Caricatura de Onofroff firmada por Vindex y publicada a página completa en la revista "Sucesos" en 1913.
El Gran Onofroff había visitado antes los teatros chilenos, ofreciendo su asombroso espectáculo de hipnosis en tiempos de plena euforia por el espiritismo, el "fakirismo blanco" y el mesmerismo o magnetismo animal. En su primera pasada por este suelo hizo demostraciones que causaron pavor y aplausos frenéticos en el público, profundamente impresionado por el espectáculo. Pero en el año de 1913, a pesar de la buena recepción que tuvo otra vez su show, algo iba a ser muy distinto y bochornoso para todos.
Enrique Belly de Onofroff llegó al mundo hacia 1861, según calcula la investigadora española Manuela Caballero González, en un artículo de la revista “Andelma” (“Veladas de ciencia y misterio. Magia, hipnotismo y física recreativa en los escenarios de Cieza”, 2018). Decía haber nacido en Roma, en la legación suiza, siendo hijo de uno de los soldados helvéticos de la tradicional guardia vaticana. Aunque era un hombre lleno de misterios y leyendas que, entre otras cosas, lo dieron por francés, inglés, ruso, polaco, español, mexicano y hasta chileno cuando anduvo por estas tierras, él se reconocía como italiano pero volcado a la vida andariega, recorriendo países como hombre de mundo. Incluso circuló la creencia de que su nombre real era Onofre, de origen hispano como lo sería también él según esa creencia, cambiándolo a un pseudónimo rusificado para subir comercialmente su perfil.
La historiadora María José Correa Gómez, en un texto de su autoría
publicado en la revista “Historia” de Santiago (“Enrique Onofroff, Leovigildo
Maurcica y el acecho de los hipnotizadores. El control de la hipnosis y el
cuidado de la medicina en Santiago de Chile, 1887-1913”, 2016), sintetiza algo
más sobre lo poco que se conoce del personaje. Informa que, por su interés en la
medicina, se decía también que en el manicomio de Milán había sido alumno y
discípulo del psiquiatra y criminólogo César Lombroso. A partir de los 20 años
se habría dedicado comercialmente al hipnotismo y a la adivinación, ofreciendo
su espectáculo en Europa, América Latina y Estados Unidos, en donde se consagró como uno de los máximos exponentes.
Hombre de cierta altura, pálido y delgado, de oscura elegancia victoriana, con bigote de estilo inglés en sus años más jóvenes, su aspecto realmente sugestionaba y hacía sentir al espectador la sensación de sometimiento bajo su potente mirada de espirales, con “ojos terribles, es como la de un dínamo de miradas de millones de voltios” al decir del astrónomo y físico francés Camille Flammarion. Había algo de Lord Byron y de Edgar Allan Poe en su personaje, y aseguró poseer también dones de telepatía u otras dotes sobrenaturales, algo que lo hacía más asombroso e intimidante a su público. En persona, sin embargo, habría sido un sujeto afable, muy sociable y hasta modesto con sus admiradores.
Entre fines del siglo XIX y principios del XX, Onofroff fue reconocido por muchos como el más extraordinario mago, prestidigitador, ilusionista y, especialmente, “magnetizador” o “fascinador” de todos los que hacían esta clase de espectáculos. Sus primeras actuaciones parecen haber sido en Gran Bretaña hacia fines de la década del 1880, aunque las detectadas por Caballero González datan de marzo de 1892, adivinando el pensamiento de los presentes en la Fonda Universal y después en Teatro Romea de Murcia, España, en los entreactos de otras obras.
Estando de moda la obra de Sir Arthur Conan Doyle, además, el ilusionista solía presentar un show en donde simulaba la escena de un crimen que debía resolver, sacando del público voluntarios para los roles de la trama y quienes, sometidos a la hipnosis, podían soportar dolorosas pruebas realizadas con fuego, objetos fríos o agujas, además de hacerlos sentir sensaciones como miedo o risa a su antojo. Por seguridad, o acaso como una estrategia para validar la intensidad de su espectáculo, solía invitar médicos a participar de los mismos, cosa que también lo puso de punta con algunas organizaciones de salud.
Sin embargo, el particular show de Onofroff provocaría varias veces la controversia, pues algunas autoridades se preocuparon por la seguridad de las personas sometidas a sus chocantes y hasta escalofriantes pruebas. Una de las primeras polémicas sucede el 23 de mayo de 1893, en el entonces recientemente inaugurado Teatro Campoamor de Oviedo. El público, más bien aristocrático y conservador, a pesar de las advertencias quedó tan impresionado con las demostraciones que hubo un rechazo general y, según se informó en los medios, algunos hasta corrieron al escenario tratando de agredirlo, alcanzando a ser abofeteado por los más exaltados u ofendidos. El detonante de esto habría sido uno de los hipnotizados que, liberado de pudores en aquel estado, comenzó a cantar una canción suficientemente soez como para escandalizar a las damas y enfurecer a los varones.
La prensa se mostró proclive a aprobar y excusar la actitud descontrolada del público y a justificar los reproches vertidos contra Onofroff en aquella ocasión, culpando a las autoridades de un relajo y una excesiva tolerancia a esta clase de shows que herían la moral y las buenas costumbres. El ilusionista, en tanto, se limitó a negar que había sido agredido o que hubiese debido esconderse del público, alegando que sólo un puñado de muchachos había intentado saltar al escenario, sin conseguirlo del todo. También se hizo responsable por el incidente de la canción grosera.
Además de sucesos como aquel, el mago psíquico provocaba un gran debate sobre la naturaleza de sus exhibiciones, estrellándose con algunos intelectuales y científicos que consideraban todo un engaño. Se decía que era capaz de hipnotizar un teatro completo, si así se lo proponía, y que podía hacer ostentación de aquella supuesta cualidad paranormal denominada cumberlandismo, correspondiente al arte iniciado por el mentalista inglés Stuart Cumberland adivinando estados, ideas y pensamientos de un sujeto sólo por sus actitudes, posiciones o señales musculares mínimas. De hecho, la Academia de Medicina de Madrid incluso citó a Onofroff en 1894, para interrogarlo sobre sus métodos.
Buscando nuevos horizontes profesionales y, tal vez, también sintiéndose agobiado por tanto reclamo de sus adversarios políticos y eclesiásticos, machó a América del Sur iniciando una larga temporada en Buenos Aires, en marzo de 1895, desde donde visitó como Perú y Colombia, con breves retornos a Europa.
A Chile llegó en mayo de 1898, logrando con sus funciones el mismo efecto que ya se conocía, tanto en la capital como en el puerto. La página editorial de la revista “Lira Chilena” de la primera quincena de junio, dejaría dicho sobre su ilustre y sorprendente visita:
Onofroff!
Un sabio, un brujo, un charlatán, el mismo diablo han dicho por ahí, después de presenciar los sorprendentes experimentos de hipnotismo y sugestión que nos ha ofrecido en la elegante sala de nuestro principal coliseo y en el pequeño teatro Olimpo.
Un hombre superior, decimos nosotros, dotado de una voluntad de hierro que la maneja a su antojo, y con poderío bastante para imponerla a quien le dé la gana.
Nada más ni nada menos.
Rechazamos en absoluto el calificativo de charlatán, que algunos -envidiosos, tal vez, de su ciencia- han querido aplicarle, y aplaudimos al hombre superior que ha sabido sugestionar a nuestra sociedad atrayéndola anhelosa a admirar sus notables experimentos.
Onofroff en ilustración de la "Lira Chilena", en junio de 1898, en el contexto de su primera visita a Chile.
Imagen fotográfica de Onofroff en Chile, publicada en la revista "Sucesos" (1913).
Así informaba la misma revista "Sucesos" de la detención de Onofroff en Santiago, aquel año de 1913.
La misma revista informaba en su posterior edición de la segunda quincena de junio que, en el mismo teatro Olimpo, se comenzó a presentar “una agudísima parodia de los trabajos de sugestión e hipnotismo que no ha mucho ejecutara entre nosotros el célebre profesor italiano Onofroff, lo que ocasiona la hilaridad no interrumpida del público”. La obra se titulaba “La Banda de Trompetas”, y había sido escrita por los señores Carrasco y Zapater. “Los que quieran reír de buenas ganas no tienen sino que ir a ver La Banda de Trompetas”, remataba el articulista.
Aunque a Chile habían venido ya hipnotizadores de espectáculo durante la primera mitad del siglo XIX, la visita de Onofroff provocó bastante impacto. Una curiosidad adicional fue que, tras la partida del ilusionista, apareció una gran cantidad de sujetos asegurando poseer los mismos poderes suyos e intentando ofrecer demostraciones de tales capacidades, especialmente en Valparaíso, lo que provocó algunas notas sarcásticas al respecto en medios impresos. De hecho, el impacto que dejó en el público fue suficiente para que continuara hablándose de él por largo tiempo más, según parece.
Cabe observar también que el poeta Rubén Darío había conocido al mentalista en ese período, dedicándole los siguientes versos que recuperó el investigador Günther Schmigalle en su artículo para la revista “Anales de Literatura Hispanoamericana” (“‘El nuevo Cagliostro’: Onofroff, Rubén Darío y la crónica La esfinge”, 2015):
viera el mago, o las pálidas, macabras
brujas, las domadoras de los grifos:
No fue el único tan impresionado como para escribirle rimas al personaje, por cierto: lo propio hizo en literato y diplomático chileno Ricardo Fernández Montalva, también en la “Lira Chilena” de julio, apareciendo su poema “A Enrique Onofroff” bajo una gran ilustración del homenajeado. Decía entre sus versos:
Innovador y apóstol de una ciencia
Que el vulgo no se explica todavía
El ignorante tiembla a tu presencia
Y el sabio ramas de laurel te envía.
Onofroff regresó a Chile en mayo de 1913, con mucha más popularidad y personal de apoyo. Debía presentarse en el Teatro Municipal y el Teatro Santiago, después de una pasada por Valparaíso. Su retorno en la capital estaba planeado para el día 13 de aquel mes, cuando ya frisaba los 50 años de vida. El show incluía adivinación de pensamiento, en la primera parte, y actos científicos de mesmerismo e hipnosis en la segunda, dominando la voluntad de los sometidos a prueba.
La presentación en el Municipal fue un éxito en sus dos funciones, aunque realmente no ofrecía elementos sustancialmente nuevos respecto de los que ya había mostrado en exhibiciones anteriores. Sin embargo, Onofroff venía ahora con la fama de ser quizá el más célebre hipnotizador del mundo, por lo que su prestigio había sido parte de la atracción ya que el ilusionista anunciaba también estar próximo a su retiro. Sigue asombrando en el popular Teatro Santiago, con similar éxito, entonces, y se anuncia una última función en el Politeama del Portal Edwards.
Sin embargo, cuando le tocaba cumplir con las presentaciones del Santiago, el 30 de junio siguiente, su sorpresa sería mayúscula al ver llegar agentes de la Sección de Seguridad Pública de la Policía de Santiago, a cargo de un comisario, quienes lo tomaron detenido llevándolo con ellos a poco de tener que comenzar función, ante la mirada de su familia que creyó estaba siendo secuestrado, con un alboroto que fue advertido por todo el numeroso público que ya estaba presente, gritos incluidos. Hubo quienes intentaron detener el procedimiento y el escándalo no tardó en llegar a la prensa, que tomó posiciones dispares ante el caso.
Terminó aquella noche en la Cuarta Comisaría, bajo el cargo de fraude, pues el jefe de la sección, el subprefecto Eugenio Castro, lo consideraba un charlatán y creía que su espectáculo era una farsa ejecutada con actores o “palos blancos” que fingían hallarse sometidos por hipnosis. Aseguraba tener testimonios de algunos de ellos recibiendo dinero por tal servicio, llevando así la denuncia a los tribunales.
El jefe policial, que incluso ironizaba con los poderes atribuidos a Onofroff diciendo que a nadie había hipnotizado cuando fue detenido y arrastrado a los juzgados, había logrado fama de implacable con los fraudes y embaucamientos: su nombre también apareció en el desbaratamiento de una banda de falsos limosneros de Semana Santa que, vestidos como los antiguos cucuruchos (con un tocado cónico y vestimentas de penitentes) se dedicaban a reunir dineros y donaciones de los incautos para su beneficio. El escándalo fue tan grande que prácticamente acabó con la tradición heredada desde tiempos coloniales en Chile, como señalaba una crónica de Raúl Morales Álvarez publicada años después en el diario “El Clarín” (en 1967, con el pseudónimo de Sherlock Holmes). Sin embargo, Castro era también un hombre controversial, con varios críticos de sus métodos y actuaciones.
El curioso traspié del célebre ilusionista y “fascinador” en Chile
fue tratado por Gonzalo Peralta, en un artículo del periódico “The Clinic”
(“Cuando los medios complotaron contra Onofroff, el hipnotizador”, 2014). Dice
allí que, tras haber sido confrontando con quienes lo denunciaron, Onofroff
reconoció que conocía a los actores y que habían estado con él desde sus
funciones en Perú, presentándose como parte del público pero no para que
fingieran, sino porque eran sujetos fáciles de hipnotizar y susceptibles de someter en las pruebas, cosa que se pudo
confirmar después en los careos. Esta selectividad de público, dicho sea de paso, sigue siendo practicada en nuestros días por algunos exponentes de shows parecidos.
Como era previsible que sucediera, entonces, el juez De la Barra exculpó al mago psíquico quedando libre por falta de méritos, aunque dejando sembrado el debate sobre estos espectáculos en la sociedad chilena. Los esfuerzos de la policía por criminalizar su show, posiblemente con profesionales de la medicina azuzando la denuncia, no prosperaron. Otro dato interesante es que, en el juicio, el ilusionista fue registrado formalmente como Augusto Bally d. Onofroff Eegis, nacido en Roma.
Acto seguido y seguro de sus facultades, Onofroff lanzó un desafío a los reporteros desde su habitación en el Hotel Oddó de Ahumada con Huérfanos, en donde está ahora un acceso al pasaje Matte: que lo dejen demostrar sus poderes en la casa periodística que desee recibirlo. “El Mercurio” acepta, en su cuartel de calle Compañía: puesto ante tres empleados que han simulado un crimen, el ilusionista identifica claramente los roles de cada uno (asesino, víctima y cómplice) y dónde estaban el botín y el arma perdidos. También hipnotiza a otro trabajador y lo hace bailar cueca, instruyéndolo de sentir una furia incontrolable por haber hecho este ridículo y querer vengarse de la afrenta. Efectivamente, al día siguiente aquel empleado partió al hotel a increpar y abofetear a Onofroff, sin saber que era seguido discretamente por sus colegas, confirmando la sugestión y viendo cómo volvía a ser hipnotizado y calmado…
Enrique Onofroff, junto a los señores Ansaldo y Keller, en revista "Sucesos" (1913).
Portada del libro escrito por Onofroff ya en la madurez de su vida. Fuente imagen: sitio Los Madrugones del MK.
Con aquellas demostraciones, las pirañas terminaron siendo devoradas por su propia presa, y el prestigio de Onofroff se duplicó, lejos de verse zaherido.
Sabiendo que había recuperado con creces la credibilidad, Onofroff explicó a los periodistas que todo el entuerto había provenido de una campaña del periódico conservador “El Diario Ilustrado” que, además de cuestionarlo en sus páginas, había enviado un alto ejecutivo para reunirse a comer y celebrar con el subprefecto Castro, apelando a aquel lado más polémico suyo y que le daba pésima fama entre muchos en su institución. Esto fue en la misma noche de la detención.
Posteriormente, se supo también que los testigos denunciantes del fraude ante la prensa y los tribunales, habían sido pagados por la propia policía, de modo que todos los acusadores quedaron acorralados ante la opinión pública y con el absurdo montaje explotándoles en el rostro.
Para darse un barniz científico, además, el “fascinador” había hecho demostraciones de magnetismo animal ante 500 médicos y estudiantes de medicina, según parece en el pintoresco Teatro Grez del Instituto Psiquiátrico de avenida La Paz, el 6 de junio. Allí hipnotizó a varios alumnos haciéndolos realizar distintos actos curiosos que evitarían cometer en vigilia. Los médicos quedaron convencidos con su exposición y firmaron un acta certificando que sus habilidades fueron científicamente demostradas ante ellos.
Tras realizar algunas presentaciones más, el Gran Onofroff dio por cumplida su agenda y se retiró del país, saboreando su victoria frente a los adversarios que habían intentado desprestigiarlo desde los medios y la policía. Uno de los más extraños y bochornosos casos policiales ligados al mundo del espectáculo en Santiago llegaba a su fin, pero dejando en relieve una muestra de la inmadurez colectiva en que aún se desplazaba buena parte de la población chilena, al menos frente a los números escénicos de ilusionismo y juegos mentales.
A pesar del escándalo y de su insólito vuelco, su caso no era tan excepcional, dado que hubo otros exponentes que sí se dedicaban al engaño y el fraude, como precisa la investigación de Caballero González:
No fue el único hipnotista que se acercó a los juzgados de Santiago. La prensa informaba con frecuencia de la visita de magnetizadores, sugestionadores, profesores de ciencias ocultas, hombres con estudios de horoscopía e hipnotizadores que prometían enseñar o curar a través de la energía mental. Algunos de estos fueron denunciados, como el conde de Das, quien se encontraba atendiendo hacia 1899 en el hotel de Francia, por intentar curar enfermedades nerviosas por medio del magnetismo y del hipnotismo. De estos un porcentaje menor fue llevado a tribunales. Entre aquellos hipnotistas que conocieron los juzgados de Santiago en 1913 se encontraba Leovigildo Maurcica, quien enfrentó la justicia capitalina tras recibir una amonestación por practicar la sugestión y desempeñarse como “profesor” de Filosofía Hipnótica. Fue él quien se presentaría ante el juez del Segundo Juzgado del Crimen para intentar terminar con la prohibición que se le había impuesto de practicar su oficio, tras una denuncia realizada contra medio centenar de personas a las que se les acusaba de ejercer la Medicina sin título legal y de explotar “al público ignorante haciéndoles creer que ellos tienen poder suficiente para dar remedios para toda clase de enfermedades”.
Más aún, el escándalo de Santiago no fue la última vez que Onofroff había estado en los calabozos: en 1917, presentándose en el Teatro Excélsior de Lima, uno de los voluntarios hipnotizados durante su show después no podía salir del trance, por más que se esforzó en traerlo de vuelta, debiendo ser llevado de urgencia a un manicomio mientras el “fascinador” iba a parar a tras la rejas.
La vida del ilusionista continuaría con cierto sosiego. Entre sus principales admiradores estuvo el mismísimo Salvador Dalí, quien recibió cierta inspiración del mismo maestro paragnosta para algunas de sus obras de arte. A pesar de sus amenazas de retiro, sin embargo, siguió realizando presentaciones como la de 1927 en el circo y music-hall Empire de París, siguiendo después en Rennes y Cataluña, hasta apartarse de los escenarios en 1929. También produjo manuales y dictó clases para enseñar técnicas de hipnosis y sugestión. Ya en 1936, además, Onofroff publicó en Barcelona un curioso libro titulado “Para no envejecer”, en donde reconocía tener 75 bien vividos años, y es que parte de su fama siempre había sido la de lucir mucho más joven de lo que en realidad era, algo que también pretendió ser explicado de manera sobrenatural. Bajo el eslogan “El hombre no muere… se mata!”, aquel intrigante texto prometía al lector un “método práctico y autosugestivo de rejuvenecimiento”.
El libro fue una de las últimas actividades públicas que se le conocieron a Onofroff, pues ya estaba retirado y cerca de fallecer, a fines de aquella década, dejando tras de sí una estela de misterios dignos de un conde de Saint Germain, un Eliphas Lévi, un Rasputín o un Aleister Crowley; enigmas que sólo han enriquecido el recuerdo sobre su arcana vida y, de alguna manera, también lavaron todo posible amargo sabor de su mala experiencia en Chile. ♣
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