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LAS CELEBRACIONES INAUGURALES DEL MERCADO CENTRAL

Un dato poco conocido sobre el Mercado Central de Santiago es que, en sus primeros respiros, fue lugar de importantes exposiciones, galas y veladas, por curioso que pueda sonar esto en nuestros días. Incluso hubo sobre él apetitos de otras instituciones muy diferentes al comercio y que estuvieron al aguaite de las posibilidades de apropiarse del magnífico edificio del barrio Mapocho.

Justo ese año de 1872, cuando asumía la Intendencia de Santiago un gran hacedor como fue don Benjamín Vicuña Mackenna, se consumaba una de las obras más importantes de la capital con la construcción del que sería el complejo más importante de todo el barrio por cuatro décadas, antes de ser habilitada la Estación Mapocho. El Mercado Central sería sentado sobre las bases de la antigua Plaza de Abastos creada en los tiempos de O’Higgins, cuyas sencillas instalaciones quedaron seriamente dañadas tras un incendio de 1864, funcionando a medias y en esta incómoda precariedad con los comerciantes y fonderos que llegaban hasta aquel espacio.

Buena parte de los dineros que se emplearon para el nuevo proyecto había sido proporcionada por el filántropo y empresario minero José Díaz Gana, de gran influencia en la vida pública de entonces. El diseño y constructrucción de la estructura base fue encargado a los arquitectos Manuel Aldunate y Fermín Vivaceta, comenzando las obras en 1869. Curiosamente, incluso en aquella etapa inicial del proyecto ya había tentaciones de terceros rondando al edificio y al uso que pretendía dársele. Pero el objetivo de la construcción, como alero para el más importante de los mercados capitalinos, no pudo ser alterado.

El resultado sería una impresionante mole de cal y ladrillo, coronada con las grandes techumbres de ferretería diseñadas por el ingeniero Edward Woods en aliazan con el arquitecto Charles H. Driver, estructuras perfectamente visibles desde casi todos lados en una ciudad que seguía siendo más bien baja y en donde la línea horizontal se rompía sólo por las torres y chapiteles de las iglesias. Este diseño constaba de un núcleo central de 46 metros por lado que se solicitó producir en Glasgow, llegando a Chile en dos partidas. Hallándose encargados del armado y construcción, Vivaceta y el contratista Juan Stefani hicieron montar las enormes y novedosas estructuras, dando otro orgullo europeísta a la capital, por muchos años.

Como el objetivo inmediato del recinto era el servir a la Exposición Nacional de Artes e Industrias de 1872, antes de ser ocupado por el mercado, el primer nombre con el que sería conocido el complejo fue Edificio de la Exposición. Quedó terminado y listo para ser inaugurado en los mismos días de Vicuña Mackenna al mando municipal, con la gran exposición organizada por la propia intendencia y en la que, entre muchas otras cosas, se expuso al público la estatua del Caupolicán de Nicanor Plaza que hoy está en la terraza con su nombre del cerro Santa Lucía, y el recuperado gran escudo español colonial de piedra que el intendente hizo colocar en el portal de la misma terraza almenada, al sur del paseo.

La Exposición Nacional fue inaugurada el 15 de septiembre y duró hasta el 21. Hubo grandes festejos en ella, que incluyeron bailes y exposiciones de artistas y otras novedades, con los primeros cuadros artísticos y recreativos que pudieron verse bajo las toneladas flotantes del magnífico galpón.

Debe observarse que, a la sazón, los grandes banquetes con brindis de honores se volvían una obligación ineludible en los encuentros sociales medianos y de envergadura. Pocos años antes, por ejemplo, durante la Exposición Nacional de Agricultura de 1869 lograda con invitados internacionales y por una propuesta del intendente Francisco Echaurren Huidobro al gobierno (realizada en terrenos de la Sociedad del Ferrocarril del Sur, tras descartarse la Quinta Normal por razones de espacio), hubo también una lujosa cena y una seguidilla de brindis con voluminosa oratoria ofrecidos a diferentes personajes relacionados con el progreso chileno, vivos o muertos. Eran las formas y etiquetas que iban tomando los eventos del este tipo, tanto para el del Mercado Central como en exposiciones posteriores.

De acuerdo al “Programa de las festividades cívicas de septiembre de 1872. Guía especial de los visitantes a la Exposición de artes e industrias”, el día inaugural del mercado comenzó con bandas de música de los cuerpos del Ejército y la Guardia Nacional, tocando al salir el sol del domingo 15, con dianas desde sus respectivos cuarteles y banderas enarboladas en edificios públicos y particulares. A las una y media de la tarde, la apertura de la exposición se realizó con una ceremonia en el Salón de Gala de la Universidad de Chile, con la presencia del Presidente de la República, don Federico Errázuriz Zañartu, y otras autoridades. Desde allí serían conducidos al nuevo edificio por calle Estado y Nevería, actual 21 de Mayo:

Una vez descendidos del tren, S. E. el Presidente y su comitiva, les recibirá a la puerta de la Exposición el presidente de esta, ejecutándose al mismo tiempo por toda la orquesta la canción nacional antigua (1819) compuesta por el artista chileno don Manuel Robles.

Concluida la canción, el señor Matta pronunciará algunas palabras en honor de la Exposición, y el Intendente de la provincia sobre la inauguración del ferrocarril urbano. Inmediatamente después, y sin que los concurrentes abandonen sus puestos, se ejecutará por toda la orquesta (setecientos ejecutantes) el gran himno compuesto especialmente para este acto por el maestro Banfi, letra de don Guillermo Matta, con el título de El Apoteosis de la Patria.

Con esto quedará inaugurada la Exposición, y todos los concurrentes podrán circular libremente en sus avenidas.

La Exposición permanecerá abierta hasta las doce de la noche en esta sola ocasión. Precio de entrada en este día, dos pesos.

Los carros del ferrocarril urbano funcionarán hasta esa misma hora.

En la noche función lírica en el teatro de Variedades.

Otros eventos artísticos de la temporada de la exposición fueron una función gratuita realizada en el Teatro Lírico (con la canción nacional cantada por la Compañía Sánchez Osorio, la comedia “El Preceptor y su mujer” y las zarzuelas “Los dos ciegos” y “El Tá y el Té”), carreras en el aún joven Club Hípico de Santiago, la primera inauguración del paseo en el Santa Lucía (con bandas de guerra tocando en las terrazas del cerro), revista de tropas en el Campo de Marte del Parque Cousiño, ópera en el Teatro de Variedades y festivales de fuegos artificiales.

Entre los eventos que involucraron directamente al nuevo edificio del mercado, estuvo un Festival de Bandas el lunes 16, un Festival de Coros Alemanes el miércoles 18, el Festival del Club Musical el viernes 20, la presentación del Conservatorio de Música y del Orfeón el domingo 22, finalizando con números de sinfonía y certámenes musicales el miércoles 25. La orquesta dentro del teatro, tocando la canción nacional, fue dirigida por el ya veterano maestro José Zapiola.

El primer gran baile a ejecutarse bajo su recién entregado galpón, fue planeado para cuando la exposición y los festejos asociados a las Fiestas Patrias ya habían terminado: el día 5 de octubre. La elegante reunión era parte del programa inaugural, o al menos así figuraba en el programa. Y al día siguiente, se realizaría un gran acto que incluyó la premiación con medallas a quienes prestaron valiosos servicios durante la grave epidemia de viruela, sucedida hasta pocos meses antes. El encuentro fue organizado cuando ya iba a disolverse la Junta Central de Lazaretos, comité que había sido integrado por monseñor Ignacio Víctor Eyzaguirre, el Dr. José Joaquín Aguirre, José Manuel Guzmán, Valentín Marcoleta, Vicente Izquierdo, Matías Ovalle y Manuel Arriarán, con la misión de tomar las decisiones necesarias para combatir la calamidad sanitaria que asolaba a Santiago. Entre los principales reconocidos de la ocasión estuvo un entonces muy joven médico, aún estudiante: Augusto Orrego Luco, una de las futuras grandes eminencias de la salud y la psiquiatría en Chile, junto a varios otros protagonistas de la exitosa lucha como capellanes, facultativos y estudiantes voluntarios. El Presidente de la República también asistió al solemne encuentro.

Plano con la estructura metálica y detalles del sistema de armado del Mercado Central de Santiago. Fuente imagen: colección de fotografía histórica de Pedro Encina (Flickr Santiago Nostálgico).

Mercado Central de Santiago hacia 1880-1900, esquina de Mapocho con Puente, en postal de época. Se observan sus antiguas cúpulas y el frente que tenía el edificio en su cara norte.

El antiguo edificio del Mercado Central con una de sus torres mal llamadas “relojes” y con la tienda La Ciudad de Damasco, de don Salomón Nahum, en donde comenzara su actividad comercial su sobrino don Juan Nahum, posterior fundador de la tienda La Florida y personaje ya desaparecido del mercado.

Dibujo del reportero gráfico Melton Prior publicado en "The Illustrated London News" del 5 de octubre de 1889, registrando el paisaje del Mapocho en plenas obras de canalización, visto desde el lado de La Chimba. Se observa el magnífico Puente de los Carros y alcanza a verse, a la izquierda, parte del Puente de Palo, que corría paralelo más arriba. Atrás el edificio del Mercado Central, con sus arcadas frontales.

En tanto, el decreto de Vicuña Mackenna que nombró una comisión encargada de organizar el próximo gran baile pendiente, explicaba las razones para la gran velada desde el 22 de marzo anterior, según lo transcribe el intendente en su informe “Un año en la Intendencia de Santiago”:

Considerando: que es propio de las grandes ciudades conmemorar los aniversarios políticos de una nación a la que pertenecen los regocijos de un carácter puramente social;

Que la capital, a más de haber estado privada durante dos años de los entretenimientos dignos de su cultura por el desgraciado incendio de su único teatro, ha sufrido posteriormente las privaciones anexas a una gran epidemia;

Que por un acaso singular, y en los propios días destinados a las alegrías nacionales, se encuentra disponible un edificio suntuoso que ha costado varios centenares de miles de pesos y que reúne, con las construcciones que se le han agregado temporalmente, con motivo de la exposición de artes, todas las condiciones para organizar un gran baile público;

Que muchos de los ingentes gastos que tales fiestas exigen están anticipadas con los que se han hecho y harán para la exposición, redundando los desembolsos que efectúe el público en provecho directo del comercio y de la industria, no poco abatidos por las causas arriba expresadas;

Y por último, que en los días de la patria concurren a la capital huéspedes distinguidos de todas las demás provincias de la república y aun del extranjero, previa la venia de la ilustre Municipalidad que ha cedido el Mercado Central con este objetivo y para esta exposición de artes e industrias…

El artículo primero del mismo instrumento, decía: “Nómbrase una comisión de caballeros encargados de ofrecer a la sociedad de Santiago un gran baile que tendrá lugar en el Mercado Central”. Designaba para tales responsabilidades a don Ramón Rosas Mendiburu como presidente, seguido en la mesa de trabajo por Diego Echeverría, Luis Cousiño, Domingo Santa María, Alejandro Reyes, Emeterio Goyenechea, Cornelio Saavedra, Ruperto Vergara, José Tocornal, Cirilo Vijil, Carlos Valdés, Adolfo Ortúzar, Wenceslao Vidal, Luis Pereira, Teodoro Sánchez, Tristán Matta, Juan Applegath, Pedro Nolasco Videla, Felipe del Solar, Ruperto Ovalle, José Toribio Larraín, José Ernesto Renard, Carlos Rogers y Enrique Tagle.

Un segundo artículo establecía que la comisión referida debía hacerse cargo de las invitaciones, la elección del día definitivo, la adquisición de muebles y ornamentos necesarios, los contratos requeridos y todo cuanto fuese necesario para “asegurar el esplendor y lucimiento de esa fiesta eminentemente culta y social”. El tercero comprometía la cooperación de la Intendencia de Santiago con la misma comisión. El 11 de julio, además, el intendente había nombrado por decreto a 25 caballeros que se suscribían al proyecto, algunos directamente asociados con él.

La expectación social generada por el anuncio del baile y el banquete fue tremenda. La organización adquirió finos objetos ornamentales como alfombras, telas, muebles, artículos, etc., a Carlos Mendevilla, E. Muzard Hermanos, A. Braid y Cía., Carpintería Yungay de Soulé y Cía, Ignacio Moreno y su colega Tránsito Núñez. Cuatro enormes espejos fueron arrendados a Laserre y Allary, además. La iluminación correspondió a don Santiago Longton y se hizo con sistemas de gas. También se montó una cascada artificial por Cayetano Boiten, Víctor Riquieri, V. Sacleux y Carlos Pearce, este último poniendo en arriendo sus estatuas decorativas. 

Al mismo tiempo, se contrató al Gran Hotel Santiago, el mismo del Portal Fernández Concha, para la ejecución del banquete de tipo francés (como se estilaba obsesivamente, por entonces), mientras que la música fue tarea de la banda del sargento Daniel Pérez y de la orquesta a cargo de don Enrique Tagle Jordán. Adicionalmente, el comedor contaba con un “bosque” de acceso, hecho por don B. Fernández Lavallée, mientras que las plantas y los arbustos necesarios llegaron desde la Sociedad Nacional de Agricultura.

Otros ornamentos y trabajos en el espacio fueron de José Miguel Basulto, E. Beaumont y doña Victoria Prieto de Larraín, quien puso las flores y sus arreglos. Las invitaciones se imprimieron en Cadot y Brandt, las tarjetas de baile en el taller de Federico Schrebler y los lápices finos obsequiados a los asistentes fueron otro trabajo de Muzard Hermanos para la ocasión. Hubo gastos también por servicios especiales, como unos pedestales que fabricó el artista Nicanor Plaza, la papelería de colores y los almuerzos del mucho personal que trabajó en el inmenso montaje.

Sin embargo, la penosa realidad es que aquel esperado baile resultó bastante deslucido, para algunos algo cercano a un fiasco financiero que dejó un gran déficit en las carteras, alcanzando ciertos ribetes polémicos que incluyeron pleitos judiciales con el reputado maestro de cocina del Hotel Santiago, don Alejandro D’Huicque, que engrosaron los desembolsos superando los 14 mil pesos de la época en ese tópico. Un juez de arbitraje debió intervenir en el conflicto, de hecho.

Vicuña Mackenna informaría después que siete u ocho amigos suyos ayudaron a llenar “generosamente el déficit de las cuentas del baile”, pero intentando suavizar la adversa situación resultante:

Para concluir esta rápida exposición de todo lo que la autoridad local ha emprendido a fin de imprimir a nuestra comunidad un espíritu de mayor vitalidad social, que tienda a acercar entre sí sus diferentes grupos, desligados muchas veces por causas antiguas, ya frívolas, como las que dependen de nuestra herencia colonial, que mira con ojeriza todo lo que es asociación, comunidad y expansión, ya graves y antiguas, cual herencia de nuestras fatales discordias intestinas, para concluir decíamos, debemos agregar una palabra sobre el gran baile social que tuvo lugar el 22 de octubre en el Mercado Central, con un costo aproximativo de 30.000 pesos, tomando en cuenta en este valor todos los accesorios que habían quedado en rezago de la Exposición, como telas, anfiteatro de la música, galpón de madera que sirvió de comedor, etc.

El resultado de ese gran esfuerzo social fue espléndido en cuanto a la asistencia, a la cordialidad y a la alegría de los ánimos, y sobrepasó toda expectativa en la parte decorativa del salón, que ofrecía un espectáculo tal cual no volverá a verse entre nosotros por circunstancias singulares, ni en el espacio de un siglo. Nubló, sin embargo, el brillo de este acontecimiento la falta notable en el servicio de la sala de refrescos, de que sólo pudo ser responsable el antes acreditado establecimiento a que se confió ese servicio mediante una amplia y generosa remuneración de 10.000 pesos.

Personajes callejeros populares que eran típicos del sector del Mercado Central, en el “Chile Ilustrado” de Recaredo S. Tornero en 1872: el plumerero, un falte en un puesto de licor (basado en cuadro de Caro), el uvero, dos fruteros, el heladero, un lechero a caballo, el motero y un aguatero con su mula.

Personajes y comerciantes callejeros de Santiago, según reportero francés Melton Prior en junio de 1890, coincidentes con los que era usual ver en el Mercado Central y en el cercano Puente de Cal y Canto: A) Vendedores de tortilla, chicha y fruta. B) Hermanas de la Misericordia. C) En el Mercado, jinete con pasto o alfalfa y caballo con melones y sandías. D) Un lechero pasando junto a un kiosco del Cal y Canto. E) Carretero indígena con poncho. F) Un carretón cervecero, cargado de barricas.

Aspecto del Mercado Central, 140 años después de su inauguración.

Pereira Salas en sus “Apuntes para la historia de la cocina chilena”, detalla la fastuosidad del banquete del Mercado Central: 30 pavos simples, 40 pavos trufados, 200 perdices, 30 pescados, 40 jamones, 20 gelatinas, 20 pollos trufados, 25 budines, 20 botes de helado, 700 pasteles de ostras y 25 Carlotas. Sin embargo, también indica que el baile hizo historia porque terminó en escándalo de alta sociedad cuando llegaron 2.000 personas a la cena de carta francesa, y no los sólo 200 que se había informado al organizador, inexplicable negligencia o error de comunicación que desencadenó protestas y acusaciones cruzadas entre encargados y gestores. Agrega el mismo autor que el asunto ocupó columnas de periódicos por largo tiempo, a partir de ese mes.

Ni bien terminó aquella estropeada fiesta, el relevo o giro en el uso del recinto no tardaría en ocurrir dejando atrás los actos de gala y las ceremonias, aproximándose así la hora en que debía ser ocupado por los locatarios del mercado que ya habían comprado los puestos en el remate, actividad que también fue parte de los varios actos inaugurales anteriores.

No cuesta imaginar cómo habrá impresionado a la sociedad chilena de entonces aquel edificio de pináculos metálicos, considerando que todavía lo hace al observador atento. Y fueron esa misma belleza y magnitud, sumadas a sus comodidades, las que habían alentado las ambiciones de algunos grupos influyentes de la ciudad que, en su motivación de querer apropiárselo, presentaron a la Municipalidad de Santiago toda clase de mociones y propuestas con la intención de cambiar su destino por el de Biblioteca, Palacio de Bellas Artes, etc., como explica Álvaro Mora Donoso en “Monumentos Nacionales y Arquitectura Tradicional”. Para desgracia de todos los caídos en aquellas tentaciones profanas, sin embargo, el intendente Vicuña Mackenna no aflojó y el Edificio de la Exposición quedó asegurado como centro comercial más importante que tuvo el país en aquellos años: el Mercado Central de Santiago.

Eyzaguirre Lyon se refiere también al arribo de las populares y concurridas cocinerías del mercado, que aún le dan parte de sus características más relevantes:

Desde un comienzo, en los locales que rodean el gran hall central, se establecieron cocinerías con una abigarrada clientela, por muchos años el lugar preferido de los noctámbulos que pasan allí a componer el cuerpo antes de recogerse a dormir. Con el omnipotente caldo de cabeza, el más solicitado para este efecto, le hicieron competencia a Antuco Peñafiel, quien en aquella época reinaba en el Barrio Matadero y se hizo además famoso con sus malotillas y chunchules, pues se cuenta que nadie las preparaba mejor.

Pereira Salas, por su lado, completa la carta culinaria que tenía ya en oferta este mercado, tan atractiva para los vividores y enfiestados de entonces, pero bastante parecida a la que podríamos encontrar todavía en nuestra época:

Lo más típico son las cocinerías del Mercado Central, instaladas por el Gran Intendente, don Benjamín Vicuña Mackenna (1875), donde se consumían los criatureros erizos; la fritanga de congrio, el arrollado de malaya, en una decoración de espejos pintados “no me olvides” y azucenas. Al romper el alba era frecuentado por la juventud trasnochadora, que esperaba la llegada del tren rojo de la carne que venía con los carros repletos de reces desde el Matadero.

Así, con la explosión de locales de gastronomía, con un abastecimiento permanente de productos por las vías de transporte y ampliada también la oferta de recreación por el mismo barrio, el Mercado Central pasó a convertirse en el principal abastecedor de las cocinas comerciales de Santiago, dejando atrás los rasgos un tanto aristocráticos que quisieron imprimírsele al principio y que resultaban quiméricos en aquellos reinos, tan dominados por la cultura popular.

Desde poco después de la inauguración del edificio, sin embargo, el comercio del interior y en el entorno inmediato al mismo sufrieron varias modificaciones, partiendo por la construcción de los pasillos de locales que rodearon su salón principal en 1884 (por eso este número aún está señalado en la inscripción sobre sus accesos) y las torres "relojes" instaladas en 1886, que dieron por concluidas las obras del edificio, aunque ya no existen. Los pasajes y tiendas de baratillos lo rodearán por tres de sus cuatro costados, además, imprimiendo un sello comercial muy propio a estas cuadras de la capital.

La incorporación de luz eléctrica, junto con las ampliaciones y servicios higiénicos, tienen lugar por el 1900, período coincidente con la aparición de las ferias adentro y en torno al recinto. También se hacen célebres varios concurridos negocios de la comunidad del mercado: la avícola La Condal de Tatche y Cía., la Carnicería Francesa de Laihacar Hnos. (puestos 46-51), su competencia la carnicería La Chilena (puestos 18, 19 y 20), la pesquera Pacífico (puestos 38-40 por San Pablo y 61 por Puente) y el almacén Nahum por calle Puente, sólo por nombrar algunos de los cientos de locales que han pasado por su recinto dejando una hermosa historia de tradiciones y leyendas propias.

Ya en el período 1927-1930, se retiró gran parte de la antigua fachada y se redujo el edificio para cumplir con las ordenanzas que exigían despejar el área ribereña, para dejarle espacio a las calles surgidas de la canalización del río y para conectar las avenidas enfrente del mercado. Mucho del aspecto que hoy vemos es resultante de estas modificaciones, más la remodelación con restauraciones que tuvo lugar por el lado de San Pablo, en 1983.

Todavía en los años cincuenta existían proyectos interesados en apoderar otros estamentos u organismos en el lugar, como un plan de construcción del nuevo Correo Central que pretendía mover a todos los comerciantes hasta la ribera norte, junto a la Vega Central, según denunciaban los locatarios de esta última plaza en su órgano gremial “El Fortín Mapocho” (abril de 1951). Para suerte de todos, esto jamás se concretó y así el mercado permaneció ligado al folclore del comercio popular con sus puestos y restaurantes de productos marinos y platos típicos, paso obligado de los turistas en Santiago y elegido por la revista “National Geographic” en el quinto lugar de los mejores mercados del mundo, ya en nuestra época.

Sin embargo, todo lo relacionado con celebraciones y correrías alegres en el Mercado Central, quedó asociado al sector del pueblo y en contra de lo que pretendían estamparle las escrupulosas elegancias inaugurales. En consecuencia, y no más allá de algunas celebraciones formales y de actos públicos anuales, el edificio nunca volvió a esa curiosa época de galas y veladas de sus inicios, que a muchos hoy les podrían parecer inconcebibles allí. Sólo la prevalencia de su rasgo como lugar especialmente turístico de Santiago ha ido mermando ese carácter popular y folclórico, también en tiempos más cercanos.

Cabe recordar que, en 1895, el adinerado productor agrícola y vecino Agustín Gómez García, había fundado un nuevo mercado recuperando el carácter antiguo y más feriano que había tenido antes la Plaza de Abastos, nacida en la Plaza de Armas. De esta manera, dio creación al Gran Mercado de Abastos de la Ciudad de Santiago, la famosa Vega Central del lado de Recoleta y casi enfrente del otro, separados sólo por el río y un par de manzanas. Esto aseguró el fuerte rasgo imperante hasta hoy en el mismo sector comercial mapochino.

Empero, mientras el Mercado Central se convirtió en una opción con el señalado perfil turístico, culinario y patrimonial en la ciudad, el de la Vega Central logró captar la parte más funcional de comercio de vituallas, productos agrícolas y abastecimientos varios, combinando su intensa actividad con música urbana, bares, residenciales, cuequeros, clubes de fútbol propios y hasta justas de boxeo en sus patios. Hoy, mantiene con gran determinación ese mismo perfil popular y tradicional.

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