Antiguo volante publicitario para el Circo Las Águilas Humanas. Fuente imagen: sitio Historia del Circo en Chile.
En la primera mitad del siglo XX, el circo chileno crecía al mismo ritmo vertiginoso que lo hacían también sus ofertas artísticas y su público. Las compañías se multiplicaron y nuevos empresarios tomaron las riendas del rubro, mejorando en el camino la calidad y la espectacularidad de sus presentaciones. Desde el siglo anterior, además, las antiguas artes del volatín aparecían combinadas con las del espectáculo de variedades regulares, hallando casa los shows en el Teatro San Martín en calle Santo Domingo con Bandera, el Teatro Politeama de Estación Central y luego en el centro de recreaciones Luna Park de Recoleta, entre otros lugares.
Como parte de la propia profesión de su espectáculo, los circos viejos de Chile habían ido incorporando también a figuras escénicas novedosas como los “hombres fuertes” de la tradición circense europea y norteamericana, con grandes pesas (a veces truculentas) y trajes ceñidos a sus músculos. Fueron contratados para estos roles algunos luchadores y boxeadores, entre los que estuvo alguna vez Eduardo Barrios, futuro Premio Nacional de Literatura 1946 y ex Director de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos.
A partir de los años treinta, además, surgirá una segunda generación de famosos payasos y tonis chilenos que iban a estar vinculados de una manera u otra a las compañías de teatro de variedades que propietaba don Enrique Venturino Soto, uno de los primeros empresarios circenses modernos, con gran experiencia en todo tipo de espectáculos y lejano al modelo clásico del veterano artista de cada elenco (acróbata, mago, presentador o domador) que tenía el rol de gerente y director general de su respectiva compañía, frecuentemente con base familiar.
Aquella generación de circos y compañías que se extenderá como identidad y característica hasta los años sesenta, más o menos, tuvo por miembros a personajes como Alberto Díaz, el tony Chalupa; Armando Salazar, el tony Zanahoria; Carlos Beltrán, el tony Chorizo; Segundo Salazar, el tony Rabanito; Pedro Inostrosa, el tony Perico; Guillermo Casanova, el tony Bombilla de los años veinte; Fernando Órdenes, quien usó después el mismo nombre Bombillita; Gastón Bernardo Maluenda, el tony Tachuela (fundador de la dinastía de los Tachuelas); Alejandro López Salazar, el tony Zapatín; Luis Santibáñez, el tony Fosforito; Orlando Paredes, el tony Chamaco; Orlando Campusano, el tony Lechuga; Sigisfredo Olave, el tony Cocoliche, y recordados clowns como el respetado Pollito Pérez, o Roberto Cartes Díaz, más conocido como Bufarrete del Circo Chamorro. Destacó también el caso de Ramón Correa, el payaso enano Manzanita, quien pudo hacer carrera a pesar de una malformación congénita que lo privó de tener manos y pies, cuyo caso ha sido rescatado del olvido por el investigador y hombre circense Joaquín Maluenda.
Por aquellas razones, en 1935 el payaso Manuel Sánchez había fundado el Sindicato Circense de Chile tras varios intentos de organizar al gremio, cuerpo que agrupa hasta hoy a estos trabajadores. Existen registros fotográficos en donde se ve al flamante grupo reunido en la pista y galerías del Circo Buffalo Bill, estando presentes el tony Cri-Cri, Julio Nelson, quien da un discurso acompañado por sus colegas Canutillo, Coligüe, Pollito Pérez y el famoso e inmortal Caluga, Abraham Lillo Machuca. La imagen de marras está en los archivos de la revista “Zig-Zag” y del diario “El Mercurio”.
Debe recordarse que el tony Caluga fue uno de los más destacados presidentes del mismo sindicato, además, y años después consiguió que los artistas del gremio fueran incorporados a la Caja Empleados Públicos. La organización contó también con un órgano propio llamado “Bajo la carpa” y, en los cuarenta, logró construir el Mausoleo Circense del Cementerio General, posiblemente el primero de sus características en el mundo o uno de tales.
En medio de tan importante desarrollo de la industria cirquera, entra al ruedo Venturino Soto, primero como dueño del Teatro Balmaceda y después, ya en sus días de mayor gloria, del Teatro Caupolicán. El conocido empresario de revistas y espectáculos, verdadero rey Midas del ambiente, crearía las luchas libres del Cachacascán y convertiría al Caupolicán en el centro pugilístico de Chile. Siempre hubo cierta cercanía de las actividades del mundo circense con estas disciplinas deportivas y en sus propios inicios, dicho sea de paso.
Enrique Venturino, célebre dueño del Teatro Caupolicán, fundador de la Compañía Cóndor y del Circo de las Águilas Humanas. Fuente imagen: exposición "Años de Circo", Biblioteca Nacional (2011).
Publicidad del Circo Buffalo Bill aparecida a mediados de septiembre de 1951, diario "La Nación".
Gran fiesta homenaje al equipo de los Flying Behrs en el circo del Caupolicán, septiembre de 1943, anunciada en el diario "La Nación".
Evento infantil del Circo de las Águilas Humanas, en "La Nación" del 1 de noviembre de 1949.
El famoso tony Caluga y el clown Pollito Pérez. Imagen de los archivos de la Biblioteca Nacional.
Publicidad para el Circo de las Águilas Humanas, años sesenta.
Durante el período de 1939 a 1940, Venturino lograría reponer en importancia al Teatro Caupolicán, cuya propiedad se había adjudicado por entonces. Llegaría a tener más de 300 empleados y artistas allí, con 18 camiones, cuatro jeeps y de tractores, todo bajo el alero de su Empresa Cóndor, ideando shows que permitieran llenar al llamado Elefantito Blanco de calle San Diego, que parecía nunca iba a traer público suficiente para repletar su enorme aforo (de ahí el apodo).
Cabe señalar que, cuando joven, Venturino había sido también propietario del mencionado Buffalo Bill, un pequeño circo que dejó en él la experiencia y motivación antes de pasarlo a otras manos. Sus primeras incursiones en el ambiente artístico en donde amasaría fortuna, fueron tras haber comprado la pequeña carpa e instalaciones de un circo en la pampa nortina, poniéndolo en marcha más tarde como empresa itinerante de espectáculos, hasta emigrar a Santiago. Eran los inicios de Venturino en el negocio de las candilejas, hacia el período de 1920 a 1922, después de haberse dedicado a labores de vendedor viajero, base de lo que sería después el definitivo circo asociado a su nombre.
Para la década siguiente, el empresario se encontaba arrendando el Caupolicán antes de comprarlo, precisamente para las presentaciones de su antiguo circo. Pero el empresario iquiqueño estaba próximo a crear, ahora con ayuda de sus hijos, el que sería el circo más importante y trascendente de la historia de Chile, sin dejar de idear nuevas experiencias de prosperidad: el Circo Las Águilas Humanas, con casa en el propio teatro por las próximas cuatro décadas.
El nombre del circo proviene del que se daba a los artistas del trapecio y las acrobacias aéreas, por aquel entonces. Fueron legendarios en México, por ejemplo, los miembros del equipo de “Águilas humanas” de los hermanos Emilio, Ramón, José y Angelita Esqueda. El apodo lo recibía también la familia de acróbatas Dumbar, con presentaciones en Europa y otros países americanos, quienes tenían una compañía propia con su apellido: el Gran Circo Dunbar y Schwayer, que hacía funciones en Chile hacia 1930 con un gran equipo de artistas internacionales. En 1935 se presentó como “Águilas Humanas” al show del trío Malomush, de dos hombres y una mujer en el Circo Brooklyn, con sus funciones también en el Caupolicán. Dos años después seguían allí junto a otros artistas como Fred Landon y sus enanos, el trío olímpico Role, el jockey de exhibición hípica Mister Victor y el domador de guanacos Don Silverio. Un grupo llamado igualmente “Águilas Humanas” se presentó en el mismo teatro entre 1935 y 1938 con el Gran Circo Europeo, en donde estuvieron la Gran Trouppe lmperial China, el tony Chalupa, Talalí, el payaso musical Pipiripí y los hermanos Casch, entre otros.
El vanguardista circo inició presentaciones hacia la proximidad en 1940, con artistas como la “troupe olímpica” Los Richard y el grupo artístico del clan Barros. Y a pesar de las críticas que se oyeron de inmediato en contra del enorme nuevo espectáculo, temiendo -entre otras cosas- que tal despliegue, magnitud y enfoque desvirtuaría la actividad más tradicional, la mejor época de estas artes cirqueras comenzaba en Chile con el fundamental paso dado por Venturino en el Caupolicán y Las Águilas Humanas.
Unos años después, hacia 1946, al quedar a cargo de la propaganda de la Empresa Chilena Cóndor, Sergio Venturino Varas, hijo del fundador, se encargará de la promoción y publicidad del exitoso circo. Sus proporciones seguían siendo inéditas en el Chile de aquellos años: la sola cantidad de animales que llegó a poseer, entre caballos, elefantes, camellos y fieras varias, había convertido a Las Águilas Humanas en un verdadero zoológico.
Como era esperable, además, al final de las temporadas en su casa de Santiago el circo partía de gira para presentar su espectáculo en provincias con varias carpas, incluyendo principales y secundarias. Estos itinerarios hicieron que la compañía de Venturino fuera el primer circo que apareció levantando su carpa en varias localidades del país, incluyendo algunos pueblos nortinos y la isla de Chiloé. Los viajes se hacían con un enorme equipo de personal fuera de los artistas, que incluía trabajadores, choferes y electricistas.
Sin embargo, persistieron algunas desconfianzas hacia la propuesta del teatro circense y la influencia que comenzó a tener desde un inicio sobre el resto del rubro. El estándar de espectáculo que se esmeraba en presentar el equipo, por ejemplo, fue considerado algo lesivo a la tradición que provenía de los viejos circos y los volatines clásicos. Mas, era claro a esas alturas que la Compañía Cóndor de Las Águilas Humanas vino a ser una revolución modernizadora para la misma actividad, poniéndola al nivel internacional de tale espectáculos.
Toda la variedad de artistas de circos se veían en aquella arena: acróbatas, trapecistas, funambulistas, malabaristas, magos, payasos, músicos, domadores, etc. Y en su “Historia social de la música popular en Chile. 1890-1950”, González Rodríguez y Rollé observan que, en la temporada de 1948, se presentó también el dúo español Pérez-Aguilar, diestros instrumentistas de xilofón, mandolina, guitarra y violín, por lo que Venturino no descuidaba la presencia de artistas más doctos en su popular arena de números.
El empresario procuraba también que los artistas se ampliaran y renovaran en cada temporada, por lo que nunca se extinguía el interés del público por su cartelera, llenando las butacas del teatro y las galerías de la carpa cuando andaba de gira. A su vez, esto hizo que hubiese un intenso intercambio y rotación de personajes entre las compañías alrededor de la suya, beneficiando las plazas de trabajo disponibles en el mismo campo y llegando a tener varios elencos completos en movimiento. Esto fue una de las características más propias del circo a lo largo de toda su vida y, así, sus presentaciones en temporadas más intensas llegaban a ser de un show por localidad cada uno o dos días, viajando en caravana por ciudades y pueblos.
Con cerca de un 30% de artistas internacionales traídos por el propio Venturino, el Circo Las Águilas Humanas se volvió lo más fastuoso que pudo tener el gremio en aquellos años. Y, con el tiempo y con la creciente profesionalización local, las proporciones entre chilenos y extranjeros se fueron equilibrando. Años después, entrevistado para una revista “En Viaje” (“El Circo”, 1967), Venturino negaba que la compañía tuviese alguna clase de favoritismo por los artistas internacionales, lo que era otra de las acusaciones que se la hacían a sus políticas de contratación: “No damos preferencia al extranjero ni al chileno. Tratamos de contratar mitad y mitad cada temporada, lo que sirve de estímulo para el artista nacional, que trata de superarse y desplazar las estrellas internacionales”.
Fachada del Teatro Caupolicán, con el Circo de las Águilas Humanas anunciado en las marquesinas, durante su temporada 1951-1952. Fuente imagen: colección fotográfica del teatro.
Tony Chicharrita de regreso al Circo de las Águilas Humanas, en "La Nación", fines de agosto de 1954.
Cartel flotante para el Circo Las Águilas Humanas en la temporada de septiembre de 1954, en local de libros usados de la Librería Selecta, sector cercano a la Plaza Almagro. Fotografía de Ignacio Hochhäusler, publicada en Biblioteca Nacional Digital.
Artistas circenses en la primavera de 1967, en imágenes publicadas por la revista "En Viaje".
Antigua publicidad para el mismo circo en sus inicios, en 1940, con la imagen del payaso isotípico que se convirtió en su marca comercial, aún en nuestros días.
En aquella competencia entre artistas locales y visitas, sin embargo, el
empresario jamás cambió a los payasos chilenos por los de otras latitudes, pues
consideraba que eran los mejores y sin comparación. Símbolos por excelencia del
mundo del circo, entre las caras pintadas de su compañía destacó el mencionado
tony Caluga, así bautizado por el propio patrón en reemplazo de su primer
nombre artístico, Machuquita. También estaban en su feudo Juan Ramírez, el
tony Chicharra o Chicharrita, cuyo maquillaje sería una de las inspiraciones del payaso-logotipo que por muchos años usó la compañía del circo como marca gráfica, según cierta creencia.
Otros fueron Orlando Paredes Cerda, el tony Chamaco; el maestro Héctor Aguilera Campos, el tony Colihue; Juan Bautista Arroyo, el tony Ajicito y posterior fundador del Circo Frankfort; y el diminuto Patito, a quien sus compañeros apodaban el Cara de Candado. Más tarde llegó también el dúo de Los Tachuelas, hijos del Tachuela "viejo" y quienes eran presentados al principio como los payasos Muff y Jeff. Se cuenta incluso que muchas rutinas famosas de los tonis chilenos, como el “cañón atómico”, “el dentista” o la “muralla loca”, se popularizaron a partir de los shows ofrecidos por la compañía del Circo Las Águilas Humanas.
Por largo tiempo, además, los trapecistas que prestaron su apodo al circo continuaron siendo la atracción más interesante e impresionante de las funciones, y así lo entendió el fundador. Las primeras “águilas humanas” de su circo, desde el show de su tarde inaugural, fueron los Hermanos Cairoli. Siguieron otras troupes históricas como los Valencia y los Cárdenas. Los más internacionales, sin embargo, parecen haber sido la célebre familia Farfán, cuya troupe hizo historia después en Mónaco y Estados Unidos, siendo galardonados y reconocidos mundialmente como The Flying Farfans.
De ese modo, todo el eje de la actividad circense en Chile acabaría concentrándose en torno a la compañía de Venturino, lugar de inicio, consagración y despedida de muchos artistas. Su circo era escuela de muchas estrellas y también el lugar apropiado a los de talla mundial.
Los productores de estrellas comenzaban a arribar solos ante la Compañía Cóndor para ofrecer sus espectáculos y se cuenta que el Caupolicán llegó a ser una verdadera agencia a la que acudían representantes y managers de los grandes exponentes artísticos, deseosos de presentarse en esta plaza. A su vez, tal movimiento permitió a muchas figuras chilenas salir desde Las Águilas Humanas hasta compañías de otros países, internacionalizando sus carreras y cimentando un prestigio gremial que aún se conserva para muchos artistas circenses del país.
En 1952, Venturino había contratado para Las Águilas Humanas al más grande de
los domadores de bestias que ha existido en Chile: el checo-alemán Franz Marek,
quien trabajaba con los más extraños animales en sus funciones. Dos años
después, para su temporada 15, el circo anunciaba la presencia de James y Carles
Lawrence, dos “hombres gomas” e “invertebrados” traídos desde el Circus of New
York. Su publicidad en los medios de prensa pregonaba a gritos sobre los
hiperlaxos artistas: “Impresionistas, realistas!!! Cuerpos diabólicos de goma
que con rapidez increíble se agrandan y se achican a su antojo”. Hubo otros
artistas de este mismo estilo en temporadas posteriores del circo.
La sucesión de estrellas era extraordinaria, figurando personajes como los ciclistas de acrobacia humorística Los Sánchez entre los primeros artistas que pasaron por el circo y que más tarde tomaron el nombre de John & Teddy; las Hermanas Neira, malabaristas que tuvieron después un circo propio; los acróbatas Famosos Yacopis, llegados en los años cincuenta; la atractiva malabarista Mercedes Aguirre, que trabajaba con el pseudónimo Rossana Di Monty, quien podría haber pasado perfectamente por vedette del “Bim Bam Bum”; y ya hacia el final de su época de esplendor, destacaban humoristas como Carlos Helo o Los Caporales y artistas cómicos de doblete como los hermanos Charles y Rudy Sanhueza. Entre los varios animadores que presentaron los números del circo, destacaron maestros del oficio como Eliecer Checho Parada Flores.
Para 1955, la compañía del circo contaba con dos carpas principales para más de 10.000 personas cada una, ideales para las giras. Al igual que otros famosos empresarios anteriores del circo como Ernesto Echiburú, Juan Corales y Sócrates Capra, el infatigable Venturino no tardó en ser reconocido como una figura vital para enriquecer el espectáculo y profesionalizarlo, llegando a ser la más importante, de hecho.
Por varios años, además, se hizo costumbre que los artistas circenses de Las Águilas Humanas y de otras compañías se reunieran en el Café Santiago de calle Aillavilú, casi enfrente de la cantina La Piojera y vecino a otros clubes como el restaurante Touring y la fuente de soda La Ideal. El curioso establecimiento ya desaparecido, sede de “guapos” y de noctámbulos, aparece como locación en la película chilena “Largo viaje” de Patricio Kaulen, en 1967. Aunque no se alude a ello en el filme, a la sazón ya se reunían allí en el café los payasos, trapecistas, señores Corales y demás miembros del Sindicato de Artistas Circenses, que llamaban cariñosamente al boliche como La Leona. En el lugar esperaban que apareciera algún empresario ofreciendo contratos o algún particular que necesitara un evento, convirtiendo el café y restaurante en una verdadera agencia de empleos. Aunque para entonces ya habían sido incorporados a la Caja, la situación previsional de muchos de ellos, por diferentes razones, muchas veces los obligaba a seguir buscando oportunidades hasta muy avanzada edad.
Ya hacia inicios de los años setenta y haciendo extensas giras por el extranjero, el Gran Circo Internacional Las Águilas Humanas aseguraba estar celebrando 50 años de existencia (es de suponer que contándolos desde la época del Circo Buffalo Bill) en su “carpa gigante”, con números como el espectacular contorsionista Zamoratte y los motociclistas acróbatas de altura Guzman & Monique, además de trapecistas sin redes de seguridad y otros artistas realmente sorprendentes para la época. “Tres circos en uno”, anunciaba la compañía durante sus presentaciones en Perú, durante aquel período.
Empero, tras haber sacado a Las Águilas Humanas todas las utilidades y alegrías que pudo dar en su mejor momento, y como era común que hiciera Venturino con sus empresas al entrar al ocaso, se fue alejando del circo y dejó la administración en sus hijos, antes de la caída de su imperio de espectáculos y de su propio fallecimiento. A partir de ese momento, entonces, las presentaciones en las carpas fueron una aventura de altos y bajos, que llegará a su crepúsculo en la segunda mitad de los ochenta, con algunas apariciones ocasionales en el presente siglo y también con algunos aparentes impostores que quisieron tomar para sí su nombre o su memoria.
Desde la promulgación de la Ley N° 20.216 que declaró al circo chileno como patrimonio cultural nacional, el 27 de septiembre del año 2007, muchas carpas históricas del país se han esforzado por restaurar la edad de oro de estos espectáculos. Y así, tras décadas de andar a la deriva, celebrando ahora una nueva etapa de desafíos bajo dirección de Hugo Enrique Venturino, nieto del fundador, un remozado y reanimado Circo de las Águilas Humanas retornó al Teatro Caupolicán en los días cercanos a las Fiestas Patrias de 2017, después de 40 años de separación.
El circo también ha realizado, desde entonces, importantes temporadas de giras por el país, reviviendo las aventuras del pasado. Estando en Iquique, además, hizo funciones con homenajes a la memoria de don Enrique Venturino en su nativa Tierra de Campeones, precisamente, juramentando el compromiso prepetuo de que el show debe continuar. ♣
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