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EL INCENDIO DEL TEATRO MUNICIPAL EN 1870

Teatro Municipal recién después del fatídico incendio de 1870. 

La calle Germán Tenderini, que une el borde de la Alameda Bernardo O’Higgins hasta el costado del Teatro Municipal, carga física y nominalmente con el recuerdo de un trágico suceso ocurrido en 1870: el incendio del primer edificio de la institución teatral, en la Agustinas con San Antonio.  

Como se sabe, el Teatro Municipal fue levantado en la cuadra por un decreto del gobierno de Manuel Montt del 7 de enero de 1853, ocupando terrenos que habían pertenecido a la Real Universidad de San Felipe, justo por donde estuvo también su sala de teatro. El proyecto quedó encargado al arquitecto Francois Brunet de Baines y al ingeniero Philippe-Auguste Charme de L’Isle, dejando asegurada, de esta manera, la influencia del neoclásico francés que definió el diseño del elegante y suntuoso teatro.

Al morir Brunet de Baines, sin embargo, tuvo que hacerse cargo de las obras su compatriota Lucien Ambroise Hénault y el chileno Manuel Aldunate y Avaria, apoyados también por el francés Charles Garnier, cuyo currículo incluyó al Teatro de la Ópera de París. En su trabajo “Centenario del Teatro Municipal. 1857-1957”, Eugenio Pereira Salas comenta de otras dificultades que debió sortear el mismo proyecto:

No faltaron, sin embargo, las voces de oposición al hermoso proyecto de Brunet Debaines. Se le criticaba el excesivo costo de los adornos y la exigua capacidad de sólo 1.100 localidades. Se exhibieron en la sala Municipal como más conveniente: el perfil presentado por Alejandro Cicarelli, director de la Academia de Pintura; el que había remitido de Francia el Ministro don Francisco Javier Rosales, y uno primitivo, obra de unos aficionados ingleses. Supeditadas las criticas se dio comienzo a la obra gruesa, el 10 de septiembre de 1853, de acuerdo con los planos del arquitecto francés, que iban a ser modificados, después de su fallecimiento, por su colega Luciano Hénault y el profesional chileno Manuel Aldunate, quien se hizo cargo de la obra de iluminación a gas hidrógeno, otra de las novedades fundamentales en el Santiago de mediados de siglo.

La Ilustre Municipalidad, con excelente criterio, vio la necesidad de contratar artistas especializados que se hicieran cargo de la decoración interior de la sala y de las escenografías indispensables para dar calidad a los espectáculos. Las tareas recayeron en un maestro de reputación europea, Henri Philastre, natural de Burdeos, egresado de la Academia de Bellas Artes de París, que había alcanzado nombradía por sus decoraciones en los teatros de Bélgica y de España, las que le valieron las más altas condecoraciones. En febrero de 1856 iniciaba sus labores, en compañía de Félix Barbier, dando pronto remate al famoso telón de boca y a los salones interiores. En julio de 1857 se subastó el contrato de arriendo. Obtuvo la concesión la firma Luis Pradel y Cía. Para financiar en parte los crecidos gastos, se vendieron a perpetuidad los derechos de palco, lo que iba a producir engorrosos litigios a la Municipalidad. A partir de este mes el Teatro empezó a ser visitado por los curiosos, y los cronistas se hacían eco de los comentarios públicos sobre la belleza interior de la sala.

Tras cuatro años de trabajos, había sido inaugurado el 17 de septiembre de 1857 con la ópera “Ernani” de Giuseppe Verdi. Presidente, ministros, regidores y otras autoridades estaban presentes en la función. Santiago tenía, desde aquel momento, su más fastuoso y elegante teatro, como nunca se había visto antes, principal centro de su actividad social y artística.

Se cuenta que la luz del gas era tan intensa al interior que parecía llenarlo de día, especialmente en las veladas y galas. También se realizaron fastuosos bailes de alta sociedad en sus complicados primeros años. Fueron días difíciles para la actividad, pero se celebró su buena acústica, lujo y comodidades para el público. Obras de autores italianos desfilaron por su cartelera en todo este primer período.

Empero, una de las críticas que asomaron rápidamente contra el recinto fue porque parecía nunca llenar a plenitud su gran aforo, dificultad que puso en aprietos a los primeros empresarios del teatro. Como consecuencia este problema y otros de corte administrativo, económicamente no se lograba estabilizar. Llegaron a producirse hechos escandalosos, además, como la fuga del empresario que contrató a la primera compañía en 1858, traída desde París, huyendo perdido de amores por la bella soprano Agnes Fabri. Al final, el daño financiero era tal que el teatro, cercado por las deudas, debió cerrar sus puertas entre 1860 y 1861. Sólo pudo ser rescatado gracias a la introducción de géneros artísticos más populares, como la zarzuela grande española, por José Zégers y Ruperto Solar. La obra que inició esta etapa fue la exitosa “Marina”, seguida de “Jugar con fuego”.

En esos años, destacarían en su escenario la cantante lírica Olivia Sconcia, en 1862, seguida del barítono Aquiles Rossi-Gheli y de Isabel Martin de Escalante, la primera soprano chilena que internacionalizó su carrera. La controvertida artista norteamericana Elisa Biscaccianti regresará al teatro, en 1865. Viene después el estreno de “Marta” de Flotow, con Anna Bazzurri, y la actuación de Emilio Ballerini; la soprano Elena Varese se presenta en “La Flauta Mágica”, seguida de Marieta Mollo y del estreno de “Fausto” de Gounod.

Logrando revertir la situación del teatro y hallándose ya en uno de sus mejores momentos de aquella primera existencia, la sociedad Prieto, Curti y Cía. preparó una tremenda cartelera para la temporada de 1870, que incluyó obras como “Roberto el Diablo” de Meyerbeer.

Sin embargo, el 8 de diciembre de ese año, la buena racha se cortaría de súbito cuando se declaró un incendio en el Municipal. Para fortuna de muchos, comenzó muy poco después de concluida una presentación en su escenario y cuando el público acababa de retirarse. La función había sido de la cantante lírica Carlota Patti, quien fue acompañada entre los músicos por el gran violinista Pablo Sarasate.

Atendiendo el llamado de alerta de las campanas, un voluntario de bomberos, Germán Tenderini, fue el primero en llegar. Se encontró con el edificio humeando por llamas que podrían haber provocado un desastre similar al de Valparaíso en 1843, si acaso cundían por su céntrica ubicación rodeada inmuebles. Allí, Tenderini reconoció a su colega Arturo Villarroel, futuro héroe de la Guerra del Pacífico apodado el General Dinamita por sus valerosos servicios desactivando trampas explosivas instaladas por las fuerzas peruanas. Este llegó también al oír las alarmas, y ambos voluntarios fueron recibidos por quien trabajaba como portero y cuidador del teatro, don Santiago Quintanilla. Él abrió las puertas y los acompañó al interior del infierno, para detectar y empezar a atacar el foco principal del fuego…

Sin saberlo, Tenderini caminaba hacia un destino ya escrito: el de convertirse en el primer mártir del Cuerpo de Bomberos de Santiago, en el exacto séptimo aniversario del fatídico Incendio de la Compañía de Jesús, drama que había motivado la fundación de la noble institución bomberil en la capital chilena, a los pocos días. Paradójica y coincidentemente, también un voluntario italiano iba a caer en aquel teatro santiaguino, tan adicto a las artes, las obras y las estrellas de la romántica Península de la Bota.

Germán Tenderini y Vacca había nacido en el pueblo toscano de Carrara, en 1828, lugar reconocido internacionalmente por sus canteras, artesanías e industrias de trabajo en mármol. Hijo del matrimonio de don Juan Bautista y doña Zenobia, la familia también participaba de ese oficio, trabajando en él desde niño y a veces en duras condiciones, hasta cerca de su juventud. Su vocación de servicio quedó manifiesta cuando tuvo lugar la devastadora epidemia de cólera en Italia, en la que trabajó como voluntario para asistir enfermos y trasladar ayuda. Destacó de tal manera en tales labores humanitarias que el gobierno le otorgó un reconocimiento y hasta ofreció premiarlo con el título de Barón, distinción que el joven héroe rechazó, obedeciendo a sus tendencias republicanistas y progresistas.

El primer edificio del Teatro Municipal antes del incendio, hacia 1870. Se observa que su  fachada era sin revestimientos ni los tímpanos-frontones de los extremos del bloque central.

Aspecto del Teatro Municipal ya reconstruido, con parte de la plaza y de su entorno, hacia 1880. Atrás, el Cerro Santa Lucía. Se distingue parte de lo que iba a ser la boca de calle Tenderini, en el entonces llamado pasaje o calle del Teatro, que aún no llegaba hasta la Alameda.

Trabajos de apertura de la actual calle Tenderini, para dejar aislado y como una sola manzana al Teatro Municipal. Imagen publicada en 1909 por la revista "Sucesos". 

Aspecto del edificio del Teatro Municipal hacia 1930, visto desde la actual plaza. Es el mismo edificio que vemos en la actualidad, con algunas intervenciones.

Retrato del mártir Germán Tenderini en uniforme (1828 - 1870).

Entre muchas de las incertidumbres que rondan sobre su vida, no está clara la razón por la que Tenderini viajó después hasta Chile con su madre y su hermano Uldaricio, hacia 1856, probablemente por alguna situación relacionada con la reciente unificación italiana. Acá se dedicó a trabajar también en el arte del mármol y se integró a la masonería, invitado a la Logia N° 5 “Justicia y Libertad”.

Su probado sentido vocacional de servicio y su liderazgo innato se impusieron otra vez en Chile, llevándolo a fundar un taller-escuela para la enseñanza de técnicas manuales y artesanía. Siempre fiel a su ideario, se integró al Club de la Reforma, a la Sociedad de Artesanos “La Unión” y al Club de Obreros, todos relacionados con la logia, ayudando a organizar desde allí a trabajadores y artesanos en torno a la protección de sus derechos.

Estando viva aún su madre, además, el italiano conoció a doña Antonia Bustamante Sepúlveda, de quien se enamora completamente aunque sin contraer matrimonio, pues no creía en los vínculos sagrados y, en aquellos años, no existía aún el matrimonio civil. Sin embargo, su mujer cayó gravemente enferma y, estando en peligro muerte, Tenderini decidió desposarla con ceremonia religiosa del 9 de noviembre de 1867. Para fortuna de la pareja, ella sobrevivió.

A partir de diciembre de 1863, con el funesto incendio de la Compañía de Jesús, se comenzó a citar voluntarios para conformar el cuerpo de bomberos en planes de fundación. Tenderini se interesó por la nueva institución e ingresó a la Compañía de Guardia de Propiedad el 13 de octubre de 1865. Dos años después, fue ascendido a sargento 4°; y para el siguiente, a teniente 4°. Sus compañeros le concedieron el grado de teniente 3° de la Cuarta Compañía Salvadores en julio de 1868, al quedar vacante el cargo. Fue reelegido en ese grado para el período 1869-1870, como reconocimiento a sus servicios y virtudes.

Tal era su situación como voluntario cuando llegó al Municipal, aquel último día de su vida. Los demás bomberos arribaron cuando las llamas ya abrazaban la construcción por todos sus costados y el fuego bramaba exhalando humo por las ventanas del teatro. Nadie se enteró que Tenderini continuaba encontraba adentro y que, por esta razón, no respondía a los llamados de sus compañeros de uniforme.

Los voluntarios comenzaron a alertarse recién al retornar al cuartel y pasar lista, quedando en evidencia la ausencia del italiano. La triste realidad se confirmó durante las inspecciones y los trabajos de despeje que se realizaban dentro del edificio siniestrado, cuando se encontró su cuerpo calcinado al lado del escenario del Municipal. El funcionario Quintanilla también había fallecido, pero Villarroel sobrevivió, saliendo airoso de otra de esas muchísimas aventuras peligrosas por las que se desplazó su existencia, sucedidas antes y después de esta tragedia.

Villarroel pudo dar su testimonio, después de haberse recuperado de la asfixia. En su dramático informe, detalla los angustiantes y fatales últimos momentos de Tenderini y de Quintanilla allí en el Pandemónium, antes de caer sofocados por los humos que casi arrebatan también su vida. En la declaración de marras, informó en la investigación judicial:

Tenderini era el primero en quien se habían hecho notar los efectos del humo y de la opresión del pecho. Se sentía desfallecido y le grité como amigo: “¡Viva la Italia, Tenderini!”. “¡Viva la República!” me contestó, saludando con entusiasmo la reciente emancipación de su patria.

Curiosamente, estando de visita en Nueva York unos años antes, Villarroel había salvado de entre un edificio en llamas a una mujer y sus hijos, siendo elogiado por la prensa local. Posteriormente, el azar lo colocó como otro de los improvisados rescatistas en el incendio de la Compañía de Jesús y, poco después, acudió entusiasta al llamado del cuerpo de bomberos de la capital siendo parte de la generación fundadora. Tras su destacada participación en la Guerra del 79 detonando las trampas y las infames minas de “polvorazos” sembradas por el enemigo, la heroica acción lo convirtió en toda una celebridad nacional.

Nunca hubo una conclusión categórica sobre las razones del nefasto incendio en el teatro más importante de Santiago. Al parecer, una cañería de alumbrado a gas había sido fracturada por los golpes del pesado telón, al momento de caer, quedando una filtración que después se inflamó. Se decía que hubo un fuerte olor a gas aquella noche, además. La llama, que pudo ser activada accidentalmente por las lámparas o velas que usaban por entonces los tramoyas para desplazarse por la oscuridad, hizo que el fuego se diseminara con voracidad por todos los elementos combustibles alrededor del escenario, desatando el caos. Más sobre el caso y sus detalles pueden conocerse en los archivos del Centro de Documentación de las Artes Escénicas (DAE), con sede en el mismo edificio del teatro, por el lado de calle Moneda.

El resultado del siniestro fue la inutilización total del Teatro Municipal, debiendo ser reconstruido casi completamente, esta vez con la precaución de poner en él un sistema de iluminación eléctrica, ya no más los inseguros gases inflamables. Los planos del nuevo edificio quedaron encargados a Hénault, y ya estaban listos hacia el año siguiente. Se intentaron mantener algunas características generales y estilísticas del primer edificio, pero se agregaron más espacios interiores, salas adicionales y mayor capacidad de público.

Cabe añadir que fue fundamental para la celeridad de las obras y su financiamiento la decidida actitud del Intendente de Santiago, don Benjamín Vicuña Mackenna, quien ya lidiaba con las deudas del inicio de los trabajos de hermoseamiento del cerro Santa Lucía y otras muchas obras públicas mejorando la capital.

El 16 de julio de 1873, el Municipal pudo ser reinaugurado, nuevamente con una ópera de Verdi y grandes celebraciones del público asistente. Retornamos al relato de Pereira Salas, para describir la situación:

A las siete y media empezó la memorable función de gala. Para el público todo era novedad: la ópera, estreno de La Fuerza del Destino, de Verdi; los artistas, venidos de Europa; el cuerpo de baile de esculturales formas; las decoraciones y esa luz misteriosa que arrojaba la planta experimental eléctrica instalada en el escenario. No se cansaban de admirar el telón de boca, una copia de la Aurora, de Guido Reni, al que se había interpolado un fondo de cordillera.

El cuadro lírico dejó una gratísima impresión, y la medalla que acuñara en su homenaje el Intendente Vicuña Mackenna, reflejaba la opinión general de los aficionados. Linda Corsi fue la heroína inicial, pero a los cortos días la aparición de Elena Varesi en La Traviata desató la inspiración de los poetas. Las placenteras cincuenta y cuatro funciones arrojaron tan sólo un nuevo estreno, Ruy Blas, de Filipo Marchetti, autor conocido de los chilenos por haber compuesto por encargo el Himno a la Industria, con que se abriera la Exposición de 1872.

El aspecto con el que llega a nuestra época el Teatro Municipal, sin embargo, se debe a algunas remodelaciones posteriores como las obligadas por el terremoto de 1906, encargadas a Emilio Doyère y que incluyeron adiciones de columnatas a su frontis en el segundo nivel. Después, hubo un nuevo incendio ocurrido en 1924: si bien no llegó a la destrucción del ocurrido en 1870, motivó al administrador Jorge Balmaceda a realizar algunos cambios estructurales y arquitectónicos. Otras modificaciones se han hecho en nuestra época.

La calle con el nombre del mártir de bomberos, en tanto, nació del viejo callejón del Teatro, pasaje inicialmente ciego y luego prolongado hasta calle Moneda, por el costado oriente del teatro. Surgió de modificaciones realizadas entre el cambio de siglo y el Centenario, siendo expropiados algunos inmuebles para garantizar diez metros de ancho entre aceras y cumplir con un decreto de febrero de 1906 destinado a eliminar las calles tapadas. Así, se demolieron parcialmente antiguos inmuebles contiguos al teatro, como el del señor Dávila Boza, quien accedió a venderlos a la Municipalidad en 1908. Tiempo después, se abrió otra callecita desde la Alameda hacia el norte, entre San Antonio y Las Claras, hoy Mac Iver, unida en la manzana siguiente con la calle del Teatro y convertida en una: la hoy peatonal Tenderini.

Como sucede con todos los mártires y héroes, Tenderini fue reconocido por mucho más que el nombre de un caído a homenajear: por algunos años, la Sexta Compañía de Bomberos de Santiago publicó una revista institucional con su apellido; y, en el primer centenario del teatro, la Municipalidad de Santiago hizo ennoblecer con su busto en bronce la calle de su recuerdo, el 17 de septiembre de 1957. La imagen aún se encuentra allí, recordando su sacrificio. Por su parte, la masonería de Chile decidió rendir tributo también a su miembro mártir, otorgándole el nombre de Germán Tenderini a la Logia Nº 200 de Providencia.

Todos los santiaguinos conocen la calle Tenderini, pero pocos meditan sobre la historia del apellido y su vínculo con el Teatro Municipal, con el Cuerpo de Bomberos y con el heroico acto de servicio que le costara la vida… Ahí mismo, en donde hoy están restaurantes, cafés, el monumento a W. A. Mozart, el vistoso edificio de la Sociedad Nacional de Agricultura y, por supuesto, el homenaje a Germán Tenderini, con su imagen junto al muro lateral del teatro.

Cabe señalar, finalmente, que la tumba de Tenderini en el Cementerio General, lucía originalmente un hermoso ángel tallado en mármol que desapareció por varios años. Hasta se lo llegó a dar por extraviado de forma definitiva. Sin embargo, esta escultura reapareció en 2018 como parte del escandaloso caso de las obras artísticas que un importante empresario mantenía en un fundo de San Francisco de Mostazal, colección que incluía varias piezas robadas y traficadas desde la ornamentación pública de Santiago y Valparaíso.

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