Teatro Balmaceda, funcionando como cine en los años cincuenta. Imagen del Archivo Zig-Zag/Quimantú, publicada en el sitio Fotografía Patrimonial del Museo Histórico Nacional.
En calle Artesanos 841, entre Salas y La Paz, enfrente de la cuadra donde están Pérgola de las Flores Santa María y el Mercado Tirso de Molina, se encuentra un vetusto edificio de líneas parecidas a la cabina de un gran navío, con lo que fueron ventanas tipo claraboya. Alguna vez fue todo un símbolo de la intensa vida nocturna que hacía ebullición en este viejo sector de Santiago, al otro lado del río Mapocho. Hoy, en cambio, a duras penas sobrevive a los insistentes rumores de que será demolido en cualquier momento. Y aunque ha resistido terremotos e incendios, no hay duda de que el tiempo ya dejó también su huella en él, muy probablemente de manera condenada e irreversible.
El nombre de este teatro de variedades y centro de espectáculos se distinguía hasta hace poco en dos caras de una falsa cornisa vertical con forma de prisma, que se levanta en su fachada, entre esas ventanas redondas que parecen las escotillas de un crucero: Balmaceda, título que a una mayoría no inspirará más que curiosidad e intriga en el mejor de los casos, pero que a esa minoría que supo de su leyenda, remonta a la época de las candilejas chilenas de los treinta al cincuenta, más algunas de las primeras experiencias de “destape” en el espectáculo nacional ante la mirada escandalizada de los más conservadores, mismos que no podían guardar silencio por el triunfo de los bajos instintos de la plebe que allí se reunía en masa a disfrutar de las presentaciones.
Pero no sólo había shows subidos de tono en el escenario del Teatro Balmaceda: también hubo presentaciones de grupos universitarios, encuentros humorísticos, compañías teatrales emergentes, veladas de boxeo y hasta grandes concentraciones políticas, pues esta sala se constituyó como un sitio nuclear para los sectores populares habitantes de los barrios de la Vega Central y para quienes no tenían problemas en atravesar el río interesados en ver tal clase de espectáculos cómicos y picarescos, en sus jornadas vermut y noche.
La refacción del edificio fue autorizada en 1930 y pudo entrar en plenas operaciones hacia fines de 1931 ocupando el lugar que había pertenecido hasta hacía poco al celebérrimo palacio pugilístico del Hippodrome Circo, vecino a otros famosos centros mapochinos de entretención de la época en el barrio llamado entonces Luna Park, un parque cuyas instalaciones recreativas se hallaron enfrente, hasta pocos antes. De hecho, las peleas de boxeo del Hippodrome se cambiaron a aquella plaza por algún tiempo más tras ocupar su lugar el nuevo teatro, antes de desaparecer el deporte de los guantes desde esas cuadras.
Originalmente, la sala de espectáculos fue llamada ostentosamente como Teatro Reina Victoria, y en algún momento tuvo en su fachada un aviso publicitario de una marca de cigarrillos con este mismo nombre, tal vez por alguna clase de convenio nominal, publicidad o algo parecido, pues en la propiedad del mismo habría estado originalmente la compañía tabacalera. Cigarrillos Reina Victoria era una marca relativamente importante en esos días, la que incluso tenía una copa deportiva con su nombre en la rama ciclística, algo impensable en nuestro tiempo. La reapertura del teatro con este nuevo nombre tuvo lugar en diciembre de 1931 con la Compañía de Revistas Modernas que presentaba “50 bataclanas en escena”, como un “Espectáculo de lujo presentado por primera vez en Chile”.
La agenda de espectáculos de variedades fue intensa, pero las actividades deportivas que venían desde los tiempos del Hippodrome Circo tampoco cesaron. El 10 de octubre de 1932, por ejemplo, pelearía en el teatro el boxeador Luis Vicentini con Carlos Uzabeaba. El primero había tenido una exitosa y larga temporada en Estados Unidos, pero había caído en los vicios de la noche y el alcohol, incompatibles con la calidad de campeón sudamericano que había sido diez años antes. En consecuencia, y como había sucedido con todos sus enfrentamientos desde que regresó a Chile, perdió por K.O. aquella que sería la última de sus peleas en el ring, ante un público eufórico. Moriría en poco después de un lustro, afectado por una cirrosis hepática con solo 36 años de vida.
El teatro todavía usaba el nombre de Reina Victoria en agosto de 1934, cuando lo ocupa el Winter Circus con 50 artistas para sus números, siete tonis, siete clowns, “presentación a la americana” y “gran iluminación y regia orquesta”. El teatro debió ser transformado especialmente para acoger a la compañía cirquera internacional en aquella ocasión, la que incluyó también “bailarinas exóticas, alambristas y danzarines negros”, con valores de cinco pesos la platea, cuatro la luneta y 1.60 la galería. El sábado 11 de ese mes, el diario "La Nación" informaba sobre la apertura de las presentaciones del circo:
Terminada ya totalmente la construcción de una enorme pista en alto, esta noche presenta el Teatro Reina Victoria al "Winter Circus", uno de los conjuntos de mayores méritos que hayan llegado al país.
Reúne en su elenco a 53 artistas y un grupo de cómicos seleccionados.
La temporada del "Winter Circus" se hará al modo norteamericano de los circos de invierno.
Entre los nombres del elenco citaremos a los siguientes: Los Montes, campeones olímpicos; The Tree Williams, trapecistas; Carelly y Fátimas, los ases de la excentricidad musical de Salón; Senvit y Mimi, malabaristas del Casino de Buenos Aires; Williams and Thomas, campeones de látigo indio y pistola; Rendwick, contorsionista; Miss Maddy, equilibrista; Jack and Jhon, bailarines negros de carioca; el profesor Fourá con su perro sabio Pomeck; Valencia, alambre; bailarinas, cancionistas, etc.
La plana mayor de los cómicos ha sido muy bien elegida por la empresa del "Winter": el tony de entradas, Maturana, que vuelve a la pista después de larga ausencia; el aplaudido tony Machaquito, de recordada actuación en lejanas temporadas; el clown Martin, elegante y fino; Mosquito, otro tony de méritos y el popular negro Sam Brown, que hará su rentrée a Santiago, acompañado de una "pandilla" de negritos de ambos sexos, que causarán alegría y sensación.
El teatro mantuvo el monárquico nombre durante algunos meses pero, en una
acertada decisión y quizá siguiendo misteriosos buenos consejos, su principal dueño e impulsor de la renovación del espectáculo bataclánico, el empresario de espectáculos Enrique Venturino Soto, optó por
cambiar el nombre al de Teatro de Variedades Balmaceda a partir del último trimestre de 1934, cuando lo tomó inicialmente en calidad de concesionario a través de su empresa Cóndor. Una de las primeras actividades realizadas allí ya con este nombre y para iniciar la temporada del año siguiente fue proyectar la creación de una obra tradicionalista que incluyera a toda clase de personajes históricos: héroes, montañeses, mineros, poetas, "guapos", etc., invitando a autores a presentar sus propuestas creativas en la misma sala, desde fines de enero, en la oficina que el destacado dramaturgo Antonio Acevedo Hernández tenía allí.
Todo aquello sucedía entre nuevos retoques y cambios de aquella edificación, para dejar en el lugar en plenitud al nuevo centro de recreación para las noches de oro de la capital chilena. Ente otras novedades, el Balmaceda debutó con su propia compañía de variedades, construida alrededor del del chansonier y bailarín Efrén Capdeville, a cargo de la dirección. Este artista había comenzado su vida profesional en los escenarios acompañando a las Hermanas Peirano, dúo de folclore sudamericano que ya habían formado parte del elenco del Reina Victoria. Desde aquella experiencia, además, Capdeville había pasado por otras compañías de opereta y revistas, antes de ser el primer director del equipo artístico del flamante Balmaceda.
Con la apertura del Balmaceda, además, la música quedó a cargo de la Orquesta Típica de Jazz del maestro Oscar Trejos, compuesta por diez eximios instrumentistas del ambiente. El cantante del grupo era Alex Carocca, quien tenía la particularidad de haberse especializado en piezas de blues. Era la fórmula del éxito para el reinicio de la sala sucedida aquel verano, a inicios de febrero de 1935.
En aquel primer período de apogeo del auditorio, su escenario recibió a varias compañías extranjeras que habían visitado el país, cultivando un tipo de espectáculo artístico y bataclánico que apenas se conocía aún. El investigador y escritor Maximiliano Salinas, quien ha tratado sobre la historia del teatro, observa que “El Mercurio” del 29 de junio de 1938 llegaba a hablar del “económico y chilenizador Balmaceda, teatro que ha impuesto rumbos artísticos en Chile y que por la modicidad de sus precios ha conquistado generales simpatías entre todos los sectores del público santiaguino”. Se conoce el dato de que, curiosamente, en esos años trabajaba como boletero del mismo teatro el futuro parlamentario y canciller Enrique Silva Cimma, mientras estudiaba derecho en la Universidad de Chile.
A pesar de la gran sencillez de su fachada casi de estilo estructuralista muy despejada y funcional, el Balmaceda estaba concebido como un sitio más bien en el patrón dominante del espectáculo artístico francés, aunque adaptativamente trasladado al escenario popular criollo. Por esta razón, no se desgastaba mucho en la arquitectura o buscando decoraciones ostentosas ni evocaciones artísticas grandilocuentes, como otros teatros más refinados de la ciudad y pertenecientes a la generación anterior. Se manifestó la fuerte influencia francesa sobre él en el tipo de encuentros que se realizaron allí, muchos de ellos inspirados en cabarets parisinos, especialmente en los shows del famoso Moulin Rouge o el Follies Bergére, pero de andar muy chilensis.
Fue en sus escenarios que tuvieron lugar, por entonces, las famosas presentaciones bataclánicas nacionales que se anotan entre las impulsoras del género y como madres putativas de la posterior revista nocturna, presentes en las marquesinas nacionales más o menos desde inicios de los treinta pero con algunos antecedentes provenientes, por ejemplo, del American Cinema cerca de calle San Diego. Había, ahora, un intento de modernización y vanguardia con el Balmaceda, todo debido al buen instinto empresarial de Venturino. Además su Compañía Cóndor, con sede en el mismo teatro, hacía presentaciones en otras salas y grandes giras, en una enorme y productiva actividad.
Don Enrique Venturino Soto, creador de la Compañía Cóndor, del Circo de las Águilas Humanas y del Teatro Balmaceda. Imagen de los archivos de la Biblioteca Nacional.
Escena de "Verdejo gasta un millón", filme de 1941. Aparecen los hermanos Eugenio Retes (como el rotito Juan Verdejo) y Rogel Retes (actuando en silla de ruedas), ambos estrellas de la compañía Cóndor del Balmaceda. También están en la escena Conchita Buxón y Alejandro Lira, entre otros. Fuente imagen: "Medio siglo de Zig-Zag: 1905-1955".
Anuncio de las próximas funciones inaugurales del entonces llamado Teatro Reina Victoria, en 1931. Desde sus orígenes, estuvo al servicio de la actividad bataclánica.
Publicidad impresa para el teatro, cuando aún se llamaba Reina Victoria, en el diario "La Nación", a mediados de 1932.
La Gran Compañía de Revistas de Chile, dirigida por Pepe Harold y cuya primera vedette era Carmen Thalía, hará lo propio en el Balmaceda para deleite de sus parroquianos. Otras estrellas que se presentaron en su escenario fueron el maestro Contardo, Gabriela Ubilla, Blanca Arce y Alejandra Díaz, cada quien marcando un hito en la historia del teatro. También se recuerda que las vedettes y bailarinas del Balmaceda no llegaban al principio a un striptease completo; era parcial a lo sumo, bajo la vigilancia de las restricciones de las autoridades. Otros testimonios señalan, sin embargo, que esto se debía al frío reinante en el interior del edificio, pues era modesto y carecía de sistemas de calefacción.
Si las rutinas de humor eran igual de cuidadosas con los censores, entonces podemos concluir en que la mayoría de los chistes pícaros de Pepe Rojas, otro de los artistas más identificados con aquel escenario en la vega del río, podrían ser contados en nuestros días hasta en un jardín infantil, pese a que en aquellos años se los tomaba por subidos de tono.
El Balmaceda tuvo cierta aspiración de glamur en sus inicios y lograba convocar algunas figuras connotadas en sus palcos, como asegurara el crítico de espectáculos y bohemia Rakatán (Osvaldo Muñoz) reproduciendo algunos recuerdos que reportaba Venturino sobre el mismo lugar, en su obra “¡Buenas noches, Santiago!”. Según el empresario, llegaban a su sala “las más encopetadas familias chilenas como los Alessandri, los Ross, los Edwards, etc., que gozaban con las tallas de los cómicos”. Esas primeras y célebres temporadas que le dan la característica a sus espectáculos, abarcaron el período de 1934 a 1941 bajo su mando, con la participación de cotizados personajes de las candilejas chilenas, como era el caso de los hermanos Retes.
Algunas de las principales presentaciones son recordadas y reseñadas por Salinas, partiendo por la de 1934 con el debut de la Compañía de Revistas Bataclánicas Cóndor, el mencionado grupo chileno artístico y humorístico fundado por el mismo dueño de la sala y dirigido por Rogel Retes, principalmente orientado al público popular. Las presentaciones de la Cóndor se extendieron allí por todo el período, abarcando completa la época dorada del teatro antes de emigrar al Teatro Caupolicán, también en manos de Venturino, apodado por lo mismo el Cóndor. Alternaban funciones con proyecciones de películas, ya entrando en el cine sonoro.
Casi no había día en que la prensa no anunciara alguna novedad en el mismo teatro. En mayo de 1934, por ejemplo, la revista de humor chileno “El perfume de la uva” era exhibida allí a aforo lleno, a cargo de los hermanos Retes y con la Compañía Cóndor. La sátira se refería al consumo de vino y chicha por parte del pueblo, con partes musicales en las que se lucía la vedette Sarita Barrié y el tenor José Fuentes. Además de los Retes, actuaban Blanca Arce y Américo López, más la pareja argentino-española de actores y bailarines compuesta por Pilar Serra y Pepe Harold, quien acababa de debutar en este teatro que fue tan importante para su carrera. Las presentaciones populares solían tener un preámbulo con proyección de películas sonoras en aquellos años, además.
A partir de 1935, la Cóndor comenzó a presentar en el Balmaceda su revista “El bataclán en copa larga”. En mayo, había funciones proyectando la opereta para mayores de 15 años “La viuda alegre”, con el canto de Maurice Chevalier y Jeanette MacDonald, en tarde y noche. Al mismo tiempo, se presentaba la compañía de revista de Venturino en “Bajo los puentes del viejo Mapocho”, con la música del filme “Bajo los puentes del viejo París”, una suerte de parodia en la que salía al escenario toda Compañía de Revistas Luisita de Córdova. Ese mismo año, la actriz y comediante Anita González se presentó en los llamados “conjuntos obreros” que actuaron sobre este escenario (volviéndose más o menos estables allí, en el período) con su famoso pero entonces debutante personaje la Desideria, una respondona y divertida empleada doméstica llevada por la actriz al radioteatro.
Hacia fin de año, además, la compañía del teatro presenta “Claveles sevillanos”, en donde los Rogel y Eugenio Retes trabajaron con sus hermanas y con otros conocidos actores, junto al equipo de bailarinas compuesto por Nena Echeverría, Carmen Hidalgo, Elsa Wallace, Carmen Valdivia, Hilda Ried, Inés Montaldo, Gladys Nelson, Amelia Bascuñán, Gloria Ortiz, Alicia Saavedra, Teresa Serrano, Oriana Lipach, Sael Clodelaj y Socorro Guiati… “El mejor cuerpo de bailes de Chile”, decía la publicidad de entonces.
Para el año siguiente y tras la hermosa presentación del Coro de los Niños Cantores de Viena en Chile, se creó una parodia titulada casi con crueldad como “Los Niños Cantores de Carrascal”, show que se presentó en el teatro con el actor Orlando Castillo. La Compañía Cóndor, siempre bajo mando de Retes, hizo debutar también la obra “Yo no pago impuestos”, con música de su hermano Roberto, show que incluía un cuadro humorístico central interpretado por él con los comediantes Orlando Castillo, Romilio Romo, Teresa Molina y Pilar Serra. También se organizó en mayo un concurso de “tallas chilenas” patrocinado por la revista “Ercilla”, cuyo jurado evaluador de los concursantes estaba compuesto por Eugenio Retes, Olga Donoso, Manuel Seoane, Alberto Romero, Armando Donoso y Mariano Latorre. Ese mismo año se presentó Alberto Díaz, más conocido como el mítico tony Chalupa, junto a una compañía de bailarinas.
Siguiendo la taxativa línea de temporadas y shows reunida por Salinas y rastreables en las páginas de espectáculos vemos en que, en 1937, siguió presentándose en su escenario la Compañía Cóndor. Por una sabia decisión de Romilio Romo, participó en el show un entonces joven debutante del canto nacional: Arturo Gatica, quien alcanzaría desde allí velozmente la luz de la fama. Y en el año siguiente, cosechará un tremendo éxito en el Balmaceda el comediante Pepe Rojas junto a un grupo de músicos mexicanos, con la revista “Tú ya no soplas”. Siguió el debut de la revista humorística “Márqueme la cruz, córteme la cola” y la presentación de “Estoy queriendo una negra”, revista con participación de Orlando Castillo, Eugenio Retes, Romilio Romo y Olga Donoso.
La intensa temporada de 1938 continuó con la revista chileno-cubana “Siboney”, dirigida por el famoso hombre de espectáculos Carlos Cariola, de enorme influencia en el ambiente. En junio, Cariola presentó también la obra de sátira política titulada “Si las estatuas hablaran”, actuando en ella el mismo Eugenio Retes, Romilio Romo, Olga Donoso, Blanca Arce, Pilar Serra y Pepe Harold, entre otros. Le sigue en las carteleras “Corazón chileno”, donde participó el elenco de bailarinas de la compañía bataclánica, y más tarde se mostró en el teatro a la misma gran Olga Donoso y su Compañía Sainetes & Variedades, ganándose entonces el apodo de la “Mae West chilena”. Rogel Retes y la compañía bataclánica vuelven ese año con la revista “Mujeres buenas en casas malas”.
Para el mes de julio, llega ahora al teatro el ballet ruso de Los Cosacos del Kremlin, con la obra “Alma Rusa”. Luego vino la revista “El Cambio de Gobierno” de Eugenio Retes, quien presentará también la revista chileno-mexicana “¿Qué será, qué será?”. Ya en las Fiestas Patrias, la Cóndor mostró “Aló, aló Chile… ¿Estás despierto o dormido?”, en donde participaron los folcloristas Huasos de Chincolco. Luego tuvo lugar “El cantor del puerto nuevo”, conducido y animado por el humorista Pepe Olivares, quien se hizo conocido interpretando al personaje Juan Verdejo, el rotito de la “Topaze” que después tomará definitivamente Retes. En el mes siguiente, llega a la sala “El Embrujo del Mapocho” de Orlando Castillo y Eugenio Retes, también conducido por el animador Olivares, con la participación de la show-woman Fanny Bulnes y la cantante Ángela Miralles, acompañada de músicos acordeonistas argentinos.
En el tenso ambiente político de las elecciones de ese año, que iba a llegar a su rojo clímax con la Masacre del Seguro Obrero, también se presentó la obra “Yo prefiero el tinto” de Eugenio Retes y Orlando Castillo con bailarinas de la Cóndor, en alusión al candidato del Frente Popular y futuro presidente Pedro Aguirre Cerda, apodado Don Tinto, como es sabido. Luego, Pepe Olivares estrenó en octubre siguiente “Las nuevas tallas de Juan Verdejo”, en donde participó un famoso músico de aquellos años: Enrique Motto Arenas, más conocido por su pseudónimo Chito Faró. Los inicios del artista, célebre por su canción “Si vas para Chile”, habían estado en los cercanos bares de calle Bandera, como el club llamado La Cabaña.
Para marzo de 1940, Eugenio Retes presenta con la compañía Cóndor la revista “El amor es como la Caja de Ahorros”, con funciones sabatinas y actuando Olga Donoso, Eva González, Blanca Arce, Villanova, Alejandro Lira, el cantante típico mexicano Fausto de León y la rumbera cubana Olga Hatuey. La función cuenta con los folcloristas venezolanos Marfil y Ébano, la vedette, humorista y cantante chilena Lisette Lyon, el trío de acróbatas chinos Ly Chang.
En el mes siguiente, se anunciaba la revista “La mulata zandunguera” con Betty Aranda y Olga Hatuey, ambas presentándose a la sazón también en el cercano cabaret Zeppelin, de calle Bandera. Olga actuaría con un conjunto de 16 segundas tiples bailarinas a cargo de Retes y la Compañía Cóndor. El número musical de la rumbera se llamaba “La mulata de las tentaciones”, y participaba en el programa el bailarín Sam Brown, el cantor típico mexicano Fausto de León y el dúo Marfil y Ébano. Donoso, Retes, Arce, Lira y varios otros comediantes se encargarían de llevar el humor de esa temporada de presentaciones.
Avisto de agosto de 1934 en "La Nación", anunciando el inicio de la temporada invernal del Winter Circus en el teatro.
Publicidad del Teatro Balmaceda también en "La Nación", ya en 1935 (izquierda) y 1938 (derecha).
Publicidad compartida para los teatros Balmaceda y Politeama en "La Nación" de febrero de 1938, ambos para espectáculos de bataclán.
Veladas de boxeo femenino en el Teatro Balmaceda, anunciadas por la prensa en mayo de 1944.
La Compañía de Revistas Rum-Bam-Bu en el Teatro Balmaceda, julio de 1945.
Presentaciones de la Compañía de Comedias Cómicas de Jorge Sallorenzo en el Balmaceda, en anuncio de octubre de 1949 en "Las Últimas Noticias".
Las atracciones del Balmaceda continuarán con la comedia “A ningún pobre se le niega un alce”, donde participó el maestro cubano Alberto O'Farril, carismático hombre de raza negra que era toda una novedad y un exotismo en la sociedad santiaguina de aquellos años. También se extienden con una jornada gratuita realizada en agosto de 1940, dirigida a clases obreras y organizada por el Departamento de Extensión Cultural del Ministerio del Trabajo, que incluyó a la pianista Irene Ovalle, charla de Francisco Lira Duarte sobre la vida y obra de Francisco Bilbao y la presentación de la compañía teatral obrera del mismo departamento ministerial, con las obras "Mi mujer es muy hombre" de Gustavo Campaña y "El marido de la doctora" de Pedro J. Malbrán.
Ya en 1941, debutará allí también “Verdejo tiene mil novias”, revista de Matías Soto Aguilar protagonizada por Olivares, Alejandro Lira, Blanca Arce y Olga Donoso, con música de Roberto Retes. Luego será el turno de la revista “El Huaso Speaker”, uno de los últimos espectáculos cómicos y de humor musical que subieron al escenario del teatro mientras el Balmaceda seguía vinculado al nombre del Cóndor Venturino.
También en 1941, Anita González protagonizó la presentación “Las locuras de la Desideria”, revista de Amadeo González y Roberto Retes. Según parece, la destacada comediante continuó trabajando como parte del elenco de artistas del teatro con breves interrupciones como fue la de su partida a Buenos Aires durante el año siguiente, ocasión en la que se realizaron concurridas despedidas para ella en el Teatro Esmeralda de calle San Diego y en el Patio Andaluz del Portal Bulnes. Tras su regreso al país, Anita permaneció en el equipo de artistas de la compañía hasta el año 1947, cuando emigró a tiempo prácticamente completo hasta la compañía del Teatro de la Universidad Católica.
En tanto, había llegado al Balmaceda los integrantes de la Gran Compañía Nacional de Revistas Rum-Bam-Bu, que entre otras estrellas llegó a tener al humorista Eduardo Aránguiz. En julio de 1945, se presentaban en el teatro de calle Artesanos con el comediante Pepe Harold y la música del maestro Bernardo Lacassia, en la revista titulada "Lo que pasó aquella noche". Más tarde, llegará allí la Compañía de Comedias Cómicas de Jorge Sallorenzo.
Rakatán aporta algunos otros nombres ilustres en la interminable lista para la semblanza más amplia del Teatro de Variedades Balmaceda:
Por esta sala pasaron grandes figuras como Pedro Vargas, Tito Guizar, Agustín Lara, Lucio De Mare, Hugo del Carril, etc. El gran actor Alejandro Flores representó allí su obra “Y Paz en la Tierra”. Doroteo Marti se hizo famoso con sus dramas llorones. Don Romilio estrenó su Revista: “Los Payasos también tienen corazón”. Carlos Cariola, estrenó allí una graciosa revista titulada “Tarzán Reumático”. Allí llegó una noche el Embajador de México Alfonso Reyes Espíndola, para hacerse presente en la entrega de un “Cóndor de Oro” al cómico Mario Moreno (Cantinflas), etc.
Existe una gran cantidad de leyendas rondando la historia del Balmaceda, por
cierto; algunas más reales y otras más cercanas al mito urbano. Incluso se
aseguraba que la bailarina mexicano-estadounidense Tongolele (Yolanda Montes),
habría paseado sus movedizas caderas y el coqueto mechón blanco por el teatro.
Se cuenta, además, que la famosa Pitica Ubilla, una de las pioneras del
movimiento moderno de las vedettes chilenas de primera línea, pasó también por
las tablas del teatro. También se tiene noticia de algunas exhibiciones de boxeo
femenino realizadas en él, probablemente de las pioneras en su tipo. Las peleas
de púgiles estuvieron largo tiempo presentes en la misma sala, ciertamente.
El carácter popular que definió finalmente al Balmaceda, también atrajo a los activistas de algunos partidos hacia la idea de instalar allá sus podios, especialmente los de izquierda y sindicalistas. Cuando no estaba disponible la sala, las concentraciones se hacían en la misma Plaza de los Artesanos, que se ubicaba enfrente, en donde estuvo el Luna Park. A principios de 1950, por ejemplo, la Asociación Nacional de Empleados Fiscales se reunió en el lugar, en un encuentro para exigir medidas de control inflacionario y en el que dieron discursos Clotario Blest, Oscar Waiss y Eduardo Maas. Y en agosto de 1955, se realizó la llamada Conferencia por las Libertades, donde oficiaron como oradores esta vez Pablo Neruda, Olga Poblete y Juan Vargas. Luego, en 1960, se realizó en su interior un congreso de las Juventudes Comunistas.
Empero, el espectáculo siguió definiendo al Balmaceda incluso en su época más decadente. El periodista de espectáculos Lucho Fuenzalida recordaría con gran entusiasmo y con algo de sorna su primera visita al teatro, cuando ya estaba totalmente poseso del carácter que lo dominó hasta el último de sus días, en “La Tercera” (“Aquel viejo teatro Balmaceda donde nació la revista criolla”, 1988):
Mis primos mayores me llevaron una noche a ver una revista del Teatro Balmaceda, que estaba frente a la Plaza Artesanos, transformado hoy en día en boliches ropavejeros, puestos de quesos, fiambres y demases. Fuimos a galería, porque nuestra economía no nos daba para más y nos sentamos al lado de un vendedor de pescado, con su canasto maloliente y todo. Es que la galería del Balmaceda era de antología y de ahí salían las mejores tallas e improperios para los cómicos o cantantes malos.
Sin embargo, la declinación de la sala fue a la par de la decadencia de cierta parte del alma chilena: la caída de la época más boyante de la revista nacional lo dejó paulatinamente abandonado y olvidado. El fantasma de la corrosión que siempre amenazó al teatro, antes y después de su caída final, habría de conseguir su presa luego de un prolongado ocaso.
Tras haber sido vendida, la sala había peregrinado por el camino de su propia y larga agonía, pasando por distintas manos. Venturino ya había mudado toda su maquinaria de espectáculos al Caupolicán, dejando el Teatro Balmaceda en la propiedad de otro empresario: un exfuncionario que, según se denunciaba entonces, no supo conducir con destreza los desafíos, menos los de un centro cuya veta ya se estaba agotando. Los esfuerzos por restituir su importancia sólo fueron efectivos por cortos períodos, por consiguiente, condenándolo cada vez más a la oscuridad, razón por la que revista “En Viaje” no trepidaba en declarar, en 1945, que al Balmaceda era “un aporreado teatro” que ya iba “por una época de crisis más grave que de la guerra mundial”.
La cercanía del Balmaceda con el mercado veguino también permitía que muchos revoltosos se armaran con lechugas, tomates y huevos para lanzar a los artistas, estando pasados de copas o a veces sin ellas, cuando el show no es gustaba o, simplemente, cuando querían provocar escaramuzas. La corpulenta Olga Donoso los enfrentó varias veces, deteniendo su actuación para callarlos o exigiéndoles parar con sus agresiones, a pesar de ser la personalidad favorita para la galería de entre todo el elenco. Lo propio debió hacer también Pepe Rojas, Eugenio Retes, Orlando Castillo y Pepe Harold en cada ocasión en que la chusma se salía de control y debía ser intimidada para devolverla al buen comportamiento.
El paso de las compañías que siguieron ocupando sus tablas en esos días, sólo dejó pérdidas y alejó más aún al público que, además de tener que lidiar con los malos elementos que compartían las butacas, debía soportar a desaboridos cómicos y shows francamente penosos, según manifestaban los críticos.
Fachada del Balmaceda hacia el año 2010. Ya se veía al edificio en estado vetusto y muy deteriorado.
Otra vista del exterior del Teatro Balmaceda poco después del Bicentenario.
El nombre del teatro se podía leer hasta hace poco en la misma fachada del edificio, junto a los vanos de las que fueron sus ventanas de claraboya.
El antiguo acceso a la sala, por calle Artesanos, cuando el recinto estaba siendo ocupado por un bar.
Partes de la antiguo aspecto de la fachada que quedaron desnudas durante trabajos del año 2020, con fragmentos del nombre del teatro y una publicidad para los cigarrillos Reina Victoria.
Fue en ese estado condicional que el teatro pasó a manos del empresario Dante Betteo Golini y su grupo asociado, quien poco antes había participado también de la fundación de la Organización Teatral Chilena S.A., además de haber pertenecido a varias otras firmas que administraron importantes teatros chilenos. Y comentaba con escasas esperanzas el crítico de revista “En Viaje”, también en ese difícil año de 1945: “A lo mejor se dice el señor Betteo: '¡Qué espectáculos vivos! Para vivos, nosotros' pone películas y los pobres cómicos se quedan con tres cuartas de sus narices y más corridos… que los que cantan en México”.
Pero el cambio resultó revitalizador, contra los malos augurios: Harold, que continuaba presentándose estoicamente allí en esos momentos, pese a todo levantó parte de la alicaída reputación del local con el elenco reunido por Pepe Landaeta y los espectáculos musicales del célebre grupo femenino Trío Moreno, famosísimo en la bohemia de esos años. Destacaron en esta etapa actores como Alejandro Lira, Rolando Caicedo y el argentino Germán Vega, en la Compañía Rum Bam Bú, además de otras revistas de Harold que fueron rápidamente instaladas en cartelera reemplazando a una del libretista Malbrán, que no gustó al exigente (o más bien porfiado) público.
De nuevo, las presentaciones se sucedían unas tras otras y durante toda la jornada, aunque algunos deslenguados comentaban por entonces que era Lucho del Real quien concebía los shows y que Harold sólo ponía la firma, al tiempo que los cómicos “se baten con los sábados y domingos y apenas cobran un sueldo de hambre por esos días”, según la mencionada publicación de “En Viaje”.
Fue un breve repunte del popular teatro entre fines de los cuarenta y fracción de la década siguiente. Sin embargo, al transcurrir un los años siguientes, su progreso se hizo relativo y volvió a ser inconstante. El proceso de degradación se había retrasado positivamente con esa segunda vida próspera, pero a la larga no se detuvo: si en todos sus años el teatro acumuló una cantidad asombrosa de presentaciones, después estas estaban concentradas sólo en las páginas de su mejor época ya pasada, por lo que -se podrá comprender- su destino último de todos modos fue imposible de conjurar.
La verdad era que el Balmaceda seguía siendo uno de los escenarios más temidos del país, como comentaba David Ojeda Leveque en la siempre atenta revista “En Viaje” (“Santiago se alimenta”, 1959):
El viejo teatro Balmaceda, próximo a la Vega Central, tiene tal vez la galería más brava de Santiago. No cualquiera concurre allí por mucha atracción que ejerzan algunos de sus espectáculos, y hasta notabilidades artísticas han manifestado sus temores de actuar.
Deficientes montajes, la asignación de papeles principales a actores desconocidos o de escaso talento, además del lenguaje excesivamente procaz de las presentaciones luego del relajo de la antigua censura, terminaron por agravar el problema como sentencia rudamente Fuenzalida:
A la compañía de revistas del Balmaceda olían los pies y las bataclanas del coro eran mujeres de desecho. Se abrían las cortinas que alguna vez fueron de terciopelo burdeos con orlas doradas y aparecían los telones pintados con las coreografías realizadas por algún pintor de brocha gorda.
Los espectáculos de humor, entonces, comenzaron a quedar atrás y vinieron así los permanentes rotativos de películas, el repetido salvavidas de los teatros antiguos que se resisten a la demolición. Además, la sala empezó a ser arrendada otra vez para esa clase de encuentros a veces tan libreteados y cómicos como los de la época revisteril: la política…
La regresiva calidad-cantidad del público fue liquidando la tradición del Balmaceda y condenó su suerte. Y se decía, casi con vergüenza, que algunos de sus últimos espectáculos eran de escasísimo glamur; o, mejor dicho, cercanos al patético derrumbe de lo que alguna vez fueran sus propuestas artísticas. De las vedettes ligeras de ropa y reacias al desnudo total, se habría pasado a presentaciones de moral relajada y hasta negocios oscuros, según la hablilla, convirtiéndose ya no en el lugar popular de antes, sino en un antro siniestro no apto para visitantes ajenos a la huerta de cardos del ambiente.
Fue así como el Balmaceda cerró su cartelera hacia los setenta, reabriendo puertas sólo uno que otro encuentro ocasional en sus cada vez más destruidas instalaciones. Virtualmente abandonado y empobrecido, la falta de mantención lo deterioró tanto que ya ni siquiera servía de refugio para pecadores. Tras reparaciones realizadas hacia los años ochenta y noventa sobre el semi-abandonado edificio con aspecto náutico, sus dependencias se convirtieron en un puesto de hortalizas... ¡Sucia ironía!: terminar siendo un lugar para la venta de las mismas verduras y frutas que, ya fermentadas, se arrojaban antes a los actores por el insolente público.
A mediados de marzo del año 2000, un incendio desatado en calle Artesanos con avenida La Paz por una falla eléctrica, consumió una parte del antiguo edificio del hotel Luna Park y del ex Teatro Balmaceda. La destrucción acumulada en él se ocultó tras la destartalada fachada de la construcción, tapada con feos paneles metálicos. Los pisos inferiores fueron convertidos en salones de pool, fuentes de soda, una droguería y un bar-restaurante y schopería, entre otros experimentos de corta duración, intentando impedir que la arena del reloj de la historia terminara de sepultarlo o erosionarlo por completo. Sigue allí el Balmaceda hasta ahora y a pesar de todo, entonces, sumido en el sueño del tiempo, de cara a peatones en tránsito y clientes de los mercados que ya no reconocen el edificio ni saben de su singular y curiosa historia pasada, como centro neurálgico del espectáculo en las riberas del Mapocho.
Por una curiosidad inesperada, hacia mediados de 2020 se retiró parte de la cornisa falsa de la fachada vetusta y, como una ventana al pasado, estuvieron a la vista -por algunos días- partes del antiguo diseño del frente del edificio, mostrando las letras centrales de su nombre en caracteres art decó y parte de la publicidad de la marca de cigarrillos con su viejo primer título: “Reina Victoria”. ♣
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