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LOS ÚLTIMOS RECUERDOS DE LA HIGUERA DE MAIPÚ

La histórica entrada al desaparecido local maipucino, hacia los días del Bicentenario Nacional.

El histórico centro culinario y recreativo de La Higuera estaba en calle Chacabuco 84, cerca del cruce con Monumento en el sector central de Maipú y a pasos de la Plaza de Armas, de la Municipalidad y del Templo Votivo. Se empinaba ya por los 76 años de existencia cuando le cayó encima el final de los finales, haciendo naufragar otra de las muchas semblanzas incomparables de una comuna ya bastante histórica (por sí sola) como es Maipú.

La quinta de La Higuera abría todos los días de la semana y hasta horas de la madrugada, cuando había ambiente. Por eso mismo, aparecía mencionada en el libro "Brochazos de un maipucino antiguo", de Guido Silva Valenzuela, siendo considerada todo un patrimonio comunal. No había recomendación bohemia de Maipú que no la incluyera con destacador.

El negocio nació en 1942, como un boliche de los antiguos de su tipo que hubo en Maipú cuando la conexión local con el resto de Santiago era por el entonces casi rural Camino de los Pajaritos, hoy avenida, además de las vías férreas más al sur. Su fundador había sido don José Castro, aunque con ayuda de su amada esposa Luisa, la recordada doña Luchita, vecina muy querida en el barrio. Ambos estuvieron retratados en una imagen conmemorativa dentro del local hasta el final de sus días, en los muros del sector techado hacia el fondo, y en una ilustración en el sector de enfrente, en los comedores.

La familia adaptó parte de su propiedad para los comensales y siguió residiendo en el inmueble vecino. Así, con el tiempo, La Higuera se convirtió en el favorito de algunos trabajadores del sector y de los asistentes a la medialuna, en el actual patinódromo y anfiteatro junto a la plaza. Era un lugar indispensable durante períodos como las Fiestas Patrias y los aniversarios de la Batalla de Maipú, celebrándose acá con gran intensidad.

El local de La Higuera, cuando ya vivía su último par de meses.

Acceso principal, con el alero, y a la cantina, con las puertas articuladas.

Retrato a lápiz de doña Luchita y don José, los fundadores.

La única higuera que queda en el local, está al fondo del terreno.

 

El célebre y solicitado trago terremoto de La Higuera, favorito de muchos de sus habituales clientes y con el estilo antiguo (no cargado al azúcar ni los aditivos innecesarios).

Mientras tanto, la urbanización de Maipú crecía a velocidad de vértigo alrededor del clásico local, aunque aún era inofensiva y avanzaba sin ponerlo en peligro. La comuna, a su vez, no tardaría mucho en quedar integrada al Gran Santiago y dejar de ser así un área residencial suburbana o casi suburbio, como se definía técnicamente a estas “ciudades dormitorios”.

El nombre recibido por el boliche se debía, según cuentan, a un gran árbol de higos que habría existido en el lugar, afuera junto a la vereda, aunque también mantuvo viva y esplendorosa otra higuera más pequeña hacia el fondo del recinto. Después, sus patios serían sombreados también por un gran parrón, de esos infaltables en tantas quintas antiguas. Lucía sus vigas de madera dobladas por el peso de las ramas que sostenían por encima de una larga mesa, ideal para los que disfrutaban de almorzar al aire libre. En la época de las uvas maduras, además, muchos parroquianos pellizcaban o cortaban voluminosos racimos, con tácita autorización de la casa.

El complejo, con varios espacios interiores y exteriores, con murales de paisajes (con la firma de un pintor Vivanco), se enfatizó en lo que podría definirse como un área de restaurante y un área de cantina, más pequeña. Con capacidad para unas 150 a 200 personas, en las mesas de sus comedores serían celebrados sus perniles, arrollados huasos, parrilladas, chunchules, pescados fritos, longanizas, lomos a lo pobre, carne a la cacerola, pollo al champiñón, pollo al cognac, costillares, chuletas al jugo, prietas, empanadas, pichangas, churrascos en marraqueta, chacareros y torres de papas fritas.

Para humectar el guargüero en la sala ubicada más al frente y al costado del comedor y pasillo, estaban sus reputados terremotos, chichas, chichones, cervezas, borgoñas de frutilla, pipeños y arreglados de chirimoya, además de los aperitivos más fifís. A esta sala de la cantina, además, se entraba por un acceso lateral con esas típicas puertas  de los saloons: pequeñas y de dos hojas articuladas en ambos sentidos, reconocibles por los filmes y recreaciones del Lejano Oeste.

Comedores del sector delantero, hacia calle Chacabuco.

 Comedores del sector abierto, patio bajo el gran parrón.

Una de las salas laterales en el patio del parrón, con murales.

Sala con mesas al fondo, atrás del patio de la parra.

 

Arrollados huasos con mucho ají, en el mostrador de la salita que da a la cocina entre las salas y el patio.

Como era inevitable, además, el restaurante se volvería también un lugar para música y folclore, con presentaciones de grupos de cueca y, ya en sus últimas décadas, encuentros de los devotos del movimiento guachaca, especialmente en período de Fiestas Patrias, en los aniversarios comunales o en las efemérides de la Independencia que involucran a Maipú. En el patio de la parra, además tocó establemente y por muchos años don Jorge Valderrama, versátil músico guitarrista, tecladista y cantante.

Durante el período de cierre temporal del también queridísimo local maipucino de El Chancho con Chaleco (antes de su reapertura), La Higuera pasó a ser casi naturalmente el principal centro popular y festivo del casco histórico de la comuna, haciendo más desconcertante y triste la situación en la que se iba a encontrar pocos años después, con el reloj de cuenta regresiva ya en rojo.

Repasando la historia de sus últimas etapas, doña Marlencita Castro, única hija de los fundadores, intentó mantener el negocio activo bajo su mando tanto como le fue posible, pero las exigencias superaron sus esfuerzos y la llevaron a que pusiera en arriendo el local. Así, la administración del mismo quedó en otras manos: timoneada por don Luis Rossel, quien aceptó el desafío y logró extender exitosamente, por varios años más, las tradiciones y el encanto de este pintoresco rincón de un Santiago que ya no existe.

A partir del año 2002, aproximadamente, el boliche pasó al mando de don Miguel Serrano Bravo, el último capitán de La Higuera y quien se hundió hidalgamente con el barco 16 años después. Lo secundaba en la caña de mando el administrador, don Enrique Abarca, quien gustaba mucho de explicar a los curiosos la historia del local y de cada uno de sus recuerdos colgando en los muros. El retrato de los fundadores en la sala al fondo del patio, por ejemplo, se había convertido casi un altar de veneración entre los clientes más habituales y antiguos.

Una de las reputadas parrillas de La Higuera.

 Sector de la cantina, con la barra, sus repisas y la puerta doble.

Mesas y clientes en las sombras del parrón.

Clientes del sector familiar del patio, un padre con su hijo.

 Clientes en el patio. Trabajadores bebiendo unas cervezas.

 

Otro retrato de los fundadores, en la sala al fondo del patio. Casi un altar de veneración entre los clientes más habituales y antiguos (antes estaba en el comedor interior del frente).

La mejor época de La Higuera parece haber estado en aquel período, precisamente, con nueva administración y una comuna que continuaba creciendo, al igual que lo hacía el número de clientes. La quinta conservó siempre su rasgo popular y su actividad creciente trascendió incluso a Maipú, atrayendo a viajeros desde otros orígenes en la ciudad, además de turistas que llegaban desde paseos por los sectores de la Plaza de Maipú y el Templo Votivo. La apertura de la Estación Metro Plaza Maipú, en 2011, facilitó mucho más esta relación con el público procedente desde otras comunas.

En un reporte del diario maipucino "La Batalla" del 19 de septiembre de 2014, titulado “Terremoto en La Higuera”, se entrevista fugazmente a un histórico garzón del local llamado Ernesto Rossel, quien completó casi tres décadas trabajando en esta quinta. Según declaraba allí, nada había cambiado en esta picada durante todo el tiempo transcurrido, al igual que en la calle Chacabuco. Rossel es sobrino del fallecido administrador anterior, don Luis, y hacia los últimos meses de existencia de La Higuera confesaba, con visible pena, que no alcanzará a cumplir sus 28 años exactos en el local: había llegado a trabajar allí un 11 de mayo de 1991, convirtiéndose en casi un símbolo viviente del mismo, muy querido también por los más frecuentes parroquianos.

El lema corporativo de La Higuera estuvo inscrito en las cartas para los clientes: "Nuestra especialidad ha sido por años la comida típica chilena junto a un ambiente familiar". Resumía muchas explicaciones para tratar de describirlo, sin duda. Si a esto se suma ese carácter sumamente local, muy maipucino que mantuvo siempre el mismo, gran parte de la identidad de la comuna había quedado depositada en estas salas, barras y mesas, por cerca de siete décadas. Sabemos también que, por estas razones, el restaurante incluso era incorporado a recorridos patrimoniales del centro histórico de Maipú hasta años muy recientes.

Pero la suerte de La Higuera quedó decidida el día de la muerte de doña Marlencita. Quizá comprendiendo demandas o inconveniencias que ya no corresponde juzgar, los hijos herederos estimaron que era mejor vender la propiedad y así se anunció el cierre del boliche. El histórico inmueble fue vendido a la sociedad del Mall Pumay junto con la residencia de la familia, exactamente al lado del mismo, para extender sobre estos terrenos su centro comercial.

El jefazo Miguel Serrano y su lugarteniente, el administrador Enrique Abarca.

Don Ernesto Rossel completó más de 27 años de labores en el boliche, casi 28.

Don José Valderrama con los equipos musicales, amenizando en el patio.

 Clientes del sector cantina, vistos desde atrás de la barra.

 

El borgoña de frutilla que llegó a ser tan propio y característico de La Higuera.

Como el dueño de La Higuera sólo arrendaba el espacio que allí ocupaba, la situación se volvió un hecho consumado para el futuro del bar y restaurante. De esta manera, los rumores sobre el cierre cundieron como chismes hasta que, en su edición del 27 noviembre de 2018, el periódico "La Voz de Maipú" confirmó la pésima noticia ("RecomiendoMaipú: el adiós a un clásico, tras 85 años La Higuera cierra").

En efecto, La Higuera iba a cerrar sus puertas para siempre en la última semana de enero de 2019, siendo demolido el complejo al mes siguiente, para dar inicio al proyecto de infraestructuras comerciales derivadas del mall a sus espaldas.

Como era esperable, el ambiente del lugar se volvería casi funerario a partir de este momento: desde el estacionador de vehículos de afuera del boliche en calle Chacabuco, hasta los comerciantes vecinos de todo el barrio, se lamentaron de lo que sucedería con La Higuera. El ánimo imperante entre su leal público llegó a ser de duelo, en aquellos días y varios fueron de visita por última vez durante aquel verano. La única esperanza de algunos parroquianos era que el señor Serrano, que también es dueño de un conocido pub de Maipú, trasladara parte del lugar y del espíritu de La Higuera hasta dicho establecimiento, pero el local de calle Chacabuco estaba definitivamente condenado.

El cierre se concretó en la fecha señalada y así Maipú perdió la más tradicional quinta que haya existido en su territorio, en las mismas cuadras del centro comercial y cívico.  Varios parroquianos y devotos de La Higuera asistieron a esos tristes últimos días, que incluyeron una pequeña despedida ad hoc teniendo así, por lo menos, el consuelo de haberle dado un adiós. ♣

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