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ALEJANDRO FLORES: EL ADIÓS AL SEÑOR DE LA ESCENA

El actor, en sus tiempos jóvenes (Fuente imagen: revista "Ecran").

El nombre de Alejandro Flores Pinaud destaca entre las más trascendentes figuras de las tablas nacionales. Llamado en vida como Gran Señor del Teatro Chileno, Primer Actor del Teatro Chileno y El Señor de la Escena, su recuerdo sigue siendo reverenciado por los gremios del teatro y el espectáculo, y su legado parece haber llegado a varias generaciones posteriores de actores, directores y dramaturgos, mismos que han continuado compartiendo el vibrante calor de su leyenda.

Nacido en Santiago el 9 de febrero de 1896 en una familia vinculada a la música y la intelectualidad, Alejandro estudió en el colegio Patrocinio de San José y luego en el San Pedro Nolasco, incluso intentando entrar a la Escuela Militar, pero su naturaleza aventurera lo llevó a abandonar los estudios y probar caminos dictados desde la brújula del alma. Fue un muchacho embelesado desde temprano por la literatura y la historia, además de poseer un intelecto formidable que se reflejará, después, en su prolífica carrera como creador. Sus primeros pasos en las artes del escenario los dio flirteando con la Compañía de Sainetes y Revistas, que ejecutaba espectáculos de orientación más popular que aquellos visibles en otras manifestaciones del teatro tradicional. Tuvo también pequeñas participaciones como aficionado en el Teatro Excélsior de Independencia, enfrente de la Escuela de Medicina. Esta sala quedaba cerca de su casa y en ella se presentó recitando poemas, pues el género lírico también acompañó siempre su carrera y su vida.

Entrevistado por la revista de cine y teatro “Ecran” (“Una charla con Alejandro Flores”, 1930), Flores informaba haber entrado al mundo de la actuación profesional en 1914, cuando fue contratado como primer cómico y director de una compañía compuesta por los destacados hombres de espectáculos Carlos Cariola y Rafael Frontaura, en la que participaban también Guillermo Gana, Hurtado Borne y otros. Esto sucedía en el entonces célebre Teatro Politeama del Portal Edwards, siendo importantes sus presentaciones allí hacia 1916 y otras posteriores en escenarios igual de populares como el Teatro Nacional y el Balmaceda.

Aquella era, además, una época en que los actores no tenían grandes escuelas de profesionalización o academias, haciéndose prácticamente solos en este oficio y apareciendo muchos nuevos dramaturgos y compañías que, por sí mismas, crearon la necesidad de darle institucionalidad a las actividades. Esto sitúa al actor y a su comunión con los teatros en un tránsito histórico de gran importancia para el desarrollo de la profesión artística.

En 1915, Flores había sido contratado por Aurelio Díaz Meza, quien lo llevó a su compañía que se presentaba en el Teatro Nacional, colocándolo definitivamente en el camino recto a la fama, aunque aún le quedaban muchas aventuras y tropiezos en aquella larga ruta. Al año siguiente, viajó a Valparaíso trabajando también como corresponsal para algunos diarios del sur de Chile. Asumió como director de una sociedad de actores y amantes del teatro, con la que daban alguna velada de vez en cuando y “sin grandes pretensiones”, según sus palabras.

Una buena noche de aquellas, con sus amigos en el puerto, los asociados dieron una función en honor al poeta, escritor y actor español Bernardo Jambrina, quien se hallaba de visita en la ciudad con su famosa compañía. Flores, que se presentaba en esas ocasiones recitando con elocuencia algunos de sus poemas y actuando, causó tal impresión en Jambrina que decidió contratarlo de inmediato, para que trabajara como actor cómico en las funciones de “Matrimonio interino” y como arlequín en “Los intereses creados”. La compañía del artista hispano realizó una gira exitosa por el norte de Chile pero, al pasar a Perú y llegar a presentarse en los teatros de Lima, vino el descalabro: las ganancias fueron exiguas, por lo que actores y miembros del equipo recibían como remuneración apenas dos pesos diarios.

Empeorando su calvario allá, Flores cayó en el vicio del juego y comenzó a gastar su escaso dinero en una casa china de apuestas. Fue una época amarga que, quizá, marcó parte de su pensamiento siempre manifestado a favor del gremio de los actores. Así se confesaba a “Ecran”, recordando su difícil paso por Perú:

Un grupo de amigos, muchachos artistas y bohemios, me acompañaba a un café en que por cincuenta centavos nos daban una taza de café y por otros cinco, una copita de pisco. Era todo mi alimento. Durante los ensayos dormía; me desquitaba de las vigilias obligadas, y venía a darme cuenta que debía hablar, cuando escuchaba, algo lejana, la voz de Jambrina que decía: “Vamos Alejandro, ¡que te duermes!”. Cuatro meses duró esta tragicomedia, y al cabo de ellos se me abrió el horizonte cuando pudimos regresar.

De vuelta todos en Chile, específicamente en Antofagasta, Jambrina recibió la noticia de que su esposa había enfermado, obligándole a regresar a España. Eran sus últimos años de actividad, de todos modos, ya que el artista y director moriría poco tiempo después en un trágico accidente automovilístico.

Dada la situación de acefalia en el elenco, Flores se desvinculó fundando una nueva y exitosa compañía con Amanda Gutiérrez. Aún en la ciudad antofagastina, pudo estrenar con ella su primera obra propia: “El derrumbe”. Y aunque volvió a trabajar varias veces con genialidades como las de Cariola, Venturino o Frontaura, luego de las descritas experiencias su currículo comenzó a adquirir mucha más autonomía y amplitud, pasando a ser otro de los capitanes del ambiente.

Cabe añadir que, además de la precariedad y vulnerabilidad en que se hallaba la actividad teatral chilena, eran tiempos cuando dominaban las tablas nacionales prácticamente sólo actores españoles, como protagonistas y como guías, por lo que contrataban a los chilenos en papeles secundarios o sólo cómicos, tendencia que marcó acentos en el rubro hasta más o menos 1918. Era algo que el propio Flores quería de revertir, al fomentar la fundación de compañías nacionales y la organización de los artistas chilenos en décadas siguientes. Hay una impagable y silenciosa deuda perpetua de todo el gremio hacia su memoria, por lo tanto.

Anuncio para una obra de la compañía teatral de Alejandro Flores en el Teatro Victoria, a fines de agosto de 1934 en el diario "La Nación".

Aviso en los diarios de una de las primeras obras presentadas en la Sala SATCH, hoy Teatro Cariola. Alejandro Flores es el plato principal de la obra.

Otra de las primeras obras presentadas en el teatro de la SATCH, en agosto de 1954.  Alejandro Flores como primer actor del elenco.

Poco tiempo después y con aquella inspiración, regresó a Valparaíso con la idea de poner en marcha una compañía esencialmente chilena, insistiendo con su idea ante la Sociedad de Autores hasta que la propuesta fue acogida por Enrique Báguena y Antonio Bührle. Fue creado, así, un conjunto con el propio Flores como actor, realizando una gira con éxitos y caídas durante ese mismo año 1918, viviendo experiencias tan precarias pero curiosas como la de actuar en la localidad de Tomé en una bodega de pipas de vino, que fue habilitada como teatro y donde se usaron barriles y tablones para improvisar un escenario.

Durante la misma gira, pasaron por La Unión, en Ranco, presentando “Nuestras víctimas”: esta vez, montaron la obra en un gimnasio y sobre un escenario armado con caballetes y paralelas de ejercicios. Sin embargo, como no había lienzo suficientemente grande para cubrir todo el armatoste, quedaban al descubierto algunos de los equipos. Entonces, un molestoso muchacho del público con mucho afán de figuración, constantemente se subía en las paralelas tratando de hacer alardes de deportista, en plena función. También era un día de intensa lluvia y poco público, por lo que Flores y sus colegas decidieron cambiar la obra por “Hijos artificiales” pero sin alcanzar a dar aviso de la modificación en la cartelera, así que los pocos asistentes creyeron esa noche haber estado viendo “Nuestras víctimas” y la loaron en las críticas con ese nombre.

Con esa natural inclinación a las aventuras y experiencias anecdóticas, el inquieto Flores fundó en 1920 un nuevo grupo teatral, esta vez con Casimiro Ross, que partió en una llamada gira "rasca" (en la jerga: itinerante y sin destinos, agendando presentaciones en el camino) llegando así Punta Arenas en el marco de las celebraciones por el aniversario 200 del descubrimiento de Magallanes. Otra vivencia con saborcillo a penuria les aguardaba allá, coincidiendo con la visita del príncipe don Fernando María de Baviera y Borbón en noviembre, cuando llegó a la ciudad para participar de la inauguración del Monumento a Magallanes en la Plaza Muñoz Gamero:

Nos iba divinamente, cuando llegó el infante don Fernando, y las recepciones oficiales se llevaron palcos y plateas y los festejos populares nos quitaron la galería, y se embromó el negocio. Me vi obligado a escribir dos revistas, una de las cuales se llamó “Gloria a Magallanes”.

Además de la tendencia casi congénita a vivir en el limbo del desafío y la odisea, el actor se distinguía también por particulares rasgos profesionales. Uno de ellos era no ser marcador de movimientos en el escenario y a veces sin siquiera memorizar totalmente sus líneas, confiando todo al apuntador y prefiriendo jugar con cuñas de morcillas ingeniosas y tallas improvisadas que agradaban al público, pero que causarían escozor entre los universitarios y críticos teatrales más graves, incluso en aquella etapa de desarrollo e incipiente profesionalización del oficio.

Tras aquellas variadas correrías artísticas, Flores marchó a Argentina con la Compañía Marió-Padín, en 1921, en donde le esperaba uno de los períodos más fructíferos de su vida consagrada a las artes escénicas y su salida al mercado cultural extranjero. Esta experiencia fue mucho más grata que en Perú y le permitió hacer también presentaciones con grupos de actores en Montevideo. En muchos aspectos, el ambiente platense fue más gratificante para él que el de su suelo natal, de hecho.

Sus primeras presentaciones en Argentina las hizo en un teatro vecino al local de confites de un maestro y comerciante pastelero. Apenas se enteró que venía la compañía de chilenos, el confitero llenó sus estantes de buenos y variados licores embotellados, creyendo que haría el negocio de su vida con los visitantes. Para su desdicha, ninguno de los actores de la compañía bebía, razón por la que, desde ese momento, les cobró “un odio cordial y sostenido” a los artistas chilenos, recordaba Flores. Allí pudo estrenar también su obra “Cuidámela vos, hermano”, con Vittone-Pomar, seguida de “La película de Roro” con Morganti-Gutiérrez. Poco después, fue la oportunidad de “Malhaya tu corazón” con Blanca Podestá, y “Match de amor” con César Ratti.

Su actividad se vuelve vertiginosa en este período: en 1922, logró actuar como el primer galán de Silvia Parodi, retornado a fines de ese mismo y fundando una nueva compañía propia, con la que recorrió desde Arica hasta Magallanes.

Ese mismo año, conoció en la gira por Argentina a la folclorista chilena Carmen Moreno, del Trío Moreno. Sería la mujer de su vida, con la que contrajo matrimonio y vivió hasta sus últimos días, aunque sin tener descendencia. El ritmo profesional se mantiene, en tanto: en 1923 es galán del grupo de Enrique de Rosas; en 1925, ya es primer actor con Blanca Podestá; en el año siguiente, primer actor del Teatro Sarmiento; y en 1927, primer actor del Teatro Cervantes, con Fanny Brena.

Fue tal el éxito reunido en aquel período y proyectado sobre las siguientes décadas que, siendo considerado ya una estrella en Chile y Argentina, se ganó el elogioso título que lo acompañaría de por toda: Primer Actor del Teatro Chileno.

En febrero de 1928, además, Flores había iniciado la primera temporada de su recién fundado elenco en el Teatro de la Comedia, de Huérfanos casi Bandera, cosechando de inmediato éxitos y proyecciones. La Compañía Nacional de Comedias fue conocida con su propio nombre, inclusive: Compañía Alejandro Flores. El 16 de mayo de 1930, estrenaba con ella “Karl y Anna” de Leonhard Frank, en donde actuaron Venturita López Piris como primera actriz, Rafael Frontaura, María Llopart, Elvira Flores, Carlos León, Guillermo Carvallo, Pablo Vicuña, Roberto Settier, Plácido Martin y Roberto Moller. Después estrenó allí “La Compañerita”, escrita por él y Frontaura.

En ese mismo año fue comprometido para actuar en el papel protagónico de la primera película sonora de Chile: “Norte y Sur”, de Jorge Délano. Trabajó en este proyecto con Hilda Sour, Guillermo Yanques y varios de los colegas y amigos que lo habían acompañado ya en las tablas. Tras aparentes retrasos y la ejecución de los trabajos de rodaje y edición, sin embargo, el filme sólo pudo ser estrenado cuatro años después.

La versatilidad de Flores era asombrosa, además de su inagotable capacidad de seguir destinando al teatro su creatividad y empeños siempre frescos y vigentes, como lo comentara por entonces para la señalada entrevista en “Ecran”: “estoy dispuesto a continuar laborando por el teatro nacional y mantener la confianza que me ha dispensado el público, estrenando siempre lo mejor de cualquier producción y renovando el repertorio según las exigencias de la cultura imperante”. Sus presentaciones todavía se hacían en Santiago y provincias, alternando temporadas.

Con los años cuarenta, comienza quizá la mejor época de Flores en la madurez. Hacia 1942, además, asumió como consejero de la Dirección Superior del Teatro Nacional y el Ministerio de Interior le encargó efectuar una obra que paseó por el país, haciendo la última presentación de la gira en Santiago, en el Teatro Municipal.

Autor de grandes obras que han quedado en el registro de oro del teatro nacional, como “La comedia trunca”, “Y paz en la Tierra”, “La nueva Marsellesa” y “A toda máquina”, no estuvo exento de críticas ácidas a su trabajo como actor y poeta, sin embargo, a pesar de que, ya entonces, era proclamado como un artista excepcional y fuera de serie. Por esto, se ha alegado -con buenas razones- que el reconocimiento que tuvo en Chile no fue proporcional a la magnitud de su obra.

La poesía siempre fue esa otra actividad a la que dedicó parte del tiempo y su inspiración, apareciendo en los libros “Alondra” (1928) y luego “Oración del siglo” (1935). Sus versos tuvieron enorme trascendencia en los años y notable recepción popular, causando sensación en muchachos y jovencitas de entonces, y hasta llegando a integrarse a los cancioneros de la música tradicional de América Latina. Por esto, sin ser un Adonis criollo, Flores causó un extraordinario atractivo entre las chiquillas, convirtiéndose en un icono de masculinidad para su generación. A su elegancia y estampa se sumaban las virtudes como actor, periodista, dramaturgo, hombre de radio y poeta, completo en tantos sentidos.

Un caso particularmente interesante en su producción es el poema “Sapo trovero”, de su segundo libro salido de talleres editoriales de Nascimento. Sus versos son la base de la conocida canción “Sapo cancionero”, que algunos atribuyen erróneamente a algunos de los varios músicos argentinos que la han grabado y difundido, con la letra adaptada y ritmo de zamba gaucha a partir de una propuesta del jujeño Nicolás Toledo, con los arreglos musicales de su coterráneo Jorge Chagra… Canción inconfundible, desde sus primeras líneas:

Sapo de la noche, sapo cancionero
que vives soñando junto a tu laguna
tenor de los charcos grotesco trovero,
que estás embrujado de amor por la luna.

Yo sé de tu vida sin gloria ninguna,
sé de las tragedias de tu alma inquieta
y esa tu locura de adorar la luna,
que es locura eterna de todo poeta.

Sapo cancionero
canta tu canción,
que la vida es triste
si no la vivimos con una ilusión
que la vida es triste
si no la vivimos con una ilusión.

Tu te sabes feo, feo y contrahecho,
por eso de día tu fealdad ocultas,
y de noche canta tu melancolía,
y suena tu canto como letanía.

Repican tus voces en franca porfía
tus coplas son vanas como son tan bellas,
no sabes acaso que la luna es fría
porque dio su sangre para las estrellas.

Retrato de Alejandro Flores en la bajada al teatro que lleva su nombre, en los bajos del Teatro Cariola (ex SATCH).

Fotografía autografiada e imagen del filme "Norte y Sur" de 1934, con Hilda Sour (Fuente imagen: Revista "Ecran").

Alejandro Flores ya en la madurez. (Fuente imagen: revista "En Viaje").

Otro de sus varios poemas, titulado “Señor”, también fue musicalizado y convertido en canción tradicional, llegando a figurar en el repertorio de artistas como Eugenio Moglia y Jorge Yáñez. Las niñas quinceañeras de su tiempo solían llevar escrito en todos sus álbumes, agendas y cuadernos los versos de este popular poema, que decía en sus recordadas líneas:

Hace ya mucho tiempo que al dolor de la carga
se ha curvado mi espalda y astillado mi hombro,
y, a pesar que mi senda día a día se alarga,
ni suplico tu gracia, ni siquiera te nombro.

Yo jamás te pedí me tendieras tu mano
para hundirme en la tierra o treparme a la cumbre;
yo jamás imploré tu poder sobrehumano:
me bastaba el sencillo poder de mi lumbre.

Fui rebelde, Señor, pero tú te vengaste;
y fue cruel la venganza y el dolor que me diste;
me llevaste a la amada que tu mismo formaste
como el agua de clara, como todo de triste...

Fue una noche de enero, tibia, azul, luminosa;
su alba carne de ensueño palpitó estremecida
al sentir en su vientre la tortura gloriosa
de otra vida pequeña que llegaba a la vida...

Con la fe más intensa, con la unción más profunda
te dijeron sus labios la plegaria de amor:
“¡Fortalece Señor mis entrañas fecundas
y hazle blando el camino a este nuevo dolor!”

¡Nunca, nunca, Señor, otros labios hubiste
que tu gracia imploraran con más honda emoción!
¡Nadie nunca ha rogado como ella, la triste,
por el fruto bendito de su amor, todo amor!

Pero tu no escuchaste... Su plegaria bendita,
hecha lágrima y sangre y empapada en piedad,
se perdió sollozando en la noche infinita...
¡y sus ojos cerraste para siempre jamás!

¡Es por eso que ahora, que mi labio te nombra,
la palabra me sale dolorosa y amarga,
porque siento que grita su recuerdo en la sombra
y la pena se ahonda y el camino se alarga!

¡Es por eso que vago por senderos sin luces,
encorvado en la tierra donde duerme mi amor
y en la paz de la noche yo me tiendo de bruces
y me abrazo a la tierra como a su corazón...!

Flores también grabó algunas canciones, desde 1930 en adelante, poniendo su impecable y rotunda voz en los registros. Sin embargo, en nuestros días es casi imposible encontrar esas grabaciones, celosamente guardadas quizá en los estantes de algún coleccionista o baúles hereditarios olvidados en bodegas de casas viejas.

Entrando ya a la etapa más adulta, el multifacético personaje también comenzó a hacer públicas sus reflexiones sobre el estado del teatro y algunos de sus aspectos de interés gremial, que él conocía bien por la gran experiencia reunida navegando en aquellas aguas: “No hay una sala exclusivamente dedicada a los actores -dijo, una vez-. Tampoco tenemos la 'Casa de los Artistas'. Hay que eliminar las angustias a que nos someten los empresarios”. Así, comenzó a desarrollar una lucha sostenida y a la que nunca renunció, buscando garantizar a los artistas chilenos una previsión y un lugar de protección digno de sus esfuerzos, aspecto que había quedado truncado y atrasado en el proceso de desarrollo y profesionalización del medio artístico nacional, del que él había sido otro impulsor.

En el año 1943 volvió a viajar a Argentina, ocasión en la que incursionó con éxito en radio y radioteatro, interpretando una obra positivamente criticada sobre la vida del músico Paganini. Aunque no era un gran interesado en el cine, participó allá de una segunda película en su vida: “Su esposa diurna”, de Enrique Cahen Salaberry, estrenada en 1944, en la que interpretó a un entomólogo amante de las mariposas, papel que consideró el más ingenuo de su carrera. Y en el año siguiente, participó en Chile Films con su tercer y último trabajo como actor de cine: “La casa está vacía”, del argentino Carlos Schlieper y donde actuó con Chela Bon, valiosa actriz chilena más conocida en algún momento por el caso de su hermana Alicia, víctima de un bullado asesinato de calle Pedreros, ocurrido en el año anterior y que dio origen a la animita vecina al actual Estadio Monumental. Tras esta tragedia, Chela se mudó a California tratando de continuar su carrera, falleciendo en 2010.

En 1946, Flores retornó a Buenos Aires con la gira de la obra “Celos”, que durará por casi un año, demostrando la vigencia que mantenía. Sin embargo, su intelectualidad lo llevó a combinar este período con sus demás pasiones, como la lectura y la historia, siendo -como buen ex discípulo de Díaz Meza- un fanático consumidor de libros y materiales de colección, especialmente en lo relacionado al período de la Independencia, la Patria Vieja y sus héroes. Prueba palpable de esta pasión por el conocimiento era su casa: un verdadero museo consagrado al recuerdo de aquellas luchas emancipadoras, entre textos, reliquias e imágenes.

A mayor abundamiento, el Instituto O'Higginiano de Rancagua había designado a Flores como miembro honorario activo, pues donó a la institución muchas antigüedades y piezas valiosas de su colección personal. De hecho, él y su esposa crearon en 1950 el Museo de la Patria Vieja de Rancagua, en la bellísima casona con columna de esquina que ambos compraron en 1946 para residir por algunos años. A la inauguración asistió también el presidente Gabriel González Videla. Perteneciente después a la Dirección de Bibliotecas, Archivos, y Museos, el caserón había permanecido largo tiempo en ruinas hasta 1995, cuando fue restaurado y reabierto formando parte del Museo Regional de Rancagua.

También en 1946, Flores recibió en su patria el galardón más importante al que podía aspirar como hombre de escenarios: el Premio Nacional de Artes. Como era el tercer reconocimiento de este tipo desde su creación, se comprenderá la cantidad de otros dignos candidatos que Flores fue capaz de superar, por prestigio y trayectoria. El suyo fue, también, el primer premio de este tipo dado a un artista de teatro. Y aunque esto fue ampliamente celebrado en el ambiente, a fines de ese año, entrevistado ahora por Marina de Navasal en “Ecran” (“Alejandro flores proyecta divorciarse del teatro”, 1946), admitió sentir la proximidad de su retiro:

A veces resulta desagradable. Tengo treinta años de actuación teatral y por eso mucha gente cree que soy matusalénico. A veces un señor entrado en años y en achaques me comenta: “Me acuerdo de que cuando yo tenía mis treinta años, Ud. presentaba...”; yo, por mi educación, no le destaco que cuando era treintón yo estaba bajo los veinte años. Me retiro porque estoy cansado. No me quejo de mi público, que me es fiel.

Pero su dinamismo y constante desplazamiento por el país continuó y terminó de hacerlo querido en toda su geografía, además de merecedor de otros premios en la ruta. En 1947, por ejemplo, la Municipalidad de Valparaíso lo declaró Hijo Ilustre; dos años después, la Municipalidad de Concepción lo condecoró como personaje destacado. Quizá no fueron tantos galardones como los que merecía, pero reflejaron el valor indiscutible de su obra y el reconocimiento de la ciudadanía.

Por aquellas razones, entonces, Flores nunca pudo retirarse, a pesar de sus amenazas. Era una quimera suponerlo… Y así, tras la apertura en calle San Diego del Teatro de la Sociedad de Autores Teatrales de Chile, SATCH (futuro Teatro Cariola), se presentó actuando en obras como “La terrible Carolina” y “El hermano Lobo”, ambas en 1954.

En su lecho de muerte, acompañado hasta el último minuto por su leal esposa (Fuente imagen: diario "La Tercera de la Hora").

Multitudinarios funerales de camino hacia el Cementerio General, por avenida La Paz (fuente imagen: diario "La Tercera de la Hora").

Acceso a la sala-teatro Alejandro Flores, ex Talía, en el Teatro Cariola de calle San Diego (ex SATCH).

Ni siquiera el cierre de la Compañía Nacional de Comedias que llevaba su nombre, en 1960, persuadió a Flores de abandonar su pasión: amaba demasiado al teatro y el aplauso del público como para renunciar. Realizó también una temporada de obras de Alejandro Casona con Frontaura, con buenas presentaciones en el Teatro Imperio de calle Estado. Después, hizo apariciones con Silvia Oxman, temporadas en el Petit Rex y en la Sala Cervantes con la obra “Dos para un recuerdo”. Regresó al Teatro SATCH con “El Baile”, además de una temporada final con “Así es la vida” y “Ferdinand Pontac”.

Flores se hallaba preparando una nueva temporada en el Teatro Chileno con una obra de base revisteril titulada “Los megatones del sultán”, cuando la redacción de su proyecto se cruzó con la que escribía también el destino: el corazón había comenzado a fallarle, con varios episodios peligrosos. A inicios de 1961, sufrió un grave ataque cardíaco, llegando de urgencia a la Asistencia Pública. Fue internado y permaneció allí hasta recuperarse, luego de este roce con la muerte.

Fue dado de alta con las advertencias correspondientes, pero sólo había conseguido una breve moratoria: la muerte regresaría “a buscarlo en medio de la popularidad y la gloria”, como diría un editorialista por entonces. Golpeó su puerta en Maipú, y esta vez la guadaña fue más filosa, sin dar nuevas oportunidades.

Era el miércoles 3 de enero de 1962, recién pasados los festejos del Año Nuevo, cuando cayó en colapso otra vez y fue internado en la Posta Central de la Asistencia Pública. Aunque se creía que estaba mejorando su salud, el viernes 5 fue visitado por sus colegas, empresarios y artistas, intentando convencerlo de suspender o postergar “Los megatones del sultán” hasta alcanzar su total mejoría. Flores se negó y los conminó a seguir adelante con los ensayos, pues sentía que se repondría pronto. El Director del Servicio, Dr. Bahamondes, procuró darle cuidados personalmente a su ilustre paciente, mientras tanto.

Pero en la mañana siguiente, a las 9:23 horas del sábado 6 de enero, el Día de la Epifanía y los Reyes Magos, el infarto final se llevó la existencia de Alejandro Flores Pinaud. Su esposa Carmen lo acompañó en este drama real, junto a su lecho de muerte, hasta el último segundo de vida que quedó en su amado esposo que había partido a los 66 años.

La noticia arrojó el desconsuelo instantáneo sobre el medio artístico, como también en cada hogar chileno, ya que era un hombre sumamente querido e identificado en vida como el mejor actor de toda nuestra historia. “Cae el telón por última vez para Alejandro Flores”, tituló el diario “La Tercera”; y en páginas centrales: “La Patria llora al Señor de la Escena”. El Teatro Cariola, ex SATCH rebautizado en homenaje a su entonces también recientemente fallecido fundador y amigo de Flores, habilitó su sala en el hall central para colocar allí los restos del maestro y darle el adiós en el sepelio. Hoy, la segunda sala del Cariola en sus subterráneos, por entonces llamada Teatro Talía, lleva el nombre del actor.

El velatorio y funeral, con carácter de Estado, fueron eventos de asombrosa concurrencia, a los que asistieron miles de personas entre representantes de gobierno, la Iglesia, dirigentes sociales y exponentes de todas las actividades artísticas y culturales, siendo despedido por su leal público. La ceremonia había comenzado a la 10:30 en el Cariola, desde donde salió el cortejo. Hubo en el camino una misa en la Iglesia de San Francisco. Así informó “El Mercurio” sobre aquella extensa procesión fúnebre:

El cortejo de varias cuadras de largo pasó por calles atestadas de público y en medio de escenas de dolor protagonizadas por admiradores del ilustre artista... Cuando el cortejo llegó hasta San Francisco, la multitud había aumentado en volumen y fue necesario entonces desviar el tránsito hacia la calzada norte de la Alameda.

Con la inmensa caravana que acompañaba su ataúd en la elegante carroza, pasaron por el Teatro Municipal repletándolo con un homenaje a cargo de la Municipalidad de Santiago. Los medios de prensa señalan que iban allí, entre otros, el escritor Benjamín Morgado, el actor Alejandro Lira, el cómico Luis Monicaco Rojas, el presidente de la Sociedad de Escritores don Rubén Azócar, el regidor Ramón Alarcón, la cantante Ester Soré y el presidente del Sindicato de Actores don Alejo Álvarez, quien se refirió allí a su colega como “uno de los más altos valores espirituales” del gremio. El senador radical Humberto Aguirre Doolan dio un discurso representando al Instituto O'Higginiano, y el general (R) Carlos Spoerer, por la Sociedad Bolivariana. Agustín Siré, Emilio Loyola, la escritora Patricia Morgán, Jesús Miño por los artistas suplementeros, Rubén Vásquez por “los intelectuales pobres y Julio Fajardo por los actores peruanos, también asistieron. El presidente Alessandri Rodríguez envió a su edecán, con sus condolencias.

Durante la triste caminata hacia la Plaza de Armas, los caballos fueron desenganchados y 50 de sus amigos actores tiraron el carro funerario por tres cuadras en la calle Puente hasta el obelisco del Mapocho, enfilando desde allí por la avenida La Paz al paso de las floristas hacia el Cementerio General. La muchedumbre se acumuló a los lados de la avenida, aplaudiendo y llorando al fallecido, y repletó la plaza enfrente del panteón, en donde se levantó una tarima que ocuparon varios oradores, entre ellos el ministro de educación don Patricio Barros Alemparte, quien calificó a Flores en su sentido discurso como “hijo querido de la Patria, que llora la partida del Señor de la Escena... Caballero del ensueño y poeta que cantó al amor y a la mujer”.

Al terminar aquel colofón, un clarín de la Escuela de Carabineros tocó el “Adiós” y, tras cinco horas desde iniciada la jornada de despedida, sus restos se marcharon al descanso eterno, en el mausoleo de la familia Moreno. “Alejandro Flores en la eternidad”, titularía después la revista “En Viaje”, al rendirle un homenaje póstumo en sus páginas.

Flores fue, como se ve, un artista dedicado desde lo profundo al público y al teatro chileno, y no a los críticos que exigían un teatro más universal, pues decía él que si intentase satisfacer a los “criticoides” sucedía entonces que “el público me llama mal patriota, mal chileno”. Así, a pesar de su enorme intelectualidad y cultura, se inclinaba a un teatro más popular o más emocional, pero no por ello vulgar o sin refinamientos. Y a diferencia de algunos artistas de generaciones posteriores, que parecían considerar una desgracia para el ego el haber caído nacidos en Chile y no en los grandes centros neurálgicos internacionales de las artes, un hombre de mundo como Flores amó inmensamente a su país y hasta condicionó las proyecciones de su carrera a la necesidad de estar siempre en contacto con la tierra que lo vio nacer.

El legado esencial e imperecedero de Flores, sin embargo, fue que gracias a su infatigable iniciativa fundando compañías y moviéndolas en giras, los actores chilenos pudieron dejar atrás el estigma de la contratación como meros segundones en las empresas extranjeras de espectáculos y revistas humorísticas, dando pie con ello al teatro auténticamente nacional. Este esfuerzo facilitó el aprendizaje, la introducción de métodos, la creación de escuelas y la profesionalidad de los gremios, siendo en ese impulso que se formaron las más variadas estrellas de nuestras candilejas como Lucho Córdoba, Américo Vargas, Pepe Rojas, Venturita López Piris y tantos otros precursores del teatro contemporáneo en el país. Flores siempre ayudaba a los jóvenes a formarse y profesionalizarse, además, por lo que su trabajo fue un fértil almácigo para innumerables nuevas figuras, que se constituyeron como la base de la actividad en su época y, a su vez, estos fueron los cimientos del quehacer de nuestros días.

Y es que, como bien reflexionara otro hombre de artes y letras como Mario Cruz en los días de la fresca muerte del maestro: “Sí, porque Flores fue el teatro chileno... Fue mucho, muchísimo más de lo que se podía esperar de un hombre”. ♣

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