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EL NEGRO FARÍAS Y... ¿UN HOMENAJE DE SANTIAGO AL PUERTO?

Jorge Farías, joven y con su característico fetiche de los anteojos oscuros. Fuente imagen: afiche del filme "Yo volveré a triunfar".

Existen otras versones y creencias sobre esta historia pero -por lejos- la principal y más segura dice que habría sido el compositor y letrista oriundo de Vallenar, don Víctor Acosta, quien dio nacimiento en Santiago hacia 1942 al famoso vals popular "La joya del Pacífico", con colaboración del cantante bohemio Lázaro Salgado según algunas fuentes. Puede encontrarse información muy interesante al respecto en el artículo "La desconocida historia de cómo nació 'La Joya del Pacífico'" de Eugenio Rodríguez, en "La Estrella de Valparaíso" del sábado 28 de abril de 2007.

Curiosamente, entonces, se trataría de un homenaje al puerto principal pero elaborado desde Santiago y por un santiaguino circunstancial, cosa que podría herir el orgullo localista de algunos porteños, aunque la verdad es que mucho de ellos mismos parecen tener conciencia de esta fuerte posibilidad dentro del seductor ambiente bohemio de Valparaíso, refugiado en locales como El Club de las Guitarras, la Quinta Núñez y aquellos bares centenarios de estilos inglés, irlandés y alemán, tan castigados por la decadencia social de nuestros tiempos y las últimas crisis.

Alternativamente, la pieza es conocida como "Valparaíso de mi amor" por el remate de sus inmortales versos, donde nombra precisamente a la encantadora e histórica Plaza de la Victoria del puerto:

La Plaza de la Victoria
es un centro social
o avenida Pedro Montt,
como tú no hay otra igual.

Mas yo quisiera cantarte
con todito el corazón,
Torpedera de mi ensueño.
Valparaíso de mi amor.

Pero la celebérrima copla del cancionero popular de Valparaíso y de todo Chile tiene también sus baches y mitos: contrariamente a lo que se asegura con cierta frecuencia incluso por fuentes serias, no fue popularizada por primera vez por el inolvidable cantante peruano Lucho Barrios, tan asociado al mismo tema musical hasta nuestros días y al ambiente en que fuera conocida, sino por un ruiseñor que formaba parte de la escena y de la vida del mismo puerto.

Efectivamente, su  primera acogida en la bohemia y ambiente recreativo porteño fue gracias a un recordado cantor que paseó sus artes por aquellas calles y plazas: Jorge Farías Villegas, apodado el Negro, el Rey del Bolero, el Ruiseñor y el Ciego Farías… Un ciego que en principio no era tal, sino más bien tuerto según se recuerda, pero que por el abuso de los lentes oscuros tapando tal defecto habría acabado dañando su sentido de la vista.

Que Farías haya sido el verdadero resorte de popularidad de este himno informal de la ciudad puerto, explica también el que su versión del tema aparezca tempranamente en el filme de Aldo Francia "Valparaíso, mi amor", de 1969. Otros artistas de los círculos porteños han seguido grabándola y tocándola en vivo con insistencia, como el maestro Luis Alberto Martínez y Los Crack del Puerto con la característica voz de JM y la guitarra melancólica de Juanín, entre muchos más que, en todos los casos e invariablemente, reconocen a Farías como el primer gran divulgador del tema musical.

A Perú, en cambio, “La joya del Pacífico” llegó gracias a adaptaciones versionadas e interpretaciones hechas por artistas de gran talla en el circuito popular como Carlos Reyes Orué, probablemente hacia fines de los cuarenta o inicios de los cincuenta, además de las grabaciones que hizo de ella Eduardo Zambo Salas en los sesenta, pero siendo versionada por Lucho Barrios recién en 1970, con lo que se internacionalizó arrastrando a la fama en su letra, además, a la Plaza de la Victoria. Barrios estaba instalado ya en Chile haciendo presentaciones entre Santiago y Valparaíso cuando el Gordito Valdivia, locutor quien tenía un programa radial llamado "Las noches limeñas", le propuso al artista grabar un tema más representativo del puerto, eligiendo para ello "La joya del Pacífico" luego de entrarse de que Farías paseaba cantándola con su guitarra por la ciudad.

Aquellas fechas y episodios, como se observa, favorecen ampliamente a la hoja de vida del Negro Farías como más probable impulsor de aquella canción en el puerto y su difusión más allá de este, convertido parte de la propia identidad de Valparaíso a estas alturas de su historia cultural.

Farías fue un caso perfecto de bohemio y callejero incorregible en Chile: no sólo fue uno de los personajes más interesantes para la cultura popular del siglo XX, sino también un representante casi a la medida de lo que era aquella nictofilia pintoresca de Valparaíso, que muchos nostálgicos consideran ya extinta o sólo imitada tenuemente por la oferta nocturnas de nuestros días.

Farías solía ir paseando por los barrios de la noche de faroles en el puerto, de cerro en cerro, ofreciendo sus sesiones de canto que hipnotizaban a los comensales de los más famosos boliches del circuito y hasta hacían llorar a las maquilladas, mientras crecía improvisadamente el coro de clientes acompañando su voz. Hasta dicen que podía consumir a crédito en cantinas y bares, pues era una celebridad atractiva para el público. Por estas andanzas permanentes, además, fue conocido como el Ruiseñor de los Cerros Porteños, luego que un locutor lo llamara así en su momento de mayor popularidad dentro de esos circuitos de los vividores.

Gordito, de bajo tamaño y siempre con esos anteojos oscuros cerrando su rostro, Jorge había nacido en su amado Valparaíso el 6 de agosto de 1944, en un hogar sumido en la pobreza. Viviendo su infancia entre los cerros Alegre y Los Placeres, posteriormente se trasladó al barrio San Francisco del cerro Cordillera. Estaba casi predestinado a convertirse en un aventurero que, a diferencia de otros que no lograron dejar solidificados sus nombres, iba a obtener reconocimiento y sustento en el ambiente gracias a sus propios talentos, artísticos en este caso.

Sus inicios en el canto y la música fueron autodidactas, y ya a los 12 años ofrecía por ferias, circos y fiestas sesiones de rancheras o corridos mexicanos, que aprendía de las películas de ese origen de moda en los cines populares de entonces. Tenía especial predilección por los temas que cantaba el actor mexicano Miguel Aceves Mejía, a la sazón.

La Plaza de la Victoria de Valparaíso, en postal fotográfica de Carlos Brandt, hacia 1905.

El Negro Farías en las puertas de uno de los boliches de Valparaíso. Fuente imagen: Spotify.

Lucho Barrios, en fotografía de uno de sus primeros trabajos discográficos.

Homenaje al Negro Farías en 2013, en la Plaza Echaurren a un costado de su sencilla estatua conmemorativa (ya coloreada). Esta última fue modificada y reparada varias veces, acabando reemplazada en 2021. Fuente imagen: Portal Soy Chile.

Tras aquella experiencia y una presentación en la Radio Presidente Pietro, Farías comenzó a perfilar su estilo “cebollero” y a hacerse su buen nombre entre los locales que visitaba, mostrando una faceta más madura como artista y con varias canciones populares que pasarían a incorporarse al legendario del puerto, con el tiempo. No parecía discriminar en las proporciones o capacidades del boliche donde llegara: desde el más pequeño y apretado contra la barra, hasta las salas más grandes y cómodas para el público nocherniego consumidor de tangos, valses criollos, valsecitos peruanos, baladas, cuecas y boleros. Así, su voz profundamente emotiva y de entonación a veces trágica sonó por locales históricos como el Roland Bar, el Yako, el Cinzano, La Caverna del Diablo, el Liberty, el Bar Victoria o el American Bar.

Había una inclinación triste y nostálgica en los repertorios que siempre prefirió Farías, tal vez reflejando las pesadumbres de una infancia difícil. Empero, su afición por la bohemia de bares, frecuentemente cantando de mesa en mesa y de local en local hasta las madrugadas, no consintió en que pudiese tener una relación apropiada y de larga duración con la radio y las disqueras, que permitieran darle en vida el reconocimiento que merecía. Así, a pesar de tener un cancionero inmenso de temas que ofrecer en aquellas jornadas a luz de Luna, su discografía terminó siendo breve y modesta para alguien de tanto público: diez discos, limitada a formatos de 45 rpm y un cassette, como informa Marisol García, la autora del trabajo titulado “Llora, corazón: El latido de la canción cebolla”, en el sitio Música Popular: la enciclopedia de la música chilena.

Farías había ganado un festival de canto en el Complejo Deportivo Osmán Pérez Freire, cuando sólo tenía 18 años. Poco tiempo después, tras ser premiado en otro concurso, esta vez de la Radio Caupolicán, pudo ir grabar su primer disco en Santiago en 1966 bajo sello de la casa Philips Records, en donde iban el vals “Arrepentida” y el bolero “Dime la verdad”. No pasó mucho para que grabase su siguiente disco con los temas “Qué más da” y “Más pierdes tú”... Dos trabajos terminados cuando recién tenía 22 años.

Pero “La joya del Pacífico” aparecerá en con su voz en las pistas entre ese año y el de 1967, tras iniciar una alianza creativa con el trío Los Diamantes del Sol, a pesar de que venía paseándolo ya por los bares, plazas y restaurantes porteños desde hacía un año cuanto menos, luego de escuchar en vivo la versión de un cantante peruano que, al igual que él, peregrinaba ofreciendo su voz por los boliches, y que en tiempos posteriores ha sido identificado como el artista Zambo Salas, también de los circuitos subterráneos de esos años.

Farías confesaba haber modificado un poco el tema, para que sonara más elocuente y musicalmente más acorde al ritmo del vals peruano adaptado al porteño, además de cambiar la última parte de su letra reemplazando Torpedera por Cordillera, porque para entonces tenía una novia viviendo en ese cerro: “Cordillera de mi ensueño / Valparaíso de mi amor”.

Así las cosas, grabado el tema mucho antes que Barrios hiciera lo propio como tributo al puerto, el Negro comenzó a dar sus primeras entrevistas importantes solicitadas por la prensa y a adjudicársele los elogiosos apodos que recibía aludiendo a su prodigiosa voz y capacidad de interpretación. También hizo una gran amistad con el guitarrista Ángel Lizama, su colaborador artístico, quien le regaló una composición titulada “Yo volveré a triunfar”, que dice en sus primeros versos:

Yo volveré a triunfar
porque mi orgullo y mi sangre me lo piden.
 Voy a borrar todas mis viejas cicatrices.
 un hombre nuevo hoy ha vuelto a comenzar.

Yo volveré a triunfar
porque mis manos cansadas me lo piden.
Voy a mostrarles que no soy payaso triste
que se ahoga en la penumbra del alcohol.

García observa también que todas las canciones que el artista grabó en los sesenta mantenían esas alusiones autobiográficas y dramáticas, como reflejos de una vida dura, entre las que están: “Ya te olvidé”, “El bazar de los juguetes”, “Qué te importa cómo vivo yo”, “El gran tirano”, “Amigos del ayer” y “Oro y cobre”.

Pero las consabidas restricciones a la vida nocturna de los años setenta, después del golpe militar, dañaron severamente la batería bohemia nacional y muy especialmente la de Valparaíso. El momento de popularidad de Farías se resiente, como el de muchos otros artistas de aquellos circuitos. Lamentablemente, su soledad mezclada con ese viento depresivo que siempre rondó tan maravilloso trabajo personal, se habían ido convirtiendo a esas alturas en frecuentes pagos o acompañamientos de sus presentaciones en vivo con cañas de vino, volviéndose un bebedor en exceso. El sino trágico de muchos callejeros y vividores en el legendario de la noche en Chile estaba cobrándose otra cuota, ahora con uno de sus más pródigos hijos.

Por otro lado, Farías nunca se casó y nunca tuvo una relación cercana con el único hijo que se le conoció, el que ni siquiera llevaba su apellido, por lo que no había grandes bloqueos a su entrega total por la vida beoda y sus placeres suicidas. El hombre querido por todos y lleno de amigos en el puerto, en realidad vivía su casi absoluta soledad y abandono, atrapado en su propia oscuridad.

Bolerista Luis Alberto Martínez en El Quincho de Manolo, en Angol, cantando "La Joya del Pacífico" en noviembre de 2018. Programa de premiaciones concurso Escrituras de la Memoria, Ministerio de Cultura.

Jamás apartándose del paso por las calles de Valparaíso, entre un local y otro, el Negro fue convocado por las colonias chilenas residentes en Europa en 1989, con una gira que lo llevó por Suiza, Francia, Italia, España y Alemania. En 1992 viajó otra vez, ahora acompañado por Lizama, visitando escenarios en Suecia, Dinamarca y Holanda. De aquellos viajes, dice García que el cantante se enorgullecía por haber podido colocar una rosa roja sobre la cripta del comediante Charles Chaplin, en el cementerio suizo de Corsier-sur-Vevey.

Sin embargo, esa misma vida de pagos en alcohol y de trasnoches interminables fue pesando y arruinando sus balances, sacándolo paulatinamente de la actividad en el puerto. Las calles que antes lo vieron repartiendo su arte desde o hacia La Cuadra mítica del puerto, ahora sentían sus pasos tambaleantes, reducido al aspecto de cualquier pordiosero ebrio recogido desde la Plaza Echaurren o la Plaza de la Victoria. Totalmente arruinado y sin dinero, entonces, comenzó a frecuentar el Comedor Solidario 421 de la Corporación La Matriz, tradicional refugio de indigentes y caídos en la miseria. Con el tiempo, ese sitio se convirtió casi en su hogar.

Algunas de sus últimas presentaciones las hizo en el restaurante El Ascensor a la Luna, centro de reunión de los guachacas del puerto. El entonces concejal y futuro alcalde del puerto, Jorge Castro Muñoz, intentó con insistencia y aplomo que se le otorgara a Farías una pensión de gracia. No pudo conseguirla a tiempo, tristemente.

La pobreza y la enfermedad tomaron el control de la vida del Negro, y así llegó el momento en que quedó postrado por la cirrosis, debiendo ser internado de gravedad en el Hospital Dr. Eduardo Pereira Ramírez (ex Hospital Valparaíso), en el cerro Delicias, el 9 de abril de 2007. Su agonía final fue igual que el resto de su vida: en soledad, sin familiares acompañándolo ni recursos para sostener su penosa situación. Fue el doloroso precio, además, de haberse apartado y desaparecido desde los que habían sido sus contextos existenciales, por aquellas razones de fuerza mayor que ahora lo tenían en este estado. Por eso, en El Ascensor a la Luna se organizó un show a beneficio, buscando reunir el dinero necesario para pagar su hospitalización.

No se recuperaría esta vez, sin embargo: Farías falleció el 21 de abril de 2007, cuando su maltratado cuerpo no pudo resistir más. La noticia se conoció en horas de la madrugada, ya entrado el día siguiente y se le rindió un sentido homenaje en la segunda jornada de la Cumbre Guachaca en Santiago, a cargo del guaripola Dióscoro Rojas.

La desdicha enlutó a todo Valparaíso, por supuesto, llenando la ciudad de homenajes, discursos y minutos de silencio. “Se apagó la voz de un mito bohemio”, informaba “El Mercurio” de Valparaíso del día siguiente, repasando su vida y sus últimas desgracias. Las calles por las que antes pasaba cargando sus extensas penas y momentáneas alegrías, ahora se colmaron de dolor y de otros actos simbólicos en su honor. Y mientras era velado en la Iglesia La Matriz, en el estadio de Playa Ancha se mantuvo el minuto de duelo antes de comenzar el partido entre Santiago Wanderers y Audax Italiano. La misa funeraria del día siguiente comenzó con su versión de “La joya del Pacífico”, con escenas de llanto entre varios de los presentes que recordaban sus mejores años.

De alguna forma, Valparaíso nunca ha dejado de llorar al Negro Farías. Continúa siendo recordado por artistas, poetas, cantores populares, cantantes consagrados, folcloristas y cultores de artes escénicas en general que, constantemente, se toman unos minutos para rendir homenaje al Ruisieñor del Puerto, ya sea en festivales, clubes de música o los mismos boliches que frecuentaba. El convencimiento es que su ausencia no ha podido ni podrá ser reemplazada, de ninguna manera.

Como el puerto no ha podido resignarse a su pérdida, entonces, una curiosa estatua suya fue diseñada por el artista Henry Serrano y colocada en la Plaza Echaurren durante el año 2008, en el primer aniversario de su muerte. Quedó ubicada en pleno barrio puerto y cerca del Liberty, donde hizo otras de sus últimas presentaciones. Si bien tiene un estilo naif, la obra reproducía detalles característicos que identificaban a Farías, como sus prendas semiformales, sus anteojos negros y sus zapatos apropiados para el permanente deambular que llevaba por diferentes rincones del puerto. Se lo mostraba sentado en la taza de un jardín con palmera dentro de la manzana, sitio que se ha vuelto lugar de encuentro entre artistas populares.

Lamentablemente, la calidad humana en el puerto ha cambiado mucho ya desde los buenos años de Farías desplazándose por su plano urbano, y su representación ha fue objeto constante del menosprecio violento y del vandalismo tan mal agradecido, incluso una versión nueva de la misma estatua, realista y de material más sólido. Debió ser cambiada a inicios de agosto de 2021, aunque con una presentación en público más bien sobria y sin gran anuncio.

A todo esto, en 2013 se había lanzado un disco de tributo a Farías titulado “Yo volveré a triunfar”, alusivo a su canción-manifiesto. Editado por la Universidad de Valparaíso, incluía versiones de sus temas grabadas por artistas de otras generaciones, como Ocho Bolas, Matambre y Macha y el Bloque Depresivo. Existe también el Club de Amigos de Jorge Farías, que agrupa a artistas y exponentes culturales que realizan periódicos homenajes para mantener caliente su memoria, dejando coronas conmemorativas de flores en su efigie de la plaza. El 8 de abril de 2017, además, se dio inicio a la primera versión del Festival de la Canción Popular "Jorge Farías", organizado por el Club y por la productora cultural La Bohemia en el Teatro Municipal de Valparaíso. Tuvo, entre otros invitados a su escenario, a Luis Alberto Martínez, Manolo “Lágrima” Alfaro y al grupo Los Chuchos.

El festival ha seguido repitiéndose con invitados como Trío Inspiración, Los Crack del Puerto, María Cristina Escobar, Gino Ortiz, Claudio Silva Rey, El Diantre y Los Caballeros del Bolero, conmemorando el legado del Negro y celebrando a toda la fascinante e histórica bohemia de Valparaíso.

En tanto, sigue sonando a perpetuidad “La joya del Pacífico” con sus versiones históricas y otras más nuevas, algunas con mejor resultados que otras. Mientras tanto, los mismos porteños comentan a veces que, aún aceptándola como su himno emocional e indentitario por excelencia, un pequeño detalle revela que la canción no fue escrita por uno de ellos: si así fuera, habrían evitado mencionar a su vecina la Ciudad Jardín (“Y yo te llamo encanto, junto a Viña del Mar”), obedeciendo a infaltables rivalidades y rencillas secretas entre ambas comunidades. ♣

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