia masiva.

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