♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣

CÓMO ERAN LAS FIESTAS PATRIAS AL PROMEDIAR EL SIGLO XX


Ilustración publicada en revista "En Viaje", septiembre de 1955, en la crónica "Un dieciocho hace sesenta años" de Antonio Acevedo Hernández.

En Santiago no sobrevivieron los carnavales y carnestolendas, quedando extintos en el camino. Las Fiestas de la Primavera, muchos festivales estudiantiles y otras expresiones de jolgorio colectivo también se diluyeron con el paso de los tiempos humanos y divinos. Las Fiestas Patrias, sin embargo, no sólo superaron todas las épocas sino que llegaron a impregnar con su estilo y estética a otras celebraciones del calendario, como era el caso de la Navidad y el Año Nuevo, que en el pasado tenían mucho del mismo ambiente de folclore, chicha, empanadas, cazuelas, ramadas y canto a la rueda.

Aunque la fiesta patriótica ha persistido como la más importante del país (perpetuando así el irresoluto debate si se celebra con ella al primer paso de la Independencia de Chile o sólo a la Primera Junta Nacional de Gobierno con todas sus ambigüedades), en cada 18 y 19 de septiembre sus cambios y modificaciones sobre aspectos más tradicionales que tenía desde el siglo anterior, comienzan a sentirse ya después del Centenario, aproximadamente, si bien conservó su esencia y muchas de sus características más definitivas o resueltas, especialmente a nivel popular.

En los preparativos de la efeméride, y estando ya de plácemes las bodegas y distribuidoras de bebidas alcohólicas que se anunciaban en los medios, una de las prácticas que más arraigaron en el período de mitad del siglo XX -aunque parece extinta en nuestra época- era la de pintar las fachadas de las casas y a veces hacer también pequeñas refacciones exteriores e interiores, como si se preparara al hogar para recibir los festejos o sumarse a los mismos. Esta costumbre, que se mantuvo vigente por muchos años, parece haber tenido su origen en el hermoseamiento y los arreglos que se hacían a los edificios públicos durante el mismo período, dejándolos con la dignidad y solemnidad apropiadas a la fecha que se venía por el calendario.

Hubo un largo tramo de años en que el inicio formal de las fiestas era anunciado a las doce horas con un cañonazo y un repique general de los campanarios de Santiago. La noche de víspera del 18 era ocasión de fuegos artificiales y lámparas chinas, además, aunque desde siempre estas últimas fueron consideradas polémicas y peligrosas, acabando por ser desplazadas. Los chicheros destapaban sus barriles en aquel momento y el olor de la carne asada comenzaba a apoderarse del ambiente con inusitada velocidad.

En aquella espera, casas y edificios habían sido embanderados y se adicionaban algunos faroles reemplazando a las antiguas velas con las que se esperaba la primera noche, después del atardecer. En las poblaciones populares y menos céntricas, en tanto, era corriente ver viejas tomando mate o chicha y niños jugando entre vecinos que bailaban cueca al son de algún guitarrero, tocando en las puertas de su propio hogar. Eran, pues, elementos de las antiguas celebraciones que continuaban en práctica, aunque en nuevos escenarios urbanos. También lo es la tradición de enarbolar todo el empavesado de señales náuticas en navíos de la Armada e incluso de marina mercante y pescadores, a modo de guirnaldas coloridas para las fiestas. Esta última costumbre de decorar con tales banderines la arboladura y parte de los puertos se repite también en la celebración institucional de la Armada de Chile, y entre pescadores y sus caletas en el día de San Pedro, su santo patrono.

De la misma manera que se acicalaban las residencias, damas y caballeros también preparaban sus mejores prendas para la ocasión; las más elegantes dentro de sus posibilidades, aunque muchas veces terminaran marchadas de vino tinto y con los codos pelados. Los más predispuestos al gasto hacían que los días previos fueran de buenas utilidades a los sastres y tiendas como Gath y Chaves, en sus últimos años antes de ser desplazada en importancia por nuevas casas como Los Gobelinos justo en aquel tránsito de tiempo, ambas en pleno centro. La provisión de chichas, vinos y ponches era ineludible en todo hogar. Iba quedando atrás la época del pésimo vino litreado, vendido a granel y en envases que llevaba el propio comprador, el que antaño fue principal acceso del bajo pueblo a los placeres de la industria vitivinícola nacional.

Algo que influyó en el carácter que ofrecerían las fiestas nacionales desde 1940 en adelante, tuvo que ver con los problemas de la comisión encargada de los festejos y que, hasta fines de la década anterior, había demostrado poca creatividad según las críticas que se le hacían en los medios, cayendo siempre en el comodín de repetir parcial o totalmente los programas previos. Ante las discrepancias y reclamos, la fiesta comenzó a recuperar su carácter esencialmente chileno y tradicional, no obstante que muchos elementos de la misma fueron transversales en el tiempo, pues se mantuvieron intocables en las celebraciones, totalmente instituidos.

Como ejemplo de lo anterior, a la sazón perduraba aún la vieja tradición de los orfeones civiles y militares tocando en calles y plazas, llamando la atención de los niños, especialmente. Incluso había un festival de bandas de guerra en la Plaza de Armas. En cambio, los elementos más campesinos se habían ido apartando o transformando, llegando más bien a meras puestas en escena. También hay una evidente fusión de la cartelera de música tradicional y folclórica con otras propuestas más nuevas de expresiones artísticas, muchas de ellas importadas precisamente por el medio bataclánico y de espectáculo moderno. Las ramadas, pues, competían no sólo por ser las más atractivas y vistosas, sino también las que ofrecían los mejores shows al público.

Por su lado, varios restaurantes y clubes de esos años modificaban carta y cartelera para ofrecer eventos espaciales a su público, justo en los días de la fiesta. También procuraban decorarse con formatos y elementos patrióticos como escarapelas, banderas y listones propios de fondas y ramadas de temporada. Destacaban en la prensa las invitaciones que hacían a sus clientes famosos locales como el Goyescas, La Bahía, los boliches del “barrio chino” de Bandera o los del barrio bohemio de Recoleta. En Viña del Mar, en tanto, relucía en las páginas de los periódicos el Cap Ducal de la Playa Miramar y el Casino Municipal, ofreciendo sus bondades con espléndida orquesta.

Los teatros santiaguinos también preparaban programaciones especiales, a veces durando toda la semana en cartelera, como ocurría en el Blanco Encalada, Balmaceda, Imperio, Princesa, Avenida Matta, Real, Comedia y el propio Municipal. Además de las obras teatrales o proyecciones de películas, varios de ellos esperaban al público con festivales de diferentes tenores, especialmente las salas de barrio.

Un fogón parrillero en imagen histórica de las Fiestas Patrias del Parque Cousiño, actual Parque O'Higgins. De los archivos del Archivo del Museo Histórico Nacional.

Collage con resumen de las varias actividades de la primera jornada de Fiestas Patrias, en el diario "La Nación" del 19 de septiembre de 1940, siendo Presidente de la República don Pedro Aguirre Cerca.

Un gran problema para la temporada de fiestas patrias entre los músicos folcloristas, fue la aparición y popularidad de los registros de audio que proliferaron en algunas fondas y centros de diversión de aquellos años. Publicidad para la compañía Victor en septiembre de 1944, en revista "En Viaje". 

Fonda "Aquí Está Puga", con un clásico expendio popular de cola de mono y otras bebidas festivas.


Pintando la casa para recibir la fiesta dieciochera, en San Bernardo. Imagen publicada por el diario "La Nación" en los preparativos de las Fiestas Patrias de 1918.

Y, en las márgenes de la ciudad, había otras atracciones interesantes como las celebraciones en el Teatro Hollywood de Ñuñoa o el masivo encuentro costumbrista del rodeo de San Bernardo, localidad en cuyo cerro Chena se había instalado la tradición del Dieciocho Chico, repetición de la fiesta principal pero a principios de octubre, para los “picados” que -por diferentes razones- no pudieron celebrarla en la fecha correspondiente.

El epicentro de la actividad dieciochera de Santiago continuó siendo el Parque Cousiño, actual Parque O'Higgins. Sin embargo, ramadas y toldos ya habían ido cambiando su aspecto y abandonando el de los antiguos establecimientos con más rasgos rurales, como de pesebre y peña folclórica, salvo en el caso de las fondas que ponían empeño en “ambientarse” al viejo estilo. Aun así, era claro que su formato tradicional y rústico ya estaba en paulatina retirada desde inicios del siglo XX cuanto menos.

Los cantores llegaban hasta allá entonando versos como los recuperados por el folclorista  Fernando González Marabolí para la “Chilena o cueca tradicional”, de Samuel Claro Valdés:

Llegó el Dieciocho de Septiembre
vestido de tricolores
con fondas de punta y taco
y el grito de mil pregones.

Por aquí estoy viviendo
pasar a verme
con aprueba es la chicha
de Villa Alegre.

El periodista y escritor Jorge Sasmay Vera, en el artículo "Las fondas que recordamos", publicado en revista "En Viaje" de septiembre de 1968, se refiere con nostalgia a aquellos escenarios en pleno festejo:

Llegaba de todas partes la gente al Parque Cousiño atraída por las pintorescas fondas, que inauguradas el 17 de septiembre en la mañana, funcionaban hasta el 20, día en que además se celebraban las tradicionales carreras en el Club Hípico, como clausura y despedida de otro aniversario patrio.

En casi todas la extensión del parque y al amparo de esos árboles celosos ocultaban tantos secretos y promesas de amor, entre las cuales las más elegantes, rodeadas de cortinas y adornadas con faroles, banderitas chilenas, flores y con tablado de madera ofrecían la alegría de la cuenta cantada con acompañamiento de arpa, guitarras y pandero.

Otras agregaban a la actuación de conjuntos folclóricos la presentación de orquestas con piano, violines, saxo y batería que tocaban rápidos pasodobles, zapateadas rancheras, acompasados vales y lánguidos tangos de una época de bufandas blancas de seda, vestones ajustados y zapatos de charol.

Se bebía el infaltable clery; la chicha baya, dulce como caricia y embriagadora como promesa de mujer; el áspero pipeño de lo sure y el chacolí con panales que enardecía a los tímidos y tornaba más atrevidos a los audaces de entonces.

Sabrosas empanadas, ricos pequenes, huevos duros, pescado frito, sopas de almejas y choros, chancho a la chilena, caldo de cabeza y condimentadas presas de ave y conejo escabechado eran los manjares que ofrecían las fondas para calmar el apetito y provocar la sed que de por sí era mucha, entre tantos cantos, bailes, peleas y tierra levantada por los carruajes, los zapateos y el ir y venir de los que paseaban y de los que buscaban una prienda para festejar y amar.

(...) La clientela salía eufórica de las fondas y entre gritos y risas jugaba en las tómbolas que rifaban botellas de sidra, vino y pollitos asados. Algunos pagaban diez pesos por chupar una gomina que colgaba desde una pipa de chicha y otros, por solo cinco, trataban de meterle un gol a un arquero enmascarado, que pagaba cien pesos por cada tanto convertido.

Entre otros aspectos que fueron propios del período central del siglo XX en sus Fiestas Patrias y que, en ciertos casos, han ido enfriándose en épocas posteriores, estaba la presencia de concurridas competencias deportivas realizadas en diferentes lugares, incluyendo encuentro ciclísticos y atléticos. Destacan por sobre todo, sin embargo, las famosas carreras del Club Hípico de Santiago en el día 20, en su aniversario, manteniendo siempre una ligazón con las celebraciones de septiembre desde sus inicios. El club premiaba con la friolera de seis millones de pesos al ganador de la jornada, a principios de los años cuarenta.

Otras actividades abiertas ofrecidas al público tenían lugar en pleno centro capitalino. Hernán Muñoz Garrido dejaba algo escrito al respecto en su relato "El Dieciocho", del libro "Cuentos de mi país austral" de 1953:

A las once, Sofanor camina por Estado. Se siente incómodo en su "terná" nueva, que compró para celebrar el Dieciocho. Los zapatos, en canturreado estreno, le aprietan un poco y la camisa de cuello almidonado le hostiga el cogote. ¡Siempre la misma contrariedad! Y recuerda que desde hace veinte años, los Dieciocho han hecho de él un maniquí. Pero todo eso es momentánea pesadumbre. Sonríe al ver los niños con globos de colores al sol. Y en medio de la vistosidad de la feria oriental que engalana a la ciudad, dirige sus pasos hacia la Plaza de Armas. Se detiene frente al "quiosco". La Banda de Carabineros interpreta una "polka" antigua. Él no sabe de música, pero lo divierte ver al maestro que agita la batuta. Después camina hasta la Catedral. Un cardumen de "pelusas" que venden  insignias, escudos y cintas tricolores lo asalta.

-¡La' triii-colore' doblee!

-¡Ya puh, patrón! ¡Achúntese con una de estas!

¿Patrón?--- Y Sofanor hace una mueca irónica, aunque siente una amplia satisfacción al ser llamado "patrón".

Caminando hacia Bandera ve que prosigue el entusiasmo. Las góndolas van repletas de gente alegre.

-¡Pal Parque... Pal Parque! -grita el cobrador, haciendo el equilibrista en los estribos.

En territorios fuera de la ciudad, en cambio, aún se realizaba la Carrera de La Lola (nombre de una terrorífica entidad femenina, legendaria habitante de la cordillera y los ríos altos) en el Cajón del Maipo, prueba de esquí iniciada el 19 de septiembre de 1939 en el Rodeo Alfaro de la localidad de Lagunillas, cerrando la temporada de invierno del Club Andino de Chile. Cosas parecidas sucedían durante el período en el Hipódromo Chile, el Estadio de Carabineros, el Estadio Militar, el Estadio Nacional de Ñuñoa, canchas deportivas, patios de mercados e innumerables medialunas alrededor de la capital.

Un cariz renovado en el medio lo dio la presencia de la llamada Fonda de los Artistas, peña estacional de folclore y música popular que comenzó a funcionar en el parque en septiembre de 1952, organizada por varios músicos y compositores de esos bohemios días. En ella se presentaron, entre otras figuras, Violeta Parra y Margot Loyola. Con el tiempo, la propuesta fue sumando otros artistas de diferentes ámbitos, llegando a ser una de las más populares y famosas del país.

Las pistas de los circos ya eran otra de las tradiciones de las Fiestas Patrias, por coincidir con el cambio de estación y el advenimiento de un clima más benigno para las carpas y sus temporadas. Sin embargo, en el período que revisamos ha comenzado a desaparecer la costumbre del paseo de presentación de las compañías circenses por las calles de ciudades, eventos que antes congregaban muchedumbres como pocas cosas podían, todos queriendo ver el paso de los coloridos carros, las orquestas, elencos de artistas, payasos y bestias exóticas de los domadores, unas enjauladas y otras formando parte del desfile a pie.

La misma afortunada coincidencia ambiental sucedía con la temporada de los volantines, otro símbolo de las fiestas, iniciada precisamente en aquel trecho anual. Esto ya lo sabían bien y desde hacía tiempo los cuequeros, quienes cantaban estos versos también traídos del olvido por González Marabolí y Claro Valdés:

Llegó el Dieciocho, sí
que viva Chile
las cuecas en el Parque
los volantines.

De gusto me emborracho
con chicha en cacho.

Ajenos a la elevación de volantines, varios juegos típicos de tierra eran famosos en las ferias y parques dieciocheros. Empero, estos últimos pasatiempos siempre han sido más propios de los encuentros costumbristas, no así de prácticas populares corrientes, como por ejemplo los palos ensebados o las carreras de ensacados, más propias de público joven.

Avisos de restaurantes y otros negocios acoplándose a las celebraciones de Fiestas Patrias de 1945, en el folleto "Las fiestas de la Patria. 18 de septiembre 1810-1945", de la revista "Tribuna".

Publicidad de la compañía Yarur en las Fiestas Patrias de 1948, publicada en la revista "Zig-Zag".

Presidente Gabriel González Videla a bordo del carruaje oficial, en la Parada Militar de 1950, Parque Cousiño, en un lodoso día de lluvia y granizo. Fuente imagen: colección digital histórica de Pedro Encina (Santiago Nostálgico).

Imágenes del Parque Cousiño en la portada  de "Las Noticias de Última Hora", Fiestas Patrias de 1955.

La antigua Escuela Militar de calle Blanco Encalada tenía un papel protagónico en las ceremonias de Fiestas Patrias. Imagen de la Colección Particular de don Pedro Hormazábal Villalobos. Fuente: "Revista de Historia Militar" de diciembre 2009.

Pero vino a ocurrir que, como parte de un plan de hermoseamiento y mantenimiento de las áreas verdes iniciado en 1962, en las Fiestas Patrias del año siguiente no pudo usarse el Parque Cousiño para instalar las fondas dieciocheras, con la excusa del deterioro que provocaba en los árboles abrirle espacio a las carpas de las mismas. Esta restricción modificó buena parte del modo en que se hacían las celebraciones de mediados de siglo y obligó a improvisar diferentes lugares en la ciudad para reunir a las fondas y ramadas de la fiesta, dispersando desde entonces la tradición por prácticamente todos los lugares en donde pudo acogerse a estas ferias.

Aunque desde hacía años muchas instituciones y recintos participaban de la fiesta con sus propios montajes, como los cuarteles de bomberos, colegios y hasta hospitales, la descrita situación iba ampliando a las generaciones de locales fuera de la concentración principal del parque y los que seguían instalándose al interior del mismo desde hacía décadas. Algo recordaba al respecto Sasmay Vera en su artículo ya citado:

Es imposible borrar del recuerdo tantos nombres y tantos lugares en donde la prestancia de los años mozos ancló su cansancio de caminos y sus anhelos de olvidar... ¿No nos encontramos, amable lector, alguna vez en Las Dalias, Las Luces de Buenos Aires, La Violetita, Las Camelias, Los Textiles o Las Rosas? Creo que sí y estoy cierto que recuerda también El trimotor perdido, El loro con hipo, La Fonda de Ño Lalo, El perro con pulgas, El guatón pesao.

(...) En Conchalí las fondas de La rucia Ema, Las tres Marías, María la chica, El palomo, Los conejos locos y Don Armando, junto a las entretenciones mecánicas del Elefante Pepe, rompían, con la bulla y los huifas de las cuecas bien tamboreadas, la quietud de los campos. Se gustaban las chichas de Huechuraba, las empanadas de On Yayo y el chanchito de On Vera.

No muy lejos del centro de Santiago, en la comuna de Ñuñoa, poéticamente conocida como la de las flores y las chiquillas bonitas, prendía la alegría dieciochera en las populares fondas de Macul. La aristocrática paz del barrio alto se rompía durante una semana con los zapateos de las cuecas y las voces de las cantoras.
 

Las muchachas y muchachos de segundo y tercer año de Castellano en el Instituto Pedagógico destrenzaban su alegría universitaria en la fonda La panza de Sancho y el pueblo cantaba, reía y se alegraba en La ojota plástica, Las tinajas de Macul, Las adorables mentirosas, Los tres mosqueteros; saboreaba los jugosos pequenes en El rincón de los Neira, gustaba el pícaro chacolí de El huaso Matías, el crujidor pescado frito de Doña Rosalinda, o las reconfortantes cazuelas de ave bien aliñadas de La rápida González.

Por los campos de Renca, que supieron de las correrías de esos bandidos de leyenda como fueron El ajicito y El flaco Manuel, fue famosa la fonda instalada bajo los sauces donde al remanso de caricias de mujer morena se bebía la rica chicha lugareña. Esa fonda era la del Huaso Romo y allí llegaban huyendo del Gran Santiago los que ansiaban olvidarse de todo buscando unos ojos negros, una guitarra y aromas de paico, menta y poleo.

Con el correr del tiempo, aparecerán algunas otras fondas con nombres tan extravagantes como “La Piojenta” (sector Gran Avenida), “La Tula Loca” (de los estudiantes de medicina), “El Bototo” (de los apoderados del Instituto Don Bosco) y varias más casi antológicas. En su momento, sin embargo, eran organizadas por grupos vecinales, clubes deportivos, centros de madres, funcionarios, escuelas y liceos o facultades universitarias, convirtiéndose en propuestas propias para las fiestas de cada año.

La señalada apertura también involucró a la carta culinaria y musical, expandiéndose a nuevas proposiciones y adicionando a la celebración ya no sólo música popular de raíz criolla, sino también Nueva Ola chilena, rock’ n’ roll y ritmos tipo cumbia que ya estaban de moda en los bailables y clubes nocturnos de entonces. Empero, sucedió también que la ampliación de las redes eléctricas y la masificación de las tecnologías discográficas hizo que muchas fondas comenzaran a prescindir de la presencia de músicos y orquestas en vivo por esos años, algo que se notó especialmente en la segunda mitad de los sesenta. Esto facilitó la presencia de jornadas bailables casi interminables, pero dañó mucho al rubro musical.

En tanto, los aspectos más ceremoniosos de la fiesta mantenían al famoso Te Deum de Fiestas Patrias en el día 18, en la Catedral Metropolitana y con presencia del Presidente de la República. Esta tradición, que se remonta a la Santa Misa de Acción de Gracias de los tiempos de José Miguel Carrera, mantuvo su carácter católico más o menos hasta el final del período que acá vemos, pues hacia fines de 1970 el presidente Salvador Allende solicitó al cardenal Raúl Silva Henríquez incorporar en la misma ceremonia a representantes de otras iglesias, comenzando a ejecutarse con esta característica a partir de septiembre del año siguiente, como Te Deum Ecuménico.

Otra importante tradición de formalidades mantenidas y afianzadas a mediados del siglo era la gran revista de la Parada Militar del día 19, a la que concurría una inmensa cantidad de público haciendo una pausa en la celebración de las fondas y ramadas, allí en el mismo Parque Cousiño. Era, pues, el Día de las Glorias del Ejército, con sus desfiles y ceremonias. Incluso el día del ensayo de la gran revista era un día de encuentro masivo en el recinto, otro antecedente del Dieciocho Chico, como lo llamaban ya entonces y que después pasó a ser la fiesta "para los picados" después de la oficial.

Los niños tenían mucho más protagonismo que en nuestro tiempo en aquellas Fiestas Patrias, y una de las seducciones a las fantasías y juegos militares era, justamente la Parada. Un estupendo repaso por estas experiencias de un niño en las Fiestas Patrias de los cuarenta-cincuenta es proporcionada por don Emilio Alemparte Pino, fallecido secretario general del Instituto de Investigaciones Históricas General José Miguel Carrera, en una de sus últimas publicaciones para la gaceta digital “La Nueva Aurora de Chile” (“El 19 de septiembre”, 2013):

En esa fecha, mis amigos y yo nos levantábamos muy temprano. Todos éramos vecinos del barrio cercano a la Plaza Bulnes e íbamos a los mismos colegios de esa vecindad.

¡Había llegado el día esperado!

Esa tarde se realizaba la Gran Parada Militar en el entonces llamado Parque Cousiño, ahora Parque O’Higgins. Algunas veces, por intermedio de parientes o amigos de la familia, lográbamos obtener entradas para presenciar el evento desde las tribunas, pero si no, igual podíamos “colarnos” por las tribunas populares de madera, ubicadas a los costados norte y sur de la principal.

Alemparte agregaba que el Escalón Naval llegaba temprano a la Estación Mapocho, a las diez de mañana. “Después de formarse las tropas, rompían las bandas de las diferentes unidades y se iniciaba el desfile hacia la Alameda”, seguidos por los niños que iban hasta la sede del club naval Caleuche, en donde sabían que iba a estar el Comandante en Jefe de la Armada y su Estado Mayor vigilando el desfile, de camino hacia calle Dieciocho y desde allí al Cousiño. Agrega que, en la ruta, se reunía la Escuela Naval con la Escuela Militar, con saludos e intercambios de estandartes e himnos, con un breve acto en el que participaban familiares de los muchachos y también muchas de sus novias. Esta costumbre protocolar desapareció hacia fines de los cincuenta, sin embargo, algo que Alemparte lamentaba:

Es lamentable que esta tradicional y significativa ceremonia, que unía fraternalmente a ambas instituciones, haya quedado perdida en las brumas del tiempo desde que se construyó el nuevo edificio de la Escuela Militar, en la Av. Apoquindo.

Después de este corto intervalo, los cadetes militares, que ya había almorzado, partían en correcta formación a la elipse del Parque, a esperar la llegada de las autoridades, mientras los navales pasaban a los comedores a disfrutar de una reparadora merienda para luego, seguir los pasos de sus hermanos militares.

Otras ceremonias eran conmemorativas y de homenajes públicos, como la tradicional del Monumento de Bernardo O’Higgins en Alameda con Paseo Bulnes. Además de ser engalanada con guirnaldas de flores y banderas, la estatua ecuestre concluía en la fiesta colmada de arreglos florales de diferentes instituciones. Varias ceremonias eran también institucionales, de grupos particulares. Otras, de carácter oficial, involucraban a escenarios como el cerro Santa Lucía, museos, bibliotecas o plazas públicas.

Finalmente, cabe recordar que la Empresa de Ferrocarriles del Estado iniciaba en cada temporada patriótica de aquellos años una intensa campaña de promoción de las bellezas naturales y destinos turísticos a través de afiches, folletos, guías de viajeros y sus propias publicaciones, como la revista “En Viaje”. Había venta de boletos rebajados a Valparaíso, Papudo y Cartagena, pues la idea era incentivar el turismo dentro del país durante los días feriados, especialmente la de Santiago hacia regiones. ♣

Comentarios

♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣