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POCHITA NÚÑEZ: LA TRÁGICA Y OLVIDADA SHIRLEY TEMPLE CHILENA

Imágenes de Pochita, publicadas en la revista "En Viaje".

María Estela Teresa de Jesús Núñez Cavieres, más conocida en su momento como Pochita Núñez, cabalgó sobre una estrella fugaz en la historia del espectáculo nacional de corte más docto: un pequeño y brillante sol, de vida breve pero intensa, cuyo fuego vital se extinguió prematuramente llevándose también las posibilidades del recuerdo. En su momento, sin embargo, la niña prodigio de los escenarios chilenos fue considerada toda una revelación con proyecciones maravillosas, lo que hizo más triste, indignante y desconsoladora su inesperada partida.

Amante de los animales, la lectura, la música y las artes en general, la imagen de Pochita recordaba a esos genios renacentistas con lucimiento en varias disciplinas simultáneamente: su hermosa voz iba a la par de la destreza de sus dedos sobre el piano; ejecutaba la danza con el esplendor de una experimentada bailarina y con su declamación poética ante la audiencia era capaz de sumir en el silencio más completo a la sala, trasportada hasta el país de los éteres oníricos y, desde allí, al momento final de despertar otra vez y romper la hipnosis con los aplausos.

La pequeña fue inspiración de poetas, amiga de los artistas y una hija que habrían querido tener varios de los hombres del ambiente de la cultura escénica chilena, hasta los más adustos y poco efusivos, en los años que corrían antes y durante la Segunda Guerra Mundial. No era, sin embargo, la primera en ganarse esos sitiales en las páginas de espectáculos, pues hubo varios niños en esos años que se presentaron en la prensa como grandes promesas y prodigios. Una de ellos, por ejemplo, fue la dulce Violetita Vallejos Serrano, quien en 1935, con sólo cinco años, ya sabía actuar, cantar y bailar con tanto desplante que fue invitada a un proyecto cinematográfico en Hollywood, tomando el nombre artístico de Norma Shiele y debutando en el Teatro La Comedia en diciembre de ese año, mientras preparaba su viaje a Estados Unidos.

Sin embargo, Pochita destacó por sobre todos los pequeños artistas de su edad y generación. Su actitud alegre, sus virtudes, su dominio del espacio y su inocente belleza la hicieron una especie de ideal infantil femenino, capaz de tocar corazones y formarse velozmente un público de admiradores y seguidores. Así la recordaba, en un homenaje póstumo, un anónimo redactor de la revista “En Viaje” (“Hace dos años se apagó como una lámpara la vida de Pochita Núñez”, 1944):

Rica en sensibilidad, dotada de una imaginación potente, era sin embargo de una modestia encantadora. Jamás presumió de nada. Discreta frente a sus admiradores, en las reuniones familiares, ella era la única que permanecía silenciosa, la cara llena de sonrisas cuando a ella se referían.

Nunca la oímos hablar de sus cualidades y, por el contrario, cuando alguien aludía a sus méritos, Pochita, con natural modestia, los atenuaba.

Pero en el escenario de un teatro, recitando a sus poetas favoritos, ya era otra cosa. Estaba en su clima predilecto y entonces se engrandecía. Su rostro tomaba expresiones, ora alegres ora dolientes y el chorro de su voz saltaba como una pedrería de armonías.

Si bien no alcanzó a conocer viva a Pochita, su primo hermano, el actor y profesor universitario Ramón Núñez Villarroel, en su discurso titulado “Una vida en el teatro” rendido en su ingreso como Miembro de Número de la Academia Chilena de Bellas Artes (año 2001), regala una de las pocas descripciones detalladas del caso de la niña. Confirmamos allí que Pochita era la hija mayor del trabajador notarial Carlos Núñez, descrito por su sobrino como alguien de buen pasar económico aunque incomodaba un poco con sus excentricidades. Dueño de un atractivo Ford T, llegó a ser un hombre aficionado a rodar películas propias en las que actuaban sus amigos y familiares, con títulos como “Visitas del Parque Cousiño”, “La gitana que se robó a la niñita”, “El profesor de natación”, “Bendito sea el amor”, etc. Gustaba también de practicar el espiritismo y de involucrarse en doctrinas esotéricas y temas orientalistas, haciendo algunas demostraciones presuntamente paranormales para asombrar a familiares y amigos.

El gusto por las luces de la niña parecía provenir de aquel poco convencional padre, entonces, aunque ella también tenía algunas cualidades extraordinarias y propias, de acuerdo a lo que describe Núñez Villarroel:

Como digna hija de su padre no sólo jugaba con tacitas y muñecas como todas las niñitas, sino que muy especialmente con perros, gatos, ratones y pájaros que se le acercaban todos juntos, cuando se encontraba sola, sentada sobre el pasto del jardín, sin miedo ni recelo unos de los otros y sin que los animalitos se atacaran mutuamente.

Dueña de una potestad única en el canto y la danza, su propio padre terminaría convirtiéndose en su mánager. La agenda de compromisos y estudios artísticos llegó a estar tan copada que la pequeña no asistía al colegio y, en su lugar, contaba con clases particulares en casa. En algún momento, la gran cantante y actriz ruso-argentina Berta Singerman le enseñaría técnicas de recitación. Además, bailaba al estilo que ya lo hacía Shirley Temple en sus filmes y cantaba inspirada en Dianne Durbin, aunque podemos especular que recibiría una esperable influencia también de la moda iniciada por Judy Garland, posteriormente.

Los inicios artísticos de la niña, siendo muy nena, parten alrededor de mediados de los años treinta como alumna de danza de la prestigiosa y muy selecta escuela artística de Ginna Maggi, en donde comenzó a conmover las audiencias con sus simpatías y encantos, en presentaciones en el Teatro Municipal de Santiago desde 1935. En diciembre de ese año, además, Pochita estuvo actuando en un show de disfraces y coreografías encarnando a la entonces recientemente creada caricatura animada de Betty Boop, mientras otras alumnas se caracterizaron como el gato Félix y el ratón Mickey. Algunas de esas compañeras de formación artística, de hecho, llegaron a tener cierto renombre en épocas posteriores, pues eran parte de la misma generación de talentos.

Con aquellas motivaciones y condiciones, Pochita estuvo en un importante encuentro también en el Teatro Municipal realizado el 7 de julio de 1936: la velada de la Sección de Bienestar del Ejército, en la que estuvieron presentes varias autoridades, incluido el Presidente de la República don Arturo Alessandri Palma, con algunos de sus ministros. Los últimos números de canto, música y baile del programa estuvieron a cargo de pequeñas niñas artistas y fueron los que más llamaron la atención de los presentes y la prensa. Pochita fue una de las destacadas, junto a sus compañeras Iris Lois Perales y Ángela Opazo.

Pochita siendo muy niña (8 años), en la “Mundo Social”, en la revista "Mundo Social" de septiembre de 1939. En casa de la escritora Vera Zouroff.

Imagen de Pochita Núñez, en el diario "El Mercurio", en 1942.

Pochita en imágenes de un homenaje póstumo de revista "En Viaje" ("Homenaje a la niña que se fue en octubre", octubre de 1943).

Posteriormente, la escuela de danza dirigida por la profesora Maggi se presentó en el mismo teatro a sala repleta, el sábado 5 de diciembre. Pochita, con sólo seis años de edad, volvería a ser una de las elogiadas por la prensa, tras su presentación allí como solista de baile español y luego con la “Danza de las Horas”, del segmento Rusia Imperial.

En 1937, la niña llamó la atención de la crítica otra vez, ahora con su presentación de baile español en el Municipal, en una velada a beneficio de las colonias escolares organizada por la escuela y sus alumnas, con presencia de importantes hombres públicos del mundo social y diplomático. Además de las bailarinas de Maggi ejecutando muestras de danzas internacionales, estuvo en el escenario el poeta Carlos Casassus, uno de los fundadores de la Sociedad de Escritores de Chile, ya cerrando aquel encuentro. Empero, para el diario “La Nación” del miércoles 15 de diciembre, Pochita fue la que más destacó:

La Rumba fue sin duda el número más aplaudido por el ritmo y sentido interpretativo de sus ejecutantes todas de tres a cinco años de edad destacándose Gaby Pérez y Pochita Núñez, pero el Minuet Beethoven entusiasmó al público por la interpretación fina y graciosa de Lucía Nagel y Matildita Montero. En la muerte de Ases y Vida Breve de Falla se destacaron las señoritas Magda Bert, Iris Lois, Edith González, Irma Soto, Silvia Soto y Josefina Salíate. Los caballitos de Ponchen, por la niñita Olinfa Parada, Cecilia Maldonado, Susana Rivera y Gertie Stahl hicieron las delicias del público por su significado simbólico.

El broche de oro de la función fue el número de la lagarterana danza de castañuelas de significado montañés a cargo de la pequeñita Pochita Núñez; realmente este fue la sorpresa de la función por la propiedad y gracia inimitable de su ejecutante.

Sin embargo, el declamar se iría volviendo la pasión casi doméstica en la vida de Pochita, mucho más allá de las posibilidades que ofreciera tal o cual teatro en sus compromisos y los demás dominios en que podía ofrendar lo suyo la pequeña musa a las artes escénicas. Dicha disciplina había alcanzado su cúspide en el gusto popular desde el cambio de siglo, aproximadamente, manteniéndose vigente gracias a la influencia dejada por actores españoles como Emilio Álvarez. Había surgido, pues, “una verdadera epidemia de recitación en los círculos literarios juveniles, en los colegios y aun en las casas particulares”, como escribe Samuel A. Lillo en “El espejo del pasado”. Autores como Manuel Magallanes Moure, Blanca Sáez, Luis Ortúzar, Helia Grandón de Ferrada, Pedro Siena, Isabel Morel y, durante algún tiempo, Tomás de la Barra, fueron cultivando la declamación y prolongándola por las décadas posteriores, llegando así al interés hasta la joven generación de Pochita. Uno de los poetas favoritos de la niña, sin embargo, parece haber sido el autor cubano Nicolás Guillén, algo que a algunos les parecía más cercano a una disonancia incómoda, pues era extraño o impropio ver a Pochita recitando los poemas con cierto contenido erótico del mismo autor.

Con sus vestidos generalmente blancos y su precioso cabello tipo Pequeña Lulú de ondulaciones trigueñas, o bien usando peinado recogido en “rosetones” de cabello a ambos lados de la cabeza (estilo Princesa Leia, diríamos en nuestra época), Pochita siempre enfatizaba su dulzura infantil en cada rasgo y aspecto. Sin embargo, esta cualidad contrastaba con su desplante, su control del escenario, su enorme memoria y su seguridad digna del adulto más experimentado a la hora de enfrentar la mirada masiva del público, hasta disfrutando con el hecho de ser la figura del proscenio.

Pochita también fue alumna de la escuela de Vera Zouroff, prominente escritora y mujer de teatro de origen antofagastino, rotundo ejemplo del feminismo en Chile. Ella llegó a tener una cátedra de recitación en la Universidad de Chile y la Pontificia Universidad Católica, fundado el Conservatorio de Declamación del salieron importantes artistas como Inés Moreno, María Maluenda y, por supuesto, la propia Pochita. Recuerda Lillo que, más tarde, la misma academia licenció a otras figuras como Fide Alessandrini, Edelmira Muñoz, Alma Montiel, Olga de Falconi, Lila Wolnisky, Grifina Silván, Teresa Márquez, Ernesto Urra, Julio Müller, Carlos Fariña, Hugo Villarroel y Hernán Carrera.

Sobre aquel período de la joven artista y sus esfuerzos por perfeccionarse, la revista de actividades sociales y diplomacia “Mundo Social” (“Pochita Núñez. Una pequeña y genial artista”, 1939) decía a los lectores:

Cuando se ve a un niño extraordinario que sobresale en arte o en cualquier actividad propia de adultos, se experimenta instintivamente una rara compasión al imaginarse el esfuerzo mental que ello irroga a la criatura.

No sucede esto con Pochita Núñez, porque todo en ella señala la niñez alegre, sin preocupaciones hondas, saludable y feliz. El cultivo del arte no le es un trabajo ni un esfuerzo, sino una grata tarea en la cual encuentra amplia satisfacción su espíritu privilegiado. Al verla y oírla recitar versos de poetas como Daniel de la Vega, Washington Espejo, Samuel Lillo, Amando Nervo, Patricia Morgan, y otros autores extranjeros, hemos recordado que a la edad que ella tiene ahora, Claudio Arrau tocaba en Berlín, en un “Auditorium” dedicado a las celebridades del piano. El caso de Pochita no es pues, único, aunque escaso. Esta niñita de ocho breves años, está perfectamente dotada por Dios para ser una gran artista en la interpretación del verso y se la ve espléndidamente favorecida por la naturaleza que junto con darle salud, fuerte organismo, le otorgó facultades de sensitividad, voz, figurita, que serán otros tantos factores de grandes éxitos.

Y refiriéndose ya al potenciamiento de las capacidades de la niña en la escuela de la escritora y ensayista, continúa después el articulista:

Niña precoz, de rara intuición artística, y privilegiada inteligencia para captar la emoción y transmitirla, preparada como está en la magnífica escuela de su maestra, la Sra. Zouroff, encauza dentro de una técnica sobria sus extraordinarias cualidades de artista dando a cada poema el tono y la emoción debida. Su actitud perfectamente académica y distinguida, el dominio absoluto que tiene sobre sus manos, estas expresan tanto como sus palabras. Su dicción es clara a pesar de que sus dientecitos están en período de mudanza, y su carita es intensamente expresiva.

Es una lástima que no haya de parte del Gobierno, un estímulo para este bello arte de la declamación. La Sra. Zouroff, que ya ha dado varias demostraciones de su capacidad para enseñarlo, debería recibir una ayuda eficaz de la Facultad de Bellas Artes.

"La Nación" anunciando la muerte de Pochita Núñez, a las pocas horas de sucedida.

Pase de sepultación de la niña. Gentileza de Fabiola Cepeda.

Mausoleo familiar en donde se encuentra sepultada Pochita. Las placas blancas que se ven encima de la misma son las que reproducen fragmentos de poemas dedicados a la pequeña difunta.

No todos simpatizaban con Pochita, sin embargo. El exceso de mimos hacia la niña a fines de los treinta, sumado a su carácter demasiado adelantado, histriónico y quizá avasallante (algo insoportable, para muchos), alimentaron las primeras ojerizas en su contra. Su supuesto gusto por la atención y algo de sobrevaloración a ojos de los más críticos, también fueron creando anticuerpos en ciertos medios intelectuales y artísticos que no se dejaban seducir por tanta ternura y encanto. Después, se supo que hasta existió una suerte de comando opositor a la niña y que, tomándose las cosas con mofa, se hacían llamar TOCOPO (“Todos contra Pochita”), en el que habrían estado comunicadores como el célebre cronista Tito Mundt, la periodista Lenka Franulic y el actor Eduardo Naveda, según este último confesaría a Núñez Villarroel, en una ocasión.

Por otro lado, también hubo ciertas desavenencias familiares por la excesiva exposición en la que estaba desplazándose la pequeña en aquel medio artístico y social, tan inadecuado a la edad de la inocencia, llegando a romperse por algún tiempo las buenas relaciones de don Carlos con su hermano mayor, según recordaba también el primo de la pequeña estrella, tantos años después:

Al parecer mi padre con una dosis mayor de sentido común que su hermano menor, le llamó la atención por convertir a su hija en un pequeño monstruo del espectáculo haciéndola vivir artificialmente a los once años una absurda vida de farándula, de una bohemia propia de los años 40, antes de la creación de los teatros universitarios y de privarla de una niñez normal.

Siendo ya una alumna destacada del Conservatorio Nacional y estando en dominio del piano, Pochita también cautivaba y conmovía con melodías de Chopin, Mendelssohn o Mozart, asombrando con sus cada vez más variados y demostrados talentos. Prominentes personajes de esos años como el médico y escritor Alberto Spikin-Howard, su profesor en el Conservatorio, quedarían perplejos al testimoniar estas virtudes de la pequeña, considerándola una segura promesa artística.

A la sazón, ya había estallado la popularidad de la chiquilla y su nombre era reconocido en cada lugar donde fuese a mostrar aptitudes o sólo a aparecer como celebridad, aunque siempre se mantuvo cierto halo de alta sociedad alrededor de su rastro. Una presentación de la niña, entonces, podía embrujar con su forma de ejecutar el piano, danzar, cantar o recitar poemas propios y ajenos que llegaban a sacar lágrimas a los presentes, asegurando una fracción importante de público e interés en donde fuese invitada.

Por lo anterior, hubo una frecuente participación de Pochita en eventos de cierta orientación social en los siguientes años. En septiembre de 1940, por ejemplo, la encontraremos en la presentación del programa de la Sociedad Protectora de Animales “Benjamín Vicuña Mackenna”, para la Semana de la Naturaleza. Le correspondió el día 11, en la jornada que se dividió entre la Escuela Práctica de Agricultura y el Bando de Piedad de Chile: Pochita declamó ante los concurrentes su trabajo titulado “El perro, fiel amigo del hombre”, que la prensa destacaba como “una de sus mejores composiciones”.

Para el mes siguiente, en el día 3 de octubre también estaba recitando sus versos ahora en el Concierto de Amigos del Arte, que fue transmitido en horas de la noche por la Radio O’Higgins, del CB-114. Eran los tiempos en que las artes de la declamación seguían teniendo un valor como espectáculo escénico y radial, se entiende. El programa incluyó la presentación del violinista Pedro D’Andurain, otro niño prodigio de la época destinado a ser futuro concertino de la Orquesta Sinfónica de Chile.

Así las cosas, decir que Pochita fue el equivalente criollo a la contemporánea de Hollywood, la adorable Shirley que ya había debutado en esos años, no parece un exceso de ponderación. Menos lo sería considerando que esta versión chilena reunía también otras aptitudes artísticas adicionales, como su manejo de la música y su capacidad creativa de producir obras propias en el género lírico…

…Sin embargo, estaba previsto en el libro de los destinos humanos que su caso iba a parecerse mucho más -y muy por adelantado- al de la pequeña Heather O'Rourke, la trágica niña actriz del filme “Poltergeist” y sus secuelas.

La última presentación pública de Pochita tuvo lugar el 21 de septiembre de 1942, en una jornada ofrecida en el Teatro Miraflores, sala que quedaba en calle Miraflores llegando a Merced. La revista “En Viaje” la anunciaba con entusiasmo, bajo su fotografía: “Nuestra pequeña gran artista de la recitación, que lucirá su gracia en un próximo recital”. Fue su primera y única velada como principal protagonista, además, formalmente con ella como atracción central, recitando y cantando. Acabó su presentación siendo ovacionada y la crítica consideró a coro que la chica tenía las más grandes proyecciones artísticas aseguradas.

Complacida y festejando su hazaña, una noche de las que siguieron, frente a su familia y amigos, hizo lo suyo y recitó ahora algunos versos de la poetisa y escritora Teresa Vial, quien había llegado a ser su amiga y compañera en el mismo ambiente artístico de los últimos años de la luminosa muchacha. Declamó allí con su habitual elocuencia y expresividad, emocionando a los presentes que ignoraban, sin embargo, que esta sería la última vez en que podría hacerlo.

Pochita falleció súbitamente al día siguiente en Santiago, el martes 6 de octubre de 1942, intoxicada por un suministro mal medido de un medicamento o la mala preparación de este que, de acuerdo a lo que informa Núñez Villarroel, había sido adquirido en la Botica Petrizzio, famosa droguería de antaño ubicada en la proximidad de Estado con Moneda. Murió en cosa de horas, al parecer en su propia residencial familiar, en calle Carrera Pinto 1929 de Ñuñoa.

Aunque tan trágica forma de morir no fue demasiado extraordinaria en la precariedad de la farmacología de la época, habría sido su padre quien la obligó a tomar aquella medicina, truncando con este error una de las más grandes promesas de las artes escénicas y las candilejas de entonces. “Intoxicación por ascadival”, dice en su pase de sepultación, conseguido por la investigadora independiente de cultura funeraria, Fabiola Cepeda. Quizá se refería al medicamento antiparasitario llamado ascaridol, pero no tenemos confirmación de este dato. Lo cierto es que Pochita tenía sólo 11 años en ese triste momento.

Sepultura de Pochita Núñez, dentro del mausoleo.

Placa dentro del mausoleo, con las palabras del Dr. Spikin-Howard. Hay un maltrecho peluche colocado sobre este detalle.

Algunas inscripciones de agradecimientos y favores concedidos, cuando la tumba aún tenía ciertas características de animita para los devotos.

Con el público golpeado por la noticia, los restos de la niña estrella fueron velados en una capilla ardiente montada en su propia residencia, dentro de un cajón blanco y vestida realzando su aspecto angelical, “como una gran mariposa de ensueño”, según el homenaje de “En Viaje”. Su féretro fue llevado hasta el Cementerio General en una dolorosa y concurrida caravana, en donde recibió sepultura y la última despedida de admiradores, compañeros de ruta y seres queridos, al día siguiente. Su nicho estaba en el Pabellón 9 del camposanto, hallándosela hoy en un mausoleo familiar del Patio 70.

Sumándose a las condolencias del día siguiente, “El Mercurio” publicaba una sentida nota, en donde se leía:

Hace quince días, en un teatro de Santiago, ofreció su primer recital. Los que aquella tarde la aplaudimos con justificado entusiasmo, no hablábamos más que del porvenir brillante de esta precoz intérprete de la poesía. Y ya el destino había puesto sobre su frente el signo de los que se van.

Encantadora criatura, dueña de una inteligencia sorprendente, entregada con pasión al estudio, tenía, además, un personal atractivo y un temperamento artístico que ya había dado magníficas pruebas. En su naciente personalidad rivalizaban las cualidades extraordinarias. Y además, la bondad era su distintivo.

Pochita Núñez falleció ayer en la tarde víctima de una intoxicación. Junto a la mesa, en donde escribimos estas improvisadas líneas, ella estuvo hace algunos días. Traía en sus brazos un perro de terciopelo, que era uno de los regalos que recibiera por el éxito caluroso de su recital. Porque a sus diez años, todavía dividía su tiempo entre los poemas y los muñecos, y su deliciosa alma de artista abría las alas sin despedirse aún de los juegos infantiles.

Su fallecimiento no es sólo un duelo desgarrador para sus jóvenes padres que la idolatraban, sino para todos los que tuvimos el privilegio de estrechar sus pequeñas manos y acercarnos al preludio de su espíritu cautivador. Ella que anduvo siempre entre las poesías que eran sus hermanas, no habrá reparado en el tránsito al entrar a la vida que comienza más allá de las estrellas.

Lo propio haría el diario “La Nación” del 7 de octubre, contextualizando un poco más sobre el momento en que se hallaba Pochita cuando fue atrapada por aquel desgraciado destino:

Pochita Núñez se encontraba en buenas condiciones de salud y antenoche, conversando con unas amiguitas de su misma edad, manifestó sus deseos de organizar una compañía de teatro infantil, para divertir a los niños.

Pochita Núñez se había destacado como una artista infantil de grandes méritos y prometía convertirse en una gran recitadora. Su sensibilidad y su talento artístico le habían permitido interpretar con singular acierto a poemas difíciles aún para artistas consagradas. Hace sólo unos pocos días, en el acto inaugural de la Semana de la Naturaleza se hizo aplaudir entusiastamente, en un hermoso recital, en que causó la mejor impresión. Recientemente dio también un recital propio, en que fue objeto de calurosas ovaciones y que le mereció encomiadas críticas.

Además de la recitación, Pochita Núñez, cultivaba otros géneros artísticos que ya permitían divisar en ella, a una figura que se iba a destacar con especiales relieves en el arte nacional.

El 8 de octubre siguiente, la Radio El Mercurio en el CB 138 extendió un homenaje póstumo, con el actor Juan de la Rosa recitando para su memoria el poema “El romance de una niña enferma”, de su autoría, y con presentación al aire también del poeta Casassus.

Como era de esperar, los hombres de la cultura de esos años acusaron la puñalada en el alma y le dedicaron sentidas despedidas durante el duelo y cortesías posteriores. Daniel de la Vega publicó los versos de “En el mármol de Pochita Núñez”, en noviembre de 1944, con la inscripción para la lápida de la fallecida niña prodigio:

Quien por aquí sus pasos lleve,
sepa que fue canción henchida,
copa de luz y ala de nieve,
Y apenas cupo el verso breve
en la gran prisa de su vida.

Teresa Vial, por su parte, quien tan cerca estuvo de la niña, le dedicó el poema “Trayectoria”, reproducido en el pequeño homenaje de la revista “En Viaje”:

Florecían los cerezos;
los aromos
perfumaban los senderos
y los lirios y jacintos
levantaban sus cabezas.

Una niña caminaba
con sus blancos pies
descalzos,
y se iba hacia la luna
por la tenue carretera
del ensueño.

Transparentes alas blancas
y una túnica de nubes
envolvía las estrellas.
Emociones como ondas
la venían a abrazar.

Se alejaba... y se alejaba,
una música lejana
se acercaba;
y la niña sonreía…

Le dolía el corazón
que no llevaba,
y cantaban las campanas
ALELUYA
en plenitud de luz
junto a los astros…

Desde el primer aniversario de su muerte se organizaron romerías hasta su tumba. Lillo comentaba, a cinco años del traumático deceso, que por su prematura partida “aún lloran los poetas en sentidas estrofas que han de formar en torno de su dulce nombre un eterno recuerdo de admiración y cariño”. Entre estos vates suspirando líneas fúnebres estuvieron también Oscar Jara Azócar, Washington Espejo y Carlos Barella, registrados sus mensajes en mármoles empotrados en su mausoleo que, durante largo tiempo, además, fue una suerte de animita milagrosa, con peregrinaciones, peticiones y agradecimientos por los favores concedidos, generalmente relacionados con amor, salud y bienestar personal.

Como era de esperar, la tragedia nunca quedó sanada en su familia. El tema de Pochita estaba prohibido de hablar ante don Carlos, y este cayó en una gran depresión sumido en los sentimientos de culpa, martirio del que parece haber salido sólo parcialmente y después de largo tiempo de reflexión, aferrado a su mujer, a su segunda hija y a sus propias pasiones con el cine amateur. Como otro homenaje a su memoria, ambos acongojados padres crearon el Premio Pochita Núñez que, si bien fue efímero, buscó dar estímulo y facilidades a los estudios de los niños que se involucran en el aprendizaje de las disciplinas musicales.

La cripta de Pochita dentro del mausoleo mantiene algunas inscripciones manuscritas ya viejas y poco legibles, solicitando conceder favores o agradeciéndolos, principalmente por cuestiones de amor. Los más nuevos son de los años noventa.

Además de las placas de los poetas por el exterior, de un destartalado peluche adentro y de las inscripciones manuscritas de agradecimiento sobre el mármol, otra placa recuerda allí en el interior unas palabras del Dr. Spikin-Howard, detrás de las flores secas: “Encontró como nadie el sentido profundo del ritmo y la melodía y su espíritu se reveló en la plenitud de las formas y armonías musicales”. ♣

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